Las
rupturas amorosas se enmarcan dentro de las investigaciones
psicológicas y sociológicas sobre las pérdidas
interpersonales. A esta línea también corresponden los
estudios sobre el duelo y el divorcio. Si bien rupturas, duelos y
divorcios comparten ciertas reacciones emocionales -y de hecho
algunos autores los plantean como analogables en muchos aspectos
psíquicos-, son las rupturas amorosas no matrimoniales las que
han acumulado mayor conocimiento empírico en las últimas
dos décadas (e.g., Machia et al., 2023). Hoy en día
sabemos que las rupturas amorosas son altamente esperables en
particular en la adolescencia y adultez temprana (Morris et al.,
2015), sabemos que la mayoría de sus consecuencias negativas
tienden a ser transitorias (Sbarra, 2006), y también sabemos
que existe una pequeña proporción de la población
que puede no resolver muy bien el malestar que le provoca una ruptura
y, eventualmente, puede contraer un trastorno mental o problema
psicológico severo (e.g., depresión, Keller et al.,
2007). Desde un punto de vista psicológico, este último
dato implica que el desarrollo de intervenciones psicoeducativas
podría ser de utilidad (e.g., Davila et al., 2021).
También
sabemos que las rupturas no necesariamente son negativas ya que si
bien pueden ser estresantes, también pueden resultar un alivio
cuando se trata de despegarse de relaciones abusivas (véase
Norona & Olmstead, 2017 para una discusión detallada).
Las rupturas amorosas se han estudiado de diversas
maneras, pero se pueden sintetizar dos grandes enfoques: desde un
criterio temporal o desde un criterio conceptual (Arana, 2021).
Estudios
bajo el criterio temporal
Si
se prefiere tomar un eje organizador estrictamente temporal, se
pueden nombrar estudios centrados en el "antes" de la
ruptura (predictivos) y estudios centrados en el "después"
de la misma (los que tratan las secuelas o consecuencias de una
ruptura).
Estudios
predictivos
Los estudios predictivos habitualmente parten de
la premisa de identificar aquellos factores que hacen que las
personas que están en pareja terminen finalizando su relación.
La mayoría de estos estudios contienen el supuesto implícito
de que la ruptura en sí es un final indeseable para la pareja,
cuestión que como hemos adelantado no siempre es así.
Dentro de los estudios predictivos, se destaca la revisión de
Cate y otros (2002), que identificaron 19 estudios longitudinales y
concluyeron que hay tres tipos de factores que llevarían a una
ruptura. Los factores individuales (e.g. autoestima, estilo de apego,
niveles de neuroticismo), los factores relacionales (e.g.,
compromiso, idealización, inclusión del self
en el otro), y los factores externos (e.g., familia, cultura, red de
apoyo social). Esta revisión, en rigor, fue una de las
primeras en utilizar una clasificación estructurada desde lo
micropsicológico a lo macropsicológico (i.e.,
diferencias individuales hasta factores sociohistóricos o
culturales) o, dicho de otra forma, fue una de las primeras en tratar
de estudiar el fenómeno de la manera más integrativa
posible. Dentro de los factores de mayor peso a la hora de determinar
el éxito relativo de una relación, quizás los
factores relacionales se recortan como los candidatos principales en
distintas revisiones. Por ejemplo, la satisfacción en la
pareja, el nivel de compromiso o el nivel de enamoramiento ya habían
sido listados años atrás en la revisión de
Sprecher y Fehr (1998), que abarcaba las rupturas desde un enfoque
más amplio (e.g., amistad, divorcio, ruptura no matrimonial).
Posteriormente, Le y otros (2010) realizaron un meta-análisis
de 127 estudios longitudinales y encontraron ciertos puntos de
conexión con las revisiones previas. El equipo de Le encontró
que las chances de que una pareja se mantenga estaban relacionadas
con el nivel de compromiso, el enamoramiento, el nivel de inclusión
del self
en el otro y la capacidad de ilusionarse con el otro. Más
recientemente, a través de una exhaustiva selección de
estudios de naturaleza diádica y longitudinal (i.e., donde se
toman medidas a los integrantes de la pareja al menos en dos puntos
temporales distintos), Joel y otros (2020) condujeron un ambicioso
estudio en donde se han integrado datos de 43 bases de datos de
diferentes equipos de investigación, que conllevan un
sorprendente número de 11.196 parejas. En dicho estudio, a
través de algoritmos de machine
learning, se demostró que las
variables más importantes para predecir la calidad de una
relación eran variables relacionales tales como la percepción
de compromiso por parte del compañero afectivo, la
satisfacción sexual y los bajos niveles de conflictividad.
