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Psicoanálisis
Freud, Historia
 

 
Freud: Psicopatología de su vida cotidiana
 
Rossi, Lucía
Universidad de Buenos Aires (UBA)
 
Freijo Becchero, Fedra S.
Universidad de Buenos Aires (UBA)
 

 

Introducción

A 80 años del fallecimiento de Sigmund Freud, se plantea como objetivo de este artículo aportar a la reflexión sobre la vida de este autor que revolucionó el pensamiento psicológico de su época, pero aportando una óptica distinta para el análisis. Tomando los aportes de Philippe Ariés (1991), se presentará el análisis realizado sobre los testimonios personales de Paula Fichtl que han quedado registrados en el texto: “La vida cotidiana de Freud y su Familia. Recuerdo de Paula Fichtl “. De esta manera, el acceso al testimonio de quien fuera su ama de llaves, nos aporta una perspectiva doméstica de la vida diaria de los Freud. Esta fuente, tomada como documento histórico por su significatividad en sí misma, nos permite acceder a detalles inesperados y sorprendentes que retratan la cotidianeidad de Freud desde una perspectiva nueva, no implicada ni desde la teoría ni desde su decurso institucional. Una mirada que lo aborda desde la intimidad de lo particular, desde el interior de su vida privada.

El término Privé o privée, cuando esta palabra se dice de las personas, significa también familier. La definición marca claramente la conexión que existe entre la familiaridad y el concepto de privado; se entiende en este sentido que lo que crea lo privado es sobre todo la elección de relaciones en las que se puede llevar una existencia. La familia se convierte, de esta manera, en el ámbito por excelencia de lo privado y se identifica con un espacio propio y específico que es la vivienda doméstica (Ariés, Duby; 1991).

En análisis realizado se focaliza en la puntualización de detalles que enhebran frases, miradas, secuencias; que iluminan momentos y que esbozan desenlaces no dichos. Una aproximación tentativa que apunta a captar y retratar momentos de la cotidianeidad de la familia de los Freud. Resaltarán entre ellos el reparto de los tiempos y el espacio; la yuxtaposición del espacio de trabajo y el hogar; como así también de las conductas profesionales y los comportamientos familiares. Se plantea un trabajo de análisis que recae sobre la dimensión humana “del Profesor”, desde la mirada y los recuerdos de un otro que lo venera con admiración y que se constituye como guardián de esa intimidad. Alguien del entorno próximo inmediato, “casi de la familia”. Para Paula Flicht, su “vida” es la de esa familia, es partícipe y responsable de “atenderlos”, hace suya la intimidad del grupo. De sus memorias resaltan los relatos sobre las comidas, el cuidado de la ropa, el lugar de las mascotas, el ritual del desayuno, las pausas para la siesta, el lugar de los pequeños, el afianzamiento de las costumbres. Múltiples frases aparecen bajo el tamiz ingenuo de su relato y sus apreciaciones. Esboza una red de obviedades mínimas que hablan mostrando cómo vivieron, cuál fue el decurso y vicisitudes que atravesó ese grupo íntimo en un determinado periodo de su existencia; y cómo ella va consolidando (desde su invisibilidad) una posición subjetiva admirable y reconocida como quien inadvertidamente hereda las respuestas a muchas preguntas.

 

Paula Fichtl

Paula nace en Austria en 1902 y trabaja 37 años con la familia Freud como ama de llaves. Emigra con los Freud a Londres en 1938 al ser invitada y dando muestras de lealtad y afecto incondicional. El autor, Detlef Berthelsen la visita en 20 de Marsfield Gardens de Londres y en las meriendas compartidas inician un diálogo en el que Paula cuenta su vida con la familia. Aparece Freud en el centro de una familia que es un grupo de mujeres. Cada una cumple un rol, a veces compiten y otras se complementan. Sus miradas, comentan diversos matices de un Freud que se nos presenta como inédito: patrón, anfitrión, esposo, coleccionista, analista, profesor, inesperadamente furioso, inesperadamente goloso; y muy sufrido también.

El 15 de julio de 1929, Paula comienza a trabajar en Bergstrasse 19 con otras dos empleadas. En la casa viven el “Señor Profesor” Freud. “El Señor Profesor” ya era un anciano encorvado de barba blanca cuando Paula comienza a trabajar para la familia. “Habla poco y en voz baja”. Martha, la esposa, es recordada como “callada, auténtica ama de casa de 68 años”; la tía Minna (hermana de Martha) se presenta “firme, resuelta y posesiva, alegre, dicharachera”; la hija Anna, “la señora profesora” es quien la contrata oficialmente por recomendación de su amiga americana Dorothy Burlingham – ya que por años había cuidado a sus hijos y era quien habitaba en el piso superior de Bergstrasse, aparte de ser paciente de Freud. Anna, tiene su dormitorio y su consulta en la casa. La recuerda muy interesada por los niños.

La familia Freud vivía ahí desde 1892. A partir de 1907 la familia anexa alquila el ala izquierda y es ahí cuando la hermana de Freud, Rosa, se muda. La casa dispone de un total de 17 habitaciones. El barrio lo describe como ni académico, ni intelectual universitario (como hubiera preferido Martha), ni el de las distinguidas casas vienesas con jardín. Tiene comercios- carnicería y un mercado itinerante de cosas usadas y antigüedades.

