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Rasgos
Pareja, Personalidad, Psicoterapia de pareja
 

 
Personalidad y relaciones de pareja, perspectivas actuales
 
Lago, Adriana Elba
Centro para el Estudio de la Personalidad y las Relaciones Interpersonales (CEPRI)
Universidad Maimónides (UMAI)
Asociación Argentina de Terapia Cognitiva (AATC)
 

 

Introducción al tema de la personalidad

La personalidad se define como un conjunto relativamente estable de características que

determinan cómo piensan, sienten y actúan las personas. Se trata de un sistema complejo de procesos que interactúan con factores biológicos, sociales e interpersonales.

Podríamos pensar la personalidad como un proceso adaptativo que tiene como objetivo la supervivencia del individuo. Estamos programados para hacer continuos ajustes basados en el contexto para cumplir con las características de la demanda de cada situación en la que nos encontramos.

El desarrollo de la personalidad comienza cuando nacemos y continúa a lo largo de la vida, su funcionamiento es el resultado de tendencias biológicas que en interacción con el medio dan lugar las diferencias individuales (DeYung et al., 2010; McCrae et al., 2000, cit. en Ramos et al., 2021).

Desde la antigüedad las personas han tratado de explicar las diferencias entre los seres humanos y desarrollaron varias teorías. Entre los enfoques más actuales se pueden destacar tres: el enfoque de rasgos, el enfoque de la disposición afectiva y el enfoque de los sistemas motivacionales.

De acuerdo con el modelo de rasgos o de los cinco factores establecido por McCrae y Costa (1987), la personalidad se compone de cinco características principales: 1) apertura a la experiencia o la capacidad para ser creativos e intentar nuevas ideas, ser curiosos e imaginativos para conseguir nuevas oportunidades; 2) escrupulosidad o responsabilidad y autodisciplina, la capacidad para cumplir con las obligaciones, no solo para alcanzar nuestras metas, sino también ser confiables para los demás; 3) extroversión o la capacidad de ser sociables y disfrutar de la compañía de los otros; 4) amabilidad o la forma en que nos relacionamos con los demás de manera de tener en cuenta su bienestar y ser amables y considerados; y 5) neuroticismo o la estabilidad emocional que determina cómo regulamos las emociones para estar más calmados y experimentar menos ansiedad y cambios de ánimo.

Estas dimensiones de la personalidad tienen una gran influencia en todas las áreas de la vida, en la salud mental y en las relaciones interpersonales (De Graaf et al., 2002; Hettema et al., 2006; Krueger y Eaton, 2010; Parker et al., 2004, cit. en Nevins, 2020). También se ha demostrado que la personalidad es un factor importante en la percepción de bienestar (Lucas y Diener, 2009; Malouff et al., 2010; Steel et al., 2008; cit. en Nevins, 2020) y que los rasgos de personalidad también parecen estar muy relacionados con la salud (Lahey, 2009; Ozer y Benet-Martínez, 2006; Poppe et al., 2011; cit. en Nevins, 2020) y con la resiliencia, o la capacidad que tienen algunas personas a ser más resistentes a las enfermedades físicas (Smith, 2006). Se observó que una mayor responsabilidad se asocia con mejores resultados para la salud física (Hampson, 2012), a través de la influencia que tienen los buenos hábitos. Contrariamente, el vínculo entre el neuroticismo y la salud revela que una menor capacidad de regular las emociones predice un mayor riesgo de mortalidad, aunque mediado por factores sociodemográficos y de estilo de vida (Shipley et al., 2007). Con relación a la salud mental, los rasgos de personalidad están fuertemente relacionados con la psicopatología (Hettema et al., 2006; Kotov et al., 2010; Krueger y Tackett, 2006; Krueger y Eaton, 2010; Malouff et al., 2005) y los déficits en el funcionamiento social (Hengartner y Yamanaka-Altenstein, 2017), con más persistencia en aquellos sujetos que padecen un trastorno de la personalidad (Karukivi et al., 2017; Sanatinia et al., 2016; Yang et al., 2010). Por el contrario, cuando el funcionamiento general de la personalidad es adaptativo, es más probable que el individuo experimente una mayor estabilidad del humor, el pensamiento y el comportamiento, y que disfrute de estabilidad en las relaciones personales y en el trabajo (Livesley, 2007). También es más probable que la persona se sienta más eficaz y tenga una mejor autoestima, esté más satisfecho con su vida, mejore la capacidad de hacer frente de manera más efectiva a los estresores y tenga más probabilidades de ser resistente a los problemas emocionales y físicos en general.

