ISSN 2618-5628
 
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Narrativa  
Intervención, Taller grupal, Violencia  
     

 
Miradas sobre las intervenciones en violencia. Un hacer desde la complejidad con grupo de mujeres.
 
Asensio, Carolina
Centro de Asistencia a la Víctima de la Defensoría del Pueblo, Pcia. de Santa Fe
 
Rodríguez, M. Florencia
Centro de Asistencia a la Víctima de la Defensoría del Pueblo de Santa Fe
 

 

La violencia de género constituye un problema estructural complejo, donde se conjugan múltiples factores del orden socioeconómico, sociocultural, familiar e individual.

Trabajar con la misma exige espacios de reflexión y diálogo a fin de poder reconocer la complejidad y diversidad de variables que influyen en su reproducción, para diseñar y abrir estrategias, espacios e intervenciones (individuales, grupales y comunitarias) dirigidas a acompañar, sensibilizar, prevenir y erradicarla en las diversas formas y ámbitos en los que se presenta.

Para el trabajo en violencia, uno de los enfoques que ha permitido un acercamiento holístico es el modelo ecológico, instituido por Heise (1994) a partir de la propuesta de Bronfenbrenner (1979). Este parte del supuesto de que, cotidianamente, cada persona está inmersa en una multiplicidad de niveles relacionales –individual, familiar, comunitario y social–, donde pueden producirse distintas expresiones y dinámicas de violencia. (Ferreto y Romero, 2011)

En este sentido, el estudio de esta temática requiere de un modelo complejo e integral, que contribuya a dar cuenta de tal variabilidad de factores y ámbitos en los que toda subjetividad está inmersa y en permanente interacción.

El primer ámbito, individual/personal incluye las historias personales de las mujeres en situación de violencia y su singular modo de ser; comprende los acontecimientos vividos, teniendo en cuenta que muchas de ellas han atravesado historias familiares de maltrato y vulnerabilidad.

Las transmisiones intergeneracionales de discriminación, desigualdades, estereotipos de género, micromachismos, son modalidades que pautan comportamientos, expectativas, roles y códigos altamente sexistas y discriminatorios hacia las mujeres.

El segundo ámbito, el de las relaciones interpersonales (microsistema), incluye familia, pareja, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, entre otras personas. En el caso de la violencia contra las mujeres, es importante mencionar que en estos vínculos es donde la mayoría de las veces se reproducen y tienen lugar las experiencias de violencia.

El contexto comunitario (exosistema) hace referencia a los entornos más cotidianos de las personas en que la mujer desarrolla su vida, donde con frecuencia se reproducen prácticas de discriminación

y violencia, como son: trabajo, escuela, vecinal, centros de salud, instituciones públicas, privadas y clubes, todos sostenidos en modelos de masculinidad y machismo presentes en el nivel más extenso; el social.

Finalmente, el macrosistema, el cual integra la aceptación y tolerancia social de la violencia y los estereotipos de género. Allí se inscriben valores, creencias, actitudes y representaciones culturales que reproducen la violencia contra las mujeres, donde interactúan dos grandes universos de representaciones: los valores patriarcales y la aceptación social de la violencia, como forma de relación y resolución de conflictos.

En síntesis, el enfoque ecológico facilita el análisis de factores con una mirada relacional donde el medio y las personas se encuentran en transformación recíproca tornándose propicio para pensar diferentes prácticas y líneas de acción.

 

Abordaje de la violencia de género: propuesta de intervención con grupo de mujeres

Como eje de análisis, tendremos en cuenta el quehacer cotidiano como Psicólogas trabajando en la temática de violencia de género dentro de una institución pública, tarea que se realiza con otros profesionales de las áreas de Abogacía y Trabajo Social, invitando a construir intervenciones complejas con la participación de otras disciplinas.

Haciendo un poco de historia, el género como categoría teórica, ha permitido dar cuenta de las implicancias de las desigualdades y diferencias en las relaciones entre varones y mujeres, lo masculino y lo femenino, entre la biología y la cultura. El género introduce una noción relacional, superando las definiciones normativas de la feminidad.

Resignificando los debates teóricos, Marcela Lagarde (1996) define el género como una categoría que se relaciona con los significados que cada sociedad atribuye a cada sexo. Esto quiere decir que existe una construcción sociocultural de la feminidad y la masculinidad, estableciendo jerarquías y uso de poder. Todas las culturas elaboran cosmovisiones sobre los géneros y en este sentido cada sociedad, cada pueblo, cada grupo y todas las personas tienen una particular concepción de género.

Pensar desde una perspectiva de género, implica reconocer las relaciones de poder entre hombres y mujeres, que las mismas son una construcción socio- histórica, donde el varón se ubica en un lugar de supremacía y por ende de mayores privilegios y además se asocia a la edad, etnia, religión, clase social, etc.

