La
cristalización de ciertas ideas en una definición, en
un ámbito como el de la personalidad, aunque necesaria en
ciertos momentos, comparte algunas características con el uso
que de ese término se hace en física y química.
Un cristal es un componente más estable de lo que eran los
compuestos químicos previos que le dieron lugar. Desde un
punto de vista interaccional, las relaciones entre personas pueden
asumir diversos grados de estabilidad a lo largo de un periodo de
tiempo determinado, configurando un cambio relativamente constante
(concepto de homeostasis de la Teoría General de los Sistemas)
a fin de alcanzar niveles funcionales y adaptativos.
Las
personas del contexto significativo de un individuo, en tanto
observadores, tienden a construir una imagen estable de la
personalidad de éste a lo largo del tiempo y las situaciones.
Dos variables resultan claves para esa construcción: el tiempo
en el que los cambios tienen lugar y la intensidad
de los acontecimientos generadores de improntas
relacionales. {ver nota de autor 1} Mientras mayor sea el tiempo transcurrido, más
acontecimientos de diversa índole estarán al alcance
del observador, y por lo tanto, el peso relativo de cada uno de ellos
se diluirá en el conjunto. Esta abundancia de información
favorecerá a su vez el fenómeno ya descripto por el
cual los nuevos comportamientos del individuo son asimilados por los
observadores a los juicios previos, ya emitidos y socialmente
consensuados. A su vez, esos juicios son fuente del feedback
aportado al individuo y operan sobre su propia manera de percibirse,
su narrativa y por lo tanto sobre la personalidad en su conjunto.
Cuando
el contacto entre observador e individuo es esporádico, el
monto de información acumulado resulta menor. Los cambios en
el comportamiento serán por lo tanto más fácilmente
percibidos por el observador y por ello incorporados a los juicios
sobre la personalidad. Un ejemplo frecuente en el ámbito del
desarrollo es cómo los familiares no convivientes se asombran
del crecimiento de los niños, proceso que no será
advertido de la misma forma por quienes tienen contacto diario.
Otra
forma en la que el cambio se torna perceptible es cuando los
acontecimientos presentan gran intensidad: estos actúan como
hitos a los que es posible atribuir los nuevos patrones de
comportamiento. Si los acontecimientos son inesperados, su función
como causa visible del cambio será más clara para el
conjunto de observadores. En esta comunidad de observadores, algunos
miembros presentan un papel más relevante debido a su posición
central en el sistema. Ya sea por relaciones afectivas (una madre, un
tío muy querido), ya por las consecuencias que los juicios
sobre la personalidad pueden tener para el individuo (un terapeuta,
un docente, un juez), estos juicios constituyen un feedback
de gran relevancia para las narrativas de identidad del individuo, y
su influencia puede ser posibilitadora o imposibilitadora (Fernández
Moya y Richard, 2017) para la adaptación.
La
personalidad {ver nota de autor 2}, entendida como una construcción
interaccional, comprende entre sus elementos esta clase de juicios
por parte de quienes integran el entorno de personas significativas.
Dichos juicios se refieren, en última instancia, a si el
individuo cumple o no con los criterios de pertenencia exigidos por
el grupo. Como resultado de esa evaluación podrá
pertenecer o no, y si lo hace, ocupar un lugar más o menos
central en la "manada". Desafiar esos límites o
restricciones al comportamiento confronta al individuo con el riesgo
de perder esa pertenencia tan valiosa. Añadiremos aquí
que la intensidad de la pertenencia a un grupo social dependerá
de la intensidad de las experiencias anteriores de carencia. En otro
lugar exploramos la relación entre la intensidad de esa
carencia (emocional pero también de otros tipos) y los niveles
de autonomía del self
respecto del grupo de pertenencia. El concepto de pertenencia rígida
remite al poder del grupo sobre el comportamiento individual, y por
ello la mayor influencia de los juicios de personalidad sobre el
individuo, dejando en él menores márgenes en su
libertad de elección y acción (Fernández
Moya y Richard, 2019). {ver nota de autor 3}.
