Cualquier
aproximación al mundo del amor psicótico tiene un paso
obligado por el mundo de los celos patológicos y la
erotomanía, descrita de la mejor forma por Gaëtan De
Clérambault.
Este
texto intentará evaluar sobre la vigencia o no de las Psicosis
Pasionales descritas por el psiquiatra francés, sobre cómo
han podido sobrevivir, aunque más no sea como un tenue fósil,
como un trilobite clínico, en la fría letra del DSM y
la CIE, y, más importante aún, cómo el cuadro
clínico es continuado hoy por un ejército de erotómanas
y erotómanos dispuestos a llevar en alto las banderas del amor
delirante (sería más justo decir "otros
tipos de amor delirante") sean cuales fueren las coordenadas
socioculturales que se despliegan a su alrededor. Al final, se
expondrá una aventurada comparación con el pensamiento
fundametalista.
De
la Ninfomanía a la Erotomanía
El
término erotomanía es usado ya en la Grecia antigua,
asociado a la idea de "exceso de amor", excesos que
llevaban a delirios, fiebre y ataques catalépticos (Diderot y
D'Alambert, 1754).
Si
bien el nombre ha quedado desde entonces, el concepto asociado a la
palabra ha ido sufriendo algunas modificaciones a lo largo de la
historia hasta llegar a la idea actual, formalizada cuidadosamente
por De Clérambault.
Aquella
erotomanía
nombraba "enfermedad general causada por exceso de amor".
Esta idea es mencionada por Plutarco (Jones, 1992) y por Galeno,
entre otros.
Galeno
describe el caso de una joven que se muestra afligida. El médico
piensa el diagnóstico diferencial entre una melancolía
(alteración de la bilis negra) o algo "inconfesable".
Cuando comprueba que el pulso de la paciente se vuelve extremadamente
irregular al estar en presencia de un actor conocido de la época,
llega a la conclusión de que el origen de sus manifestaciones
corporales es el exceso
de amor hacia
el artista.
Es
interesante notar la idea de cómo en este enfoque está
presente que algo intangible ("exceso de amor") puede
cambiar el estado del organismo. Sobre todo, que esa intangibilidad
no es religiosa; no es Zeus o Afrodita la que ocasiona ese cambio
sino un hombre, aunque es necesario ver que no era un simple hombre,
sino un actor, parte de los hombres privilegiados de la antigua
Grecia.
En
el siglo XVII se arriba al concepto de la erotomanía como la
"práctica en exceso de amor físico". Es
aquí que la erotomanía se separa del amor platónico
y se asocia a la ninfomanía
y la satiriasis
(Cullen,
1803, Thomson, 1827).
La
erotomanía no escapa a la ola de localización somática
de las enfermedades mentales. Quizás por un sesgo cultural o
quizás como una plena observación, se llega a la
conclusión de un asentamiento en los órganos sexuales
femeninos, más precisamente, se la rebautiza como "furor
uterino" (de Bienville, 1771).
Esto
supone un cambio importante con respecto a lo anterior: queda de lado
la etiología
intangible y
se ancla el padecimiento al campo femenino.
Llegado
el siglo XIX, la erotomanía es asociada con la
masturbación
y la homosexualidad,
dentro de las perversiones.
Esta visión más moralista llega a su punto más
alto con la
teoría de la degeneración.
Así,
las ninfómanas
del siglo XIX lo son debido a un trastorno
de la personalidad surgido de las conductas moralmente malas de sus
progenitores
(alcoholismo, sífilis).
Más
tarde el dualismo vuelve a prevalecer y la erotomanía
se separa de la ninfomanía,
pensándose la primera como una enfermedad mental y la última
como una enfermedad localizada en el aparato genital. Años
más tarde, la ninfomanía cae de enfermedad a síntoma
hasta desaparecer de la nosología académica aunque
sobreviviendo en la fantasía popular.
