Breve
historia de un problema fundamental
Si
echamos un vistazo a la historia de la psicología y sus
diversos campos aplicados durante los últimos cien años,
una certeza emerge con claridad: la formación de psicólogos
clínicos constituye un auténtico problema. El problema
en sí puede ser definido resumidamente en los siguientes
términos, necesariamente amplios: ¿Bajo qué
condiciones, a través de qué contenidos, mediante
cuáles técnicas, y durante cuánto tiempo debe
entrenarse a un ciudadano para poder aseverar, con cierto grado
razonable de certeza, que será un terapeuta aceptable?
Durante
la primera mitad del siglo XX la psicología clínica,
que en los acertados términos de Wallin (1958, p. 413) fue
"esencialmente una creación americana [estadounidense]",
se enfocó eminentemente en el tratamiento y reeducación
de sujetos individuales, en particular niños, cuyas
perturbaciones conductuales y emocionales los hacían poco
capaces de ajustarse a sus contextos típicos: la escuela, la
familia y la sociedad (Napoli, 1981). A partir de un lento,
progresivo y relativamente silencioso proceso de desarrollo
socio-profesional y gremial, entre 1920 y 1940 los psicólogos
clínicos avanzaron sobre el campo de la psicoterapia y
comenzaron a arrogarse facultades en el campo de la intervención
sobre adultos con desórdenes más graves, en particular
aquellos vinculados con la personalidad (Goode, 1960). La Segunda
Guerra Mundial alteró radicalmente el campo clínico, a
través de (1) la legitimación aún mayor del
psicólogo clínico como auxiliar en la rehabilitación
de los individuos en el contexto del esfuerzo bélico, (2) la
proliferación de internships
(residencias)
y programas universitarios de posgrado en psicología clínica
financiados por el gobierno y cuya meta era el abastecer las filas de
profesionales que debían brindar sus servicios a los
veteranos, (3) el establecimiento por parte de la American
Psychological Association de
programas de evaluación y acreditación de aquellos
programas de posgrado, y (4) la proliferación de enfoques
terapéuticos más allá del psicoanálisis
(Baker & Pickren, 2007) {ver nota de autor 1}.
Sin
embargo, hasta el año 1949 no existió consenso alguno
sobre cómo formar psicólogos clínicos. La
estructura multinivel de las universidades estadounidenses con sus
ramas y cursos optativos y su equilibrio dinámico entre
laboratorios experimentales y clínicas psicológicas, la
fuerte dominancia psiquiátrica en el campo de la salud mental,
y en definitiva la heterogeneidad propia de la psicología como
disciplina y como profesión fueron factores que colaboraron
con la ausencia de consensos sobre nuestro 'problema
fundamental'. Entre 1896 y 1949 autores tan diversos como
Lightner Witmer, J. E. W. Wallin, Leta Hollingworth, Albert
Poffenberger y Carl Rogers estuvieron involucrados en la definición
de más de una decena
de propuestas de programas de entrenamiento en psicología
clínica (Farreras, 2001). Cada una de estas propuestas
estipulaba, a grandes rasgos, (1) las asignaturas a ser cursadas por
los psicólogos clínicos, (2) la modalidad del
entrenamiento práctico en residencias, (3) el valor o
significado de un título puramente académico como el
doctorado (Ph.D.) en la formación de un profesional práctico,
y (4) las relaciones a mantenerse con otros profesionales del campo,
por caso los trabajadores sociales y los psiquiatras. Como sugieren
tanto Farreras (2001) como MacArthur & Shields (2015), ninguno de
estos programas fue 'aceptado' en el sentido de
instituido a nivel central, o legitimado por asociaciones oficiales—
en parte porque dichas asociaciones, predominantemente científicas,
se encontraban también en proceso de cambio y de modificación,
y carecían de poder efectivo para intervenir sobre los
psicólogos autopercibidos como 'aplicados'
(Napoli, 1981, esp. pp. 42-62).
El
consenso en torno al 'modelo Boulder' definido en 1949
estableció, tanto a nivel simbólico como a nivel
afectivo, las bases comunes y el espíritu transversal que se
esperaba tuvieran los programas de entrenamiento clínico en
posgrado que resultaron de la Segunda Guerra Mundial (Baker &
Benjamin, 2000). A partir de entonces, y con algunos cambios menores,
el psicólogo clínico sería percibido como un
scientist-practitioner:
es decir, como un proveedor de servicios (un profesional, un experto)
que sin embargo debía proceder como un científico:
consumiendo la mejor información disponible en su área,
escrutando de forma crítica dicha información,
integrándola en sus tecnologías terapéuticas, y
llevándola a concreción para la resolución de
problemas concretos de consultantes singulares. En términos de
Petersen (2007),
As
a practitioner, it is valuable to be able to develop the ability to
take a step back from the emotive-relationship-based aspects of
applied psychology and explore client responses, behaviors, and
sessions from a scientific viewpoint. Observing clients, making
inferences, formulating a hypothesis, and testing the hypothesis are
all important to applying the scientist component to being a
practitioner. All of these steps occur at both the microlevel, when
the practitioner is engaged in a session with a client, and at the
macrolevel, when the practitioner is reflecting on the session or
presenting the case during consultation. (p. 763)
La
discusión sobre la formación idónea del
psicólogo clínico es un asunto perenne,
pero
hoy día no exhibe una urgencia acuciante como lo hacía
en 1949. En términos generales, se asume que entre otras
características, un psicólogo clínico o
psicoterapeuta adecuadamente 'formado' debe (1) estar
orientado por la mejor información disponible hasta el momento
en su campo de intervención, (2) ser capaz de evaluar
críticamente la información y la evidencia alegada por
sus colegas en lo que respecta a las intervenciones expertas, (3)
cursar instancias de actualización en los saberes que competen
a su actuar, toda vez que se reconoce que el campo clínico es
altamente dinámico y se renueva constantemente, y (4) conocer
una pluralidad de enfoques y métodos, aunque la
especialización conduzca inevitablemente a la adopción
de un grupo reducido de dichos enfoques y métodos.
