ISSN 2618-5628
 
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Salud mental  
Estresores, Pareja, Predictores, Rupturas amorosas  
     

 
Rupturas amorosas
 
Arana, Fernán G
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Centro para el Estudio de la Personalidad y las Relaciones Interpersonales (CEPRI)
Universidad de Buenos Aires (UBA)
 

 

Las rupturas amorosas se enmarcan dentro de las investigaciones psicológicas y sociológicas sobre las pérdidas interpersonales. A esta línea también corresponden los estudios sobre el duelo y el divorcio. Si bien rupturas, duelos y divorcios comparten ciertas reacciones emocionales -y de hecho algunos autores los plantean como analogables en muchos aspectos psíquicos-, son las rupturas amorosas no matrimoniales las que han acumulado mayor conocimiento empírico en las últimas dos décadas (e.g., Machia et al., 2023). Hoy en día sabemos que las rupturas amorosas son altamente esperables en particular en la adolescencia y adultez temprana (Morris et al., 2015), sabemos que la mayoría de sus consecuencias negativas tienden a ser transitorias (Sbarra, 2006), y también sabemos que existe una pequeña proporción de la población que puede no resolver muy bien el malestar que le provoca una ruptura y, eventualmente, puede contraer un trastorno mental o problema psicológico severo (e.g., depresión, Keller et al., 2007). Desde un punto de vista psicológico, este último dato implica que el desarrollo de intervenciones psicoeducativas podría ser de utilidad (e.g., Davila et al., 2021).

También sabemos que las rupturas no necesariamente son negativas ya que si bien pueden ser estresantes, también pueden resultar un alivio cuando se trata de despegarse de relaciones abusivas (véase Norona & Olmstead, 2017 para una discusión detallada).

Las rupturas amorosas se han estudiado de diversas maneras, pero se pueden sintetizar dos grandes enfoques: desde un criterio temporal o desde un criterio conceptual (Arana, 2021).

 

Estudios bajo el criterio temporal

Si se prefiere tomar un eje organizador estrictamente temporal, se pueden nombrar estudios centrados en el "antes" de la ruptura (predictivos) y estudios centrados en el "después" de la misma (los que tratan las secuelas o consecuencias de una ruptura).

Estudios predictivos

Los estudios predictivos habitualmente parten de la premisa de identificar aquellos factores que hacen que las personas que están en pareja terminen finalizando su relación. La mayoría de estos estudios contienen el supuesto implícito de que la ruptura en sí es un final indeseable para la pareja, cuestión que como hemos adelantado no siempre es así. Dentro de los estudios predictivos, se destaca la revisión de Cate y otros (2002), que identificaron 19 estudios longitudinales y concluyeron que hay tres tipos de factores que llevarían a una ruptura. Los factores individuales (e.g. autoestima, estilo de apego, niveles de neuroticismo), los factores relacionales (e.g., compromiso, idealización, inclusión del self en el otro), y los factores externos (e.g., familia, cultura, red de apoyo social). Esta revisión, en rigor, fue una de las primeras en utilizar una clasificación estructurada desde lo micropsicológico a lo macropsicológico (i.e., diferencias individuales hasta factores sociohistóricos o culturales) o, dicho de otra forma, fue una de las primeras en tratar de estudiar el fenómeno de la manera más integrativa posible. Dentro de los factores de mayor peso a la hora de determinar el éxito relativo de una relación, quizás los factores relacionales se recortan como los candidatos principales en distintas revisiones. Por ejemplo, la satisfacción en la pareja, el nivel de compromiso o el nivel de enamoramiento ya habían sido listados años atrás en la revisión de Sprecher y Fehr (1998), que abarcaba las rupturas desde un enfoque más amplio (e.g., amistad, divorcio, ruptura no matrimonial). Posteriormente, Le y otros (2010) realizaron un meta-análisis de 127 estudios longitudinales y encontraron ciertos puntos de conexión con las revisiones previas. El equipo de Le encontró que las chances de que una pareja se mantenga estaban relacionadas con el nivel de compromiso, el enamoramiento, el nivel de inclusión del self en el otro y la capacidad de ilusionarse con el otro. Más recientemente, a través de una exhaustiva selección de estudios de naturaleza diádica y longitudinal (i.e., donde se toman medidas a los integrantes de la pareja al menos en dos puntos temporales distintos), Joel y otros (2020) condujeron un ambicioso estudio en donde se han integrado datos de 43 bases de datos de diferentes equipos de investigación, que conllevan un sorprendente número de 11.196 parejas. En dicho estudio, a través de algoritmos de machine learning, se demostró que las variables más importantes para predecir la calidad de una relación eran variables relacionales tales como la percepción de compromiso por parte del compañero afectivo, la satisfacción sexual y los bajos niveles de conflictividad. Entre las variables individuales, la satisfacción por la vida en general, la afectividad negativa, la depresión y los dos tipos de apego inseguro fueron las variables más relevantes. En conjunto, el primer grupo de variables explicó el 18 % de la varianza de la calidad en la relación, mientras que el segundo grupo explicó un 12 % de la misma varianza (Joel et al., 2020). De forma particularmente interesante, este estudio descubrió que el efecto de las variables individuales, tanto como de las variables de la pareja (i.e., los reportes de la pareja acerca de su propia visión de la relación), dejaban de poseer efectos predictivos una vez que se ingresaban las variables relacionales individuales (i.e., la visión de la relación de la persona que completaba los tests). Dado que éste es el estudio más robusto de los últimos tiempos, tanto por la metodología utilizada como por su tamaño muestral, sirve como referencia para futuros estudios predictivos de aquí en más, y nos deja reflexionando acerca de qué variables priorizar al realizar un estudio predictivo sobre las relaciones amorosas.

