La
mayoría de los terapeutas que trabajamos con parejas sabemos
que es uno de los escenarios clínicos más complejos y
con más posibilidades de abandono de tratamientos, sumado al
riesgo de tener intervenciones con resultados no deseados.
Por
eso es indispensable la formación y supervisión que nos
permita revisar y recrear nuestra tarea con parejas.
El
eje de este artículo es transmitir herramientas de
intervención que ayuden a desarrollar un camino terapéutico
junto con los pacientes, en los primeros pasos del tratamiento.
El
Vínculo: esa terceridad desconcertante
Cuando
los terapeutas recibimos una pareja solemos encontrarnos en primera
instancia con la incomodidad que sienten, al sentarse frente a ese
desconocido con su padecimiento a cuesta, agregando que no vienen
dos, vienen tres, cada uno de los participantes y el vínculo,
ya que este es una terceridad que a su vez influye de manera
diferente a cada miembro de la pareja (Mihanovich, 2013).
En
general cada cual tendrá su propio enfrentamiento con la
crisis del vínculo y seguramente con su pareja.
“…,
con
una perspectiva sistémica del “uno más uno son
tres”, que ve la relación como otro protagonista
activo…que abarca individuos y sistemas…, el paisaje
adquiere relieve y se plantea nuevos interrogantes…Esta
innovación cognitiva se consigue presentando enseguida, sin
vacilación, la relación de pareja como un protagonista
de pleno derecho cuya presencia en la sesión también se
desea”
(Caille, 2001).
A
los terapeutas nos enfrenta a incluir en las sesiones al vínculo
como esa “construcción” que la pareja ha llevado
adelante desde el momento que decidieron elegirse; un recurso es
poner en evidencia como han “invertido” en esa
construcción (expectativas, sentimientos, criticas, etc.) y
que les devuelve ese vínculo a cada uno de ellos. Tanto la
inversión como lo que perciben como devolución del
vínculo es un contenido esencial para el diagnóstico y
el tratamiento.
Una
vez que la pareja logra incluir y registrar esa terceridad se abre un
escenario terapéutico distinto que posibilita generar “la
solidaridad vincular” por lo cual ambos se unen para cuidar el
vínculo más allá del malestar que todavía
pueda permanecer en cada uno de ellos, por la figura del otro. Eso
fortalecerá la relación y dará más
tolerancia al proceso terapéutico.
Se
puede cuidar la relación mientras se trabaja las dificultades
relacionales.
Se
puede motivar un esfuerzo relacional para cuidar a pesar que la
pareja puede estar emocionalmente distanciada.
Se
puede distinguir lo que sienten por la relación y lo que
sienten por el otro.
Se
puede evaluar junto a la pareja si es posible construir una
“identidad vincular” que contenga y respete las
identidades individuales.
En
esta etapa de enorme vulnerabilidad los terapeutas tenemos un desafío
complejo, que es ofrecerles “seguridad terapéutica”
y un especial cuidado con el contenido que traen , como queja, enojo,
confrontaciones, miedos, traiciones, desconfianza, desilusiones,
desamor, etc.
La
solidez de la formación, la sensibilidad para saber leer y
mostrar el camino inicial y la seguridad que puede evidenciar el
estilo del terapeuta, son condiciones necesarias.
De
la queja al trabajo
En
ese primer período de vulnerabilidad, el lugar del terapeuta
también es vulnerable. Va a estar en riesgo por el estado de
anomia que tendrá la relación y la posibilidad que sea
arrastrado a un escenario en donde se desdibuje sus posibilidades de
conducir el proceso.
El
terapeuta comienza con los principios básicos de una buena
terapia: escucha la perspectiva de cada uno de los integrantes y
trata de comprender lo que cada uno espera del proceso y también
explora la historia de la relación de pareja (Sheinkman,
2008).
“…hay
una diferencia entre comprender y ser comprendido…se trata de
dos nociones totalmente distintas, esta noción no permite
entender que porque yo comprenda al otro, el otro se sienta
comprendido…puede haber amor, odio, veneración,
admiración, etc., sin que esa persona se sienta comprendido,
puedo ser amado sin que me sienta comprendido…este concepto es
esencial en terapia y fundamental para el paciente… una
persona puede pasar una existencia entera en convivencia sin sentir
que fue comprendido por su pareja…” (Perrone, 2020).
Destaco
estos dos comentarios para considerar con mayor énfasis la
importancia que tiene la “sensibilidad de lectura” que
debe poseer el terapeuta para desarrollar la habilidad de entender
“la soledad de lo incomprensible” que genera un vínculo
desgastado, amenazado, empobrecido. Al no ser comprendido por su
pareja aparece el sentimiento de soledad. Surge ante el “no me
entiende” y porque justamente entienden lo que está
pasando en la pareja. Es tarea del terapeuta intervenir para darles
la posibilidad de sentirse comprendidos. Esto puede generar en ellos
los primeros cambios y mejorar la disponibilidad para sumarse al
proceso terapéutico.
