El
constructo de personalidad es un producto de la interacción
que a su vez influye sobre la misma. También constituye un
proceso constante que experimenta cambios a lo largo del tiempo y en
las diversas situaciones (contextos) en los que se desenvuelve la
interacción. Por otra parte, la personalidad puede ser
entendida como un potencial de conducta, que se activa a partir de
gatillos contextuales.
Los
comportamientos de autopresentación social (Fierro, 1996) de
un individuo –aquellos que comunican algo acerca de cómo
es él a los demás- retroalimentan la identidad, dan
sentido a la experiencia y refuerzan en ese sentido la narrativa
personal. El constructo de impronta
relacional
nos ayuda a entender ciertas cristalizaciones a nivel de la identidad
que tienen lugar en ciertos momentos críticos del ciclo vital
familiar y personal. Esas cristalizaciones rigidizan la interacción
y mantienen cierta estructura, limitando los cambios en el
pensamiento y en las propias interacciones en general, y los cambios
propiciados por ciertos contextos (por ej. el terapéutico) en
particular.
Una
definición de personalidad
En
otro lugar (Fernández Moya y Richard, 2018) presentamos una
definición amplia que nos permitió agrupar los
principales elementos que debía desarrollar el proceso de
elaboración de la teoría. Entendíamos allí
a la personalidad como "un constructo que surge de un proceso
extenso en el tiempo en el cual las interacciones pasadas (que
generaron improntas), y las interacciones presentes (que las
elicitan) se vinculan en un momento dado por las características
de una situación específica, en un contexto
determinado. Como corolario de dicho proceso tiene lugar un
comportamiento idiosincrásico, en el aquí y ahora,
propio del individuo, que como tal puede ser cabalmente significado,
comprendido y considerado como válido únicamente por él
mismo. Se configura de ese modo un patrón que tiende a
repetirse y que será identificado como tal por su contexto
significativo. Para las demás personas que participan de la
interacción -incluido el contexto significativo-, parte de
esos significados podrán ser compartidos, pero otros no. A
partir de esos significados, cada uno de los comunicantes emitirá
mensajes implícitos y eventualmente explícitos acerca
del comportamiento y del individuo en cuestión (es decir:
acerca de su personalidad). Al hacer esto, le devuelven al mismo una
cierta imagen de sí mismo. Esta imagen podrá coincidir
en mayor o menor medida con la que éste ha incorporado en el
continuo proceso interaccional de la crianza y la socialización,
en la construcción de su propia identidad" (Fernández
Moya y Richard, 2018).
Esta
definición comprende algunos elementos básicos comunes
a cualquier delimitación contemporánea del campo de la
personalidad en Psicología: la estabilidad del comportamiento
a lo largo del tiempo y entre diversas situaciones (consistencia), el
hecho idiosincrásico que caracteriza a la personalidad, los
comportamientos autorreferidos que hacen a la identidad.
Otros
conceptos que nutren esa definición provienen de fuera del
campo de la Psicología de la Personalidad: de los desarrollos
de la teoría sistémica y, más específicamente,
de la Teoría de la Comunicación Humana –como los
conceptos de impenetrabilidad y metacomunicación-, y de
desarrollos técnicos que provienen del campo de la psicología
clínica, en particular de la terapia estratégica
(definición de la relación, impronta relacional).
Observables
de conducta
El
primer esfuerzo de un teórico en nuestro campo actual –la
Psicología de la Personalidad- es encontrar observables de
conducta consistentes en conductas abiertas, pero también
implícitas o encubiertas. Comprendemos en este grupo las
cogniciones, con sus correspondientes emociones asociadas.
Consenso
o disenso entre los juicios del individuo, los del observador y el
comportamiento en la interacción
Desde
una perspectiva sistémica, el primer observable consiste en
que los
juicios sobre la personalidad de un individuo son emitidos por otro
individuo que interactúa con el primero.
Esto se aplica a cualquier individuo, y reviste especial interés
(así como eventualmente consecuencias, algunas de ellas
riesgosas) cuando quien emite el juicio es un profesional de la
salud. Numerosas obras han tratado los riesgos y las consecuencias
interpersonales y subjetivas de un uso inadecuado de los rótulos
psiquiátricos. Para nuestro desarrollo presente destacaremos
sólo los efectos en términos de profecía
autocumplida: a partir de un diagnóstico apresurado y mal
comunicado, una persona puede tender a comportarse de la manera en
que su entorno, avalado por un juicio profesional, espera que se
comporte. Las posibilidades de cambio, centrales para el clínico
y para el entorno (familiar, laboral) se ven así seriamente
comprometidas.
