El
niño en el juego
El
juego es un fenómeno universal,
y que
junto al dibujo y la adquisición del lenguaje, constituye una
de las principales experiencias relacionadas con la infancia.
Rodulfo
(2019), dice que el estado natural del jugar es el sentirse
contento,
y Winnicott (1992), afirma simplemente que el
niño juega porque le gusta.
Y
si recordáramos nuestra historia lúdica, nos reiríamos
de nuestros juegos, y hasta reencontraríamos el gusto que
sentíamos cuando jugábamos, porque el jugar tiene que
ver con eso.
Si
nos compartiéramos esas historias lúdicas veríamos
que hay juegos a los que jugamos todos, porque el juego va
recorriendo la vida con nosotros y es a su vez, influenciado por
variables sociales, culturales y epocales; ¿quién no
jugó a las escondidas, a la casita, al doctor?, ¿a la
botella? Ahí está el juego como fenómeno
universal,
pero también ahí se ve que no se juega a cualquier
cosa, y que el juego sirve para algo, porque por algo el juego de la
botella aparece al final de la niñez, o el de la mamá y
el papá a partir de los 4 años aproximadamente, o el
juego con masa, barro y sustancias x que ahora nos dan asco, hasta
los tres años más o menos.
De
manera que cuando trabajamos con niños, es necesario saber qué
es lo esperable para cada edad, para poder hacer inferencias cuando
algo de lo esperable no ocurre, porque, aunque el juego es universal,
hay niños que no juegan, o que no pueden lograr un juego
simbólico en sentido estricto, entonces estudiándolo
vamos a descubrir su importancia, para después poder
comprender la psicopatología, o inferir lo que le está
pasando.
Si
comenzamos revisando los aportes de Piaget (1984) para el estudio del
juego,
él
mismo dice que el juego aparece alrededor de los 4 meses,
y
lo llama juego
de ejercicio,
el cual le ese
momento al niño le permitirá conocer el mundo. El juego
de ejercicio es contingente a la primera etapa del desarrollo de la
inteligencia, etapa sensorio-motora.
El
juego de ejercicio supone la repetición de conductas por el
simple placer de actuar y sin búsqueda de resultados; son
juegos motores y sensorio-motores que tienen como función
ejercitar conductas, movimientos donde el principal interés es
el propio cuerpo, porque todavía el niño no puede
actuar sobre el mundo.
Un
ejemplo
podría ser el juego con sus manitas, mirarlas, succionarlas,
el juego con su voz, que comienza con un laleo, el juego con
texturas, ruidos, entre otros; aunque esto es juego, no es juego
simbólico, el juego simbólico es otra categoría
de juego según Piaget, y para lograrlo se necesita una cierta
complejización de las estructuras cognitivas del niño
que ocurre a partir de la interiorización de la interacción
sucesiva con los objetos; entonces, desde esta perspectiva, el juego
simbólico comienza con la etapa pre-operatoria si se han
construido por lo menos dos logros cognitivos fundamentales luego del
paso por la etapa sensorio motora: la permanencia del objeto y las
imágenes mentales.
Hasta
acá el niño juega con los objetos que están, los
huele, los chupa, los mira,
no hay representación mental del objeto, el objeto está
ahí, juega con eso, si no está no existe.
Y
sólo con la construcción del esquema de objeto
permanente y de imágenes mentales, surgirá, durante el
segundo año, la función semiótica o simbólica,
y será evidenciada por la aparición de un conjunto de
conductas que implican la evocación representativa de un
objeto o de un acontecimiento ausente y que supone la construcción
de significantes diferenciados que puedan referirse al objeto o al
evento que están evocando y que no está
perceptiblemente presente. Estas conductas son: la imitación
diferida, el juego simbólico, el dibujo, la imagen mental y el
lenguaje; de esta manera, con este progreso en la organización
de las estructuras cognitivas el juego se pone al servicio de la
función simbólica.
Si
ahora pensamos al juego desde la perspectiva psicoanalítica,
podemos afirmar que ese progreso al que se refiere Piaget para el
acceso al juego simbólico, ocurre gracias a un movimiento
fundamental en la estructuración del psiquismo. La función
simbólica de la que él
habló,
surge porque el niño comienza a percibirse separado de los
objetos, surge para evocar al objeto, para buscarlo.
