En
la actualidad resulta difícil entender a la tercera edad como
el último tramo de la vida de las personas. Los adelantos
tecnológicos médicos, entre otros factores, permiten
prevenir, enfermedades y prolongar la vida. Tal vez la paradoja que
se contrapone con esta observación es que -paralelamente a
estos avances- el ritmo agitado que la sociedad le impone a la vida,
hace que se incrementen los factores estresores con sus graves
consecuencias para la salud.
Al
final de cuentas, la sociedad misma intenta prevenir y curar los
mismos males que ella genera. Las fronteras de la vejez se han
prolongado. Resulta difícil en la actualidad entender o
imaginar que una persona de 60 años como una persona anciana.
Hoy, se supone que entrar en la vejez implica, en mayor o menor
medida, ingresar en el territorio de los 75 u 80 años, período
que describimos como la "cuarta edad". Entre las
diferentes alternativas de atención de las personas de este
ciclo evolutivo, la psicoterapia aparece en un lugar de relevancia,
mejorando de manera notable la vida de los ancianos.
Argentina
ocupa el séptimo lugar en cuanto a la esperanza de vida media
en América Latina, con un promedio de vida de 76,3 años,
mientras que el primer lugar lo tiene Chile, con 80,5 años
promedio de expectativa de vida (OMS). En promedio, un niño
nacido en 2015 puede vivir 71,4 años y sólo 29 países
superaron los 80 años de media.
¿Asisten
a terapia los nuevos ancianos?
No
es común que las personas de la cuarta edad asistan a
psicoterapia. En los consultorios se pueden ver a padres que traen a
niños a consulta, adolescentes que a veces a regañadientes
asisten a terapia, adultos, parejas y familias enteras, pero son
pocos los ancianos que desean iniciar un trabajo terapéutico.
Inclusive en terapia familiar cuando se invita a todos los
integrantes que habitan bajo el mismo techo, los ancianos son traídos
y no llegan por propia voluntad.
Esta
escasa demanda, no solo se debe a la poca iniciativa de los gerontes
que entre las consultas que tienen incorporadas en su haber médico,
la psicoterapia no tiene lugar, sino también se debe a los
profesionales que tampoco son atraídos por la gerontología
como especialidad.
La
aplicación del abordaje de los sistemas familiares para los
problemas de las personas mayores se llevó a cabo de una forma
más lenta que en los campos asociados con los problemas de los
niños y los jóvenes adultos,
señalan Weakland y Herr (1979). Y no es una afirmación
menor. En comparación con otras especialidades de la
psicoterapia, la geriatría o la gerontología ha estado
a la cola de estos desarrollos -de la misma manera que la vejez se
encuentra a la cola por ser el último tramo de la vida-
(Salgado,1997; Pando Moreno, Aranda Beltrán, Amezcua Sandoval,
2004).
Este
retraso, probablemente se debe a la influencia del mismo Freud, que
sostenía que el método psicoanalítico en los
pacientes de la cuarta edad poseía una utilidad limitada. En
principio, él estaba convencido que con la edad se incrementan
ciertas características de personalidad y las personas se
vuelven inflexibles. En segundo lugar, pensaba que el tratamiento del
Psicoanálisis requería de un tiempo extenso, si es que
no infinito, para abordar exitosamente la gran cantidad de material
histórico y los pormenores traumáticos que los ancianos
traerían a consulta. (Weakland y Herr, 1979). Seguramente y
desde una óptica muy pragmática, si estamos hablando
del último tramo de vida es de esperar que en medio de los
extensos tratamientos psicoanalíticos, al paciente mayor lo
alcanzaría la muerte antes de lograr recibir el alta.
Es
cierto que si hubiese habido mayores investigaciones en el campo de
la terapia familiar, con respecto a los adultos mayores, la
psicoterapia se hubiera especializado y desarrollado más aún
en esta área de la vida. No olvidemos que también la
oferta crea cierta demanda. Si se ofrece y difunde la terapia
sistémica aplicada a los mayores, esto también genera
que se constituya un servicio a utilizar. Pero también, de
acuerdo a nuestra experiencia, hay una serie de supuestos por los que
los ancianos son reticentes a entrar en terapia (Ceberio, Mendez,
Venneri, Odelli, Vischnevetzky, 1993)
No
son muchas las parejas ancianas ni los ancianos en forma individual
que consultan a terapia, principalmente, aquellos matrimonios que
tienen toda la vida juntos poco asisten a un profesional de las lides
mentales. Tal vez, porque a esta altura del ciclo evolutivo de la
pareja no existen demasiados conflictos estructurales y relacionales
por resolver. O sea, muchos de los problemas del vínculo que
no han sido resueltos han sido incorporados a la relación como
parte del sistema pareja; se han sistematizado, en parte, en base a
estos ejes. Cada uno de los miembros de la pareja, han debido aceptar
al otro en su estilo relacional, manías y costumbres,
ensamblándose en el juego interaccional, de lo contrario, ya
hubiesen sucumbido. Inclusive, aquellos que a pesar de llevar 50 años
de casados, por ejemplo, continúan refunfuñándose
y criticando las cosas que del otro les disgustan. Las críticas,
al final de cuentas, constituyen parte del estilo de la pareja
(Ceberio, 2013b).