La
formación de psicólogos clínicos en Argentina
Aunque
original, el planteamiento del problema tal como ha sido definido
hasta aquí no fue exclusivo de Estados Unidos. La
institucionalización universitaria de la psicología en
otros países, y la progresiva profesionalización de la
disciplina (asociaciones, colegios profesionales, códigos de
ética, mecanismos de acreditación, etc.) llevó a
que estos debates se reeditaran con las coloraciones e idiosincrasias
propias de cada región. En otras palabras, todo país
con psicología universitaria se ha planteado cómo
formar a los psicólogos, y en particular cómo entrenar
a los clínicos (Donn, Routh & Lunt, 2000). ¿Cuál
ha sido y cómo se refleja el problema en el caso de Argentina?
Ya
ha sido ampliamente documentado el hecho de que la psicología
clínica y el 'rol' del psicólogo clínico
se instauraron como los dos ejes centrales del debate sobre la
psicología en nuestro país prácticamente desde
que se establecieron las carreras de grado en los años '50
(eg. Dagfal, 2009; Klappenbach, 2000). Las narrativas históricas
disponibles han enfatizado el rol nodal del psicoanálisis en
la definición teórica, meta-teórica y
profesional del proyecto disciplinar dominante en el país
hasta entrados los años '90 (Fierro & Araujo, 2021;
Piñeda, 2020). Por motivos de espacio, y con miras a ofrecer
datos sobre el estado actual de la formación clínica en
las carreras de psicología en Argentina, nos centraremos en
los desarrollos propios de los últimos veinte años.
A
partir de la recuperación democrática en 1983 la
cuestión de la formación de psicólogos en
Argentina fue replanteada y revisada críticamente (Fierro,
2019, pp. 141-153). La reanudación de encuentros científicos
que incluían el problema como eje temático, el
establecimiento de grupos de investigación específicos
sobre la temática, el establecimiento de asociaciones (como
AUAPsi) y el inicio de ciertas revisiones curriculares al interior de
diversas casas de estudio fueron sólo algunas de las
circunstancias que llevaron a replantear el debate sobre cómo
eran entrenados los psicólogos en el país, y cómo
debían serlo en un contexto ideal. Finalmente, es hacia la
década de 1990 que se establece formalmente el problema de la
formación universitaria de los psicólogos como objeto
de indagación empírica en el país, registrándose
incluso una tradición nacional de estudios cuantitativos
(socio-bibliométricos) nacional sobre la enseñanza de
la disciplina (Klappenbach, 2003).
Con
todo, hacia la fecha de publicación de este artículo se
carecen de publicaciones científicas con datos actualizados y
cuantitativos sobre la formación clínica ofrecida por
las universidades del país. En efecto, por un lado aquellos
estudios específicos sobre asignaturas clínicas se han
concentrado en las creencias y opiniones de los estudiantes, y no han
incluido una muestra representativa de las carreras de psicología
del país (eg. Menéndez & Acosta, 2011). Por otro
lado, los datos de las publicaciones disponibles que ofrecen análisis
cuantitativos sobre la formación clínica provista por
las carreras tienen al menos seis años de antigüedad
(Fierro et al., 2017).
El
análisis de la formación de grado en psicología
clínica en universidades públicas y privadas del país
constituye una vía idónea para describir el estado
actual de la psicología clínica en Argentina por varias
razones. En primer lugar, la psicología clínica es el
destino profesional de gran parte, incluso de la mayoría, de
los graduados: hacia el año 2017, alrededor del 84% de los
psicólogos argentinos ejercía en el ámbito
clínico, a la vez que un 89% de aquellos quienes desempeñaban
tareas clínico-asistenciales brindaban psicoterapia (Alonso,
Gago & Klinar, 2017; para más estadísticas véase
también Muller y Palavezzatti, 2015). Por otro lado, a
diferencia de otros países como Estados Unidos o España,
en Argentina el título de psicólogo o de licenciado en
psicología otorgado por las universidades es habilitante,
en el sentido que permite el pleno ejercicio de la profesión
(la matriculación en los colegios profesionales, si bien
condición para el ejercicio legal de la psicología, es
un requisito gremial, no académico). Finalmente, debe
considerarse el hecho de que el consumo de posgrados por parte de los
psicólogos argentinos ha sido relativamente escueto hasta años
recientes (Klappenbach, 2015). La evidencia sugiere que este
relativamente bajo consumo continúa hasta la actualidad. Según
el último relevamiento ocupacional disponible (Alonso, Gago &
Klinar, 2019), 50 de cada 100 psicólogos argentinos sólo
revisten un título de grado en su haber, y de los 50 restantes
el grueso posee una 'especialización' como única
formación de posgrado (sobre los sistemas de acreditación,
certificación y regulación del ejercicio de la
psicología clínica en Argentina, véase Bregman &
Molina, 2017). 6 de cada 100 psicólogos poseen un título
de maestría, y menos de 2 de cada 100 poseen un doctorado {ver nota de autor 2}.
