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Aislamiento, COVID-19, Miedo, Pandemia  
     

 
COVID- 19: Temores de los argentinos en pandemia según grupo de convivencia
 
Ceberio, Marcelo R.
Laboratorio de Investigación en Neurociencias y Ciencias Sociales (LINCS)-Escuela Sistémica Argentina
Universidad de Flores (UFLO)
 
Jones, Gilda
Laboratorio de Investigación en Neurociencias y Ciencias Sociales (LINCS)-Escuela Sistémica Argentina-
Universidad de Flores
 
Benedicto, Gabriela
Laboratorio de Investigación en Neurociencias y Ciencias Sociales (LINCS)-Escuela Sistémica Argentina-
Universidad de Flores
 
Kraser, Paula
Laboratorio de Investigación en Neurociencias y Ciencias Sociales (LINCS)-Escuela Sistémica Argentina-
Universidad de Flores
 
Cejudo, Carlos M.
Laboratorio de Investigación en Neurociencias y Ciencias Sociales (LINCS)-Escuela Sistémica Argentina-
Universidad de Flores
 

 

Introducción

A partir de la crisis sanitaria mundial por el COVID-19 desatada en marzo del 2020 (OMS, 2020), se implementaron medidas a nivel mundial para contenerla, entre ellas: distanciamiento social, uso de mascarillas y la cuarentena obligatoria (OMS, 2020).

En Argentina este plan se puso en práctica a partir del 20 de marzo. Desde un primer momento se hizo hincapié en la preservación física de la salud, relegando las implicancias psicológicas de la pandemia en sí misma y de las medidas tomadas para prevenir el contagio. El 14 de mayo, la OMS, alertaba que la situación actual (a la fecha) la pandemia y el consecuente aislamiento, generaban emociones como miedo, ansiedad, angustia e incertidumbre que, sumado a la crisis económica, pueden causar trastornos psicológicos (OMS, 2020).

Teniendo en cuenta la trascendencia de la situación de pandemia, aparece como uno de los principales protagonistas el miedo, aunque dependerá de la percepción subjetiva que cada individuo tenga de los diferentes hechos (Ceberio et al., 2021a). Si bien, el estado es de vulnerabilidad contextual, cada ser humano gestionará subjetivamente sus emociones a partir de las atribuciones de significado que le otorgarán al hecho. Es decir, hay tantas pandemias como personas sobre el planeta (Ceberio, 2020a, Ceberio et al., 2020b).

Con la implementación de las cuarentenas prolongadas se derivan consecuencias psicológicas importantes expresadas en síntomas tales como enojo, ansiedad, irritabilidad, depresión y disfuncionalidades varias en la vida cotidiana (Ceberio et al., 2021b; Iacub et al., 2021; Santamaría et al., 2020). Diversos estudios informaron efectos psicológicos negativos incluyendo síntomas de estrés postraumático (TEPT), confusión e ira, relacionado a la cuarentena, temor al contagio y a pérdidas financieras (Kira et al., 2021; Lund et al., 2020; Brooks et al., 2020). Las personas en situación de cuarentena han presentado niveles elevados de estrés, ansiedad, depresión y angustia psicológica (Jurado et al., 2020; Jurado et al., 2020b; Ceberio et al., 2020; Ozamiz-Etxebarria, et al., 2020; Nicolini, 2020, Prieto-Molinaria, et al., 2020). Los investigadores pronostican que, a largo plazo, aumenten los cuadros de depresión, ansiedad y estrés postraumático (Conor, 2020). Estos resultados implican que el impacto psicosocial de la pandemia y el confinamiento consecuente, pueden crear dificultades por los niveles de síntomas que puedan acarrearse en un futuro mediato.

