Introducción
A
partir de la crisis sanitaria mundial por el COVID-19 desatada en
marzo del 2020 (OMS, 2020), se implementaron medidas a nivel mundial
para contenerla, entre ellas: distanciamiento social, uso de
mascarillas y la cuarentena obligatoria (OMS, 2020).
En
Argentina este plan se puso en práctica a partir del 20 de
marzo. Desde un primer momento se hizo hincapié en la
preservación física de la salud, relegando las
implicancias psicológicas de la pandemia en sí misma y
de las medidas tomadas para prevenir el contagio. El 14 de mayo, la
OMS, alertaba que la situación actual (a la fecha) la pandemia
y el consecuente aislamiento, generaban emociones como miedo,
ansiedad, angustia e incertidumbre que, sumado a la crisis económica,
pueden causar trastornos psicológicos (OMS, 2020).
Teniendo
en cuenta la trascendencia de la situación de pandemia,
aparece como uno de los principales protagonistas el miedo, aunque
dependerá de la percepción subjetiva que cada individuo
tenga de los diferentes hechos (Ceberio et al., 2021a). Si bien, el
estado es de vulnerabilidad contextual, cada ser humano gestionará
subjetivamente sus emociones a partir de las atribuciones de
significado que le otorgarán al hecho. Es decir, hay tantas
pandemias como personas sobre el planeta (Ceberio, 2020a, Ceberio et
al., 2020b).
Con
la implementación de las cuarentenas prolongadas se derivan
consecuencias psicológicas importantes expresadas en síntomas
tales como enojo, ansiedad, irritabilidad, depresión y
disfuncionalidades varias en la vida cotidiana (Ceberio et al.,
2021b; Iacub et al., 2021; Santamaría et al., 2020). Diversos
estudios informaron efectos psicológicos negativos incluyendo
síntomas de estrés postraumático (TEPT),
confusión e ira, relacionado a la cuarentena, temor al
contagio y a pérdidas financieras (Kira et al., 2021; Lund et
al., 2020; Brooks et al., 2020). Las personas en situación de
cuarentena han presentado niveles elevados de estrés,
ansiedad, depresión y angustia psicológica (Jurado
et al., 2020;
Jurado et al., 2020b; Ceberio et al., 2020; Ozamiz-Etxebarria,
et al.,
2020; Nicolini, 2020, Prieto-Molinaria, et al., 2020).
Los investigadores pronostican que, a largo plazo, aumenten los
cuadros de depresión, ansiedad y estrés postraumático
(Conor, 2020). Estos resultados implican que el impacto psicosocial
de la pandemia y el confinamiento consecuente, pueden crear
dificultades por los niveles de síntomas que puedan acarrearse
en un futuro mediato.
Tomando
este evento como un potencial criterio A del DSM-5 para TEPT (APA,
2013) y teniendo en cuenta que se derivan diferentes aristas, ya que
tanto la pandemia como las medidas asociadas generan vulnerabilidad
por múltiples razones (riesgo de muerte, aislamiento, pérdidas
económicas, etc.), resulta interesante explorar de donde
emergen los mayores temores de la población. En el presente
estudio se investigaron los temores según el grupo de
convivencia. Este trabajo fue realizado a través de una
encuesta anónima y voluntaria en forma online y se consideró
relevante evaluar los temores, ya que éstos son los que pueden
condicionar la conducta de la población derivando posiblemente
en diferentes patologías.
La
reclusión obligatoria también implicó un impacto
potencialmente traumático, puesto que es un método
absolutamente antinatural ya que el hombre es un ser social por
naturaleza (Ordóñez y Vázquez, 2020; Chauvin
y Lenin, 2021; Bozdağ, 2021; Silver, 2020, Ausín, 2021,
Gomez, 2021).
Las personas están acostumbradas a vivir en primera instancia
en comunidad y su desarrollo se hace a partir de integrarse a
diferentes grupos sociales, que le permiten establecer lazos de
amistad mediante comunidades, educación, deportes, trabajo,
etc.
