Iniciamos
este capítulo con una reflexiva frase:
“…vivir
en el presente significa hacer un esfuerzo de valentía para no
aferrarse a un montón de vivencias y realidades tristes o
caducas. Cuando se abandona lo conocido, las pequeñas
costumbres, los pensamientos de siempre, de entrada hay mucha
soledad. Cuesta confiar en que llegará algo nueva que pueda
alimentarnos en cuerpo y alma...”
(Punzet, 2014).
Las
condiciones de la realidad cambian todos los días e impactan
en el estado de ánimo y muchas veces en la funcionalidad.
Resulta un desafío para los adultos mayores (AM) asimilar
ciertos cambios y adaptarse a estos escenarios cambiantes.
Consideramos este un factor de suma relevancia, desde una perspectiva
integradora, para poder ajustar nuestras intervenciones terapéuticas,
con el objetivo de mantener una adecuada calidad de vida y evitar la
dependencia de nuestros pacientes, manteniendo su autonomía el
mayor tiempo posible. Nos proponemos construir estrategias integrales
e integrativas, para poder desarrollar herramientas asistenciales, en
orden de dar respuesta a esta problemática, en situaciones
amenazadora, para los AM. Uno de aspectos fundamentales en la
práctica diaria se relaciona a la detección de factores
predictores que puedan presentarse en pacientes de riesgo, para
accionar de manera oportuna y precoz. Para ello, la evaluación
de las funciones cerebrales superiores y la obtención de un
perfil neuropsicológico del paciente resulta de suma
importancia.
Es
central considerar el proceso de adaptación que se logra a
través del paso de los años. Esta capacidad convive
junto con la variabilidad, la posibilidad de cambio constante y el
buen porvenir del ser humano que le permite crear ambientes y
ecologías propias para poder desarrollarse. La naturaleza
humana a la que antes había considerado como un sustantivo
singular, se volvió plural y pluralista, esto se debe a la
presencia de diversas ecologías y ambientes creados, lo que
diferencia a los seres humanos, unos de otros, por el ambiente que
los rodea, el tiempo y el espacio que transitan. Esta diversidad es
lo que permite un potencial inédito y único
(Bronfenbrenner, 1987).
Empezaremos
por definir algunos de los conceptos que abordaremos en esta
exposición. Llamaremos adaptación al proceso mediante
el cual un grupo o un individuo modifica sus patrones de
comportamiento para ajustarse a las normas imperantes en el medio
social en que se mueve. Asimismo, existen numerosas maneras de
definir creatividad, dentro de ellas encontramos las propuestas por
Paul Torrance, Donald Mac Kinnon y Howard Gardner. En la primera de
ellas se define al proceso creativo como la manifestación de
una cierta forma de sensibilidad a los problemas, carencias, lagunas
del conocimiento, ausencias, privación de información,
falta de equilibrio. Se encuentra atravesado por la motivación
como motor fundamental para identificar el problema, definirlo,
planificar un plan de acción, formular hipótesis, poner
a prueba el pensamiento, automonitoreo de las propias conductas,
recalcular, flexibilidad cognitiva para ajustar un plan, comprobar
los cambios, mejorarlos y concluir el proceso hasta llegar a la meta.
Por otro lado, Mac Kinnon define a la creatividad en tres aspectos.
En primer lugar como una respuesta fuera de lo convencional, poco
frecuente; originalidad en el pensamiento y en la acción, pero
adaptada a la realidad y a una meta bien definida; y por último,
profundización en una idea singular, reflexión sobre
aquella idea y desarrollo para llevarla a cabo (López Pérez,
2017). Por último, Howard Gardner (2010) define al individuo
creativo como una persona que tiene la capacidad de generar ideas
nuevas, resolver cuestiones con periodicidad y promover resultados en
una primera instancia en un terreno novedoso, poco estudiado pero
luego con la experimentación logra ser aceptado en un contexto
cultural concreto. Los creadores son diferentes unos de otros y esta
peculiaridad es definida tanto por su inteligencia dominante como por
el rango de apertura y la combinación de ellas.
Si
bien la capacidad creadora es innata, las habilidades creativas no lo
son, sino que se aprenden y se entrenan. Las mismas presentan 3
componentes. Por un lado, la habilidad relacionada con el pensamiento
crítico y planteamiento de ideas, una segunda habilidad que
permite interpretar situaciones y una tercera, ligada a la
abstracción y motivación personal sobre lo que se hace,
piensa o crea. En este sentido, “el
entrenamiento creativo a edades avanzadas favorecerá su
potencial de interpretación de las cosas, estableciendo una
conexión e interrelación espontánea con su
entorno y con las personas que le rodean”.