Entre las variables individuales, la satisfacción por la vida
en general, la afectividad negativa, la depresión y los dos
tipos de apego inseguro fueron las variables más relevantes.
En conjunto, el primer grupo de variables explicó el 18 % de
la varianza de la calidad en la relación, mientras que el
segundo grupo explicó un 12 % de la misma varianza (Joel et
al., 2020). De forma particularmente interesante, este estudio
descubrió que el efecto de las variables individuales, tanto
como de las variables de la pareja (i.e., los reportes de la pareja
acerca de su propia visión de la relación), dejaban de
poseer efectos predictivos una vez que se ingresaban las variables
relacionales individuales (i.e., la visión de la relación
de la persona que completaba los tests). Dado que éste es el
estudio más robusto de los últimos tiempos, tanto por
la metodología utilizada como por su tamaño muestral,
sirve como referencia para futuros estudios predictivos de aquí
en más, y nos deja reflexionando acerca de qué
variables priorizar al realizar un estudio predictivo sobre las
relaciones amorosas.
En comparación con la siguiente categoría,
los estudios predictivos tienden a ser menos frecuentes porque son
más costosos. Se necesita de tamaños muestrales
elevados para luego poder evaluar aquellos que finalmente han
terminado su relación (sobre todo si se considera que la tasa
de rupturas va de 2 a 77 % en dos años, Le et al., 2010).
Estudios
de consecuencias
Este tipo de estudios generalmente parte de la
premisa de que la ruptura ya ocurrió y que, por lo tanto, lo
que interesa es saber cuáles son las trayectorias posibles de
los individuos que salen de la relación en términos de
su bienestar o malestar psicológico. Como se mencionó
previamente, existe abundante información y cierto sesgo hacia
ponderar los eventos negativos de las rupturas. Las consecuencias
negativas de una ruptura van desde el genérico distrés
psicológico a sentimientos más específicos como
la inseguridad, el enojo, o problemas más severos como la
ideación suicida, el insomnio crónico, o problemas de
salud física (Sbarra, 2006; Davis et al., 2003; Sbarra &
Emery, 2005; Donald et al., 2006; Powers et al., 2006; Heshmati et
al., 2017; Field, 2011). Existen estudios en donde explícitamente
se relacionan a las rupturas con trastornos más severos (e.g.,
depresión, Mearns, 1991; duelo complicado, Boelen &
Reijntjes,
2009; estrés postraumático, Studley & Chung, 2015;
o adicciones, Flemming et al., 2010).
Dentro de los factores que conllevan a un mejor o
peor pronóstico de tener un problema más serio para
recuperarse de la pérdida de una relación amorosa, se
destacaron los niveles de compromiso previo (e.g., Rhoades et al.,
2011), el apego ansioso (e.g., Eisma et al., 2022) y la falta de
claridad en el self
(e.g., Slotter et al., 2010),
como los factores más problemáticos para la
recuperación emocional luego de una ruptura. De la misma
manera, existen factores asociados a una buena recuperación:
el apoyo social, el entender por qué sucedió, el salir
con personas nuevas, inclusive el hecho de poder retener pensamientos
negativos sobre el ex (e.g., Brenner & Vogel, 2015). Aún
más, existen estudios que postulan que el entendimiento de lo
que sucedió es el mecanismo que explica el porqué del
distrés de la ruptura se puede pasar a una experiencia de
crecimiento personal (Helgeson et al., 2006; Samios et al., 2014; del
Palacio-González et al., 2017). Más recientemente,
Whisman et al., (2022), en su revisión sobre la relación
entre psicopatología y rupturas amorosas, distinguen lo que
llaman modelos de selección, en donde se estipula que las
diferencias individuales que llevan a los sujetos a poseer un mayor
riesgo de psicopatología podrían ser las mismas que
estén asociados a un mayor riesgo de ruptura amorosa.
Desde un aspecto metodológico,
la mayoría de estos estudios
tienden a ser retrospectivos y apoyarse casi exclusivamente en la
visión de uno de los participantes del proceso de ruptura.
Como puede sospecharse, esto introduce un sesgo, ya que se deposita
finalmente una enorme confianza en la calidad del recuerdo del
entrevistado, y se sabe que los recuerdos de las personas sobre sus
rupturas tienden a contener distintos sesgos en la manera que
recuerdan y reproducen la historia (e.g., Smyth et al., 2020).
