Introducción
La
regulación emocional (ER o manejo de las emociones) es
definida como la utilización de estrategias que las personas
ponen en marcha para modificar el curso, intensidad, duración
y expresión de las propias experiencias emocionales (Cole et
al., 2004). La importancia del estudio de la regulación
emocional en la infancia radica en que está involucrada en los
procesos de socialización (Eisenberg et al., 1997), de salud
mental (Cicchetti et al., 1995) y de aprendizaje académico
(Graziano et al., 2002).
Por su parte, las funciones ejecutivas (FE o control cognitivo)
refieren a procesos cognitivos entendidos como capacidades necesarias
para formular objetivos, planificar cómo alcanzarlos y
ejecutar estos planes de manera eficaz (Lezak, 1982).
En
este sentido, las funciones ejecutivas y la regulación de las
emociones juegan un papel fundamental durante el desarrollo infantil
ya que contribuyen y predicen el desarrollo de habilidades
cognitivas, logros académicos y trastornos del desarrollo
(Cunningham & Zelazo, 2016; Costa et al., 2017). La importancia
de estas habilidades radica en la influencia que tienen sobre las
capacidades reguladoras. Durante la edad preescolar y escolar hay una
serie de factores diferenciales sociales e individuales que se
relacionan con estas habilidades (Zelazo y Carlson, 2012; Frick et
al., 2017).
Varias
investigaciones analizan la modulación que ejerce el
temperamento y el nivel socioeconómico durante el desarrollo
cognitivo y el desarrollo en paralelo de las FE y la comunicación
temprana, sin embargo, aún se verifica escasez de estudios de
estos temas en la infancia temprana. Gago et al. (2019) hallaron que
las FE y la ER se asocian entre ellas y, a su vez, con la
comunicación no verbal relacionada con el seguimiento de la
atención de los bebés a los objetos. Asimismo, se
hallaron correlaciones estadísticamente significativas entre
las conductas de comunicación y FE, sin embargo, sólo
la comunicación predice las FE y no viceversa. Los autores
encontraron que todas las habilidades cognitivas evaluadas estaban
moduladas por diferencias ambientales e individuales. Por lo tanto,
el entorno social y las características individuales modulan
el desempeño de las FE y comunicación en los primeros
años de vida. Esto resalta la importancia de guiar las
políticas públicas en intervenciones destinadas a
optimizar el contexto y particularidades individuales de los infantes
(Gago et al., 2018).
Estos
resultados sugieren que muchos patrones, con respecto al desarrollo
de estas habilidades, se duplican en los primeros meses de vida, al
tiempo que resaltan la importancia de considerar cómo el
entorno y las características individuales de los infantes
pueden asociarse con estas habilidades regulatorias.
Antecedentes
La
investigación y desarrollo en torno a la emergencia temprana
de los procesos de regulación emocional (RE) se ha visto
significativamente incrementada dentro de las últimas décadas.
Esto es a causa de la fundamental contribución que
cumplimentaría dicho proceso, o más bien la
metacognición en general, en el Aprendizaje (Wang et al,
1990).
Es
importante definir qué es exactamente la metacognición,
componente cognitivo central de la autorregulación emocional.
De acuerdo con
González (1996),
dicho constructo se utiliza para designar al conjunto de procesos y
funciones cognoscitivas que el individuo lleva a cabo para recabar,
producir y evaluar información, a la vez que es capaz de
reconocer, controlar y autorregular el propio funcionamiento.
Siguiendo a Boekaesrts y Corno (2015), en el pasado se consideraba el
componente cognitivo de la AE como la única forma de
autorregulación. Sin embargo, en la actualidad se sabe que la
metacognición solo constituye un fragmento o parte
significativa de la totalidad de procesos (Winne & Hadwin, 1998).
