Introducción
La
investigación en Psicología Clínica y,
particularmente en lo referido a las intervenciones psicológicas,
cuenta con evidencias sobre el proceso y los resultados favorables de
la psicoterapia y también sobre sus limitaciones (Barlow et
al., 2017; McHugh y Barlow, 2012; Norton y Barrera, 2012).
Informes
actuales aportados por organismos internacionales como la
Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización
Panamericana de la Salud (OPS) indican un marcado y progresivo
deterioro en los índices de salud. Particularmente en el caso
de la salud mental, el incremento de situaciones clínicas que
en los últimos 10 años conllevan niveles de riesgo
psicopatológico resulta preocupante (OMS, 2017, 2019; OPS,
2017). De hecho, la depresión y la ansiedad, resultan
condiciones altamente prevalentes e incapacitantes para la población.
Se estima que la depresión afecta a más de 300 millones
de personas en el mundo y en el caso de los trastornos de ansiedad
alcanzan a un 3.6% de la población mundial (OMS, 2017; OPS,
2017). En Argentina se calcula que el 4.7% de la población
(1.914.354) sufre trastornos depresivos y el 6.3% (2.542.091)
trastornos de ansiedad (OMS, 2017; OPS, 2017).
Un
trastorno mental caracteriza una alteración clínicamente
significativa del estado cognitivo, emocional y del comportamiento de
un individuo que refleja una disfunción de los procesos
psicológicos, biológicos y/o del desarrollo (American
Psychological Association [APA], 2013). Habitualmente se asocian a
estrés significativo o discapacidad social, laboral o de otras
actividades vitales (APA, 2013). Se denominan trastornos mentales
comunes o también conocidos en la bibliografía como
trastornos/perturbaciones emocionales (en adelante TE) a patologías
que pueden organizarse en dos categorías diagnósticas
principales: los trastornos depresivos (depresión mayor y
trastorno depresivo persistente -distimia-), y los trastornos de
ansiedad (trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de pánico,
agorafobia, fobia específica y ansiedad social) (Barlow et
al., 2011; OMS, 2017). Los trastornos mentales comunes son altamente
prevalentes en la población (de ahí que se consideren
"comunes") y suelen afectar significativamente la vida de
las personas afectadas.
Por
otra parte, la investigación en procesos básicos ha
generado pruebas consistentes sobre las manifestaciones ansiosas y
depresivas que forman parte del espectro clínico común
de los TE (Barlow et al., 2011; OMS, 2017). Los TE constituyen las
formas clínicas más habituales y frecuentes de demanda
de asistencia psicológica. Se estima que alcanzan el 70% de
la demanda directa de asistencia en centros especializados y
generales, como condición primaria o secundaria a otras
situaciones clínicas (Labrador, Estupiña, y García
Vera, 2010; Moreno y Moriana, 2012), y ocupan el primer lugar en la
epidemiología en salud mental a nivel mundial (OMS, 2017).
Por
otro lado, los estudios en el campo de las neurociencias, la ciencia
de la emoción y la psicopatología descriptivo-funcional
identifican factores comunes de orden superior (emocionales,
cognitivos y comportamentales) que subyacen a una variedad de TE y
que pueden considerarse foco de los cambios terapéuticos
(Brown y Barlow, 2009; Ellard, Fairholme, Boisseau, Farchione, y
Barlow, 2010). Entre estos factores comunes se encuentra el Síndrome
de Afectividad Negativa como objetivo del PU (Paulus, Talkovsky,
Heggeness, y Norton, 2015; Sandin, Chorot, y Valiente, 2012).
También
la investigación y el conocimiento teórico y aplicado
sobre intervenciones clínicas han evolucionado hacia una mayor
diferenciación de los procedimientos terapéuticos que
resultan más efectivos para distintas situaciones y
condiciones clínicas (Kazdin, 2009; Irvine et al., 2020;
Lambert, 2013). Entre ellos se destacan los programas basados en
abordajes transdiagnósticos (e. g., Bullis et al., 2015; Chu
et al., 2016; Espejo et al., 2016; Farchione et al., 2012;
Gálvez-Lara, Corpás, Veneciá, y Moriana, 2019;
García-Escalera, Chorot, Valiente, Reales, y Sandín,
2016). Un tratamiento cognitivo conductual transdiagnóstico
(en adelante TCCT) sostiene que existen procesos cognitivos y
conductuales responsables de síntomas compartidos por diversos
trastornos psicológicos que implican aspectos comunes en las
áreas cognitivas, conductuales y/o emocionales (García
Escalera et al., 2016; Sandín et al., 2012) y que podrían
explicar su mantenimiento (Mansell, Harvey, Watkins, y Shafran,
2008). En este sentido, un TCCT aplicaría los mismos
principios terapéuticos para diferentes trastornos (e. g.,
Espejo et al., 2016; Fogliati et al. 2016; García Escalera et
al., 2016; Grill y Castañeiras, 2013; Titov, et al., 2016).