(Carrascal y Solera, 2014).
Un
cerebro innovador y creativo genera un bienestar emocional que ayuda
a nuestro organismo a encarar los avatares de la vida. En la medida
en la que nos sentimos creadores, innovadores, inventores o sensibles
a la novedad, nuestra mente gestiona y gobierna mejor. “La
capacidad creadora se desarrolla en torno a una flexibilidad de
pensamiento o fluidez de ideas (inteligencia fluida). Y es también
la aptitud de concebir ideas nuevas o de ver nuevas relaciones entre
las cosas. La creatividad, como capacidad de generar ideas o resolver
problemas, se implica directamente en el desarrollo de las personas,
siendo una parte importante del potencial humano, que si es promovida
a lo largo de su vida sería capaz de transformar, cambiar y
mejorar su existencia. En este caso, para nuestros mayores, no es tan
importante la creación de nuevos productos, el planteamiento
de nuevas cuestiones o la definición de nuevos problemas, sino
la exploración y el descubrimiento” (Gardner, 2010).
En
ocasiones nos encontramos con un deterioro en el potencial creativo
del AM y suele estar ligado a la falta de motivación y
desarrollo. Es aquí cuando la intervención temprana y
multifacética cobra vital importancia para forjar las
conexiones que pongan en marcha el motor que induce el proceso vital
para que la persona no pierda la oportunidad de seguir expresando
sentimientos, emociones e ideas. Los AM necesitan adquirir nuevas
herramientas que impulsen el accionar, sobre un entorno enriquecido y
complejo y les permita formar respuestas alternativas, sobreponerse a
los obstáculos y transformar el curso de acción de sus
pensamientos y/o conductas cuando se desvíen de la meta. El
desarrollo de un pensamiento espontáneo, creativo y flexible
podría suplir la inexactitud del pensamiento lógico que
puede verse deteriorado en el AM (Carrascal y Solera, 2014).
Los
cambios se imponen y determinan nuestra calidad de vida. Si los
asimilamos y nos acomodamos a ellos, se favorecerá el poder
para adaptarnos positivamente a estos y conservar nuestra autonomía
en el paso del tiempo. Las normativas desde las instituciones deben
colaborar en brindar herramientas dinámicas, que permitan al
AM contar con los recursos que brinden confianza y seguridad.
Recordemos autores como Urie Bronfenbrenner pionero en señalar
e incluir el concepto de ecología en el desarrollo humano y
siendo determinante de la naturaleza humana en el ciclo de su vida.
Bronfenbrenner (1987) nos enseña que el poder político
puede colaborar en mejorar las condiciones de vida y mejorar el
bienestar de la población. Las relaciones humanas y el
desarrollo personal dependen del contexto y ambiente social e
institucional sumado a la actividad individual.
El
interés por la longevidad no puede empezar a una edad
avanzada. Es preciso llevar a cabo una revisión fundamental de
la asistencia sanitaria, desde el tratamiento de la patología
hasta la promoción de la salud. La importancia de conocer el
funcionamiento de las funciones cerebrales superiores es vital.
Trabajar favoreciendo desde estrategias que las consideren y las
incluyan potenciará cada intervención.
Continuaremos
en este camino, conceptualizando las funciones ejecutivas (FE). Ellas
engloban un amplio conjunto de aptitudes que permiten controlar,
organizar, planificar y coordinar otras funciones cognitivas,
emociones y manifestaciones conductuales mediante el autocontrol y
autorregulación de nuestros comportamientos. Quien introdujo
la importancia de las áreas frontales cerebrales en la
regulación de la conducta, iniciación, motivación,
formulación de metas y planes de acción en sujetos con
lesión frontal fue Luria. Luego, Muriel Lezak, introdujo el
término de FE para referirse a aquellas funciones cognitivas
que necesitamos para que nuestra conducta sea eficaz, creativa y
adaptada socialmente. Aportes fundamentales nos brindan Sholberg y
Mateer al proponer elementos claves de estas funciones como la
anticipación, elección de objetivos, autorregulación
de la conducta, autocontrol y el uso del feedback ambiental. Sin
embargo, quien más se ha dedicado a estudiar y ampliar el
concepto de FE en los últimos años, es Javier Tirapu
Ustárroz. Él propone que las funciones ejecutivas hacen
referencia a la capacidad de hallar una solución para un
problema nunca antes planteado, tomando en cuenta posibles
consecuencias a las que podemos llegar si llevamos a cabo alguna de
las soluciones posibles imaginadas (Climent-Martínez et al.,
2014)
Nuestras
conductas se verán modificadas y adaptadas según los
requerimientos específicos a los que nos veamos enfrentados en
una situación determinada.