Por
lo general, las parejas longevas o los ancianos individualmente o con
la familia, pueden llegar a consultar terapéuticamente
motivados por insistencia de los hijos, o espontáneamente
porque en algún otro período han recurrido a la
psicoterapia y les ha resultado útil, o por consejos del
médico clínico o de otra especialidad a raíz de
ciertos síntomas que no se centran específicamente en
lo orgánico. Las consultas de las personas de la cuarta edad,
frecuentemente se desarrollan por la aparición de situaciones
de crisis que han desestabilizado el equilibrio de la relación,
crisis que remiten a este ciclo evolutivo. Muchas otras problemáticas
que se observan, refieren a desarrollos tempranos de juegos
familiares que luego en la ancianidad se terminan rigidizando
(Instituto Nacional de la Salud. Madrid, 1996).
Por
ejemplo, entre las tantas motivaciones que hacen que las personas de
la cuarta edad o sus familias consulten a un terapeuta, se hallan:
-
Los
ciclos evolutivos demarcan el pasaje de la dependencia infantil y
adolescente hacia los padres hasta llegar a la independencia adulta.
En la cuarta edad se regresa a la dependencia, pero ahora de los
propios hijos. Los hijos, entonces, se convierten en padres de sus
propios padres. El anciano se angustia y se siente inútil e
impotente porque ha perdido un lugar de reconocimiento y autonomía.
Es este mismo pasaje, es el que lleva a la persona perder el poder
en el grupo familiar para someterse al poder de los otros miembros
de la familia. Este sometimiento, implica que el anciano no decide
por sí mismo y menos tiene voz y voto en las decisiones
familiares.
-
Familias
con un hijo único que, de cara a la enfermedad del padre
anciano se debe hacer cargo cubriendo la mayoría de sus
necesidades. La orientación psicológica puede
reorganizar y redistribuir las obligaciones y atenciones que
devengan del paciente.
-
El
problema de las empresas familiares, cuando el fundador se retira o
fallece se producen sendos juegos interaccionales con las emociones
subsecuentes. Quien queda a cargo de la empresa, los acuerdos y
desacuerdos, rivalidades, competencias, etc., no solo generan
angustias sino rabias que dificultan la normal reorganización
del sistema.
-
Se
puede consultar terapéuticamente cuando los ancianos ocupan
la función de chivos expiatorios de las familias y esto
produce no solo depresiones y angustias, sino aceleran procesos de
deterioro orgánico y mental. Más allá de las
actitudes descalificantes y segregacionistas, que evidencian la
violencia del sistema (Camdessus, 1995).
-
Otro
de los motivos en que es efectiva la psicoterapia, muestra a hijos
de mediana edad que todavía reclaman como adolescentes que
los padres gerontes los ayuden económicamente o requieren de
ellos un dinamismo propio de la adultez. Frente a la imposibilidad
de los padres de abastecer tales demandas, se desencadenan
interacciones problemáticas que, de no frenarse a tiempo,
deterioran notablemente la relación.
-
Conductas
segregacionistas de los miembros jóvenes de la familia hacia
el adulto mayor, como por ejemplo, la desvalorización hacia
su palabra. Los adultos y adolescentes pueden tener comportamientos
que muestran con elocuencia al viejismo
(Salvarezza, 1993) que se descarga en la relación. Muchos de
estos juegos, observan alianzas (díadas) que terminan en una
coalición contra un tercero (la persona mayor), cuya
estructura tienen larga data y se han estereotipado en el tiempo.
-
También
hay familias aglutinadas, en cuyas relaciones simbióticas los
hijos no sueltan a los padres y los padres no se despegan
de los hijos, quedándose afincados en un vínculo donde
las fronteras no se encuentran diferenciadas.
-
Otro
de los factores que producen crisis en las relaciones, se observa en
la inversión de roles en la pareja de la persona de la cuarta
edad. Cuando se desencadena una enfermedad invalidante en alguno de
los miembros de la pareja y se altera no solo las funciones sino la
asimetría de la relación. Por ejemplo, cuando la
relación se caracterizó por un marido directivo y una
esposa sumisa, y él queda inválido o deficiente y ella
se ve obligada a dirigir y tomar iniciativas acerca del proceso y su
tratamiento.
-
En
una familia numerosa, la ida del último hijo de la casa
paterna ha generado una nueva conyugalidad en la relación
(tal cual el ejemplo que hemos descrito en páginas
anteriores), la pareja se reencuentra sin la parentalización
habitual y no sabe bien qué debe hacer en la nueva
relación.
El bien llamado síndrome
del nido vacío,
hace que afloren las angustias y la incertidumbre en la pareja,
aunque en ocasiones no es la pareja sino uno de sus miembros el
afectado, que desconociendo la causa de lo que le sucede reacciona
sintomáticamente. Si no se observa el cuadro en general y el
proceso que desemboca en el síntoma, equivocadamente se
focaliza en el integrante individualmente, cuando es parte de un
sistema más complejo.
