Introducción
Durante
siglos la adopción ha sido considerada una forma de darle
hijos a matrimonios con imposibilidad de gestar, también un
acto altruista, solidario, de beneficencia, tal vez una forma de
realizar un aporte a la comunidad. De
una manera u otra, desde una perspectiva adultocéntrica, se
centró la mirada de la sociedad y del Estado, en los
postulantes que deseaban/querían adoptar un hijo/a.
Actualmente,
en Argentina, un nuevo paradigma de la adopción, propone un
proceso centrado en el interés superior del niño, niña
y adolescente sin cuidados parentales, escuchando y priorizando sus
necesidades y deseos para que puedan volver a tener una familia.
De
esta manera, los niños, quedaron ubicados
en el centro de la escena, priorizándose su derecho a crecer y
desarrollarse dentro de un ámbito familiar. Se
trata de asegurar el derecho de los niños a vivir en una
familia que brinde cuidados y sostén físico,
psicológico y emocional, como cimiento fundamental de un
desarrollo estable y seguro: La mirada está puesta en la
construcción del vínculo.
La
propuesta del presente trabajo es reflexionar sobre el proyecto de
parentalidad a través de la adopción, desde una
perspectiva psico-social, partiendo de la maternidad y de la
paternidad, como funciones, que exceden los aspectos biológicos.
Asimismo,
una invitación a reflexionar sobre nuestro quehacer como
profesionales de la salud mental trabajando en interdisciplina, en la
conformación de la configuración familiar adoptiva.
Adopción
y algunos mitos…
Para
reflexionar sobre el proyecto de parentalidad a través de la
adopción, me parece necesario aclarar conceptos básicos
sobre el proceso y la figura de adopción, para poder
enfocarnos luego, en desarrollar conceptos sobre maternidad y la
paternidad como funciones, desde la perspectiva psico-social.
Considero
fundamental esclarecer conceptos y desterrar mitos que circulan en
relación a la temática que demuestran cierta
idealización, prejuicios y creencias en el imaginario social.
Asimismo,
quisiera aclarar que el presente artículo se basa en la Ley
Argentina, con vigencia en todo el territorio nacional.
También
agregar, que cuando menciono “madre” o “padre”,
estoy refiriéndome a funciones que pueden asumirse
independientemente del sexo biológico.
En
primer término, para definir la adopción, quisiera
destacar que, desde nuestro Código Civil de la Nación
Argentina (CCN), reformado
en 2015, Título V: Filiación. Capítulo 1:
Disposiciones generales; Art 558), la adopción se define como
una fuente filial.
Según
se establece, contamos con tres fuentes de filiación:
-Biológica
(por naturaleza, también definida actualmente “espontanea”)
-Técnicas
de reproducción humana: “T.R.H.A.” (implica
voluntad procreacional)
-Adopción
(se construye el vínculo filiatorio a través de una
sentencia judicial)
Por
tanto, la adopción es una figura legal, la cual se rige por el
principio de interés superior del niño, niña o
adolescente, esto implica asegurar la protección y cuidado de
los mismos, teniendo como eje:
-El
Respeto por su derecho a la identidad.
-El
agotamiento de las posibilidades de permanecer en su familia de
origen o ampliada.
-La
preservación de los vínculos con los otros hermanos.
-El
derecho a conocer sus orígenes.
-El
derecho a que su opinión sea tenida en cuenta según su
edad y su madurez, es por ello que a partir de los 10 años el
consentimiento del niño es obligatorio.
La
invitación es pensar la adopción como un proyecto en sí
mismo, considerada como un proyecto de familia disponible para un
niño o niña que por diversos motivos ha sido privado de
crecer en el seno de su familia de origen.
Desde
esta perspectiva, es dable aclarar, que la adopción no es una
forma de dar hijos a quienes no los tienen (Giberti, 2010), es
decir, la adopción se trata de dar solución a la
problemática del niño y no al deseo o necesidad de los
adultos de ser padres, aunque ellos también se verán
beneficiados cumpliendo su
deseo de maternidad y/o paternidad.
En
este punto, queda planteada la necesidad de evaluar cuán
elaborada está la imposibilidad de gestar, en quienes se
ofrezcan como pretensos adoptantes (Alkolombre, 2012; Otero, 2019).
