El
cambio humano
El
ser humano cambia, la vida cambia, los sistemas cambian. Todo parece
modificarse vertiginosamente. El cambio es un fenómeno
habitual en todos los sistemas y forma parte del juego dialéctico
con la estabilidad, más aún, es inevitable que el
cambio sea el preludio de una futura estabilidad. Sin embargo, en una
vista superficial, las cosas permanecen estáticas. Esto es, la
tendencia a considerar los fenómenos de permanencia y cambio
como dos aspectos aislados entre sí. En su libro Cambio,
Watzlawick, Weakland y Fisch (1974) abordaron de manera rigurosa el
fenómeno del cambio cuyas premisas y conceptos operativos
dieron forma al modelo de Palo Alto. Sus primeras formulaciones
señalaban la naturaleza paradojal y contradictoria del cambio,
o dicho de otra forma, el hecho de intentar cambiar para continuar
siendo el mismo y continuar siendo el mismo mientras se intenta
cambiar.
El
cambio humano implica un continium.
Las situaciones de crisis son un sinónimo de cambio, o sea, el
efecto perturbador que tienen sobre la estabilidad hace que de la
desestructuración surja un nuevo orden sin que se pierda la
identidad del sistema (Ceberio, 2015). Estas conceptualizaciones
entran dentro de una serie de imposibles que, como preceptos deben
entenderse en un modelo de la ciencia de la comunicación y más
aún en la psicoterapia:
-
El imposible no comunicar y hasta los silencios comunican
(Watzlawick, Jackson y Beavin, 1967).
-
La interacción o feedback es inherente a toda relación
humana.
Siempre
hay una influencia recíproca de comportamientos entre
comunicadores.
-
El cambio y la estabilidad son propiedades de todos los sistemas.
-
Vivimos en sistemas: contexto, modelos mentales y sistema biológico
y es imposible salir de ellos.
El
cambio no es un proceso lineal (porque además la diacronía
es circular) sino un proceso compuesto de infinitas interacciones,
influencias recíprocas y sinergias que se construyen en un
dinamismo constante. No solo que ocurre continuamente sino que de
forma espontánea. Entonces, el cambio provocado en el
laboratorio de la psicoterapia es la posibilidad de dirigir
modificaciones en pos de funcionalizar los sistemas disfuncionales.
En
lo que respecta al cambio terapéutico, hoy en el siglo XXI no
puede sostenerse la idea de que solamente la explicación y el
darse cuenta de los orígenes de un problema o de un síntoma,
puede ser el único recurso al que debe apelar un terapeuta
para lograr modificaciones en la vida de su paciente. Es decir, creer
que explicar e interpretar, como técnica, sea absolutamente el
camino unívoco para modificar los conflictos humanos.
Comprender
claramente qué
es lo que sucede
(a pesar que también lo que sucede es la versión del
paciente) tal como lo plantea la terapia breve, es una de los
primeros pasos para establecer recategorizaciones desde lo cognitivo
mediante redefiniciones, o en lo emocional, provocando fuertemente en
términos de la angustia o la bronca, etc., o en lo pragmático
mediante acciones que desestructuren la cibernética
desarrollada hasta el momento.
Así
mismo, y haciendo pie en las teorías constructivistas más
modernas -como teorías del conocimiento- ( von Foerster 1988,
1994, von Glaserfeld 1988, 1994, 1979, Maturana y Varela, 1984)
resulta insostenible que el insight
se constituya en la posibilidad única de cambio. En primer
término, porque lo que el terapeuta le puede devolver al
paciente no es la verdad absoluta, entendiendo que ésta no
existe, sino solamente una versión, una historia diferente a
la historia que cuenta el paciente. En este sentido, la narración
de lo que le sucede es tan solo un cuento de los hechos, la labor
terapéutica consiste en contar otro cuento que pueda calzar
con la cognición del paciente. Menos, puede pensarse el cambio
solamente mediante la reflexión, cuando se tiene en cuenta las
reverberancias del problema en el sistema. Si el problema se halla
severamente fijado al circuito -mediante soluciones intentadas
fracasadas-, no solo encontramos el problema, sino el problema con el
problema de su rigidez y perpetuación en el tiempo. Razón
por la que una explicación, por más sólida que
parezca, puede resultar ineficiente para semejante peso en el
sistema. Esta lógica del principio explicativo (Morin, 1984),
ha demostrado que es ineficaz sino se traduce en acciones que generen
interacciones que demuestren novedad. Si la explicación no
calza (von Glaserfeld, 1994) queda afincada como una racionalización
en el paciente.
Tampoco,
es posible aceptar que las únicas vías de acceso son
las intervenciones verbales. Actuar una nueva psicoterapia, implica
no apelar únicamente a la palabra. Los canales de introducción
de información que posibilita el cuerpo, hacen que el lenguaje
analógico sea un blanco de atención. El acercarse o
alejarse en el espacio físico en determinados momentos de la
sesión, la mirada, un gesto frente a un relato, etc., son
intervenciones en sí mismas, que influencian a través
de datos que se intentan transmitir, reflexiones, afectos, en
síntesis: mensajes que reformulen la perspectiva que se tiene
acerca del problema.
Como
también, el uso de prescripciones de comportamiento
-contrariamente a privilegiar la explicación para generar el
cambio- delimitan acciones alternativas que permiten nuevas
recursividades que tendrán sus impregnaciones en la lente
cognitiva del observador. Acciones que serán pautadas de
manera original por el terapeuta, a sabiendas que son la oportunidad
para crear nuevas interacciones en dirección a la
funcionalidad. Estas intervenciones, por supuesto que desafían
al profesional en sus estructuras convencionales, poniéndolo a
prueba en su creatividad. Por tanto, en este sentido son
transgresoras a la concepción clásica sobre el cambio
terapéutico.