De acuerdo a lo anterior puede suponerse que la formación de
grado es el principal factor determinante en la orientación,
solvencia y pertinencia del ejercicio profesional de al menos parte
considerable de los graduados argentinos, en particular de los que se
desempeñan en el ámbito clínico; se sigue de
suyo que aquella formación de grado es entonces un sugerente
objeto de estudio.
Con
todo, el constructo 'formación en psicología'
es polisémico y multinivel, y el propio currículum en
psicología registra varios niveles de concreción (véase
Klappenbach, 2003; Fierro, 2019, pp. 26-29).
Reconocido
esto, una de las variables de estudio más productivas en el
campo la conforman el conjunto de los contenidos
bibliográficos de
las asignaturas. En otras palabras, los contenidos de lectura
obligatoria de las asignaturas son elementos centrales en la
socialización de los psicólogos: en términos de
Serroni-Copello (1997), "para que los contenidos conceptuales
de la psicología científica circulen entre los
psicólogos de nuestro país, basta que estén
representados de algún modo en
el interior de la estructura institucional que articula a los
miembros de la comunidad profesional"
(p. 61. Énfasis agregado). Es claro que un elemento central de
aquella estructura institucional es el conjunto de carreras de
psicología, encargadas de producir y reproducir a la comunidad
de científicos, tecnólogos y praxiólogos. En
segundo lugar, esto es especialmente verdadero para países con
una tradición particular en enseñanza universitaria
como lo es Argentina. La propia estructura universitaria del país,
su funcionamiento en torno a facultades y cátedras, la
estabilidad de los cargos regulares y la tendencia a mantener planes
de estudio y programas docentes por largos períodos han
causado que los contenidos bibliográficos de las asignaturas
sean uno de los elementos más estables de la vida académica
de los psicólogos. Finalmente, debemos recordar que la
formación universitaria en psicología en Argentina, al
menos como ha sido tipificada hasta el momento, no está guiada
explícitamente por el desarrollo de competencias, como ha
intentado establecerse en el sistema de educación superior
europeo, sino que es una formación guiada por contenidos
específicos (Benito, 2009), lo cual nuevamente subraya la
importancia de la bibliografía de los cursos en el
entrenamiento de los graduados.
Breve
descripción de la metodología y del procedimiento
La
estrategia metodológica del análisis
socio-bibliométrico aplicado a la formación
universitaria en Argentina se ha descrito detalladamente en otro
trabajo (Fierro, 2019, pp. 249-338). En esencia, se asume que las
asignaturas de grado, en particular aquellas obligatorias,
constituyen el 'tamiz' curricular que deben atravesar
obligadamente los estudiantes para diplomarse; a su vez, se asume que
en dicho proceso los estudiantes adquieren creencias, conocimientos y
supuestos determinados
por (es decir, relacionados
de forma no arbitraria o accidental
con) dichos contenidos. El análisis socio-bibliométrico,
entendido como la cuantificación de la información
científica contenida en documentos científicos como los
programas de trabajo docente, permite disponer de datos
cuantitativos, contrastables y comparables sobre las asignaturas, y
por extrapolación, sobre la comunidad de graduados.
En
el presente artículo se presentan resultados obtenidos a
partir del análisis de los contenidos bibliográficos de
lectura obligatoria (N=3085) de las asignaturas clínicas
(N=65) de cursado obligatorio vigentes hacia el año 2018 en
las principales doce carreras de psicología del país.
Se incluyen en nuestra muestra las carreras de psicología de
las universidades de Buenos Aires, El Salvador, Católica de
Salta, John Fitzgerald Kennedy y Abierta Interamericana y las
nacionales de Mar del Plata, La Plata, San Luis, Tucumán,
Córdoba, Rosario y Comahue. La Tabla 1 lista las carreras
escogidas, las asignaturas relevadas de cada carrera, y la proporción
de dichas asignaturas sobre el total que compone el plan de estudios.
{ver tabla 1}
Acerca
de la representatividad de las universidades escogidas, hacia el año
2018 y en su conjunto las doce carreras contenían al 85.29% de
los alumnos de carreras de psicología activos en todo el país.
A su vez, las doce habían titulado al 82.1% del total de
psicólogos diplomados en Argentina (Fierro et al., 2021). En
definitiva, los datos sobre la formación clínica de
grado que aquí se ofrecen refieren de forma directa a más
de cuatro quintos de los psicólogos formados y en formación
en el país. El criterio de selección de las
asignaturas, además de su obligatoriedad, ha sido nominal,
incluyéndose en la muestra sólo aquellas cuya
denominación las vincula directamente con el campo clínico
y con la actividad clínica prevalente en Argentina: la
psicoterapia (así, se han incluido las asignaturas que
responden a las siguientes denominaciones: "Psicología
Clínica", "Psicoterapias", "Salud
Pública y Salud Mental", etc.).
En
un sentido procedimental, cada referencia bibliográfica de
lectura obligatoria de las asignaturas relevantes ha sido desagregada
en una serie de campos independientes, cada uno correspondiente a un
indicador bibliométrico. Los indicadores bibliométricos
son definidos como "los subconjuntos de las medidas
cuantitativas sobre la ciencia" (Maltrás Barba, 2003, p.
12): así, constituyen recursos empíricos a partir de
los cuales delimitar fuentes, extraer datos de las mismas, y
ordenarlos para su interpretación cuantitativa y cualitativa.
