La violencia de género constituye un problema estructural
complejo, donde se conjugan múltiples
factores del orden socioeconómico, sociocultural,
familiar e individual.
Trabajar con
la misma
exige espacios
de reflexión
y diálogo
a fin
de poder
reconocer la
complejidad y
diversidad de
variables que
influyen en
su reproducción,
para diseñar
y abrir
estrategias, espacios e intervenciones (individuales, grupales
y comunitarias) dirigidas a acompañar,
sensibilizar, prevenir
y erradicarla en las
diversas formas y ámbitos
en los que se presenta.
Para el trabajo en violencia, uno de los enfoques que ha permitido un
acercamiento holístico es el
modelo ecológico, instituido por Heise (1994) a partir
de la propuesta de Bronfenbrenner (1979).
Este parte del supuesto de que, cotidianamente, cada persona
está inmersa en una multiplicidad de
niveles relacionales –individual, familiar, comunitario
y social–, donde pueden producirse distintas
expresiones y
dinámicas de violencia. (Ferreto y Romero,
2011)
En este
sentido, el
estudio de
esta temática
requiere de
un modelo
complejo e
integral, que
contribuya a dar cuenta de tal variabilidad de factores y
ámbitos en los que toda subjetividad está
inmersa y en permanente interacción.
El primer ámbito, individual/personal incluye las historias
personales de las mujeres en situación de
violencia y
su singular
modo de
ser; comprende
los acontecimientos
vividos, teniendo
en cuenta
que muchas de ellas han atravesado historias familiares de
maltrato y vulnerabilidad.
Las transmisiones
intergeneracionales de
discriminación, desigualdades, estereotipos de género,
micromachismos, son
modalidades que
pautan comportamientos,
expectativas, roles
y códigos
altamente sexistas y discriminatorios hacia las mujeres.
El segundo
ámbito, el
de las relaciones interpersonales (microsistema), incluye familia,
pareja, amigos, vecinos,
compañeros de trabajo, entre otras personas.
En el caso de la violencia contra las
mujeres, es
importante mencionar
que en
estos vínculos
es donde
la mayoría de las veces se
reproducen y tienen lugar las experiencias de violencia.
El contexto comunitario (exosistema) hace referencia a los entornos
más cotidianos de las personas
en que
la mujer
desarrolla su
vida, donde
con frecuencia
se reproducen
prácticas de
discriminación
y violencia, como son: trabajo, escuela, vecinal, centros de salud,
instituciones públicas, privadas y
clubes, todos
sostenidos en
modelos de
masculinidad y
machismo presentes
en el
nivel más
extenso; el social.
Finalmente, el macrosistema, el cual integra la aceptación y
tolerancia social de la violencia y los
estereotipos de género. Allí se inscriben
valores, creencias, actitudes y representaciones culturales
que reproducen
la violencia
contra las
mujeres, donde
interactúan dos
grandes universos
de representaciones:
los valores patriarcales y la aceptación social de la
violencia, como forma de relación
y resolución de conflictos.
En síntesis, el enfoque ecológico facilita el análisis
de factores con una mirada relacional donde el
medio y las personas se encuentran en transformación
recíproca tornándose propicio para pensar
diferentes prácticas y líneas de acción.
Abordaje
de
la
violencia
de
género:
propuesta
de
intervención
con
grupo
de
mujeres
Como eje de análisis, tendremos en cuenta el quehacer
cotidiano como Psicólogas trabajando en la
temática de violencia de género dentro de una
institución pública, tarea que se realiza con otros
profesionales de
las áreas
de Abogacía
y Trabajo
Social, invitando
a construir
intervenciones complejas
con la participación de otras disciplinas.
Haciendo un poco de historia, el género como categoría
teórica, ha permitido dar cuenta de las
implicancias de
las desigualdades
y diferencias
en las
relaciones entre
varones y
mujeres, lo
masculino y lo femenino, entre la biología y la
cultura. El género introduce una noción relacional,
superando las definiciones normativas de la feminidad.
Resignificando los debates teóricos, Marcela Lagarde (1996)
define el género como una categoría
que se relaciona con los significados que cada sociedad
atribuye a cada sexo. Esto quiere decir que
existe una construcción sociocultural de la feminidad y
la masculinidad, estableciendo jerarquías y
uso de poder. Todas las culturas elaboran cosmovisiones sobre
los géneros y en este sentido cada
sociedad, cada pueblo, cada grupo y todas las personas tienen
una particular concepción de género.
Pensar desde una perspectiva de género, implica reconocer las
relaciones de poder entre hombres y
mujeres, que las mismas son una construcción socio-
histórica, donde el varón se ubica en un lugar
de supremacía y por ende de mayores privilegios y
además se asocia a la edad, etnia, religión, clase
social, etc.