Pero
cabe aclarar: de la misma manera que una explicación puede
quedar como una explicación racionalizadora sino se traduce en
acto, una prescripción queda como un automatismo conductual
sino se reflexiona y genera un cambio cognitivo y emocional.
Asimismo, una intervención emocional puede quedar como un
efecto catártico sino conlleva acciones y categorizaciones
nuevas. El cambio que esperamos produce sinergia en el sentir, el
pensar y el actual, con su correlato o productor hormonal o de
neurotransmisores. Un todo complejo.
Y
lo interesante del proceso de cambio es que nuestro modelo mental es
el que modifica el problema creado por nuestro propio modelo mental.
En este sentido, el modelo mental es autopoyético (Maturana y
Varela, 1984), su organización produce su organización:
el modelo construye el problema, es decir, le atribuye la categoría
problema a un hecho, para ser el mismo modelo el que intenta
resolverlo. Esta propiedad autoreflexiva de la mente ya fue observada
por los pioneros del MRI, entonces, para analizar un sistema no solo
basta con entender las interacciones entre sus miembros sino aquellas
interacciones intra-sujeto que son a su vez influidas por los sucesos
externos en una dinámica continua. Las posibilidades de
ampliar el modelo de conocimiento es incorporar nuevos contenidos que
modifiquen forma de procesar la información y recategoricen
contenidos.
También
en términos de efectividad, el modelo breve en el análisis
del problema contempla el aspecto de la predictibilidad, es decir,
ciertas intervenciones son efectivas en cada sujeto en particular.
Ser predictivo supone no solo decir si algo funcionará, sino
el cómo funcionará. Implica determinar los efectos
recursivos de una cadena de maniobras con consecuencias previstas a
cada paso y contramaniobras para encausar el sistema hacia el
resultado deseado. En este sentido el modelo breve tiene un valor a
nivel pronóstico puesto que puede aventurar resultado por
encadenamiento de acciones tomando variables de la persona y el
contexto en donde se desenvuelva.
Reiteramos,
el cambio humano de realizarse y debe establecerse en tres planos: el
área cognitiva (pensar), la emocional (sentir) y la pragmática
(actuar) (Linares, 1996) y como tal, el modelo breve lo aborda desde
multiplicidad de técnicas: desde redefinciones hasta
prescripciones de comportamiento que impactan sobre todas las áreas
llegando a un todo del cambio. Cuantas veces encontramos pacientes
que tienen su porque acerca de su problema pero no pueden llegar a un
cambio en las acciones o en su sentir y dicen angustiados ¡¡Sé
lo que me pasa pero no puedo modificarlo!!.
Si
un sistema pide ser cambiado cognitivamente, pero emotivamente se
resiste al cambio, no puedo pensar en hacerlo cambiar a través
de la explicación, utilizando por tanto una lógica
ordinaria. Esto sería una ingenuidad estratégica:
mientras más alerto a la persona respecto a la posibilidad de
cambiar más esta se resistirá al cambio; mientras más
empujo a alguien al cambio, más lo boicoteará, no por
no querer colaborar sino por una tendencia intrínseca a
mantener su propio equilibrio
(Nardone y Balbi. 2009).
Pero
si el cambio es una conditio
sine qua non
de los sistemas, cabe pensar si las modificaciones de los mismos se
establecen por evolución o revolución. En este sentido
podríamos pensar que un cambio es producto gestacional
paulatino de los sistemas, por interacción y equifinalidad. Es
decir, una revolución no se gesta de manera arbitraria, es
fruto de multiplicidad de factores que se mancomunan para que se
produzca un efecto determinado en un momento dado. No se trata que
una persona se levante una mañana y cree sorpresivamente algo
o realice una modificación que afecte sustancialmente a su
vida. Desde un meta nivel, tanto los pequeños cambios de la
vida particular de una persona como los grandes cambios que afectan a
una sociedad entera, son efecto y causa de procesos sistémicos
superiores que indicaban que eso que sucede, sucede por una causación
circular y no fruto de la casualidad.
En
este sentido, lo que se muestra como casual a un nivel, a niveles
superiores de recursividad sistémica es causal. Cabe pensar
entonces que el terapeuta o el espacio terapéutico es un
catalizador del cambio, o también podría explicar por
qué un paciente llega a terapia en ese momento de su vida y no
en otro. El terapeuta interviene en la vida del paciente para
favorecer, crear e impulsar el cambio, más allá que
resista.
En
el espacio de la psicoterapia, los cambios se producen en muchas
oportunidades de manera abrupta, fruto de redefiniciones o de una
connotación positiva que recategorizó y creó un
punto de vista alternativo. Cambio que bien podría ser
definido como un insight
violento.
Inclusive el terapeuta no esperaba ese giro copernicano. Diferente es
el cambio paulatino (baby
step)
en donde se planifican acciones directas paso a paso para lograr el
objetivo. A diferencia de la tipología de cambio anterior, es
que el cambio acontece con lentitud. Para llevar a la resolución
del problema se debe evitar la prisa y continuar de forma gradual, de
lo contrario amenaza el fracaso.
