Los
Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) se caracterizan por una
alteración persistente en el comportamiento alimentario que
lleva a una alteración en la ingesta y que causa un deterioro
significativo en la salud física o en el funcionamiento
psicosocial (American Psychological Association [APA], 2013).
Aquellos TCA en los cuales la valoración de la imagen corporal
es clave en el desarrollo y mantenimiento de la sintomatología
son la Anorexia Nerviosa (AN) y la Bulimia Nerviosa (BN; APA, 2013).
Los
TCA representan un desafío clínico: en los últimos
años, las tasas de incidencia y prevalencia de estos
trastornos han aumentado (Smink, Van Hoeken, y Hoek, 2012). Se estima
que la AN se da en 0,5-1% de las adolescentes, siendo de 10 a 20
veces más frecuente en mujeres. La BN es más frecuente
que la AN, y la prevalencia oscila entre un 2% y un 4%. Al igual que
la AN, es más frecuente en mujeres, pero su inicio a menudo se
produce en etapas más avanzadas de la adolescencia que la AN
(Sadock y Ruiz, 2015). Sólo un reducido porcentaje de
pacientes alcanza y mantiene la remisión sintomática
(Anderson et al., 2017; Keel y Brown, 2010). Además, estos
trastornos están asociados con severas consecuencias negativas
que incluyen: estrés, depresión, consumo de sustancias,
suicidio y muerte (Arcelus, Mitchell, Wales, y Nielsen, 2011). A
partir de lo antedicho, resulta primordial la investigación
continua en estos trastornos. Tres áreas que requieren de
mayor estudio y que hasta la fecha han aportado resultados
inconsistentes son la interocepción corporal (IC), la
regulación emocional (RE), y la cognición social (CS).
Se ha sugerido que estos pacientes presentan dificultades en estos
dominios (Corsi et al., 2021; Perry et al., 2021; Meule et al.,
2019), y que se trata de procesos psicológicos que pueden
perpetuar la sintomatología (Kan, Cardi, Stahl, &
Treasure, 2019; Murray, Loeb, & Le Grange, 2018).
La
Interocepción
Corporal (IC)
es definida como la habilidad para detectar señales corporales
(Yoris, Esteves, Couto, y Sedeño, 2015). Es de naturaleza
multifacética, y comprende diferentes modalidades (es decir,
distintos sistemas viscerales; Herbert, Muth, Pollatos, y Herbert,
2012), a la vez que comprende tres dimensiones diferenciables
(Garfinkel et al., 2016): la "Precisión Interoceptiva"
(IAcc, por sus siglas en inglés), que se corresponde con las
puntuaciones obtenidas, por ejemplo, en pruebas de detección
de latidos; la "Sensibilidad Interoceptiva" (IS, por sus
siglas en inglés), que se refiere a la experiencia subjetiva
de las sensaciones corporales, y que generalmente se obtiene a partir
de cuestionarios de autorregistro; y por último, la
"Conciencia Interoceptiva" (IA, por sus siglas en
inglés), que se refiere a las creencias acerca del propio
desempeño en las tareas que evalúan interocepción.
Comer
es un comportamiento fundamental que revela cuán
intrínsecamente guiados por señales corporales estamos,
y está directamente asociado con necesidades homeostáticas
y con el bienestar (Herbert y Pollatos, 2018). Este
acto
requiere percibir y discriminar las señales interoceptivas de
hambre y saciedad, y luego requiere de un comportamiento en respuesta
a dichas señales. Estos procesos se ven críticamente
alterados en los TCA. Hilde Bruch (1962) fue la primera en sugerir la
presencia de fallas interoceptivas en los TCA, planteando que éstos
presentan un "disturbio en la precisión de la percepción
o interpretación cognitiva de los estímulos
provenientes del interior del cuerpo". Para esta autora, la
disfunción interoceptiva se encuentra en el núcleo de
estos trastornos.