Por su parte, y siguiendo con los modelos que dan cuenta de las dimensiones de la personalidad, el enfoque de la disposición afectiva identificó dos dimensiones emocionales que están conceptual y empíricamente relacionadas con la extraversión y el neuroticismo (Barlow et al., 2014): la afectividad positiva (AP) y la afectividad negativa (AN) (Russell, 1980; Watson y Tellegen, 1985). AP se refiere al grado de entusiasmo, actividad y alerta de un individuo y AN designa, por su parte, el nivel de malestar y molestia subjetiva. Varios autores han examinado la coincidencia entre la estructura de la personalidad y la estructura del afecto (Carver et al., 2000; Larsen y Ketelaar, 1991; Meyer y Shack, 1989), observando que el factor extraversión agrupa rasgos como sociabilidad, impulsividad, búsqueda de novedad, susceptibilidad al refuerzo y afectividad positiva y el factor neuroticismo abarca sensibilidad a la ansiedad, aprensión, labilidad emocional, susceptibilidad al castigo y a la frustración y afecto negativo (Meyer y Shack, 1989).

Por su parte, el enfoque de los sistemas motivacionales identificó dos dimensiones conceptualmente similares: una que facilita el comportamiento y produce afecto positivo, la motivación a la aproximación, y otra que inhibe el comportamiento y genera afecto negativo, la motivación a la evitación (Cacioppo y Berntson, 1994; Lang, 1995; Panksepp, 2004). Cada una de estas dimensiones podrían ser heredables y surgir en etapas tempranas del desarrollo para permanecer estables a lo largo de la vida, constituyendo así manifestaciones del temperamento (Clark y Watson, 2008; Eysenck, 2008; McCrae et al., 2000).

 

Personalidad y relaciones intra e interpersonales

Es ampliamente conocida la manera en que los otros significativos contribuyen a dar forma a nuestra personalidad a lo largo de la vida y cómo esto afecta el modo en cómo nos percibimos. En este sentido, Bradley Nevins (2020) en su libro Applying personality-informed treatment strategies to clinical practice: a theoretical and practical guide, dice que en las relaciones interpersonales se da un proceso bidireccional y recíproco, en donde los intercambios afectan las percepciones y las interacciones. La forma en que nos relacionamos con los demás impacta directamente la dinámica interaccional e implica participar en estilos que pueden ser positivos, validantes y constructivos, o negativos, invalidantes y destructivos. Para lograr que las personas puedan involucrarse en comportamientos interpersonales saludables y efectivos, deben tratar de comprender cómo piensan, sienten y se comportan los otros, esto implica involucrarse en un proceso empático que incluye imaginar cómo sería "ser la otra persona" o estar en su lugar (Nevins, 2020).

Desde el punto de vista intrapersonal, la relación con nosotros mismos pertenece a nuestro mundo interior y a cómo nos tratamos. Señala Nevins que son procesos bidireccionales automáticos e inconscientes que dan lugar a la percepción que tenemos de nosotros y cuán merecedores somos de la atención y del cuidado de los demás. Los orígenes de esta relación parten de las experiencias tempranas de la vida y de los mensajes verbales y no verbales que recibimos de los otros significativos. La internalización de estos mensajes da lugar a los modelos mentales del sí mismo y los demás, conforman nuestros patrones de personalidad, rasgos y estilos interpersonales. Así, las relaciones interpersonales e intrapersonales están intrincadamente ligadas y recíprocamente interrelacionadas, y nuestros estilos y rasgos de relación intrapersonal son análogos a la relación con los otros (Nevins, 2020).