Ante
este cambio, la
erotomanía
es definida como "un
amor no correspondido originado en una enfermedad mental".
El origen vuelve a tornarse intangible, al menos no-orgánico.
Esquirol
incluye a la erotomanía dentro de las monomanías: "la
erotomanía es una enfermedad cerebral crónica
caracterizada por un amor excesivo por un objeto real o imaginario;
es
una enfermedad de la imaginación
y es acompañada por una alteración del juicio: las
ideas amorosas son tan fijas y dominantes como en la lypemania
religiosa".
Y agrega: "
la erotomanía difiere esencialmente de la ninfomanía y
la satiriasis ya que estas últimas se originan en los órganos
reproductivos y ascienden al cerebro, en cambio en la erotomanía,
el amor es todo de la cabeza;
las ninfómanas son víctimas de un desorden físico,
las erotómanas, de su imaginación"
(Esquirol, 1838).
Trelat,
años más tarde, describe la erotomanía dentro de
las "locuras lúcidas" y plantea por primera vez
separarlas en erotomaníacos primarias (esenciales) y
secundarias (sintomáticas) (Trelat, 1861).
A
principios del siglo XX el concepto de erotomanía sufre un
nuevo cambio a raíz de la dicotomía entre las locuras
parciales
(ex monomanías) y los delirios. Son Serieux
y Capgras
quienes incluyen la erotomanía dentro de los delirios
interpretativos
(Serieux, P. & Capgras, 1909) a la vez que en Alemania,
Kretschmer
describe cuatro casos como "delirios
erotomaníacos"
(Kretschmer, 1918).
Benjamin
Ball
da cuenta de algo importante en el cuadro: el
delirio erotomaníaco está en relación con otra
persona y no con el delirante per se.
Dice Ball: "el amado se transforma en objeto de especial
atención y persecución: cualquier gesto, mirada o
palabra, se vuelve evidencia de su amor por la paciente y cualquier
'pista' se vuelve evidencia. Un anuncio en el periódico
que diga 'Juan a María', significa que el amado
intenta comunicarse con la paciente por un pseudónimo"
(Ball, 1888).
Krafft-Ebing
plantea que la erotomanía es una expresión
tardía de la paranoia y
menciona que pueden existir procesos alucinatorios al servicio del
delirio (Krafft-Ebing, 1893).
Kraepelin
clasifica a la erotomanía dentro de la megalomanía
paranoica
y agrega al cuadro clínico las paramnesias,
bajo la forma de "pseudomemoria" (delirio
de la memoria).
Un
año antes de estos conceptos
kraepelinianos,
en 1920, De Clérambault publica, junto a Brousseau, el caso de
una mujer que aseguraba que George V estaba enamorado de ella y que
le hacía saber de ese amor mediante un código que
involucraba abrir o cerrar las cortinas del palacio real. Es aquí
que De Clérambault dice que
el orgullo y no el amor es el sentimiento que se pone en juego en la
erotomanía, dejando al platonismo fuera del cuadro.
Finalmente
la erotomanía sobrevive hoy en el DSM
dentro de los Trastornos
delirantes crónicos, de "tipo erotomaníaco".
Y el constructo moderno de "erotomanía" halló
su epónimo en quien reunió todas las características
clínicas dispersas desde la Antigua Grecia, puliéndolas
y agregando nuevas características fundamentales sobre el
ahora estructurado "síndrome".
De
la erotomanía al fundamentalismo
De
Clerambault
marca el núcleo delirante en lo que llamó el "Postulado
Fundamental": Es el objeto el que ha comenzado a amar y quien
más ama.
Las
características del objeto a lo largo de los años
varían en sus formas pero no en su contenido: son personas que
ocupan rango social superior, de privilegio. Ayer Reyes, hoy
celebrities.
Pero también se pueden dar en microsociedades: el jefe de una
oficina, un médico, un capataz.