Esto
se refleja en los juegos típicos de ese tiempo, son los juegos
de presencia-ausencia, el fort-da del que habla Freud (1920
[1986]), en
Más allá del principio de Placer, juegos que comienzan
con el cuquito y arrojando objetos al piso para que se los devuelvan,
y van hasta las escondidas cuando ya adquirieron la marcha.
Este
momento del reconocimiento de que los objetos no son yo, es el tiempo
de la instalación de la represión originaria según
la perspectiva psicoanalítica, proceso que funda al
inconsciente, organiza del yo y con ello, lo que no es yo; así,
la mamá {ver nota de autor 1}
o la persona que cumple la función, pasa a ser parte de ese
no-yo; entonces, lo esperable en este tiempo, es que el niño
comience a darse cuenta si la mamá está o no está,
y que llore firmemente cuando la mamá se va.
Es
por esto que para esta época es frecuente que se crucen a la
cama de los papás cuando se encuentran solitos en su cama a la
hora de dormir o cuando se despiertan a media noche.
Si
seguimos a Silvia Bleichmar (1993), psicoanalista argentina que tuve
el placer de tener como maestra, en el comienzo de la vida son los
cuidados de parte de otro humano, por lo general la madre (o quien
ocupe la función), los que posibilitan el inicio de la vida
psíquica; según
Winnicott
(1993) estos inicios transcurren en un estado de dependencia
absoluta,
porque son la presencia y las acciones de la madre las que logran la
reducción de tensiones y procuran el placer. El desvalimiento
y la vulnerabilidad inicial del infante humano, como dice Freud (1926
[1925]), hacen necesaria la presencia de un auxiliar y, cuando la
madre (el auxiliar) asista al niño porque tiene hambre, por
ejemplo, no sólo le dará el alimento, sino que le dará
algo más, se filtra algo más, y ese algo más que
se filtra y pulsa del lado de la madre se implanta en el psiquismo
incipiente como pulsión, como excitación, que de ahora
en más exigirá a este psiquismo en constitución
un esfuerzo de trabajo para que esta excitación se ligue a
algo y no empuje sólo hacia la descarga y aparezca el llanto y
el pataleo como única resolución de la excitación;
y aquí será otra vez la madre, quien con su cuerpo, con
la oferta de otros objetos, con la caricia, el canto, el chupete, el
juguete, instalará otras modalidades de satisfacción,
que devendrán entonces inscripciones de vivencias donde luego
se amarrará la pulsión. (Bleichmar, 1993)
A
través de estos ofrecimientos de la madre, la díada se
va abriendo, la madre ofrece otros objetos para ir reemplazando su
cuerpo y su presencia junto al niño, ahora el niño
podrá calmarse no sólo con ella, a estos otros objetos
Guttón (1973) los llama pre-juguetes y a las actividades que
se originan las llama pre-lúdicas {ver nota de autor 2}.
La
separación y diferenciación progresiva de la madre
promueven el logro de la autonomía del lado del niño, y
ese logro se va indicando durante el desarrollo con la aparición
de los organizadores de Spitz (1977) , ya el primer organizador es
precursor para que esto ocurra, así, la sonrisa social, como
respuesta activa ante el entorno es considerada como una actividad
pre-lúdica, el rostro humano es tomado como un pre-juguete, es
un sustituto materno que se aparta del cuerpo propio y de las
actividades autoeróticas, los juegos de "rostro humano"
como aparecer y desaparecer atrás de la servilleta, abrir y
cerrar los ojos, son las primeras secuencias que tejen una red de
representaciones que le permitirán al niño procesar
después, la angustia que supone el darse cuenta de la ausencia
de la madre; luego, la angustia del octavo mes, que ahora sin dudas
ocurre antes, nos dará indicios precisos de que el niño
comienza a percibir que hay otros que no son mamá y de que se
está comenzando a construir la categoría del extraño
y más tarde el NO como afirmación del ser y del deseo.
En este tiempo los deambuladores le dicen que no a todo, pero no
tiene que ver con una repetición del no de los padres, es
porque con el NO confirman que son otro de mamá (del
semejante).
Sin
dudas el despliegue de la función simbólica que ocurre
alrededor de los dos años del niño, es la evidencia de
un momento fundamental para la constitución del psiquismo.
Que
el niño busque por los diferentes lugares de la casa a la
mamá, que pueda esperar hasta que la mamá vuelva y se
ponga contento cuando llega nos anoticia también de que las
categorías de tiempo y espacio se están construyendo en
el psiquismo.