En síntesis, comparando los dos tipos de
estudios que comprenden el criterio temporal, se desprende que los
estudios previos a la ruptura intentan predecir (o, en su defecto,
predecir la estabilidad o calidad de una relación) y, por otro
lado, los estudios que investigan los momentos posteriores a la
ruptura, intentan también predecir aquellos factores que
permitan discernir buenas y malas maneras de resolver una ruptura
amorosa en términos adaptativos para el
individuo. No obstante, el criterio temporal no es
el único.
Estudios
bajo un criterio conceptual
El criterio conceptual (Arana, 2021) se distingue
del criterio temporal en cuanto a que no se centra en la temporalidad
del diseño de investigación (i.e., si se investiga a
las rupturas de las dos formas mencionadas previamente) si no que,
más bien, se focaliza dentro de un posicionamiento
teórico/conceptual explícito o implícito a la
hora de conceptualizar las rupturas amorosas. En líneas
generales, dentro de esta postura, existen estudios que se hallan
dentro de una tradición psicopatológica, mientras que
otros estudios se posicionan dentro de una perspectiva de
normatividad (que puede devenir también en algo adaptativo o
implicar crecimiento personal). Como podrá observarse, los
criterios temporales y conceptuales no son excluyentes. Es así
que perfectamente podemos tener estudios que se enfocan, por ejemplo,
en las consecuencias de las rupturas amorosas (i.e., criterio
temporal) desde una perspectiva no patológica centrados en el
desarrollo de las relaciones en la adultez temprana (criterio
conceptual). A continuación, veamos algunas posibles
variaciones del criterio conceptual.
Ruptura
como estresor y precursor de patología
Quizás los estudios más frecuentes
son los que relacionan a las rupturas con indicadores de malestar
psicológico o psicopatología. En este sentido, muchos
investigadores conceptualizan a las rupturas desde diversas opciones
psicopatológicas como un factor de riesgo para la depresión,
un evento traumático, un duelo patológico o inclusive
un tipo de duelo "no autorizado" (Thompson & Doka,
2017). Whisman et al. (2022) distinguen dos tipos de modelos en este
sentido: modelos de crisis y modelos de recursos. Los modelos de
crisis ven la disolución del vínculo como un estresor
agudo que puede llevar al incremento de síntomas psicológicos
y que en la mayoría de la gente se resuelve sencillamente con
el paso del tiempo. En rigor, se ha demostrado que la mayoría
de la gente tiende a recuperarse de sus sentimientos de enojo o
tristeza al cabo del primer mes posterior a la terminación de
la relación (Sbarra, 2006). En contraposición, los
modelos de recursos conceptualizan la ruptura como un estresor
crónico ya que promueve cambios en las circunstancias vitales
que, con el tiempo, pueden resultar en una psicopatología
crónica (e.g., pérdida de apoyo social, pérdida
de ingresos económicos). Para estos autores existen
potenciales moderadores de la relación entre la ruptura y
psicopatología, como por ejemplo el rol del iniciador en la
ruptura, las características de la pareja, y los recursos de
afrontamiento para manejar la ruptura. No obstante, es justo señalar
que estos autores también incluyen rupturas matrimoniales
dentro de su revisión, en donde las consecuencias mencionadas
pueden estar ausentes o en menor grado cuando se trata de rupturas no
matrimoniales (e.g., pérdida de ingresos).