Tirapu
Uztárroz propone pensar el modelo de las FE basándose y
repensando modelos teóricos de otros estudiosos del tema.
Entonces, si la ecuación base de las FE es la formulación
de un plan novedoso para llevar, de forma eficaz, un plan de acción
frente a situaciones complejas, tendríamos que incluir la
puesta en marcha de un sistema de control y regulación que
supervise el ingreso de la información multisensorial,
afectiva, cognitiva y motora.
En
su modelo integrador, propone cuatro niveles de control de la
conducta. Un sistema sensorial y perceptual: inconsciente,
automático, rápido y responsable de conductas sobre
aprendidas muy específicas del ambiente, un discriminador de
conflictos: inconsciente, automático, opera a través de
la memoria de trabajo y se encarga de la elección del mejor
repertorio de acción cuando compiten varios esquemas, un
sistema atencional superior: inconsciente, participa en situaciones
nuevas a través de la anticipación, selección de
objetos, planificación y supervisión, y por último,
el marcador somático: estado somático emocional innato
o aprendido, que al asociarse a las consecuencias de una acción
amplifica la atención y la memoria de trabajo sobre ella,
marcándola sobre el resto de opciones (Climent-Martínez
et al., 2014). {ver tabla 1}
Las
funciones ejecutivas están implicadas prácticamente en
cualquier actividad que requiera organizarnos, planificar, resolver
problemas, tomar decisiones o manipular datos. Asimismo nos ayudan a
controlar nuestra atención cuando la tarea requiere de
concentración, o cuando tenemos que tomar decisiones rápidas
porque algo no ha salido tal como lo habíamos planeado y
debemos “recalcular” frente a un suceso inesperado. Se
ponen a prueba en tareas sencillas como servir un vaso de agua, para
adaptarnos a los cambios de circunstancias generando alterativas
posibles, como en la difícil tarea de construir un puente
sobre un río.
Antonio
Damasio nos hace pensar con su frase “somos
nuestra toma de decisiones”.
Consideramos que hay estrategias que favorecen la calidad de vida de
los pacientes y para ello debemos estar atentos a los cambios del
funcionamiento cerebral. En este capítulo focalizamos nuestra
atención en las FE, en el proceso de envejecimiento, en como
colaborar para promocionar una longevidad exitosa y prevenir la toma
de decisiones riesgosa que impacta en la calidad de vida de los
pacientes.
Los
trabajos realizados por Antonio Damasio y Antonie Bechara nos
proponen un componente fundamental en el proceso de toma de
decisiones. Ellos desarrollaron un término que denominaron
marcador somático. Tal concepto se suma al resto de los
procesos cognitivos como la planificación, memoria,
conceptualización y atención entre otros tantos. El
marcador somático aporta el componente emocional fundamental
para tomar las decisiones ventajosas, estas emociones sirven como una
alarma o como un incentivo. Si bien las funciones ejecutivas pueden
elaborar múltiples hipótesis, no pueden establecer una
preferencia por alguna de ellas y así tomar una decisión.
De acuerdo con Damasio las emociones son un conjunto de cambios
corporales que tienen una representación en el cerebro. Las
emociones tienen cierta memoria de eventos pasados y de conocimientos
previamente aprendidos, por tanto, estas emociones funcionan como una
advertencia ante situaciones nuevas o rutinarias que presuponen
consecuencias negativas, o por el contrario, como una motivación,
cuando presumen un resultado positivo (Arteaga y Quebradas, 2010).
Para
un abordaje diagnóstico y terapéutico integral del
paciente adulto mayor, es necesario tener una mirada integradora.
Resulta esencial analizar, y sobretodo, cuantificar las modalidades
de funcionamiento cerebral para identificar y controlar posibles
afectaciones a lo largo del tiempo. La evaluación de las
funciones ejecutivas resulta un elemento básico en el estudio
del envejecimiento, para ello existen diversos métodos dentro
de los protocolos de evaluación neurocognitiva tanto para una
modalidad presencial, así como también de manera
virtual, acorde a las circunstancias del mundo moderno.