Todos
los cambios, siempre producen reacciones en cadena. Los problemas no
son compartimientos estancos, sino que se asocian de manera virulenta
y establecen modificaciones en otros aspectos de la vida de la
persona. El terapeuta estratégico breve, en ocasiones focaliza
un problema a sabiendas que por efecto dominó solucionará
otros problemas satélites al problema principal, o simplemente
otros problemas o aspectos de la vida de la persona que puedan
resultarle conflictivos.
Un
terapeuta breve para ejercer idóneamente su modelo, debe
entender la filosofía del cambio. Lo que viene a continuación,
son algunas reflexiones que, como imperativos, forman las reglas del
ejercicio del cambio terapéutico:
1)
Una
pequeña modificación puede generar grandes cambios: por
efecto dominó arrolla otras áreas de la vida de la
persona.
2)
Bajar
el problema a lo concreto a pesar de lo abstracto.
3)
Una
intervención no es la verdad: una intervención calza o
no calza en la cognición, emoción y pragmatismo del
paciente.
4)
El
problema es simple a pesar de lo complicado: reducir la complejidad
acotando las premisas causales del problema a pocas variables.
5)
No
devorar el sándwich de un solo bocado: baby
step,
paso a paso estableciendo metas mínimas y fijando objetivos
finales de solución.
6)
Fuera
de los límites de la cuadratura
conceptual o
más allá de las fronteras del propio modelo para poder
crear soluciones no pensadas y romper con las utilizadas inefectivas.
7)
Cuando
se trabaja el problema se trabajan los problemas del problema: el
problema original, los intentos de solución que son parte del
problema, el estrés que ocasiona el problema, los problemas
producidos por el problema, los pensamientos negativos que son
problema y la baja autoestima también es problema.
8)
Romper
con los intentos de solución fallidos del paciente y los
propios como terapeuta: no aplicar la misma fórmula si
obtenemos el resultado contrario al que deseamos.
9)
Si el intento de solución es efectivo, si dio resultado,
continuar construyendo en esa misma dirección.
10)
El
problema ES el problema, todo es cuestión de estrategia por
solucionarlo.
11)
A
veces para encontrar el orden debemos crear desorden, usando
paradojas, confusiones, desorganizaciones en acciones, pensamientos,
emociones.
12)
Motivar
a la persona estimulándola o desmotivándola
estratégicamente.
Hacer
psicoterapia en este siglo, no se iguala a ningún otro
período. Cuando cambian los contextos donde se desarrollan los
problemas humanos, los problemas no son los mismos. Las crisis
sociales, políticas y económicas han variado tanto
cuanti como cualitativamente, razón por la que los agentes de
salud mental no pueden actuar efectivamente sino contemplan estos
cambios que obligan a modificar sus parámetros teóricos,
pragmáticos e ideológicos.
Para
desarrollar tales modificaciones, hace falta un nuevo modelo de
terapeutas. Terapeutas flexibles en sus ideas y sus constructos, que
logren exceder su cuadratura conceptual de manera permeable, cuestión
de lograr comprender claramente el sistema de creencias del
consultante. Terapeutas que, manejando multiplicidad de recursos,
logren ingresar información nueva en los sistemas desde
flancos cognitivos, emocionales y ahora pragmáticos.
El
cambio en psicoterapia, entonces, cabe concebirlo desde diferentes
caminos: tanto en redefiniciones cognitivas que lleven a sentir y
actuar de manera diferente; como perturbaciones
emocionales
que generen reformulaciones cognitivas y sus consecuentes acciones
nuevas; o como acciones diversas a las estipuladas al momento, que
lleven a una reflexión que reestructure emociones y
cogniciones. Todo en un todo recursivo. Son estos, los terapeutas que
se atreven a poner en juego su creatividad, pero con el aval teórico
que la sostenga; que desarrollan una formación teórica
y práctica, regular y comprometida, pero por sobre todo, se
hallan involucrados en la tarea de la psicoterapia con un alto
sentido de la ética y responsabilidad que implica el cambio
humano.
Errores,
dificultades, problemas y síntomas
Parte
de la coreografía de la comunicación humana está
conformada mediante un correlato de acciones, retroacciones e
interacciones que gestan numerosos constructos poblados de
significados. Pero estos significados son también los
generadores de estos circuitos y así recursivamente en un
sistema sinfín. No obstante, las acciones –y aquí
incluyo las alocuciones- inmediatamente cuando se sueltan,
por así llamarle, al contexto, producen codificaciones propias
del interlocutor. Razón por la cual, la respuesta en la
interlocución surge como producto de construcciones
atributivas personales: cabe preguntarse, si uno no le responde al
otro sino a la propia construcción que uno realizó a
partir de la construcción sintáctico-semántica
del otro, si la comunicación resulta más un monólogo
que un diálogo…
Mediante
el método de ensayo y error (términos más tarde
reemplazados por Ashby (1960) como búsqueda
y fijación),
Piaget (1937) describe como el ser humano intenta a través de
su experiencia con el mundo, construir un universo propio -y
parcialmente compartido- de sentido hacia las cosas.
De
esta manera se constituye la estructura cognitiva, los esquemas
llamados por el cognitivismo, compuesta por las construcciones
acumuladas en cada interacción. Construcciones que se
asimilan, se acomodan y terminan organizándose en categorías.
Tal cual como en la computadora, en nuestra computadora cerebral
archivamos en carpeta la información similar y diferencial con
otras categorías. Por lo tanto, códigos familiares y
socioculturales que involucran normas y pautas de comportamiento,
sistemas de valores y creencias, modelos específicos,
constituyen un almacén
semántico
desde el cual se atribuyen significados hacia las cosas. Estos
significados emergen de cada categoría (y son significados de
segundo orden), puesto que siempre en el acto perceptivo, un
imperativo interno nos lleva a un trazado de distinciones (Spencer
Brown, 1973) y estas distinciones no son ni más ni menos que
categorías.