La violencia de género es aquella "vinculada
directamente a la desigual distribución del poder y a
las relaciones
asimétricas que
se establecen
entre varones
y mujeres en
nuestra sociedad, que perpetúan
la desvalorización de lo femenino y su subordinación a
lo masculino. Lo que diferencia a
este tipo
de violencia
de otras
formas de agresión
y coerción es que el factor de riesgo o de
vulnerabilidad es el solo hecho de ser mujer".
(Rico, 1996, pag 5)
Tomando a Susana Velazquez (2012) y en articulación con la
posibilidad de reflexionar sobre el
quehacer con otras disciplinas, menciona que uno de los
aportes del trabajo interdisciplinario es la
construcción de una visión amplia e integradora,
en la que cada profesional ofrece su punto de vista
dando lugar al intercambio de saberes y experiencias también
atravesadas por los propios modelos
de familia, crianza, roles y creencias.
La conjunción de saberes disciplinares, se plasman en
intervenciones y abordajes flexibles que
enriquecen y
complejizan los
modelos clásicos
de atención
con consecuente
impacto en
las subjetividades,
derribando escritorios que sirven de trincheras que prometen
mantenernos en la distancia
suficiente para sentirnos a salvo de ser tocados por las historias.
(Arellano Jimenez y Morales, 2020). Esto
genera todo un reto a la capacidad creativa de los
profesionales, tanto en el entrecruzamiento de
saberes disciplinares como en la innegable permeabilidad en la
tarea del contexto, la cultura y las
experiencias de
quienes asistimos,
configurando una
práctica viva
y singular que habilita a la
ampliación y movilidad de estrategias y formas de
intervención.
La palabra intervención proviene del término latino
intervinio, que puede ser traducido como venir
entre, interponerse.
Puede ser sinónimo de ayuda, mediación, intrusión,
coerción o represión. En
todo proceso de intervención en lo social podemos
encontrarnos con las dos caras de la misma
moneda.
Reconocer lo
artificial de
la intervención
implica tender
a desnaturalizar,
entenderla como
dispositivo que se entromete en un espacio, en tanto existe
una demanda hacia ella. La demanda es
el acto
fundador de
la intervención.
Esta visión
del problema
surge de
los sujetos
o de las
instituciones. (Carballeda, 2004)
Intervenir es crear un conjunto de estrategias que aborden el
problema objeto de la intervención,
definiendo: rol de los operadores (cada uno desde su
disciplina), acciones que se pueden desarrollar
desde cada disciplina e institución, rol de la
institución y entramado interinstitucional posible para
colaborar en su abordaje.
Es de tener en cuenta que la atención en violencia de género
requiere la intervención territorializada
en espacios
comunitarios como
centros educativos y laborales, considerando la importancia de
contar con todos los servicios de atención in situ.
Esto supone que las instituciones y organizaciones
sociales lleven
a cabo
estrategias integrales,
que contemplen
las especificidades
de la
población-objetivo
y que
estén direccionadas
a las
problemáticas
específicas de
violencia. (Olivares
Ferreto y Incháustegui Romero, 2011). La presencia de las
instituciones en territorio contribuye a la
formación de redes generando una estructura de apoyo y
sostén que facilita opciones y alternativas
en la lucha contra las violencias.
La participación de las mujeres en distintos espacios y
movimientos, ha iniciado un proceso de
transformación de dimensiones extraordinarias que
actualmente no se recorta al accionar de grupos
reducidos sino a la población en su conjunto.
Teniendo en
cuenta los
beneficios de la red y de la grupalidad, así como el
marco de trabajo propuesto
es que se forman grupos de mujeres en situación de violencia
de género de carácter
psicoeducativo, abiertos y coordinados interdisciplinariamente
donde, mediante la modalidad de
talleres virtuales
y presenciales
se aborda
desde una
perspectiva de
género, la
prevención de
violencias como la ampliación y promoción de
derechos.
Tal propuesta metodológica, resulta una alternativa que
complementa y se suma a la asistencia
institucional e
individual en
la temática,
invitando al
intercambio participativo
a partir
de ejes
temáticos en
estricta relación
con las
violencias, para
analizar con
una mirada
crítica los
estereotipos, tipos y ámbitos de la violencia,
influencia de los medios de comunicación, relaciones
de poder,
patriarcado, etc.
En los grupos de mujeres, se observan transformaciones importantes
que trascienden el espacio grupal
y se reproducen en dinámicas internas en la familia, el
trabajo y la comunidad. Entre las
características de
tal instancia
se puede
mencionar la
génesis de
una red
sistémica entre
sus participantes,
en un
proceso que
se acompaña
de tareas
y objetivos
específicos con
distintos momentos
de alto
protagonismo entre
las integrantes,
la generación
de consenso
y diálogos
igualitarios, la construcción de proyectos y la
reflexión sobre lo vivido.