En comparación con la siguiente categoría, los estudios predictivos tienden a ser menos frecuentes porque son más costosos. Se necesita de tamaños muestrales elevados para luego poder evaluar aquellos que finalmente han terminado su relación (sobre todo si se considera que la tasa de rupturas va de 2 a 77 % en dos años, Le et al., 2010).

Estudios de consecuencias

Este tipo de estudios generalmente parte de la premisa de que la ruptura ya ocurrió y que, por lo tanto, lo que interesa es saber cuáles son las trayectorias posibles de los individuos que salen de la relación en términos de su bienestar o malestar psicológico. Como se mencionó previamente, existe abundante información y cierto sesgo hacia ponderar los eventos negativos de las rupturas. Las consecuencias negativas de una ruptura van desde el genérico distrés psicológico a sentimientos más específicos como la inseguridad, el enojo, o problemas más severos como la ideación suicida, el insomnio crónico, o problemas de salud física (Sbarra, 2006; Davis et al., 2003; Sbarra & Emery, 2005; Donald et al., 2006; Powers et al., 2006; Heshmati et al., 2017; Field, 2011). Existen estudios en donde explícitamente se relacionan a las rupturas con trastornos más severos (e.g., depresión, Mearns, 1991; duelo complicado, Boelen & Reijntjes, 2009; estrés postraumático, Studley & Chung, 2015; o adicciones, Flemming et al., 2010).

Dentro de los factores que conllevan a un mejor o peor pronóstico de tener un problema más serio para recuperarse de la pérdida de una relación amorosa, se destacaron los niveles de compromiso previo (e.g., Rhoades et al., 2011), el apego ansioso (e.g., Eisma et al., 2022) y la falta de claridad en el self (e.g., Slotter et al., 2010), como los factores más problemáticos para la recuperación emocional luego de una ruptura. De la misma manera, existen factores asociados a una buena recuperación: el apoyo social, el entender por qué sucedió, el salir con personas nuevas, inclusive el hecho de poder retener pensamientos negativos sobre el ex (e.g., Brenner & Vogel, 2015). Aún más, existen estudios que postulan que el entendimiento de lo que sucedió es el mecanismo que explica el porqué del distrés de la ruptura se puede pasar a una experiencia de crecimiento personal (Helgeson et al., 2006; Samios et al., 2014; del Palacio-González et al., 2017). Más recientemente, Whisman et al., (2022), en su revisión sobre la relación entre psicopatología y rupturas amorosas, distinguen lo que llaman modelos de selección, en donde se estipula que las diferencias individuales que llevan a los sujetos a poseer un mayor riesgo de psicopatología podrían ser las mismas que estén asociados a un mayor riesgo de ruptura amorosa.

Desde un aspecto metodológico, la mayoría de estos estudios tienden a ser retrospectivos y apoyarse casi exclusivamente en la visión de uno de los participantes del proceso de ruptura. Como puede sospecharse, esto introduce un sesgo, ya que se deposita finalmente una enorme confianza en la calidad del recuerdo del entrevistado, y se sabe que los recuerdos de las personas sobre sus rupturas tienden a contener distintos sesgos en la manera que recuerdan y reproducen la historia (e.g., Smyth et al., 2020).

