Introducción
La
fertilidad quedó asociada, desde los orígenes de la
humanidad a la condición femenina. Es por esto que, cuando no
se logra la concepción en una pareja heterosexual, aparecen
tensiones, preocupaciones y sentimientos de culpa que podría
decirse, son ancestrales.
La
ciencia aportó las Técnicas de Reproducción
Humana Asistida (TRHA) para ayudar a la concepción, pero el
estigma social perdura a través de los años. Mitos,
prejuicios y mucha presión del entorno hace que transitar la
búsqueda de un embarazo no siempre sea un proceso sencillo,
más bien, se transforma en lo que se denomina una “montaña
rusa emocional”, donde el guion personal y familiar muchas
veces se pone en juego y debe ser modificado.
La
intervención psicológica especializada en reproducción
es central, ya que muchas veces las intervenciones son focalizadas y
específicas. A lo largo de la evolución de las TRHA se
describieron cambios de paradigmas clave para ilustrar la evolución
de la psicología y el asesoramiento en infertilidad (Boivin y
Gameiro, 2015). Estos cambios describen la modificación de una
conceptualización psicógena que ve los conflictos
psíquicos en las mujeres como la causa principal de
infertilidad de la pareja a un enfoque integrado que considera a los
usuarios de las TRHA, la industria y las clínicas de
fertilidad, involucradas en la prestación de una atención
psicosocial antes, durante y después tratamiento.
Se
han realizado diferentes meta-análisis de intervenciones
psicológicas (Hämmerli, Znoj and Barth, 2009; De Liz and
Strauss, 2005), este conjunto de investigaciones mostró que
las intervenciones más efectivas fueron las grupales que se
centraron en la educación y el entrenamiento de habilidades
(por ejemplo, entrenamiento de relajación, habilidades de
afrontamiento). Aquellas que enfatizaron la expresión
emocional y el apoyo y/o la discusión sobre los pensamientos y
sentimientos relacionados con la infertilidad fueron,
comparativamente, menos eficaces. Asimismo en algunos casos
(Frederiksen y col., 2015) se sugiere que las intervenciones
psicosociales para parejas en tratamiento de infertilidad, en
particular la Terapia Cognitivo Conductual (TCC), podrían ser
eficaces, tanto para reducir la angustia psicológica como para
mejorar las tasas de embarazo clínico.
La
infertilidad en la sociedad y la ciencia.
La
fertilidad fue, a lo largo de la historia, un tema de mujeres. Lo
observable era el embarazo y el parto, por lo tanto, la principal
atribución de la reproducción se centraba en el cuerpo
femenino (Urbino y Biber, 2009). Las figuras femeninas como diosas de
la fertilidad han prevalecido desde la primera Venus de Willendorf,
hallada en 1908 y expuesta en el Museo de Historia Natural de Viena,
que se supone pertenece al Paleolítico (aproximadamente 30000
años a.c.) hasta casi todas las culturas, adoptando diversas
formas, ritos y atributos.
La
asociación, establecida y mantenida, a lo largo de milenios
entre la mujer y la fertilidad (Mendiola y col, 2005) permanece como
una creencia cultural ancestral. Si bien ha sido superada ampliamente
por el desarrollo científico, al momento de iniciar un
tratamiento psicológico con una persona que enfrenta
dificultades en la reproducción, esta creencia aparece como
trasfondo siendo racionalizado, mediante la elaboración
cognitiva, pero subyace de modo intrapsíquico en los aspectos
emocionales de un modo difícilmente accesible.
Las
TRHA tienen su origen dentro del campo científico, con las
primeras inseminaciones (Álvarez Díaz, 2007). En el año
1776 se produjo la primera asistencia médica a la procreación
del que hay registro. En Londres el cirujano John Hunter, usando una
jeringa, depositó en la vagina de la esposa de un hombre con
hipospadia (deformación del pene) el esperma, obteniendo un
embarazo. Más tarde, en 1779, el científico italiano
Lázaro Spallanzani, realizó la primera inseminación
artificial exitosa en mamíferos. En 1866, en Estados Unidos,
James Marion Sims publicó su libro sobre esterilidad, donde
incluyó un capítulo sobre la fecundación
artificial, donde se describe la supervivencia de los espermatozoides
en el moco cervical y vaginal y algunas técnicas para mejorar
la acción fecundante del semen. Con estos cambios la medicina
va ampliando el conocimiento sobre la reproducción y los
posibles factores femeninos, masculinos y combinados.