Tomando este evento como un potencial criterio A del DSM-5 para TEPT (APA, 2013) y teniendo en cuenta que se derivan diferentes aristas, ya que tanto la pandemia como las medidas asociadas generan vulnerabilidad por múltiples razones (riesgo de muerte, aislamiento, pérdidas económicas, etc.), resulta interesante explorar de donde emergen los mayores temores de la población. En el presente estudio se investigaron los temores según el grupo de convivencia. Este trabajo fue realizado a través de una encuesta anónima y voluntaria en forma online y se consideró relevante evaluar los temores, ya que éstos son los que pueden condicionar la conducta de la población derivando posiblemente en diferentes patologías.

La reclusión obligatoria también implicó un impacto potencialmente traumático, puesto que es un método absolutamente antinatural ya que el hombre es un ser social por naturaleza (Ordóñez y Vázquez, 2020; Chauvin y Lenin, 2021; Bozdağ, 2021; Silver, 2020, Ausín, 2021, Gomez, 2021). Las personas están acostumbradas a vivir en primera instancia en comunidad y su desarrollo se hace a partir de integrarse a diferentes grupos sociales, que le permiten establecer lazos de amistad mediante comunidades, educación, deportes, trabajo, etc.

El primer grupo en el que las personas inician sus relaciones humanas es la familia en la que se incluye la pareja. Su responsabilidad es la de la socialización primaria, de manera tal que la modalidad vincular establecida con sus miembros intervienen sobre el desarrollo y la forma de socializar entre sí y con los demás componentes de la sociedad en que forman parte (Losada, 2015).

 

Los grupos de convivencia: Familias y parejas

La familia puede ser considerada como la célula nuclear de la sociedad. Pautas socioculturales, reglas familiares, códigos comunicacionales de convivencia, sistema de creencias y significados, funciones, escala de valores, figuras identificatorias, tipos de relaciones y vínculos, son los condimentos que se desarrollan en el caldero familiar y que, a posteriori del proceso de individuación, se reproducen -por opuesto o similitud- en otros grupos o constituciones de otras familias (Ceberio y Serebrinsky, 2011). Los nuevos paradigmas de conocimiento, como la Teoría de sistemas (Bertalanffy, 1968) o la Cibernética (Wiener, 1975, 1979), no permiten analizarla como una suma de componentes individuales sino como un todo organizado, un sistema reglado en el cual todas las partes tienen su importancia en el funcionamiento.

Minuchin (1982) señalaba que las funciones de la familia poseían dos objetivos: la protección psicosocial de sus miembros y la acomodación a una cultura y a su transmisión. En un proceso de socialización, la familia moldea la conducta de un hijo y le otorga un sentido de identidad, y si bien constituye la matriz del desarrollo psicosocial de sus miembros, también debe acomodarse a la sociedad, garantizando de alguna manera, la continuidad de la cultura. En un sentido evolutivo, la familia cambiará en la medida en que la sociedad se modifique (Ceberio, 2010).

La familia como matriz de intercambio, se constituye en uno de los pilares principales de la vida psíquica de las personas. Es la base de la constitución de un modelo relacional que permite crear otras relaciones, desde las laborales, de amistad, pareja, hasta la construcción de una nueva familia. Como microsistema, la familia se halla dentro del sistema social, y ha sufrido los cambios de la sociedad en forma paralela (Minuchin, 1982).Además, la familia provee a cada uno de sus integrantes un sentimiento de identidad independiente que se encuentra mediatizado, en cierta medida, por el sentido de pertenencia. Es en el proceso de individuación (Bowen, 2016; Friedman, 1991), donde cada uno de los hijos de una familia comienza a ser alguien, más allá de su clan. Es este proceso, la cimiente de la identidad de las personas que, en general, -como señalábamos renglones arriba- se erigen como portavoces de sus familias de origen, tanto en concordancia como en divergencia. Es de remarcar, entonces, que no es necesario reproducir de manera fiel las bases y características de familia de origen, es decir, no es una relación directamente proporcional, puede ser inversa. Aunque, es indefectible que la familia de origen se constituya en el paradigma para la adhesión o el disenso de sus reglas y demás rasgos, que se expresa en las características y estilo de personalidad de cada uno de sus integrantes (González Benítez, 2000). Pero tales identificaciones no solo implican a constructos personales y cognitivos, o sea, no solamente demarcan fronteras de estilos de personalidad, sino que también se tienden a reproducir pautas de interacción, juegos relacionales y formas de emocionar y manifestar afectos.