El duelo no resuelto por cada uno de los padres adoptivos puede traer
consecuencias negativas al individuo, a su pareja y al futuro hijo
adoptivo, afectando al individuo y a su familia (Azócar,
2000).
Soulé
(1986) propuso al respecto: “Es preciso hablar de la
fecundación y mostrar que es esto lo que no se ha podido
realizar, pero que las relaciones sexuales de los padres tienen unos
vínculos y unas actividades normales. Los padres adoptivos
deben saber hablar de su esterilidad, sin mostrar al niño que
ellos están heridos aún. Es preciso que esta
esterilidad y la herida del amor propio sean superadas, ya que si no,
el niño adoptado tendrá siempre la impresión de
que está aquí para llenar alguna cosa y no por él
mismo”.
Cabe
aclarar que si bien, la infertilidad no es una psicopatología,
el diagnóstico y tratamiento con Técnicas de
Reproducción Asistida (TRHA) significa un proceso largo y
estresante (Moreno-Rosset, 2000) que provoca alteraciones emocionales
como ansiedad y depresión, en un porcentaje elevado de parejas
(Moreno-Rosset, 2000; Smeenk et al., 2001; Moreno-Rosset y Martín,
2009; Seibel et al., 2003; Chang, Chen, Juang y Tsai, 2004, entre
otros).
Izzedin-
Bouquet De Duran (2011) plantea que la infertilidad y
el sometimiento a técnicas de fertilización asistida
son ejes centrales para la Psicología de la Reproducción
ya que son factibles de desencadenar alteraciones emocionales,
trastornos psicológicos, frustración y mucho estrés.
Los autores concluyen que, el impacto psicológico de los
tratamientos de infertilidad suele ser negativo y la orientación
y/o intervenciones psicológicas muestran resultados positivos
que regulan los desajustes emocionales en las parejas infértiles.
En
esta línea, otro estudio (Espinoza, Yuraszeck, Salas, 2004)
llega a la conclusión que los padres que estén
adecuadamente preparados a la situación de adopción,
que tienen resueltos sus problemas de infertilidad y/o de pareja
relacionados a la adopción, podrán ayudar mejor a sus
hijos adoptivos y afrontar el desafío extra de ser padres
adoptivos.
Por
lo antes planteado, resulta indispensable revisar este aspecto en
quienes se presenten como postulantes para afrontar un proyecto
adoptivo.
La
adopción también está asociada a un acto de
solidaridad o beneficencia (Moreno, 2000), entendida como un acto
altruista, idealizando a los adoptantes y al acto de adoptar (Otero,
2019). Estas representaciones tan arraigadas en el imaginario social
y colectivo, derivan de usos, costumbres y prácticas del
pasado (Fernández, 2015).
Si
nos remontamos a la historia, en nuestro país, en épocas
coloniales, era frecuente encontrar niños abandonados en las
calles que morían de frio o comidos por animales (Fernández,
2015), pensemos que, en aquella época, la concepción de
infancia no existía como tal (Aries, 1987), asimismo, los
factores morales en relación a los embarazos
extramatrimoniales, la maternidad y paternidad, estaban regidos por
los valores de la Iglesia Católica (Moreno, 2004).
La
creación de la Casa de los niños Expósitos, fue
la respuesta del Virrey a la problemática de los abandonos de
niños, pensada como un servicio a Dios y al Rey, la casa tenía
dos objetivos: caridad y la formación de los niños y
niñas para el progreso económico de la sociedad. Esta
institución era regulada por la Iglesia y mantenida por
personas de alta representación social, con la fuerte
concepción cristiana de economía de salvación,
esto es aportar recursos materiales y así, asegurarse la
salvación de sus almas (Fernández, 2015).
Estas
tareas pasaron de ser coordinadas por la Iglesia a manos de las
Sociedades de Beneficencia. Luego estas Sociedades de Beneficencia
fueron intervenidas por el Estado, con el objetivo de realizar un
ordenamiento social. Así observamos, cómo las nociones
de caridad, beneficencia, altruismo y control social, se fueron
instalando. (Fernández, 2015; Golbert, 2010; Moreno, 2004).
Precisamente
el Estado se asignó la tarea de educar a los niños
vulnerables considerados en peligro, los mismos eran separados de sus
familias de origen y alojados en instituciones que se proponían
reemplazar las funciones de crianza (Golbert, 2010).