Razón
por la que se infiere, que solamente de la realidad se puede observar
un mapa determinado construido por nosotros mismos. Desde esta
perspectiva constructivista,
dicha realidad conviene en conformarse autorreferencial: cada
opinión, hipótesis, reflexión, etc., da cuenta
del modelo epistemológico del perceptor.
Pero
también, un modelo cibernético nos posibilita afirmar
que en dicho campo de observación, nuestra sola presencia
influencia las conductas de nuestros interlocutores (cuando la
interacción es humana) y los comportamientos de éstos
impregnan a nuestras acciones. Es decir, no sólo somos
constreñidos en la percepción por el modelo
epistemológico de nuestra estructura cognitiva, sino que en la
interacción somos partícipes del hecho que observamos.
En otras palabras, nos encontramos en un doble juego de
sometimientos: nuestro modelo cognitivo por una parte y la dinámica
cibernética en la que estamos involucrados, por otra: sistemas
mentales, sistemas contextuales. Tal como lo señala el
cibernetista H. von Foerster (1994), quien sintetiza tal reflexión
en la frase: Uno
ve lo que dibuja (desde
la cibernética)
y dibuja lo que ve
(desde lo cognitivo).
Aunque
quedarse fijado únicamente en un doble
juego de sometimientos
es desestimar que también somos presos de una biología,
en donde tenemos valores de mínima y máxima, pero que
además, no vemos lo que vemos sino que vemos
lo que recordamos:
es nuestro archivo del hipocampo que, como centro de memoria y
aprendizaje, le otorga fidedignidad a lo que observo.
Si
de nuestro mapa cognitivo, emergen las atribuciones semánticas
que construimos sobre los hechos y las cosas de nuestro mundo, es
desde allí que esos acontecimientos se conviertan en
significativos o no, depende de la atribución que el perceptor
desarrolle en la pragmática. Acción por la que se
transforma, el hecho
en
evento significativo.
Con lo cual, como lo refiere Wittgenstein (1987), no son las cosas en
sí mismas las que tienen relevancia para nosotros, sino las
construcciones que efectuamos acerca de ellas. Los hechos son hechos,
pueden constituirse en simple noticia o un evento significativo,
depende de la atribución que se le otorgue.
En
un mundo de ficciones (Watzlawick y Ceberio, 2008), las atribuciones
de sentido hacen que las cosas tengan un valor, o sea, sean
relevantes o intrascendentes. Por tal razón construimos
realidades y no existe una realidad absoluta. En este caso, la
distinción puede ser trazada en lo que da en llamarse errores,
dificultades y problemas humanos.
El
modelo estratégico breve es un modelo de resolución de
problemas, tal cual el título de uno de los libros iniciáticos
en la terapia sistémica, Terapia
para resolver problemas
(Haley, 1980). Por tanto, se hace necesario definir qué es un
error, qué una dificultad y qué un problema, puesto que
epistemológicamente competen a diferentes niveles lógicos
de complejidad. Entonces, ¿a qué se le llama problema,
para quién es problema, desde cuándo es un problema?,
preguntas que involucran a una situación en un contexto con
diferentes actores, cogniciones, emociones e interacciones
consecuentes. Preguntas que el modelo breve paloaltino, desarrolla
muy claramente en su diseño de primera entrevista.
A
lo que se llama problema
no es en sí mismo un problema, sino que es una construcción
de sentido efectuada sobre una situación determinada. El hecho
o la situación, competería al campo de una realidad de
primer orden, las atribuciones que otorga de la escena cada
integrante forman parte del universo de construcciones de segundo
orden. Así, es frecuente observar en el trabajo con pacientes
que un mismo hecho cobra diferentes significaciones en los distintos
miembros de una familia. Algunos
manifiestan una indiferencia total sobre un hecho, mientras que para
otros la situación posee una repercusión menos caótica,
algunos en cambio, pueden estar parcial o totalmente de acuerdo en su
significado, y para otros puede resultar de extrema gravedad, etc. De
esta manera, se constituye un sistema
que se encuentra afectado por diversas interpretaciones sobre lo que
sucede. Estas diversas interpretaciones no parten únicamente
de atribuciones cognitivas, sino también entre otras múltiples
variables, de las funciones que cada miembro ejerce en el sistema.
Con lo cual es consecuente y compatible función y atribución
semántica.
En
este sentido, hablar de universalismo de problemas es incorrecto.
Puede suceder un episodio de alto voltaje traumático, pero
para cada persona tendrá un sentido específico y
particular. Nadie puede negar que una inundación es un hecho
traumático, pero no tendrá el mismo efecto en alguien
que ha quedado sin hogar, a quien solamente ha vivido el acercamiento
de las aguas, o a quien ha leído la noticia en el diario.
Si
la comunicación humana es compleja, de acuerdo al sentido que
se le imprime, rápidamente puede transformarse en complicada.
Dentro de las instancias de complicación, se pueden establecer
varios niveles lógicos que van de la complejidad simple a la
complicación más grave. Un hecho puede ser totalmente
irrelevante, ser tomado como una noticia que impacta o no. Puede
llegar a resultar una dificultad
cuando nos involucra tal vez colateralmente, o transformarse en
problema
si somos directamente los afectados. No obstante, esta escala es
relativa: puesto que tanto la cognición humana y sus
atribuciones de significado, como las emociones que se desencadenan y
la función que un integrante cumple en un sistema, pautan la
atribución que se realiza por sobre el hecho.