En
esta línea Barlow y colaboradores (2004) han propuesto un
tratamiento unificado de TCCT común para trastornos de
ansiedad y depresión basado en tres objetivos fundamentales:
(a) modificar las distorsiones cognitivas (reevaluación
cognitiva); (b) prevenir la evitación emocional (cognitiva y
comportamental, como supresión de emociones, preocupación,
distracción, evitación interoceptiva y exteroceptiva),
y (c) modificar las tendencias a actuar bajo el impulso de las
emociones. Posteriormente Barlow y colaboradores (2011) y Farchione y
colaboradores (2012) desarrollaron un Protocolo Unificado (PU) para
el Abordaje Transdiagnóstico de Trastornos Emocionales,
denominado en inglés The Unified Protocol for Transdiagnostic
Treatment of Emotional Disorders: Therapist Guide (Barlow et al.,
2011). El PU fue diseñado para intervenir principalmente sobre
la elevada afectividad negativa presente en el espectro clínico
ansioso-depresivo. Se basa en los principios del tratamiento
cognitivo-conductual (TCC)
que
cuentan con una mayor evidencia de efectividad comparada (e.g. García
Escalera et al., 2016; Sandin et al., 2012). Se trata de un programa
de tiempo limitado que ha probado su eficacia en ensayos controlados
en formato individual (e.g. Ellard et al., 2010; Farchione et al.,
2012), y más recientemente en formato grupal (e.g. Barlow et
al., 2017; Bullis et al., 2015; Gálvez-Lara et al., 2019; Osma
et al., 2018; Steele et al., 2018).
Numerosos
estudios han evaluado este protocolo clínico en diferentes
países y los resultados revelan una reducción
sintomática significativa en el post-tratamiento y el
mantenimiento de logros terapéuticos en una amplia gama de
trastornos de ansiedad y del estado de ánimo (Barlow et al.,
2017; Bullis et al., 2015; Espejo et al., 2016; Farchione et al.,
2012; Steele et al., 2018). En Argentina no se encuentran
antecedentes de la aplicación y evaluación sistemática
del PU en muestras clínicas. En este sentido se trata de un
estudio pionero que aporta evidencia sobre su efectividad a nivel
local.
La
efectividad de un tratamiento en el ámbito sanitario hace
referencia al impacto positivo que un curso de acción puede
tener sobre el estado de salud de un colectivo o de un individuo bajo
condiciones habituales de práctica clínica en contexto
natural, lo que aporta evidencias de validez externa o ecológica
(Castro Solano, 2001; Echeburúa, De Corral, y Salaberria,
2010). En este sentido, se realizó un estudio clínico
con el objetivo evaluar y aportar evidencia sobre la efectividad del
protocolo PU de Barlow y colaboradores (2011) para pacientes adultos
con perturbaciones emocionales en Argentina, representando un avance
para la psicología clínica en el país.
Método
Participantes
Inicialmente
se contactaron 183 personas a quienes se les brindo información
sobre las características del estudio, de las cuales
finalmente 102 completaron la fase de evaluación. El 10.78%
(n=11) no fue incluido por cumplir criterios de exclusión como
diagnóstico y/o tratamiento por enfermedad física
grave, bipolaridad, psicopatología severa crónica (por
ejemplo psicosis), disfunciones graves de la personalidad, y/o
historia de adicciones. No obstante, en cada uno de estos casos y en
función de cada situación, se realizaron las
recomendaciones y derivaciones pertinentes.