 

Freud y sus lugares

Ni bien comienza a trabajar, la familia veranea en Berchtesgarden en “Haus Scheneewinkel”. Paula y sus hermanas quedan a cargo de la casa, ya que Ana ha sido invitada a una conferencia en Oxford. Paula describe la sala de espera llena de alfombras persas que cubren el suelo, el diván y las paredes; una estufa y un profundo sillón de felpa –“con almohadones con fundas de lino limpio” y “un montón de hombrecillos calvos y medio desnudos; y uno con cabeza de perro” (estatuillas griegas, egipcias y romanas). Una puerta disimulada conecta del consultorio al pasillo sin pasar por la sala de espera. “El despacho del profesor parece un museo”. Vitrinas, vasijas, cuencos, máscaras. Había que limpiarlos cuidadosamente. En las paredes fotos de mujeres dice Paula: Lou Andreas Salome; Marie Bonaparte, Yvette Guilbert, la bailarina cantante de Toulousse Lautrec. Mujeres hermosas. Su mujer no. También Wolf el perro de Anna. Una colección de encendedores que habían sido regalados en la vitrina- no usados porque Freud prefería las cerillas, colección que con la mudanza desapareció.

La Sala de estar, estaba “animada” con mantas de lana en los sillones y una mesita con un teléfono, cuyo número era: A18170. Freud era renuente a atender el teléfono- porque no le gustaba hablar sin mirar el rostro de la persona- lo delegaba en Minna, quien a veces respondía como “la señora Freud”. De Anna dice “Permanece trabajando hasta entrada la noche ante el escritorio de su despacho”. Paula limpia el despacho de Freud cada mañana, impregnado de humo, abría las ventanas para ventilarlo.

La cotidianeidad de la casa estaba organizada alrededor del trabajo del Profesor, con especial atención a los cuidados para atenuar las molestias de la enfermedad. El cáncer aparece a los 62. Se somete a 31 operaciones y a una prótesis muy dolorosa. Una nueva prótesis confeccionada por el dolor Dr. Schroeder del Hospital Tegel de Berlín en septiembre de 1923 le mejora la salud y el estado de agotamiento a los 72. Freud atiende 5 pacientes por día y cobra el equivalente a 25 dólares la sesión en efectivo. Se suman ingresos por derechos de autor.

Como los pacientes llegan muy nerviosos, Paula los invita con algo de comida antes de entrar. Cuando un paciente le comenta esto a Freud, él la reta y ella contesta: “Es una cosa (la consulta) que fatiga a los señores” (los estresa diríamos hoy). A veces con visitantes atractivas, “el Señor quedaba con mejillas coloradas y no se levantaba del sillón”, entre ellas está Muriel Gardiner, amiga y espía. Paula refiere un paciente extraño, ruso (el Hombre de los lobos), escritores- Thomas Mann, con quien discutían de “puros”- científicos y artistas. Se accede a su ámbito por análisis o encuentros y discusiones teóricas. Anna traía a sus amigas. Había un caso excepcional: un Astrólogo que se presentaba como psicoanalista “que le escribe al menos 100 cartas” y al que Freud nunca recibe. En una oportunidad Peter se disfraza y entra intempestivamente al consultorio en broma. Freud se pone furioso.

A medida que el movimiento va creciendo, más se activa el filtro: expulsa infieles o adopta nuevos seguidores. El psicoanálisis fascina a la vanguardia intelectual europea: Marie Bonaparte, princesa casada con el príncipe de Grecia es adepta. Considera a Paula “la doncella, mayordomo y persona de confianza del Profesor”.

 

El día

La mañana, a las 6.30 am, Paula se levanta a encender el calentador del baño del matrimonio para el baño diario a las 7 am. A la mañana, Martha le prepara el baño, lo ayuda a vestirse. La limpieza y colocación de la prótesis es de Anna. El peluquero a domicilio le recorta la barba y el pelo a diario al profesor- por un chelín diario, previo al desayuno que es a las 9 am. Freud se preocupaba por una apariencia esmerada.

La ropa: hay que airear diariamente los trajes en la ventana por el fuerte olor a tabaco. Los bolsillos de los pantalones debían ser reparados a diario. Se esmeraban- relata- en planchar las camisas de algodón y las prendas de lino de los almohadones. Los impecables manteles eran vigilados minuciosamente por la Profesora (Anna).

El almuerzo: a la una la familia se reúne a almorzar. “Freud no hablaba. Le costaba comer”. Prefería la sopa de verduras y el helado casero de vainilla en verano, tampoco tomaba vino por las digestiones difíciles.

La tarde: se retira a una breve siesta en el diván de su consulta, para luego proseguir en el estudio con sus manuscritos hasta las 3.30 pm en que se sirve café con pastas (masas) a cada miembro de la familia en su habitación. Si en vez de siesta, pasea, su cuñada Minna lo acompaña, luego Anna. Trabaja hasta las 7 pm, hora de la cena.