Un
error es un desacierto sobre el alcanzar un objetivo. El error es una
equivocación del trayecto correcto hacia un blanco
determinado, que crea un ángulo de desvío y que se
intentará rectificar. O sea, es todo un circuito cibernético
que compete a la experiencia humana: en toda experiencia puede
existir el error, más aún, es una de las fuentes de
aprendizaje más valiosas. De hecho el cerebro aprende más
efectivamente desde el error y sobre la vivencia. Cuando nos
equivocamos, nos focalizamos y refocalizamos en el objetivo,
pensamos, reflexionamos, deducimos, aplicamos conocimientos de otras
áreas, realizamos abstracciones, etc. (Estévez-González,
García-Sánchez y Barraquer-Bordas, 1997; Rojas y
Solovieva, 2005; Bavelier, Green, Pouget, y Schrater, 2012; Salas
Silva, 2003; Schabrun y Chipchase, 2012)
Si
se llega a un resultado satisfactorio, es decir, se aplica la
información correcta, el ángulo que se produjo por el
desvío se reduce y se acierta al objetivo. En cambio, la
dificultad radica en continuar intentando y desacertar. La dificultad
podría definirse como las situaciones que cobran status de
escollos u obstáculos que en forma habitual obturan nuestro
paso, bloqueando momentáneamente el proceso de crecimiento. La
persona intenta e intenta con sus propias herramientas de
conocimiento, deductivas e inductivas y no logra resolver la
situación. La situación crea dudas e incertidumbre –y
la ansiedad consecuente- que acrecientan la dificultad y la complican
porque turban el raciocinio lógico que constituyen la base de
las tentativas de resolución (Ceberio y Watzlawick, 1998).
Las
dificultades no poseen la relevancia suficiente para estancar dicho
proceso. Son factibles de ser superadas y una vez resueltas por los
propios medios, permiten acumular nuevas experiencias generadoras de
significaciones alternativas que se pondrán en juego para
sortear las próximas. De esto se infiere, que
en la vida es común que se presenten dificultades, el problema
es cuando se convierten en problema.
El
problema,
en cambio, es una construcción netamente individual y
subjetiva que se establece sobre un hecho, razón por la cual
lo que puede categorizarse como problema para una persona, puede no
serlo para otra. No obstante, debemos aclarar que existen problemas
que pueden afectar a todo un sistema, puesto que se desarrollan en un
mismo contexto (sociedad, familia, pareja, institución, etc.),
pero sus integrantes, como ya señalamos, pueden poseer las
mismas o diferentes ópticas acerca del hecho, variando su
dimensión en cada uno. Este no universalismo del problema,
lleva a que una pareja tenga distintas atribuciones sobre un evento y
está claro que esas diferencias complican la trama de acuerdos
y de interacciones.
Las
conductas agresivas de un niño en la escuela, pueden resultar
para él una dificultad relacional al comienzo y de acuerdo a
la perpetuación de las mismas convertirse en problema, en
tanto y en cuanto se lo rotule como el peleador del grado. Rótulo,
que lo lleva a la marginación por parte de sus compañeros
y las reprimendas de su maestra. En la transición, su núcleo
familiar ha comenzado a recibir las citaciones debido a su
comportamiento, con lo cual la madre -que aparece como la más
preocupada- ha ensayado un repertorio de soluciones intentadas que
van desde los premios hasta los castigos más severos, sin
ningún tipo de resultado favorable. El padre hace cargo a la
madre de que lo sobreprotege y dice no poder ocuparse del problema,
puesto que trabaja todo el día. Su hermanito más
pequeño, ni se entera o finge no enterarse y el más
grande, adolescente, está demasiado ocupado con su grupo de
amigos, salidas y flirteos para prestar atención al tema.
Después
de varios meses de recursión del problema, sostenido por los
intentos fallidos de resolverlo -tanto de la familia como por la
escuela- el niño se siente cada vez más inseguro y
desvalorizado, cuyo resultado es el inicio de una serie de trastornos
de aprendizaje. O sea, que además de ser el agresivo
se convierte en el burro
del grado. Este problema rápidamente se traslada al ámbito
familiar: el padre lo trata de vago,
que es un holgazán en el estudio y lo castiga por sus malas
notas, aduciendo que la madre lo continúa consintiendo. El
niño detona estallidos de rabia, confirmando en la pragmática
la etiqueta de agresivo y estudia cada vez menos, como síntoma
de su rebeldía. La madre, entonces, inicia una recorrida por
diversos profesores particulares que a esta altura del año,
poco es lo que pueden hacer.
El
problema ha alcanzado dimensiones considerables: las discusiones de
la pareja de padres -que nunca se ha caracterizado como una pareja
estable y unida- ha sido tendiente a las escaladas simétricas,
se han incrementado. El hijo mayor ha tomado la evasividad como
mecanismo y se pasa cada vez más horas afuera de casa, en la
medida que el ambiente de su hogar se tornó insoportable. El
menor, ha comenzado a orinarse en la cama. Este podría ser el
panorama de una familia que, finalmente, intenta pedir una consulta
psicoterapéutica.
Como
en un efecto dominó,
en el transcurso del tiempo, una dificultad se ha convertido en
problema, se ha instaurado en el sistema, perpetuado en el tiempo y
variado de foco o ramificándose en varios sectores de la vida
de la familia. El síntoma hace metástasis
en diferentes áreas. De acuerdo a la atribución de
significados, se ha construido por los distintos miembros de la
familia, como problema o dificultad o ni siquiera como alguna de
estas dos variantes. Los intentos de solución lo han agravado
e incrementado, han originado otros problemas y en plena crisis cada
uno de los integrantes ha experimentado diversas reacciones.