En este trabajo se ofrecen datos extraídos a partir de tres
indicadores: (1) "Autor de la referencia", (2)
"Orientación teórica del texto" y (3) "Año
de publicación original del texto". Los datos obtenidos
a partir de la desagregación en indicadores son reunidos y
sometidos a un análisis estadístico descriptivo en
términos de frecuencias y de porcentajes, e interpretados
sobre un trasfondo teórico (en nuestro caso, debates recientes
sobre formación, acreditación y ejercicio profesional
en psicología).
Resultados
Autores
más leídos
Por
efecto de repetición y de articulación, se estima que
los autores más leídos en el grado serán
aquellos con que los estudiantes se familiarizarán en mayor
medida, y a partir de los cuales moldearán sus creencias y sus
hábitos profesionales, al menos al inicio de sus carreras
profesionales. Esto será particularmente cierto cuando exista
un marcado predominio
de ciertos autores: es decir, cuando exista una distribución
relativamente desigual entre un reducido grupo de figuras que
concentre elevados porcentajes de textos y un grupo mayor de figuras
que sin embargo reúnan menores cantidad de materiales de
lectura y tengan por tanto un menor impacto relativo.
Como
lo indica la Tabla 2, en primer lugar existe en las asignaturas
clínicas una muy elevada concentración de textos en un
grupo relativamente reducido de autores. Un 50% de las referencias
pertenece a 37 autores, mientras que el restante 50% se distribuye (o
'derrama') en un grupo de 901
autores,
cada autor concentrando proporciones progresivamente menores sobre el
total de textos.
{ver tabla 2}
La
Figura 1 ilustra gráficamente la relación inversa entre
cantidad de grupos de autores y cantidad de textos por grupo de
autor; relación que a grandes rasgos respeta la Ley de Lotka,
otro parámetro socio-bibliométrico. Dos autores
concentran casi un tercio de la muestra: entre 2 y 3 de cada 10
textos con que los estudiantes se formen en psicología clínica
en el país serán textos de Sigmund Freud o de Jacques
Lacan. Esto permite concluir que el grupo unitario de autores con
mayor envergadura de la muestra pertenece a dicha orientación.
Respecto a las orientaciones teóricas de estos autores
predominantes, aproximadamente la mitad de los integrantes del primer
grupo de 37 autores adscribe a una orientación psicoanalítica.
{ver figura 1}
¿Cuán
representativa es esta 'cartografía' respecto a
las figuras clínicas consideradas como seminales o relevantes
en el campo clínico a nivel internacional? En el año
2009, Cook y colaboradores publicaron uno de los estudios más
completos sobre la temática. 2400 psicoterapeutas
norteamericanos identificaron a los diez psicólogos clínicos
más influyentes en su tarea diaria (Cook et al., 2009). Se
presenta a continuación la relación o razón
matemática entre los textos de Freud, el autor más
prevalente en nuestra muestra y los textos de aquellos diez
psicólogos clínicos más influyentes según
el estudio referido. El psicólogo considerado como más
relevante por la encuesta, Carl Rogers, tiene en las asignaturas de
nuestras universidades una relación de un texto cada 94 textos
escritos por Freud. El segundo psicólogo en orden decreciente
en la encuesta, Aron Beck, tiene una relación de un texto cada
44 textos freudianos. El tercero, Salvador Minuchin, tiene una
relación de uno a 165 textos. El cuarto, Irvin Yalom, tiene
una relación de uno a 330. El sexto, Albert Ellis, una
relación de uno a 132. Los autores que ocupan el quinto,
séptimo, octavo, noveno y décimo lugar de la encuesta
(Virgina Satir, Murray Bowen, Milton Erickson, John Gottman y Carl
Jung, respectivamente) no tienen textos presentes en las asignaturas.
Por fuera de la encuesta de Cook, autores seminales en la historia de
la psicoterapia tienen una presencia exigua en las asignaturas
(Jerome Frank, por caso, con un sólo texto). Por último,
no se registran en las asignaturas argentinas textos de autores
igualmente relevantes al campo de la psicoterapia como, por caso,
Bruce Wampold, Hans Strupp o Horst Kächele. Por último,
debe mencionarse que Freud, el autor insigne de la formación
clínica en el país, no figura entre los diez psicólogos
más influyentes según el estudio de Cook et al. (2009).
Orientación
teórica
No
existe labor clínica sin alguna orientación teórica.
Las teorías fundamentan y guían la comprensión
psicológica, en particular en la práctica clínica:
las teorías son "fundamentales para la conceptualización
de los fenómenos psicológicos, y por inferencia, el
aprendizaje teórico es fundamental en la formación y en
el entrenamiento de la psicología" (Farber, 2014, p.
67). En este contexto, el pluralismo teórico es fundamental.
Los clínicos deben ser proficientes en el uso de diversos
marcos teóricos para comprender a sus consultantes, formular
tratamientos, y aplicar técnicas terapéuticas (Farber,
2014). Y a pesar de que existe una miríada de enfoques
teóricos, suelen reconocerse cuatro de ellos –el
psicodinámico, el cognitivo-comportamental, el
humanístico-existencial y el sistémico– como
fundamentales {ver nota de autor 3}.