En un proceso de socialización, la familia moldea la conducta de un hijo y le otorga un sentido de identidad, y si bien constituye la matriz del desarrollo psicosocial de sus miembros, también debe acomodarse a la sociedad, garantizando de alguna manera, la continuidad de la cultura. En un sentido evolutivo, la familia cambiará en la medida en que la sociedad cambie. O sea, los cambios siempre se orientan desde la sociedad hacia la familia, nunca desde una unidad más pequeña a una mayor. Aunque no se observa con mucha frecuencia, la familia normal puede describirse como un sistema abierto, con flexibilidad de pautas, en constante transformación y que permanentemente interactúa con otros grupos de la sociedad y se acomoda a sus demandas y propuestas. El requisito de sistema abierto, entonces, sería conditio sine qua non para una familia considerada funcional (Herrera Santí, 1997).

Minuchin (1982), señala que una familia normal se caracteriza por tres componentes. El primero define a la familia como la estructura de un sistema sociocultural abierto en proceso de transformación. El segundo, muestra a una familia que se desarrolla a través de un cierto número de etapas y que se reestructura en cada una de ellas. Por último, la familia normal se adapta a las circunstancias cambiantes. Esta acomodación le permite mantener una continuidad y desenvolver un crecimiento psicosocial en cada miembro.

Definimos, entonces, a la familia como un sistema relacional que supera y articula entre sí los diversos componen­tes indivi­duales. Es un sistema autocorrectivo, autogobernado por reglas que se desarrollan, evolucionan y se instauran a través del tiem­po por medio de ensayos y errores. En síntesis, una familia funcional se defi­ne como un sistema constituido por varias unidades en rela­ción, que posee una interacción dinámica y constante de intercam­bio con el mundo externo (Selvini Palazzoli, 1989).

Por lo tanto, perder este ambiente social primario con un aislamiento puede entenderse como un factor "anti-natural" para el ser humano, siendo este el primer evento pandémico mundial con confinamiento nacional obligatorio y prorrogable. Quiere decir que este elemento conformado por la dupla pandemia-aislamiento, se formaliza como una amenaza impregnada de miedo, angustia, ansiedad e incertidumbre en muchos niveles de la vida de los individuos, esencialmente frente a la posibilidad de enfermar (Cuenya et al., 2011; Ceberio et. al., 2020a, 2020b; Tomás-Sábado, 2020).

De la misma manera que caracterizamos a la estructura familiar, se hace necesario describir a la pareja como la cimiente de la familia. También fue una de las convivencias que se consolidaron en la reclusión. La pareja es la interacción de dos personas que se interinfluencian de manera complementaria, que comparten una parte de sus actividades de vida y que poseen proyectos en común pero también proyectos personales de cada integrante. Una pareja intenta ser pareja, es decir, equilibrada y estable (Ceberio, 2017).

La pareja posee como todo humano un ciclo vital. Algunos autores (Haley, 1976; Campo y Linares 2002; Carena y Sutich, 2007) observan que la primera etapa se inicia cuando los integrantes de la pareja empiezan a pensar en construir un vínculo estable. A posteriori, el noviazgo, la estabilidad, la venida y crianza de los hijos, la partida de los mismos y el nido vacío, la vejez compartida y toda una serie de crisis por la que deberá atravesar, lo que implica que la pareja como base constitutiva familiar, establece las bases de una vida compartida y de una gran relevancia y estatus afectivo (Ceberio, 2017).