La
Regulación
Emocional (RE)
es un constructo multidimensional que se refiere a las habilidades
que permiten identificar las emociones y modular su experiencia y
expresión (Gross, 1998). No se limita a la regulación
de emociones negativas sino también de emociones positivas
(McRae y Gross, 2020). La desregulación emocional (DE) es, a
su vez, un concepto multidimensional que puede referirse tanto al
fracaso para utilizar estrategias de RE en situaciones donde
resultarían adecuadas, como también al uso de
estrategias de RE que no son apropiadas para una situación
dada (Gross, 2013). Algunas de las estrategias son adaptativas (por
ejemplo, la re-evaluación cognitiva, la resolución de
problemas y la aceptación de las emociones), mientras que
otras son desadaptativas (por ejemplo, la supresión emocional,
la evitación emocional y la rumiación; Aldao,
Nolen-Hoeksema, y Schweizer, 2010; Evers, Marijn Stok, y de Ridder,
2010). Para regular satisfactoriamente las emociones, primero es
preciso ser consciente de las mismas, comprenderlas y aceptarlas.
Posteriormente, es más probable modular las propias emociones
al adoptar una estrategia acorde a la situación y los
objetivos propuestos (Gratz y Roemer, 2004).
Un
número creciente de estudios indica que las dificultades en la
RE se asocian con los TCA (Aldao et al., 2010). En este sentido, se
cree que los comportamientos alimentarios problemáticos, tales
como los atracones-purgas y la restricción alimentaria, pueden
ser estrategias desadaptativas utilizadas para evitar o suprimir las
emociones (Harrison et al., 2010; Lavender et al., 2015; Fairburn,
Cooper, y Shafran, 2003). Es decir que los síntomas de TCA
podrían mantenerse en el tiempo por su función
reguladora. Por ejemplo, la restricción alimentaria podría
facilitar la evitación emocional, mientras que los atracones y
las purgas podrían ayudar a disminuir la experiencia de
emociones negativas una vez iniciadas (Luck, Waller, Meyer, Ussher, y
Lacey, 2005). En este sentido, se ha sugerido que la emoción
en sí misma no necesariamente causa la conducta alimentaria
problemática, sino que el problema reside en las dificultades
para identificar
adecuadamente y atender a la emoción, así como la
estrategia llevada a cabo para lidiar con la misma (Evers
et al., 2010). El modelo de Gratz y Roemer (2004) es muy utilizado y
relevante en el estudio de los TCA (Lavender et al., 2015). El mismo
conceptualiza a la DE cómo las dificultades en la conciencia
emocional, en el entendimiento o claridad emocional, en la aceptación
de las emociones, y dificultades para llevar a cabo comportamientos
dirigidos a metas, absteniéndose de llevar a cabo conductas
impulsivas en momentos de mucha emocionalidad, así como un
acceso limitado a estrategias efectivas de RE.
Hay
autores que sugieren que las dificultades en el dominio de la RE en
los TCA son transdiagnósticas (Monell, Clinton, y Birgegard,
2018), mientras que otros autores sugieren que existen diferencias
entre subtipos en este dominio. Sin embargo, hasta la fecha, la
evidencia sugiere que algunas dificultades son específicas de
algunos subtipos de TCA, mientras otras parecieran ser compartidas
por todos los subtipos.
La
Cognición
Social (CS) se
refiere a la suma de los procesos que permiten a los seres humanos
interactuar los unos con los otros (Adolphs et al., 1999). Este
término hace referencia a un conjunto de habilidades que nos
permiten: (1) percibir claves sociales propias y de los demás;
(2) interpretar esas claves y comprender comportamientos, creencias y
emociones tanto propias como ajenas y (3) generar respuestas a estas
inferencias guiando así la conducta social. También
engloba el procesamiento emocional, que incluye la identificación,
el uso y el entendimiento de las emociones, tanto en relación
con uno mismo como con los demás (Mayer, Salovey, Caruso, y
Sitarenios, 2001; Mayer y Salovey, 1997).