En síntesis, comparando los dos tipos de estudios que comprenden el criterio temporal, se desprende que los estudios previos a la ruptura intentan predecir (o, en su defecto, predecir la estabilidad o calidad de una relación) y, por otro lado, los estudios que investigan los momentos posteriores a la ruptura, intentan también predecir aquellos factores que permitan discernir buenas y malas maneras de resolver una ruptura amorosa en términos adaptativos para el

individuo. No obstante, el criterio temporal no es el único.

 

Estudios bajo un criterio conceptual

El criterio conceptual (Arana, 2021) se distingue del criterio temporal en cuanto a que no se centra en la temporalidad del diseño de investigación (i.e., si se investiga a las rupturas de las dos formas mencionadas previamente) si no que, más bien, se focaliza dentro de un posicionamiento teórico/conceptual explícito o implícito a la hora de conceptualizar las rupturas amorosas. En líneas generales, dentro de esta postura, existen estudios que se hallan dentro de una tradición psicopatológica, mientras que otros estudios se posicionan dentro de una perspectiva de normatividad (que puede devenir también en algo adaptativo o implicar crecimiento personal). Como podrá observarse, los criterios temporales y conceptuales no son excluyentes. Es así que perfectamente podemos tener estudios que se enfocan, por ejemplo, en las consecuencias de las rupturas amorosas (i.e., criterio temporal) desde una perspectiva no patológica centrados en el desarrollo de las relaciones en la adultez temprana (criterio conceptual). A continuación, veamos algunas posibles variaciones del criterio conceptual.

Ruptura como estresor y precursor de patología

Quizás los estudios más frecuentes son los que relacionan a las rupturas con indicadores de malestar psicológico o psicopatología. En este sentido, muchos investigadores conceptualizan a las rupturas desde diversas opciones psicopatológicas como un factor de riesgo para la depresión, un evento traumático, un duelo patológico o inclusive un tipo de duelo "no autorizado" (Thompson & Doka, 2017). Whisman et al. (2022) distinguen dos tipos de modelos en este sentido: modelos de crisis y modelos de recursos. Los modelos de crisis ven la disolución del vínculo como un estresor agudo que puede llevar al incremento de síntomas psicológicos y que en la mayoría de la gente se resuelve sencillamente con el paso del tiempo. En rigor, se ha demostrado que la mayoría de la gente tiende a recuperarse de sus sentimientos de enojo o tristeza al cabo del primer mes posterior a la terminación de la relación (Sbarra, 2006). En contraposición, los modelos de recursos conceptualizan la ruptura como un estresor crónico ya que promueve cambios en las circunstancias vitales que, con el tiempo, pueden resultar en una psicopatología crónica (e.g., pérdida de apoyo social, pérdida de ingresos económicos). Para estos autores existen potenciales moderadores de la relación entre la ruptura y psicopatología, como por ejemplo el rol del iniciador en la ruptura, las características de la pareja, y los recursos de afrontamiento para manejar la ruptura. No obstante, es justo señalar que estos autores también incluyen rupturas matrimoniales dentro de su revisión, en donde las consecuencias mencionadas pueden estar ausentes o en menor grado cuando se trata de rupturas no matrimoniales (e.g., pérdida de ingresos).