De ese intercambio electivo que realizan dos personas que tratan de complementarse, surge una unidad: la pareja. Campo y Linares (2002) señalan que una pareja se conforma cuando dos personas procedentes de familias distintas toman la decisión de construir un vínculo afectivo en pos de compartir juntos un proyecto. Esto incluye intercambiar mutuamente actividades, situaciones, economía, responsabilidades, hijos y demás experiencias de vida, en un espacio que excluye a otros y que a la vez interactúa con el entorno social. Cuando dos personas componen una pareja, integran un sistema de alta complejidad. Ambos, como adultos aportan a la relación enormes potenciales de pensamiento, estilos emocionales y acciones más o menos sistematizadas, que interactúan entre sí en un tiempo presente no solo en convergencia con la historia personal de cada uno, sino que lo hacen con cada uno con sus respectivos pasados, cargados de recuerdos y experiencias.

Tanto en esta descripción de la familia como la de la pareja, se observan que son dos fuentes de nutrición relacional (Linares, 1996), y la situación de la pandemia y el aislamiento constituyeron situaciones de crisis por la que debieron atravesar y esto se encuentra caracterizando la situación y mostrando una serie de particularidades (Alfonso Hermenejildo y Buenaño Cercado, 2021). De todas maneras, son diferentes formas de vivir la pandemia, si se la pasó de manera individual, en pareja, en familia, en compañía de mascotas. Las percepciones desde la individualidad en un espacio, hasta la vivencia compartida con otros, seguramente cambia la perspectiva, agravando o minimizando la situación.

 

Objetivo general

Explorar los temores surgidos en la población argentina a partir de la declaración de la pandemia en marzo del 2020.

 

Objetivos específicos

1. Describir los temores de las personas que conviven con su familia.

2. Describir los temores de las personas que conviven con su pareja.

3. Describir los temores de las personas que viven solas/s.

4. Describir los temores de las personas que conviven con sus mascotas.

 

Método

Se realizó un estudio transversal descriptivo mediante la distribución online de encuestas (Hernández-Sampieri, Fernández y Batista, 2010). El método de muestreo fue no probabilístico por medio de voluntarios y el relevamiento se realizó mediante un formulario auto-administrado, que se hizo circular en las redes sociales. Este estudio contó con una muestra incidental, compuesta por 912 participantes, entre 18 y 82 años de edad, de los cuales 629 fueron mujeres y 282 varones, representando el 69% y el 31% respectivamente. Una persona declaró pertenecer a otro género.

El 100% fueron argentinos cuya composición geográfica se encuentra dividida en Buenos Aires (36,7%), CABA (27,5%), Chubut (14,5%), Córdoba (8,3%), Santa Fe (6,4%) y una participación menor al 1,5% para el resto de las provincias siendo Catamarca y San Luis las de menor participación con un 0,1%. Asimismo, se ha segmentado la composición según grupo de convivencia resultando: 54% para quienes han indicado que viven con sus familias, un 25% convive con su pareja, 15% sola/o y un 5% ha seleccionado la opción de convivencia con su mascota.

Se definieron categorías mutuamente excluyentes, habilitando una opción de respuesta abierta, para garantizar que, además, el conjunto de respuestas sea exhaustivo. Las respuestas eran de opción múltiple. El protocolo fue distribuido a través de las redes sociales por la plataforma de Google forms. La participación fue anónima y voluntaria.

 

Resultados

Para la interpretación de los resultados se segmenta la muestra en cuatro categorías (Convive con su familia / Convive con su pareja / Vive solo-a / Convive con su mascota), dividiéndolas a su vez, en niveles de temor BAJO, MEDIO y ALTO respecto al aislamiento {ver tabla 1}

Convive con su familia: Como se mencionó, esta categoría representa el 54% de la muestra que ha manifestado convivir con su familia. Se expresa a continuación el resultado porcentual de los niveles de temor.