Observamos
que muchas de estas ideas, aparecen aún instaladas en la
actualidad y continúan calando hondo en nuestras
subjetividades y en el inconsciente colectivo, el cambio de paradigma
hacia el interior de las instituciones, y a nivel social, no es tarea
sencilla.
La
sanción de la Ley 26.061, abrió el camino hacia una
mirada integral de derechos, el
niño pasó de considerarse “objeto de tutela”
a “sujeto de derechos” como la educación, salud,
desarrollo social, cultura, recreación, juego y participación
ciudadana. {ver nota de autor 1}.
Posteriormente,
en la misma línea, llegaron las reformas del CCN, ya
mencionadas.
Recapitulando,
luego de un recorrido por las diferentes representaciones,
preconceptos, creencias e ideas que circulan en relación a la
temática, podemos esclarecer el origen de las mismas.
En
la actualidad y como se mencionó previamente, se entiende por
adopción o filiación adoptiva al acto jurídico
mediante el cual se crea un vínculo de parentesco entre una o
dos personas, se trata de procedimiento jurídico, con un
innegable alcance en los aspectos psicológico y social, por lo
que se considera debe ser abordada desde un punto de vista
interdisciplinar.
El
verbo adoptar, en su etimología proviene del latín
“adoptāre”.
Compuesto del prefijo ad:
cercanía, proximidad; y de optāre:
desear, elegir, escoger. De modo que adoptare expresa la idea de
elegir o desear a alguien o algo para asociarlo o vincularlo a sí
mismo.
Adoptar
quiere decir prohijar,
asegura
Eva Giberti (1987): “Se trata de un niño que previamente
no ha sido hijado, ya que no fue mantenido al lado de sus
progenitores como aliados de su prole”, es
cuidar a un niño para toda la vida ofreciendo cuidados y
sostén físico, psicológico y emocional, como
cimiento fundamental de un desarrollo estable y seguro, tal como
regula nuestra legislación.
La
mirada puesta en la infancia
El
nuevo paradigma de adopción, centrado en el interés
superior del niño, niña y adolescente sin cuidados
parentales, cumple con escuchar y priorizar sus necesidades y deseos
para que puedan volver a tener una familia. {ver nota de autor 2}.
Se
busca una familia para el niño y no un niño para una
familia”, parece un juego de palabras, pero resume todo un
modelo de intervención. De esta manera, los niños,
están ubicados
en el centro de la escena, priorizándose su derecho a crecer y
desarrollarse dentro de un ámbito familiar.
La
literatura científica al respecto, desde diferentes corrientes
teóricas, coinciden en que el niño depende de un otro
que lo sostenga para poder construir la seguridad afectiva necesaria
para su desarrollo.
Spitz
(1945), a partir de sus investigaciones experimentales advirtió
sobre los efectos adversos de la deprivación maternal y la
falta de figuras de apego, demostrando las consecuencias en las
diferentes áreas del desarrollo: motriz, cognitiva, el
lenguaje y el área social. El desarrollo psíquico del
niño depende absolutamente de un otro que le asegure
intercambio de afecto y seguridad.
Particularmente,
en el área de adopción, se trata de niños que
han atravesado una ruptura vincular, adquiriendo huellas
significativas en su psiquismo temprano. Esto requiere un trabajo de
de-construir aquel desajuste vincular y favorecer la construcción
de un vínculo saludable.
Lo
interesante es que sucede independientemente de la edad del niño.
Podemos observar niños que cronológicamente han pasado
la primera infancia, efectuando una regresión a un estadio
primario, como función reparadora lo cual nos recuerda la
atemporalidad del psiquismo …
En
el marco de un dispositivo grupal, en el que se ofrece un espacio de
reflexión para familias por adopción, se presentó
una madre que recientemente había adoptado a un niño de
8 años, describía con admiración y cierta
preocupación que el mismo “pedía upa” y de
ese modo se dormía, y por momentos “hablaba como bebé”.