 

Personalidad y relaciones íntimas

Los vínculos de pareja se encuentran entre las uniones más cercanas y valoradas por las personas (Neyer et al., , 2011). Igual que las otras dinámicas interpersonales, las relaciones íntimas comparten una asociación bidireccional con comunicaciones diádicas donde los mensajes de apoyo predicen una mayor o menor satisfacción (Farooqi, 2014) e influye en cómo afrontan los acontecimientos estresantes. El modelo de vulnerabilidad, estrés y adaptación de Karney y Bradbury (1995) supone una influencia indirecta de los rasgos de personalidad en las relaciones íntimas mediados por los acontecimientos estresantes y la capacidad de adaptación a los mismos. En este sentido se señaló que el neuroticismo se asociaba con más conflictos en las relaciones de pareja y un estilo de interacción más negativo, dando lugar a una mayor insatisfacción con la relación (Karney y Bradbury, 1997). En tanto, la relación entre neuroticismo y menor felicidad está mediada por la percepción de menor satisfacción en la relación, lo que predice una mayor inestabilidad conyugal y el divorcio (Kelly y Conley, 1987; Kurdek, 1993; Tucker et al., 1998; Karney y Bradbury,1997; cit. en Simpson et al., 2006). En el mismo sentido, los procesos de negociación y adaptación de la pareja, al ser dinámicos, podrían producir cambios en los rasgos de la personalidad de sus miembros (Neyer et al., 2014). Iniciar o mantener una relación de pareja podría generar un cambio en los rasgos, de modo que se estimulen aquellos que favorecen el vínculo y se inhiban los que lo ponen en riesgo (Finn et al., 2015; Lehnart et al., 2010; Wagner et al., 2015). Numerosos estudios establecieron que los rasgos de personalidad podrían predecir quién será feliz y quién no en una relación (Caughlin et al., 2000; Karney y Bradbury, 1997; Neyer y Asendorpf, 2001; Robins et al, 2000; Watson et al, 2000), y si bien nos encontramos con muchas investigaciones que señalan esta asociación, son escasas las investigaciones longitudinales de campo que podrían explicar estos efectos y establecer cuáles son las variables mediadoras y moderadoras (Mund et al., 2016).

 

Satisfacción con la relación y ajuste

A lo largo de la vida de una pareja el ajuste de la relación romántica es un proceso continuo y dinámico (Manyam y Junior, 2014). Puede conceptualizarse como la capacidad de

los miembros de la pareja para resolver problemas (Madathil y Benshoff, 2008), gestionar las tareas cotidianas (Spanier, 1976) y aceptar diferentes roles en función de las distintas tareas de cada etapa del ciclo vital (Umberson et al., 2005). Las investigaciones sobre ajuste marital revelan una variedad de factores que están relacionados con la percepción que tiene cada miembro de la pareja sobre la calidad de la relación en términos de consenso, satisfacción, cohesión y expresión afectiva (Olson, 2011; Virginia et al., 2000, cit. en Lampis et al., 2018). También las variables de personalidad pueden afectar directa o indirectamente al ajuste diádico (Lazaridès et al., 2010). En los últimos veinte años, un número considerable de estudios se han centrado en el papel de los rasgos de personalidad en la selección de pareja y en la predicción de la calidad de las relaciones románticas adultas (Gattis et al., 2004; Gerris et al., 2010; Kilmann, 2012; Lou y Klohnen, 2005; Malouff et al., 2010; Robins et al., 2000). Estas exploraciones han dado lugar a distintas líneas de investigación, una de las cuales se centra en la asociación entre la satisfacción relacional declarada por cada una de las partes y sus características de personalidad, mientras que la otra examina los vínculos entre las similitudes en los rasgos de personalidad y la satisfacción diádica (Luo y Klohnen, 2005; Malouff et al., 2010).