Existen
distintas habilidades que resultan de crucial importancia para tener
una adecuada CS: Teoría de la Mente, Percepción de
emociones, Empatía, Estilo atribucional y Toma de decisiones.
La Teoría de la Mente (ToM, por sus siglas en inglés)
es definida como la capacidad de atribuir estados mentales a uno
mismo y a los demás, y poder diferenciar que aquello que se
infiere de los demás puede diferir o no de lo que uno reconoce
de sí mismo (Premack y Woodruff, 1978). Otro componente de la
CS es la percepción emocional, que involucra la capacidad para
discriminar, identificar, interpretar, y nombrar las diversas
emociones (Bullock y Russell, 1984). Asimismo, se refiere a la
habilidad para reconocer diversos estados emocionales a partir de una
correcta lectura facial, gestual, y de la prosodia. Por su parte, la
empatía es la capacidad innata para percibir y ser sensible al
estado emocional de los demás (Decety, Bartal, Uzefovsky, y
Knafo-Noam, 2016). Se trata de un constructo que involucra dos
aspectos: por un lado, la empatía cognitiva, que se relaciona
con la capacidad para comprender el punto de vista de otra persona.
Por el otro, la empatía afectiva, que se relaciona con la
capacidad para inferir y compartir emociones (Eisenberg, & Eggum,
2009).
Relación
entre la IC, la CS y la RE en los TCA
Diversos
autores sugieren que el cuerpo juega un rol esencial en la cognición
(Gao, Ping, y Chen, 2019). La información interoceptiva debe
integrarse con la información exteroceptiva en el córtex
de la ínsula, generando una representación de la
identidad que resulta integral para una serie de procesos
sociocognitivos (Palmer y Tsakiris, 2018). El fracaso en la
integración de señales interoceptivas y exteroceptivas
resulta en un sentido de la identidad inestable que debilita
funciones relacionadas, tales como la autoestima, la cognición
social (Amianto, Bertorello, Migliore, Abbate-Daga, y Fassino, 2016;
Herbert y Pollatos, 2018), y la regulación emocional (Brewer,
Cook, y Bird, 2016; Ernst, Northoff, Boker, Seifritz, y Grimm, 2013;
Jenkinson, Taylor, y Laws, 2018). En otras palabras, se requiere de
una IC precisa para poder atribuir correctamente estados mentales y
corporales a uno mismo y a los demás, y poder predecir
comportamientos en las interacciones sociales. Esto a su vez permite
mantener la distinción entre la propia identidad y la de los
demás (Palmer y Tsakiris, 2018). Lo que los autores sugieren
es que, en los TCA, los déficits en la CS observados podrían
tener su origen, al menos en parte, en fallas interoceptivas.
Asimismo,
las dificultades de estos pacientes en el dominio de la RE tendrían
su base en fallas interoceptivas. Autores pioneros han sugerido que
la interocepción es un antecedente central de la experiencia
consciente de las emociones (Damasio, 1994; James, 1884). En los
pacientes con TCA, los déficits para identificar los propios
estados emocionales pueden contribuir a las dificultades observadas
en la RE. Pueden llegar a confundir sus señales corporales con
estados emocionales, y por ende tener dificultades para experimentar
y diferenciar entre emociones, o para modular o atenuar la intensidad
emocional. Dicha desregulación se relaciona en estas pacientes
con inestabilidad anímica, impulsividad, comportamientos
imprudentes, enojo, y conductas autolesivas (Lattimore et al., 2017).
Evidencia
empírica
Interocepción
corporal
Con
respecto a la evidencia disponible en la AN, estudios previos han
encontrado una IAcc disminuida en estas pacientes (Pollatos, 2008).
