Magnitud
y complejidad del problema del consumo de sustancias psicoactivas en
la población argentina
Los
últimos decenios del SXX y este primer período del
SXXI, se han caracterizado por un aumento sostenido en el consumo de
sustancias psicoactivas que influyen en varios aspectos que hacen a
la salud mental, tal como la motivación, el pensamiento, el
estado de ánimo, en las relaciones sociales comprendidas en un
sentido amplio y la experimentación del placer (OMS, 2004).
Considerando
además su valor simbólico y la cada vez mayor
accesibilidad a las mismas (Sedronar, 2017a), las sustancias
psicoactivas son especialmente atractivas para adolescentes y
jóvenes.
Se
considera sustancias psicoactivas a toda sustancia química de
origen natural o sintético que al introducirse por cualquier
vía (oral, nasal, intramuscular e intravenosa) ejerce un
efecto directo sobre el sistema nervioso central (SNC), ocasionando
cambios específicos a sus funciones; que está compuesto
por el cerebro y la médula espinal, de los organismos vivos.
Estas sustancias son capaces de inhibir el dolor, modificar el estado
anímico o alterar las percepciones.
Según
el informe del Observatorio Argentino de Drogas de la Sedronar
(Sedronar, 2017b) sobre consumo de sustancias psicoactivas en
población urbana de 12 a 65 años, el consumo reciente
de alguna droga ilícita en población urbana de 12 a 65
años pasó del 3,6% en el año 2010 a 8,3 % en el
año 2017. Entre los más jóvenes (12 a 17 años),
la prevalencia de vida de consumo de marihuana alcanza el 8,4%,
habiendo aumentado significativamente a su vez el consumo de todas
las drogas ilegales. En relación al consumo de drogas legales,
los datos indican que 320.000 niños y adolescentes han
comenzado a
beber alcohol en el último año y que en la población
mayor de 18 años se ha verificado un aumento sensible de
marihuana, cocaína, drogas de síntesis, alucinógenos
y anestésicos y opioides.
A
partir de la información recogida en el estudio mencionado
precedentemente, se calculó que 14.029.396 personas
registraron haber consumido alcohol, tabaco o drogas ilícitas
durante el último año, de las cuales el 0,8% (118.195)
buscó ayuda profesional para tratar de disminuir el consumo de
sustancias psicoactivas en ese periodo. Es decir, que menos de 1 de
cada 100 personas que registraron haber tenido algún tipo de
consumo durante el último año, realizó búsqueda
de tratamiento.
La
búsqueda de ayuda profesional fue realizada en mayor
proporción por varones, en una relación de casi 3
hombres por cada mujer que realizó la búsqueda. Se
llevó a cabo en mayor medida en las personas con nivel
educativo intermedio o terciario completo y el 73% de los que
buscaron ayuda profesional no presentaban indicadores de Necesidades
Básicas Insatisfechas (NBI), el decir no accedían a la
consulta los grupos con mayor nivel de vulnerabilidad social. Los
principales lugares de búsqueda de ayuda profesional fueron
instituciones con raigambre e historia en la comunidad del
consultante, iglesias o grupos religiosos (28,4%), Alcohólicos
Anónimos (23%) y comunidades terapéuticas (19%).
Del
total de las personas que buscaron ayuda profesional por problemas
vinculados al consumo de alguna droga, incluido alcohol y tabaco, el
52,9% realizó algún tipo de tratamiento, el 44,2% no se
insertó en programas o espacios de atención y el 2,9%
no registró respuesta. Al observar la distribución de
los que realizaron la consulta y los que no según género,
se identificó que el 60% de los varones que buscaron ayuda
profesional, tuvieron tratamiento en el último año,
mientras que entre las mujeres, solamente el 35,8% accedió
tratamiento en ese mismo periodo. Es decir, que existe una diferencia
sustantiva respecto a la proporción de hombres que acceden al
tratamiento en comparación con las mujeres, resultando estas
últimas con mayores dificultades para acceder y mantener los
tratamientos. Un dato ulterior que confirma las diferencias por
género en la accesibilidad a la asistencia de la problemática
del consumo de sustancias psicoactivas, es que la edad promedio de
los varones que están en tratamiento son los 28 años,
mientras que en la mujeres los 37 años, es decir una mujer
recibe ayuda en promedio 10 años después de lo la
recibe un varón.