Que
el niño pueda esperar para hacer pis o caca y se disponga
voluntariamente a hacerlo en el inodoro, también nos da cuenta
de que el niño comienza a registrar tiempo y espacio.
Todo
eso ocurre en este tiempo, aunque no sin dolor del lado del niño,
ni del lado de la madre.
En
este tiempo la madre tiene que asumir que ya no es todo para el hijo,
entonces cuando estos procesos se dificultan, no sólo hay que
mirar al niño, sino también pensar en lo que está
ocurriendo del lado de la madre, en su capacidad de abrir la díada
y de presentar a un tercero, a un otro más que ella para el
niño, y el juguete entra por esta línea.
Los
desarrollos de Winnicott (1992) sobre el objeto transicional dan
cuenta de estos procesos de separación, la aparición
del objeto transicional se relaciona con los ritmos y tipos de
vínculo madre-bebé. Si el tiempo de alejamiento de la
madre es intolerable para el bebé, sucede que la brecha ha
sido demasiado amplia para que pueda cubrirla con sus propios
recursos psíquicos, con sus representaciones-madre, sin
desconsolarse ni desesperarse, entonces, el niño encuentra en
el objeto transicional un soporte que le permite puentear el camino
hacia la madre y su satisfacción; los objetos transicionales
le permitirán al niño esperar sin desesperación
el regreso de la madre.
El
niño, en ausencia de la madre, hace con el objeto
transicional, lo que la madre hace con él, el objeto
transicional representa a la madre, no es la madre, por eso Winnicott
(1992) lo considera la primera posesión no-yo, es el osito, el
peluche, una sabanita, una manta, la almohadita; el tema es que sea
blandito, suavecito, mullido y que no se lave, porque tiene el olor
del bebé y el olor de la mamá; en el objeto
transicional hay cosas del cuerpo de los dos y es de donde el bebé
se agarra cuando tiene sueño, cuando está enfermo,
cuando está solito.
Vemos
entonces que este nuevo acto psíquico (la instalación
de la represión originaria y la constitución del yo),
que se produce como consecuencia de la complejización del
psiquismo en el niño, atravesado por la dinámica
intersubjetiva, será una variable fundamental para el
desarrollo de la inteligencia que propone Piaget, y para que tenga
lugar el despliegue de la función simbólica y con ello
el pasaje al juego simbólico propiamente dicho.
Más
tarde aparecerá el juego reglado, y con él se dará
cuenta de otro movimiento en la estructuración del psiquismo,
me refiero a la instauración del superyó, la moral y
las instancias ideales, progreso psíquico que se evidenciará
en el niño con la posibilidad de sujetarse a las normas, a lo
que se debe y no se debe hacer y también con la reacción
del niño cuando gana y cuando pierde, qué lugar le
queda al semejante cuando se activa la competencia, la rivalidad. Hay
que poder aceptar normas y reglas para poder jugar efectivamente a
estos juegos; Piaget también los describe como juegos y su
auge es en el tiempo del escolar.
En
síntesis: ¿cuál es la importancia del juego en
el desarrollo del niño?
En
el juego y con el juego se facilitan y producen los procesos de
organización del aparato psíquico; por esto el juego es
importante y fundamental para el desarrollo del niño, porque
el psiquismo en su aspecto tópico, dinámico y
económico, se trabaja en el juego.
Del
otro lado del juego
Freud
(1920 [1986]), en Más
allá del principio de placer
trabaja el impacto en el psiquismo y el esfuerzo psíquico que
supone la elaboración de una vivencia traumática, y
afirma que en la vida onírica de las personas que atravesaron
vivencias traumáticas es recurrente el asedio de la vivencia y
la reconducción permanente a la situación traumática;
esto no ocurre con tanta insistencia durante el estado de vigilia, la
persona despierta no recuerda aquella vivencia con la misma
frecuencia que aparece en los sueños.
En
los niños pasa algo semejante entre el vivenciar traumático
y su juego, y es en la entrevista de hora de juego en el espacio del
consultorio donde, los que trabajamos con niños, observamos el
asedio de estas vivencias y la reconducción del pequeño
a aquella situación padecida, tal como si el tiempo no hubiera
transcurrido.
