Introducción
La
influencia de las reacciones emocionales a situaciones altamente
estresantes ha sido reconocida desde tiempos antiguos (Herman, 1997,
Cazabat, 2002).
La respuesta al trauma tiene dos componentes
aparentemente contradictorios: por un lado, hipermnesia,
hiperreactividad a los estímulos y la experimentación
repetitiva del hecho traumático. Por otro lado, la respuesta
evitativa, amnesia, anhedonia, y anestesiamiento psíquico.
Las
investigaciones sobre la naturaleza de los recuerdos traumáticos
indican que el trauma interfiere en los procesos involucrados en la
memoria explícita. Mucha gente traumatizada puede actuar
adaptadamente la mayor parte del tiempo, pero en condiciones
estresantes pueden sentir o actuar como si estuvieran siendo
traumatizados de nuevo. El continuo revivir el hecho traumático
por medio de flashbacks y pesadillas causa una nueva secreción
de hormonas, aumentando la intensidad de los síntomas del
Trastorno por Estrés Postraumático.
El
trauma psicológico está asociado con seis tipos de
trastornos mentales: los trastornos depresivos, de ansiedad, de abuso
de sustancias, somatoformes, disociativos y de personalidad. (como el
trastorno límite de la personalidad). A medida que se
desarrollan las investigaciones y progresa el campo de estudio del
trauma y la disociación, crece la idea de la inclusión
del trauma psicológico en la comprensión del origen de
los trastornos mentales. Es suficientemente claro que el trauma no
puede dar cuenta de la etiología de todos los trastornos
psicológicos, pero también es claro que, sin su
inclusión, cualquier otra teoría resulta incompleta
(Bowman y Chu, 2000). Probablemente, el desarrollo
de un paradigma basado en el Trauma Psicológico pueda dar
cuenta de otros trastornos facilitando su comprensión y
abordaje.
Trauma
Psicológico
El estudio del trauma psicológico ha
sufrido a lo largo del tiempo avances y retrocesos. Los períodos
de avance de su estudio han coincidido con movimientos políticos,
sociales e ideológicos que le han dado sustento. Cuando estos
movimientos perdieron fuerza, el estudio del trauma sufrió un
retroceso considerable. Esto se debe a que estudiar el trauma pone en
cuestión diversos aspectos de la vida social. En un extremo,
aspectos macro-sociales, como las guerras (ligadas al complejo
militar-industrial). En el otro, la realidad del abuso sexual y la
violencia doméstica, presente verticalmente en todas las
clases sociales, teniendo por tanto la oposición de los
sectores más poderosos (Cazabat, 2002; Herman, 1997). A lo
largo de la historia reciente pueden comprobarse abruptas amnesias de
los desarrollos científicos alcanzados en el campo del Trauma.
Por ejemplo, las etapas históricas más recientes: a) el
estudio de la histeria en la Francia decimonónica por Charcot,
Freud y Janet, apoyado en el movimiento republicano y anticlerical,
b) las Neurosis de Guerra, a lo largo del siglo XX, sustentado en los
movimientos pacifistas y antibelicistas y c) la violencia sexual y
doméstica, impulsado por los movimientos feministas de los
años 1970.
Trastorno
por Estrés Postraumático (TEPT)
El Trastorno por Estrés Postraumático
constituye el diagnóstico paradigmático para los
trastornos relacionados con estrés y trauma, aunque no es la
única forma de reacción frente al trauma.