Al
ser el objeto el primero y quien más ama, el sujeto amado se
vuelve un privilegiado, un elegido. El carácter asimétrico
de los lugares sociales que ocupan el objeto y el sujeto establece
también un contrato de difícil ruptura. No es un lazo
entre pares, donde la ambivalencia puede ser el tono más
habitual del lazo amoroso, la distancia simbólica de los
protagonistas de la erotomanía rápidamente se inscribe
en la entrega total. Es ese primer momento delirante de cualquier
enamoramiento (pensamientos obsesivos, inquietud, autorreferencia,
ideas megalómanas) extendido a todo el día, todos los
días, todas las semanas y todos los años. Porque los
cuadros erotómanos parecen llevar a un territorio no
metafórico eso de "amar para siempre".
Ahora
bien, la erotomanía ofrece un excelente laboratorio para
reflexionar sobre dos cuestiones que trascienden la clínica
estricta: una, la más evidente y que ya se mencionado, es el
lazo amoroso.
Es la elasticidad de las significaciones y no tanto las
significaciones en sí, lo que separa el amor patológico
del amor normal
(no alcanza la bastardilla para aflojar estos juicios y éso es
precisamente la gran duda alrededor de estos términos al
asociarlos al amor, el
amor, en definitivamente, termina siendo el gato de Schrödinger:
puede al mismo tiempo estar vivo y muerto, normal y patológico).
La
otra cuestión que la clínica erotómana puede
ayudar a analizar es la dinámica de las
ideas fundamentalistas.
El fundamentalismo comparte con la erotomanía la asimetría:
un sujeto es elegido, ya no por un objeto humano
sino por una idea
superior. En el recorte de las ideas religiosas, podría
pensarse esto como un delirio
místico.
Pero lo que se quiere subrayar acá es otro tipo de
fundamentalismo: el que florece en esta época a la hora del
debate de ideas. El contrato entre pares, que estimulaba al
intercambio de ideas opuestas, estaba más cerca del amor
común: ambivalencias, algunos enojos pasajeros y ciertas
revelaciones efímeras. Hoy se extendió otro contrato:
quien
expresa una idea se siente elegido por esa idea,
no es una idea, es una revelación. Se establece, al igual que
en la erotomanía, una relación asimétrica, donde
el fundamentalista no puede romper el vínculo, ni siquiera
modificarlo. El sujeto se pierde en el universo de esas ideas
reveladoras y se abraza delirantemente a un juego de defensa y ataque
intenso que tiende a cero. Los terraplanistas, los antivacunas y
todas sus metonimias políticas leen la realidad como aquella
erotómana que vigilaba las cortinas del Palacio, sus pruebas
son pura interpretación sesgada (como toda interpretación,
se podrá decir, sí, pero ésta tiene la rigidez
del delirio).
Por
último, en este juego de pensar el modelo erotómano
como el modelo fundamentalista, no podemos dejar de lado la dinámica
por etapas del cuadro psicopatológico. El enamoramiento, la
desilusión, el despecho y que desemboca en el acoso. Cada una
de estas etapas que se cumplen en un cuadro erotomaníaco puro,
se cumplen también con aquellos que eligen encorsetar
erotómanamente
su pensamiento.
La
mala noticia es que por ahora, al igual que siempre, no hay un
tratamiento eficaz que revierta la salida
del surco.
Apenas se puede pensar en una prevención secundaria.
Referencias
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de
Bienville, M. D. T. (1771). La
Nymphomanie ou trait de la fureur utrine,
dans lequel on explique avec autant de
clart commencements et les progrs de cette cruelle maladie dont on
developpe les differentes causes; ensuite on propose les moyens de
conduite dans les divers periodes et les specifiques les plus prouves
pour la curation (Amsterdam: M. M. Rey).
Esquirol,
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de
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Kretschmer,
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Berlin: Springer.
Serieux,
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Trelat,
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