Las
personas nacen en una comunidad o bien se unen a una, y en eso
comparten ciertos significados y reglas acerca de qué implica
la pertenencia. El paradigma de este fenómeno es quizás
el proceso de mayor o menor integración de una familia de
inmigrantes a una nueva cultura que resulta diferente de la de
origen. El modo de ver el mundo de quienes integran la nueva cultura
reforzará selectivamente ciertos comportamientos y castigará
o extinguirá otros, actuando como un factor de cambio de gran
relevancia para la personalidad de los individuos.
El
feedback
abierto o encubierto que el contexto social brinda al individuo
funciona de manera similar a un sistema de posicionamiento global o
GPS: aporta las coordenadas en las que éste reconoce su propia
ubicación, brindando certezas relativas acerca de en qué
lugar del sistema –en términos de centralidad y
periferia- se ubica. Cuando la triangulación –siguiendo
la analogía- entre los satélites proveedores de
información falla, el dispositivo funciona mal y el individuo
experimenta niveles antihomeostáticos de zozobra,
dificultándose su adaptación al sistema social.
Rigidez
y flexibilidad
Los
valores y las prácticas sociales marcan caminos funcionalmente
aceptables para el comportamiento individual. Cualquier rasgo de
personalidad puede resultar entonces más adecuado en un
contexto que en otro. Una persona que en nuestro medio cultural es
puntual y llega a cada reunión o encuentro a tiempo, se
destacará por esa característica, y será
rotulada entre las personas de su contexto significativo a partir de
la misma. Dicho individuo, viviendo otro contexto –por ejemplo,
en Suiza-, sería una más entre muchas en cuanto a la
misma característica, pues allí a nadie le resulta
llamativo que las personas lleguen a horario a una cita. Como en el
caso del antropólogo o el viajero que desarrollábamos
más arriba, sólo la experiencia en otro contexto
permite establecer una diferencia.
Cabe
destacar que una variable clave aquí será en qué
medida la persona, con sus características, se encuentra en un
medio en el que mayoritariamente los demás piensan, actúan
y funcionan de manera diferente. No dará lo mismo que en una
determinada cultura algunas personas sean puntuales como el
individuo, a que ninguna lo sea. En este último caso, la
demanda del entorno en relación a la adaptación del
sujeto será mucho mayor, exigiendo mucho más a los
recursos personales del individuo. Mientras forme más
claramente parte de una minoría, mientras más en la
periferia del sistema se encuentre, mayor será esta exigencia.
Partiendo
de esta ubicación en la periferia de un sistema, la mirada del
investigador en personalidad pasa, en algún punto, a evaluar
los recursos del individuo, y entre ellos cobra relevancia
especialmente lo que podríamos figurarnos como un continuo
entre rigidez y flexibilidad que hace a la adaptación,
esfuerzo que podrá o no lograrse frente a ese medio
potencialmente hostil.
A
los fines de nuestras distinciones en relación al constructo
de personalidad, diremos que la rigidez será un atributo del
comportamiento que implica la imposibilidad, más o menos
generalizada, de introducir cambios en el mismo para ajustarse a las
demandas del entorno.
Una
analogía posible para comprender este proceso es la de cómo
ha sido construida la estructura de un edificio. Para que la misma
soporte un terremoto de gran intensidad sin colapsar, se requiere que
pueda acompañar los movimientos del mismo. Los materiales que
la componen, y el encastre entre los distintos elementos de la misma,
deben permitir hasta cierto punto esos movimientos. El hormigón
armado (hierro con cemento en ciertas proporciones), por ejemplo, es
más flexible que el adobe (ladrillos hechos a partir de barro,
unidos con el mismo material). Un sistema como éste, sometido
a fuerzas de cierta magnitud y dirección, se partirá,
mientras que el hormigón podrá acompañar el
movimiento sin experimentar daños, o sufriendo en todo caso
daños menores, sin comprometer la estructura en su totalidad.
Reconocimiento
y resentimiento
Si
de adaptación al entorno se trata, podemos pensar dos grandes
escenarios o caminos posibles que denominaremos reconocimiento y
resentimiento. A los fines didácticos los definiremos como
categorías, pero es posible plantearlos como extremos de un
continuo que admite posiciones intermedias.
En
el primer camino, el del reconocimiento,
los mensajes que el individuo recibe de su entorno significativo
destacan mayormente los aspectos positivos de su comportamiento
actual, lo cual impacta en su self.