Del
total de pacientes admitidos, el 34% (n=31) no completó el
proceso, dato que coincide con lo informado por otros estudios
(Farchione et al., 2012; Mennin, Fresco, Ritter, y Heimberg, 2015;
Osma et al., 2015). Efectivamente 60 pacientes participaron del
estudio (51 mujeres y 9 varones) con edades entre 18 y 65 años
(M= 43.77; DS=14.36). Los participantes se asignaron por
disponibilidad al grupo de intervención (n= 34) -en adelante
GI- y al grupo control lista de espera (n= 26) -en adelante GC-. En
los casos que estuvieran indicados psicofármacos esta
condición se mantuvo constante durante el estudio clínico.
Los
pacientes presentaban diferencias en la intensidad sintomática
ansioso-depresiva y en el grado de interferencia para el
funcionamiento cotidiano, situaciones clínicas características
que responden a un abordaje transdiagnóstico como el propuesto
por el PU.
Otro
dato clínico a considerar es la ausencia de diagnósticos
puros y la presencia de comorbilidad en todos los pacientes, algo
habitual de la clínica actual en contextos naturales. En este
sentido se confirmó en el 78% de los pacientes trastorno de
ansiedad como cuadro principal, y en el 22% trastorno del estado de
ánimo de tipo depresivo {ver tabla 1}.
Instrumentos
Se
realizaron evaluaciones pre-post intervención y seguimiento a
los 3 meses con los siguientes instrumentos:
-
Registro de datos demográficos y clínicos.
-
Entrevista semi-estructurada SCID – 5 (módulos de
evaluación trastornos del espectro ansioso-depresivo) para
evaluar criterios diagnósticos según DSM 5 (APA, 2013).
-
Cuestionario de Evaluación de Síntomas Psicopatológicos
(SA-45) (Sandín, Valiente, Chorot, Santed, y Lostao, 2008).
-
Overall Anxiety Severity and Impairment Scale -OASIS- (Norman,
Cisell, Means Chritensen y Stein, 2006; versión española
de Barlow et al., 2015)
-
Overall Depression Severity and Impairment Scale (ODSIS) (Barlow
et al., 2011; Bentley, Gallagher, Carl, y Barlow, 2014; version
Española Barlow et al., 2015).
Procedimiento
Se
utilizó un diseño cuasi experimental y una estrategia
de comparación entre grupos (intervención / lista de
espera) con el objetivo de evaluar el impacto diferencial de
tratamiento en tres momentos: pretest (línea de base) -
postest
(finalización
del tratamiento) y seguimiento a los 3 meses de concluida la
intervención.
La
realización de este ensayo clínico fue aprobada
oportunamente por el Programa Temático Interdisciplinario en
Bioética (PTIB) de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
Las profesionales a cargo de la aplicación del PU, fueron
especialistas en psicología clínica con orientación
cognitivo-conductual y formados en abordajes transdiagnósticos
(Barlow et al., 2011). El material clínico derivado de esta
investigación se protegió bajo archivo informatizado,
se garantizó la confidencialidad de los datos clínicos
y se solicitó el consentimiento informado por escrito de cada
uno de los participantes antes de comenzar el estudio
El
PU se aplicó a un total de 16 grupos, que en promedio
incluyeron entre 4 - 5 pacientes cada uno. El PU tuvo una extensión
media de 14 sesiones de dos horas de duración y frecuencia
semanal. En el PU está contemplada una extensión
variable de sesiones entre 12 y 18, en función de las
necesidades terapéuticas de cada grupo (Barlow et al., 2015).
En todas las sesiones se les entregaba a los pacientes un material
psicoeducativo impreso, que formaba parte del Manual del Paciente (en
adelante MP) del que disponían en forma permanente para su
consulta y como guía del trabajo terapéutico. También
se pautaban las tareas intersesión (TIS). El tratamiento se
dispensó en forma gratuita, y no implicó ningún
costo económico para los pacientes en el contexto de
investigación.
Las
evaluaciones de finalización de tratamiento y seguimiento
estuvieron a cargo de psicólogos clínicos externos a la
investigación.
Resultados
No
se hallaron diferencias significativas entre las condiciones
intervención y control en las variables de composición
de la muestra (sociodemográficas, clínicas) que
pudieran moderar (o influir en) los resultados comparativos
posteriores.
Para
analizar indicadores de mejoría clínica atribuibles al
tratamiento se
utilizó la prueba de Wilcoxon para muestras relacionadas y se
calcularon los tamaños del efecto complementarios (Cliff 's
delta).