Mientras que estos resultados -basados en medidas de IAcc en reposo-
reflejan una interocepción deficitaria en AN, otros autores
reportaron una interocepción más intensa, especialmente
durante la anticipación de comida (Khalsa et al., 2015),
sugiriendo que la IAcc varía de acuerdo al contexto. Otro
estudio (Pollatos et al., 2016) analizó los efectos de ver el
propio rostro en el IAcc cardíaco en AN, al compararlas con
controles sanos -en quienes el foco en sí mismos típicamente
da como resultado un IAcc incrementado (Ainley, Tajadura-Jiménez,
Fotopoulou, y Tsakiris, 2012). Los resultados mostraron que las
pacientes con AN "apagan" la percepción
interoceptiva cuando son confrontadas por su propio cuerpo. Estos
resultados apoyan los resultados de Khalsa et al., (2015), quienes
sugieren que el IAcc y otras dimensiones de sensibilidad
interoceptiva no son constantes en la AN sino que varían
dependiendo del contexto, como por ejemplo la anticipación de
comida o la confrontación con el propio cuerpo (Herbert y
Pollatos, 2018).
Con
respecto a la BN, hay estudios que plantean que las personas con BN
tienen un umbral más elevado a la hora de detectar señales
corporales, lo cual implica que requieren estímulos más
intensos para detectar dichas señales (Geliebter y Hashim,
2001; Stein et al., 2003; Zimmerli, Walsh, Guss, Devlin, y Kissileff,
2006). Esto se basaría en la premisa de que las dificultades
para detectar y/o interpretar los estímulos provenientes del
interior del cuerpo- particularmente señales de hambre y
saciedad- podrían contribuir directamente al desarrollo y
mantenimiento de síntomas característicos de la BN,
tales como los atracones y los comportamientos de purga (Klabunde,
Acheson, Boutelle, Matthews, y Kaye, 2013; Klabunde, Collado, y
Bohon, 2017). En línea con lo antedicho, se ha encontrado que
estas pacientes presentan anormalidades en el funcionamiento,
estructura y conectividad cerebral, y alteraciones gástricas
(Geliebter y Hashim, 2001) y en el procesamiento del dolor (Klabunde,
Collado, &y Bohon, 2017). También se ha encontrado que las
pacientes con BN presentan un estilo atribucional negativo con
respecto a las señales interoceptivas (Morrison, Waller, y
Lawson, 2006). Otros autores, en cambio, no han encontrado
diferencias significativas entre la IAcc de pacientes con BN y la
IAcc de controles sanos (Pollatos & Georgiou, 2016), ni entre la
IAcc de pacientes con BN y pacientes con AN (Eshkevari, Rieger,
Musiat, & Treasure, 2014).
Regulación
Emocional
Conciencia
y entendimiento emocional
Históricamente,
se ha sugerido que las dificultades en la conciencia y entendimiento
emocional son más prominentes en los pacientes con AN que en
la BN, encontrándose mayores niveles de alexitimia en estos
pacientes (Haynos y Fruzzetti, 2011; Nowakowski, McFarlane, y Cassin,
2013; Oldershawet
al., 2015; Treasure y Schmidt, 2013). Sin embargo, estudios más
recientes han encontrado diferencias en estos dominios entre los
distintos TCA. Así, por ejemplo, un estudio encontró
que los pacientes con AN-P y BN presentaron mayores dificultades en
la conciencia emocional que las pacientes con AN-R, mientras que no
hubo diferencias entre los subtipos purgativos (Weinbach, Sher, y
Bohon, 2018). Otros estudios, por el contrario, no encontraron
diferencias entre subtipos (Brockmeyer et al., 2014). Con respecto al
entendimiento de las emociones, un estudio encontró que las
pacientes con AN-P y BN presentaron mayores dificultades en
comparación con los pacientes con AN-R (Mallorquí-Bagué
et al., 2018; Weinbach, Sher, y Bohon, 2018).