-
La
jubilación, que demarca el paso a la vejez, teniendo en
cuenta que la imagen de ser viejo que posee la mayoría –como
lo hemos desarrollado- se acerca más al deterioro y a la
depresión que al bienestar. Esta toma de conciencia mediante
el recurso legal laboral, hace que se precipiten emociones
contradictorias y como tales críticas (Selby
& Griffiths,1986).
La situación de jubilarse implica un retorno, por lo general,
del hombre a la casa en horarios donde la mujer no está
habituada a recibirlo. Esto también genera crisis en el
sistema pareja. Otra de las preguntas de las personas de cuarta edad
que pasa de la actividad al tiempo libre, es ¿qué
hago yo ahora que tengo tanto tiempo?.
Cualquiera de estas, son algunas de las motivaciones que propulsan a
consultar al terapeuta, a raíz de la emociones de angustia,
tensión y rabia que generan.
-
El
descubrimiento en la cuarta edad de una enfermedad incurable. Esta
es una situación que quiebra el equilibrio relacional de los
integrantes de la familia. Por lo general, uno de ellos es el que
debe asumir la responsabilidad de los cuidados, más allá
de la atención de enfermeras y acompañantes u otros
miembros de la familia que participen en las responsabilidades. Una
enfermedad incurable en la vejez no cifra esperanzas, debido al
deterioro lógico del paso de los años.
-
Los
síntomas agudos de alguna enfermedad esperable de la vejez:
los famosos achaques
del anciano del género de artritis, artrosis, dolores
musculares, cansancio, agotamiento, etc., que aunque controlables
mediante la medicación, obligan a que un integrante de la
familia deba hacerse cargo de los cuidados. Muchas veces son los
cónyuges sanos los que se encargan de las necesidades, en
ocasiones primarias, de los pacientes gerontes. Esto genera
desgastes importantes a nivel emocional, puesto que el acompañante
suele postergar su vida para colocar en primer plano la de la
persona enferma.
-
Los
síntomas psíquicos como depresiones, ataques de
ansiedad, pánicos, síntomas que resultan poco
comprensibles
para el resto de miembros de la familia, más aún
cuando el anciano se encuentra físicamente estable o cuando
ha sido una persona activa y no ha sufrido enfermedades graves,
cirugías, etc.
-
Las
muertes de los contemporáneos, es otro de los motivos por los
que consultan los ancianos. Tanto amigos, hermanos, cuñados,
etc., cercanos afectivos que generacionalmente comparten recuerdos,
anécdotas, historias, etc., se van perdiendo de la vida del
anciano, dejando como saldo la tristeza pero, a la vez, la
proyección de la propia muerte, lo cual incrementa la
angustia original.
-
Otra
muerte relevante es el fallecimiento del cónyuge y la soledad
que esto significa para el otro integrante de la pareja.
Principalmente en matrimonios de larga data, el vacío que
deja esta muerte dificulta el elaborar el duelo y acrecienta el
deterioro orgánico y psíquico.
-
La
muerte de la pareja, también puede generar multiplicidad de
conflictos en el sistema. Por ejemplo, si se vende la casa paterna,
la sucesión, las rivalidades, acuerdos, desacuerdos,
triangulaciones, quien se hace cargo, quien se retira, quien al
margen, etc., son situaciones de alto impacto emocional en todos los
miembros de la familia, pero en especial en el anciano.
-
La
muerte de abuelos, jefes de familia, ancianos que representaban y
congregaban a la unión familiar, produce una disgregación
de sus miembros. La familia resta acéfala y cunde la
desorientación y la guía en las acciones.
-
Una
de las crisis más graves, observa la muerte repentina de un
hijo. El ciclo biológico determina que son los padres los que
deben fallecer primero. Cuando sucede una muerte de este tipo, más
allá del dolor que pueda ocasionar, posee el valor agregado
de una muerte inesperada que trasgrede el normal tránsito
evolutivo. Si bien no estamos preparados para las muertes, esta es
una muerte imposible de elaborar: no
hay muerte más dolorosa que la muerte de un hijo,
coinciden la mayoría de los terapeutas, principalmente los
que trabajan con duelo (Pereira: 1996).
-
La
psicoterapia es un excelente recurso para elaborar duelos. Por
ejemplo, desarrollar un trabajo de despedida con pacientes adultos o
adolescentes, o con la familia o el cónyuge, cuando hay un
anciano (padres, abuelos, tíos queridos, etc.) que está
al borde de la muerte (Kubler Ross, 2001).
¿Cuáles
son las resistencias de los ancianos a la terapia?
Spector
(1995), señala que existen una serie de obstáculos para
poder desarrollar la psicoterapia en parejas ancianas, que se
extiende a las personas de la cuarta edad en tratamiento individual y
familiar. Estos obstáculos son sinónimos de
resistencias al trabajo terapéutico y en numerosos casos
pueden utilizarse como justificativo para no aceptar un tratamiento.