Dentro del campo de la depresión, y, específicamente de los factores de riesgo de la misma, Kendler y Halberstadt (2013) identificaron a las rupturas como uno de los eventos estresantes más comunes en el desencadenamiento de una depresión clínica. De hecho, Kendler y otros (1999) encontraron que las chances de caer en una depresión durante el mes del estresor psicosocial tienden a quintuplicarse. Gibb y otros (2010) también encontraron que cuando la relación implica una convivencia, el cese de la cohabitación triplica las chances de tener una depresión. Aún más, el vínculo ruptura-depresión no se limita a esta dirección, sino que también existen estudios en donde una base de depresión sirve como predisposición a una ruptura (lo cual conlleva a ser clasificado como un estudio "predictivo", véase por ejemplo, Shulman et al., 2017). Por otra parte, la visión de las rupturas como potenciales evocadoras de un efecto traumático, también se han investigado con cierta frecuencia. Anders y otros (2011) encontraron que cuando a la gente se le pedía que listara eventos que considerara traumáticos, las rupturas amorosas aparecían en los lugares principales y que, a su vez, dentro de las consecuencias psicológicas de las rupturas también aparecían listados muchos síntomas que forman parte del trastorno por estrés postraumático. A su vez, el planteo de las rupturas amorosas como una forma de duelo complicado parte de la visión de que existe cierto isomorfismo en algunas manifestaciones sintomáticas entre ambos, pero, no obstante, no hay que olvidar que las rupturas difieren de los duelos en dos hechos gravitatorios: las rupturas no son irrevocables como la muerte de un ser querido, en rigor la mayoría de las rupturas se caracterizan por diferentes momentos en donde las personas salen y vuelven a entrar a la pareja en diversos ciclos y con diversas duraciones e intensidades (e.g., Dailey et al., 2020). El otro hecho no menor, que impone cierta cautela a pensar un isomorfismo total entre duelo y ruptura es el hecho de que el proceso de duelo en la ruptura está habitualmente comprometido porque el otro puede reaparecer en cualquier momento, casualmente o de forma provocada, y eso puede provocar niveles importantes de estrés y una posterior vuelta al procesamiento de la pérdida.

El duelo no autorizado, por último, tiene que ver con la idea de que existen ciertas formas de pérdida que no son apoyadas por la cultura o sociedad donde la persona se desarrolla y, por lo tanto, existe una presión a que esa persona no se tome demasiado tiempo o importancia en realizar su propio duelo (véase Doka, 2020, para mayor detalle).

Ruptura como normativa

Independientemente de la preponderancia de estudios que enlazan las rupturas con aspectos psicopatológicos, existen otro tipo de estudios que conceptualmente se posicionan desde una perspectiva no patológica o normativa. En rigor, este grupo de estudios oscila entre pensar las rupturas como un evento que es constitutivo de la identidad en la adultez temprana, así como también como algo negativo pero pasajero, o bien como algo muy negativo pero que puede terminar en una instancia superadora de crecimiento personal (e.g, Tashiro & Frazier, 2003). Este tipo de estudios también caracteriza a las rupturas como un fenómeno altamente prevalente en la población de jóvenes adultos. Dos de cada diez adultos en menos de seis meses tienen una ruptura de su relación (Li et al., 2019), cuatro de cada diez en el transcurso de un año (Blasco et al., 2019) y diez de diez durante toda la vida (Morris et al., 2015). Dentro de esta alta prevalencia, las personas que siguen experimentando problemas emocionales luego de las rupturas son, en comparación, una escasa proporción (Sbarra et al., 2015). De hecho, se sabe que la gente es muy imprecisa para pronosticar lo mal que estará luego de cortar con su pareja: tienden a verse mucho peor de lo que verdaderamente están luego (Eastwick et al., 2008).

Un subapartado dentro de una visión normativa de las rupturas amorosas es lo que Machia y otros (2023) llaman "rupturas como decisiones". En las mismas, la ruptura se entiende como una decisión voluntaria y consciente sobre qué es mejor para el individuo. Habitualmente apoyado en teorías que abogan por la expansión del self (Aron & Aron, 1997), las relaciones que no aportan al individuo un crecimiento personal son aquellas que tienden a ser candidateables a eliminarse del curso corriente de relaciones del individuo. Desde ya, este tipo de lectura de las rupturas se posiciona dentro de una actitud activa dentro de la ruptura, que tiende a estar representada en diversos estudios como los iniciadores de las mismas.

 

Otras clasificaciones

Machia y otros (2023), en su trabajo de revisión, identifican dos formas alternativas de pensar las rupturas que no tienen que ver específicamente con una cuestión conceptual si no con pensarlas en términos diacrónicos o sincrónicos, o pensarlas directamente desde una situación de variable dentro de investigaciones centradas en las relaciones interpersonales. Desde la primera cuestión, los autores mencionan que algunos académicos piensan la ruptura no como un evento estático binario sino, más bien, como un proceso que se desenvuelve a lo largo del tiempo en distintas fases o etapas. Vangelisti (2006) ha resumido adecuadamente los distintos autores que piensan la ruptura como una serie de eventos. Por ejemplo, el modelo de Rollie y Duck (2006) considera la ruptura como un proceso que se desenvuelve desde una fase de decisión interna -antes de ser comunicada- para luego pasar a comunicarlas a la pareja, para luego recién acordar con la pareja la forma de comunicar al resto de la red social íntima, hasta luego hacer el trabajo de duelo y eventualmente comenzar una nueva relación.