Se
constató una reducción significativa en las escalas de
síntomas y en las medidas transdiagnósticas de afecto
negativo (enojo, malestar corporal, pensamientos e impulsos valorados
como incontrolables por el paciente, sentimientos de inferioridad e
inadecuación, angustia, tristeza, falta de motivación,
baja energía vital y sentimientos de desesperanza), y
ansiedad, tensión, ataques de pánico, miedo, inquietud
y preocupación excesiva. También se observó
aumento
significativo de las puntuaciones medias afecto positivo. Los tamaños
del efecto resultaron entre moderados y grandes para todas las
medidas. En la tabla 2 se presentan los datos comparativos. {ver tabla 2}
En
la figura 1 se observa la evolución media del grupo de
pacientes (n=34) durante el proceso terapéutico. {ver figura 1}
En
síntesis, los datos clínicos resultaron
estadísticamente significativos y clínicamente
relevantes
como respuesta al tratamiento (PU). No se obtuvieron puntuaciones que
indicaran iatrogenia o resultados perjudiciales para los pacientes.
Se
analizó la efectividad diferencial del PU entre los grupos (U
de Mann Whitney).
En
la figura 2 se observa una reducción del malestar sintomático
para todas las escalas en el GI, con diferencias significativas en
depresión (z(1)
=
-3.950, p= .000, d= 1.12), obsesivo-compulsivo (z(1)
=
-3.439, p= .001, d= 1.08), ansiedad (z(1)
=
-3.263, p= .001, d= 1.31), sensitividad interpersonal (z(1)
=
-2.748, p= .006, d= 0.41), ansiedad fóbica (z(1)
=
-1.650, p= .099, d= 0.69), ideación paranoide (z(1)
=
-3.267, p= .001, d= 0.84) y psicoticismo (z(1)
=
-2.402, p= .016, d= 1.08). {ver figura 2}
En
la siguiente figura se muestran los resultados de las otras medidas
de valor clínico con diferencias significativas en afecto
negativo (z(1)=
-3.061, p= .002, d= 1.33), no así en afectividad positiva
(PANAS) (z(1)= -1.347, p=.178, d= 0.85). {ver figura 3}
Para
la evaluación del cambio terapéutico se consideraron
los resultados de las diferencias intervención-no
intervención, y la estabilidad de los mismos en el tiempo una
vez finalizado el tratamiento.
Se
realizaron análisis de medidas repetidas (prueba de Friedman)
para comparar los tres momentos (pretest, postest y seguimiento).
(Al momento del seguimiento 3 pacientes se encontraban en tratamiento
psicológico y no fueron incluidos en la evaluación
atendiendo a criterio clínico). En las medidas sintomáticas
se observó una mejoría clínica consistente que
se mantuvo a los 3 meses con tamaños del efecto grandes para
las escalas SA-45.2. (Las referencias tamaño del efecto Eta
cuadrado (n2): pequeño = .01; mediano = .059; grande = .138.)
Se constató un efecto principal del tratamiento sobre las
escalas hostilidad (GI [F(2)=14.56,
p=.000, η²=.33]), somatización (GI [F(2)
=17.01, p=.000, η²=.36]), depresión (GI [F(2)
=33.94, p=.000, η²=.53]), obsesivo-compulsivo (GI [F(2)
=22.74, p=.000, η²=.43]), ansiedad (GI [F(2)
=52.82, p=.000, η²=.64]), sensitividad interpersonal (GI
[F(2)
=27.51, p=.000, η²=.48]), ansiedad fóbica (GI [F(2)
=17.68, p=.000, η²=.37]), ideación paranoide (GI
[F(2)
=32.14, p=.000, η²=.52]), y psicoticismo
(GI
[F(2)
=11.84, p=.000, η²=.28]). En la tabla 3 se presentan los
estadísticos descriptivos y en la figura 3 la evolución
de las puntuaciones medias en los tres momentos con una marcada
disminución en la post-intervención que se mantiene en
el seguimiento. {ver tabla 3} {ver figura 4}
En
afectividad negativa (PANAS) se produjo una reducción
significativa atribuible a la intervención que se mantuvo
estable en el seguimiento (GI
[F(2)
=27.55, p=.000, η²=.48]). Y se hallaron diferencias
significativas con tamaños del efecto grandes en afectividad
positiva que también se mantuvieron en el seguimiento GI [F(2)
=8.67, p=.000, η²=.22]). La tabla 4 informa los estadísticos
descriptivos y en la figura 4 la evolución temporal de las
puntuaciones. {ver tabla 4} {ver figura 5}.