La
RE se compone entonces de un elemento cognitivo conocido como la
metacognición, elemento que permitirá al individuo dar
cuenta o ser consciente de sus propios procesos mentales, en este
caso de sus propias emociones, así como de los patrones que
los subyacen. Tal como lo plantean Whiterbread y Basillo (2012), al
referirnos a la AE hacemos mención a una cohorte de procesos
que se despliegan, por parte de un individuo, en pos de ejercer un
determinado control sobre las funciones, estados y procesos internos.
En términos socioemocionales, la RE hace referencia a la
habilidad para controlar y modular las experiencias y/o expresiones
emocionales, sean estas positivas o negativas, a la vez que permiten
la adaptación del sujeto y la interacción del mismo con
sus pares, de forma compleja y determinada a partir de reglas o
pautas de comportamiento socialmente establecidas.
De
modo similar, la RE permite la adaptación del individuo a
situaciones que puedan ser interpretadas como "emocionalmente
desafiantes", inhibiendo comportamientos percibidos como
inapropiados en un contexto dado y, contrariamente, privilegiando la
emisión de respuestas o conductas percibidas como "socialmente
esperables" (Whitebread & Basillo, 2012).
Cabe
decir que dicho conjunto de procesos posee una génesis común
en la primera infancia, dónde además se suele ubicar al
aprendizaje en torno a la gestión y al control de conductas,
pensamientos y emociones de manera adaptativa como uno de los hitos
fundamentales en su desarrollo. Es durante esta etapa del ciclo vital
que dichas funciones surgen, por vez primera, y experimentan a su vez
un proceso de transición que va de una regulación
externa, dirigida en mayor parte por la imposición o
características externas del contexto, a una más bien
interna en la que el niño comienza a dar cuenta de un mayor
grado de autonomía e independencia, asumiendo así los
mecanismos de control externo. Lo antedicho conlleva un proceso
activo, por parte del individuo, en donde se buscará conseguir
una cierta autonomía en consideración de los diferentes
ambientes que se transitan (Grolnick et al, 1999; Ato Lozano et al,
2004).
Además
de ello, las habilidades "tempranas" en el desarrollo de
la regulación emocional suelen estar directamente asociadas a
las capacidades de comprender y seguir instrucciones, enfocarse o
concentrarse en determinados estímulos y cooperar
conjuntamente con profesores, pares o figuras parentales (Rubin et
al, 1999). Son, a su vez, la organización de rutinas en torno
a los cuidados diarios y la responsividad, rápida o no, de los
cuidadores primarios a las señales del niño o niña
lo que, gradualmente, moldeará el desarrollo de las
capacidades anticipativas, promoviendo de este modo la
internalización y comprensión de diversas conductas en
suma a la capacidad para modular las propias respuestas emocionales.
Debe
decirse que, en términos funcionalistas y de acuerdo con
Campos et al (1989), se pone especial énfasis en el peso que
acarrean las experiencias de socialización primarias del niño
en lo que respecta al desarrollo o génesis de las habilidades
de autoregulación. La socialización entre individuos
permitirá al niño internalizar, representar,
comprender, y consiguientemente expresar, sus emociones de forma
acorde o adecuada a la norma que ha sido culturalmente estipulada.
Son las fuentes externas, sean pares, figuras parentales u otros, en
suma, a la progresiva y lógica acumulación del
desarrollo, lo que acabaría generando que el niño
internalice las creencias y patrones difundidos, en torno al manejo
de sus propias emociones, de la cultura en la cual se encuentra
inmerso. El niño consigue de este modo adquirir el conjunto de
habilidades y representaciones necesarias que habilitarán su
propia regulación o auto-regulación emocional de forma
cada vez más compleja y diversa.