El ocio compartido: los sábados juega al Torok con su cuñada Minna de compañera y otros familiares y amigos. Leía novelas, las policiales eran sus preferidas: Chesterton, Agatha Christie y Sherlock Holmes, habituales en su mesita de luz. Martha prefería imágenes de Ludwig.

Su mascota Joffie, el chouchou que le regala Dorothy Burlingham, es su favorito. En realidad, es una perra. Acompaña a Freud en la consulta y en su escritorio. Consideraba decisiva su opinión sobre las visitas.

El matrimonio Freud: de noche Martha lo apronta “le cuida como un niño”. “El matrimonio es pacífico, tranquilo, no necesariamente feliz”, dice Paula. Freud solo conversa con su cuñada y con su hija.

No hay música, pero si flores. No se escucha música: ni fonógrafo, ni valses en la casa, tampoco le interesa la ópera. La considera “una distracción pesada”. Si, adora las flores. Freud es la medida de todas las cosas.

El veraneo: a partir de la pascua, las vacaciones de 1932 duran todo el verano y constituyen una mudanza: “Toda una expedición” que exige embalar estatuillas, cientos de libros y ropa- muda no solo sus escenarios cotidianos, sino que traslada a pacientes y amigos: un ala del palacete de la residencia, se destina a alojar a “varios pacientes fijos” y amigos, como Marie Bonaparte, un escultor yugoeslavo, Ernst Jones y su hijo.

Los ventanales amplios y ventilados dan a los jardines. Se baña la perra cada vez que se escapa al jardín. Es intocable, aunque ni Martha ni Anna le tengan simpatía.

Algunos hábitos compartidos: a Freud le agrada juntar hongos en el bosque con su canastita. Él festeja que Paula coleccione las estampillas de su correspondencia ya que ambos comparten la complicidad de una fuerte afición a coleccionar. Cada pieza nueva es un acontecimiento: Freud acaricia y estudia el lugar en que será situada. Cuando los inviernos arrecian- Freud, por la escasa salud se declara “bajo arresto domiciliario” -deja de subir escaleras y de dar paseos, circunstancia en la que Paula sale a comprarle los 20 puros diarios, el Manchester Guardian y a pasear al perro.

 

Paula y la familia Freud:

Paula, asistente de la cotidianeidad del Profesor, se convierte en imprescindible: le prepara el sillón de consulta, su “lugarcito”, con almohada y mantas de lana. Con el tiempo, aprende a manejar la biblioteca de Freud. Limpia las antigüedades y estatuillas. Regula las entradas y salidas de pacientes y visitas.

Paula tiene apego a Martha: admira su autodominio, su orden ahorrativo en lo doméstico. La describe como poco comunicativa y expresiva, aquejada de jaquecas intensas y frecuentes.

Los almuerzos del domingo permiten a Paula conocer a Matilde y su familia, al marido de Sofie, el fotógrafo de Hamburgo- quien lo fotografía. Con él y su editor, Freud pone “adusta cara de foto”. Con sus hijos también es formal y solo con sus nietos es sonriente y cariñoso.

Dorothy (hija del magnate americano Tiffany) - la amiga de Anna que vive en el piso superior, y se analiza con Freud, comenta de Paula: “emerger de las profundidades del inconsciente con el aroma del Guglhupf de Paula es una agradable vuelta a la realidad” su preparación es perfecta y redonda. Paula aprende repostería en la cocina de la Condesa de Blame, su especialidad, verdadero intercambio que genera afabilidad y bienestar.

Paula, está tan integrada a la familia que considera la Bergstrasse su segundo hogar y a los Freud su familia. Anna y Marie Bonaparte la invitan a Salzburgo y en agosto del 34 parten en su Bentley con chofer. Al pasar por Gigl su pueblo natal, es recibida como persona importante (se presentan ataviadas como viajeras exóticas con trench, cascos y viseras).

 

Las mujeres de la familia:

La tía Minna, cuñada de Freud, hermana de Martha, le compite a Paula: abunda en críticas, “se enfada de nada, me ignora y me rebaja” se queja Paula a Anna: “Celos por el trato afectuoso y amable del Profesor” contesta Anna quien “de la corte de Freud es la que goza de ser escuchada”. Con el tiempo es quien sustituye a la madre en los cuidados de Freud y a su tía en su acompañamiento social y los paseos.

Los Freud le dan a Paula una “existencia estable y dignidad personal”. Eficaz cuando atiende la puerta y conduce personas importantes a la sala de espera y de allí al consultorio, previa consulta a Freud en su Despacho.

 

La cocina, regalos y gustos:

No comida kosher. Su preferida, la de su familia de origen, la rural checa. Freud le regala a Martha un Manual de la Escuela de cocina alemana editado en Praga, con recetas de su madre. En 1933 Freud compra otro manual de cocina internacional. Paula lleva a ambos escondidos en su equipaje cuando emigran. En ellos iban anotados en manuscritos otras recetas de Bohemia y golosinas de moda en Viena. En 1903 contratan a una cocinera checa Frau Bader quien trabaja hasta 1939. Cuando Paula toma la cocina, la comida es blanda por la enfermedad del “profesor” que ya no podía masticar bien, hervida, “Dieta de postres”: helado de vainilla en verano e invierno. Freud tiene predilección por los nockerls estilo Salzburgo; los guglhupf y los soufflés ligeros y cremosos al gusto de Marie Bonaparte.