Discusión
La
investigación realizada se enmarca en líneas
prioritarias y actuales en Psicología Clínica. Esto
responde a diferentes razones. En primer lugar, se trata de un
estudio clínico en contextos naturales que establece la
efectividad de un tratamiento transdiagnóstico, el Protocolo
Unificado de Barlow y colaboradores (2015), un tratamiento que basado
en la psicopatología dimensional establece dimensiones básicas
comunes a distintos trastornos del espectro ansioso-depresivo de
elevada prevalencia también conocidos como perturbaciones
emocionales.
En
segundo lugar, aporta evidencias de efectividad al proporcionar
datos consistentes de mejoría clínica en los pacientes
en
un tiempo breve de intervención, a través de la
disminución significativa y clínicamente relevante de
síntomas clínicos, y mejorar la afectividad positiva
(Barkham
et al., 2018; Kazdin, 2008).
Como investigación sigue la perspectiva del movimiento POR
(Investigación Orientada por la Práctica, por sus
siglas en inglés) que en los últimos años se
inscribe como un modelo de articulación y colaboración
entre clínicos e investigadores (Fernández-Álvarez,
y Castonguay, 2018; Fernández-Álvarez,
Fernández-Álvarez, y Castonguay, 2018).
En
tercer lugar, los análisis realizados para el grupo control
indicaron una evolución sin cambios significativos entre los
momentos evaluados. Esto aporta evidencias de efectividad diferencial
del tratamiento dispensado en dos niveles: (a) comparado con la no
intervención, y (b) evolución sin cambios
significativos en variables clínicas evaluadas en los momentos
pre-post del grupo control.
Todos
los pacientes evolucionaron favorablemente respecto de su estado
inicial, y además, la reducción sintomática al
finalizar el tratamiento y el aumento de afectividad positiva se
mantuvieron en los meses posteriores.
Esto
coincide con estudios previos en los que se aplicó el PU en
formato individual. Ellard y colaboradores (2010) establecieron
evidencias de mejoría clínica para una amplia gama de
trastornos de ansiedad y depresivos en 18 pacientes. En el mismo
sentido, Farchione y colaboradores (2012) estudiaron la eficacia del
PU aplicado en 37 pacientes y también confirmaron mejoría
clínica significativa en variables clínicas específicas
y en calidad de vida comparados con un grupo control. Los resultados
se mantuvieron a los seis meses de finalizado el tratamiento y son
similares a los obtenidos en la investigación realizada con un
promedio menor de sesiones y en formato grupal.
Gerth
(2014) realizó un análisis cualitativo para evaluar las
diferencias y similitudes en la vida cotidiana de 6 pacientes después
de completar el PU y, en similar dirección a lo observado en
este estudio,
hallaron una clara diferencia favorable en los cuatro dominios que
componen los principales temas del tratamiento: pensamientos,
sentimientos, comportamientos y experiencias corporales. También
se observó una reducción sintomática en niveles
de depresión y ansiedad al finalizar el tratamiento.
En
cuanto a la aplicación del PU en dispositivo grupal Osma y
colaboradores (2015) evaluaron la eficacia y viabilidad del PU en 11
pacientes con trastornos emocionales en unidades de salud mental
públicas. Al año de seguimiento habían remitido
los diagnósticos para todos los pacientes, y se habían
logrado mejorías significativas en la calidad de vida y en la
dimensión neuroticismo de la personalidad.
En
el trabajo de Bullis y colaboradores (2015) se informaron en 11
pacientes disminución de síntomas, menor nivel de
deterioro funcional y de la calidad de vida, mejoría en
habilidades de regulación emocional y más satisfacción
en áreas vitales. Esto mismo se pudo observar en el estudio
clínico realizado.