Se
trataba de un niño, nacido de modo prematuro que requirió
cuidados intensivos las primeras semanas de vida. La progenitora dejó
el hospital, dejando al niño allí, desde aquel
entonces, el Estado intervino con una medida de abrigo. El niño
permaneció en el hospital hasta recuperar su adecuado estado
de salud, ya que había estado muy comprometido, luego fue
derivado a un hogar de la ciudad. La espera del niño fue más
prolongada de lo esperable, porque en el proceso hubo diferentes
cuestiones que se interpusieron.
Luego
de dos vinculaciones fallidas, comenzó la vinculación
con quienes por fin configuraría su familia, no fue sencillo,
requirió de un gran acompañamiento institucional para
todo el grupo familiar, además de los dispositivos
individuales.
Al
comenzar las vinculaciones, estas conductas regresivas no se
presentaron,
sino
más bien se presentó como un niño desafiante y
esquivo, no aceptaba plenamente el contacto físico, la madre
relata que fue luego de un tiempo que el niño comenzó a
expresar estas necesidades…”
Entendemos
que dicha conducta es esperable, así como reparatoria y
necesaria, ya que fue a
partir de estos cuidados amorosos y sostenidos, la disponibilidad
simbólica, emocional y material, es que el niño, puede
hacer esa regresión, como una segunda vuelta, pero esta vez
sostenido y cuidado. De ese modo favorece la creación de
nuevas huellas, a
través del establecimiento de un vínculo seguro que lo
ayuda a desarrollarse física y psíquicamente de un modo
saludable.
Luego
en un marco individual, pudo profundizar en la comprensión de
los efectos de la llegada al mundo del niño, las huellas de
prematurez en el cuerpo y en el psiquismo, la falta de contacto o el
escaso contacto de los primeros tiempos, pensar el abandono y la
historia de su primera infancia y los efectos innegables de la
institucionalización.
En
este sentido podemos pensarlo como una segunda oportunidad para ese
niño que apuesta nuevamente a un vínculo. No fue tarea
fácil para esta madre que tuvo que disponer una presencia
física permanente, por momentos agotadora según sus
dichos.
Considerando
con especial atención cuestiones emocionales que se constatan
comúnmente en niños/as adoptados (Grinberg y Valcarce,
2003), quienes han de elaborar, además de los problemas
inherentes al desarrollo normal, las experiencias y fantasías
de haber sido abandonados, rechazados por sus padres biológicos,
o la incapacidad de éstos para cuidarles. Los autores
plantearon que no sólo existe la vivencia de una pérdida
ocurrida, que produce dolor, vergüenza y rabia, sino la angustia
de que pueda repetirse.
Este
escenario estructural provoca un incremento de la ansiedad de
separación, bien como aumento de la dependencia de la madre
adoptiva o bien rechazarla para vengarse o anticiparse al rechazo.
En
este punto cobran especial vigencia las palabras de Winnicott, (1963)
“Aunque
la adopción resulte exitosa, siempre implica algo distinto de
lo habitual, tanto para los padres como para el niño”.
Guillen
(2002) propone que la adopción será exitosa en la
medida en que los problemas y avatares que conlleva vayan pudiendo
solventarse sin un nivel de conflicto mayor que el que la propia
situación genere, porque, espero que estemos de acuerdo,
adopción exitosa no es aquella que no presenta problemas.
Sospechosa sería la ausencia de éstos. Aquello distinto
y poco habitual se presenta en los modos particulares de construir
familias por adopción.
Maternidad
desde el enfoque psicosocial
La
maternidad como función excede el plano biológico,
implica una serie de transformaciones psico sociales,
transgeneracionales y familiares. Los
vínculos se construyen, por lo que la parentalidad (por la vía
que se presente), implica -siempre- la necesidad de un proceso
simbólico, gradual, progresivo y complejo.
De
esta manera, parafraseando a Daniel Stern (1999) podemos afirmar que
una madre tiene que nacer psicológicamente al igual que su
bebé nace de forma física.
Se
trata del nacimiento de una nueva identidad, fruto del sentimiento de
ser madre y que va a dar lugar a la aparición de lo que
denomina la “psiquis materna”.
Convertirse
en madre se consigue gracias al trabajo que cada mujer realiza en el
campo de su mente, trabajo que se convierte en una actitud maternal,
una experiencia profunda y privada, que, entre otras cuestiones
implica la
reorganización de su identidad (reorganizar sus roles e
identidades previas, así como establecer nuevas prioridades)
Esta
actitud maternal no se produce en un momento dramático
concreto, postula Stern, sino que surge gradualmente a través
del trabajo acumulativo de los meses que preceden y siguen al
nacimiento físico del bebé, podríamos agregar a
la adopción del niño/niña.