Los
juicios acerca de la personalidad tienen lugar en un marco de
interacción,
y pueden ser convergentes o divergentes entre sí y respecto de
los juicios que formula el individuo acerca de sí mismo. A su
vez, puede haber mayor o menor coherencia entre juicios (del
individuo o del entorno), el comportamiento, y los resultados del
mismo. En otro nivel de análisis, el evaluador de la
personalidad, sea clínico o no, presta especial atención
a esta coherencia.
Acuerdos
y desacuerdos a nivel de la relación
Dado
este marco, otro observable tiene que ver con que la interacción
excede el intercambio de mensajes acerca del contenido y deriva
frecuentemente en desacuerdos relacionales. La comunicación se
perturba y los mensajes adquieren entonces significados antagónicos
y necesariamente negativos, polarizando la relación. Los
significados de "maldad" o "locura" se ven
facilitados en este tipo de interacciones, en las que no se llega al
acuerdo en el nivel de la relación, o bien se llega a acuerdos
inestables.
La
narrativa personal y el doble estatus de conductas autorreferidas y
de autopresentación social
Como
corolario de lo anterior, podemos hablar de un doble estatus en el
constructo "personalidad". Por un lado, se trata de una
construcción que engloba diversas formas de conductas
autorreferidas, que hacen al modo en que la persona significa su
propia experiencia, sus creencias, su comportamiento, sus
características personales, etcétera, todo lo cual se
integra a la narrativa personal. Por el otro, incorpora
comportamientos de autopresentación social, en la medida que
la persona se muestra, con su comportamiento, a los demás en
la interacción. Esto constituye para nosotros un observable en
sí, pues nada de lo que el individuo piense y sienta acerca de
sí mismo dejará de impactar en la interacción, y
nada de lo que en ella ocurra dejará de impactar en su modo de
verse a sí mismo, es decir su self.
En
el nivel de la conducta
autorreferida
coexisten elementos conocidos por el self
con otros que resultan desconocidos. No cabe aquí analizar en
detalle estos elementos, pero diremos que desde la Psicología
de la Personalidad podrían enumerarse motivos, rasgos,
pensamientos automáticos, hábitos, etcétera.
Desde nuestra perspectiva, algunos de ellos pueden ser entendidos
como producto de improntas relacionales (Fernández Moya y
Richard, 2017). Los elementos desconocidos pueden ser significados
por el interlocutor, mayormente a través del comportamiento no
verbal. Inevitablemente influirán sobre la relación. A
su vez, dentro de lo que es conocido por el individuo, éste
puede realizar una cierta selección, en la interacción,
acerca de qué desea que los demás perciban (por
ejemplo, para una finalidad específica: aprobar un examen,
resultar elegido en un proceso de selección de personal,
agradad a otra persona en el cortejo) y qué no, pero carece de
control sobre lo que éstos efectivamente seleccionan y
significan.
Improntas
relacionales de la crianza y socialización
Esta
clase de observables (entendidos aquí como conducta no
abierta) consisten en acontecimientos del pasado que han implicado
cambios en la manera de pensar y relacionarse con los demás.
Pueden ser posibilitadores o no de la adaptación, y claramente
no se limitan a una observación u opinión externa (por
ej. de un profesional) sino que adquieren valor cuando el individuo
los incorpora a su propia narrativa (Fernández Moya y Richard,
2017). Estas improntas son actualizadas
en la interacción. Por ej., una mujer que fue criada como la
"elegida" de su abuela, que recibió todo lo que
necesita y hasta lo que no necesita (aun antes de necesitarlo), con
un trato preferencial respecto de otros miembros de la familia –trato
definido por ellos como injusto-, desarrollará un modo de
presentarse particular, en el sentido de las expectativas que
desarrollará hacia otras personas y el trato que le dan. El
observador que postula a nivel de hipótesis una impronta
relacional adquiere una base mayor para su propuesta si observa
interacciones con la familia y otras personas, ubicando el
comportamiento único e idiosincrásico de esa persona en
la redundancia de interacciones con distintos sistemas (incluido
eventualmente el clínico) que será definida
interaccionalmente como su
personalidad.
Debemos
destacar una vez más que la consideración del proceso
de construcción de la realidad en general y de la personalidad
en particular es una marca registrada del constructivismo, que no se
encuentra habitualmente en otros sistemas de ideas ni en el sentido
común del lego, al menos en nuestra cultura occidental. Así,
donde nosotros planteamos una hipótesis y la sometemos al
consenso, otros observadores podrán establecen una sentencia
irrevocable,
estable, inmodificable,
y eventualmente riesgosa para la salud mental de la persona evaluada.