En la primera línea de investigación se observó que los individuos que afirmaban tener relaciones románticas menos satisfactorias también tendían a presentar rasgos de personalidad más altos en neuroticismo, afecto y emocionalidad negativos, y más bajos en extraversión, amabilidad, responsabilidad, afecto y emocionalidad positivos (Donnellan et al., 2004; Stroud et al., 2010; Watson et al., 2000).

Como decíamos, gran parte de la investigación que relaciona la personalidad con la satisfacción en las relaciones es transversal (Karney y Bradbury 1997), sin embargo, se podría pensar también que la experiencia de participar en una relación puede afectar a la personalidad. Establecer una relación romántica duradera y comprometida es una tarea que requiere ciertas habilidades que podrían ayudar a explicar el cambio de personalidad durante el periodo de la adultez temprana (Hutteman et al., 2014 cit. en South et al., 2016).

En el mismo sentido, los rasgos de personalidad rigen los estilos de comunicación, incluyendo las conductas de hablar y escuchar (Donnellan et al., 2004; Heaven et al., 2006; Villaume y Bodie, 2007), que son componentes críticos de la comunicación efectiva y la resolución de conflictos (Bodie et al., 2008; Canary y Spitzberg, 1989). El modelo de adaptación vulnerabilidad-estrés (Karney y Bradbury, 1995) sugiere que las diferencias en los rasgos de personalidad por su estabilidad influyen en cómo las parejas resuelven los conflictos, lo que a su vez repercute en la satisfacción y la estabilidad de la relación. Los rasgos de personalidad de los miembros de la pareja como la amabilidad, la responsabilidad, la extraversión y la apertura a la experiencia se han relacionado con aspectos como la satisfacción, la duración y la estabilidad (Weidmann et al., 2016) y las habilidades de resolución de conflictos que influyen en la satisfacción y la estabilidad de la relación (Christensen, 1988; Fitzpatrick y Noller, 1990; Fletcher, 2002; Gordon et al., 1999; Ridley et al., 2001; Schaap et al., 1988). Del mismo modo, la agradabilidad y la responsabilidad también han tenido efectos positivos en las parejas (Decuyper et al., 2012; Dyrenforth et al., 2010; Malouff et al., 2010; Schaffhuser et al., 2014) y el neuroticismo efectos contrarios (Bouchard et al., 1999; Donnellan et al., 2005; Karney y Bradbury, 1995; Kelly y Conley, 1987; Robins et al., 2000; Robins et al., 2002).

La relación entre personalidad y estilos de comunicación podría determinar la capacidad de negociación que, a su vez, tendría una influencia en la satisfacción y la estabilidad de la relación de pareja (Solomon y Jackson, 2014). Las parejas con mayores niveles de neuroticismo no sólo mostraron patrones de comunicación más negativos, sino también niveles significativamente más bajos de satisfacción y estabilidad en la relación a lo largo del tiempo (Donnellan et al., 2004), probablemente debido a la dificultad para la resolución de conflictos (Heaven et al., 2006), lo cual afectó la calidad de la relación (Fletcher, 2002).

Entonces, podemos concluir que: 1) las personalidades de los miembros de la parejas afectan significativamente no sólo a su propia satisfacción en la relación, sino también a la de sus compañeros (Dyrenforth et al., 2010); 2) los rasgos de personalidad predicen la satisfacción en las relaciones íntimas, transversal y longitudinalmente (Donnellan et al., 2004; Donnellan et al., 2005); y 3) los resultados se han observado cuando se evaluó la personalidad de uno u otro miembro de la pareja (Watson et al., 2000). También influyen en los estilos de comunicación, así como en la satisfacción y estabilidad de la relación a largo plazo y podrían ser moderadores entre la comunicación y la satisfacción (Christensen y Shenk, 1991; Fletcher, 2002).