El
primer grupo en el que las personas inician sus relaciones humanas es
la familia en la que se incluye la pareja. Su responsabilidad es la
de la socialización primaria, de manera tal que la modalidad
vincular establecida con sus miembros intervienen sobre el desarrollo
y la forma de socializar entre sí y con los demás
componentes de la sociedad en que forman parte (Losada, 2015).
Los
grupos de convivencia: Familias y parejas
La
familia puede ser considerada como la célula nuclear de la
sociedad. Pautas socioculturales, reglas familiares, códigos
comunicacionales de convivencia, sistema de creencias y significados,
funciones, escala de valores, figuras identificatorias, tipos de
relaciones y vínculos, son los condimentos que se desarrollan
en el caldero familiar y que, a posteriori del proceso de
individuación, se reproducen -por opuesto o similitud- en
otros grupos o constituciones de otras familias (Ceberio y
Serebrinsky, 2011). Los nuevos paradigmas de
conocimiento, como la Teoría de sistemas (Bertalanffy, 1968) o
la Cibernética
(Wiener, 1975, 1979), no permiten analizarla como una suma de
componentes individuales sino como un todo organizado, un sistema
reglado en el cual todas las partes tienen su importancia en el
funcionamiento.
Minuchin
(1982) señalaba que las funciones de la familia poseían
dos objetivos: la protección psicosocial de sus miembros y la
acomodación a una cultura y a su transmisión. En
un proceso de socialización, la familia moldea la conducta de
un hijo y le otorga un sentido de identidad, y si bien constituye la
matriz del desarrollo psicosocial de sus miembros, también
debe acomodarse a la sociedad, garantizando de alguna manera, la
continuidad de la cultura. En un sentido evolutivo, la familia
cambiará en la medida en que la sociedad se modifique
(Ceberio, 2010).
La
familia como matriz de intercambio, se constituye en uno de los
pilares principales de la vida psíquica de las personas. Es la
base de la constitución de un modelo relacional que permite
crear otras relaciones, desde las laborales, de amistad, pareja,
hasta la construcción de una nueva familia. Como
microsistema, la familia se halla dentro del sistema social, y ha
sufrido los cambios de la sociedad en forma paralela (Minuchin,
1982).Además,
la familia provee a cada uno de sus integrantes un sentimiento de
identidad independiente que se encuentra mediatizado, en cierta
medida, por el sentido de pertenencia. Es en el proceso de
individuación (Bowen, 2016; Friedman, 1991), donde cada uno de
los hijos de una familia comienza a ser alguien, más allá
de su clan. Es este proceso, la cimiente de la identidad de las
personas que, en general, -como señalábamos renglones
arriba- se erigen como portavoces de sus familias de origen, tanto en
concordancia como en divergencia. Es de remarcar, entonces, que no es
necesario reproducir de manera fiel las bases y características
de familia de origen, es decir, no es una relación
directamente proporcional, puede ser inversa. Aunque, es indefectible
que la familia de origen se constituya en el paradigma para la
adhesión o el disenso de sus reglas y demás rasgos, que
se expresa en las características y estilo de personalidad de
cada uno de sus integrantes
(González Benítez, 2000).
Pero tales identificaciones no solo implican a constructos personales
y cognitivos, o sea, no solamente demarcan fronteras de estilos de
personalidad, sino que también se tienden a reproducir pautas
de interacción, juegos relacionales y formas de emocionar y
manifestar afectos.
En
un proceso de socialización, la familia moldea la conducta de
un hijo y le otorga un sentido de identidad, y si bien constituye la
matriz del desarrollo psicosocial de sus miembros, también
debe acomodarse a la sociedad, garantizando de alguna manera, la
continuidad de la cultura. En un sentido evolutivo, la familia
cambiará en la medida en que la sociedad cambie. O sea, los
cambios siempre se orientan desde la sociedad hacia la familia, nunca
desde una unidad más pequeña a una mayor. Aunque no se
observa con mucha frecuencia, la familia normal puede describirse
como un sistema abierto, con flexibilidad de pautas, en constante
transformación y que permanentemente interactúa con
otros grupos de la sociedad y se acomoda a sus demandas y propuestas.