En esta dirección, la aparición relativamente reciente
de nuevos modelos teóricos integrativos
refuerza
la importancia del aludido pluralismo (Fernández Álvarez
& Fernández Álvarez, 2017). Así, los
programas de entrenamiento clínico en países como
Estados Unidos ofrecen entrenamiento en diversos enfoques teóricos,
a la vez que no existe a nivel nacional una marcada hegemonía
teórica en los programas de formación (Norcross et al.,
2009).
Este
no parece ser el caso de Argentina, donde los datos sugieren la
práctica inexistencia de un pluralismo teórico en el
tramo profesional del grado, y donde existe una clara hegemonía
psicoanalítica. Casi tres cuartos de las referencias de las
asignaturas de la muestra obedecen exclusivamente a una orientación
psicoanalítica (74.9%). La segunda orientación en orden
de prevalencia son los textos 'generalistas': aquellos
que no adoptan una perspectiva teórica específica para
describir sus contenidos. Con todo, estos textos reúnen el
4.5% de la muestra. Los textos cognitivistas, que conforman el tercer
grupo más prevalente, componen un 3.7% de la muestra. A este
grupo le siguen los textos cognitivo-comportamentales (3.2%),
transteóricos (3.1%), psiquiátricos psicodinámicos
(2.4%), sistémicos (1.4%), salugénicos (1.2%),
gestálticos (1%), humanistico-existenciales (1%),
constructivistas (0.5%), comportamentales (0.4%) e integrativos
(0.3%), entre otros grupos muy menores. Considerando como dividendo
el porcentaje de textos psicoanalíticos, las razones o
proporciones resultantes son: 17 a 1 (generalistas), 20 a 1
(cognitivistas), 24 a 1 (cognitivo-comportamentales), 24 a 1
(transteóricos), 31 a 1 (psiquiátricos psicodinámicos),
55 a 1 (sistémicos), 63 a 1 (salugénicos), 71 a 1
(humanístico-existenciales), 77 a 1 (gestálticos), 159
a 1 (constructivistas), 188 a 1 (comportamentales), y 259 a 1
(integrativos).
En
otras palabras, existen veinte veces más textos
psicoanalíticos que textos de la segunda orientación
teórica dominante (cognitivismo). Finalmente, hay entre tres y
cuatro veces más textos de la orientación teórica
dominante (psicoanálisis) que de los textos de todas
las demás orientaciones teóricas agregadas.
La
Figura 2 representa gráficamente estos valores en términos
de frecuencias absolutas. Probablemente los lectores tengan problemas
para diferenciar e identificar las pequeñas barras, que
representan todos aquellos textos no psicoanalíticos. ¿Qué
sucederá entonces con los estudiantes que efectivamente leen
los textos representados por esas barras? Si nosotros no podemos
visualizar claramente los datos, perdiendo así de vista a las
propuestas no psicoanalíticas, ¿podrán llegar a
atisbarlas siquiera los propios estudiantes en el transcurso de sus
carreras?
{ver figura 2}
Actualización
y obsolescencia de la bibliografía
Según
Pozo y Monereo (2009), los conocimientos en que formamos a los
psicólogos son como yogures, dado que "tienen fecha de
caducidad, más o menos cercana, por lo que debemos formar a
los alumnos no sólo en esos saberes sino en comprender lo que
los hace ahora necesarios y los convertirá en insuficientes o
limitados en un futuro más o menos inmediato" (p. 23).
En otras palabras, los psicólogos deben formarse (1) en
conocimientos actualizados (en el sentido de recientes), y (2) en
habilidades para evaluar las limitaciones de dichos conocimientos.
Esto es particularmente importante en el campo profesional y en el
área clínica, donde tiene lugar una marcada disminución
de la durabilidad del conocimiento profesional [diminishing
durability of professional knowledge]: dado que la vida media del
conocimiento ya disponible disminuye mientras que el ritmo de la
producción de nuevo conocimiento aumenta, esto produce que la
vida media de
los títulos y las formaciones mismos se
vayan acortando progresivamente a medida que avanzan los años
(Neimeyer & Taylor, 2014, pp. 228-229;
Wise
et al., 2010). La aparición de nuevos enfoques terapéuticos,
el refinamiento de los ya disponibles, y el constante debate sobre la
evidencia colaboran con hacer insoslayable la actualización
del entrenamiento clínico en la universidad.
Los
datos provistos por indicadores bibliométricos referentes a
años de publicación aportan datos referidos a estas
cuestiones. En efecto, los indicadores permiten extraer medidas como
(1) la antigüedad media de los textos y (2) el grado de
actualización de los mismos (el denominado 'índice
de Price', definido como el porcentaje de textos de una muestra
que ha sido publicado en los últimos 5 años y que por
tanto pueden ser calificados como 'actualizados' en
términos científicos).
De
acuerdo a los datos de nuestra muestra, la media de publicación
de los textos de lectura obligatoria en las asignaturas clínicas
es el año 1970, lo que sugiere una edad media de textos de
unos 48 años. Esta magnitud constituye casi el triple
de la edad media (17 años) del conocimiento propio de la
sub-área con mayor
edad media
de todo el campo clínico: la psicoanalítica (Neimeyer &
Taylor, 2014). Por tanto, los materiales con que se forman los
psicólogos clínicos argentinos en el grado casi
triplican el 'techo' de la obsolescencia de la literatura
esperable en el campo; 'techo' que, paradójicamente,
se establece a partir de los desarrollos internacionales de la
orientación teórica dominante en el país.