¿Qué sería mejor para la pareja, tener personalidades similares o diferentes?

En el estudio de la conexión entre la similitud o la complementariedad de los rasgos de personalidad en la pareja y la satisfacción diádica (Orzeck y Lung, 2005 cit. en Lampis et al., 2018), los resultados han sido controversiales. Algunos estudios han encontrado correlaciones positivas entre una mayor similitud entre los miembros de la pareja y los niveles de ajuste en la relación (Kurdek, 1993; Luo y Klohnen, 2005; Nemechek y Olson 1999; Gonzaga et al., 2007; Gaunt, 2006; Kilmann, 2012 cit. en Lampis et al., 2018), y otros apoyaron la hipótesis de la complementariedad e indicaron que el ajuste está relacionado con diferentes niveles de rasgos específicos (Shiota y Levenson, 2007), mientras que algunos no han encontrado ninguna conexión significativa entre estos dos constructos (Gattis et al., 2004; Robins et al., 2000; Luo y Klohnen, 2005; Robins et al., 2000; Watson et al., 2004 cit. en Lampis et al., 2018). Por su parte, Lampis et al., (2018) indicaron que los estudios que analizaron las relaciones entre similitud o complementariedad, en general, no consideraron la edad de los miembros de la pareja o el tiempo que llevaba en su relación, que parecen ser moderadores de los efectos principales de esta variable (Shiota y Levenson, 2007 cit. en Lampis et al., 2018). En esta misma línea, Shiota y Levenson (2007) afirmaron que la perspectiva del curso vital puede ser una herramienta muy útil para comprender mejor el papel de la similitud o diferencias de personalidad en las relaciones de pareja. Entre las parejas jóvenes, durante los primeros años de matrimonio, el desarrollo de una vida compartida, la definición de normas y papeles y la transición a la paternidad son cuestiones fundamentales (Murray et al., 1996; Pasch y Bradbury, 1998), y la similitud de personalidad puede fomentar los sentimientos de intimidad y apego (Kurdek, 1991) y es posible que ayude a aumentar la sensación de equidad en la contribución al matrimonio (Shiota y Levenson, 2007). Durante la mitad de la vida, que para la mayoría de las parejas se produce a los 10-20 años de casados (Shiota y Levenson, 2007), las crecientes exigencias de los roles de la vida familiar y laboral, que implican las finanzas, la crianza y/o el proceso de individuación de los hijos, las responsabilidades del hogar y del trabajo, entre otras cosas, pueden generar áreas de conflicto y tensión (Moen et al., 2001). Las parejas de mediana edad tienden a estar más en desacuerdo que las parejas nuevas y las de más edad sobre las finanzas y las responsabilidades domésticas y sobre cómo emplear el tiempo libre (Hatch y Bulcroft, 2004; Levenson et al., 1993). De allí que los autores hipotetizaron que, durante el período de mediana edad, la similitud de personalidad podría convertirse en una desventaja para la pareja (Shiota y Levenson, 2007). Durante esta fase específica del ciclo vital, uno de los principales desafíos para la pareja es el equilibrio entre las responsabilidades individuales y las compartidas, y la creciente tensión asociada a este momento vital podría gestionarse más fácil y eficazmente por parejas con rasgos de personalidad diferentes, que pueden dividirse las tareas, en lugar de competir entre sí en ámbitos de rendimiento similares (Moen et al., 2001). Al contrario, y después de 25 o más años de matrimonio, muchas de las responsabilidades tan frecuentes en la mediana edad han disminuido, y la intimidad vuelve a ser un tema central como lo fue al comienzo (Bouchard et al., 2005; Shiota y Levenson, 2007). La salida de los hijos del hogar y la jubilación aumenta la cantidad de tiempo que las parejas pasan juntas. En esta etapa, las parejas son menos conflictivas, con menos desacuerdos (Hatch y Bulcroft, 2004; Levenson et al., 1993) y tienden a mostrar más niveles de expresividad emocional positiva y un comportamiento más afectuoso durante las discusiones o desacuerdos (Hatch y Bulcroft, 2004; Levenson et al., 1993). Por lo tanto, en esta etapa, nuevamente la similitud de personalidad puede dar lugar a menos motivos de conflicto que en la mediana edad (Shiota y Levenson, 2007).