Gatillos
contextuales
Consideramos
aquí aquellos aspectos de la interacción y del contexto
que activan respuestas específicas, incluidas aquellas que
puedan ser construidas a partir de improntas relacionales. Éstas
configuran, junto a otros elementos de personalidad, un potencial de
conducta que actúa como una disposición frente al
ambiente. Entenderemos por gatillos contextuales a las situaciones
que actúan como estímulos capaces de activar el
potencial de conducta implicado en una impronta relacional. Estos
estímulos pueden tener origen en la interacción con
otras personas, o bien en elementos del ambiente físico. En
algunas circunstancias, no obstante, los estímulos son
internos. Se trata de pensamientos, sensaciones y emociones,
específicos o inespecíficos, que dan lugar a un
circuito intrapsíquico que funcionalmente opera de la misma
manera que la interacción, dando lugar a mensajes de distintos
niveles de abstracción y por ello a la metacomunicación
y al proceso activo de construcción de la realidad en un
dominio determinado o en una amplia gama de situaciones.
Los
gatillos contextuales y algunos procesos comunicativos y
metacomunicativos resultan visibles en la interacción. Un
estímulo externo o interno (un recuerdo, un estado anímico,
por ej.) activa una serie de pensamientos, emociones y respuestas que
a su vez influirán en tiempo real sobre la otra persona,
modificando la relación. Más allá de la
interacción, donde el estímulo proviene del
comportamiento y la comunicación verbal y no verbal de una
persona, los elementos del ambiente físico juegan también
el papel de gatillos activadores de improntas. En otro lugar
(Fernández Moya y Richard, 2017) hemos sistematizado
dimensiones posibles para ordenar las improntas relacionales, algunas
de las cuales se asocian con elementos del ambiente: especialmente el
papel de los cambios en la situación económica, el
lugar de residencia y la institución educativa. En ocasiones,
además, la exposición casual a un estímulo
específico –una obra de teatro, una lápida, una
nota periodística, etcétera- activa una respuesta
emocional inesperada y descontextualizada, revelando todo el peso de
una impronta relacional.
La
consideración de estímulos internos puede requerir un
mayor grado de especificidad y ejemplificación por tratarse de
comportamientos encubiertos, no disponibles de manera directa para el
observador. Una paciente de poco más de veinte años,
sin experiencia en el ámbito de las relaciones sexuales,
consultó debido a la gran preocupación que un sueño
con una relación homosexual le había causado. Nunca se
había sentido atraída por mujeres, pero ese estímulo
interno abrió espacio a una duda que pasó a ocupar
buena parte de su estado de vigilia y estaba empezando a afectar sus
relaciones y su desempeño estudiantil. Cuando el terapeuta
consiguió que la paciente aceptara como "normal" y
hasta positiva la posibilidad de plantearse su identidad sexual, la
preocupación de ésta disminuyó.
Al
referirnos en nuestra conceptualización de los gatillos
contextuales a dominios
y a una amplia
gama de situaciones
pensamos en una orientación general para la vida, es decir un
modo de pensar, sentir y actuar que afecta profundamente la
concepción que la persona tiene acerca de la misma. Dicha
concepción no se limita a una formulación intelectual,
sino que se refleja en cada uno de los comportamientos, a la manera
de lo que la psicología individual definiría como un
rasgo cardinal o un conjunto de rasgos centrales, de los cuales el
resto de las disposiciones resultan subsidiarias. Un dominio
específico, en cambio, se limita a un área de la vida,
a un proyecto particular ligado a lo laboral, familiar o social {ver nota de autor 1}.
Relaciones
significativas y propuestas relacionales de reconocimiento o
resentimiento
El
tratamiento de este tema amerita un espacio mucho más amplio
{ver nota de autor 2}, pero nos limitaremos a esbozar aquí dos
posibles tipos de relación. Por un lado, tenemos aquellas en
que los mensajes que devuelven los otros significativos al individuo
resultan acordes con el self,
y van en línea con un desempeño esperado desde el
entorno social, acercándolo a una posición de
centralidad en el o los sistemas a los que pertenece. Se trata del
camino del reconocimiento,
donde se generan y activan improntas relacionales posibilitadoras.
Por
el otro lado están las relaciones que hemos conceptualizado
bajo el concepto de resentimiento,
donde los mensajes en relación al desempeño y al
estatus del individuo resultan negativos, propiciando una retirada
hacia la periferia de los sistemas sociales y eventualmente el cambio
a otros sistemas de menor jerarquía.