El requisito de sistema abierto, entonces, sería conditio
sine qua non
para una familia considerada funcional (Herrera
Santí, 1997).
Minuchin
(1982), señala que una familia normal se caracteriza por tres
componentes. El primero define a la familia como la estructura de un
sistema sociocultural abierto en proceso de transformación. El
segundo, muestra a una familia que se desarrolla a través de
un cierto número de etapas y que se reestructura en cada una
de ellas. Por último, la familia normal se adapta a las
circunstancias cambiantes. Esta acomodación le permite
mantener una continuidad y desenvolver un crecimiento psicosocial en
cada miembro.
Definimos,
entonces, a la familia como un sistema relacional que supera y
articula entre sí los diversos componentes individuales.
Es un sistema autocorrectivo, autogobernado por reglas que se
desarrollan, evolucionan y se instauran a través del tiempo
por medio de ensayos y errores. En síntesis, una familia
funcional se define como un sistema constituido por varias
unidades en relación, que posee una interacción
dinámica y constante de intercambio con el mundo externo
(Selvini Palazzoli, 1989).
Por
lo tanto, perder este ambiente social primario con un aislamiento
puede entenderse como un factor "anti-natural" para el
ser humano, siendo este el primer evento pandémico mundial con
confinamiento nacional obligatorio y prorrogable. Quiere decir que
este elemento conformado por la dupla pandemia-aislamiento, se
formaliza como una amenaza impregnada de miedo, angustia, ansiedad e
incertidumbre en muchos niveles de la vida de los individuos,
esencialmente frente a la posibilidad de enfermar (Cuenya et al.,
2011; Ceberio et. al., 2020a, 2020b; Tomás-Sábado,
2020).
De
la misma manera que caracterizamos a la estructura familiar, se hace
necesario describir a la pareja como la cimiente de la familia.
También fue una de las convivencias que se consolidaron en la
reclusión. La
pareja es la interacción de dos personas que se
interinfluencian de manera complementaria, que comparten una parte de
sus actividades de vida y que poseen proyectos en común pero
también proyectos personales de cada integrante. Una pareja
intenta ser pareja,
es decir, equilibrada y estable (Ceberio, 2017).
La
pareja posee como todo humano un ciclo vital. Algunos autores (Haley,
1976; Campo y Linares 2002;
Carena
y Sutich, 2007) observan que la
primera etapa se inicia cuando
los integrantes de la pareja empiezan a pensar en construir un
vínculo estable. A posteriori, el noviazgo, la estabilidad, la
venida y crianza de los hijos, la partida de los mismos y el nido
vacío, la vejez compartida y toda una serie de crisis por la
que deberá atravesar, lo que implica que la pareja como base
constitutiva familiar, establece las bases de una vida compartida y
de una gran relevancia y estatus afectivo (Ceberio,
2017).
De
ese intercambio electivo que realizan dos personas que tratan de
complementarse, surge una unidad: la pareja. Campo y Linares (2002)
señalan que una pareja se conforma cuando dos personas
procedentes de familias distintas toman la decisión de
construir un vínculo afectivo en pos de compartir juntos un
proyecto. Esto incluye intercambiar mutuamente actividades,
situaciones, economía, responsabilidades, hijos y demás
experiencias de vida, en un espacio que excluye a otros y que a la
vez interactúa con el entorno social.
Cuando
dos personas componen una pareja, integran un sistema de alta
complejidad. Ambos, como adultos aportan a la relación enormes
potenciales de pensamiento, estilos emocionales y acciones más
o menos sistematizadas, que interactúan entre sí en un
tiempo presente no solo en convergencia con la historia personal de
cada uno, sino que lo hacen con cada uno con sus respectivos pasados,
cargados de recuerdos y experiencias.