En conclusión: 1) la similitud de personalidad podría tener distintas implicaciones para los matrimonios en cada una de estas etapas, podría ser útil para las parejas de jóvenes, ya que mejora la sensación de intimidad, contribuye a la percepción de equilibrio y equidad en la relación y facilita el desarrollo de actividades y objetivos compartidos (Kurdek, 1991; Murray et al., 1996; Pasch y Bradbury, 1998 cit. en Lampis et al., 2018); 2) del mismo modo, puede ser útil para que las parejas mayores puedan negociar un nuevo sentido de intimidad y compartir nuevos aspectos de su vida cotidiana (Shiota y Levenson, 2007); 3) pero podría no serlo para que las parejas de mediana edad desarrollen un sentido de equipo en la gestión de sus tareas de desarrollo personal y relacional (Moen et al., 2001 cit. en Lampis et al., 2018).

 

Las dinámicas disfuncionales en la resolución de conflictos

Simpson y colaboradores (2006), para analizar la influencia de la personalidad en las relaciones íntimas y sobre la base de la Teoría Neuropsicológica de la Personalidad de Gray (1970), proponen tener en cuenta que ciertos rasgos de personalidad pueden ser marcadores de dos sistemas de base biológica que regulan las percepciones y el comportamiento en distintos contextos sociales: 1) el sistema de activación o de aproximación conductual, y 2) un sistema de inhibición o evitación conductual. Estos marcadores darían lugar a lo que llamó la motivación a la aproximación (BAS, Behavioral Activation System, su nombre en inglés) y la motivación a la inhibición (BIS, Behavioral Inhibition System, su nombre en inglés).

La extroversión, la emocionalidad positiva y el BAS darían lugar a un temperamento de aproximación (Elliot y Thrash, 2002) y la emocionalidad negativa y el BIS darían lugar a un temperamento de evitación (Carver et al., 2000; Gable et al., 2003).

Entonces, y en función del enfoque de los sistemas motivacionales: 1) el temperamento de aproximación capta la sensibilidad general de un individuo a los estímulos potencialmente gratificantes reales o imaginarios y se asocia con rasgos más sociables, extrovertidos impulsivos y optimistas con elevado afecto positivo, tendientes a una mayor satisfacción cuando creen que recibirán recompensas por su desempeño (Carver y White, 1994); y 2) la dimensión de temperamento de evitación, por lo contrario, refleja la sensibilidad de un individuo a estímulos negativos o aversivos reales o imaginarios, donde las personas están cognitivamente alertas, reaccionan emocionalmente y evitan o se alejan de situaciones potencialmente punitivas, por lo que tienen características de ansiedad, inestabilidad emocional y afecto negativo exacerbado, amplificando la sensibilidad para detectar estímulos amenazantes (Derriberry y Reed, 1994). Estos procesos que regulan la afiliación y la intimidad podrían ser diferentes a los que regulan las reacciones a los acontecimientos negativos (Gable y Reis, 2001). La tendencia a la extroversión, el afecto positivo y la necesidad de mayor cercanía parecen estar mediados por la forma en que las personas con estas características manejan los conflictos interpersonales, utilizando menos estrategias de evitación cuando interactúan con las tácticas de respuestas pasivo-agresivas o de retiro de sus parejas. Si bien con estas tácticas buscan la resolución del problema, intensifican la escalada y se exponen a la posibilidad de sufrir violencia (Gable et al., 2000). En el mismo sentido, Côté y Moskowitz (1998) indicaron que las personas con intensa desregulación, mayor AN y mayor irritabilidad, más inseguras en sus relaciones, sufren un déficit en el ajuste marital cuando están en relaciones problemáticas con personas con una menor cercanía emocional que padecen también AN y utilizan estrategias de evitación que, si bien son útiles para disipar la angustia a corto plazo, afectan la resolución de problemas y perpetúan las interacciones conflictivas. Ayduk y colaboradores (2003) determinaron que las personas con temperamento de evitación suelen tener mayor sensibilidad al rechazo, utilizan formas más encubiertas de afrontamiento negativo y cuando perciben la posibilidad de distanciamiento de su pareja expresan su hostilidad mostrándose fríos y distantes.