En Londres, por la guerra, se cocinaba sin huevos, poca azúcar y apenas grasa- dieta magra. Ya muy enfermo Freud pedía unos huevos fritos en pan a la una de la mañana, apenas probaba un par de bocados. Freud regala monedas para Navidad – que festeja con un pavo; y champagne y caviar para año nuevo. El caviar le encanta y lo espera ansioso como regalo, ya que Martha por ahorrativa no se lo provee. Martha no recibe ni regalos ni festejos.

 

La ocupación nazi de Austria:

Con la ocupación nazi de Austria, Freud escribe furioso “finis Austria”. Entre 1933 y 1936 se crea la Sociedad Médica Alemana de Psicoterapia y Ana crea alas Jackson Nurseries. Freud cumple 82 años el 5 de mayos del 1938. El peligro se advierte y Freud no quiere abandonar Viena. Será menester un laborioso trabajo de Marie Bonaparte y Ernest Jones de un día entero de conversaciones para convencerlo. Las violentas visitas de la Gestapo, una informal y dos formales en las que despojan a Martha del dinero diario y de la caja fuerte. Finalmente, cuando Freud decide irse, la Gestapo exige “un impuesto para desertar del Reich”.

La salida: elige residir en Inglaterra. Jones se encarga de los papeles de residencia, su hijo de la vivienda. Los papeles, libre deuda y pasaportes tardan meses. Embalan muebles y pertenencias, se hace una selección de libros. Marie Bonaparte, paga las deudas que la Gestapo dice que deben de la imprenta. Los últimos días un fotógrafo retrata la casa y a las tres familias: la su hija Matilde, la de su hijo mayor y la de su hermano que parten antes. Freud le pregunta a Paula si los acompaña. Ella asiente. Anna reserva dos compartimientos en el tren Oriente Express Viena- París.

La última noche cenan en silencio. Desayunan al día siguiente y a las 2.30 pm parten en dos taxis. Cuando pasan por Salzburgo la familia de Paula los despide en la estación. Los Freud están muy tensos. Se relajan recién cuando pasan la frontera a Francia “Ahora somos libres”- recuerda Paula que dice Freud.

Llegan a la mañana a la Gare del Est en París en donde los espera Marie Bonaparte con Jones y su hijo. Eluden el periodismo y los flashes. A Freud se lo ve anciano y pobre. Con sus vestimentas austeras. Parten en taxis a la casa de Marie Bonaparte con los Bentley y Rolls a su mansión en Saint Cloud. Descansan, cenan ostras y a las 10.30 pm parten a Callais al Ferry que los lleva a Dover.

Llegan excitados a Londres donde nuevamente deben eludir al periodismo. Parten en taxis hacia la casa de Elsworthy Road con vistas a los jardines del Regent Park- la casa que Ernst Freud, “el arquitecto”, ha rentado. Les resulta simpático el cottage inglés de ladrillo con jardín. Cientos de cartas y flores les dan la bienvenida. Un detalle perturbador para Freud: sanidad le retiene el perro en cuarentena. “Demos gracias al Furher que nos haya obligado a emigrar a este lugar”. También recibe a su sobrino, hijo de un hermanastro del padre de Freud, Samuel Freud, después de casi 20 años.

A las semanas Freud retorna a sus actividades habituales de escribir sus manuscritos en su escritorio. Se busca una vivienda definitiva en el barrio de Hampsted. Ya dispone de sus bienes que llegan vía Suiza, pero deciden esperar para la mudanza. La llegada del mobiliario, los libros y las estatuas (con el miedo de que se las hayan incautado los nazis y sin las cuales Freud se siente perdido). Llegan a mediados de agosto. En septiembre (a tres meses de la llegada) se pasan a un hotel elegante: el Esplanade, actual Collonades.

 

Internación y mudanza definitiva:

Cuando el Dr. Schur lo examina constata una nueva úlcera cancerosa, es hospitalizado en London Clinic para una cirugía maxilar. La familia se muda a Marefield Gardens 20. El barrio, según estima Paula, es tranquilo y de casas con jardines. La casa es blanca, de 10 habitaciones, jardín y amplio parque con árboles.

Se instala un ascensor o lift para subir a Freud a su habitación y a Minna, gravemente enferma. Las habitaciones son amplias, espaciosas, ventiladas. El consultorio de Freud (por decisión de Martha) da al Jardín. Las habitaciones del profesor, el consultorio, el estudio, la sala de espera son arregladas por Paula, exactamente como en Viena: las alfombras persas, el escritorio, las estatuillas, la biblioteca. Freud le agradece que: “todo vuelve a estar en su sitio menos yo”.

Freud regresa 3 semanas después de la operación número 31. Su aspecto demacrado, debilitado, preocupa extremadamente a Paula: “Apenas podía hablar”.