Cuando
se habla de técnicas de alta complejidad nos referimos a la
fertilización in vitro (FIV), donde la misma se produce en el
laboratorio y no dentro del cuerpo de la mujer. En 1973 se logró
un primer embarazo mediante FIV, aunque la gestación sólo
duró unas pocas semanas. El primer nacimiento por
fertilización in vitro fue el de Louise Brown, el 25 de junio
de 1978 en Reino Unido, conseguido por los doctores P. Steptoe y
Robert G. Edwards, quien fue galardonado con el Premio Nobel de
Fisiología y Medicina en el año 2010.
Las
intervenciones psicológicas en infertilidad y su evolución.
A
pesar de la revolución tecno-científica, la psicología
de la década del 50, todavía afirmaba que, alrededor
del 40% de los problemas de infertilidad, eran atribuibles a causas
psicológicas. Muchas publicaciones de prestigio, como la
revista Fertility and Sterility (Ruberstein, 1951; Marsch, 1951),
tuvieron en sus ediciones artículos que relacionaban la
infertilidad femenina con conflictos tempranos de la relación
madre-hija. Asociaban el rechazo materno, padecido en edades
tempranas, a la dificultad de identificación con la maternidad
y por lo tanto el rechazo inconsciente al embarazo. Nuevamente, pero
ahora desde la psicología, se volvía a responsabilizar
a la mujer por la infertilidad, creando un nuevo mito imposible de
demostrar: a pesar de su deseo de ser madre, la mujer lo rechazaba
inconscientemente, destacando la ambivalencia que se observaba
empíricamente.
La
atribución de la causa de muchos abortos espontáneos
inexplicados fue, durante años, esta misma ambivalencia. Con
el transcurso del tiempo, y con investigaciones sobre muestras más
amplias de pacientes, se fueron confirmando los síntomas
habituales o frecuentes en infertilidad (Malstedt, 1985; Chistie,
1998). En el caso de los abortos a repetición se inició
una línea de investigación, aún en debate, sobre
la posibilidad de asociación entre la trombofilia y la
infertilidad (Fatini y col., 2012).
Por
diversos motivos, principalmente porque las TRHA no fueron concebidas
de un ámbito interdisciplinario, inicialmente quedó por
fuera el impacto emocional, tanto de la experiencia de la
infertilidad como de los tratamientos en sí mismos y sus
efectos psíquicos. Muchos autores han descrito este impacto,
mostrando la aparición de sintomatología ansiosa o
depresiva (Ramezanzadeh y col., 2004) o el efecto sobre la calidad de
vida (Gameiro y col., 2015; Vikstrom y col., 2015). Efectivamente, el
tiempo que la pareja lleva de búsqueda como en el proceso de
diagnóstico y tratamiento se relaciona con los niveles de
frustración y tensión (Moreno-Rosset, Antequera, Jenaro
y Gómez, 2008). La sintomatología depresiva que se
asocia también a la causa de infertilidad (Moreno-Rosset,
2000), vinculada con el nivel educativo. La sintomatología
ansiosa, también según Ramezanzadeh y col. (2004),
aparecería en más del 86 % de los casos estudiados.
Sin
embargo es posible un enfoque más integrativo, que incluya los
cambios en el guion personal y familiar, mostrando el impacto de la
infertilidad como un desajuste emocional que requiere de un enfoque
específico (Antequera Jurado y col., 2008; Moreno-Rosset y
col., 2008).
Se
han desarrollado muchos protocolos de intervención que
incluyen el trabajo con yoga, mindfulness o visualizaciones (Domar y
col., 1990), poniendo énfasis en el distrés que generan
los tratamientos en sí mismos (Cousineau y Domar, 2007) y que
es éste el que genera el abandono de las TRHA por parte de los
pacientes. Pero hay otros autores (Lintsen y col, 2009) que el
distrés no afecta los resultados de los tratamientos y por lo
tanto no lo toman en cuenta como foco de intervención.
Independientemente
del nivel clínico de angustia y su posible impacto en las
tasas de concepción, una mayor comprensión de los
factores que podrían contribuir a la angustia psicológica
antes de iniciar una TRHA, podría ayudar a los profesionales
de la salud a identificar aquellos pacientes con mayor necesidad de
apoyo y guiar el trabajo terapéutico. Un trabajo de Van den
Broeck y col. (2010) demostró que las características
psicológicas generales, específicamente si los
pacientes tienen estrategias de afrontamiento activo o pasivo,
características de personalidad como la dependencia, la
autocrítica excesiva o la intrusión, eran importantes
para predecir el nivel de angustia psicológica que se genera
durante los tratamientos.