 

Conclusiones

Hemos realizado una revisión selectiva pero representativa de la relación entre personalidad y relaciones de pareja. Encontramos que las investigaciones mostraron una interacción recíproca entre personalidad y relaciones íntimas, tanto en las investigaciones que incluyeron los rasgos, como las investigaciones que incluyeron la dimensión del afecto y los sistemas motivacionales.

A lo largo de la vida las parejas se van a enfrentar con distintas situaciones que les exigirán adaptarse. A esta capacidad se la llama "ajuste" y está relacionada de manera recíproca con la percepción de satisfacción con la relación misma. Una mayor satisfacción estimula la capacidad de ajuste y un ajuste exitoso da lugar a la percepción de satisfacción. Las preguntas que nos guiaron a lo largo de este artículo fueron: ¿Qué factores contribuyen a la pérdida de esta capacidad? ¿Por qué las situaciones que unen a algunas parejas pueden separar a otras? ¿A qué factores deberíamos prestar más atención los terapeutas que trabajamos con parejas?

La mayoría de los modelos teóricos de terapia de pareja señalaron que es la dinámica de interacción entre los miembros de la pareja la responsable de la percepción de satisfacción; si esta dinámica se vuelve nociva, los miembros de la pareja buscan como objetivo ganar la discusión y pierden de vista la resolución de los desacuerdos. Las parejas que están tomadas por esta interacción ven cada vez menos posibilidades de mejorar y salir adelante, aumentando el espiral negativo que incrementa las conductas desadaptativas y persevera los rasgos problemáticos.

Decíamos antes que la percepción de satisfacción con la pareja podría estar asociada a la capacidad para realizar ajustes permanentes frente a los estresores, entre los que también se encuentran los modos disfuncionales en que las parejas dirimen sus diferencias. Estas modalidades podrían estar afectadas por las características de personalidad de los sujetos que forman la díada y retroalimentarse con estas dinámicas.

Cuando la resolución disfuncional del conflicto aumenta la AN y la desregulación emocional, la motivación a la aproximación de uno de los miembros de la pareja que busca la cercanía aumenta las conductas evitativas del otro, sustentadas en el aumento de la sensibilidad al rechazo y la motivación a evitar el peligro. Es entonces que se vuelve frío y distante, este estilo autoprotector da lugar a un pesimismo defensivo que evita la confrontación y se centra en la vigilancia, lo que aumenta las emociones negativas, impide la resolución de los problemas y hace que el compañero responda buscando aún más aproximación. Atrapados en círculos negativos que aumentan el AN y centrados en los aspectos negativos del otro y de la relación, aumentan la insatisfacción, favorecen la escalada y sostiene la danza del perseguidor-evitador que tan bien ha descrito la Terapia Focalizada en la Emoción (TEF, por su nombre en inglés) (Johnson y Greenberg, 1985).

Para tener relaciones íntimas más sanas es necesario involucrarse de una manera tal que permita que el otro se sienta apoyado, seguro y cuidado. Tomar tales decisiones requiere conciencia de cómo uno interactúa habitualmente con el otro, y luego ejercer una disposición y flexibilidad tal que nos permita ser razonables y estratégicos. Este proceso es logrado a través de suficiente atención, intencionalidad y tiempo y será favorecido por características de personalidad que puedan ser flexibilizadas según las circunstancias.

 

Referencias

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10ma Edición - Junio 2023
 

 
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