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Personalidad
Impronta relacional, Teoría de la personalidad
 

 
Elementos básicos para una teoría interaccional de la personalidad
 
Fernandez Moya, Jorge
Universidad del Aconcagua
Universidad de Mendoza (UM)
 
Richard, Federico G.
Universidad del Aconcagua
Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO)
 

 

El constructo de personalidad es un producto de la interacción que a su vez influye sobre la misma. También constituye un proceso constante que experimenta cambios a lo largo del tiempo y en las diversas situaciones (contextos) en los que se desenvuelve la interacción. Por otra parte, la personalidad puede ser entendida como un potencial de conducta, que se activa a partir de gatillos contextuales.

Los comportamientos de autopresentación social (Fierro, 1996) de un individuo –aquellos que comunican algo acerca de cómo es él a los demás- retroalimentan la identidad, dan sentido a la experiencia y refuerzan en ese sentido la narrativa personal. El constructo de impronta relacional nos ayuda a entender ciertas cristalizaciones a nivel de la identidad que tienen lugar en ciertos momentos críticos del ciclo vital familiar y personal. Esas cristalizaciones rigidizan la interacción y mantienen cierta estructura, limitando los cambios en el pensamiento y en las propias interacciones en general, y los cambios propiciados por ciertos contextos (por ej. el terapéutico) en particular.

 

Una definición de personalidad

En otro lugar (Fernández Moya y Richard, 2018) presentamos una definición amplia que nos permitió agrupar los principales elementos que debía desarrollar el proceso de elaboración de la teoría. Entendíamos allí a la personalidad como "un constructo que surge de un proceso extenso en el tiempo en el cual las interacciones pasadas (que generaron improntas), y las interacciones presentes (que las elicitan) se vinculan en un momento dado por las características de una situación específica, en un contexto determinado. Como corolario de dicho proceso tiene lugar un comportamiento idiosincrásico, en el aquí y ahora, propio del individuo, que como tal puede ser cabalmente significado, comprendido y considerado como válido únicamente por él mismo. Se configura de ese modo un patrón que tiende a repetirse y que será identificado como tal por su contexto significativo. Para las demás personas que participan de la interacción -incluido el contexto significativo-, parte de esos significados podrán ser compartidos, pero otros no. A partir de esos significados, cada uno de los comunicantes emitirá mensajes implícitos y eventualmente explícitos acerca del comportamiento y del individuo en cuestión (es decir: acerca de su personalidad). Al hacer esto, le devuelven al mismo una cierta imagen de sí mismo. Esta imagen podrá coincidir en mayor o menor medida con la que éste ha incorporado en el continuo proceso interaccional de la crianza y la socialización, en la construcción de su propia identidad" (Fernández Moya y Richard, 2018).

Esta definición comprende algunos elementos básicos comunes a cualquier delimitación contemporánea del campo de la personalidad en Psicología: la estabilidad del comportamiento a lo largo del tiempo y entre diversas situaciones (consistencia), el hecho idiosincrásico que caracteriza a la personalidad, los comportamientos autorreferidos que hacen a la identidad.

Otros conceptos que nutren esa definición provienen de fuera del campo de la Psicología de la Personalidad: de los desarrollos de la teoría sistémica y, más específicamente, de la Teoría de la Comunicación Humana –como los conceptos de impenetrabilidad y metacomunicación-, y de desarrollos técnicos que provienen del campo de la psicología clínica, en particular de la terapia estratégica (definición de la relación, impronta relacional).

 

Observables de conducta

El primer esfuerzo de un teórico en nuestro campo actual –la Psicología de la Personalidad- es encontrar observables de conducta consistentes en conductas abiertas, pero también implícitas o encubiertas. Comprendemos en este grupo las cogniciones, con sus correspondientes emociones asociadas.