En noviembre retoma la atención de 4 pacientes. Recibe visitas: Stephen Zweig con Dalí, Virginia Woof; G. H. Wells y nuevamente al hombre de los Lobos, Sergei Pankejeff. En lo cotidiano, regresa su mascota. Paula comienza a cocinar, ante el requerimiento de comida vienesa. Ha llegado la vajilla. Freud desayuna tarta con huevos, almuerza carne y verduras, solo, en su estudio, no quiere ser visto comer por la familia. Se ha vuelto muy popular en Londres. “El señor profesor no cree en nada”-asienta Paula, ni festividades ni comida judía.

 

El ocaso:

Dos cancerólogos son consultados y consideran delicada su situación. El cáncer ya no es operable. Freud recibe el diagnóstico con la misma calma con que ha soportado su enfermedad: “sin quejarse nunca”; sin calmantes. Sólo al final cuatro aspirinas por día. Continúa escribiendo y recibiendo pacientes. “Apenas se le entiende”. El perro le rehúye por el foco abierto. Cuando atiende se recuesta en una cama desde donde ve el jardín y uno de sus hijos le instala una mecedora americana en la terraza.

Los últimos días Anna duerme con él en el consultorio. A veces se despierta y quiere comer a las 2 am. Paula inmediatamente le hace pan tierno con huevos. Ambas lo cuidan. Apenas come.

El domingo 3 de septiembre a las 11 am la radio anuncia la declaración de guerra del Reich a Inglaterra. La familia se halla reunida escuchando la radio. Se aterrorizan con la primera alarma.

El estado de Freud empeora. Schur le ha prometido ayudarlo cuando “su estado resulte imposible de soportar”. Le da una dosis de morfina y parte a EEUU. Josefine Stross continúa los cuidados. Las mismas cuatro mujeres que lo acompañaron en el tren. Freud dormita, permanece inconsciente y 36 horas después, a las 3 am, muere. Velan sus cenizas tres días después contrariando el rito judío.

 

La vida de los Freud después de su partida:

Después de su muerte, Paula continúa con la rutina: limpieza y atención de los perros. Hace las compras, prepara la comida. Atiende a Minna muy enferma. Martha no sale de su habitación. La nueva cabeza de la familia es Anna: “La Señorita Profesora” por identificación con él (aunque nunca haya ido a la universidad), como muestran su escritura y hasta su firma, administra la herencia de su padre tanto material como intelectual. Revisa miles de cartas, se ocupa de la edición de las obras completas y planea un seminario de formación. Dorothy Burlingham se ha establecido en una vivienda próxima en la misma calle. Juntas planean una War Nursery- para niños separados de sus padres por la guerra. Adquiere fama de científica mundial con su original aporte del psicoanálisis de niños: sostiene que los niños sufren trastornos psíquicos y pueden ser analizables.

Anna cada vez más ausente, absorbida por la clínica y sus amigas Dorothy y Jula Weiss (su administradora). Tratan infructuosamente de desplazar a Paula quien se encarga de la casa, la madre y su tía: contratan de ayudantes a dos hermanas inglesas y una austríaca.

 

Paula: extranjera hostil:

Los eventos de la guerra van convirtiendo a Paula en una extranjera hostil. En su permiso de residencia figura una B: lealtad dudosa. Esto implica que debe comparecer ante un tribunal y ser interrogada, por lo que queda con movilidad restringida. El 12 de mayo de 1940 el Ministerio del Interior – ordena a Scotland Yard internarla en una cárcel de mujeres. En mayo las transladan desde Liverpool en un vapor belga a Douglas en la isla de Man. Las cartas de reclamo- son infructuosas. Miles de mujeres son destinadas a Port Eris al Camp Rushen- campo de internamiento, situado en un país celta, con dialecto propio. La prensa comenta que las “enemy alien” están de “vacaciones veraneando”.

Las cartas de Anna delatan que la casa ha quedado abandonada y el auto que había comprado es donado a los bomberos. Lejos en su exilio, Paula, organiza domésticamente el Hotel Imperial con sus ciento veinte habitantes, se dedica a la cocina y toma cursos de inglés y teje. Comienza un trabajo cuidando dos niños en la c asa de una familia inglesa. Ernst Freud también es internado en la isla de Mann. Walter Freud es deportado a Australia. Se les paga 10 peniques diarios. Comienzan los bombardeos y a liberar gente de los campos. Martín Freud internado en un campo, se ofrece como voluntario para desescombrar. Alexander Freud emigra a Canadá.

Paula teme perder su lugar en la casa de los Freud. Dorothy Burlingham se instala en la casa. El 23 de septiembre es el aniversario del “nuestro gran difunto” escribe Anna y en octubre comienza a funcionar el War Nursery. Jones pide la incorporación de Paula a ese proyecto estratégico. Dorothy le escribe poniéndola al tanto de las novedades familiares. En enero Minna Bernays enferma y muere para desconsuelo de Paula.