En
2017, Barlow y colaboradores publicaron un estudio en el que
compararon el PU con tratamientos para trastornos específicos
y un grupo control lista de espera. Participaron 223 pacientes con
trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de pánico,
trastorno de ansiedad social y trastorno obsesivo-compulsivo. Al
finalizar los tratamientos y en el seguimiento seis meses los
pacientes mostraron claros logros terapéuticos con respecto al
grupo control. Los
resultados indicaron la equivalencia del tratamiento PU y cuatro
tratamientos TCC específicos en cuanto a los cambios en la
gravedad del diagnóstico principal tanto al final del
tratamiento como a los 6 meses de seguimiento. Con
el PU se observó menos desgaste en los pacientes y mayor
motivación, posiblemente debido a que el PU contempla el
trabajo motivacional como parte de la intervención.
Steele
y colaboradores (2018) evaluaron la eficacia del PU para el
tratamiento de trastornos emocionales concurrentes en comparación
con protocolos para trastornos específicos (p. ej., trastorno
de pánico). Los resultados sugieren que ambas modalidades de
tratamiento son eficaces para reducir los síntomas de los
trastornos emocionales comórbidos. Sin embargo, se
destacan ventajas clínicas, prácticas y rentables de la
TCCT.
Las
diferencias en las muestras, los instrumentos de evaluación,
los procedimientos y las condiciones de aplicación limitan la
posibilidad de establecer criterios de comparación entre los
distintos estudios informados. No obstante, en cuanto a los aspectos
compartidos con esta investigación, se observan resultados que
avalan la aplicabilidad y efectividad del PU como indicación
para situaciones clínicas que cursan con ansiedad y/o
depresión, de severidad leve y moderada en formato grupal.
También se puede considerar una intervención preventiva
o de primer nivel para un conjunto de condiciones con mayor
compromiso clínico en las cuales el PU puede producir alivio
sintomático y cambios en dimensiones comunes transdiagnósticas
como la afectividad negativa y positiva.
En
síntesis, el Protocolo Unificado como intervención
estructurada y breve ofrece una alternativa terapéutica
efectiva en dispositivo grupal que puede ampliar el alcance
poblacional de un recurso clínico efectivo para su inclusión
en servicios de atención primaria o de especialidad en Salud
Mental en ámbitos públicos y privados.
Este
es el primer estudio en Argentina que en el marco POR aporta datos
que confirman la aplicación del PU en formato grupal como
abordaje clínico para personas afectadas por trastornos
emocionales con predominio de síntomas clínicos de
ansiedad y/o depresión.
Por
otra parte, permite disponer de datos regionales/locales sobre la
aplicación de uno de los protocolos clínicos más
representativos de una concepción psicopatológica
dimensional en la actualidad, y un conocimiento más adecuado
sobre la efectividad de programas de intervención breve para
trastornos emocionales, con componentes activos de intervención
para distintos trastornos emocionales en población argentina.
Con
respecto a su capacidad de transferencia, se trata de un Protocolo
que no está centrado en patologías específicas
sino en dimensiones básicas afectadas que son transversales en
la psicopatología comórbida de una elevada proporción
de consultas que comprometen perturbaciones emocionales del espectro
ansioso-depresivo -sea como condición clínica principal
o asociada a otros trastornos-. Esta característica potencia
su alcance.
El
PU puede ofrecer un abordaje coste-efectivo al optimizar los recursos
asistenciales y la gestión de los sistemas de salud en los
niveles de atención primaria y de los servicios especializados
en salud mental. En cuanto al entrenamiento y supervisión de
los terapeutas permitiría asistir a un espectro amplio de
pacientes de manera simultánea (Barlow et al., 2017; Castro
Solano, 2001; Sales, 2009).
La
concepción transdiagnóstica expresa un claro avance
sobre las limitaciones de los enfoques categoriales más
clásicos, no obstante sigue pendiente poder establecer con
mayor precisión los mecanismos explicativos subyacentes y la
significación clínica en un esquema dimensional. Como
plantea Belloch (2012) es necesario disponer de más ensayos
controlados y comparados con otros tratamientos, y de incrementar las
muestras clínicas y el seguimiento de los pacientes, entre
otros desafíos. También es necesario poder establecer
el alcance del PU como indicación única o
complementaria a otras intervenciones en función de la
severidad funcional y estructural de los pacientes, el impacto de la
alianza terapéutica como componente central del proceso, y los
resultados de los tratamientos (Botella y Corbella, 2011; Etchevers,
Garay, Korman, González, y Simkin, 2012; Roussos, Gómez
Penedo, y Muiños, 2016).
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