Consenso o disenso entre los juicios del individuo, los del observador y el comportamiento en la interacción

Desde una perspectiva sistémica, el primer observable consiste en que los juicios sobre la personalidad de un individuo son emitidos por otro individuo que interactúa con el primero. Esto se aplica a cualquier individuo, y reviste especial interés (así como eventualmente consecuencias, algunas de ellas riesgosas) cuando quien emite el juicio es un profesional de la salud. Numerosas obras han tratado los riesgos y las consecuencias interpersonales y subjetivas de un uso inadecuado de los rótulos psiquiátricos. Para nuestro desarrollo presente destacaremos sólo los efectos en términos de profecía autocumplida: a partir de un diagnóstico apresurado y mal comunicado, una persona puede tender a comportarse de la manera en que su entorno, avalado por un juicio profesional, espera que se comporte. Las posibilidades de cambio, centrales para el clínico y para el entorno (familiar, laboral) se ven así seriamente comprometidas.

Los juicios acerca de la personalidad tienen lugar en un marco de interacción, y pueden ser convergentes o divergentes entre sí y respecto de los juicios que formula el individuo acerca de sí mismo. A su vez, puede haber mayor o menor coherencia entre juicios (del individuo o del entorno), el comportamiento, y los resultados del mismo. En otro nivel de análisis, el evaluador de la personalidad, sea clínico o no, presta especial atención a esta coherencia.

Acuerdos y desacuerdos a nivel de la relación

Dado este marco, otro observable tiene que ver con que la interacción excede el intercambio de mensajes acerca del contenido y deriva frecuentemente en desacuerdos relacionales. La comunicación se perturba y los mensajes adquieren entonces significados antagónicos y necesariamente negativos, polarizando la relación. Los significados de "maldad" o "locura" se ven facilitados en este tipo de interacciones, en las que no se llega al acuerdo en el nivel de la relación, o bien se llega a acuerdos inestables.

La narrativa personal y el doble estatus de conductas autorreferidas y de autopresentación social

Como corolario de lo anterior, podemos hablar de un doble estatus en el constructo "personalidad". Por un lado, se trata de una construcción que engloba diversas formas de conductas autorreferidas, que hacen al modo en que la persona significa su propia experiencia, sus creencias, su comportamiento, sus características personales, etcétera, todo lo cual se integra a la narrativa personal. Por el otro, incorpora comportamientos de autopresentación social, en la medida que la persona se muestra, con su comportamiento, a los demás en la interacción. Esto constituye para nosotros un observable en sí, pues nada de lo que el individuo piense y sienta acerca de sí mismo dejará de impactar en la interacción, y nada de lo que en ella ocurra dejará de impactar en su modo de verse a sí mismo, es decir su self.

En el nivel de la conducta autorreferida coexisten elementos conocidos por el self con otros que resultan desconocidos. No cabe aquí analizar en detalle estos elementos, pero diremos que desde la Psicología de la Personalidad podrían enumerarse motivos, rasgos, pensamientos automáticos, hábitos, etcétera. Desde nuestra perspectiva, algunos de ellos pueden ser entendidos como producto de improntas relacionales (Fernández Moya y Richard, 2017). Los elementos desconocidos pueden ser significados por el interlocutor, mayormente a través del comportamiento no verbal. Inevitablemente influirán sobre la relación. A su vez, dentro de lo que es conocido por el individuo, éste puede realizar una cierta selección, en la interacción, acerca de qué desea que los demás perciban (por ejemplo, para una finalidad específica: aprobar un examen, resultar elegido en un proceso de selección de personal, agradad a otra persona en el cortejo) y qué no, pero carece de control sobre lo que éstos efectivamente seleccionan y significan.

Improntas relacionales de la crianza y socialización

Esta clase de observables (entendidos aquí como conducta no abierta) consisten en acontecimientos del pasado que han implicado cambios en la manera de pensar y relacionarse con los demás. Pueden ser posibilitadores o no de la adaptación, y claramente no se limitan a una observación u opinión externa (por ej. de un profesional) sino que adquieren valor cuando el individuo los incorpora a su propia narrativa (Fernández Moya y Richard, 2017). Estas improntas son actualizadas en la interacción. Por ej., una mujer que fue criada como la "elegida" de su abuela, que recibió todo lo que necesita y hasta lo que no necesita (aun antes de necesitarlo), con un trato preferencial respecto de otros miembros de la familia –trato definido por ellos como injusto-, desarrollará un modo de presentarse particular, en el sentido de las expectativas que desarrollará hacia otras personas y el trato que le dan. El observador que postula a nivel de hipótesis una impronta relacional adquiere una base mayor para su propuesta si observa interacciones con la familia y otras personas, ubicando el comportamiento único e idiosincrásico de esa persona en la redundancia de interacciones con distintos sistemas (incluido eventualmente el clínico) que será definida interaccionalmente como su personalidad.