En
cuanto al impacto en la morbi mortalidad de la población
argentina, las muertes relacionadas con el consumo de drogas en la
población de 15 a 64 años para el año 2015 se
estimaron en 14.371 casos. Ello representó el 18% de las
muertes totales para ese grupo de edad y una tasa bruta de mortalidad
de 52 cada 100.000 habitantes, para el mismo período
(Sedronar, 2017c).
Dichas
muertes presentaron una determinada distribución de acuerdo al
peso relativo de cada sustancia en el total de las defunciones. De
esta manera, el tabaco emergió como la sustancia con mayor
proporción de casos representando el 70,1%, (10.076 casos). El
27,9% de las defunciones (4.009 casos) estuvo atribuido al consumo de
alcohol, mientras que los estupefacientes y las sustancias de uso
indebido presentaron menores frecuencias, 1,6% (233 casos) y 0,4% (53
casos) respectivamente. Por su parte, las muertes atribuibles al
consumo de drogas por cánceres de diferentes tipos fueron
5.654 (39,3% del total de las muertes por consumo de drogas). Se
calculó que 4.719 personas murieron por enfermedades
cardiovasculares atribuibles al consumo de drogas (32,8% de las
muertes relacionadas al consumo de drogas). Estas cifras dan cuenta
de la gravedad del fenómeno del consumo de sustancias en
cuanto al impacto en la salud de los consumidores, además del
impacto social, familiar, laboral y educacional que suele culminar
con un sujeto con deterioro físico, psíquico y fuera de
las redes de contención comunitaria.
En
el marco de la Política Pública en Drogas, la
asistencia de los usuarios con problemas del consumo de sustancias
psicoactivas se encuentra dentro del ámbito de la Reducción
de la Demanda y los lineamientos que se sigan y las estrategias que
se implementen, deben responder a evidencia científica que
permita caracterizar poblaciones objetivo según el nivel que
ocupe en una escala que va desde la población en general,
grupos de riesgo, grupos usuarios experimentales, usuarios abusadores
hasta la población que presenta síntomas de dependencia
al consumo de alguna sustancia psicoactiva. Orientar las políticas
preventivas y asistenciales requiere necesariamente poder diferenciar
el peso relativo que cada uno de estos grupos tiene en el país,
dónde se localizan según espacios territoriales, qué
características sociales tienen (clases sociales o niveles
socioeconómicos, edad, sexo, nivel de educación, etc.)
y cuáles son los patrones de consumo que manifiestan (tipo de
sustancia, frecuencia de uso, edad de inicio).
Actualmente
en nuestro país se están verificando grandes avances
tendientes a transformar las intervenciones públicas en el
consumo problemático de sustancias (OMS, 1994/2008)
adecuándolas al contexto específico donde se verifican
y fortaleciendo la consistencia teórico práctica de las
mismas a través de evidencia científica generada a
través de evaluaciones sistemáticas de su eficiencia y
eficacia. La Psicología, la Psiquiatría y la
Sociología, entre otras, en cuanto disciplinas que intervienen
en el ámbito de la Salud Mental {ver nota del autor 1},
participan ampliamente en este desafío para lograr la
consecución de dicho cambio generando marcos conceptuales
pertinentes a las estrategias de abordaje de la problemática e
influyendo en el marco jurídico (Rosendo, 2013 y Rosendo, E.,
2015) y en las políticas públicas en drogas y sus
aspectos operativos. En este marco de cambio teórico-empírico
de las estrategias de intervención en consumo de drogas, sin
lugar a dudas es oportuna una revisión de las estrategias
integrales de abordaje al consumo problemático de sustancias
que aporten a la consolidación de un nuevo paradigma de
respuesta en la intervención del fenómeno en ámbito
público (Canay y Nápoli, 2012).