Freud
además explica, en el mismo texto, el modo de trabajo del
aparato psíquico para las experiencias traumáticas a
través de la práctica del juego infantil, juego que
ocurre desde momentos tempranos en el desarrollo del niño y
que supone la repetición de aquello que le ha causado gran
impresión en la vida
Si
nos centramos en esta particular práctica de juego, vemos que
la diferencia fundamental con el juego simbólico, es que este
último se caracteriza por ser la representación de una
escena; en el juego simbólico habrá circulación
de fantasmática, elementos sublimatorios, acuerdo entre los
niños que juegan y, además que supone un modo a través
del cual el niño busca con los pares la resolución de
enigmas.
En
el juego representativo, si ahora nos enfocamos en los juegos
sexuales, los niños juegan a mirarse, a tocarse un poquito,
pero no son formas abusivas, no son reproducciones de la genitalidad;
en cambio, cuando aparece algo del orden del placer erógeno in
situ y no del orden del fantasma compartido, estamos ante algo que
excede el juego sexual en sí, y marca ya el plano de la
genitalización que además, no sería lo esperable
para los niños que participan del juego.
Silvia
Bleichmar (2011: 363) en relación a las escenas/vivencias que
asedian en el juego, dice:
Yo
concuerdo con lo planteado respecto a que no se puede considerar
juego, en la medida en que no hay recreación lúdica
sino repetición de lo traumático, sobre todo por los
signos de percepción que lo acompañan, no hay
desplazamiento simbólico ni sustitución, sino la
emergencia de una escena.
De
manera que en Bleichmar hay acuerdo con Freud en relación a
que será aquello del orden de lo traumático lo que
asedia en el juego del niño, tal como el vivenciar traumático
asedia en la vida onírica del adulto; ahora el enigma que
aparece e insiste frente a esta práctica de juego tiene que
ver con cuál es el vínculo de este juego con la
realidad, qué le pasó a este niño que juega de
esta manera, por qué hace así a su juego; enigma que
desde la clínica habilita el encuentro necesario con la
Semiótica y la posibilidad de pensar
el juego del niño como trama discursiva para aprehender,
mediante la construcción de hipótesis, su vínculo
con la realidad.
Por
aquí se articula la Semiótica con nuestra clínica
psicoanalítica, a través de los aportes de Peirce, con
su concepto de signo, y el razonamiento abductivo para la elaboración
de hipótesis particulares,
podría
decir.
En
la conceptualización de signo de la Semiótica Triádica
de Peirce (1986,1987), el
signo es algo que está para alguien en lugar de algo;
desde esta noción, podemos tomar al juego como signo, como
algo que es y está allí, para referir a ciertos
fragmentos de la experiencia, y quizás para dar lugar a la
construcción de un vínculo de ese juego con la
realidad.
Del
lado del psicoanálisis, si retomamos la problemática de
lo traumático, vimos con Freud (1920 [1986]) que lo traumático
pone en juego las relaciones entre el aparato psíquico y lo
que es externo al psiquismo, incluyendo aquí al cuerpo propio.
Y, con Silvia Bleichmar (2006), que el traumatismo en sentido
estricto, es aquel acontecimiento que arrasa al yo y a sus mecanismos
de defensa, excediendo la capacidad del aparato para funcionar de
manera habitual.
Desde
esta perspectiva, entonces, será traumático aquello que
por su intensidad produce un exceso en el psiquismo; exceso que el
psiquismo no puede resolver mediante sus habituales modos de defensa,
ya sea por el dolor que implica, por lo imprevisto del acontecimiento
o por el impacto sufrido; de manera que la fuerza del acontecimiento
produce tal estampido en el psiquismo que lo deja inerme, arrasado
hacia procesos de desorganización de la personalidad e incluso
hasta procesos confusionales, como también hacia la producción
de síntomas y de diferentes modalidades de trastornos. Aquel
acontecimiento del orden de lo traumatizante puede provenir de una
causa física o psíquica pero siempre deja una marca de
su presencia.
El
abuso sexual es acontecimiento con capacidad traumatizante
El
abuso sexual es en sí mismo una situación traumática,
en la medida en que tiene la suficiente fuerza e idoneidad para
vulnerar los modos habituales del trabajo psíquico con la
cantidad y con la representación, y pone en jaque la capacidad
de tramitación psíquica porque supone un exceso y con
ello una ruptura de la organización psíquica, previa al
suceso, que se evidencia en los indicios y en las consecuencias a
partir de la situación traumática padecida.