Debemos destacar una vez más que la consideración del proceso de construcción de la realidad en general y de la personalidad en particular es una marca registrada del constructivismo, que no se encuentra habitualmente en otros sistemas de ideas ni en el sentido común del lego, al menos en nuestra cultura occidental. Así, donde nosotros planteamos una hipótesis y la sometemos al consenso, otros observadores podrán establecen una sentencia irrevocable, estable, inmodificable, y eventualmente riesgosa para la salud mental de la persona evaluada.

Gatillos contextuales

Consideramos aquí aquellos aspectos de la interacción y del contexto que activan respuestas específicas, incluidas aquellas que puedan ser construidas a partir de improntas relacionales. Éstas configuran, junto a otros elementos de personalidad, un potencial de conducta que actúa como una disposición frente al ambiente. Entenderemos por gatillos contextuales a las situaciones que actúan como estímulos capaces de activar el potencial de conducta implicado en una impronta relacional. Estos estímulos pueden tener origen en la interacción con otras personas, o bien en elementos del ambiente físico. En algunas circunstancias, no obstante, los estímulos son internos. Se trata de pensamientos, sensaciones y emociones, específicos o inespecíficos, que dan lugar a un circuito intrapsíquico que funcionalmente opera de la misma manera que la interacción, dando lugar a mensajes de distintos niveles de abstracción y por ello a la metacomunicación y al proceso activo de construcción de la realidad en un dominio determinado o en una amplia gama de situaciones.

Los gatillos contextuales y algunos procesos comunicativos y metacomunicativos resultan visibles en la interacción. Un estímulo externo o interno (un recuerdo, un estado anímico, por ej.) activa una serie de pensamientos, emociones y respuestas que a su vez influirán en tiempo real sobre la otra persona, modificando la relación. Más allá de la interacción, donde el estímulo proviene del comportamiento y la comunicación verbal y no verbal de una persona, los elementos del ambiente físico juegan también el papel de gatillos activadores de improntas. En otro lugar (Fernández Moya y Richard, 2017) hemos sistematizado dimensiones posibles para ordenar las improntas relacionales, algunas de las cuales se asocian con elementos del ambiente: especialmente el papel de los cambios en la situación económica, el lugar de residencia y la institución educativa. En ocasiones, además, la exposición casual a un estímulo específico –una obra de teatro, una lápida, una nota periodística, etcétera- activa una respuesta emocional inesperada y descontextualizada, revelando todo el peso de una impronta relacional.

La consideración de estímulos internos puede requerir un mayor grado de especificidad y ejemplificación por tratarse de comportamientos encubiertos, no disponibles de manera directa para el observador. Una paciente de poco más de veinte años, sin experiencia en el ámbito de las relaciones sexuales, consultó debido a la gran preocupación que un sueño con una relación homosexual le había causado. Nunca se había sentido atraída por mujeres, pero ese estímulo interno abrió espacio a una duda que pasó a ocupar buena parte de su estado de vigilia y estaba empezando a afectar sus relaciones y su desempeño estudiantil. Cuando el terapeuta consiguió que la paciente aceptara como "normal" y hasta positiva la posibilidad de plantearse su identidad sexual, la preocupación de ésta disminuyó.

Al referirnos en nuestra conceptualización de los gatillos contextuales a dominios y a una amplia gama de situaciones pensamos en una orientación general para la vida, es decir un modo de pensar, sentir y actuar que afecta profundamente la concepción que la persona tiene acerca de la misma. Dicha concepción no se limita a una formulación intelectual, sino que se refleja en cada uno de los comportamientos, a la manera de lo que la psicología individual definiría como un rasgo cardinal o un conjunto de rasgos centrales, de los cuales el resto de las disposiciones resultan subsidiarias. Un dominio específico, en cambio, se limita a un área de la vida, a un proyecto particular ligado a lo laboral, familiar o social {ver nota de autor 1}.