Tanto
en esta descripción de la familia como la de la pareja, se
observan que son dos fuentes de nutrición relacional (Linares,
1996), y la situación de
la pandemia y el aislamiento constituyeron situaciones de crisis por
la que debieron atravesar y esto se encuentra caracterizando la
situación y mostrando una serie de particularidades (Alfonso
Hermenejildo y Buenaño Cercado, 2021).
De todas maneras, son diferentes formas de vivir la pandemia, si se
la pasó de manera individual, en pareja, en familia, en
compañía de mascotas. Las percepciones desde la
individualidad en un espacio, hasta la vivencia compartida con otros,
seguramente cambia la perspectiva, agravando o minimizando la
situación.
Objetivo
general
Explorar
los temores surgidos en la población argentina a partir de la
declaración de la pandemia en marzo del 2020.
Objetivos
específicos
1.
Describir los temores de las personas que conviven
con su familia.
2.
Describir los temores de las personas que conviven
con su pareja.
3.
Describir los temores de las personas que viven solas/s.
4.
Describir los temores de las personas que conviven con sus mascotas.
Método
Se
realizó un estudio transversal descriptivo mediante la
distribución online de encuestas (Hernández-Sampieri,
Fernández y Batista,
2010). El método de muestreo fue no probabilístico por
medio de voluntarios y el relevamiento se realizó mediante un
formulario auto-administrado, que se hizo circular en las redes
sociales. Este estudio contó con una muestra incidental,
compuesta por 912
participantes, entre 18 y 82 años
de edad, de los cuales 629 fueron mujeres y 282 varones,
representando el 69% y el 31% respectivamente. Una persona declaró
pertenecer a otro género.
El
100% fueron argentinos cuya composición geográfica se
encuentra dividida en Buenos Aires (36,7%), CABA (27,5%), Chubut
(14,5%), Córdoba (8,3%), Santa Fe (6,4%) y una participación
menor al 1,5% para el resto de las provincias siendo Catamarca y San
Luis las de menor participación con un 0,1%. Asimismo,
se ha segmentado la composición según grupo de
convivencia resultando: 54% para quienes han indicado que viven con
sus familias, un 25% convive con su pareja, 15% sola/o y un 5% ha
seleccionado la opción de convivencia con su mascota.
Se
definieron categorías mutuamente excluyentes, habilitando una
opción de respuesta abierta, para garantizar que, además,
el conjunto de respuestas sea exhaustivo. Las respuestas eran de
opción múltiple. El protocolo fue distribuido a través
de las redes sociales por la plataforma de Google forms. La
participación fue anónima y voluntaria.
Resultados
Para
la interpretación de los resultados se segmenta la muestra en
cuatro categorías (Convive con su familia / Convive con su
pareja / Vive solo-a / Convive con su mascota), dividiéndolas
a su vez, en niveles de temor BAJO, MEDIO y ALTO respecto al
aislamiento {ver tabla 1}
Convive
con su familia: Como se
mencionó, esta categoría representa el 54% de la
muestra que ha manifestado convivir con su familia. Se expresa a
continuación el resultado porcentual de los niveles de temor.