La imagen -o coordenadas,
si se prefiere la analogía del GPS- que el individuo recibe de
los demás coincide con la propia imagen actual o bien,
eventualmente, con una imagen de sí que el individuo desea a
futuro. Esta última posibilidad se aplica especialmente a
relaciones presentes que se enfocan sobre metas en el futuro:
relaciones pedagógicas, terapéuticas, laborales en las
que una persona trabaja activamente para el desarrollo de otra.
El
resentimiento,
por su parte, tendrá lugar cuando los mensajes del individuo
son sistemáticamente descalificados, sus acciones y emociones
son connotadas negativamente de muy diversas maneras, incluyendo
mensajes directos, la ironía, la burla, y en un extremo la
indiferencia.
En
estos casos, la información que el individuo recibe en la
interacción resulta discordante con el self,
con esa imagen actual, en la ecología de la mente de ese
individuo, o bien futura. Por ahora omitiremos la consideración
de si uno u otro camino llevan al éxito o al fracaso en la
lucha por la centralidad. Nuestro interés radica en la forma
en que esas imágenes son cristalizadas de manera más o
menos duradera.
Papel
de los rasgos en una teoría interaccional
Los
observadores tenderán inevitablemente a ver al individuo como
alguien que tiene una forma particular de pensar, sentir y actuar.
Este último componente, la acción, es el que resulta
visible. Los pensamientos y sentimientos pueden ser inferidos a
partir de ese comportamiento, que puede incluir verbalizaciones más
o menos precisas acerca del modo de ver el mundo y de sentir que el
individuo refiere. Es importante considerar esta distinción,
atentos al principio de impenetrabilidad en la comunicación
humana (Watzlawick, Beavin y Jackson, 1968).
Un
caso particular de estas cristalizaciones es la que tiene que ver con
una etapa del ciclo vital de la familia, o bien con las consecuencias
relativamente duraderas de un acontecimiento inesperado, con las
implicancias que tienen para el proceso familiar (Pittman, 1990). Una
vez que pasa la etapa, una vez que desaparecieron las consecuencias
inmediatas del acontecimiento, la persona puede volver a funcionar
como antes. El cristal abandona su forma y el entorno del individuo
puede devolverle nuevamente una imagen de su self
más acorde a la previa, positiva, reconocedora. Se trata de
una cristalización relativamente inestable, que puede mutar a
otra forma a partir de esa influencia contextual.
Esos
cambios temporarios implican la percepción de una consistencia
a un nivel lógico superior, que constituye el fundamento de la
concepción de personalidad más difundida entre legos y
profesionales: un conjunto de características estables a lo
largo del tiempo y a través de una serie de situaciones. El
adolescente que "vuelve a ser cariñoso", la señora
que "vuelve a ser amigable", muestran esta constancia
perceptual que ya la crítica situacionista (Fierro, 1996)
mostró en el ámbito científico de la
personalidad en los años sesenta.
Los
rasgos, desde nuestra perspectiva, son una construcción que
asume la forma de una descripción acerca de la personalidad de
un individuo. Dicha descripción es propuesta por un observador
a otros observadores, y consensuada en la interacción con
ellos. Esa interacción da lugar a una amplificación de
la descripción original del primer observador, que cristaliza
al individuo, fijándolo en una manera particular,
idiosincrásica de ser, pensar y actuar.
Si
se nos tolera esta breve digresión, desde una perspectiva
interaccional no podemos negar la existencia de los rasgos –como
hicieron algunos autores de tradición cognitiva en el fragor
de la crítica situacionista-, pero consideramos necesario
otorgarles sólo el estatus que les corresponde. No se trata de
minimizar su impacto, pues de hecho lo tienen y mucho: las profecías
autocumplidas surgen, en buena medida, de esta clase de
cristalizaciones.
Un
proceso mínimo para comprender la forma en que los rasgos
(entendidos en términos interaccionales) surgen, se mantienen
y surten sus efectos, consiste en:
1.
La descripción que un observador realiza, referida a una
persona sobre la que considera tener cierto conocimiento. Este
conocimiento incluye, reafirma o cuestiona aquella información
eventualmente adquirida con anterioridad a un contacto personal, a
través de comentarios de otras personas.
2.
Esa descripción es comunicada por el individuo de manera
explícita a otro u otros observadores que también
conocen a la persona.