Relaciones significativas y propuestas relacionales de reconocimiento o resentimiento

El tratamiento de este tema amerita un espacio mucho más amplio {ver nota de autor 2}, pero nos limitaremos a esbozar aquí dos posibles tipos de relación. Por un lado, tenemos aquellas en que los mensajes que devuelven los otros significativos al individuo resultan acordes con el self, y van en línea con un desempeño esperado desde el entorno social, acercándolo a una posición de centralidad en el o los sistemas a los que pertenece. Se trata del camino del reconocimiento, donde se generan y activan improntas relacionales posibilitadoras.

Por el otro lado están las relaciones que hemos conceptualizado bajo el concepto de resentimiento, donde los mensajes en relación al desempeño y al estatus del individuo resultan negativos, propiciando una retirada hacia la periferia de los sistemas sociales y eventualmente el cambio a otros sistemas de menor jerarquía.

 

Estratificación de los observables de conducta: aproximación a una geología de la personalidad

Entre las improntas relacionales del pasado a la interacción presente que las gatilla, podemos identificar una serie de capas o niveles para la observación. La tarea del profesional en ese territorio guarda cierta semejanza con la del geólogo que mapea estratos o capas geológicas que fueron depositadas a lo largo de un tiempo extenso, operando cambios en el paisaje que pueden resultar imperceptibles en el transcurso de vida de un ser humano. Ese tipo de cambios relativamente estables explica una parte del paisaje. El profesional {ver nota de autor 3} se encuentra también con indicios claros de momentos en que el cambio ha sido más repentino y notorio. Así, en las mismas formaciones en las cuales el lego visualiza sólo formas llamativas, la mirada del profesional reconstruirá en un solo acto un larguísimo proceso de sedimentación que abarca un tiempo que excede el mero instante de la observación. Podemos pensar que una estratificación de la personalidad es el resultado de la acumulación lenta e imperceptible de improntas en periodos de estabilidad y de periodos de crisis. En estos últimos, la persona percibe el cambio de las estructuras en juego (familiar y de la personalidad), junto a la necesidad de nuevas definiciones de la relación y del self que conduzcan a un nuevo periodo de estabilidad. En los primeros, ese grado de conciencia resulta más difícil.

A nivel de la evaluación (lega o profesional) de la personalidad, cabe marcar el contraste entre la foto y la película en la construcción de este fenómeno. Resulta habitual, en el ámbito de la evaluación psicológica, el uso de técnicas dotadas de diverso grado de confiabilidad y validez. Con frecuencia se pierde de vista que aun las técnicas más aceptadas por la comunidad profesional aportan sólo una "foto", una imagen de la personalidad en el momento en que la persona fue evaluada. La vinculación entre esa imagen, la historia y eventualmente el futuro (en términos de pronóstico) responde puramente a nexos lógicos en el sistema de pensamiento del observador. Al igual que una fotografía, las técnicas de evaluación tienen límites en dos sentidos. Por un lado, al realizar un recorte arbitrario del contexto, dejan de lado información valiosa, limitándose sólo a aquella priorizada por la teoría que sustenta la técnica. Por el otro, la imagen resultante está referida a ese determinado momento, perdiendo de vista toda idea de proceso. El proceso de la personalidad implica, desde nuestra perspectiva, el pasado que resulta en aspectos de la imagen o el perfil de personalidad actual. Esa imagen adquiere significado siempre a partir de otros elementos que el observador conoce o intuye: datos del pasado del individuo, por ejemplo: "El es así debido a aquellas experiencias"; "es así por sus genes"; pero también del presente: "De nuevo lo echaron del trabajo"; "volvió a rendir mal"; y del contexto: "Con esa familia que tiene… no hubiese podido ser diferente".