La
respuesta de la política pública de Drogas desde la
perspectiva de la Salud Pública y los Derechos Humanos
Las
políticas
públicas son
los ejes de acción seguidos por el Estado y definidos por el
gobierno y la ciudadanía, en respuesta a una situación
que la población identifica como problema, y que pueden
cambiar gracias a decisiones, leyes y acciones de gobierno que se
expresan en un conjunto de acciones enmarcadas en un determinado
marco jurídico. En base a ellas, el Estado define estrategias,
planes, programas y asigna presupuestos para las intervenciones. En
el caso del uso de sustancias psicoactivas y sus consecuencias
sociales y sanitarias, las políticas públicas apuntan a
la mejora de la salud colectiva y la promoción de una vida
saludable (Brasesco y Canay, 2014). La adopción de una
política en drogas se fundamenta en el paradigma vigente, la
legitimidad legal y los compromisos políticos entre los
distintos sectores interesados de la sociedad y el gobierno. Su
existencia se verifica a través de su implementación y,
su éxito o fracaso, se determina con base a la evaluación
de los logros observables de los objetivos propuestos.
Desde
los años 80 hasta la actualidad se ha visto un cambio
progresivo en el paradigma que sustenta las respuestas de la política
pública al problema del consumo de sustancias psicoactivas,
específicamente se ha verificado un abandono progresivo del
énfasis en respuestas de tipo represivo asociado a una
valoración negativa de los resultados obtenidos por la
aplicación del conjunto político, normativo y
programático denominado la 'lucha contra las drogas'.
En
su lugar cobró centralidad un paradigma basado en el enfoque
de Salud Pública {ver nota de autor 2}, perspectiva desde la
cual el consumidor no es considerado como infractor de la ley sino
que posee una problemática de salud que debe ser abordada
dentro de las estrategias de Salud Pública (de Lellis, 2017).
La adopción paulatina de esta perspectiva conllevó a
hacer frente a desafíos importantes tanto en Argentina como en
los países de América Latina, donde el acceso a los
sistemas de salud pública es limitado y existen insuficiencias
en las capacidades institucionales para dar respuesta a la
problemática.
El
fortalecimiento de capacidades socio sanitarias para el cambio de un
enfoque meramente punitivo a un enfoque de salud pública y de
derechos humanos (Stolkiner, 2010), requiere sin lugar a dudas
de una aproximación multidisciplinaria que permita construir
una red formal de servicios que garantice el derecho a recibir
atención con intervenciones basados en fundamentos
científicos, el reconocimiento de las libertades y los
derechos, la fiscalización de las respuestas institucionales y
la apertura de mecanismos de participación social. En este
último aspecto la Psicología Comunitaria ha realizado
importantes aportes conceptuales y estratégicos (Montero y
Serrano García, 2011)
En
Argentina en la década del 70 las Comunidades Terapéuticas
fueron la primera respuesta que desde la Sociedad Civil se dio para
los tratamientos para las adicciones. Con base en la metodología
iniciada en instituciones psiquiátricas inglesas en la década
del 50, Maxwell Jones define el modelo de las comunidades
terapéuticas a partir del movimiento surgido en contra de las
políticas de encierro y basada en presupuestos sociológicos
asociados a los procesos de la salud mental (Galende, 1990). Luego
ya en la década del 80, en los países de América
Latina se crearon las Agencias Nacionales de Drogas para trazar los
ejes rectores en estas políticas intentando integrar las
respuestas dadas por la sociedad civil. En sus orígenes estas
Agencias presentaron un fuerte desequilibrio entre los esfuerzos
dedicados a la lucha contra el narcotráfico, respecto de los
dedicados a la prevención y la asistencia de las adicciones.
Pero, a partir de los
años 90 se comenzó a consolidar la posición
desde donde se sostiene y desarrolla el enfoque de la integralidad en
salud mental y abordaje de las adicciones, planteando la relación
entre el fenómeno con la economía familiar y
comunitaria, el ambiente y los recursos con los cuales cuenta la
persona (Brasesco, Canay y La Rosa, 2012).
En
esta nueva perspectiva se comienzan a considerar la pobreza, el
hacinamiento urbano, la explotación sexual, las condiciones
inadecuadas de trabajo, entre otros, como fuertemente asociadas al
deterioro de la salud mental y demás problemáticas
asociadas al consumo de sustancias tales como la exclusión
social, la falta de autocuidado, la solidaridad comunitaria
rescatando la necesidad de poner en marcha proyectos de asistencia
local y descentralizada en el marco del respeto por los derechos
humanos. La
nueva concepción de la prevención e intervención
en la problemática asociada al consumo de drogas integra
aspectos biológicos, psicosociales, y culturales asumiendo la
necesidad del abordaje interdisciplinario, multisectorial,
comunitario e integral para atender al ser humano afirmando y
fortaleciendo los procesos necesarios para lograr un desarrollo
social y económico sostenible (Brasesco, y Canay, 2011).