El
problema, entonces, se erige como una atribución semántica
sobre una dificultad. Más precisamente una categorización
del hecho dificultoso. De esta manera, se estanca el desarrollo de la
vida, impidiendo el desarrollo personal e interaccional.
Transformando lo que podría ser una correcta homeodinamia en
un circuito homeostático. Podríamos considerarlo como
un peldaño más, en dirección a la complicación
y el conflicto. Desde esta perspectiva, la dificultad adquiere status
de problema cuando no es factible resolverla con los métodos
habituales, aquellos con los que la persona tiende a enfrentar
comúnmente las situaciones.
La
persona se encuentra entrampada en la dificultad de poder resolver la
dificultad. Los intentos de solución que fallan, la
constituyen en una nueva jerarquía llamada problema.
Rápidamente -como se complican las complejidades de relaciones
humanas- se instaura un circuito recurrente, con las subsecuentes
angustias y tensiones típicas que impiden la salida del
problema. La duda e incertidumbre, generan la inseguridad resultante
y viceversa. En general, así es como llega el paciente a la
consulta y la labor del terapeuta tendrá como objetivo, desde
la semántica, elaborar una construcción alternativa
que, de ser eficaz, tendrá sus resultados en la práctica,
generando un nuevo circuito de interacciones regido por nuevas
reglas. Desde la pragmática, un sujeto podrá romper la
recursividad del problema, activando un nuevo sistema a través
de acciones diferentes –cambio 2 (Watzlawick, Weakland y Fisch.
1974), cambiando las pautas de funcionamiento y produciendo una nueva
construcción de significados desde donde, inevitablemente, su
perspectiva cognitiva se modificará.
Un
hecho es una noticia que puede convertirse, de acuerdo a las
atribuciones que se le imprima, en un hecho informativo, una
dificultad, o en un verdadero problema con distintos niveles de
complicación. Supongamos un terremoto en San Francisco, que ha
desbastado gran parte de la ciudad. Para la persona que habita en
Italia y lee el diario, si no posee alguna conexión con el
suceso, posiblemente no tenga ningún nivel de repercusión
afectiva o, por lo menos, podrá expresar su preocupación
mediante la remanida frase: ¡pobre
gente!.
Pero si dicha persona tiene una hermana con su familia en dicha
ciudad, comenzará a inquietarse. La intranquilidad y la
tensión lo invadirán en forma paulatina, perturbando
sus actividades habituales que se agravarán en tanto y en
cuanto llame por teléfono y las líneas estén
bloqueadas y no pueda recibir una información concreta acerca
del estado de su familia. Podrá utilizar múltiples vías
y de no obtener el resultado esperado, dicha complicación
impregnará otras áreas (laboral, pareja, relaciones
sociales, etc.) funcionando una reacción en cadena.
Este
hecho, que se ha convertido en evento para la persona, pudo haber
sido una dificultad en el comienzo, en tanto y en cuanto se hubiese
comunicado y recibido una noticia alentadora en función de que
su familia se encuentra en perfecto estado. El fracaso de sus
intentos de recibir información, sumados a las fantasías
destructoras concomitantes, crean una realidad catastrófica,
convirtiendo la dificultad original en un problema que carcome
diferentes áreas de la vida de la persona.
Los
problemas nacen en sistemas –a pesar que resulta obvia esta
afirmación-, pero es a partir del problema que se genera un
nuevo sistema. Un
problema nace en un sistema pero crea un sistema del sistema
original,
afirmaba John Weakland (1994). Fruto de las numerosas tentativas de
solución fallidas, el problema termina constituyendo un nuevo
sistema con integrantes, reglas y funciones de los mismos, inherentes
al nuevo sistema y la variable tiempo termina de finiquitar la
constitución del sistema, mientras tanto el despotismo del
problema ejerce la potestad del nuevo sistema y el tiempo lo
estructura rígidamente. (García
Grau y Bados López, 2014).
Más de lo mismo, más del mismo resultado. Cabe
diferenciar en este punto, qué se considera problema y qué
síntoma. El problema no siempre es un síntoma del
sistema, pero el síntoma siempre es un problema para el
sistema. El problema puede producir una disfuncionalidad en el
sistema, mientras que el síntoma es producto y expresión
de la disfuncionalidad del sistema. Esta afirmación implica
que el problema es una situación que llega desde el contexto
donde se encuentra inmerso el sistema y que éste debe
afrontar, o sea, que surge extrasistémicamente y no del
interior –intrasistémico- del sistema. De acuerdo a como
el sistema se conduzca en tal afrontamiento, dependerá su
futura funcionalidad o disfuncionalidad. Mientras que el síntoma
nace del interior del sistema (intrasistémicamente), surge
como producto y es la evidencia de la disfuncionalidad del sistema.
Un
episodio de un robo violento es un fenómeno extrasistémico,
y el sistema reaccionará de acuerdo a su sapiencia funcional.
Un problema de trastornos de conducta en el grupo del club en uno de
los hijos de la familia puede ser (o no) la expresión
sintomática de la disfuncionalidad de la pareja parental
(intrasistémico). De estos dos parámetros pueden surgir
infinitas combinaciones. Por ejemplo, si el sistema fue avisado
acerca de no circular por un determinado contexto porque corre riesgo
de ser asaltado y el sistema continúa desoyendo la
advertencia, el robo surge como una variable cualitativa que
evidencia sintomáticamente la disfuncionalidad del sistema que
termina construyendo una profecía autocumplidora. Aunque el
hecho es extrasistémico, opera como un detonante que muestra
la anomalía del sistema. O sea, el episodio del asalto es
extrasistémico, pero la manera de desoir y la negación
es síntomática al funcionamiento intrasistémico.