Una serie de eventos que tienen lugar en la vida del individuo, ya sea bajo la forma de crisis del desarrollo, ya sea como sucesos inesperados, tornan presente, en la interacción, el patrón de conducta adquirido en el pasado, que pasa de ese modo de la potencia al acto. El estrato geológico resulta aparente y pasa a integrar, siguiendo la analogía, el paisaje observable. En términos psicopatológicos, asumiendo una disposición previa, pueden aparecer elementos que configuren un cuadro clínico o, dada la continuidad de otros elementos del comportamiento y la experiencia personal, un trastorno de personalidad.

Para la generalidad y el terreno de la funcionalidad, postulamos entonces una relación básica en el sistema de personalidad: la que vincula características personales entendidas como disposiciones, con eventos activadores del ambiente {ver nota de autor 4}. Si la disposición es elevada, se requiere menos influencia ambiental para activar la conducta; a la inversa, estimulación muy intensa y persistente (un ambiente familiar muy disfuncional) podrá gatillar ciertos comportamientos aun con una disposición hipotética muy baja (por ej. ciertos síntomas del espectro de la personalidad obsesivo-compulsiva).

En el ámbito de la personalidad persiste hasta cierto punto la controversia histórica entre persona y situación, aun después de los esfuerzos de la corriente interaccionista. Si el dilema se plantea en términos de estimulación del ambiente que sobrepasa cierto umbral, resulta posible definir el comportamiento nuevo, mediante el cual el individuo muestra "quién realmente es" ante el consenso de la comunidad de observadores, como un elemento de su personalidad. El constructo de impronta relacional puede ayudar, desde nuestra perspectiva, a conceptualizar esta relación entre disposición y conducta abierta en un nivel intermedio (entre el pasado y el presente, entre la conducta observable y el rasgo o disposición hipotéticos), contribuyendo a eludir la controversia y a comprender de manera más integral la personalidad.

Sería discutible, asimismo, el nivel de consistencia en los observadores necesario como para dictaminar que el nuevo comportamiento caracteriza a la personalidad (y hasta qué punto es indicador de una disposición previa). Desde nuestro punto de vista, y tal como planteábamos en otro lugar (Fernández Moya y Richard, 2018b), el cambio en la personalidad es percibido habitualmente en circunstancias particulares de la observación: acontecimientos críticos del ciclo vital y sucesos inesperados que elicitaron las improntas relacionales. La observación, sea de un lego o de un profesional, nunca puede desvincularse de ese contexto.

 

Prospectiva y personalidad: el problema del observador y el problema de los rótulos

En cuanto al poder predictivo de los constructos de personalidad, central para la función adaptativa de la misma (Fierro, 1996), la sucesión de respuestas similares ante circunstancias análogas a aquellas en las que tuvo lugar la impronta relacional confirmarán para los observadores la validez del constructo (disposición, rasgo, impronta relacional o como elijan designarlo). El cambio mismo podrá ser rotulado en ese contexto como continuidad de cierta disposición que ha asumido una nueva forma, bien como un legítimo cambio cualitativo y/o cuantitativo en el comportamiento. Nuevamente: los juicios acerca de la personalidad comunican sobre el individuo al que se refieren, pero también sobre el observador y sus propios constructos acerca de la personalidad, la consistencia, la estabilidad y el cambio.

En relación a las predicciones o expectativas sobre el comportamiento del individuo observado, las profecías autocumplidas muestran todo su poder de influencia sobre la interacción y el self. Las predicciones resultan críticas para el clínico, quien se encuentra frente al dilema entre contribuir a una cristalización de la personalidad {ver nota de autor 5} del consultante (confundiendo la imagen con la realidad, el mapa con el territorio) o bien entender la personalidad como un proceso.