3.
Dicha comunicación genera asociaciones en ese segundo
observador con ciertas experiencias propias de él. Éste
podrá evocar recuerdos que van en el mismo sentido de lo que
propone el observador inicial. Podrá también encontrar
contraejemplos que cuestionan esas observaciones, pero lo más
habitual será que quien escucha un relato y encuentra en su
propia experiencia antecedentes similares deje de ver, en virtud de
un funcionamiento tipo figura-fondo los posibles contraejemplos de lo
que plantea el observador.
4.
En la interacción que tiene lugar, ambos observadores podrán
llegar a un acuerdo acerca de las observaciones, o derivar en nuevas
descripciones consensuadas acerca del individuo en cuestión.
También puede darse que cada uno conserve sus propias
descripciones originales, diferentes y hasta opuestas entre sí.
El consenso, en este punto, es sólo una posibilidad.
5.
Posteriormente, cada observador podrá compartir sus
descripciones con otras terceras personas que conocen en mayor o
menor medida al individuo poseedor del "rasgo", dando
lugar a la reafirmación o a la modificación de las
mismas. El dicho "hazte la fama y échate a dormir"
transmite cabalmente esta etapa del proceso. Las opiniones repetidas
y amplificadas, a la larga, generan una "fama" que en
ocasiones precede al individuo y que prefigura un set
de comportamientos esperables que serán sistemáticamente
observados por la persona que aún no lo conoce.
6.
Una consideración que debemos realizar a esta altura del
proceso es que los acuerdos relacionales previos entre esas segunda y
tercera personas pueden hacer viables o no esas observaciones. Lo que
dice una persona acerca de otra es aceptado o no a partir de la
relación existente entre quien realiza la descripción y
quien la recibe. Así, las personas toman, como se dice
vulgarmente, "como de quien viene" la información
que reciben. En extremo, se aceptará a ciegas una descripción
o se la descartará inmediatamente sin mayor análisis.
Por ejemplo, descripciones críticas que provienen de una
persona que es considerada "resentida" en los términos
antes expuestos, generarán en el interlocutor la tendencia a
tomar en sentido inverso dichas apreciaciones. Una vez más se
aplica la frase apócrifa del Quijote "Ladran Sancho:
señal de que cabalgamos."
7.
Finalmente, cuando cualquiera de los múltiples observadores
interactúa con este individuo que describe, tenderá a
sesgar sus percepciones hacia los comportamientos que confirman
determinados rasgos. Cabe destacar que, aun cuando dos observadores
coincidan en tiempo y espacio con el individuo observado, podrán
seleccionar diferentes muestras de su comportamiento y describir por
ello rasgos diferentes. El consenso es posible, pero no
necesariamente tendrá lugar. Lo importante, en todo caso, es
que cada observador confirmará lo que previamente pensaba.
8.
Las consecuencias interpersonales de este paso tienen que ver con los
efectos que esta cristalización, bajo la forma de un rasgo,
ejerce sobre las conductas del individuo. Una forma posible será
que, profecía autocumplida mediante, éste se comporte
de manera acorde al rasgo, cerrando el ciclo de
predicción-confirmación en los observadores.
9.
Es posible que el individuo, al participar de nuevos contextos
sociales en los que no existe ese conocimiento anterior difundido y
amplificado según los pasos previos, pueda mostrar
comportamientos diferentes con esa profecía. La nueva "manada"
construirá entonces una visión consensuada alternativa,
diferente de la anterior y hasta posiblemente opuesta a la misma.
Cuando
el fracaso es el resultado de "más de lo mismo"
Entre
los fundamentos del pensamiento sistémico aplicado al
comportamiento humano, la teoría de los mecanismos de
formación de problemas (Watzlawick, Weakland y Fisch, 1976)
abrió paso a la consideración de cómo la
perseverancia de una misma acción o tipo de acciones - el "más
de lo mismo"- conduce a resultados no deseados, con
independencia de las contingencias (refuerzos y castigos) del
comportamiento. Desde una perspectiva de la personalidad, que excede
el interés de aquellos autores, estos comportamientos
disfuncionales se mantienen a lo largo de un tiempo que puede
extenderse por muchos años, abarcando incluso buena parte de
la vida de un individuo. No lo desarrollaremos aquí, pero a
cualquier clínico familiarizado con el campo de los así
llamados "trastornos de personalidad" le resultará
familiar esta idea de un patrón disfuncional que se mantiene a
lo largo del tiempo.