Conviven
con su pareja: Representando
el 25% de la muestra se detalla los niveles de temor para esta
categoría. {ver tabla 2}
Vive
sola/o: Ocupa el tercer
puesto respecto a la muestra con un 15% del total:3 {ver tabla 3}
Convive
con su mascota: La cuarta y
última categoría con un 5% y el detalle de los niveles
de temor resultó de la siguiente manera. {ver tabla 4}
En
la siguiente tabla se observa el recuento de cada categoría
respecto al nivel de temores en aislamiento. {ver tabla 5}
En
el siguiente gráfico se observan los niveles de temor según
categoría {ver figura 1}
Asimismo,
se detalla a continuación las tablas resultantes de los
temores con mayor incidencia dentro de cada variable de grupo de
convivencia analizada {ver tabla 6} {ver tabla 7} {ver tabla 8} {ver tabla 9}
Discusión
Son
numerosas las referencias científicas que describen diversas
emociones producto del aislamiento y la pandemia del COVID 19. El
miedo, la ansiedad, la angustia fueron los primeros componentes de
una terna emocional propulsada por la incertidumbre en el primer mes
de pandemia (Ceberio et al., 2021b) donde el miedo aparece como uno
de los principales protagonistas (Cedeño et al., 2020; Scholz,
2020; Becerra
et al.,
2020; Vera, 2020; Mertens et al.,2020).
Pero la emoción del miedo dependerá de la percepción
subjetiva que cada individuo tenga de las diferentes situaciones que
se le presentaron en pandemia (Ceberio et al.,
2021b).
Al
analizar los datos que arroja la presente investigación, se
puede afirmar que el grupo de convivencia de cada individuo también
será un factor que determine la valoración
(bajo/medio/alto) del "miedo" que se siente frente al
suceso pandemia. Pero debemos tomar en cuenta que la
representatividad de la muestra se encuentra delimitada por
porcentajes desiguales puesto que el 54% eran convivientes en
familia, mientras que las parejas abarcaron al 25 % del total, y los
porcentajes menores se observan en la Personas solas (15%) y los
convivientes con mascotas (5%).
Los
miedos de media intensidad oscilaron desde un 72 % con los
convivientes en familia y hasta un 61 % de las personas que vivían
solas y con porcentajes intermedios (68% y 70% en personas con
mascotas y en parejas respectivamente) más cercanos a la
máxima intensidad registrada (72%). Es decir que
cuantitativamente no se observan grandes cambios en los niveles medio
del Miedo.
Y
en la discriminación de los valores de miedo "alto",
observa una gran concordancia de los cuatro grupos discriminados que
oscilan entre 10 y 15 %. Mientras que, en los niveles bajos de miedo,
las personas solas han mostrado un menor nivel de intensidad de miedo
de un 29 %, al contrario de los convivientes en familia (14%)
conjuntamente con los convivientes en pareja (16%). Los habitantes
con mascotas se situaron en el nivel intermedio que se encuentra en
22%.
Observando
los resultados, quienes viven solas/os presentan un porcentaje mayor
en el nivel bajo de temor, es decir, percibieron o sintieron menos
miedos en general, como también en los tres niveles registran
menor porcentaje de miedo alto y medio, por lo tanto, se vieron
incrementados los valores del miedo bajo. Mientras que proporciones
inversas se observaron en los convivientes en familia, donde se
incrementan los miedos medios y los altos. Notablemente, en términos
de hipótesis, se esperaba que la amortiguación y
nutrición afectiva familiar hiciera disminuir los valores
cuantitativos de los miedos, sin embargo, no se dio así.
Repensando tal hipótesis, seguramente el miedo a que se
contagie uno de los integrantes de la familia (en función de
la cotidianidad afectiva), como también el riesgo de muerte
que, más a los inicios de la pandemia, se asociaba el
contagio, incrementó los porcentajes de la muestra en los
convivientes en familia. Esto se corroboró en la
discriminación de los miedos, donde se observa más
específicamente a qué área se dirige el miedo de
cada grupo. En el grupo familia, el miedo a que "se muera un
ser querido", como los valores de contagio (tanto a alguien
como a si mismo) rondan y exceden el 30%, con valores cercanos a este
porcentaje en los miedos a "no poder ver a la familia" o
"no concretar proyectos".
En
la pareja estos valores de la convivencia familiar se reducen
prácticamente al 50% de la muestra, y en la misma proporción
descienden los valores en la que vivieron solos y con su mascota. Es
decir, desde el grupo familiar, a la pareja, grupo de solos y
convivientes con mascotas, en esa orientación la reducción
del 50% con el grupo anterior fue absolutamente proporcional.