Con respecto a las rupturas como una cuestión metodológica, Machia et al. (2023) resaltan que hay un amplio número de estudios en donde las rupturas figuran sencillamente como una medida de salida (i.e., una variable dependiente) dentro de investigaciones sobre relaciones que no tienen en su centro el tema de las rupturas. Este rol secundario de las rupturas en la ciencia de las relaciones, según Machia et al. (2023) tiende a ser el más frecuente en comparación con el resto de las clasificaciones.

 

Teorías

De forma explícita o implícita, las teorías (psicológicas, sociológicas, evolutivas, o integrativas) cumplen una doble función fundamental en el campo de las rupturas amorosas: sirven tanto para conceptualizar como para explicarlas. Dentro del primer apartado, vimos anteriormente las numerosas maneras de definir lo que es una ruptura amorosa y sus consecuencias. Dentro del marco puramente explicativo, generalmente las teorías se encargan de proveer una explicación acerca de o bien por qué ocurren las rupturas, o bien por qué algunas rupturas pueden resultar un alivio o un pesar para sus participantes. En esta línea, las teorías cumplen el importante rol de explicar el pasaje de las consecuencias emocionales normales, esperables, y transitorias, hacia signos y síntomas propios de una manifestación psicopatológica estable y/o crónica. En cuanto a qué teorías se utilizan mayoritariamente, las teorías de mayor peso a lo largo de las últimas décadas han sido fundamentalmente dos: la teoría de la interdependencia/intercambio social (Thibaut & Kelley, 1959) y la teoría del apego (Bowlby, 1982). Esta hegemonía teórica es replicada desde distintas revisiones y resultados meta-analíticos (Machia et al., 2023; Mirsu-Paun & Oliver, 2017; Norona & Olmstead, 2017). Notablemente, en los 207 estudios recabados por Machia et al. (2023) se mencionan otras 40 perspectivas teóricas distintas, pero ninguna de ellas tiene suficientes menciones como para poder ser considerada un patrón.

La teoría de la interdependencia se ocupa de explicar el interjuego de ciertas variables en la toma de decisiones acerca del destino de una relación amorosa, ya sea de mantenerse o salirse de la misma. El modelo de Inversión de Rusbult et al. (1998), el cual en sí mismo puede considerarse como una extensión de la teoría de la interdependencia, propone que las probabilidades de ruptura tienen que ver con los niveles de compromiso que, a su vez, están dadas por tres variables: satisfacción con la pareja, calidad de las alternativas afectivas y tamaño de la inversión (en términos económicos y emocionales). Una ruptura, en este sentido, se produciría por bajos niveles de satisfacción con la pareja, una buena calidad de alternativas amorosas, y una inversión en la pareja de tamaño no muy grande. Estas tres variables provocan menores niveles de compromiso hacia la pareja, lo que facilita las chances de la terminación del vínculo (Rusbult et al., 1998). Aún más, Dirigotas y Rusbult (1992) explicaron que la decisión de mantenerse o salir de una relación en rigor depende del grado de dependencia que se tiene de la relación, y la dependencia se relaciona con la capacidad que tiene la relación de satisfacer las necesidades del individuo. De hecho, estos autores plantean que a pesar de que la persona tenga alternativas amorosas irresistibles, es poco probable que se incline por dejar su relación actual, pero esto sí ocurrirá con mayor probabilidad si el individuo ya no encuentra útil su relación porque ya no le aporta lo que antes sí le daba. Como puede observarse, esta teoría, tal como la teoría de la expansión del self de Aron (Aron & Aron, 1997) son abonadas a la concepción de las rupturas como una decisión, en términos de Machia et al. (2023). Naturalmente, plantear las rupturas de esta manera asume que el que toma la decisión asume un rol activo e inicia el proceso de ruptura. Es por esta razón, quizás, que este tipo de teorías se enmarcan dentro de una visión no patológica de las rupturas.