 

El regreso de Paula a Londres:

Cuando regresa a Londres trabaja compulsivamente para demostrar que es imprescindible. Como no se la termina de incluir en la casa y la nursery, Paula logra atención a través de cuidados culinarios y golosinas. Envía pasteles, chocolates a los amigos- y en especial a la princesa Bonaparte, quien ha regresado de Grecia y le regala pañuelos.

Paula debe cuidar a Dorothy de un recrudecimiento de su tuberculosis y a Anna quien también se enferma cuando termina la guerra. Asi, recupera la casa: té, caldo, bolsas de agua caliente, cuida a Martha de 86 años. Paula y Dorothy emprenden un viaje por el sur de Inglaterra y alquilan un Cottage frente al mar. Paula queda con el cuidado de la casa y de Martha. La casa, como lugar de peregrinaje alrededor del recuerdo de Freud, es mostrada por su guía: la Queen of house, Paula- quien recomienda a las visitas que asisten al santuario, saludar a la “esposa del profesor”.

Cuando Anna regresa, trabaja febrilmente, se encarga de la obra de su padre, la clínica de rehabilitación infantil y de la consulta de adultos. Se reconoce a Anna, como su heredera: es invitada a Congresos internacionales y universidades extranjeras. Viaja con Dorothy a visitar a la princesa a Grecia. Paula le envía unos “tapetes de crochet”. Paula envía ropa a su familia de Gingl y los visita de vacaciones en Austria, en 1947. Martha fallece en noviembre de 1951. Paula a los 50 años se queda con la casa. Paula atiende a Anna y a Dorothy: recibe a los pacientes de Anna – comenta que teje en sus sesiones- y es anfitriona de los cursos. Atiende a los visitantes, desayuno a la cama, su ropa a la lavadora. Anna y Dorothy se alejan como pueden, viajan frecuentemente al Cottage,

Cuando Paula va de vacaciones los habitantes de la casa descansan de su agobiante sistema. Ella decide no volver a Alemania- y descarta ir a vivir con su familia y adopta la nacionalidad inglesa.

 

Las invitaciones de Paula:

Los amigos de los Freud la incluyen y consideran: pasea con Anna por la Costa Azul invitada por Marie Bonaparte en 1954. Viaja invitada por los Schmiderer- ahora en EEUU, muy reconocidos en psicoanálisis quienes la invitan a una Navidad en New York. También Kurt Eissler, gestor del Archivo Sigmund Freud de la Biblioteca de Nueva York, la invita a cenar como las psicoanalistas Kris y Brunswick. De regreso en Londres, su lugar está consolidado, agradece las atenciones de amigos con pasteles. Todos trabajan para la colección de sellos.

Paula logra su derecho a vivir en Maresfield Gardens y cuidar de sus habitantes. Anna le rehúye. Quedan sus recomendaciones escritas a máquina: que no ahorre en comida, carne, huevos, leche; envía la receta de los merengues y hasta el menú de las cuatro comidas de los perros.

Paula continúa con la costumbre de alimentar a todos quienes llegan a la casa, al punto tal que a veces la retan por el excesivo gasto en comida. Hasta el hijo de Sophie, Ernst es asiduo visitante: cambia su apellido por el de su madre, “Freud”, e inicia una consulta de terapias breves.

Paula declina en salud por una artritis, en mayo del 56, para el centenario del nacimiento de Freud trae a su hermana de Austria para que la ayude con el festejo. Se la ve feliz, ya canosa, recibiendo a la gente.

En agosto de 1956 – se produce un acontecimiento que Anna guarda sigilosamente en secreto: en un Rolls Royce llega una paciente de incógnito: Marilyn Monroe. Sin maquillaje, con abrigo y sombrero. Está filmando con Lawrence Olivier El Principe y la corista. A los 15 días de estar en Londres tiene una crisis nerviosa. Venia de atenderse en Nueva York con Marian Kris, amiga de Anna, quien se la deriva. Para Paula es “sencilla, tímida y agradable”. Juegan a las canicas, se llevan muy bien. “Deseo de contacto sexual” diagnostica Anna. Las crisis desaparecen. El tratamiento es un éxito.

En Hollywood se habla de hacer una película de Freud con Montgomery Cliff. M. Monroe, será una de sus pacientes: “Freud la pasión secreta” con libreto de Sartre. Anna se opone. Greensone, nuevo analista de Marilyn, influye y presiona para que desista y lo logra.

En 1957, una carta de Jones, le informa a Paula que ha sido nombrada en la biografía de Freud. Al mismo tiempo que ella continúa con el rechazo de todas las nuevas asistentes, celosa y temerosa de perder su lugar, hasta pelea con Grete, su asistente. Va de vacaciones a Austria. En 1959 K. Eisser le escribe: “Ud. ha hecho más por el psicoanálisis que muchos analistas”. Paula conserva su fidelidad a la casa de los Freud, aunque se siente rechazada por las amigas de Anna. Anna trabaja muchísimo. Está aquejada de dolores de cabeza y de piernas. Dorothy le escribe a Paula preocupada. En octubre de 1962 muere Marie Bonaparte. Preocupada por su futuro habla con Anna: “Ud. no tiene que preocuparse mientras yo viva“; y si no haremos un “vitalicio”- refiriéndose a una pensión vitalicia. Paula comienza a tener desmayos, aunque sigue trabajando sin descanso como hizo el profesor: muestra orgullosa la casa a los visitantes que quieren conocer los aposentos del “Profesor”.