Conviven con su pareja: Representando el 25% de la muestra se detalla los niveles de temor para esta categoría. {ver tabla 2}

Vive sola/o: Ocupa el tercer puesto respecto a la muestra con un 15% del total:3 {ver tabla 3}

Convive con su mascota: La cuarta y última categoría con un 5% y el detalle de los niveles de temor resultó de la siguiente manera. {ver tabla 4}

En la siguiente tabla se observa el recuento de cada categoría respecto al nivel de temores en aislamiento. {ver tabla 5}

En el siguiente gráfico se observan los niveles de temor según categoría {ver figura 1}

Asimismo, se detalla a continuación las tablas resultantes de los temores con mayor incidencia dentro de cada variable de grupo de convivencia analizada {ver tabla 6} {ver tabla 7} {ver tabla 8} {ver tabla 9}

 

Discusión

Son numerosas las referencias científicas que describen diversas emociones producto del aislamiento y la pandemia del COVID 19. El miedo, la ansiedad, la angustia fueron los primeros componentes de una terna emocional propulsada por la incertidumbre en el primer mes de pandemia (Ceberio et al., 2021b) donde el miedo aparece como uno de los principales protagonistas (Cedeño et al., 2020; Scholz, 2020; Becerra et al., 2020; Vera, 2020; Mertens et al.,2020). Pero la emoción del miedo dependerá de la percepción subjetiva que cada individuo tenga de las diferentes situaciones que se le presentaron en pandemia (Ceberio et al., 2021b).

Al analizar los datos que arroja la presente investigación, se puede afirmar que el grupo de convivencia de cada individuo también será un factor que determine la valoración (bajo/medio/alto) del "miedo" que se siente frente al suceso pandemia. Pero debemos tomar en cuenta que la representatividad de la muestra se encuentra delimitada por porcentajes desiguales puesto que el 54% eran convivientes en familia, mientras que las parejas abarcaron al 25 % del total, y los porcentajes menores se observan en la Personas solas (15%) y los convivientes con mascotas (5%).

Los miedos de media intensidad oscilaron desde un 72 % con los convivientes en familia y hasta un 61 % de las personas que vivían solas y con porcentajes intermedios (68% y 70% en personas con mascotas y en parejas respectivamente) más cercanos a la máxima intensidad registrada (72%). Es decir que cuantitativamente no se observan grandes cambios en los niveles medio del Miedo.

Y en la discriminación de los valores de miedo "alto", observa una gran concordancia de los cuatro grupos discriminados que oscilan entre 10 y 15 %. Mientras que, en los niveles bajos de miedo, las personas solas han mostrado un menor nivel de intensidad de miedo de un 29 %, al contrario de los convivientes en familia (14%) conjuntamente con los convivientes en pareja (16%). Los habitantes con mascotas se situaron en el nivel intermedio que se encuentra en 22%.

Observando los resultados, quienes viven solas/os presentan un porcentaje mayor en el nivel bajo de temor, es decir, percibieron o sintieron menos miedos en general, como también en los tres niveles registran menor porcentaje de miedo alto y medio, por lo tanto, se vieron incrementados los valores del miedo bajo. Mientras que proporciones inversas se observaron en los convivientes en familia, donde se incrementan los miedos medios y los altos. Notablemente, en términos de hipótesis, se esperaba que la amortiguación y nutrición afectiva familiar hiciera disminuir los valores cuantitativos de los miedos, sin embargo, no se dio así. Repensando tal hipótesis, seguramente el miedo a que se contagie uno de los integrantes de la familia (en función de la cotidianidad afectiva), como también el riesgo de muerte que, más a los inicios de la pandemia, se asociaba el contagio, incrementó los porcentajes de la muestra en los convivientes en familia. Esto se corroboró en la discriminación de los miedos, donde se observa más específicamente a qué área se dirige el miedo de cada grupo. En el grupo familia, el miedo a que "se muera un ser querido", como los valores de contagio (tanto a alguien como a si mismo) rondan y exceden el 30%, con valores cercanos a este porcentaje en los miedos a "no poder ver a la familia" o "no concretar proyectos".