Desde la formulación inicial del DSM-III
en 1980 (APA, 1980) hasta la reciente aparición del DSM5 (APA,
2013), el concepto de TEPT ha evolucionado y ha ido sufriendo
modificaciones. En la versión de 1980, el paradigma reinante
era el del "hecho traumático". Es decir que lo
traumático residía en la calidad del hecho, que debía
estar "más allá de la experiencia humana normal",
probablemente a raíz de que los estudios de campo habían
sido realizados mayoritariamente con veteranos de combate. En 1994 el
DSM IV produce un cambio paradigmático. Se comprobó que
el trauma era mucho más común que lo que se había
pensado en la versión anterior, y que forma parte de la
realidad de la experiencia humana ordinaria. Por lo tanto, a partir
de 1994, es la reacción de pánico horror, desesperanza,
etc. del individuo expuesto la que configura el hecho como
traumático. Finalmente, en la última versión del
DSM 5, el TEPT ha sido retirado del capítulo de trastornos de
ansiedad, y ahora ocupa un lugar central en el capítulo
denominado Trastornos relacionados
con traumas y factores de estrés
(APA, 2013a; APA, 2013b). Según lo enunciado en ésta,
el TEPT, en adultos, está definido por los siguientes
criterios: (a) el criterio A, de exposición a un evento
amenazante, ya sea por experiencia directa, presencia directa,
conocimiento del suceso, o exposición repetida o extrema a
detalles repulsivos del suceso; (b) el B, caracterizado por la
presencia de al menos un síntoma de intrusión; (c) el
C, que hace referencia a la presencia de por lo menos un esfuerzo por
evitar recuerdos, pensamientos o sentimientos angustiosos, o
recordatorios externos del suceso; (d) el D, constituido por al menos
dos alteraciones negativas cognitivas y del estado de ánimo,
asociadas al suceso; y (e) el criterio E, conformado por al menos dos
síntomas de alteración importante del alerta y la
reactividad. En las especificaciones se puntualiza la posibilidad de
que el trastorno puede cursar con o sin síntomas disociativos,
y puede ser de expresión retardada.
Trauma
y memoria
El papel de la memoria en el TEPT ha sido
materia de controversias. Frecuentemente, el TEPT es caracterizado
como un trastorno de la memoria (Brewin, 2007, 2011; van der
Kolk, 2007). Para entender la dinámica
del trauma psicológico es fundamental entender el
funcionamiento de la memoria implícita, dado que las
experiencias dolorosas y amenazantes tienden a ser archivadas en ella
(Sief, 2015; Siegel, & Sieff,
2015).
Actualmente, existen dos corrientes en cuanto
a la relación entre trauma y memoria. La primera, basada en
los mecanismos básicos, sostiene que los mecanismos básicos
de la memoria, la emoción y la personalidad pueden dar cuenta
de los procesos inherentes al TEPT. En cambio, la segunda, basada en
mecanismos especiales, explica los procesos intervinientes por medio
de mecanismos especiales de la memoria, inherentes específicamente
al TEPT (Rubin, Boals, & Berntsen, 2008; Steinmetz,
& Kensinger, 2010).
Según este segundo punto de vista, la
memoria de los incidentes traumáticos tiene la característica
de estar pobremente elaborada y organizada, y de falta de coherencia.
El tratamiento psicoterapéutico ayuda a una mejor organización
de las narrativas y una mayor organización de la memoria del
trauma (Boals, & Rubin, 2011; Ehlers, Hackmann, & Michael,
2004; Foa, Molnar, & Cashman, 1995, citado en van Minnen, Wessel,
Dijkstra, & Roelofs, 2002; Hellawell, & Brewin, 2004;
Sündermann, Hauschildt, & Ehlers,
2013). Aquellas personas que sufren de TEPT tienen más
dificultad en acceder a detalles que son importantes para la correcta
interpretación del incidente, así como de recordar de
manera precisa la cronología del evento traumático.
Conway, et al.
(2001, citados en Hackmann, Bennett-Levy, & Holmes, 2011)
plantean que los eventos específicos que han tenido una alta
emocionalidad se archivan preferentemente por medio de imágenes,
y, a la inversa, las imágenes son la manera en que
preferentemente se evocan los recuerdos altamente emocionales.
La salud mental requiere de una buena
comunicación entre ambos hemisferios, en lo que Schore llama
integración horizontal (Schore, & Sieff, 2015). Cuando el
que predomina es el izquierdo, el individuo padece de rigidez, cuando
el que predomina es el derecho, el individuo se ve sumido en el caos.
Los recuerdos del trauma en gente con TEPT
son diferentes de los otros recuerdos autobiográficos. Estos
últimos, incluyen información sobre el evento y datos
contextuales, y la sensación de pertenecer al pasado. Se
encuentran organizados y elaborados de tal manera que se facilita la
recuperación intencional, y al mismo tiempo se inhibe la
reexperimentación a partir de la exposición a
disparadores (Clark, & Ehlers, 2004; Massad, & Hulsey, 2008;
Sündermann et al.,
2013; van der Kolk, 2014).