A
través de la interacción con otros el niño no
sólo imita, sino que además busca anticipar respuestas
de acuerdo a las creencias que este tiene o se forma en torno a los
demás. Esto posibilita al niño a participar de una
serie de patrones alternados de interacción o
"protoconversaciones", las cuáles son definidas
por Lewis y Granic (2010), como una especie de expectativa
interpersonal, enfatizando el efecto emocional por el cual el niño
suele esperar cierto tipo de respuesta por sobre otras por parte de
los demás individuos. Cabe decir que el surgimiento o
evocación de las primeras palabras expande los horizontes y
posibilidades de interacción social más allá de
las escasas herramientas con que se contaba en el estadio de
comunicación preverbal.
Discusión
y conclusiones
La
RE engloba una serie de características o competencias
interrelacionadas entre sí; cuándo se piensa en la
habilidad del niño para autorregular sus propias emociones de
forma efectiva, también se está haciendo referencia,
indefectiblemente, de un sinfín de habilidad que deberán
ser dominadas en pos de volverse más autosuficiente y útil
en el reconocimiento, manejo y gestión del arousal
o estado de activación emocional. Thompson (1994), considera
de especial importancia destacar, entre estas competencias
mencionadas, a) la capacidad de controlar el flujo atencional, lo que
permitirá al joven centrarse en situaciones potencialmente
activadoras o disparadoras del arousal
emocional; b) la habilidad para procesar información
relacionada a eventos que, de cierto modo, puedan provocar o disparar
respuestas emocionales a partir de su interpretación; c) la
capacidad de hacer consciente o darse cuenta, el llamado "awareness",
de pistas asociadas con determinados eventos que permitan predecir,
controlar y gestionar sus propias respuestas.
A
su vez, debe decirse que una autoregulación
emocional efectiva requerirá, de una u otra forma, de una
cierta cantidad de funciones ejecutivas. Las funciones ejecutivas (FE
o control cognitivo) refieren a procesos cognitivos entendidos como
capacidades necesarias para formular objetivos, planificar cómo
alcanzarlos y ejecutar estos planes de manera eficaz (Lezak, 1982).
En este sentido, las funciones ejecutivas y la regulación de
las emociones juegan un papel fundamental durante el desarrollo
infantil ya que contribuyen y predicen el desarrollo de habilidades
cognitivas, logros académicos y trastornos del desarrollo
(Cunningham & Zelazo, 2016; Costa et al., 2017). La importancia
de estas habilidades radica en la influencia que tienen sobre las
capacidades reguladoras. El trabajo durante la edad preescolar y
escolar demuestra que una serie de factores diferenciales sociales e
individuales se relacionan con estas habilidades (Zelazo y Carlson,
2012; Frick et al., 2017).
Varias
investigaciones analizan la modulación que ejerce el
temperamento y el nivel socioeconómico durante el desarrollo
cognitivo y el desarrollo en paralelo de las FE y la comunicación
temprana, sin embargo, aún se verifica escasez de estudios de
estos temas en la infancia temprana. Gago et al. (2019) hallaron que
las FE y la ER se asocian entre ellas y, a su vez, con la
comunicación no verbal relacionada con el seguimiento de la
atención de los bebés a los objetos. Asimismo, se
hallaron correlaciones estadísticamente significativas entre
las conductas de comunicación y FE, sin embargo, sólo
la comunicación predice las FE y no viceversa. Los autores
encontraron que todas las habilidades cognitivas evaluadas estaban
moduladas por diferencias ambientales e individuales. Por lo tanto,
el entorno social y las características individuales modulan
el desempeño de las FE y comunicación en los primeros
años de vida. Esto resalta la importancia de guiar las
políticas públicas en intervenciones destinadas a
optimizar el contexto y particularidades individuales de los infantes
(Gago et al., 2018).
Estos
resultados sugieren que muchos patrones, con respecto al desarrollo
de estas habilidades, se duplican en los primeros meses de vida, al
tiempo que resaltan la importancia de considerar cómo el
entorno y las características individuales de los infantes
pueden asociarse con estas habilidades regulatorias.
Referencias
Cole,
P. M., Martin, S. E., & Dennis, T. A. (2004). Emotion regulation
as a scientific construct: Methodological challenges and directions
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