En síntesis, la personalidad es una construcción, pero también un proceso, y por ello comprende necesaria e indefectiblemente, aunque dentro de ciertos límites, posibilidades de cambio, estrechamente ligadas al modo en que se da la definición de la relación entre la persona en cuestión y su contexto significativo. En el ámbito clínico, esto implica para nosotros la preferencia del término evaluación por sobre el de diagnóstico, entendiendo que el primero alude a un proceso continuo, con posibilidades más o menos abiertas, y el segundo un resultado parcial (una "foto" en términos de la analogía antes presentada), limitado en cuanto a las perspectivas futuras de cambio que tanto el profesional como las personas involucradas (consultantes, miembros de una organización, escolares, etc.) puedan vislumbrar. Esta idea fue plasmada por Mario Tisminetzky (1997), quien valiéndose del esclarecedor concepto de "principios dormitivos" acuñado por Gregory Bateson invita a "salir de la necesidad, supuestamente científica, de crear 'principios dormitivos' que sólo permiten cronificar la situación. Si pudiésemos aceptar éticamente que el mundo está hecho de relaciones que se configuran en el lenguaje a partir de relatos, éstos podrían permitir co-construir con los clientes nuevas historias en las cuales los problemas no serían ya un defecto, sino un modo de expresar el discurso social".

Esto se aplica especialmente cuando consideramos que una persona elabora inevitablemente constructos {ver nota de autor 6}, que asumen la forma de juicios sobre la personalidad de aquellas otras personas con la que interactúa. Tome conciencia o no, los exprese o no, estos juicios o categorizaciones influyen sobre el comportamiento de la persona (del cual la expresión verbal constituye sólo una parte) en el momento en que interactúa con aquella otra que fue de ese modo categorizada. La mayor o menor conciencia acerca de este proceso resulta crítica, en la medida en que, a menor conciencia, se favorecerá que el juicio con que se categoriza a una persona asuma la forma de una de estas cristalizaciones que mencionábamos, es decir de rótulos estáticos, funcionales a la ilusión del observador de no participar, de no formar parte de eso que, dormitiva y tranquilizadoramente –volviendo a Bateson y Tisminetzky- es sólo "la personalidad" del otro.

Esta tendencia a rotular tan común en la gente en general –y en los clínicos en particular-, que conlleva la cosificación y la simplificación, se aplica a cualquier persona y situación, pero resulta más dramático cuando la personalidad es disfuncional, desajustada y se expresa en comportamientos altamente perturbados. Así, por ejemplo, en una persona que cada cierto lapso de tiempo (por ejemplo 6 meses) presenta algún tipo de descontrol conductual (por ejemplo, comportamiento violento), quienes conforman su entorno significativo no podrán evitar un incremento en la ansiedad experimentada a medida que se acerca el momento en el que supuestamente debería iniciarse la próxima crisis. Esa ansiedad puede no ser registrada por el entorno significativo, pero inevitablemente, y tal como hemos dicho, será transmitida al individuo, de manera no verbal, influyendo sobre su comportamiento y modificando la definición de la relación entre él y su contexto. Al cambiar la interacción, aunque sea sutilmente, el primero no podrá seguir comportándose del mismo modo. Su lectura de la ansiedad del entorno retroalimentará circuitos propiciatorios de un desenlace en el que el comportamiento descontrolado, temido, no deseado, pero a la vez esperado, será la única respuesta posible. El concepto antes reflotado de profecía autocumplidora cabe aquí perfectamente.

Así, la personalidad es un constructo, formado de relatos propios y ajenos, pero es también un potencial de conducta, que permanece como tal durante ciertos periodos. Es durante los periodos de estabilidad, en épocas en que el individuo se muestra tranquilo, entre dos crisis, donde ciertas claves sutiles en la interacción con los otros significativos juegan un papel crucial.

 

Conclusiones

La personalidad entendida como un constructo interaccional exige la búsqueda de conceptos centrales, abarcativos o moleculares, como una definición amplia que de cuenta de los diferentes elementos, pero también de otros molares, que sirvan para esclarecer relaciones específicas entre la interacción, la narrativa personal y el self. Entre estos elementos, formulados como observables de conducta, se destacan (a) los juicios propios y los del observador acerca de la personalidad del individuo (incluyendo su comportamiento y resultados), con el correspondiente impacto de unos y otros juicios en la interacción y las consecuencias del consenso o disenso en la interacción entre los juicios propios y ajenos acerca de la propia personalidad; (b) la narrativa personal, con los comportamientos autorreferidos y de autopresentación que la integran y que, en otro nivel de análisis, comprenden y exceden esos juicios; (c) las improntas relacionales; (d) los gatillos contextuales que las activan; y (e) las relaciones significativas proveedoras de reconocimiento y resentimiento que influyen sobre la posición del individuo en los sistemas a que pertenece, los cuales a su vez retroalimentan al self con una imagen más posibilitadora o imposibilitadora.