En cambio, los recuerdos del trauma no tienen
el mismo nivel de organización y elaboración, dado que
no se integran adecuadamente con el contexto y la información
de experiencias previas y posteriores al evento. Carecen de la
perspectiva temporal. Por este motivo, la recuperación
intencional del recuerdo del evento suele ser inconexo o
desarticulado, p. ej., no respetando la cronología, o al
recuperar información perturbadora, el individuo puede ser
incapaz de recuperar la información
posterior que corregiría impresiones o predicciones formadas
durante el episodio (Ehlers et al.,
2004).
Hellawell, y Brewin, (2004) estudian las
diferencias entre los recuerdos de tipo flashbacks y los recuerdos
ordinarios, no sólo desde el punto de vista de los
contenidos, sino también desde las formas gramaticales.
Además de la descontextualización
del recuerdo traumático, los flashbacks y la asignación
de un papel central al evento traumático en la organización
autobiográfica del self, también se presentan fenómenos
como la intensa emocionalidad y vividez del recuerdo del evento,
fragmentación del mismo,
repetición, desconexión y sobregeneralización
del recuerdo traumático, y recuerdos basados
predominantemente en las percepciones, producto del procesamiento no
consciente de la información (Brewin,
2011; Hellawell, & Brewin, 2004; Lorenzzoni,
et al., 2014; van der Kolk, 2014). Los flashbacks, por lo
general, son acompañados por emociones primarias intensas,
tales como miedo, horror y desesperanza, que fueron experimentadas al
momento del trauma. Este fenómeno, usualmente, es acompañado
por un cambio al uso del tiempo verbal presente en las descripciones,
sugiriendo que el narrador no está ya simplemente narrando
sino reviviendo el evento. Esto indicaría un cambio súbito
de la memoria, de una representación basada en la narrativa a
otra representación basada en imágenes (Hellawell, &
Brewin, 2004).
Esto altera el umbral de percepción
para estímulos presentes durante el incidente, que, junto a
las fuertes asociaciones establecidas, facilitan la reacción a
estímulos gatillo y la recuperación involuntaria del
recuerdo y la reexperimentación (Lorenzzoni, et al., 2014).
Las reexperimentaciones se viven como si se
estuviera viviendo realmente y no como un recuerdo del pasado (Ehlers
et al., 2004; Sündermann
et al., 2013). También se puede
experimentar emoción sin recuerdo,
es decir que el individuo experimenta emociones y sensaciones
relacionadas con el incidente traumático sin un recuerdo del
mismo (Ehlers et al.,
2004). Al recuperar un recuerdo de la memoria explícita, el
individuo sabe que está recuperando un recuerdo que sucedió
en el pasado. En cambio, cuando se recupera un recuerdo de la memoria
implícita, el individuo lo siente como si fuera presente. Por
la propia naturaleza de la memoria implícita, los individuos
no perciben la activación de dichos recuerdos, aun cuando
influyan fuertemente en las actitudes, creencias y conductas.
(Nijenhuis, & Sieff, 2015; Schore, &
Sieff, 2015; Siegel, & Sieff, 2015; Sief, 2015; Stromsted, &
Sieff, 2015; Whalley, et al., 2013;
Woodman, & Sieff, 2015). Los
recuerdos traumáticos que están fuera de la conciencia
del individuo pueden influir fuertemente su conducta y sus
creencias (Sief, 2015).
Por otra parte, una característica
importante de las memorias traumáticas es que también
pueden ser reprimidas de la conciencia, y volver a aparecer hasta
años después de ocurrido el incidente que le dio origen
(APA, 2013a;
Brewin, 2007; van der Kolk, 2014). Para preservarse de emociones
intolerables, el individuo puede bloquearlas impidiendo la
integración vertical (integración de sensaciones
viscerales, reacciones corporales), o dando predominancia al
hemisferio izquierdo. Esto resulta en una vida regida por el
pensamiento lógico y una desafectivización (Siegel, &
Sieff, 2015; Sief, 2015).