Uno
de estos factores, por ejemplo, es la diferencia de edad entre el
paciente anciano y el profesional joven. Los ancianos pueden miran
con cierta reticencia a un profesional de menor edad que ellos y esto
puede ser blanco de descrédito en las intervenciones (Ceberio,
2013b). A
veces, asocian al terapeuta joven con un miembro de la familia, por
ejemplo, el hecho que el psicólogo pueda tener la edad de la
hija, del sobrino o del nieto, hacen no fiables las intervenciones o
las recomendaciones que emanen de las sesiones
o desalentar sus propuestas por afirmar que le falta experiencia de
vida.
Siempre
recuerdo una familia que venía de una de las provincias del
sur argentino que, de cara a cada una de mis intervenciones,
sistemáticamente el padre, una persona de 72 años, se
dedicaba a señalarme que él
me iba a explicar lo que le sucedía a la familia, que yo era
muy joven.
Lejos de confrontarlo, me dediqué a pedirle en las
intervenciones subsiguientes que él diera su consejo porque él
tenía de seguro más experiencia que yo. Paulatinamente
transformé la sugerencia en una orden, a la que aceptó
sin problemas. Continué así hasta que en ese mismo
circuito de órdenes que había establecido, le mandé
a que se callara la boca en ciertos momentos de la sesión
donde mi intervención era clave.
Es
de suponer, que si las personas son muy ancianas siempre los
terapeutas serán más jóvenes que ellas. Esta
diferencia de edad, demarca una resistencia que hace que pese la
experiencia de vida: las personas de la cuarta edad piensan que no es
posible que una persona menor que ellas pueda ayudarlos, prefieren
las cabezas
canosas
porque para ellas son un sinónimo de mayor capacidad.
También
las personas mayores piensan que la psicoterapia es
para locos.
Es decir, la asociación entre terapia y locura es un clásico
de ciertas generaciones. Los ancianos se han desfasado en el tiempo,
perdiéndose entender que la terapia no solamente atiende a
pacientes mentales sino a personas con problemas quienes reciben
orientación en resolverlos.
Los
matrimonios longevos, piensan que es un síntoma de debilidad
el hecho de buscar ayuda externa terapéutica para resolver sus
problemas. Debilidad
que refleja la propia debilidad del paso de los años, la que
se asocia con impotencia y con la imposibilidad de hacer
sin ayuda. Operan
con un tono de autosuficiencia no omnipotente, sino de creencia o
convencimiento que la pareja sola puede o, el consejo de un amigo o
en tal caso, cada uno de ellos podrá ser aconsejado por
alguien cercano a la pareja.
De
elegir a un profesional para contar sus problemas, los ancianos
prefieren la palabra del médico de cabecera o el médico
de familia. A pesar de no tener formación en psicoterapia, los
ancianos se entrevistan con el médico y depositan su fe en la
respuesta que les puede proporcionar. Estas generaciones enaltecen la
figura del médico con un investimento de poder, principalmente
la gente mayor y con menos estudios idealizan al profesional. Por un
lado, son portavoces generacionales en la que el médico estaba
ubicado en un estamento social destacado.
Los
médicos en el siglo XIX y comienzos del XX ocupaban puestos en
la política, la economía y poseían una vida
social pública. Por otra parte, en la vejez y ante las puertas
de la muerte, el médico aparece como un salvador del cual se
depende. Es el protector, el guía, el benefactor, más
allá que la medicina social y pre-paga ha hecho sucumbir las
clásicas entrevistas médicas, donde el profesional se
dedicaba a escuchar y contener al paciente. Ahora prima la rapidez y
especialidad y el desconocimiento de la identidad del paciente.
También
los ancianos no están convencidos que a través de la
palabra se puede mejorar. ¿Cómo
me van a curar con la palabra?,
es parte del escepticismo de las personas mayores en la psicoterapia.
Los problemas mentales se emparientan con las enfermedades físicas
o se les atribuyen orígenes orgánicos y, por lo tanto,
se entiende que deben ser curados con medicamentos.
Entonces, recurren al fármaco, por ende al médico, como
posibilidad de solución del problema. Todo contribuye a
incrementar la desconfianza que el paciente tiene por la
psicoterapia. Es que no se entiende bien que los problemas o
conflictos humanos no posean una etiología orgánica,
una localización somática.
Otro
de los factores, es que a una pareja longeva no le gusta de mostrar
los
trapos al sol a un extraño,
es decir, no desea ventilar intimidades y se muestra recelosa de las
cuitas internas que le acaecen. Es más factible, como
señalamos, que apelen a ciertas personas del entorno que a un
desconocido. A veces, los hijos tienden a ejecutar el rol de
consejeros de la pareja y, en muchas situaciones, estructurando
sendas triangulaciones que los hace pivotar en alianzas entre ambos
padres y los somete a hacerse cargo de numerosas tensiones de la
pareja.