La
mediana de los textos es 1986, por lo que uno de cada dos textos
leídos en las asignaturas tendrá 32 años o más
de antigüedad. De diez textos leídos por los estudiantes
en su formación clínica, cuatro tendrán entre 48
y más de 115 años; otros dos tendrán entre 24 y
32 años, y de los restantes cuatro sólo uno (el más
reciente) tendrá 7 años o menos de antigüedad.
Ésta
marcada obsolescencia
de la literatura explica a su vez el escaso porcentaje de textos
actualizados
en las asignaturas, de acuerdo al estándar de los 5 años
sugerido por el índice de Price y semejante a los índices
generales propuestos por estudios empíricos sobre la edad
media de la literatura psicoclínica (Neimeyer & Taylor,
2014). Del total de nuestra muestra, sólo un 2.2% de los
textos tienen 5 o menos años de antigüedad; si duplicamos
el estándar a diez años, el porcentaje aumenta hasta el
12.2%. En otras palabras, entre 2 y 3 de cada 100 textos leídos
por los estudiantes en su formación clínica cumplirán
con un requisito básico de cientificidad como lo es la
actualización del material.
Evaluación,
acreditación y el ejercicio ético de la psicología
clínica
Un
estudio socio-bibliométrico "no puede limitarse a
amontonar datos estadísticos yuxtapuestos": estos deben
ser integrados "para conseguir explicaciones lo más
sólidas que sea posible acerca de las actividades relacionadas
con la ciencia" (López López, 1996,
p.
43). En el caso de este breve artículo, y por motivos de
espacio y de pertinencia, integraremos la información sobre
las carreras de grado sobre el trasfondo de dos conjuntos adicionales
de datos: los referidos a los procesos de evaluación y
acreditación de las carreras de grado de psicología en
el país, iniciados en el año 2009, y lo estipulado por
el Código de Ética de la Federación de
Psicólogos de la República Argentina.
Respecto
a la acreditación de las carreras de grado, el proceso se rige
actualmente y desde hace más de diez años por la
Resolución Ministerial 343/09, que estipula los criterios,
estándares y contenidos curriculares mínimos con que
son evaluadas las carreras de psicología al momento de
otorgarse o no su acreditación. Independientemente de las
críticas que pueda recibir el proceso mismo de evaluación
y acreditación, la Resolución en sí ha sido
producto de casi una década de debates internos a la comunidad
profesional del país (Fierro, 2019, pp. 167-248); en tal
sentido representa "el consenso alcanzado y del grado de avance
de la psicología académica y profesional en Argentina
al finalizar la primera década del siglo XXI"
(Klappenbach, 2015, p. 949).
En
su conjunto, los parámetros y estándares contenidos en
la Resolución defienden una perspectiva científica,
pluralista,
bi-partita
y dinámica
de la psicología. En lo que nos interesa aquí, la
Resolución explicita que los planes de estudios deben permitir
que los alumnos dominen la faz científica y la faz aplicada o
de intervención experta de la psicología a través
de 'conocimientos idóneos'. El plan de estudio
debe contemplar "una formación generalista con
pluralismo teórico y perspectiva multidisciplinaria, que
posibilite la posterior especialización del egresado"
(Ministerio de Educación, 2009, p. 3). Los parámetros
de acreditación son claros al afirmar que las carreras deben
ofrecer un abanico amplio de ofertas teórico-metodológicas
disciplinares, tanto en los ciclos básicos como en los ciclos
profesionales.
En lo referido al eje temático de 'Procesos
psicopatológicos', por caso, se listan como contenidos
curriculares básicos los "diferentes
enfoques teóricos" (Ministerio de Educación,
2009, p. 5. Énfasis agregado) en el área. En el eje
temático 'Intervenciones en Psicología' se
detalla que las carreras deben ofrecer conocimiento de "las
diferentes
estrategias, métodos y técnicas de abordaje e
intervención referidas a las problemáticas que atañen
a cada campo de la Psicología", agregando que acerca de
dichas intervenciones las carreras deben impartir "conocimiento
del conjunto de modelos
teóricos y técnicos psicoterapéuticos"
(Ministerio de Educación, 2009, p. 4. Énfasis
agregado). A nivel más general, el 'área de
formación profesional' de las carreras, que corresponde
a la formación en prestación de servicios en los
diversos campos de aplicación profesional, debe incluir "los
conocimientos teóricos, metodológicos e instrumentales
para la evaluación, diagnóstico, tratamiento,
pronóstico e intervención psicológica, que
permitan el reconocimiento y delimitación de distintas
entidades psicológicas y psicopatológicas desde
diferentes concepciones teóricas"
(Ministerio de Educación, 2009, p. 3). Por último, la
resolución es enfática en marcar que los contenidos y
la formación en general deben ser actualizados en función
de los cambios registrados en la disciplina. Se refiere, por caso,
que "el plan de estudios debe tener una estructura y
organización que permita su actualización continua"
(Ministerio de Educación, 2009, p. 8) y que la carrera debe
garantizar el acceso a bibliotecas y centros de información
actualizados, pertinentes y variados.
¿Cómo
se perfila la formación clínica en el grado en el
contexto de lo estipulado por la Resolución, entendida como lo
que los propios psicólogos argentinos han consensuado como
básico para el entrenamiento de sus propios colegas? De
acuerdo a nuestros datos, en primer lugar la presentación que
se hace del pluralismo en el ámbito clínico en el grado
es deficiente o hasta inexistente. La vasta superioridad comparativa
de textos psicoanalíticos y la escasa o casi nula
representación de otros enfoques psicoterapéuticos,
sumada a la muy desigual proporción entre textos
psicoanalíticos centenarios y textos de otras orientaciones,
representan en su conjunto una fuerte objeción fáctica
contra la Resolución. Adicionalmente, tanto la elevada edad
media de los textos como la escasa actualización de los
contenidos curriculares contrastan con lo requerido por el consenso
de los psicólogos argentinos acerca de la actualización
constante, tanto de los planes de estudio como de los conocimientos
impartidos.