En
la actualidad y especialmente después de la declaración
de Naciones Unidas de en la Sesión especial sobre el problema
mundial de las drogas de UNGASS, 2016, (UNODOC, 2016) se consolidan
en nuestro país y en toda la Región, la elaboración
de las políticas públicas en drogas basadas en el
enfoque de Salud Pública para vehiculizar un conjunto de
medidas cuyo propósito es: 1) la
evaluación y el seguimiento
de la salud de las comunidades y poblaciones en riesgo para
identificar problemas y prioridades de salud; 2) la formación
de las políticas públicas destinadas
a resolver los problemas y prioridades identificadas de salud a nivel
local y nacional, y 3) la garantía de que todas las
poblaciones tengan acceso
a la atención adecuada y eficiente,
incluyendo la promoción de la salud y la prevención de
las enfermedades.
Cabe
destacar que, cuando hacemos mención a la Salud Pública
en ámbito de la Salud Mental nos enmarcamos en una visión
integral y compleja del fenómeno del consumo de sustancias
psicoactivas, asumiendo que existen "determinantes sociales"
implicadas en un amplio sector de la población que llevan a
alcanzar en algunos casos niveles epidémicos por la magnitud
del fenómeno.
El
enfoque de salud pública ubica en el centro a las personas con
el reconocimiento de sus derechos y libertades, siendo la
dignificación de las personas un eje central en las
intervenciones socio sanitarias, inclusive en los casos en que dichas
intervenciones se verifiquen en poblaciones con extrema
vulnerabilidad social que estén comprometidas con el
narcomenudeo como forma de subsistencia (Dirección
Nacional de Política Criminal, 2017).
Es decir, desde este enfoque debe prevalecer la condición de
ser humano como eje de las intervenciones y no la estigmatización
que aleja la posibilidad de acceso, apoyo, atención y
tratamiento a quienes más lo necesitan.
Además
de la vulnerabilidad social, en el último quinquenio ha sumado
complejidad a la problemática la aparición
de nuevas drogas sintéticas y nuevos patrones de consumo de
drogas que han provocado cambios muy rápidos en los hábitos
comprometiendo la salud de los consumidores más allá
del nivel socioeconómico y de inclusión social que
éstos tengan. Estos nuevos fenómenos han requerido de
la implementación de sistemas de alerta temprana para lograr
una rápida detección de los consumos y la determinación
química de las sustancias comprometidas, así como
implementación de protocolos de intervención en salud
pública para dar una respuesta eficaz y oportuna a estos
fenómenos (Sedronar, 2016).
En
síntesis, la complejidad del fenómeno obliga a tener
abordajes cada más integrales {ver nota autor 3}, donde
se reconozca al problema global del consumo de sustancias como un
conjunto de problemas de salud interconectados con desafíos
sociales complejos
que necesitan de una fuerte sinergia entre Estado, ONGs y ciudadanía
para generar una conciencia preventiva y disponer de intervenciones
socio sanitarias accesibles con diferentes niveles de complejidad,
fortaleciendo las capacidades técnicas locales para una mejor
gestión de los recursos bajo una perspectiva de inclusión
social y derechos humanos.
Redes
y tratamiento comunitario
El
consumo de sustancias psicoactivas es un fenómeno que debe ser
contextualizado tanto en el marco de las propias experiencias del
sujeto, a su vez contextuadas en un entramado de relaciones
familiares y comunitarias que constituyen redes preexistentes a
cualquier posible intervención socio sanitaria. Mitchel (1969,
p. 25) define la red como "un conjunto específico de
vínculos entre un conjunto definido de personas con la
propiedad de que las características de esos vínculos
como un todo puede usarse para interpretar la conducta social delas
personas implicadas". El estudio de las redes de relaciones
comenzó en la década del 70 para consolidarse en los 80
en base a modelos sistémicos y ecológicos que permitían
dar explicaciones de tipo psicosocial al comportamiento de las
personas (Pacheco, 2008). A partir delos 90, con el desarrollo de la
Psicología Comunitaria, las redes suponen una cierta comunidad
de creencias o de valores, que constituyen su elemento aglutinador
(Riechmann y Fernández Buey, 1994) que actúa como una
metodología para la acción que mantiene, amplía
o crea alternativas deseables para los miembros de la comunidad
(Nuñez, 2008).