Piensan
que las cosas se solucionan en familia,
es decir, esta concepción también refiere no solo a los
problemas propios sino a los problemas de los otros integrantes
pueden solucionarse conversando en el grupo familiar. Ante la
asociación de psicólogo con locura, los ancianos opinan
que un padre o una madre pueden aconsejar mejor que el profesional, o
que no habrá mejores sugerencias que las que pueden brindarse
entre los miembros del grupo familiar.
Uno
de los supuestos más comunes entre las personas de la cuarta
edad, muestra el escepticismo con respecto al cambio. Los viejos
piensan que son demasiado viejos para modificaciones, que
si
no han cambiado antes,
será imposible ahora y además en manos de un
desconocido. Entienden que los cambios implican que les cambien la
identidad o características de personalidad, que dejarán
de ser los que fueron siempre y esto lo ven como una empresa
imposible. Es cierto, si los cambios son comprendidos dentro de este
perímetro de significación suena un tanto utópico,
más que ciertos estilos y particularidades se rigidifican en
la cuarta edad. Debajo de esta semántica otorgada al cambio,
se ocultan las resistencias al mismo: la frase que señala que
todo lo que persiste resiste, no deja de aplicarse en este punto.
Resistencias
de los longevos/Resistencias de los terapeutas
Pero
las resistencias no se hacen sonar únicamente del lado de los
pacientes longevos: son también los psiquiatras y psicólogos
quienes se resisten a trabajar con personas de la cuarta edad. Por
tal razón, no se han desarrollado en plenitud modelos de
abordaje terapéuticos para esta edad, tampoco hay muchas
investigaciones en comparación con el resto de ciclos
evolutivos.
Ya
hemos señalado el término viejismo,
acuñado por Salvarezza (1993), que resume un síndrome
que expresa los miedos y el consecuente rechazo que tiene la sociedad
hacia los ancianos mediante prejuicios negativos y preconceptos
calamitosos. Estos temores y conductas segregacionistas hacia las
personas de la cuarta edad, se desarrollan consciente o
inconscientemente y los terapeutas no están exentos de este
prejuicio. Y tal vez, este sea uno de los graves problemas en pos de
la ruptura de la marginalidad de los ancianos, si son los mismos
psiquiatras y psicólogos –responsables de la salud
mental de los ancianos- quienes llevan internalizado un cliché
descalificante hacia la vejez.
En
esta dirección, es el mismo Salvarezza (1993) quien destaca el
estudio realizado por Ford (1980) sobre una población de 179
psiquiatras. El resultado arrojó, que al grupo le resultaba
más interesante trabajar con gente joven a iguales
problemáticas que con personas de la cuarta edad. Aún
menos interesantes les resultaban los ancianos depresivos y, antes
que utilizar el recurso de la psicoterapia (bajo el prejuicio de que
no resultaría efectiva), prefería el uso de
psicofármacos. El autor menciona, un desarrollo del Group
for the Advencement of Psychiatry
(1971) que en 1971 elaboró una serie de motivos negativos por
los que los psiquiatras se resistían a tratar a personas de la
cuarta edad.
Uno
de los motivos refiere a los miedos que detonan los terapeutas hacia
su propia vejez. La apariencia del anciano y las temáticas que
trae a las sesiones, hacen que el profesional se proyecte en su vejez
futura. Y por la creencia marginal y destructiva que se tiene de la
cuarta edad, el fantasma del deterioro y la invalidez provocan ruidos
internos en su canal de comunicación que obstaculizan la libre
relación terapéutica. También el hecho de
atender a personas ancianas, genera resonancias acerca de las propias
figuras parentales del terapeuta y pueden reactualizar conflictos
reprimidos y viejas emociones traumáticas.
Desde
esta perspectiva, los mismos terapeutas no creen que puedan generar
cambios en los ancianos, principalmente porque están
convencidos que las cosas que no se han logrado cambiar en otras
etapas de la vida, se han estereotipado en la personalidad y se han
rigidificado. Por ende, parece una tarea imposible un cambio de
comportamiento. Pero, de la misma forma, no creen que merezca la pena
atender a los problemas de la vejez, pues los ancianos se encuentran
cercanos a la muerte. Semejante actitud bizarra hace que se
desahucien pacientes antes de su finitud. Otra imposibilidad del
mismo género, se observa en el supuesto de los terapeutas que
creen que el paciente de la cuarta edad puede morirse en el
transcurso del tratamiento, principalmente en la aplicación de
modelos psicodinámicos que implican largos años de
proceso.
En
esta misma dirección, muchos psiquiatras y psicólogos
sostienen que la mayoría de los trastornos de la vejez poseen
una etiología orgánica, es decir, problemas de índole
neurológico o cerebral que resultan intratables para la
psicoterapia. Por último, el autor señala que los
especialistas en gerontología se sienten disminuidos por los
propios colegas. Por lo general, los gerontólogos son vistos
como poseedores de una preocupación excesiva por la vejez y
por la muerte.