Oiberman,
pionera en nuestro país en el estudio e investigación
de la Psicología perinatal,
afirma que la maternidad debe ser abordada como un proceso
psicosocial. Este proceso se caracteriza por el contacto emocional
que la madre le otorga a su hijo, que implica un proceso psíquico,
una transformación, relativas al plano psicológico y
emocional (Oiberman, A., 2008). {ver nota de autor 3}.
Los
hijos biológicos también son hijos adoptados. El hecho
de nacer no es suficiente para ser hijo de nuestros padres y el hecho
de que tengamos hijos no es suficiente para que nos constituyamos
como padres. Hay que dar un paso más trascendiendo a la
biología para poder entrar en el terreno del afecto y el amor
en el que incluir a ese niño/a (Guillen, 2002).
Este
conjunto de procesos psicoafectivos que se desarrollan en la mujer,
es denominado “Maternaje”, el mismo es definido como el
conjunto de procesos psicoafectivos que se desarrollan e integran en
ocasión de la maternidad (Recamier, 1979, citado por Oiberman,
2013).
Desde
el aspecto psicológico, el maternaje supone la posibilidad de
adquirir ciertas habilidades y aptitudes, es una disposición a
conectarse emocionalmente con el niño/a que permite adecuar
los cuidados a sus necesidades. No se basa en el instinto ni es
natural en la especie humana, sino que requiere cierta capacidad de
empatizar con niño, adecuando el registro de una serie de
conductas no verbales (Oiberman y Paolini, 2018)
Asimismo,
la interpretación que la madre haga sobre las conductas y
señales del niño/a, la orientan a adaptar lo más
posible su comportamiento para satisfacer las necesidades que el
mismo vaya presentando. Se trata de una adaptación y
regulación permanente, un ajuste entre ambos.
En
términos de Winnicott (1971), una madre
suficientemente buena, es aquella que cuenta con la capacidad de
realizar una adaptación
activa,
viva y sensible a las necesidades de su hijo.
Esto
la remonta indefectiblemente a su propia infancia, a la propia
historia de cuidado, a los patrones infantiles que dejaron huellas
imborrables en su psiquismo.
Otro
concepto clave que brindó Winnicott (1966), en esta línea,
es “la devoción en
el cuidado de su hijo”, que implica su adaptación
sensible
y activa a
las necesidades del niño. La madre con una actitud devota,
esto es, con una actitud de máxima entrega, de plena
disposición o de total consagración, atenta al cuidado
corriente.
En
síntesis, entendemos que los vínculos se construyen,
las parentalidades se construyen y requieren de procesos de
trasformación y adaptación psíquicos y,
asimismo, de una gran disponibilidad emocional, psíquica y
física.
Para
ello, es fundamental la presencia de una matriz de apoyo social para
sostener, contener y acompañar dichos procesos, compuesta por
la familia ampliada, la comunidad, las instituciones y sus
profesionales intervinientes.
Intervenciones
en el proceso de adopción
El
quehacer profesional en los procesos de adopción es de gran
riqueza y diversidad, entre otras cuestiones por su carácter
interdisciplinar: abogados/as, Jueces, psicólogos/as,
trabajadores/as sociales, psiquiatras, operadores, cuidadores,
realizando intervenciones en un trabajo mancomunado con adultos y
niños, instituciones y familias, entre deseos y esperas.
En
lo que respecta al abordaje desde área psicológica,
como psicólogos y psicólogas podemos intervenir tanto
en la preparación y evaluación de familias que desean
adoptar, en el seguimiento y preparación de los niños y
niñas en estado de adoptabilidad, en el seguimiento de las
familias que ya hayan adoptado o en la atención clínica
de adultos, niños, y/o parejas, ejerciendo al interior de las
instituciones y en la práctica clínica.
Desde
el abordaje institucional, integrando los equipos técnicos de
juzgados de familia, los registros de aspirantes a guarda con fines
de adopción, equipos interdisciplinarios de hogares y los
servicios locales de protección de derechos. La
intervención
se desarrolla durante las distintas etapas del proceso de adopción
y
los objetivos se enmarcan de acuerdo a la etapa del proceso y a la
institución en la se encuadre dicha intervención.