Recientemente
se ha aseverado que, en lo referente a la formación de
psicólogos clínicos en el país, los procesos de
acreditación contribuyeron "sin dudas, a que las
universidades y responsables de la gestión de las carreras,
docentes y alumnos, tuvieran el foco en el alcance de los parámetros
de la calidad
en la enseñanza",
agregándose que la generación de lineamientos
estandarizados a nivel académico y profesional para evaluar y
acreditar las carreras "es un paso importante para dar
respuesta a las necesidades del ejercicio profesional" (Bregman
& Molina, 2017, p. 201. Énfasis agregado). Nuestros datos
sugieren que, para alcanzar tanto el logro efectivo de dicha calidad
como una respuesta adecuada a las necesidades de la profesión,
entonces las resoluciones ministeriales, los acuerdos oficiales entre
actores gubernamentales, profesionales y académicos y la
voluntad declarativa de los involucrados son insuficientes si no se
acompañan de revisiones curriculares estructurales, de debates
científicos informados, y posiblemente también de
renovaciones y recambios generacionales en los claustros docentes.
La
propia Resolución 343/09 vincula la formación
pluralista y actualizada con el adecuado ejercicio ético de la
psicología. Allí se describe que el plan de estudios
tiene como objetivo
la
formación de profesionales e investigadores capaces de abordar
la problemática psicológica desde distintos enfoques
teóricos y prácticos; de interrogarse sobre el valor
científico y social de sus conocimientos, de proponer
prácticas frente a situaciones diversas y ámbitos
emergentes, dispuestos a considerar su profesión como una
tarea de formación y actualización permanente y
rigurosos en el cumplimiento de los principios y normas de la ética
profesional. (Ministerio de Educación, 2009, p. 7. Énfasis
agregado)
El
Código de Ética de la FePRA (FePRA, 2013)
es
el documento que contiene dichos principios y normas; por tanto, es
importante al momento de evaluar la formación clínica
de grado. El Código constituye un marco normativo específico
para las actividades investigativas y aplicadas de los diplomados,
proveyendo principios generales (orientadores) y normas obligantes
para el ejercicio profesional. Si bien su contenido atañe a la
comunidad profesional y no estrictamente a la formación de
grado, debe recordarse que por la dinámica formativa propia
del país (título habilitante, escaso consumo de
posgrados, etc.), es dable suponer que parte considerable de la
comunidad de egresados contará sólo con la formación
de grado al momento de empezar a regirse por el Código y sus
especificaciones. Finalmente, el Código en sí es uno de
los textos más leídos por los estudiantes en las
carreras de grado, lo que sugiere que las cátedras pretenden
encausar la enseñanza de la psicología dentro de lo
planteado por el documento (Fierro, 2019).
En
lo que nos interesa aquí, dos de los principios centrales del
Código refieren a la competencia de los psicólogos. El
principio
de competencia
requiere a los psicólogos que sólo provean servicios y
empleen técnicas para las cuales están calificados por
entrenamiento y por experiencia, y que adquieran conocimiento de la
información científica y profesional actualizada
relativa a los servicios que prestan, reconociéndose la
necesidad de una formación permanente. En el Código de
FePRa se estipula que los psicólogos deben asumir niveles
elevados de idoneidad en su trabajo, reconociendo los límites
de sus capacidades y competencias, sólo proveyendo servicios y
técnicas "para las que están habilitados por su
formación académica, capacitación o
experiencia", y teniendo en cuenta "que las competencias
que se requieren en la asistencia, enseñanza, y/o estudios de
grupos humanos, varían con la diversidad de dichos grupos y
épocas" (FePRA, 2013, p. 4).
El
tercer principio del Código, que ineludiblemente implica a la
formación de grado, es el del compromiso
profesional y científico:
los psicólogos se comprometen a "promover la Psicología
en cuanto saber científico", lo que requiere implementar
"un constante desarrollo personal, científico, técnico
y ético" (FePRA, 2013, p. 3). Más concretamente,
el Código estipula que los psicólogos "se
mantendrán actualizados en el conocimiento científico y
profesional relacionado con su ejercicio, reconociendo la necesidad
de una formación continua
y harán un uso apropiado de los recursos científicos,
profesionales, técnicos y administrativos" (FePRA, 2013,
p. 3. Énfasis agregado). Finalmente, el apartado 3.3.5 del
Código especifica que los psicólogos "no
aplicarán o indicarán técnicas ni teorías
psicológicas que no sean avaladas en ámbitos
científicos, académicos o profesionales reconocidos"
(FePRA, 2013, p. 10).
Una
lectura atenta y objetiva de estos principios y apartados permite
concluir que implican al menos dos requisitos: una actualización
constante debido a la variación histórica y a la
obsolescencia de las 'competencias' profesionales, y el
dominio de diversos
conocimientos
y técnicas pertinentes,
en el sentido de ajustados
a
las problemáticas a ser abordadas por el profesional. A nivel
del grado universitario, esto requiere nuevamente de pluralismo
teórico y de conocimientos básicos y aplicados (o
técnicos) en línea con los debates disciplinares
recientes y actuales.