Como
es claro en estas descripciones, la segregación viejista
no es patrimonio de la ignorancia o de clases sociales o personas que
opinan o actúan sin el aval y sustento necesarios, ya sea por
escasa profundidad, reflexión o pensamiento superficial. Son
los mismos especialistas de la salud en todos los campos, no solo de
la salud mental, que desarrollan su función con esta
preconceptualización marginal. Es decir, se trata de
concepciones que se encuentran instauradas sólidamente en la
sociocultura y exceden el marco de la individualidad, más aún,
se instauran en el sistema de creencias de la persona como parte del
proceso socio cognitivo.
También
se observa cómo la sociedad cae en soluciones marginadoras y
estigmatizantes, no solamente con la vejez, sino con otras etapas del
ciclo evolutivo o con patologías mentales propiamente dichas.
Weakland y Herr (1979) en un interesante estudio, establecen los
isomorfismos y antagonismos entre la vejez y la etapa de la
adolescencia, aunque también la asocian con un grado de
similitud sintomatológico y comportamental con los trastornos
esquizofrénicos. Hemos profundizado y extendido las
descripciones, puesto que demarcan contraposiciones en ambos ciclos
evolutivos.
En
lo que respecta a los cambios físicos, se observa que los
adolescentes se hallan en pleno desarrollo en altura y musculatura,
es decir, están en plena expansión de su cuerpo
(Ceberio, 2013a). Los ancianos, en cambio, se empequeñecen,
adoptan una postura corporal encorvada y el cuerpo se reduce. Tanto
los varones como las mujeres adolescentes son más fuertes
(principalmente los varones), mientras que los ancianos se vuelven
débiles y más cansinos (Barash, 1983).
Los
movimientos y desplazamientos adolescentes son hiperkinéticos
y acelerados y las fronteras de su radio de acción están
en continua apertura (Ceberio, 2013a). Los movimientos de los mayores
se enllentecen y el espacio de acciones se reduce notablemente. Los
movimientos adolescentes son en versión macro mientras que los
de los mayores son de relojería, aunque en ocasiones revisten
torpeza.
En
los adolescentes prima la estética, el culto del cuerpo, la
vestimenta, los colores, los peinados; mientras que en los mayores,
hay mayor despreocupación por el cuerpo, la vestimenta deja de
ser el centro de atención, los colores se apagan y los cortes
de cabello abundan en clasicismo. La seducción se encuentra en
todo sus esplendor en los jóvenes, mientras que en los
ancianos decae. Los juegos de seducción, si bien se
desarrollan en la cuarta edad, merman en comparación con la
adolescencia. Podría decirse que existe una seducción
cualitativamente diferente.
En
los aspectos relacionales, sociales y económicos, los
adolescentes se hallan en la búsqueda de trabajo, en tender
redes para generar un puesto laboral. Los ancianos culminan el ciclo
de trabajo y tramitan su jubilación. Los jóvenes viven
una vida familiar activa y participativa de las vicisitudes del seno
familiar, mientras que los mayores se quedan solos puesto que los
hijos construyen sus propias familias o emigran del hogar a
constituir el propio. Los jóvenes se encuentran en la búsqueda
de una pareja estable y la conformación de una familia. Los
mayores, se insertan en las familias creadas por los hijos mediante
el abuelazgo, por ejemplo.
Los
jóvenes, más bien en la adultez, se llegan a
parentalizar por la crianza de los hijos, los mayores se conyugalizan
porque la emancipación de los hijos y la construcción
de sus propias familias dejan a la pareja sola con muchos espacios
libres en la casa, lo que da en llamarse el nido
vacío.
Los adolescentes tienden a la independencia o, al menos, ese es el
objetivo, hasta se vuelven confrontativos cuando se les intenta
dirigir. Los ancianos se vuelven dependientes y son más bien
dirigidos. Los adolescentes son conducidos por sus padres, mientras
que los mayores son conducidos por los hijos. Por ende, en los juegos
de poderes, los adolescentes toman el poder de la generación
intermedia y los gerontes lo ceden a la generación intermedia.
Tanto
los ancianos como los adolescentes están presionados por las
exigencias del desarrollo y del contexto. Los jóvenes porque
la sociedad los insta a crecer y evolucionar insertándose en
el aparato productivo, por ejemplo. Los gerontes, porque deben
acomodarse a las exigencias de un mundo cambiantes, los avances
tecnológicos por ejemplo, que hacen que no logren
actualizarse. En la adolescencia prima la impulsividad, mientras que
en la ancianidad hay mayor reflexión y pasividad en los
impulsos.
Por
otra parte, comparando ambos ciclos evolutivos con el paradigma de
los trastornos mentales: la esquizofrenia, los adolescentes
antisociales y rebeldes y los ancianos con trastornos seniles, cargan
rótulos similares a los que llevan los esquizofrénicos.
Rótulos que se convierten en estigmas, que segregan y
calificando de patológica a la sintomatología
descalifican a la persona. Así mismo, los problemas asociados
a la tercera edad son considerados irreversibles,
descendientes y progresivos,
posición similar a la sostenida por los profesionales de salud
mental de la década del '50 con respecto a los
trastornos esquizofrénicos, dice Weakland y Herr. Esta versión
de la Psiquiatría, todavía alienta un organicismo a
ultranza, afirmando que tanto los síntomas de los gerontes
como los de los esquizofrénicos son originados por
deficiencias o alteraciones orgánicas.