Otro
hito en el estudio del cambio de comportamientos disfuncionales
mantenidos durante mucho tiempo fue la serie de investigaciones
conducida por James Prochaska y su equipo (Prochaska, J. y Norcross,
J., 2000). El foco de la investigación se mantuvo en aquellos
procesos de cambio utilizados en ciertas etapas por los individuos,
donde el éxito del cambio surgía de una efectiva
combinación entre procesos y etapas.
Lo
no contemplado en ambos modelos -y desde nuestra línea de
desarrollo teórico puede constituir un aporte- es que el
contexto califica inevitable y permanentemente esos esfuerzos de
adaptación. Si el grupo social de pertenencia los aprueba, el
camino del reconocimiento queda habilitado y entonces el individuo
triunfa y pertenece. Si el grupo desaprueba, el individuo fracasa y
su pertenencia está comprometida.
Ahora
bien: el fracaso o el éxito no son absolutos ni tienen lugar
en abstracto. Sólo pueden ser entendidos como tales desde el
consenso de un grupo social. Mientras más acerque su mirada el
observador, insertándose en el sistema como parte del mismo
-por ejemplo, como procede un etnógrafo o un terapeuta
familiar- más habilitado estará para comprender el
sistema de fuerzas que mantiene el patrón de comportamientos
disfuncionales. Sólo con la suficiente cercanía el
observador podrá conocer integralmente dos aspectos claves de
la estabilidad o morfostasis que esos patrones de comportamiento
repetidos y perseverantes –patrones de personalidad- muestran,
más allá de los resultados:
a.
Por un lado, el comportamiento del individuo es en algún punto
reconocido
por el entorno inmediato. Tomemos como ejemplo el comportamiento que
una persona acreedora del rótulo de "delincuente".
Ese comportamiento "antisocial" en el que el individuo
persevera, es sostenido por su entorno inmediato (la pandilla), que
de algún modo reconoce
al individuo como un par.
b.
Por el otro, el individuo desarrolla un nivel de pertenencia
rígida
a ese sistema, como un intento de compensar carencias experimentadas
con anterioridad (por ejemplo: improntas relacionales de abandono,
rechazo, fracaso escolar).
Ambos
niveles se retroalimentan y refuerzan. Mientras más delinque
(y fracasa desde el punto de vista de la Sociedad en un sentido
amplio), más aceptado resulta el individuo entre los miembros
de su grupo de pertenencia, aun cuando los resultados inmediatos
(encierro, muerte) que obtiene son adversos.
En
síntesis: cuando se plantea la adaptación del individuo
en términos de fracaso cabe siempre preguntarse: ¿fracaso
para quién? Todo resultado, va de suyo decirlo, es un
resultado para alguien, y por lo tanto un mensaje y un constructo
interaccional. En ocasiones los modelos explicativos del
comportamiento no adaptativo remiten al fracaso en forma
descontextualizada. Así, siguiendo con nuestro ejemplo, la
conducta delictiva se explica muchas veces como producto de una
sucesión de fracasos que se remontan a la niñez.
Conclusiones
La
personalidad, desde un punto de vista interaccional, es un constructo
referido a un proceso que incluye elementos cognitivos,
motivacionales y comunicacionales que tienen lugar entre el individuo
y su contexto significativo.
La
percepción de estabilidad en el proceso de la personalidad
surge a partir de que el observador cristaliza, bajo la forma de
rasgos, una serie de patrones de comportamiento repetidos a lo largo
del tiempo. La interacción entre el o los observadores, en
presencia o no del individuo en cuestión, juega un papel
central en la construcción de esos rasgos y, por ende, en el
proceso de la personalidad.
El
resentimiento y el reconocimiento, ligados a la valoración que
el grupo de pertenencia realiza sobre el desempeño del
individuo, juegan un papel central en la construcción de la
personalidad en la medida en que modulan la pertenencia del sistema y
la ubicación en lugares de mayor o menor centralidad. La
pertenencia puede ubicarse a lo largo de un continuo entre dos
extremos: pertenencia rígida y autonomía relativa.