Las
redes poseen características estructurales como la magnitud o
extensión, la densidad o nivel de conexión entre los
miembros que la componen y su distribución y accesibilidad al
interior de la misma, así como la homogeneidad/heterogeneidad
demográfica y sociocultural, el compromiso y la durabilidad de
los vínculos y vivencias e historias en común con
funciones que van desde el acompañamiento social, el apoyo
emocional, hasta la modelización de roles y la regulación
social (Boneti i Martí, 2006). La red social puede tener
efectos salutogénicos de retroalimentación entre el
individuo y la comunidad, dado que una red sensible, activa y
confiable favorece la salud de los miembros de la comunidad a la vez
que la salud de los individuo enriquece la red social (Sluzki, 1996).
La
experiencia comunitaria comporta formas de relación que
favorecen la construcción y organización de la red, así
como los procesos de producción de subjetividad (Montero,
2006), y la intervención comunitaria opera sobre las redes
incorporando recursos de las personas, familias, grupos y
organizaciones de una comunidad para la prevención y
resolución de problemas a partir de la elaboración de
estrategias que potencien, creen o complementen dichos recursos
(Secretaría Nacional de Políticas sobre Drogas, 2012).
De
acuerdo con los datos diagnósticos presentados, la población
llega tardíamente al tratamiento, los varones en promedio a
los 28 años y las mujeres a los 37 años (UNDOC, 2003).
A su vez, las poblaciones con problemas por consumo de sustancias
psicoactivas con indicadores de necesidades básicas
insatisfechas son aquellas que no acceden a los tratamientos y por
ello, el mejoramiento de las condiciones de vida, la promoción
de la capacidad de la población para organizarse y participar
bajo
un enfoque equilibrado entre prevención y asistencia en un
marco normativo no expulsivo, es un camino impostergable que en
Argentina ya se ha comenzado a transitar.
Tras
haber definido la problemática del consumo de sustancias
psicoactivas como compleja y multidimensional presentamos el
Tratamiento comunitario del consumo de sustancias como una modalidad
de intervención en contextos de alta vulnerabilidad social que
permite un abordaje a la medida de dicha complejidad a partir de la
incorporación de componentes participativos que impactan en la
salud de la persona y en las redes comunitarias.
El
"tratamiento comunitario" es una estrategia, que nace con
los desarrollos de modelo ECO2 en México a fines de la década
del 90 y se extiende por todo Latinoamérica acompañada
por los desarrollos conceptuales y metodológicos de Dr. Efrem
Milanese (Milanese, 2009). Actualmente casi 200 organizaciones de la
Sociedad Civil de América Latina (nucleadas en la RAISSS,
ver www.raisss.org),
desarrollan estrategias de tratamiento y evaluación de casos y
redes en la comunidad, en asociación con los Gobiernos de
México, Colombia, Brasil, Perú, Uruguay, Chile y de la
Argentina en poblaciones con altos niveles de vulnerabilidad social
{ver nota de autor 3}.
Milanese
(2017), presenta el Tratamiento Comunitario dirigido a abusadores
{ver nota de autor 4} de substancias que padecen las consecuencias de
graves condiciones de exclusión social y vulnerabilidad, que
requieren de un concepto más amplio de tratamiento integrando
la óptica médico psicológica en una más
amplia como es la óptica social. Sin abandonar el concepto de
tratamiento, pero incluyendo los aspectos sociales, se trabaja con
un conjunto de acciones, instrumentos, prácticas y conceptos
organizados en un proceso de intervención que tiene como fin
el mejoramiento de las condiciones de vida de las personas que abusan
de drogas en una situación de exclusión social grave en
la comunidades en las cuales ellos viven.