En 1963 Anna y Dorothy se mudan de Maresfield para eludir el asfixiante liturgia cotidiana y doméstica de Paula. Ya casi ni la ven, aunque se escriben cartas. Paula queda sola con la casa. Entran ladrones y faltan algunas estatuillas.

 

Paula y los Museos Freud:

Hacker propone convertir la casa de Viena en museo. Anna asiente y designa a Paula su representante personal. Paula se instala en Viena y trabaja en la reconstrucción de la Berggasse. Inauguran con éxito el Museo en 1971. Anna jamás regresa a Viena.

De vuelta en Londres, en 1972, ya con 70 años, tiene un accidente al cruzar la calle cargada con la compra. La atropella un auto y se quiebra una pierna. Deprimida hace un testamento. En el Hospital la encuentran “consumida” y presenta signos de desnutrición. “Neurosis obsesiva de trabajo” diagnostica eL médico del hospital. Anna y Dorothy tiran las ollas con que cocina y Paula se enfurece. Pasa sola el aniversario de la muerte de Freud. Anna y Dorothy piden “que compre bonitas flores en su nombre”. Paula no pide dinero: Jula Weiss tiene que encargarse de la administración. Paula va sola en bus al Crematorio a poner las flores, muchos analistas están rindiendo homenaje a Freud. Luego visita la tumba de Minna Bernays y deposita flores.

Paula se queja de la falta de afecto de Dorothy quien pragmáticamente la sigue tratando como una ama de llaves. “Es la que lleva los pantalones”- comenta Paula; a veces es “cruel y repugnante”. Sin embargo Dorothy dice de ella: “tiene el poder mágico de hacer felices a mis nietos”. El hijo de Dorothy, Robert Burlingham, la visita. Con tuberculosis como su madre, muere en la casa.

El 15 de julio de 1979 cuando se cumplen 50 años de servicio, Anna le regala una joya- una copa de plata con su nombre labrado en Harrods, pero se lo hace enviar: no lo entrega personalmente: Paula no se lo perdona. El año anterior Anna ha perdido a su hermana Matilde y a Dorothy, tiene ya 80 años.

La Newland Foundation de Muriel Gardiner destina dos millones de dólares a constituir la casa de Maresfield 20 en el Museo Sigmund Freud. La costumbre de Paula de recibir, dar de comer y entrar gente a la casa, quizás se relacione también el robo de las estatuillas. De todas maneras, es guardiana del Museo. Anna le confiere el derecho a vivir en Maresfield “mientras ella desee” y en agradecimiento le lega los derechos de autor de sus obras en alemán.

En 1980, Paula recibe la Medalla de Honor al Mérito de la República de Austria. Se presenta como una “gran dama, encantadora, con una estola de visón negro y un vestido negro” según Manna Freidman. Ella se visualiza como una cenicienta: “El vestido es de Misses Burlingham -comenta- la señorita me lo prestó y tengo que devolverlo”. También Josephine Stross la presenta como una gran dama. En la Embajada de Austria en Londres, preside, feliz, el banquete en su honor- ha sido propuesta por Hacker, en agradecimiento a su contribución al Museo, ya que ha reconstruido impecablemente la decoración y distribución de muebles de la casa.

La casa y la salud de Paula entran en deterioro. Hasta Anna Freud parece estar celosa de su protagonismo por la cantidad de artículos en que se la menciona: “No comprende el interés que despierta el ama de llaves de su padre. ¿Acaso ha hecho algo importante?” Se pregunta.

Con Manna Friedman, su nueva amiga- tejen juntas, despiertan nuevamente la inquina de Paula, quien quiere acaparar su atención de modo exclusivo: en una oportunidad le niega el acceso a Manna a la casa argumentando que la “Profesora” está en consulta y no la puede atender”. Hay que avisarle a ella previamente.

La protección y cuidado de Paula es agobiante. Cuando Paula cumple 80 años, en marzo de 1982, Anna tiene un ataque de apoplejía y es internada, aún así le festeja el cumpleaños de Paula. Cuando Anna sale de la clínica, muy debilitada, Paula acapara su atención en forma exclusiva sin dejar entrar a sus amigas o a la enfermera.

Paula recibe al Murphy, fotógrafo del instituto de Estudios Clásicos de la Universidad de Londres, para fotografiar el estudio de Freud (lo ha restaurado de manera impecable).

Paula sigue controlando el acceso a la casa y a Anna: aunque Manna asista diariamente, Paula jamás la deja sola. Cuando Anna muere en octubre de 1982, Paula cierra la casa y la habitación hasta la llegada del médico. En ese momento se decide su internación. Hacker busca una residencia de ancianos en Viena y finalmente consiguen una lujosa residencia en Salzburgo. Once días después de la muerte de Anna, con diecisiete bultos de equipaje (toda su vida), toma el avión. En su bolsillo lleva las llaves de la casa y de la habitación del Profesor ya que “no tenía a quien dárselas”, dice.