Sin
embargo, nuestros datos reflejan una situación que contrasta
con dichas condiciones de logro. Para que el psicólogo
contemple que, como sostiene el propio Código, sus
competencias varían en la medida en que varía la
diversidad de los objetos y sujetos de intervención, su propia
formación debe reflejar esta variación, en términos
de apertura teórica y renovación bibliográfica.
El predominio monoteórico, la consecuente falta de
alternativas teóricas sistemáticas reales, la alta
obsolescencia de la literatura de los grados y la escasísima
actualización de los contenidos distan de las condiciones
ideales para la formación de un psicólogo clínico
competente.
Algo similar puede decirse del otro principio referido. Es poco
factible que la formación clínica de grado entrene en
un serio compromiso
profesional y científico
si, entre otras cosas, el graduado ha abordado el grueso de las
áreas, problemas y asuntos clínicos a través de
una sola teoría –desconociendo o distorsionando otras
alternativas que a priori son igualmente legítimas—, si
se ha basado en textos de entre tres y cinco décadas de
antigüedad, si ha consumido textos 'clásicos'
centenarios de forma reiterada y constante, y si sus principales
referentes profesionales son autores que trabajaron a fines del siglo
XIX y comienzos del XX.
De
acuerdo a Laferriére, la buena praxis psicológica
implica un compromiso con la verdad, la responsabilidad y la ética
del 'deber hacer': implica una práctica "basada
en la formación y en la capacitación" y es
sinónimo de diligencia profesional, prudencia y solvencia.
Nuevamente, el buen
o
mal
obrar
profesional son relativos al estado
actual del
campo de la psicología (sus acuerdos tentativos, sus problemas
abiertos, sus parámetros de verdad, eficacia y eficiencia,
etc.). Por su formación científica, el psicólogo
"tiene mayor deber de actuar con prudencia y actuar conforme a
lo que la ciencia psicológica considera lo más adecuado
en el momento de su acción profesional" (p. 256).
Conclusiones
En
psicología, al igual que en otras profesiones cuyos miembros
inciden directamente en la salud pública de la ciudadanía,
la ética, la ciencia y la evidencia son partes de un continuo.
En otras palabras, y sin la intención ni de cancelar debates
en torno a estos términos y sus implicancias ni de naturalizar
cuestiones filosóficas, la evidencia resulta ser la mejor
ética. En términos propios de los debates sobre la
formación de psicólogos clínicos,
Practitioners
are ethically bound to deliver the most effective services to their
clients. To have a true understanding of what treatments are most
efficacious, the psychologist needs to scientifically evaluate the
existing data regarding that treatment and be able to apply them to a
specific population. Scientist-practitioner psychologists incorporate
a research orientation to their practice, weaving the skills of
psychological investigation, assessment, and intervention. This
research contributes to improving the accuracy and consistency of
diagnostic procedures and developing more proficient approaches to
treatment. (Petersen, 2007, p. 764)
Consideradas
tanto las particularidades profesionales y legales de la disciplina
en nuestro país como los hábitos de estudio y
perfeccionamiento de nuestra comunidad profesional, el estudio
empírico y detallado de la formación clínica de
grado ofrecida en las principales carreras de psicología del
país sugiere que las condiciones de logro necesarias para la
consecución del perfil referido por Petersen (2007) aún
están por establecerse.
La
preclara novelista Flannery O'Connor hablaba por todos nosotros
cuando describía la relación compleja que establecemos
con nuestra falta de conocimiento. "Se puede excusar la
ignorancia cuando se lleva como una cruz, pero cuando se blande como
un hacha dando muestras de indignación moral, entonces se
trata de algo bien distinto" (O'Connor, 1964/2007, p.
195). En un ámbito profesional como el de la psicología
argentina, donde no es inusual percibir muestras de orgullo,
satisfacción o incluso indulgencia en torno a la formación
de grado, y luego de 120 años de debates internacionales sobre
cómo entrenar a los psicólogos clínicos, quizá
sea hora de dejar de blandir el hacha y de hacer de ella una cruz.
Notas
de autor
1. El
psicoanálisis mantuvo una relación compleja con los
círculos académicos psicológicos y con los
psiquiatras en Estados Unidos; con todo, fue uno de los
'repositorios' teóricos y técnicos de los
psicólogos clínicos. Estos a menudo alearon principios
ambientalistas y funcionalistas sobre la conciencia, el aprendizaje
la adaptación y el comportamiento con ideas freudianas, con
técnicas jungianas de exploración de la personalidad,
con principios adlerianos sobre dinámica familiar y, luego de
1920, con técnicas de moldeamiento y modificación de
la conducta. La psicoterapia 'no directiva' de Carl
Rogers haría su aparición pública hacia el año
1940, convirtiéndose en uno de los principales referentes de
la formación de los psicólogos clínicos. Un
análisis del surgimiento de las diversas orientaciones en
psicoterapia escapa el presente artículo: véase los
capítulos específicos en Norcross, VandenBos y
Freedheim (2011).
2. Y en todo caso, se ha señalado que el mayor grupo unitario de
maestrías y especializaciones acreditadas en el país y
orientadas hacia la psicología clínica es de
orientación netamente psicoanalítica (Bregman &
Molina, 2017; Klappenbach, 2015).
3. Koole y Tschacher (2016) reconocen como 'familias' o
agrupamientos a las tradiciones psicoanalíticas, humanísticas
y cognitivo-comportamentales.
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