Se requieren futuras investigaciones en las que estos elementos mínimos, que han surgido de la confrontación de la experiencia clínica, sean puestos a consideración de un conjunto mayor de profesionales.

 

Notas de autor

1.Cabría preguntarse sobre las posibilidades de un intento de taxonomía para los gatillos contextuales, en un esfuerzo análogo a las dimensiones en que, en otro lugar, clasificamos a las improntas relacionales.

2. En el libro El presente de la historia (2021) desarrollamos estas dos variantes interaccionales, sus consecuencias para la pertenencia a los sistemas sociales –y eventualmente el cambio de sistema- y, paralelamente, el impacto para el self.

3.No podemos dejar de traer aquí al arqueólogo aludido por Hugo Hirsch en su generosa introducción a nuestro libro De crianzas y socializaciones (2017): "…buscar improntas supone para el terapeuta una especie de viaje arqueológico. Donde el ojo no entrenado ve sólo un conjunto de piedras, ruinas o artefactos dispersos, el arqueólogo reconoce, ordena, clasifica. Al mismo tiempo, cuando el material es demasiado abundante, y eso es lo que pasa con cualquier historia humana, tiene que seleccionar".

4.Un modelo interesante para pensar esta relación es el de stress-diátesis, de Zubin y Spring, citado en Anderson y otros (1988).

5.En el libro El presente de la historia (2021) desarrollamos ampliamente este punto en particular, y las consecuencias en la interacción y el self de los juicios de personalidad del entorno.

6.En términos de elementos cognitivos de la personalidad, George Kelly (1955) planteó el concepto fundacional de constructo personal. Desde su perspectiva, que dio lugar a desarrollos constructivistas sistémicos y cognitivos, las personas establecen constructos como un modo de adaptarse al ambiente y, en última instancia, sobrevivir. El ser humano, según Kelly, se parece a un científico que busca espontáneamente conocer su ambiente para poder predecirlo e intervenir sobre él. Entendidos así, los constructos personales pueden ser vistos como una "foto" en términos de lo que venimos desarrollando. Kelly, de hecho, en el contexto de la psicología de la personalidad de su tiempo, se ocupó de diferenciarlos del concepto de rasgo a fin de destacar el aspecto funcional (como opuesto a estructural) de su propuesta. Desde nuestra perspectiva, resulta necesario complementar esta visión estática indagando los procesos por los cuales una persona puede modificar su sistema de constructos.

 

Referencias

Anderson, C., Reiss, D. y Hogarty, G. (1988) Esquizofrenia y familia. Guía práctica de psicoeducación. Amorrortu.

Fernández Moya, J. y Richard, F. (2017) De crianzas y socializaciones. La impronta relacional en la evaluación clínica. Editorial de la Universidad del Aconcagua.

Fernández Moya, J. y Richard, F. (2018 a). La construcción de la personalidad desde una perspectiva interaccional: las improntas relacionales en la evaluación clínica. Enciclopedia Argentina de Salud Mental. Fundación Aiglé.

Fernández Moya, J. y Richard, F. (2018 b). El cambio en la personalidad desde una perspectiva interaccional. Enciclopedia Argentina de Salud Mental – 2da edición. Fundación Aiglé.

Fernández Moya, J. y Richard, F. (2021) El presente de la historia. De la impronta relacional a la construcción de la personalidad. Editorial de la Universidad del Aconcagua.

Fierro, A. (Comp.) (1996). Manual de psicología de la personalidad. Paidós.

Kelly, G. A. (1955). The psychology of personal constructs. Vol. 1. A theory of personality. W. W. Norton.

Tisminetzky , Mario (1997) La respuesta Sistémica-Cibernética-Constructiva a las situaciones de crisis en un servicio de Salud Mental de un Hospital General del Gran Buenos Aires. Perspectivas Sistémicas, 10, 48.

 

 
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