En Schloss Kahlsperg- desde su amplia habitación, alimenta en la terraza a los pajaritos- a pesar de la prohibición de las monjas. Se siente expulsada y escribe al embajador de Austria, quien pide explicaciones a Manna y Josephine. En silla de ruedas, se sigue preocupando por la casa de Maresfield y las pertenencias de Anna. Las amigas de Anna se han instalado en los alrededores, barrio ahora llamado Freudstadt – solo ella ha sido desterrada de la “corte real”, opina. Hacker en sus cartas la consuela por su soledad. La Sociedad Sigmund Freud de la Bergasse Vienesa también: “La casa la considera como heredera de la familia Freud por más que no podamos compensar su pérdida a nivel humano y personal”. Recibe cartas y visitas. Es una mujer rica. Hereda de Anna y de Dorothy. Acumula el pago de las 35 libras mensuales. Hasta la colección de sellos, se ha vuelto inesperadamente valiosísima por la colección completa de Grecia desde 1848 por la correspondencia con Marie Bonaparte. Entre los numerosos abrigos en uno de piel encuentra la bolsita de terciopelo azul con monedas de oro y plata, honorarios de metálico de los pacientes de Freud, que ella misma había cosido cuando abandonan Austria.

Paula se va resignando. No contacta con los otros ancianos internados, se ha convertido en “personaje histórico”: todo el mundo le escribe y la consulta: ¿cómo era la cama de Freud?, ¿qué marca de cigarros fumaba?, ¿quedó algún escrito original del Profeso? Ernst le pide las cartas de Anna y le lega cartas de Freud y de su esposa. Sus recuerdos retratan con detalles, visitas, periodistas, regalos. Hasta las amigas de Anna, Josephine y Manna, la visitan. Otras visitas esperan para hablar del profesor. Anna le ha escrito: “Para Paula sin cuya ayuda no hubiera podido escribir” y le lega sus derechos de autor. Martín Freud en la biografía de Anna escribe: “Paula ha entrado en la pequeña historia universal”.

Lealtad, fidelidad, relaciones estrechas la constituyen en genuina integrante de la familia: garante de la cotidianeidad, guardiana invisible y de disponibilidad absoluta, cuida con devoción hasta al último miembro de la familia. La relación con Freud ha sido idílica. Se presenta débil y frágil pero jamás cansada.

Su ascendiente sigue siendo fuerte hasta el final: entusiasma a Hacker- a pesar de la reticencia de Anna- a comprar la casa de Freud en Maresfield. Era la “curadora de los museos” reconstruía ella misma- restaurando y limpiando- los escenarios, hasta el más mínimo detalle, para sorpresa de todos.

 

A modo de cierre:

Desde los recuerdos de Paula, resaltan los roles de las mujeres en la privacidad de la vida de Freud. La esposa-madre: controlada callada, dueña del hogar y administradora austera. Nunca un regalo o un festejo. Lo viste, lo cuida y comparten las comidas y la inmediatez de los cuidados personales. La cuñada Minna: alegre, decidida, conversadora, acompañante en sus paseos y en sus juegos de cartas. La hija: con la cual habla de psicoanálisis, atiende sus problemas de salud y es aceptada con sus amigas. Vigila la impecabilidad de los manteles. Tiene su consulta en la otra ala de la casa. Y Paula, que lo asistente en el consultorio: “limpia las estatuillas”, conoce la biblioteca al dedillo. Maneja la agenda de entradas y salidas. Acomoda sus “lugares”, los muebles, ventila y cose su ropa, cuida a los perros y le compra los cigarros. Le prepara la comida. Resaltan los vínculos entre estas mujeres, en especial la relación de Anna con Paula.

Se dibuja también en este escenario, la entrañable amistad de Marie Bonaparte –ella vigilaba sentada durante horas en el rellano de la escalera del piso de arriba, la posible llegada de la Gestapo y Paula la asiste con té y masitas.

Impacta también la fortuna de Dorothy, que heredera de los Tiffany. Su amistad con Anna, visible en un detalle: el embajador americano los acompaña en el viaje del Orient Express. Al mismo tiempo, que las fortunas americanas invierten como fundaciones en los Museos, reconstrucciones y bibliotecas. Por otro lado, la red de amigas de Anna, que se afinca en el barrio- llamado Freud Stadt.

Finalmente, el legado: la casas, los objetos, los muebles, las cartas, y el acervo: tradiciones, secretos de la Familia Freud, etc.; son administrados, salvaguardados y cuidados por Paula. Es consultada y su memoria queda plasmada en los museos, con las fotos, los libros, el lugar de los adornos; dando cuenta en los detalles de un modo de habitar de Freud y su familia.

 

Referencias

Ariés, P.; Duby, G. (1991). La comunidad, el Estado y la familia. En Historia de la vida Privada. Tomo 6. Madrid: Taurus.

Berthelsen, D. (1995). La vida cotidiana de Sigmund Freud y su familia: recuerdos de Paula Fichtl. Barcelona: Ed. Península.

 

 
2da Edición - Agosto 2019
 

 
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