Por
otro lado, para indagar sobre el estilo de vida, podemos por ejemplo
evaluar la modalidad de reacción ante estímulos
estresores que pueden presentarse en la vida cotidiana y qué
tipo de reactor psicobiológico se presenta. Consideramos que
la persona que no logra discernir si sus conductas son de riesgo o
protectoras, falla en una actividad cerebral funcional de una manera
que podría afectar su calidad de vida. Esta situación,
en la que el paciente no logra percibir factores de riesgo, es un
ejemplo de falla en la función ejecutiva.
Se
define como factor de riesgo a toda condición y/o actividad
del paciente o del ambiente que demuestre un aumento de la
probabilidad de sufrir una afección o enfermedad en
comparación a aquellos que no están expuestos a dicha
condición. Conocidos factores de riesgo asociados al aumento
de declinación cognitiva acorde a edad son por ejemplo el bajo
nivel educativo y menor nivel socioeconómico. En relación
a esto, enlazamos el término de Reserva Cognitiva (RC). Este
término nace durante el estudio del vínculo entre el
envejecimiento y el desarrollo de demencias, tratando de buscar
relación entre el grado de patología cerebral
objetivable y la relación con los síntomas clínicos,
que no siempre resulta ser proporcional. La actividad intelectual que
el individuo realice durante su vida resultará en la mayoría
de los casos ser un factor de influencia en el desarrollo y
progresión de los síntomas cognitivos. Se suman a estos
factores ya mencionados, la implicancia de los factores de riesgo
cardiovasculares en el riesgo de desarrollo de patologías
neurológicas en general. Sin embargo, lo interesante de estos
últimos, es que resultan ser en gran parte modificables con
estilo de vida y cambio de hábitos.
Consideramos
tomar el concepto de inteligencia como esa habilidad fundamental de
toda operación mental. El estudio de la inteligencia ha sido
motivo de numerosas investigaciones durante años, desde
Spearman, Binet, Thurstone, Gardner hasta la actualidad que lo toma
el Dr. Javier Tirapu Ustarroz en su trabajo ¿Son
lo mismo inteligencia y funciones ejecutivas?
En este artículo Tirapu Ustarroz (García Molina et al.,
2010) revisa la relación de la inteligencia con la memoria de
trabajo y con el constructo de las funciones ejecutivas. Quienes
estudian la inteligencia, pese a los diferentes enfoques, concuerdan
en la capacidad de razonamiento, comprensión de material
abstracto, resolución de problemas, aprendizaje de la
experiencia y adaptación al ambiente. Asimismo, desde a
neuropsicología solemos agrupar a estas capacidades dentro de
las denominadas FE y con ello asumimos que un sujeto con buen
desempeño de sus FE es un sujeto inteligente. Es aquel que
puede resolver situaciones novedosas y complejas, que a su vez puede
rearmar un plan de acción y modificar el curso de su accionar
si el contexto lo amerita enfocadas en predecir las posibles
consecuencias. Tirapu Ustárroz refiere que para lograr
disminuir la incertidumbre presente en el entorno, el sujeto traza
posibles soluciones partiendo del conocimiento almacenado, de las
demandas que provienen del ambiente, así como de las metas y
objetivos perseguidos.
Sin
embargo, decir que las FE son lo mismo que inteligencia es una mera
generalización. Cattell propone una división sobre la
inteligencia o factor g en dos subcomponentes: inteligencia fluida
(If) e inteligencia cristalizada (Ic). La If está vinculada
con la capacidad de resolver favorablemente las situaciones
cambiantes que se presentan. En definitiva ser adaptativos frente a
la demanda. Por otro lado, la Ic se relaciona con el aprendizaje y
experiencia vivida, con la estimulación y el entorno que nos
rodea. Si bien ambas inteligencias tienen un componente hereditario y
de aprendizaje, el aspecto biológico tiene un mayor peso en la
If y el cultural en la Ic (García-Molina et al., 2010).
Si
nos detenemos en señalar la importancia de poder encarar
nuevas problemáticas que se van presentando en el paso del
tiempo, se debiera considerar la If como un factor importante para
evaluar ya que se podría considerar un factor predictor
temprano que nos permite evaluar la capacidad de resolución de
problemáticas nuevas que el AM tendrá que continuar
aprendiendo a resolver.
Ackerman
(1988) demuestra que la ejecución en tareas novedosas mantiene
íntima relación con las medidas de inteligencia. A
medida que la habilidad o destreza del individuo aumenta, la
necesidad de supervisión y control voluntario de los actos
disminuye. Tales asociaciones apoyan la idea que ambos constructos
hacen referencia a la capacidad del individuo para adaptarse al
entorno y superar situaciones específicas, lo cual en última
instancia, le permite desenvolverse satisfactoriamente en su vida
diaria (García-Molina et al., 2010).