Con
Bleichmar (1993) entendemos que la sexualidad del adulto, que ingresa
al psiquismo del niño y produce un aumento de excitación
sexual para la que no está preparado para simbolizar, es del
orden de la intromisión, y opera en el psiquismo de diversas
maneras: produciendo angustia, inquietud, irritabilidad, formas de
hiperkinesis, como neurosis actual o como recuerdos, fantasías
o restos fragmentarios inmetabolizables, que podrán ser
reactivados por situaciones actuales azarosas o no.
De
manera que el abuso sexual es una intromisión, o su efecto
psíquico es la intromisión, y como tal produce un
incremento de excitación en el medio interno del psiquismo que
supera el umbral de excitación tolerable y factible de
tramitación y en consecuencia el niño claudica en
angustia y aparecen las manifestaciones frecuentes que nos
anoticiarán de que algo le está sucediendo a ese niño.
Así
en el juego, actividad privilegiada en la niñez, se pondrá
evidencia, por un lado, la incapacidad del psiquismo de ligar, de
elaborar el exceso de cantidad que supone aquello del orden del
traumatismo, que aparece como algo que insiste, que asedia, como
repetición de la escena,
repetición de fragmentos de la escena, fragmentos que avanzan
hacia la situación de juego como bloques desgajados no sólo
de aquella posible vivencia (porque es hipotética muchas
veces) sino ahora, desgajados además, del resto del juego
(estos elementos aparecen como disrupciones, sin coherencia con el
resto de la escena), no
como representación de la escena;
y por el otro, donde encontramos los signos, a la manera de indicios
que anuncian algo de la realidad.
Comprender
esto es fundamental, es la bisagra para aprehender
metapsicológicamente lo que está ocurriendo en el
juego, y desde el juego poder trabajarlo. Sin dudas esta modalidad de
juego nos indica que aún no fue posible un trabajo psíquico
con esos restos, de manera que en la clínica con el niño
ese será
el objetivo: trabajar con la pulsión, o trabajar la pulsión
y promover un trabajo de ligadura
y composición
tal como lo plantea Bleichmar (2008) con la conceptualización
de las simbolizaciones de transición.
Indicio
Vs signos de percepción
En
la Carta 52, Freud representa un esquema de aparato psíquico
que permite inferir un modo de inscripción no transcribible:
son los signos de percepción, signos que luego, en un esquema
de aparato más complejo, formarán parte del
inconsciente. La Carta 52 trata sobre la primera inscripción
del orden de la vivencia en estado puro, allí, los signos de
percepción son como lo no comunicable, lo no recordable ni
pensable; lo que no es referible a una actividad ligadora, serían
como el primer nivel para la simbolización con los elementos
que habitan el psiquismo (Bleichmar, 1993).
Dice
Bleichmar:
Mi
aporte consistió en considerar que estos signos de percepción
no sólo eran lo intraducible de los orígenes, sino que
podían producirse a lo largo de la vida como materialidad
irreductible a todo ensamblaje a partir de ser producto de
experiencias traumáticas inmetabolizables, o simplemente de
restos no transcriptos de las vivencias por las cuales atraviesa el
sujeto. (Bleichmar, 2006: 147)
El
signo de percepción es un concepto de la metapsicología
psicoanalítica, y es un tipo de representación incluida
en la heterogeneidad del psiquismo pero que no se somete ni se rige
por la legalidad del inconsciente ni del preconsciente, porque el
signo de percepción no está fijado a ningún
lugar.
Según
Bleichmar (2006), estas representaciones/signos de percepción,
pueden ser manifiestas sin por ello ser conscientes, y aparecen en
las modalidades compulsivas, en los referentes traumáticos no
sepultables por la memoria y el olvido, y constituyen restos
desgajados, fragmentos del objeto real, inscriptos por
desprendimiento de la vivencia misma.
Por
el lado de la semiótica, el indicio sería la categoría
semiótica para abordar estos signos de percepción; el
indicio supone un método de lectura de la realidad, no un modo
de inscripción en el psiquismo. El índice o indicio no
representa nada, sino que está en contigüidad con el
objeto, da cuenta de la presencia del objeto.
Un
índice designa. Es sólo algo que dirige la atención,
pero sin contenido; el índice en Peirce (1986,1987), parece
proponer una intuición sensible absolutamente desprovista de
contenido intelectual. El índice no representa, el índice
indica.