Dentro del campo de la depresión, y,
específicamente de los factores de riesgo de la misma, Kendler
y Halberstadt (2013) identificaron a las rupturas como uno de los
eventos estresantes más comunes en el desencadenamiento de una
depresión clínica. De hecho, Kendler y otros (1999)
encontraron que las chances de caer en una depresión durante
el mes del estresor psicosocial tienden a quintuplicarse. Gibb y
otros (2010) también encontraron que cuando la relación
implica una convivencia, el cese de la cohabitación triplica
las chances de tener una depresión. Aún más, el
vínculo ruptura-depresión no se limita a esta
dirección, sino que también existen estudios en donde
una base de depresión sirve como predisposición a una
ruptura (lo cual conlleva a ser clasificado como un estudio
"predictivo", véase por ejemplo, Shulman et al.,
2017). Por otra parte, la visión de las rupturas como
potenciales evocadoras de un efecto traumático, también
se han investigado con cierta frecuencia. Anders y otros (2011)
encontraron que cuando a la gente se le pedía que listara
eventos que considerara traumáticos, las rupturas amorosas
aparecían en los lugares principales y que, a su vez, dentro
de las consecuencias psicológicas de las rupturas también
aparecían listados muchos síntomas que forman parte del
trastorno por estrés postraumático. A su vez, el
planteo de las rupturas amorosas como una forma de duelo complicado
parte de la visión de que existe cierto isomorfismo en algunas
manifestaciones sintomáticas entre ambos, pero, no obstante,
no hay que olvidar que las rupturas difieren de los duelos en dos
hechos gravitatorios: las rupturas no son irrevocables como la muerte
de un ser querido, en rigor la mayoría de las rupturas se
caracterizan por diferentes momentos en donde las personas salen y
vuelven a entrar a la pareja en diversos ciclos y con diversas
duraciones e intensidades (e.g., Dailey et al., 2020). El otro hecho
no menor, que impone cierta cautela a pensar un isomorfismo total
entre duelo y ruptura es el hecho de que el proceso de duelo en la
ruptura está habitualmente comprometido porque el otro puede
reaparecer en cualquier momento, casualmente o de forma provocada, y
eso puede provocar niveles importantes de estrés y una
posterior vuelta al procesamiento de la pérdida.
El duelo no autorizado, por último, tiene
que ver con la idea de que existen ciertas formas de pérdida
que no son apoyadas por la cultura o sociedad donde la persona se
desarrolla y, por lo tanto, existe una presión a que esa
persona no se tome demasiado tiempo o importancia en realizar su
propio duelo (véase Doka, 2020, para mayor detalle).
Ruptura
como normativa
Independientemente de la preponderancia de
estudios que enlazan las rupturas con aspectos psicopatológicos,
existen otro tipo de estudios que conceptualmente se posicionan desde
una perspectiva no patológica o normativa. En rigor, este
grupo de estudios oscila entre pensar las rupturas como un evento que
es constitutivo de la identidad en la adultez temprana, así
como también como algo negativo pero pasajero, o bien como
algo muy negativo pero que puede terminar en una instancia superadora
de crecimiento personal (e.g, Tashiro & Frazier, 2003). Este tipo
de estudios también caracteriza a las rupturas como un
fenómeno altamente prevalente en la población de
jóvenes adultos. Dos de cada diez adultos en menos de seis
meses tienen una ruptura de su relación (Li et al., 2019),
cuatro de cada diez en el transcurso de un año (Blasco et al.,
2019) y diez de diez durante toda la vida (Morris et al., 2015).
Dentro de esta alta prevalencia, las personas que siguen
experimentando problemas emocionales luego de las rupturas son, en
comparación, una escasa proporción (Sbarra et al.,
2015). De hecho, se sabe que la gente es muy imprecisa para
pronosticar lo mal que estará luego de cortar con su pareja:
tienden a verse mucho peor de lo que verdaderamente están
luego (Eastwick et al., 2008).
Un subapartado dentro de una visión
normativa de las rupturas amorosas es lo que Machia y otros (2023)
llaman "rupturas como decisiones". En las mismas, la
ruptura se entiende como una decisión voluntaria y consciente
sobre qué es mejor para el individuo. Habitualmente apoyado en
teorías que abogan por la expansión del self
(Aron & Aron, 1997), las relaciones que no aportan al individuo
un crecimiento personal son aquellas que tienden a ser candidateables
a eliminarse del curso corriente de relaciones del individuo. Desde
ya, este tipo de lectura de las rupturas se posiciona dentro de una
actitud activa dentro de la ruptura, que tiende a estar representada
en diversos estudios como los iniciadores de las mismas.
Otras
clasificaciones
Machia y otros (2023), en su trabajo de revisión,
identifican dos formas alternativas de pensar las rupturas que no
tienen que ver específicamente con una cuestión
conceptual si no con pensarlas en términos diacrónicos
o sincrónicos, o pensarlas directamente desde una situación
de variable dentro de investigaciones centradas en las relaciones
interpersonales. Desde la primera cuestión, los autores
mencionan que algunos académicos piensan la ruptura no como un
evento estático binario sino, más bien, como un proceso
que se desenvuelve a lo largo del tiempo en distintas fases o etapas.
Vangelisti (2006) ha resumido adecuadamente los distintos autores que
piensan la ruptura como una serie de eventos. Por ejemplo, el modelo
de Rollie y Duck (2006) considera la ruptura como un proceso que se
desenvuelve desde una fase de decisión interna -antes de ser
comunicada- para luego pasar a comunicarlas a la pareja, para luego
recién acordar con la pareja la forma de comunicar al resto de
la red social íntima, hasta luego hacer el trabajo de duelo y
eventualmente comenzar una nueva relación.