Una
de las formas de abordar la demanda de pacientes infértiles es
la conceptualización de la misma como una crisis vital
(Llavona Uribelarrea, 2008) que impacta en diferentes áreas:
- El
sí mismo (sentimientos negativos y autovaloraciones negativas
como sentirse inadecuado, deprimido, dañado, culpable,
aislado, irritable, avergonzado o perturbado),
- Las
relaciones de pareja (problemas de comunicación, diferencias
en los tiempos para afrontar los tratamientos, mayor conflictividad,
menor satisfacción con la relación)
- La
sexualidad (menor interés o satisfacción sexual, menor
espontaneidad en el sexo y menor frecuencia coital).
- Las
relaciones familiares y sociales (aislamiento, sensación de
inadecuación, frustración, envidia, presión por
la descendencia)
- La
vida laboral (dificultades de atención y memoria) y, muchas
veces la economía familiar, por el elevado costo cuando no se
tiene cobertura.
El
abordaje puede ser individual o de pareja, muchas veces puede
realizarse intervenciones simultáneas.
Las
intervenciones grupales suelen ser eficaces (Viñas-Burgos y
col., 2017) ya que, al reforzar el apoyo mutuo, la comprensión
y la identificación con otras personas que atraviesan la misma
situación, logra minimizar la tendencia al aislamiento,
tristeza o incomprensión que acompañan habitualmente la
experiencia de quienes realizan TRHA. La posibilidad de organizar
grupos específicos para cada tipo de situación permite
aumentar la empatía y facilita el desarrollo de estrategias de
afrontamiento (Casanova, 2015)
Organización
de una entrevista inicial en reproducción
Cuando
la persona que asiste a la consulta no es un paciente en tratamiento,
sino que su demanda es específica en relación a la
infertilidad o la necesidad de recurrir a TRHA debido al formato de
familia (madres solteras por elección (MSPE), parejas
igualitarias, mujeres sin útero), es posible seguir el modelo
de intervención de Aigle (Fernández-Álvarez y
col., 2008), incluyendo más en detalle los aspectos
reproductivos (SEF, 2020).
Para
una anamnesis básica se indagará sobre el motivo de
consulta, diferenciando si se trata de una demanda espontánea
o si es una derivación médica. En relación a la
problemática actual, se explorará el tiempo de búsqueda
de embarazo, si ha habido antecedentes obstétricos personales
o familiares, co morbilidades. Para evaluar la severidad, se deberá
considerar que es frecuente que se vean afectadas muchas áreas
de la vida del consultante, pero que el malestar subjetivo será
el orientador del tipo de intervención a sugerir.
Las
nuevas guías de intervención de la Sociedad Española
de Fertilidad (2020) sugieren diferentes modelos de entrevistas
semi-dirigida según el tipo de patología o disfunción
que aparezca.
La
aplicación de cuestionarios que puedan ayudar a ajustar el
juicio clínico del terapeuta (Maristany y Fernández
Álvarez, 2008), y existen cuestionarios específicos
sobre fertilidad como FertiQoL lnternational (Cuestionario de Calidad
de Vida en la Fertilidad, 2008) y el DERA (Moreno-Rosset, Antequera y
Jenaro, 2008)
Intervenciones
en otros tratamientos:
Las
TRHA pueden incluir el uso de gametos (esperma/ovocitos) de terceros,
habitualmente llamados TRHA con donación. Si bien ampliaremos
este tipo de abordaje en otros apartados, podemos destacar que se
considera oportuna la intervención psicológica para la
elaboración y aceptación del duelo genético
(Mestre y col. 2017) y también a lo largo de sus diferentes
instancias (Chardon, 2015).
Las
TRHA requieren de una comprensión integrativa del proceso, que
incluye las representaciones personales sobre el parentesco y las
intervenciones psicoeducativas en relación al hijo por nacer.
Conclusión
La
psicología de la reproducción es un ámbito de la
psicoterapia que todavía no se ha constituido en una
especialidad (SAMER, 2020), pero que requiere de un entrenamiento
formal dado que implica realizar un trabajo interdisciplinario con
los médicos reproductólogos, genetistas, inmunólogos,
hematólogos y otras áreas de las ciencias involucradas
en el abordaje, lo que requiere de conocimientos amplios sobre las
TRHA, sus causas y distintos tipos de procedimientos.
El
trabajo terapéutico puede ajustarse adecuadamente a un modelo
integrativo que oriente las intervenciones según la situación
actual del paciente, su demanda y el desarrollo de los tratamientos
médicos realizados.
Cuando
la demanda por infertilidad surge en el contexto de un tratamiento
previo por otro trastorno psicológico, el terapeuta podrá
eventualmente realizar una interconsulta con un especialista en
reproducción o a grupos de apoyo (Asociación Civil
Concebir) en los que el consultante obtendrá contención
emocional, información y facilitará el desarrollo de la
empatía.
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