La
idea fundamental que planteo en esta articulación de la
Semiótica y el Psicoanálisis para el trabajo sobre esta
modalidad de juego, es que lo que se puede inferir desde la
emergencia de los indicios, según el planteo de Peirce, que
serían en el juego los observables clínicos, es la
operancia de los signos de percepción en el psiquismo, y con
ello la posibilidad de referencia a una vivencia traumatizante de la
cual esos signos son fragmento.
Por
esto, el método para la "interpretación" de
estos signos, no puede ser ni inductivo, ni deductivo, sino el
abductivo, basado en el establecimiento de la relación término
a término y que tiene siempre carácter hipotético,
y las hipótesis se construirán guiados por la
particularidad de los indicios en esa situación particular: Es
probable que, si estas huellas existen, por acá haya pasado un
caballo.
La abducción es el proceso de formar una hipótesis
explicativa. Es la única operación lógica que
introduce alguna idea nueva, la abducción sugiere meramente
que algo puede ser. El método abductivo no busca verificar,
sino que muestra una idea nueva que se tiene acerca de algo.
De
manera que el objetivo al proponer ésta variación en la
técnica, es posibilitar una ligadura para la captura de los
restos de lo real, y permitir la apropiación de un fragmento
representacional que no puede ser aprehendido por medio de la libre
asociación. Desde estos elementos/fragmentos emergentes se
interviene, no se interpreta, sólo se construye una hipótesis
que se ofrece como posibilidad de ligadura de eso que insiste y se
repite más allá del sujeto.
Tras
esta articulación, podemos arribar a que, en esta práctica
de juego, que vemos con frecuencia en niños que atravesaron
situaciones de abuso sexual, será sobre el paradigma
indiciario y el razonamiento abductivo que sostendremos las
simbolizaciones de transición que propone S. Bleichmar como
modo posible de intervención.
El
objetivo fundamental de este modo de intervención es, a través
de la construcción de trama representacional para ligar la
pulsión que insiste en el fragmento y en la escena, y asedia
en el juego, recuperar al sujeto que quedó arrasado por la
vivencia, recuperar el juego tal como lo describíamos al
comienzo con Rodulfo y con Winnicott, y posicionar al niño en
su historia para que pueda pensarla, tramitarla y olvidar, aunque el
recuerdo sea posible.
Sobre
el contexto
Es
claro que el interés de este escrito está puesto sobre
el juego de aquellos niños por los que asiduamente se demanda
psicoterapia en la práctica clínica actual; sabemos que
en algunos casos se trabaja con la certeza de lo ocurrido, allí
las intervenciones son más rápidas y efectivas,
mientras que en otros casos sólo se dispone de las
producciones de los niños: lúdicas, gráficas,
verbales, no verbales y sintomáticas, y con ellas un gran
enigma.
Para
estos niños es necesaria la investigación (en curso) a
la que remiten estas líneas.
Y
es indudable que el motivo no es el mero desarrollo teórico,
sino construir desde la interdisciplina semiótica/psicoanálisis
y con los aportes que los maestros nos legaron, herramientas que den
solvencia pragmática a situaciones clínicas puntuales,
contribuyendo a disminuir el sufrimiento en los niños y con
esto, permitir su crecimiento.
Notas
de autor
1.
Me refiero en todo el texto a la persona que se hace cargo de la
función de maternaje y crianza, más allá del
género y del vínculo; aquella persona que toma a su
cargo las funciones pulsantes y narcisizantes, siguiendo a Bleichmar,
S. para la construcción de la subjetividad en el niño
y la posibilidad de culturalización.
2.
Las actividades pre-lúdicas son del tiempo de los juegos de
ejercicio en el planteo de Piaget.
Referencias
Bleichmar,
S. (1993). La
fundación de lo inconciente.
Buenos Aires: Amorrortu.
Bleichmar.
S. (2006). Clínica
psicoanalítica y Neogénesis.
Primera parte. Buenos Aires: Amorrortu.
Bleichmar.
S. (2008). El
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Aires: Topía Editorial
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S. (2011). La
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Freud,
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[1986]).
Más
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Obras
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Freud
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síntoma y angustia. En
Obras
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J., Inhelder, B. (1984). Psicología
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Madrid: Morata.
Rodulfo,
R. (2019). En
el juego de los niños. Un recorrido psicoanalítico
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Buenos Aires. Paidos
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Winnicott,
D. (1993). Los
procesos de maduración y el ambiente facilitador. Estudios
para una teoría del desarrollo emocional. Buenos
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