La violencia de género es aquella "vinculada directamente a la desigual distribución del poder y a las relaciones asimétricas que se establecen entre varones y mujeres en nuestra sociedad, que perpetúan la desvalorización de lo femenino y su subordinación a lo masculino. Lo que diferencia a este tipo de violencia de otras formas de agresión y coerción es que el factor de riesgo o de vulnerabilidad es el solo hecho de ser mujer". (Rico, 1996, pag 5)

Tomando a Susana Velazquez (2012) y en articulación con la posibilidad de reflexionar sobre el quehacer con otras disciplinas, menciona que uno de los aportes del trabajo interdisciplinario es la construcción de una visión amplia e integradora, en la que cada profesional ofrece su punto de vista dando lugar al intercambio de saberes y experiencias también atravesadas por los propios modelos de familia, crianza, roles y creencias.

La conjunción de saberes disciplinares, se plasman en intervenciones y abordajes flexibles que enriquecen y complejizan los modelos clásicos de atención con consecuente impacto en las subjetividades, derribando escritorios que sirven de trincheras que prometen mantenernos en la distancia suficiente para sentirnos a salvo de ser tocados por las historias. (Arellano Jimenez y Morales, 2020). Esto genera todo un reto a la capacidad creativa de los profesionales, tanto en el entrecruzamiento de saberes disciplinares como en la innegable permeabilidad en la tarea del contexto, la cultura y las experiencias de quienes asistimos, configurando una práctica viva y singular que habilita a la ampliación y movilidad de estrategias y formas de intervención.

La palabra intervención proviene del término latino intervinio, que puede ser traducido como venir entre, interponerse. Puede ser sinónimo de ayuda, mediación, intrusión, coerción o represión. En todo proceso de intervención en lo social podemos encontrarnos con las dos caras de la misma moneda.

Reconocer lo artificial de la intervención implica tender a desnaturalizar, entenderla como dispositivo que se entromete en un espacio, en tanto existe una demanda hacia ella. La demanda es el acto fundador de la intervención. Esta visión del problema surge de los sujetos o de las instituciones. (Carballeda, 2004)

Intervenir es crear un conjunto de estrategias que aborden el problema objeto de la intervención, definiendo: rol de los operadores (cada uno desde su disciplina), acciones que se pueden desarrollar desde cada disciplina e institución, rol de la institución y entramado interinstitucional posible para colaborar en su abordaje.

Es de tener en cuenta que la atención en violencia de género requiere la intervención territorializada en espacios comunitarios como centros educativos y laborales, considerando la importancia de contar con todos los servicios de atención in situ. Esto supone que las instituciones y organizaciones sociales lleven a cabo estrategias integrales, que contemplen las especificidades de la población-objetivo y que estén direccionadas a las problemáticas específicas de violencia. (Olivares Ferreto y Incháustegui Romero, 2011). La presencia de las instituciones en territorio contribuye a la formación de redes generando una estructura de apoyo y sostén que facilita opciones y alternativas en la lucha contra las violencias.

La participación de las mujeres en distintos espacios y movimientos, ha iniciado un proceso de transformación de dimensiones extraordinarias que actualmente no se recorta al accionar de grupos reducidos sino a la población en su conjunto.

Teniendo en cuenta los beneficios de la red y de la grupalidad, así como el marco de trabajo propuesto es que se forman grupos de mujeres en situación de violencia de género de carácter psicoeducativo, abiertos y coordinados interdisciplinariamente donde, mediante la modalidad de talleres virtuales y presenciales se aborda desde una perspectiva de género, la prevención de violencias como la ampliación y promoción de derechos.

Tal propuesta metodológica, resulta una alternativa que complementa y se suma a la asistencia institucional e individual en la temática, invitando al intercambio participativo a partir de ejes

temáticos en estricta relación con las violencias, para analizar con una mirada crítica los estereotipos, tipos y ámbitos de la violencia, influencia de los medios de comunicación, relaciones de poder, patriarcado, etc.

En los grupos de mujeres, se observan transformaciones importantes que trascienden el espacio grupal y se reproducen en dinámicas internas en la familia, el trabajo y la comunidad. Entre las características de tal instancia se puede mencionar la génesis de una red sistémica entre sus participantes, en un proceso que se acompaña de tareas y objetivos específicos con distintos momentos de alto protagonismo entre las integrantes, la generación de consenso y diálogos igualitarios, la construcción de proyectos y la reflexión sobre lo vivido.

En los talleres, se trabaja con los relatos, su origen y construcción así como con su reformulación, sobre la base de una práctica narrativa que propicia la elaboración de historias y discursos alternativos.

El término "narrativa" refiere a la manera en la que las personas le dan significado a su vida, a través de historias o narraciones de su experiencia; desde esta perspectiva, las narrativas no sólo describen o reflejan la vida sino que la constituyen.

En este punto, cabe mencionar el uso de esta herramienta en el grupo de mujeres, donde en el resonar con otras, surgen conexiones, reflexiones y significados diferentes, apropiándose de nuevas estrategias y recursos que acompañan la redefinición de lo vivido.

White y Epston (1993) plantean que las personas dan sentido a sus vidas y relaciones relatando su experiencia y que, al interactuar con otros en la representación de estos relatos, modelan sus propias vidas y relaciones.