Los
primeros encuentros deberían dar luz sobre la elección
y decisión que tomaron para resolver sus problemas. Esto se
dará en gran medida si el terapeuta logra ocupar el lugar de
conductor del proceso, proponiendo un encuadre posible, siendo claro,
comprensivo y estratégico con el contenido sufriente,
promoviendo una alianza para llevar adelante un “proyecto
terapéutico” (objetivos posibles y aprobados por la
alianza terapéutica) (Des Champs, 2007).
Esta
alianza terapéutica intenta generar un compromiso en principio
con dos acciones: A) la redirección del motivo de consulta y
B)
otorgar al terapeuta el manejo del proceso.
La
primera (A) no intenta descartar el motivo de consulta inicial, pero
es necesario que se encuentre un sentido u objetivo posible,
considerados por ambos conyugues, de emprender un tratamiento. En la
segunda, la conducción del tratamiento en manos de terapeuta,
baja cierta competitividad a la pareja que de alguna manera se alivia
al desligarse del control.
Este
armado posibilita al profesional intervenir cortando las escaladas de
maltrato, falta de respeto, agresión y hasta en ciertas
ocasiones llegar a violencia (Montesano, 2016) y orientar la sesión
hacia el nudo del problema que es lo que no pueden decir y necesitan
decirlo. Es importante señalar esto se logra por el trabajo
arqueológico que hace el terapeuta para que ellos puedan
hablar de lo que les está sucediendo y en última
instancia este el trabajo de fondo que implica este proceso.
Es
central en este proceso tener en cuenta que los encuentros sesión
a sesión son altamente dinámicos y muchas veces
impredecibles, por lo cual la evaluación de la alianza debe
hacerse permanentemente durante todo el proceso, es decir desde el
inicio hasta el final. No es algo dado y que permanece estable a lo
largo del proceso.
Ensanchar
el pasillo relacional
En
mi trabajo clínico propongo una metáfora que habla de
los
pasillos de las parejas,
dando a entender que todas la parejas transitan sus vidas en un
camino o pasillo el cual tiene a un lado el infierno y del otro el
paraíso. Las parejas en su transitar se encuentran con
obstáculos o amenazas. Las parejas
con pasillos angostos,
tienen poco espacio para tramitar el conflicto y dependerá de
las habilidades para manejarlo que podrán acercarse al
infierno o caer en él. También dentro de este grupo de
parejas de pasillo angosto están aquella que aun viviendo los
placeres del paraíso un detalle amenazante los coloca
instantáneamente en el infierno. Por su lado, aquellas
parejas con pasillos anchos
tienen mayor posibilidad de manejar el límite y por lo general
se mueven en un escenario relacional pautado implícita o
explícitamente. A modo de síntesis, podríamos
definir al espacio del pasillo como el sector de tolerancia de la
pareja.
Esas
parejas
de pasillos angostos
pueden engañarnos, haciéndonos creer que esa facilidad
que tienen para entrar en el dramatismo, representa un mal pronóstico
o son percibidas como vínculos caóticos a la espera de
una oportunidad para separarse realmente. En algunas relaciones ese
patrón representan una “dinámica muy
adrenalínica” a la cual muchas veces no están
tan dispuestos a abandonar como uno como terapeuta supone. En estos
casos es allí donde reside el núcleo del problema más
allá de lo dañino que pueda verse desde afuera.
A
su vez, estas puestas en escena de la convivencia están
afectadas por los márgenes que las micropolíticas de la
intimidad proponen.
Los
terapeuta debemos ser observadores de esos patrones y estar lejos de
semejante hipótesis terminal, que nos lleve a realizar
intervenciones indebidas, aquí voy recordar una frase de un
gran maestro de terapeutas el Dr. Juan Luis Linares “…ningún
terapeuta une lo que la pareja no desea unir, ni separa lo que la
pareja no pretende separar”.
Trabajar
sobre el escenario de la interacción implica detectar los
mecanismos de defensa individuales y distinguir las señales
(incluidas la corporales) que alertan sobre la amenaza y por
consiguiente la reacción.
Trabajar
sobre el área profunda que empuja a la superficie lo
indeseable de cada paciente puede ser tarea de un espacio
terapéutico individual.
La
clínica de pareja pone, como ningún otro espacio
clínico, en evidencia carencias y trastornos vinculares.
Una
oportunidad para cuidar
No
suele ser tan fácil que una pareja coincida en emprender un
tratamiento psicológico, se conocen las dificultades que
pueden surgir para que finalmente logren tomar la decisión.