Con respecto a las rupturas como una cuestión
metodológica, Machia et al. (2023) resaltan que hay un amplio
número de estudios en donde las rupturas figuran sencillamente
como una medida de salida (i.e., una variable dependiente) dentro de
investigaciones sobre relaciones que no tienen en su centro el tema
de las rupturas. Este rol secundario de las rupturas en la ciencia de
las relaciones, según Machia et al. (2023) tiende a ser el más
frecuente en comparación con el resto de las clasificaciones.
Teorías
De
forma explícita o implícita, las teorías
(psicológicas, sociológicas, evolutivas, o
integrativas) cumplen una doble función fundamental en el
campo de las rupturas amorosas: sirven tanto para conceptualizar como
para explicarlas. Dentro del primer apartado, vimos anteriormente las
numerosas maneras de definir lo que es una ruptura amorosa y sus
consecuencias. Dentro del marco puramente explicativo, generalmente
las teorías se encargan de proveer una explicación
acerca de o bien por qué ocurren las rupturas, o bien por qué
algunas rupturas pueden resultar un alivio o un pesar para sus
participantes. En esta línea, las teorías cumplen el
importante rol de explicar el pasaje de las consecuencias emocionales
normales, esperables, y transitorias, hacia signos y síntomas
propios de una manifestación psicopatológica estable
y/o crónica. En cuanto a qué teorías se utilizan
mayoritariamente, las teorías de mayor peso a lo largo de las
últimas décadas han sido fundamentalmente dos: la
teoría de la interdependencia/intercambio social (Thibaut &
Kelley, 1959) y la teoría del apego (Bowlby, 1982). Esta
hegemonía teórica es replicada desde distintas
revisiones y resultados meta-analíticos (Machia et al., 2023;
Mirsu-Paun & Oliver, 2017; Norona & Olmstead, 2017).
Notablemente, en los 207 estudios recabados por Machia et al. (2023)
se mencionan otras 40 perspectivas teóricas distintas, pero
ninguna de ellas tiene suficientes menciones como para poder ser
considerada un patrón.
La
teoría de la interdependencia se ocupa de explicar el
interjuego de ciertas variables en la toma de decisiones acerca del
destino de una relación amorosa, ya sea de mantenerse o
salirse de la misma. El modelo de Inversión de Rusbult et al.
(1998), el cual en sí mismo puede considerarse como una
extensión de la teoría de la interdependencia, propone
que las probabilidades de ruptura tienen que ver con los niveles de
compromiso que, a su vez, están dadas por tres variables:
satisfacción con la pareja, calidad de las alternativas
afectivas y tamaño de la inversión (en términos
económicos y emocionales). Una ruptura, en este sentido, se
produciría por bajos niveles de satisfacción con la
pareja, una buena calidad de alternativas amorosas, y una inversión
en la pareja de tamaño no muy grande. Estas tres variables
provocan menores niveles de compromiso hacia la pareja, lo que
facilita las chances de la terminación del vínculo
(Rusbult et al., 1998). Aún más, Dirigotas y Rusbult
(1992) explicaron que la decisión de mantenerse o salir de una
relación en rigor depende del grado de dependencia que se
tiene de la relación, y la dependencia se relaciona con la
capacidad que tiene la relación de satisfacer las necesidades
del individuo. De hecho, estos autores plantean que a pesar de que la
persona tenga alternativas amorosas irresistibles, es poco probable
que se incline por dejar su relación actual, pero esto sí
ocurrirá con mayor probabilidad si el individuo ya no
encuentra útil su relación porque ya no le aporta lo
que antes sí le daba. Como puede observarse, esta teoría,
tal como la teoría de la expansión del self
de Aron (Aron & Aron, 1997) son abonadas a la concepción
de las rupturas como una decisión, en términos de
Machia et al. (2023). Naturalmente, plantear las rupturas de esta
manera asume que el que toma la decisión asume un rol activo e
inicia el proceso de ruptura. Es por esta razón, quizás,
que este tipo de teorías se enmarcan dentro de una visión
no patológica de las rupturas.
La
teoría del apego, por el contrario, ve a las rupturas como
experiencias altamente estresantes y comparables a otras formas de
pérdida o duelo (Fraley & Shaver, 2021). Muy
esquemáticamente, la teoría del apego parte de las
observaciones de John Bowlby acerca de la necesidad biológica,
evolutiva y emocional de los niños de 0 a 3 años de
estar en proximidad con sus progenitores o figuras de referencia.