Considero
fundamental que el trabajo con los pretensos adoptantes, comience por
poder despejar prejuicios, mitos y fantasías relacionadas a la
adopción como figura y al proceso propiamente dicho, pero
también en relación a las parentalidades, revisar los
modelos propios, los mandatos y las representaciones que acarrean. Se
trabaja en relación a la disponibilidad adoptiva con los
postulantes, fortalecer las construcciones familiares, visibilizar
los procesos que deben atravesar los niños y niñas.
Es
así, que creo relevante favorecer espacios individuales,
espacios para la pareja y grupos de reflexión, lo que permite
compartir y elaborar temores, dudas y fantasías. Existen
modelos grupales de intervención pensados como un espacio de
intercambio y sensibilización sobre la temática,
generando además un espacio de alojamiento.
La
propuesta es hacer que el tiempo de espera, sea un tiempo productivo,
de re-pensarse y de interpelarse.
Es
fundamental generar espacios donde poder pensarse ejerciendo el rol
parental: ¿Cuál
fue el recorrido del proyecto, como surge en sus vidas? ¿Cuáles
son las representaciones de ser madre, de ser padre, qué
significaciones imaginarias y simbólicas tienen sobre la
parentalidad ¿cómo se imagina cada uno a sí
mismo?
¿Cuál
es la imagen introyectada de hijo?, es decir, ¿qué es
“ser un hijo” para esa persona? inevitablemente los
convoca a su historia, a sus modelos de apego, al entramado vincular
que los atraviesa (Otero, 2019).
En
cuanto a las crisis y a los duelos, ¿cómo las
afrontan?, en lo singular y como pareja, si corresponde.
Resulta
también fundamental el trabajo no sólo con las
necesidades materiales y
las obligaciones de crianza, sino también con la
responsabilidad
afectiva, lo que concierne a la protección y formación
integral de los niños, teniendo en cuenta las necesidades
subjetivas y deseos individuales.
Asimismo,
la intervención requiere poder profundizar respecto a la red
familiar y social, ¿cuentan con red sólida, contendora,
o por el contrario es lábil, escasa, obstaculizadora? También
poder revisar circuitos de la comunicación y consenso en la
pareja.
Del
mismo modo, poder acompañar a los niños, niñas y
adolescentes, en su proceso, de acuerdo a la edad, se tratará
de historizar, de poner palabras, de prestar significados, de
acompañar la elaboración de su pasado.
Indagar
¿cómo le gustaría que sea su familia?, ¿Qué
esperan de la misma? Rastrear fantasías, miedos, deseos,
tramas vinculares. ¿Cuáles son sus características,
sus necesidades bio-psico-sociales? Las necesidades y características
de su subjetividad, serán faro a la hora de seleccionar la
familia, tenemos la responsabilidad de acompañarlos
empáticamente, en este tiempo de espera de
una familia que los proteja, los respete, cuide y favorezca su
desarrollo integral.
Para
ello, como profesionales necesitamos contar con formación
especializada y actualizada, supervisión permanente y
nutrirnos de herramientas sólidas de evaluación y
clínicas, que favorezcan intervenciones adecuadas y
favorecedoras de proyectos adoptivos positivos.
Notas de autor
1.
Ley Nacional N° 26.061 de Protección integral de los
Derechos de las niñas, niños y adolescentes: tiene por
objeto la protección integral de los derechos de las niñas,
niños y adolescentes, para garantizar el ejercicio y disfrute
pleno, efectivo y permanente de aquellos reconocidos en el
ordenamiento jurídico nacional y en los tratados
internacionales en los que la Nación sea parte. Los derechos
aquí reconocidos están asegurados por su máxima
exigibilidad y sustentados en el principio del interés
superior del niño.
2.
La Convención de los Derechos del Niño (1989), a la
cual la República Argentina adhiere, reconoce el derecho a
tener una familia, como uno de los derechos básicos del niño.
3.
Especialidad de la Psicología que aborda el estudio e
investigación del proceso de maternidad y paternidad,
embarazo, parto, posparto y primera infancia.
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