Control
de impulsos y conductas dirigidas a metas
La
mayoría de las investigaciones muestran que los pacientes con
BN reportan mayores dificultades en el control de impulsos que los
pacientes con AN-P y AN-R, si bien se ha reportado que el patrón
de impulsividad es similar entre los pacientes con BN y AN-P
(Jakovina et al., 2018; Lavender et al., 2014; Mallorquí-Bagué
et al., 2018; Pearson y Smith, 2015; Racine y Wildes, 2013; Rowsell,
MacDonald, y Carter, 2016; Weinbach, Sher, y Bohon, 2018). Del mismo
modo, los pacientes con AN-P y BN presentarían mayores
dificultades que los pacientes con AN-R a la hora de llevar a cabo
comportamientos dirigidos a metas (Mallorquí-Bagué et
al., 2018; Weinbach, Sher, y Bohon, 2018).
Aceptación
de las emociones
Al
igual que con la conciencia y el entendimiento emocional,
históricamente también se ha considerado que los
pacientes con AN presentan mayores dificultades en la aceptación
emocional, en comparación con el resto de los TCA (Engel et
al., 2013). Sin embargo, otros autores argumentan que las
dificultades para aceptar las emociones podrían considerarse
transdiagnósticas dentro de los TCA, dado que se ha
encontrado, por ejemplo, que los pacientes con BN presentaron mayores
dificultades en comparación con los pacientes con AN
(Mallorquí-Bagué et al., 2018), y otros autores no
encontraron diferencias significativas entre AN-R, AN-P y BN
(Brockmeyer et al., 2014; Svaldi et al., 2012; Weinbach, Sher, y
Bohon, 2018).
Acceso
a estrategias de RE
Si
bien algunos estudios sugieren que los pacientes con AN-P y BN
presentarían mayores dificultades para acceder a estrategias
de RE efectivas (Jakovina et al., 2018; Mallorquí-Bagué
et al., 2018; Rowsell, MacDonald, y Carter, 2016; Weinbach, Sher, y
Bohon, 2018), otros estudios plantean que las dificultades en este
dominio podrían ser transdiagnósticas (Svaldi et al.,
2012; Meule et al., 2019), dado que se ha observado que los pacientes
con TCA tienden a usar, preferentemente, estrategias de supresión
más que de reinterpretación cognitiva frente a
emociones negativas (Rodríguez Guarín et al., 2017;
Danner, Sternheim, y Evers, 2014; Dingemans, Danner, y Parks, 2017).
También se encontró un gran uso de la rumiación
o preocupación excesivas (Cowdrey y Park, 2012; Dingemans et
al., 2017).
A
pesar de estas similitudes, otros autores argumentan que los
pacientes con AN y BN presentan patrones opuestos de alimentación
emocional, entendida como el comer en respuesta a una variedad de
emociones negativas, tales como enojo, tristeza o ansiedad (Ozier et
al., 2008). En este sentido, encontraron que mientras que los
pacientes con BN reportaron comer más en presencia de
emociones negativas y estresantes, y menos en presencia de emociones
positivas, los pacientes con AN reportaron comer menos de lo usual al
experimentar emociones positivas y menos al experimentar emociones
negativas (Meule et al., 2019).
Cognición
Social
El
interés por estudiar la CS en los TCA surgió a partir
del solapamiento entre AN y los Trastornos del Espectro Autista (TEA;
Gillberg, 1983; Zucker et al., 2007). Tanto la AN como la BN están
asociadas con un pobre funcionamiento social que antecede la
aparición de los síntomas (Fairburn, Welch, Doll,
Davies, & O'Connor, 1997; Zucker, et al., 2007). Específicamente,
el estudio de la CS en la AN ha recibido una atención
considerable (Oldershaw et al., 2011). Múltiples estudios
señalan que estos pacientes presentan déficits en la
ToM (Gál, Egyed, Pászthy, y Németh, 2011;
Harrison, Tchanturia, y Treasure, 2010; de Sampaio Tapajóz et
al., 2013), mientras que otros no encontraron diferencias
significativas entre AN y CN (Adenzato, Todisco, y Ardito, 2012;
Brockmeyer et al., 2016; Kucharska, Jeschke, y Mafi, 2016), o entre
mujeres recuperadas de AN y CN (Oldershaw et al., 2012).