Por eso es tan importante considerar que sí lograron llegar a
la consulta, nuestro compromiso con esa oportunidad debe llevarnos a
desplegar los recursos necesarios que la pareja requiere del
profesional en esa instancia de vulnerabilidad y de necesidad de
cambio, aunque no sean estos aspectos los que ellos puedan
evidenciar.
La
construcción de la alianza terapéutica nos dará
un marco ordenador (Des Champs, 2007).
Luego
vendrá la tarea de escuchar las interpretaciones, expectativas
y demás áreas del conflicto individual y los patrones
de interacción que inciden sobre esa terceridad que es el
vínculo.
Todas
las parejas tienen tres voces dos que hablan de “mi voz”,
es decir de cada uno de ellos y “la voz del nosotros”. En
parejas muy desgastadas “la voz del nosotros” casi no se
escucha. Muchas veces ellos quieren estar representados en “la
voz del nosotros” aún cuando cada integrante grite para
que su voz se haga escuchar.
Y
es allí donde el terapeuta pueda incluir el nosotros en ese
compromiso de lo posible, es decir la alianza terapéutica,
incluyéndose como participante diferenciado del proceso.
El
terapeuta cuando pregunta en el cierre de la sesión “…estamos
de acuerdo?” no es una intervención inocente. Sabe que
la respuesta provoca el desarme de “mi vos” y los invita
a incluirse, siempre los alivia encontrarse aunque sea por un tiempo
en ese pequeño acuerdo al que fueron invitados.
Los
motivos de consulta suelen ser traídos bajo formulaciones
diferentes del porqué la pareja está como está.
Estas formulaciones son absolutamente necesarias considerarlas así
como es esencial indagar desde donde se construyen para diseñar
el proceso terapéutico.
El
contenido que se necesita debemos buscarlo en:
a)
el diagnóstico vincular de la familia de origen, el marco
sociocultural y el diagnóstico vincular de la pareja;
b)
el modelo de manejo del conflicto inadecuado y los patrones de
interacción
c)
Los mecanismos de defensa, memoria traumática etc.
Tengamos
en cuenta que todo ese “material” no solo es movilizante
sino que será utilizado a lo largo de todo el proceso
terapéutico.
La
etapa diagnostica también puede instrumentarse para facilitar
el clima de confianza necesario para que la narrativa de cada uno de
ellos permita ir mostrando el origen de conductas, identidades,
interpretaciones de la realidad y manejos vinculares.
En
nuestro trabajo siempre sumamos el vínculo terapéutico
como un vehículo necesario para generar el clima de confianza
y compromiso.
Por
su lado, el Genograma de la historia vincular de cada uno de los
cónyuge es una alternativa muy adecuada como recurso
diagnóstico y escénico ya que puede ser utilizado y
recreado durante todo el proceso clínico.
De
aquí se desprende la necesidad que el terapeuta co-construya
“una formulación del paso posible” diferente del
que espera la pareja y obtener la aprobación de ambos, dará
lugar a un cambio de actitud inicial y una proyección más
positiva del sentido de la terapia. Es decir, este paso es el que
pueden dar juntos como pareja y no el que podría dar cada uno
de ellos en forma individual.
Por
lo tanto, ensanchamos ese pasillo que podría aliviar el estado
perturbador tomando como terapeutas la posición de mando y
redefiniendo junto con la pareja la interpretación inicial del
problema. Esto nos permitirá también reformular la
posición confrontativa o competitiva que la pareja tiene
frente al problema, presentando la idea asumir el compromiso de
soldidarizar el vínculo para el proceso terapéutico.
Una
definición posible de la Solidaridad Vincular en
contraposición del modelo confrontativo que han venido
conservando para atravesar los conflictos, dará lugar a una
prescripción sobre la conducta a tener en cuenta y agregada
como pauta relacional, que será evaluada en la sesiones
posteriores.
Una
alternativa para facilitar esta propuesta vincular es buscar
antecedentes en los cuales la pareja trabajó hombro a hombro
frente a un problema. Si bien, en general traen recuerdos de
“enemigos externos” a la pareja y para ambos por igual,
las preguntas circulares posibilitan mejorar la visión de
estos recuerdos y la apertura para intentar modificar el patrón
negativo de la interacción.
La
claridad del mapa relacional que la pareja despliega en la etapa
diagnostica pone en evidencia las formas del manejo del conflicto
que terminan en lugares no deseados y considerar los caminos posibles
hacia un cambio. Es importante tener en cuenta que la
terapia de pareja suele implicar a hijos, decisiones de continuidad o
separación, estados de soledad, padecimiento emocional
profundo, violencia, etc., que nos mostrara las particularidades de
ese sistema.
Referencias
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Recuperado en
https://12dc1471-e955-567f-7ec0-8296794f6b6a.filesusr.com/ugd/6eeb33_8bc0b71db6cc483aa54fd2a109a08cb8.pdf