Los recuerdos de la memoria implícita
son difíciles de recordar conscientemente. Cuanto más
se pueda recordar lo esencial del hecho e integrarlo en la memoria
explícita, más puede el individuo distinguir lo que
proviene del pasado de lo que es la realidad presente (Schore, &
Sieff, 2015). Para resolver el trauma,
es necesario enfrentar conscientemente el dolor contenido en él,
sin eludirlo, mientras se hace presente el hecho de que hay más
que dolor en la realidad del individuo, y sabiendo que el dolor
pasará (Sief, 2015; Siegel, &
Sieff, 2015; Woodman, & Sieff, 2015).
Psicoterapia
del Trauma Psicológico
Consecuentemente con los períodos de
avances y retrocesos descriptos precedentemente, el tratamiento del
trauma psicológico ha acompañado estos vaivenes.
Con la inclusión del TEPT en el DSM-III
en 1980, comenzó a tratárselo con abordajes
provenientes del tratamiento de otros trastornos, especialmente la
ansiedad y la depresión. A partir de estas primeras
experiencias comenzaron a desarrollarse abordajes específicos
y a ponerlos a prueba mediante estudios controlados, con las pruebas
clínicas aleatorizadas como su principal exponente (Resick,
Monson, & Gutner, 2007).
En 1999, el Consenso de Expertos de la ISTSS
(por sus siglas en inglés, International
Society for Traumatic Stress Studies
– Sociedad Internacional para el Estudio del Estrés
Traumático) (Foa, Keane, & Friedman, 2000) luego de
realizar un meta-análisis acerca de las publicaciones sobre
eficacia de las terapias del trauma, presenta sus conclusiones. Las
terapias que obtuvieron la máxima calificación en el
sustento empírico demostrado son: (a) la Terapia
Cognitivo-Conductual (en particular la Terapia de Exposición
Prolongada) (Rothbaum, Astin, & Marsteller, 2005), (b) las
intervenciones psicofarmacológicas, (c) la hipnosis (aunque es
un procedimiento y no una psicoterapia en sí misma), y (d)
EMDR (por sus siglas en inglés, Eye
Movement Desesitization and Reprocessing,
Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares)
(Shapiro, 1995, 2001).
Sin embargo, otras terapias, aunque no con el
mismo nivel de sustento empírico, han ido demostrando su
efectividad en el tratamiento del trauma psicológico. Ya en
1994, Charles Figley en el Traumatology Institute desarrolla un
estudio, denominado el Proyecto de los Ingredientes Activos en el
Tratamiento del Trauma, consistente en una Demostración
Clínica Sistemática. En dicho estudio se pusieron a
prueba cuatro abordajes diferentes: (a) EMDR, (b) VKD (por sus siglas
en inglés, Visual Kinesthetic
Dissociation - Disociación
Viso-Kinestésica), (c) TFT (por sus siglas en inglés,
Thought Field Therapy -, Terapia del
Campo del Pensamiento), y (d) TIR (por sus siglas en inglés,
Traumatic Incident Reduction -
Reducción de Incidente Traumático). Los resultados
fueron bastante alentadores. Los participantes en el estudio
obtuvieron alivio significativo recibiendo un promedio de entre una
hora (correspondiente a la terapia TFT) y cuatro horas
(correspondiente a TIR) de tratamiento en promedio (Carbonell, &
Figley, 1996).
Recientemente, tanto TFT como TIR han sido
reconocidas como prácticas basadas en la evidencia por el
NREPP (por sus siglas en inglés National Registry of
Evidence-based Practices and Programs - Registro
Nacional de Programas y Prácticas Basados en la Evidencia)
de SAMHSA (por
sus siglas en inglés, Substance
Abuse and Mental Health Services Administration
– Administración de los Servicios de Salud Mental y
Abuso de Sustancias) de los
Estados Unidos (NREPP,
2011).
Existe un amplio espectro de psicoterapias para
el trauma Psicológico, que van desde las ya mencionadas
Terapia Cognitivo-Conductual, EMDR, y farmacológicas, hasta
otras tales como, hipnosis, terapias corporales, psicodinámicas,
experienciales, etc. (Foa et al., 2000; Ford, 2009). A través
de los diferentes abordajes, existe consenso acerca de la necesidad
de cumplir con tres fases: (a) estabilización sintomática
y seguridad, (b) rememoración y duelo, fase en la que se
abordan las memorias traumáticas por medio de técnicas
específicas, y (c) reconexión, con el presente y el
futuro (Ford, 2009; Herman, 1997).
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