Más
allá del organicismo, los factores intrapsíquicos
identifican las etiologías dentro
del individuo y se alejan de explicaciones que contemporizan a
elementos interaccionales. Estas versiones responsabilizan de su
enfermedad solamente a una persona, dejando indemne al resto, pobre
versión si se entiende que nacemos, vivimos, nos desarrollamos
y morimos en sistemas. Entonces, tanto para los adolescentes
perturbados, los esquizofrénicos y las personas mayores, se
construyen hipótesis cimentadas en la linealidad que oscilan
entre darle crédito a problemas orgánicos y/o
intrapsíquicos, tal cual la mayoría de los
profesionales entienden que tales trastornos acaecen en el interior
del individuo.
Las
similitudes con las personas mayores, los esquizofrénicos y
los adolescentes perturbados tuvieron como consecuencia la forma en
que los profesionales de la salud mental manejaron los problemas de
estas personas. Ya que se opinaba que los "problemas"
existían dentro del individuo, a estas personas se las
erradicaba de la sociedad común y se las ubicaba en una
institución donde una asistencia especial podía
compensar las deficiencias que tenían.
(Weakland y Herr. 1979).
Para
estos tres grupos, se crearon instituciones totales, verticalistas y
correctoras
de la desviación. Es decir, son lugares donde se recluyen a
los que se apartan de la norma, aquellos que se distancian de lo que
se considera normalidad. El resultado es que los adolescentes
perturbados son recluidos en hogares de menores y reformatorios. Los
esquizofrénicos en manicomios y los gerontes en hogares para
ancianos. Al final de cuentas, los ancianos en el último tramo
de sus vidas se hallan entrampados en juegos marginadores
familiares, descalificadores sociales y con los perjuicios de la
rotulación que llevan los esquizofrénicos y los
problemas de los adolescentes antisociales. Así lo definen
Weakland y Herr (1979), En
cierto sentido, entonces, las personas de edad avanzada están
viviendo en el peor de los mundos posibles en cuanto a la salud
mental: tienen todos los desafíos del desarrollo que crean
problemas para los adolescentes con todas las desventajas de la
rotulación que crean y sustentan problemas para los
esquizofrénicos. No resulta sorprendente que los hospitales
psiquiátricos estén abarrotados de personas mayores.
Un
modelo de terapia breve y efectivo
Spector
(1995) afirma que una terapia eficaz en, por ejemplo, las parejas
ancianas ha
de ser lo suficientemente flexible como para adaptar sus métodos
y responder a sus objeciones, ya
que es poca la confianza que depositan en los profesionales de la
salud mental y
no están de acuerdo con los valores de la práctica
terapéutica tradicional.
Un modelo terapéutico en personas de la cuarta edad deberá
reunir una serie de características que, a priori, otorguen
cierto grado de reaseguramiento en pos del bienestar en la vida del
anciano y el entorno.
Fundamentalmente
el modelo que más se adapta a las personas longevas debe ser
breve.
Breve porque de esta manera los ancianos no se sienten dependientes
del profesional, teniendo en cuenta que los tiempos del anciano no
son los mismos que el de otros ciclos evolutivos como los
adolescentes o los adultos; tampoco el del terapeuta, a menos que
también sea un terapeuta longevo y comprenda las dimensiones
del tiempo de la vejez. Las personas de la cuarta edad tienen un
tiempo que se acaba, de futuro cercano, del aquí y ahora, por
lo tanto, no se puede esperar los resultados largoplacistas de los
tratamientos tradicionales que llevan años de desarrollo. Pero
también, es importante respetar los tiempos del anciano,
puesto que la lentitud, sumada a algún trastorno de la vejez
pueden operar como obstáculo para la obtención de
logros.
Dentro
de esta brevedad, por ende, deberán colocarse metas próximas
y concretas, cuyos resultados se observen y estimulen la autoestima
al ver los logros realizarse. Pero principalmente, metas posibles: el
terapeuta no se dejará llevar por el entusiasmo y deberá
contemplar las posibilidades del anciano. Metas pequeñas y
posibles, parece ser la fórmula para avanzar en el tratamiento
y en la relación terapéutica, puesto que esta actitud
llevará a generar estímulo y buen lazo vincular.
La
flexibilidad y plasticidad de esquemas de atención, también
son componentes de la terapia, puesto que el terapeuta deberá
estar preparado para no ceñirse a ortodoxias. Es decir, podrá
hacer psicoterapia paseando con el anciano, más aún si
se encuentra en sillas de ruedas o si camina lento. Puede desarrollar
una sesión en un bar cercano a la casa del paciente o del
consultorio, como además trabajar en la casa del paciente, no
solo porque se halle postrado, sino por cuestiones de hacerlo sentir
cómodo en el vínculo, principalmente en las primeras
sesiones.