Consideramos
de alguna manera que es factible diseñar nuestro
envejecimiento controlando nuestro pensamiento y puesta en marcha de
nuestra inteligencia y FE que nos permitan resolver las problemáticas
ante lo nuevo y decidir por los factores protectores que colaboran a
mantener la autonomía.
La
perseverancia en conductas y pensamientos distorsionados generadores
de un actuar rígido e inflexible, podría entonces ser
considerado un predictor temprano de riesgo a tener en cuenta. En una
sociedad que presenta cambios continuos, para que el AM logre una
óptima inserción en la sociedad, tendrá que
aprender a
dejar de hacer lo mismo de la misma manera. Encontrar o descubrir que
existen otros caminos que permiten llegar al mismo lugar. Establecer
nuevas conexiones que transformen significativamente lo que ocurre en
el cerebro y en el organismo humano. Volver a experimentar mediante
un proceso voluntario utilizando nuevos patrones para re significar y
recodificar experiencias. Desaprender algo para poder aprender algo
nuevo es poder dejar de lado aquello que ya no nos es útil y
aprender algo de forma distinta a la que durante años hemos
realizado. Aprender implica un esfuerzo personal.
Una
evaluación integral de estas concepciones teóricas
implica la posibilidad de desarrollar una escucha y mirada preventiva
en estadíos iniciales de declinación cognitiva,
interpretando estos hallazgos como como una falta de flexibilidad
cognitiva y marcador de riesgo para el progreso de síntomas
cognitivos. Proponemos actuar en el área preventiva con estas
consideraciones presentes, con el fin de operar cambios que
favorezcan a los nuevos aprendizajes de los profesionales de esta
área, con la intención de lograr mejorar la calidad de
vida del adulto mayor y priorizando mantener su funcionalidad el
mayor tiempo posible.
Ante
afectaciones como las enfermedades neurodegenerativas, la búsqueda
de predictores tempranos es fundamental. En este capítulo
intentamos señalar la importancia de integrar conceptos que
guíen nuestra percepción para diseñar nuestras
intervenciones clínicas. Si fomentamos el desarrollo de
habilidades cognitivas y afectivas mediante una planificación
de actividades creativas, les permitiremos establecer relaciones
entre los objetos de su entorno, lo cual les permitirá
recordar hechos, términos y conceptos básicos
aprendidos con anterioridad. En los últimos años
escuchamos la importancia de transitar la longevidad con actitud
positiva, activos física y mentalmente e integrados
socialmente (Fernández-Ballesteros et al., 2005).
Lograr este objetivo implica conocer sus motivaciones, su motor, para
incorporarse en actividades que involucren todos estos aspectos en
simultáneo y así favorecer su bienestar y calidad de
vida.
Ya conocemos el término de plasticidad cerebral y plasticidad
cognitiva, es decir que aún el AM puede desarrollar conexiones
y nuevos aprendizajes a lo largo de su vida demorando el declive
cognitivo (Carrascal y Solera, 2014).
Las
intervenciones desde la estimulación cognitiva, además
del proceso creativo, promueven la adaptación y modelado de la
conducta. Estas estrategias, operando en un contexto y ambiente
determinado, actúan sobre la esfera física, mental,
afectiva y social, previniendo los déficits que aparecen con
el tiempo y aumentando el cúmulo de experiencias
enriquecedoras que transforman la conciencia y modifican la forma de
ver el mundo (Carrascal y Solera, 2014).
Necesitamos
modelos teóricos de intervención que aborden al
paciente desde las múltiples esferas posibles pues todas las
variables que hemos descripto operan de forma conjunta y
simultáneamente. Toda intervención que realicemos será
aún más enriquecedora cuanto más holística
e integrativa sea, cuanta mayor cantidad de aspectos incluyamos en
nuestra participación. Asimismo podemos enfrentarnos a
fracasos en el tratamiento y puede deberse tanto a una falla en la
implementación terapéutica como a los sucesos propios
de la vida humana. El sujeto participa activamente en la toma de
decisiones y sus actos construyendo su realidad. Es inherente al ser
humano la multiplicidad de vínculos y relaciones sociales y
con ello el cambiante proceder y actuar a lo largo del ciclo vital
(Fernández-Álvarez, 1992).
“La
prevención solo representa una parte del total equilibrio
sanitario. La prevención de la enfermedad debe ligarse también
con la promoción de positivas estrategias sanitarias”
(Pelletier,
1986).
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