Esta
propuesta latinoamericana que tiene sus orígenes en 1989 y se
estructura formalmente a partir del año 2001, se fundamenta en
los ejes organización/prevención; asistencia /care,
educación, terapia/cura y trabajo y el Sistema estratégico
de tratamiento (SET) entendido como "el marco lógico
para la acción por medio del cual la comunidad deviene en
sujeto" (Milanese, 2017, pp.290). El SET comporta procesos de
intervención en:
-
Prevención/organización: comporta la construcción
del dispositivo de trabajo en forma conjunta con los líderes
de la comunidad.
-
Asistencia, reducción de daños y restitución de
derechos: comporta la reducción de las consecuencias del
consumo de drogas y de otras formas de exclusión y mejorar las
condiciones de vida de personas, grupos y comunidad.
-
Educación y rehabilitación: comporta el fortalecimiento
de la conciencia crítica de derechos y la asunción de
deberes.
-
Cura médica y psicológica: comporta la reducción
de las consecuencias físicas y psicológicas de la
exclusión grave asociada al consumo de drogas y otras formas
de exclusión.
-
Ocupación y trabajo: comporta la promoción de la
integración social por medio de la creación de
capacidades laborales, fuentes y oportunidades de trabajo.
El
Tratamiento Comunitario prevé una modalidad de evaluación
que no se restringe a considerar la eficacia del mismo solo en
términos de tiempos de abstinencia y control de recaídas,
sino que está basada en el alcance obtenido en cada una de
las áreas señaladas durante el proceso, incluyendo una
evaluación de los cambios en la red social de los usuarios de
drogas bajo tratamiento en términos de aumento en la extensión
de la red, composición de la misma, densidad características
de los miembros. Es decir, la expansión de la definición
de tratamiento por consumo de drogas que incluya intervenciones
médicas psicológicas y comunitarias requiere de una
nueva concepción en la evaluación de la eficacia
terapéutica actualmente en vías de sistematización
{ver nota de autor 5}.
Sin
lugar a dudas, se va en pos de ampliar la oferta de tratamientos que
contemplen los diferentes niveles de complejidad del consumo de
sustancias psicoactivas y garantizar el acceso a servicios de salud,
fortaleciendo la coordinación entre las comunidades y los
diferentes niveles del estado. Las experiencias iniciales en
Tratamiento Comunitario están resultando sin lugar a dudas muy
alentadoras.
Notas
de autor
1.
La salud mental se define como un estado de bienestar en el cual el
individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar
las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva
y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su
comunidad (OMS, 2013).
2.
La Salud Pública se ha convertido en un elemento central de
las iniciativas que impulsan los gobiernos para mejorar el bienestar
y el desarrollo de las comunidades donde la función del estado
como rector y autoridad sanitaria es ser garante del derecho a la
salud a partir de diseñar e implementar políticas de
salud pública.
3.
El desarrollo metodológico se basa en el modelo ECO2 (Machín,
Merlo y Milanese, 1998) y las teorías de redes. El nombre del
modelo ECO2 se construyó, a partir de algunos elementos
esenciales, como un juego de palabras: Epistemología de la
Complejidad (ECO), Ética y Comunitaria (ECO), por lo tanto
ECO2. La referencia "Ética y Comunitaria", apunta
a opciones de base en la intervención: el respeto a la
dignidad de las personas y las comunidades, por lo tanto, la
exigencia de buscar limitar y contrarrestar los fenómenos de
exclusión y sufrimiento social, de manera profesional, es
decir, que se satisfagan criterios de deontología, eficacia,
eficiencia, calidad. Implica, así mismo, el reconocimiento y
la reflexión, por parte de quienes intervenimos, de nuestras
propias motivaciones, limitaciones, errores y la necesidad de
evaluación y supervisión constante.
4.
Se considera "Abuso de sustancias psicoactivas al uso
continuado de una sustancia con poder psicoactivo a pesar de las
consecuencias negativas (físicas, psicológicas,
sociales, económicas, familiares o de otro tipo) que ello
acarrea al individuo" (Becoña y Cortés, 2011).
5.
Actualmente desde la dirección de Abordaje Territorial y el
Observatorio Argentino de Drogas de la Sedronar se está
realizando una prueba piloto de evaluación de eficacia del
tratamiento Comunitario.
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