Desde el espacio de taller, se trabaja con las mujeres en la identificación de potencialidades y situaciones o momentos que permitan reescribir su historia, utilizando la conversación externalizante como vía para crear un espacio de análisis entre la persona y su relato, distancia que modifica la relación entre ambos.

De la mano de la redefinición de los relatos, sucede un inevitable reposicionamiento, que se refleja en un pensar y hacer desde otra perspectiva, más autónomo, activo, consciente y responsable respecto del devenir y sentido de la propia vida.

Teniendo en cuenta esto último es que hacemos referencia a las participantes de estos espacios como mujeres en situación de violencia de género, no víctimas, ya que sus vivencias de maltrato no las definen como personas. Parafraseando a Susana Velazquez, "esa mujer como persona es mucho más que haber sido objeto de agresión" (Velazquez, 2013).

En esta línea, como parte del ejercicio narrativo y entre las dinámicas de grupo, se propone a las integrantes transmitir un mensaje a otras mujeres en el marco de fechas significativas (8 de marzo y 25 de noviembre) mediante la creación de frases, escritos y reflexiones para publicar en folletos, libros y cartillas, convirtiéndose en partícipes activas desde lo social, en la lucha contra la violencia hacia la mujer.

La narrativa resulta un medio para compartir experiencias, dando lugar a que la realidad se construya, modifique y acomode en las relaciones con los demás. Hacer conexiones desde la creatividad, estimula el lenguaje interno y lo lleva a ensayar otras maneras posibles de actuar, repensando la experiencia.

Es en la grupalidad donde tiene lugar la comunicación y la apertura de vivencias, en un marco de cuidado y protección cómo de sostén y apoyo entre sus integrantes; permitiendo la construcción de nuevos vínculos y redes con un sentido de pertenencia, aceptación, validación y reconocimiento mutuo entre las mujeres.

Tal movimiento, incluye también a los profesionales en un intercambio dinámico y circular con las participantes adquiriendo nuevas perspectivas de la experiencia.

Intervenir con violencias demanda constantemente volver sobre los marcos epistemológicos incluso hasta un punto crítico donde deben y pueden ser transformados, ya que como señala Martin-Baró (2006) los marcos epistemológicos desde los cuales se piensa la salud mental son saberes que no son neutros. El desafío es llevarlo a la reflexión, preguntando constantemente a quién "sirve"

nuestra participación, abandonando el refugio que dan las teorías psicológicas llevadas al pie de la letra ya que nos distancian de aquellas vidas que sin necesitar traducciones de "expertos" pueden hablar y entender su dolor.

 

Conclusión

Representa un desafío diario proponer, armar y sostener dispositivos alternativos para la intervención con la complejidad que inviten a la mirada crítica en un trabajo con cuerpo y palabras. En los talleres, resulta interesante la confluencia de la mencionada propuesta narrativa con la perspectiva de género. Ambas promueven el cuestionamiento y salida de lugares de opresión y desigualdad.

Cada situación que las mujeres trabajan y comparten contribuyen a la visibilización de sus causas e implicancias, problematizando roles, funciones, relaciones, para construir una mirada más amorosa de sí mismas sin censura y desvalorización.

En este sentido, reconocer la importancia del contexto, desafiar nociones naturalizadas y sostenidas en mandatos rígidos, otorgar un lugar activo a quienes acompañamos, alentar interacciones transformadoras, dialógicas e igualitarias es trabajar en el empoderamiento, autoconocimiento y expansión de la conciencia social y subjetiva para apostar a una sociedad más justa y libre de violencias.

 

Referencias

Arellano Jiménez, F. y Morales, M. (2020) Abordaje de las violencias desde la perspectiva sistémica: cinco reflexiones. Integración Académica en Psicología, 8 ( 23), 88-96. México

Bronfenbrenner, U. (1979): The ecology of Human Development. Cambridge, Harvard

University Press. (Trad. Cast.: La ecología del desarrollo humano, Barcelona,

Paidós, 1987)

Carballeda, A. (2004). La intervención en lo social. Exclusión e integración en los nuevos escenarios sociales. Buenos Aires: Paidós.

Olivares Ferreto, E y Incháustegui Romero, T. (2011) Modelo ecológico para una vida libre de

violencia de género. México: Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres

Heise, L. (1994): Violencia contra la mujer. La cara oculta de la salud. Programa Mujer, Salud y

Desarrollo-Organización Panamericana de la Salud

Lagarde, M. Género y feminismo. Desarrollo humano y democracia. Madrid: Horas y Horas.

Martin-Baró, I (2006) Hacia una psicología de la liberación. Revista Electrónica de Intervención Psicosocial y Psicología Comunitaria. 1(2), 1-14.

Rico, N. (1996) Violencia de género: un problema de derechos humanos. CEPAL

Velázquez, S (2012). Violencias y Familias. Implicancias del trabajo profesional: el cuidado de quienes cuidan. Buenos Aires: Paidós.

Velázquez, S. (2013). Violencias cotidianas, violencia de género. Escuchar, comprender, ayudar. Buenos Aires: Paidós Ibérica.

 

 
9na Edición - Diciembre 2022
 
 
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