El
síntoma puede entenderse como una conducta anómala, un
comportamiento bizarro que sale de los canales esperables y
funcionales de respuesta frente a las situaciones. El síntoma
puede interpretarse como una denuncia y constituirse en una
explicitación, una señal de alarma de que algún
tramo del circuito comunicacional se halla disfuncionando (Palazzoli
1975, 1988, Abuín,
y Rivera, 2014; Church et al., 2013).
Si
una situación perturba la homeodinamia del sistema, existen -a
riesgo de resultar un reduccionismo- dos formas de denuncia: una
forma saludable en donde alguno de los integrantes del sistema,
expresa, de manera explícita y literal lo que siente o piensa
que está sucediendo en el sistema. Pero cuando esta acción
se encuentra vedada, cuando un sistema vive la situación
crítica como amenazante y destructiva y fortalece sus reglas
como forma de control, típico de sistemas homeostáticos,
aparecen formas sustitutas mediante síntomas que expresan la
disfunción. En este sentido, el síntoma es una metáfora
que, como tal, expresa con un concepto (la tipología del
síntoma), otro concepto (la disfunción). Solamente hay
que entenderlo y codificarlo para poder desarrollar una estrategia de
solución acorde.
Cabe
agregar que en cualquiera de las dos formas de denuncias tanto
explícitas y literales, como sintomáticas y
metafóricas, el sistema que resiste al cambio condena al
protagonista denunciante acusándolo y segregándolo o
descalificando su expresión. Si un integrante grita
manifestando lo que sucede en el sistema puede ser tildado de loco o
enfermo (o desequilibrado, cuando el desequilibrio está en el
sistema). Si lo hace mediante el síntoma, pasa directamente a
ser el enfermo. Es un perfecto doble vínculo (Bateson, 1972;
Bateson et al., 1962), mecanismo que se ha observado en los numerosos
estudios sistémicos sobre esquizofrenia, o el concepto de
homeostasis familiar (Jackson 1968 A, B) o Ceberio y Losada (2014) en
las actitudes del abusador con la víctima su abusado, entre
otros.
Por
otra parte, puede definirse al síntoma como alostático.
La alostasis es un concepto que se aparea al de homeodinamia.
Sterling
(1988) y McEwen (2006) definen a la alostasis como el nivel de
actividad al que se somete el organismo en toda su fisiología
y psicología para mantener la estabilidad y el equilibrio en
circunstancias medioambientales en constante cambio. Por lo tanto, la
alostasis es indispensable para la supervivencia, y
complementa a la homeodinamia de la vida humana. Tal lo señala
J. Bonet (2003), La
alostasis es el nivel de actividad requerido por el organismo para
mantener la estabilidad en ambientes constantemente cambiantes. Es
decir, la actividad necesaria para mantener la estabilidad a través
de situaciones de cambio. En otras palabras, la alostasis es un
proceso activo que sirve para mantener la homeostasis; o sea, que la
alostasis permite mantener la homeostasis.
Aquí
el concepto de homeostasis debe entenderse como homeodinamia: la
homeostasis es un equilibrio estático y no hay nada más
interaccionante con el ambiente y con más variables en
sinergia que el organismo humano.
Es
la alostasis, esa tendencia del organismo a construir una respuesta
adaptativa de cara a una situación que altera su normal
funcionamiento y desestructura su equilibrio. Es un proceso activo,
que implica lograr un nuevo equilibrio, puesto que cada vez que en
los sistemas se introduce información nueva (que sucede frente
a la situación crítica que produce un agente estresor),
el organismo aprende. En este sentido, la anunciación del
síntoma es la posibilidad de restaurar el equilibrio. Gracias
a la fiebre podemos evaluar si existe en el organismo una infección,
mediante un dolor abdominal diagnosticar apendicitis o cualquier
trastorno gastrointestinal.
Con
los síntomas en los sistemas humanos sucede el mismo fenómeno.
El síntoma es la señal de alarma que bien interpretado
puede conducirnos a la restauración de la funcionalidad.
Aunque entender el síntoma desde la óptica
interaccional solo nos remite a una versión parcial de los
motivos de su aparición. A los factores
interaccionales se les debe aunar los inconscientes,
comunicacionales, experienciales, históricos, bioquímicos,
orgánicos, endocrinos, neurofisiológicos, cognitivos y
emocionales, que convergen para constituir un trastorno bulímico,
de pánico, anoréxico, depresivos, de obesidad, de
drogadicción, psicótico, obsesivo compulsivo, familiar
de pareja, etc. Cada uno de estos factores opera en sinergia con el
resto, potenciando y bloqueando alternativamente los resultados.
También
es complejo el análisis y la exploración del
problema/síntoma, porque son varios los problemas que se
conjugan en el problema en la posibilidad de resolverlo:
1)
El problema original: que es el primer foco de trabajo terapéutico.
Se
trata de localizar y focalizar al problema y entender si es
sintomático o eventual en el sistema, es el primer paso para
entenderlo y buscar opciones para el cambio.