Esta cercanía permite desarrollar pautas a futuro para
relacionarse con otras personas de manera segura y estable.
Seguidores de Bowlby postularon luego que el apego podía ser o
bien seguro (e.g., niños que confían en que los padres
están cerca y por lo tanto pueden explorar el mundo) o bien
inseguro (e.g., no saber si los padres están cerca), y éste
último también podría derivarse en un apego
ansioso (e.g., reacciones de ansiedad ante la pérdida del
progenitor) o un apego evitativo (e.g., no estar seguro de si el
progenitor estará o no y por lo tanto desconfiar de esa ayuda
o desesperanzarse al respecto) (Ainsworth, 1979). Cuando la figura de
apego no está disponible, se produce una secuencia de
reacciones, habitualmente llamada reacción de apego: protesta
(por ejemplo a través del llanto para llamar a su cuidador),
desesperanza (dejar de moverse para no atraer depredadores ni
lastimarse a ellos mismos) y desapego(retomar las actividades sin sus
cuidadores). Notablemente, estas reacciones de los niños
recién nacidos se han demostrado que también están
presentes en los adultos cuando sus parejas se encuentran, por alguna
razón, inaccesibles. En adultos también se da un estado
de shock al enterarse, seguido de una reacción inicial de
enojo y conductas de búsqueda, y luego el cese de conductas de
búsqueda y una reclusión interna (Hazan & Shaver,
1987). Uno de los descubrimientos relacionados con esta posición
teórica es que las personas con apego inseguro de tipo ansioso
generalmente tienen mayor malestar luego de una ruptura (Borelli et
al., 2019), así como también son las personas que mayor
ambivalencia tienen con respecto a quedarse o salir de una relación
de pareja (Joel & Page-Gould,
2018). Comparados con gente casada, aquellos que están
separados o divorciados informan mayores niveles de distrés
psicológico, síntomas psiquiátricos y tienen
mayores chances de tener un trastorno mental crónico (e.g.,
Kessler et al., 2005). De forma relacionada con la teoría del
apego, la teoría del duelo complicado postula que las
emociones asociadas a perder un ser querido son similares a las
emociones que ocurren cuando una relación termina, es así
que existe cierto paralelismo en la expresión de síntomas
que se dan en común entre ambos tipos de pérdida (i.e.,
rumiación, pensamientos intrusivos, sentimientos de soledad,
tristeza, Horowitz, 1992). Esta teoría se complementa, según
los autores, con la teoría del apego, ya que la misma
explicaría que las fluctuaciones emocionales de una ruptura
variarán en función del tipo de apego. En este sentido,
las personas que han desarrollado un estilo de apego inseguro tienden
a rumiar más por la pérdida y prolongan más de
lo debido sus sentimientos de ira (Sbarra, 2006).
Conclusiones
Como
puede observarse dentro de esta esquemática entrada, las
rupturas amorosas tienen su propio peso en las investigaciones
psicológicas, sociológicas o interdisciplinarias.
Independientemente de la forma en que se las conceptualiza, o la
forma o diseño de investigación en que se las elija
estudiar, conocer tanto qué es lo que lleva a una ruptura
amorosa a sus participantes, como qué aspectos facilitan una
salida óptima hacia una vida saludable luego de acontecida,
son de vital importancia para elaborar estrategias preventivas o,
eventualmente, para sumar estrategias que pueden incorporarse en los
tratamientos de las personas que estén pasando por una
situación de estas características y vean que sus
recursos de afrontamiento no son lo suficientemente buenos al
respecto. No obstante, aún hay muchas cuestiones que podrían
mejorar este tipo de investigaciones. Solo a modelo de ejemplo,
existe un gran vacío en investigaciones desde una óptica
transcultural al respecto; no solamente faltan estudios en otros
países o culturas por fuera de la cultura anglosajona o
regiones de Norteamérica y Europa, si no también faltan
estudios que comparen explícitamente distintas variables
relacionadas con el estudio de las rupturas en distintos países
o grupos culturales (e.g., Arana et al., en prensa). Así y
todo, los datos acumulados en estas últimas dos décadas
han sido auspiciosos en términos del crecimiento de este
fructífero campo y de los resultados que está generando
y traduciéndose para mejorar la calidad de vida de las
personas que pasan por una ruptura amorosa y tienen dificultades en
sobrellevarla.
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