El
cambio en la personalidad es percibido a partir de circunstancias
particulares de la observación: entre otras, de
acontecimientos del ciclo vital y sucesos inesperados que elicitan
improntas relacionales. A mayor intensidad en los acontecimientos y a
mayor tiempo transcurrido entre las observaciones, mayor será
la posibilidad de que el cambio sea percibido por el entorno.
Nota
de autor
1.-
Definimos impronta relacional como el resultado de aquellos
acontecimientos únicos, o bien a una serie de acontecimientos
ocurridos en un momento histórico determinado, que por su
nivel de intensidad ha o han dado lugar a cambios en la manera de
pensar, sentir y actuar de quien los protagonizó. Frente a
circunstancias análogas a las pasadas, y con relativa
independencia respecto de las circunstancias presentes, la persona
reactiva en el "aquí y ahora" los mismos
pensamientos, sentimientos y acciones del "allá y
entonces"; como consecuencia de ello, propone a otra u otras
personas una nueva definición de la relación que,
cuando es aceptada (explícita o implícitamente)
modifica la relación entre esas personas (Fernández
Moya y Richard, 2018).
2.-
Entendemos por personalidad: "un constructo que surge de un
proceso extenso en el tiempo en el cual las interacciones pasadas
(que generaron improntas), y las interacciones presentes (que las
elicitan), se vinculan en un momento dado por las características
de una situación específica, en un contexto
determinado. Como corolario de dicho proceso tiene lugar un
comportamiento idiosincrásico, en el aquí y ahora,
propio del individuo, que como tal puede ser cabalmente significado,
comprendido y considerado como válido únicamente por él
mismo. Se configura de ese modo un patrón que tiende a
repetirse y que será identificado como tal por su contexto
significativo. Para las demás personas que participan de la
interacción -incluido el contexto significativo-, parte de
esos significados podrán ser compartidos, pero otros no. A
partir de esos significados, cada uno de los comunicantes emitirá
mensajes implícitos y eventualmente explícitos acerca
del comportamiento y del individuo en cuestión (es decir:
acerca de su personalidad). Al hacer esto, le devuelven al mismo una
cierta imagen de sí mismo. Esta imagen podrá coincidir
en mayor o menor medida con la que éste ha incorporado en el
continuo proceso interaccional de la crianza y la socialización,
en la construcción de su propia identidad (Fernández
Moya y Richard, 2018).
3.-
En el artículo antes citado desarrollamos el constructo de
pertenencia rígida y la relación que presenta con
improntas relacionales de carencia. A partir de ello, los individuos
pueden ser ubicados en un continuo que va desde ese tipo de
pertenencia a niveles de autonomía relativa, en los cuales se
da un tipo de pertenencia al grupo social que no va en desmedro de la
individualidad y de ciertos grados de libertad posibles.
Referencias
Fernández
Moya, J y Richard, F. (2017) De
crianzas y socializaciones. La impronta relacional en la evaluación
clínica.
Mendoza: Editorial de la Universidad del Aconcagua
Fernández
Moya, J. y Richard, F. (2018) La construcción de la
personalidad desde una perspectiva interaccional: las improntas
relacionales en la evaluación clínica. Enciclopedia
Argentina de Salud Mental. Aiglé. Recuperado de: http://www.enciclopediasaludmental.org.ar/trabajo.php?idt=27&idtt=66
Fernández
Moya, J. y Richard, F. (2019) El cambio en la personalidad desde una
perspectiva interaccional. Enciclopedia Argentina de Salud Mental.
Aiglé. Recuperado de: http://www.enciclopediasaludmental.org.ar/trabajo.php?idt=66&idtt=66
Fierro,
A (comp.) (1996) Manual
de psicología de la personalidad.
Barcelona: Paidós
Pittman
III, F. (1990) Momentos
decisivos. Tratamiento de familias en situaciones de crisis.
Buenos
Aires: Paidós.
Prochaska,
J. y Norcross, J. (1994) Systems
of Psycotherapy.
Avon
Books. New Cork
Watzlawick,
Beavin y Jackson (1968), Teoría
de la comunicación humana.
Barcelona: Paidós
Watzlawick,
P.; Weakland, J.; y Fisch, R. (1976) Cambio.
Barcelona: Herder