2)
Problemas satélites: el o los problemas originados por el
problema crean diferentes frentes que enrarecen otras áreas de
la vida de la persona. Los llamamos satélites
porque son problemas que se originan a partir del problema original y
se mantienen en torno a él y se reproducen en la medida que el
problema original se sostiene. No son pocas las oportunidades en que
el problema original logra resolverse y algunos de estos problemas
quedan como remanentes disfuncionales del sistema.
3)
El estrés: la sintomatología estresora que provoca el
problema es un problema que entorpece la resolución. (McEwen.
2006) El estrés se hace presente en la medida que el problema
no se resuelve. La ansiedad activa y es activada por el eje
hipotalámico hipofisiario que termina estimulando la
suprarrenal y segregando cortisol y adrenalina de cara a la
incertidumbre que se produce ante el no cambio.
4)
Los intentos de solución fallidos: que se han constituido en
problemas al no resolver el problema (Watzlawick, Weakland y Fisch
1974) Constituyen la matriz del sostenimiento del problema en el
sistema. Los intentos fracasados tienen su base en procesos de la
lógica binaria y lineal patrocinada por el hemisferio
izquierdo. Se aplican cambios cuantitativos de la misma tipología,
a pesar que se produce el resultado contrario al que se desea
obtener.
5)
La baja autoestima: la desvalorización personal producto de la
ineficacia de solución incrementa la posibilidad de
afrontamiento y creatividad necesaria para el cambio. Es indefectible
que en la medida que el problema se afianza en el sistema, genere
inseguridad e impotencia en el protagonista. Dos sazones que tienen
su raíz en la desvalorización. La persona que fracasa
sistemáticamente en solucionar el problema, se autogenera su
propia desvalorización y este sentimiento entorpece y
retroalimenta la minusvalía frente al problema (Cyrulnik,
2013; Ceberio, 2013).
6)
La disfunción que generó el problema: cuales fueron las
alteraciones (en funciones y reglas) que produjo el problema en el
sistema original, creando un nuevo sistema. Siempre
deberá analizarse, puesto que es una disfunción del
sistema original de la cual ha emergido el problema-síntoma.
Explorar sus distintas fracciones y describir una puntuación
de secuencia de interacción (Watlawick, Beavin y Jackson.
1967) en pos de comprender cómo surge el síntoma/problema.
7)
El sistema creado por el problema: esta variable analiza cómo
es cualitativamente el sistema creado por el problema. Establecer
también una puntuación de secuencia de interacción
aclara y explica por qué y el para qué del síntoma.
8)
Los pensamientos "basura": cuales son los pensamientos
automáticos negativos y distorsiones cognitivas que proliferan
en torno a los problemas. Estos pensamientos, tan bien descriptos por
los cognitivistas (Beck, 2000; Risso, 2009), son automatismos
cognitivos que se sistematizan y que aparecen en el protagonista en
los momentos de enfrentarse con el problema. Todos estos pensamientos
generan e incrementan la baja autoestima, en este sentido son
autodescalificantes y nublan aún más las posibilidades
de cambio.
9)
Las emociones predominantes: cuales son las emociones que surgen del
problema y que perturban y obturan no solo la solución sino la
vida de la persona. (Pert, 2003) Cuales son aquellas emociones que se
sistematizaron en torno al problema. Las emociones son identitarias y
como tales, no proporcionan un estilo comportamental en la medida que
se instaura el problema en la vida de la persona.
10)
Inercia resistencial: La sistematización del problema en la
vida de la persona, tanto en intensidad como cantidad sintomática,
tiempo de permanencia del problema y frecuencia de aparición.
(Ceberio 2017) El problema evoluciona y se desarrolla creando un
mayor afianzamiento a múltiples niveles. Provoca resistencias
al cambio cuanto más tiempo persista el problema en el
sistema.
Conclusión
En
semejante complejidad resulta sumamente difícil y utópico
estructurar una hipótesis acerca del origen del síntoma
medianamente certera. Si la hipótesis es una concatenación
de premisas, solamente y con humildad ecológica es factible
elaborar una hipótesis que conlleve construcciones desde
diferentes modelos teóricos que explique al síntoma de
manera aproximada.
La
hipótesis lejos de la objetividad, puede entenderse como una
versión, una narración interpretativa que devuelve el
terapeuta, que calzará o no en la cognición del
consultante. De ser efectiva, generará una categoría
alternativa a la situación problema. Dicha categorización,
reestructura significados y redefine el problema a nivel cognitivo.
Pero siempre el cambio humano va a insertarse interactivamente con el
área emocional e interaccional con el sistema. Si el cambio no
se produce en la tres áreas (sentir, pensar y actuar) no
produce modificación completa y es factible que el problema o
el síntoma persista y a mayor persistencia, mayor resistencia
al cambio.
En
síntesis, estas instancias actúan en secuencia
interactiva y consecuencia: error, dificultad, problema/síntoma,
disfuncionalidad y trastorno. Una arrolladora y lenta reacción
cibernética en cadena puede mostrar que se inicia con un error
o equivocación en el sistema. Si el error se mantiene dada la
inefectividad de la aplicación de las herramientas personales,
ese error puede transformarse en dificultad. La dificultad vara o
bloquea transitoriamente el crecimiento de la persona. Pero la
dificultad se convierte en problema dada la proliferación de
múltiples intentos de solución fracasados. El problema
puede ser un síntoma, reiteramos, lo cual difiere si es un
producto intrasistémico o extrasistémico. De una forma
u otra esto demarca la disfuncionalidad del sistema, para que después
sea clasificado por el DSMV bajo el rótulo diagnóstico.
Siempre el síntoma es un problema pero el problema no siempre
es un síntoma.
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