Tengamos en cuenta, que a pesar de que la muestra no es muy
representativa en función de la cantidad de personas de estos
dos últimos grupos (Solos y convivencia con mascotas), los
porcentajes mostraron una menor incidencia del temor en estos grupos
ya que presentaron mayores porcentajes en los bajos niveles de miedo.
También se observa otro detalle: las mujeres abarcaron un 69%
de la muestra contra el 31% de los varones, esto estaría
hablando de la imposibilidad de aseverar con cierta certeza la
interpretación de tales porcentajes puesto que las mujeres
duplican los varones en la muestra.
En
una segunda línea que va del 20 al 10% en la convivencia en
familia, se encuentran las imposibilidades a ser atendidos
médicamente, al confinamiento y a qué por esta
situación el dinero no permita vivir con cierta comodidad.
Aquí también se muestra que según la longitud
del confinamiento, la pandemia se siente que nunca termina. Estos son
ítems que se relacionan con la incertidumbre cotidiana y
práctica (Pinchak,
2020; Ganuza, 2021; Carrió, 2020;) y las
cuestiones de soledad que se juegan de hecho si había
internación (Ceberio, 2011; Consuegra-Fernández
y Fernández-Trujillo, 2020; Romero y Suárez, 2020;
Ausin, 2021) como también otras cuestiones más
cotidianas que se relacionan con la escolaridad online, con el
trabajo y la posibilidad de perderlo entre otros. En los otros grupos
sucede el mismo correlato en porcentajes dentro de cada uno, donde la
escala decreciente del miedo sigue el mismo orden que la familia pero
con porcentajes menores.
En
los porcentajes por debajo del 10% en la familia, y que no poseen
gran relevancia, se observan el miedo a enfermarse de otras
enfermedades que no sean el COVID-19, o no tener acceso a la vacuna,
además de las dificultades para mandar a los hijos a la
escuela, o la discriminación al contagiado, o el temor a la
imposibilidad de trabajar home-office y con porcentajes mucho
menores, el miedo a salir a la calle en porcentajes. Estos valores
que rondan el 5% o 4%, no resultan significativos en función
de otorgarle relevancia a estos miedos y de la misma manera aparecen
como irrelevantes en el resto de los grupos estos últimos
ítems, ya que se reducen notablemente en porcentajes.
Conclusiones
Le
Doux (1999) afirma que las emociones ejercen funciones biológicas
fundamentales que son el resultado de la evolución y de
factores epigenéticos que dependen del contexto: por ejemplo,
situaciones vividas o diversas experiencias relacionales demuestran
que el impacto emocional de toda acción del contexto
(principalmente situaciones traumáticas) modificará
desde comportamientos hasta la alteración de la función
de los genes generando consecuentemente un fenotipo determinado.
Si
bien, una importante cantidad de estudios recientes informan sobre el
impacto psicológico durante la cuarentena por el COVID-19,
resultó necesario pensar cual fue el impacto emocional del
miedo que dejará la situación traumática de la
pandemia. Hemos visto que el miedo es una emoción básica
y notable, y a pesar de convivir en familia, los miedos se
acrecentaron porque, al mismo tiempo que los integrantes se sienten
protegidos por el vínculo amoroso, en paralelo aparece el
miedo a la pérdida, al contagio, etc. Es decir, tanto más
se tiene a la familia, más aparece el miedo a perderlos.
Los
datos recolectados en esta investigación podrían ser
utilizados como herramientas para informar y reflexionar acerca de
estrategias que puedan orientar a las políticas y estrategias
de salud mental, a fin de poner en marcha programas de prevención
primaria, de orientación y asistencia clínica, como así
también tomar noción de la importancia de contar con
una red de apoyo y psicoeducación para mitigar las
consecuencias psicológicas que la pandemia pudiera estar
dejando.
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