En los talleres, se trabaja con los relatos, su origen y construcción
así como con su reformulación,
sobre la
base de
una práctica
narrativa que
propicia la
elaboración de
historias y
discursos alternativos.
El término
"narrativa" refiere a la manera en la que las
personas le dan significado a su vida, a
través de historias o narraciones de su experiencia;
desde esta perspectiva, las narrativas no sólo
describen o reflejan la vida sino que la constituyen.
En este punto, cabe mencionar el uso de esta herramienta en el grupo
de mujeres, donde en el resonar
con otras, surgen conexiones, reflexiones y significados diferentes,
apropiándose de nuevas
estrategias y recursos que
acompañan la redefinición de lo vivido.
White y Epston (1993) plantean que las personas dan sentido a sus
vidas y relaciones relatando su
experiencia y que, al interactuar con otros en la
representación de estos relatos, modelan sus propias
vidas y relaciones.
Desde el espacio de
taller, se trabaja con las mujeres en la identificación de
potencialidades y situaciones
o momentos
que permitan
reescribir su
historia, utilizando
la conversación
externalizante como vía para crear un espacio de
análisis entre la persona y su relato, distancia que
modifica la relación entre ambos.
De la mano de la redefinición de los relatos, sucede un
inevitable reposicionamiento, que se refleja
en un
pensar y
hacer desde
otra perspectiva,
más autónomo,
activo, consciente y responsable
respecto del devenir y sentido de la propia vida.
Teniendo en
cuenta esto
último es
que hacemos
referencia a
las participantes
de estos
espacios como
mujeres en situación de violencia de género, no
víctimas, ya que sus vivencias de maltrato no
las definen como personas. Parafraseando a Susana Velazquez,
"esa mujer como persona es mucho
más que
haber sido objeto de
agresión" (Velazquez, 2013).
En esta línea, como parte del ejercicio narrativo y entre las
dinámicas de grupo, se propone a las
integrantes transmitir un mensaje a otras mujeres en el marco
de fechas significativas (8 de marzo y
25 de noviembre) mediante la creación de frases,
escritos y reflexiones para publicar en folletos,
libros y cartillas, convirtiéndose en partícipes
activas desde lo social, en la lucha contra la violencia
hacia la mujer.
La narrativa
resulta un
medio para
compartir experiencias,
dando lugar
a que
la realidad
se construya,
modifique y
acomode en
las relaciones
con los
demás. Hacer
conexiones desde la
creatividad, estimula
el lenguaje interno y lo lleva a ensayar otras maneras
posibles de actuar, repensando
la experiencia.
Es en la grupalidad donde tiene lugar la comunicación y la
apertura de vivencias, en un marco de
cuidado y protección cómo de sostén y
apoyo entre sus integrantes; permitiendo la construcción de
nuevos vínculos y redes con un sentido de pertenencia,
aceptación, validación y reconocimiento
mutuo entre las mujeres.
Tal movimiento, incluye también a los profesionales en un
intercambio dinámico y circular con las
participantes adquiriendo nuevas perspectivas de la
experiencia.
Intervenir con violencias demanda constantemente volver sobre los
marcos epistemológicos incluso
hasta un punto crítico donde deben y pueden ser
transformados, ya que como señala Martin-Baró
(2006) los
marcos epistemológicos
desde los
cuales se
piensa la
salud mental
son saberes
que no
son neutros.
El desafío
es llevarlo
a la
reflexión,
preguntando constantemente
a quién
"sirve"
nuestra participación, abandonando el refugio que dan las
teorías psicológicas llevadas al pie de la
letra ya que nos distancian de aquellas vidas que sin
necesitar traducciones de "expertos" pueden
hablar y entender
su dolor.
Conclusión
Representa un
desafío diario
proponer, armar
y sostener
dispositivos alternativos
para la
intervención con la complejidad que inviten a la mirada
crítica en un trabajo con cuerpo y palabras.
En los
talleres, resulta
interesante la
confluencia de
la mencionada
propuesta narrativa
con la
perspectiva de
género. Ambas
promueven el
cuestionamiento y
salida de
lugares de
opresión y
desigualdad.
Cada situación que las mujeres trabajan y comparten
contribuyen a la visibilización de sus causas e
implicancias, problematizando roles, funciones, relaciones,
para construir una mirada más amorosa
de sí mismas sin
censura y desvalorización.
En este sentido, reconocer la importancia del contexto, desafiar
nociones naturalizadas y sostenidas
en mandatos
rígidos, otorgar
un lugar
activo a
quienes acompañamos,
alentar interacciones
transformadoras, dialógicas e igualitarias es trabajar
en el empoderamiento, autoconocimiento y
expansión de la conciencia social y subjetiva para
apostar a una sociedad más justa y libre de
violencias.
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