En la pareja estos valores de la convivencia familiar se reducen prácticamente al 50% de la muestra, y en la misma proporción descienden los valores en la que vivieron solos y con su mascota. Es decir, desde el grupo familiar, a la pareja, grupo de solos y convivientes con mascotas, en esa orientación la reducción del 50% con el grupo anterior fue absolutamente proporcional. Tengamos en cuenta, que a pesar de que la muestra no es muy representativa en función de la cantidad de personas de estos dos últimos grupos (Solos y convivencia con mascotas), los porcentajes mostraron una menor incidencia del temor en estos grupos ya que presentaron mayores porcentajes en los bajos niveles de miedo. También se observa otro detalle: las mujeres abarcaron un 69% de la muestra contra el 31% de los varones, esto estaría hablando de la imposibilidad de aseverar con cierta certeza la interpretación de tales porcentajes puesto que las mujeres duplican los varones en la muestra.

En una segunda línea que va del 20 al 10% en la convivencia en familia, se encuentran las imposibilidades a ser atendidos médicamente, al confinamiento y a qué por esta situación el dinero no permita vivir con cierta comodidad. Aquí también se muestra que según la longitud del confinamiento, la pandemia se siente que nunca termina. Estos son ítems que se relacionan con la incertidumbre cotidiana y práctica (Pinchak, 2020; Ganuza, 2021; Carrió, 2020;) y las cuestiones de soledad que se juegan de hecho si había internación (Ceberio, 2011; Consuegra-Fernández y Fernández-Trujillo, 2020; Romero y Suárez, 2020; Ausin, 2021) como también otras cuestiones más cotidianas que se relacionan con la escolaridad online, con el trabajo y la posibilidad de perderlo entre otros. En los otros grupos sucede el mismo correlato en porcentajes dentro de cada uno, donde la escala decreciente del miedo sigue el mismo orden que la familia pero con porcentajes menores.

En los porcentajes por debajo del 10% en la familia, y que no poseen gran relevancia, se observan el miedo a enfermarse de otras enfermedades que no sean el COVID-19, o no tener acceso a la vacuna, además de las dificultades para mandar a los hijos a la escuela, o la discriminación al contagiado, o el temor a la imposibilidad de trabajar home-office y con porcentajes mucho menores, el miedo a salir a la calle en porcentajes. Estos valores que rondan el 5% o 4%, no resultan significativos en función de otorgarle relevancia a estos miedos y de la misma manera aparecen como irrelevantes en el resto de los grupos estos últimos ítems, ya que se reducen notablemente en porcentajes.

 

Conclusiones

Le Doux (1999) afirma que las emociones ejercen funciones biológicas fundamentales que son el resultado de la evolución y de factores epigenéticos que dependen del contexto: por ejemplo, situaciones vividas o diversas experiencias relacionales demuestran que el impacto emocional de toda acción del contexto (principalmente situaciones traumáticas) modificará desde comportamientos hasta la alteración de la función de los genes generando consecuentemente un fenotipo determinado.

Si bien, una importante cantidad de estudios recientes informan sobre el impacto psicológico durante la cuarentena por el COVID-19, resultó necesario pensar cual fue el impacto emocional del miedo que dejará la situación traumática de la pandemia. Hemos visto que el miedo es una emoción básica y notable, y a pesar de convivir en familia, los miedos se acrecentaron porque, al mismo tiempo que los integrantes se sienten protegidos por el vínculo amoroso, en paralelo aparece el miedo a la pérdida, al contagio, etc. Es decir, tanto más se tiene a la familia, más aparece el miedo a perderlos.

Los datos recolectados en esta investigación podrían ser utilizados como herramientas para informar y reflexionar acerca de estrategias que puedan orientar a las políticas y estrategias de salud mental, a fin de poner en marcha programas de prevención primaria, de orientación y asistencia clínica, como así también tomar noción de la importancia de contar con una red de apoyo y psicoeducación para mitigar las consecuencias psicológicas que la pandemia pudiera estar dejando.

 

Referencias

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10ma Edición - Junio 2023
 
 
Figura 1
 
 
Tabla 1
 
 
Tabla 2
 
 
Tabla 3
 
 
Tabla 4
 
 
Tabla 5
 
 
Tabla 6
 
 
Tabla 7
 
 
Tabla 8
 
 
Tabla 9
 
 
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