Con
respecto al reconocimiento
emocional,
la mayoría de los estudios realizados en la AN han utilizado
imágenes estáticas que se restringían a la
región de los ojos o de la cara (Leppanen et al., 2018). De
este modo, mucha de la información que es inherente a las
interacciones sociales diarias, -tales como el tono de la voz, el
lenguaje corporal, y el contexto- se pierden en dichos estímulos.
Por ello, otras investigaciones han utilizado diferentes modalidades
de comunicación no verbal con la finalidad de entender mejor
los mecanismos que subyacen a las dificultades sociales en la AN. Por
ejemplo, un par de estudios examinaron el reconocimiento emocional en
movimientos corporales o en la voz (Lang et al., 2015; Zucker et al.,
2013). Las pacientes con AN fueron menos precisas a la hora de
reconocer la tristeza pero fueron mejores que las participantes con
AN con peso restituido y que las CN a la hora de reconocer el enojo
transmitido mediante movimientos corporales. En otro estudio, las
pacientes con AN fueron menos precisas que las CN en reconocer
emociones en la voz (Oldershaw et al., 2011). En síntesis, la
limitada evidencia disponible sugiere que podrían existir
diferencias en el reconocimiento de emociones corporales en AN,
aunque se requiere de la exploración del impacto de varios
factores clínicos, tales como la ansiedad, la depresión,
y el IMC.
Con
respecto a la empatía,
Gillberg y colaboradores reportaron que las pacientes con AN
presentan "trastornos de la empatía" (Gillberg et
al., 1994). Según este autor, estas pacientes tienen
dificultades severas para entender la comunicación social, al
igual que los pacientes con trastornos del espectro autista. Las
dificultades sociales empeoran los resultados terapéuticos y
el funcionamiento psicosocial de estas pacientes.
Una
menor cantidad de estudios investigaron la CS en la BN, aportando
resultados inconsistentes. Así, hay estudios que encontraron
alteraciones en la ToM (Laghi, Cotugno, Cecere, Sirolli, Palazzoni, y
Bosco, 2014; Medina-Pradas et al., 2012; y en la percepción
emocional (Dapelo, Surguladze, Morris, y Tchanturia, 2017; Harrison,
Sullivan, Tchanturia, y Treasure, 2010), mientras que otros no
encontraron diferencias significativas entre BN y CN (Harrison,
Tchanturia, y Treasure, 2010; Harrison, Sullivan, Tchanturia, y
Treasure, 2010; Tapajóz de Sampaio et al., 2013).
Consideraciones
finales
La
evidencia disponible sugiere alteraciones en los dominios de interés
identificados en pacientes con TCA. A pesar de eso, se destacan
inconsistencias en los resultados. Algunos de los motivos que pueden
identificarse son el uso primordial de cuestionarios de autorreporte,
la falta de consenso en las definiciones y taxonomías (lo que
impacta en la medición de los constructos psicológicos),
el diseño transversal, y la definición y evaluación
de estos trastornos desde el punto de vista categorial. En relación
a este último punto, los modelos psicoterapéuticos que
han mostrado ser eficaces, consideran que existen mecanismos comunes
o transdiagnósticos que pueden explicar el mantenimiento
sintomático en estos trastornos (Fairburn, Cooper, y Shafran,
2003). En síntesis, resulta de suma importancia orientar los
esfuerzos a investigar desde una perspectiva transdiagnóstica,
no sólo
para implementar tratamientos efectivos sino, fundamentalmente, para
mejorar la calidad de vida en esta población.
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