La teoría del apego, por el contrario, ve a las rupturas como experiencias altamente estresantes y comparables a otras formas de pérdida o duelo (Fraley & Shaver, 2021). Muy esquemáticamente, la teoría del apego parte de las observaciones de John Bowlby acerca de la necesidad biológica, evolutiva y emocional de los niños de 0 a 3 años de estar en proximidad con sus progenitores o figuras de referencia. Esta cercanía permite desarrollar pautas a futuro para relacionarse con otras personas de manera segura y estable. Seguidores de Bowlby postularon luego que el apego podía ser o bien seguro (e.g., niños que confían en que los padres están cerca y por lo tanto pueden explorar el mundo) o bien inseguro (e.g., no saber si los padres están cerca), y éste último también podría derivarse en un apego ansioso (e.g., reacciones de ansiedad ante la pérdida del progenitor) o un apego evitativo (e.g., no estar seguro de si el progenitor estará o no y por lo tanto desconfiar de esa ayuda o desesperanzarse al respecto) (Ainsworth, 1979). Cuando la figura de apego no está disponible, se produce una secuencia de reacciones, habitualmente llamada reacción de apego: protesta (por ejemplo a través del llanto para llamar a su cuidador), desesperanza (dejar de moverse para no atraer depredadores ni lastimarse a ellos mismos) y desapego(retomar las actividades sin sus cuidadores). Notablemente, estas reacciones de los niños recién nacidos se han demostrado que también están presentes en los adultos cuando sus parejas se encuentran, por alguna razón, inaccesibles. En adultos también se da un estado de shock al enterarse, seguido de una reacción inicial de enojo y conductas de búsqueda, y luego el cese de conductas de búsqueda y una reclusión interna (Hazan & Shaver, 1987). Uno de los descubrimientos relacionados con esta posición teórica es que las personas con apego inseguro de tipo ansioso generalmente tienen mayor malestar luego de una ruptura (Borelli et al., 2019), así como también son las personas que mayor ambivalencia tienen con respecto a quedarse o salir de una relación de pareja (Joel & Page-Gould, 2018). Comparados con gente casada, aquellos que están separados o divorciados informan mayores niveles de distrés psicológico, síntomas psiquiátricos y tienen mayores chances de tener un trastorno mental crónico (e.g., Kessler et al., 2005). De forma relacionada con la teoría del apego, la teoría del duelo complicado postula que las emociones asociadas a perder un ser querido son similares a las emociones que ocurren cuando una relación termina, es así que existe cierto paralelismo en la expresión de síntomas que se dan en común entre ambos tipos de pérdida (i.e., rumiación, pensamientos intrusivos, sentimientos de soledad, tristeza, Horowitz, 1992). Esta teoría se complementa, según los autores, con la teoría del apego, ya que la misma explicaría que las fluctuaciones emocionales de una ruptura variarán en función del tipo de apego. En este sentido, las personas que han desarrollado un estilo de apego inseguro tienden a rumiar más por la pérdida y prolongan más de lo debido sus sentimientos de ira (Sbarra, 2006).

 

Conclusiones

Como puede observarse dentro de esta esquemática entrada, las rupturas amorosas tienen su propio peso en las investigaciones psicológicas, sociológicas o interdisciplinarias. Independientemente de la forma en que se las conceptualiza, o la forma o diseño de investigación en que se las elija estudiar, conocer tanto qué es lo que lleva a una ruptura amorosa a sus participantes, como qué aspectos facilitan una salida óptima hacia una vida saludable luego de acontecida, son de vital importancia para elaborar estrategias preventivas o, eventualmente, para sumar estrategias que pueden incorporarse en los tratamientos de las personas que estén pasando por una situación de estas características y vean que sus recursos de afrontamiento no son lo suficientemente buenos al respecto. No obstante, aún hay muchas cuestiones que podrían mejorar este tipo de investigaciones. Solo a modelo de ejemplo, existe un gran vacío en investigaciones desde una óptica transcultural al respecto; no solamente faltan estudios en otros países o culturas por fuera de la cultura anglosajona o regiones de Norteamérica y Europa, si no también faltan estudios que comparen explícitamente distintas variables relacionadas con el estudio de las rupturas en distintos países o grupos culturales (e.g., Arana et al., en prensa). Así y todo, los datos acumulados en estas últimas dos décadas han sido auspiciosos en términos del crecimiento de este fructífero campo y de los resultados que está generando y traduciéndose para mejorar la calidad de vida de las personas que pasan por una ruptura amorosa y tienen dificultades en sobrellevarla.


 

Referencias

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10ma Edición - Junio 2023
 
 
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