La
relación terapéutica con personas de la cuarta edad,
deberá estar cimentada en el afecto y el reconocimiento del
paciente. No olvidemos que la segregación se hace sentir -en
mayor o menor medida- en diferentes contextos y, por ende, establecer
un vínculo valorizante es un elemento que nutrirá la
relación e incrementará la autoestima del paciente
longevo (Ceberio, 2013b).
Cuando
se trata de la atención de parejas ancianas, el trabajo
terapéutico deberá centrarse en el uso de los recursos
de la pareja, en apoyo de la complementariedad y en los potenciales
de cada uno de los miembros que se acoplan en la relación. No
obstante, estas consonantes variarán de acuerdo a si la pareja
que se trate sea longeva y de longevos, de un longevo con una persona
adulta o de la tercera edad, de dos longevos pero una pareja nueva,
etc.
La
terapia debe ser capaz de utilizar las motivaciones del paciente
anciano en dirección a un objetivo, o sea, como señalamos
anteriormente, en una finalidad concreta pero con diferentes metas
mínimas. Estas metas mínimas son objetivos parciales en
dirección al objetivo mayor. En líneas generales, el
objetivo se relaciona íntimamente con el bienestar, el buen
vivir en este tramo de la vida, pero también, la preparación
y reflexión acerca de la muerte: no se trata, entonces,
solamente de un buen vivir, sino de un buen morir. Aunque no se trata
de "funeralizar" las sesiones (matar a la persona anciana
porque a su vida le resta poco tiempo), se trata de que sutilmente se
deje saber o conocer cuáles son sus pensamientos acerca de la
muerte y qué piensa de la finitud. Todo lo que el terapeuta
sepa acerca del sistema de creencias del paciente, será
rentable a la hora de realizar intervenciones eficientes.
Además
de metas concretas y tangibles,
el trabajo terapéutico debe focalizarse en el problema o los
problemas en concreto por los que se consultan. Centrarse en el
problema, implica alcanzar la primera claridad, puesto que muchos
ancianos llegan a consulta cargados de sugerencias de su entorno:
todos son expertos
en dar consejos y los ancianos se vuelven inseguros y dependientes.
Entonces, consultan y preguntan, en total asimetría por
debajo, cuando no, se encuentran un tanto obnubilados en la
consciencia y acentúan la confusión para llegar a buen
puerto. Pero el terapeuta no quedará varado en demarcar las
fronteras del problema, diseñará estrategias para la
mejoría y su solución.
Es
así que las propuestas y sugerencias, más allá
de la reflexión, deben ser poseer una cuota de pragmatismo
importante, por ejemplo, en los pasos a seguir. Las propuestas
concretas son antagónicas a las abstracciones (más aún
a las abstracciones voladoras), y son estas últimas las que
pueden desorganizar a los pacientes complicando aún más
el cuadro. Entonces la terapia puede concebirse como una guía,
una orientación con un objetivo final y metas mínimas a
alcanzar (Watzlawick, Weakland & Fisch 1974).
El
terapeuta considerará al problema como un desafío a
afrontar y no como una situación patológica. De esta
manera, el trabajo terapéutico partirá de la salud y no
desde la enfermedad: se desarrolla bajo la exaltación de los
recursos y capacidades de las personas, sus partes positivas, sus
potenciales. El terapeuta debe rescatar esta visión del
anciano, no solo para otorgarle en tiempo breve solución a los
problemas, sino para que se autovalore e incremente su creatividad e
iniciativa.
Spector
(1995), afirma que la terapia de ancianos debe ser conductual antes
que orientada a la introspección y la expresión de los
afectos y emociones. Tal vez, estas aseveraciones se presentan muy
categóricas y si entendemos que una terapia de la cuarta edad
debe poseer flexibilidad, la pautación de comportamientos en
la prescripción de tareas, instar a pensar en un espacio de
reflexión como de hecho es la consulta, y un vínculo
terapéutico amoroso (como modelo relacional afectivo a
reproducir fuera de la sesión), bien podría definirse
como una psicoterapia que intenta abordar al paciente desde múltiples
perspectivas. Tanto en individuos de la cuarta edad, parejas o
familias, es interesante observar los tipos de interacción en
la comunicación de la pareja o los integrantes de la familia,
las atribuciones de significados, el grado de significación
que se le da a los pasajes de información y el clima emocional
que prima. Casi siempre cuando se intenta entender cómo se
originan los problemas, esta exploración posibilita
delinearlos claramente.
Es
necesario que la terapia sea lo suficientemente abierta como para
incorporar otros miembros, más si es una terapia individual y
es necesario interactuar con la familia o la pareja si los problemas
los involucran (más allá que sea una terapia de familia
o pareja específica). Es importante, que se halle en contacto
o en red con otras instituciones y profesionales de diversas
especialidades, puesto que la interconsulta implica a un visión
en macro operando desde diferentes áreas de la vida del
paciente mayor, cuestión de lograr articular diversos puntos
de vista que favorezcan la efectividad de las intervenciones.
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