Estratificación
de los observables de conducta: aproximación a una geología
de la personalidad
Entre
las improntas relacionales del pasado a la interacción
presente que las gatilla, podemos identificar una serie de capas o
niveles para la observación. La tarea del profesional en ese
territorio guarda cierta semejanza con la del geólogo que
mapea estratos o capas geológicas que fueron depositadas a lo
largo de un tiempo extenso, operando cambios en el paisaje que pueden
resultar imperceptibles en el transcurso de vida de un ser humano.
Ese tipo de cambios relativamente estables explica una parte del
paisaje. El profesional {ver nota de autor 3} se encuentra también
con indicios claros de momentos en que el cambio ha sido más
repentino y notorio. Así, en las mismas formaciones en las
cuales el lego visualiza sólo formas llamativas, la mirada del
profesional reconstruirá en un solo acto un larguísimo
proceso de sedimentación que abarca un tiempo que excede el
mero instante de la observación. Podemos pensar que una
estratificación de la personalidad es el resultado de la
acumulación lenta e imperceptible de improntas en periodos de
estabilidad y de periodos de crisis. En estos últimos, la
persona percibe el cambio de las estructuras en juego (familiar y de
la personalidad), junto a la necesidad de nuevas definiciones de la
relación y del self
que conduzcan a un nuevo periodo de estabilidad. En los primeros,
ese grado de conciencia resulta más difícil.
A
nivel de la evaluación (lega o profesional) de la
personalidad, cabe marcar el contraste entre la foto
y la película
en la construcción de este fenómeno. Resulta habitual,
en el ámbito de la evaluación psicológica, el
uso de técnicas dotadas de diverso grado de confiabilidad y
validez. Con frecuencia se pierde de vista que aun las técnicas
más aceptadas por la comunidad profesional aportan sólo
una "foto", una imagen de la personalidad en el momento
en que la persona fue evaluada. La vinculación entre esa
imagen, la historia y eventualmente el futuro (en términos de
pronóstico) responde puramente a nexos lógicos en el
sistema de pensamiento del observador. Al igual que una fotografía,
las técnicas de evaluación tienen límites en dos
sentidos. Por un lado, al realizar un recorte arbitrario del
contexto, dejan de lado información valiosa, limitándose
sólo a aquella priorizada por la teoría que sustenta la
técnica. Por el otro, la imagen resultante está
referida a ese determinado momento, perdiendo de vista toda idea de
proceso. El proceso de la personalidad implica, desde nuestra
perspectiva, el pasado que resulta en aspectos de la imagen o el
perfil de personalidad actual. Esa imagen adquiere significado
siempre a partir de otros elementos que el observador conoce o
intuye: datos del pasado del individuo, por ejemplo: "El es así
debido a aquellas experiencias"; "es así por sus
genes"; pero también del presente: "De nuevo lo
echaron del trabajo"; "volvió a rendir mal";
y del contexto: "Con esa familia que tiene… no hubiese
podido ser diferente".
Una
serie de eventos que tienen lugar en la vida del individuo, ya sea
bajo la forma de crisis del desarrollo, ya sea como sucesos
inesperados, tornan presente, en la interacción, el patrón
de conducta adquirido en el pasado, que pasa de ese modo de la
potencia al acto. El estrato geológico resulta aparente y pasa
a integrar, siguiendo la analogía, el paisaje observable. En
términos psicopatológicos, asumiendo una disposición
previa, pueden aparecer elementos que configuren un cuadro clínico
o, dada la continuidad de otros elementos del comportamiento y la
experiencia personal, un trastorno de personalidad.
Para
la generalidad y el terreno de la funcionalidad, postulamos entonces
una relación básica en el sistema de personalidad: la
que vincula características personales entendidas como
disposiciones, con eventos activadores del ambiente {ver nota de autor 4}. Si la disposición es elevada, se requiere menos
influencia ambiental para activar la conducta; a la inversa,
estimulación muy intensa y persistente (un ambiente familiar
muy disfuncional) podrá gatillar ciertos comportamientos aun
con una disposición hipotética muy baja (por ej.
ciertos síntomas del espectro de la personalidad
obsesivo-compulsiva).
En
el ámbito de la personalidad persiste hasta cierto punto la
controversia histórica entre persona y situación, aun
después de los esfuerzos de la corriente interaccionista. Si
el dilema se plantea en términos de estimulación del
ambiente que sobrepasa cierto umbral, resulta posible definir el
comportamiento nuevo, mediante el cual el individuo muestra "quién
realmente es" ante el consenso de la comunidad de observadores,
como un elemento de su personalidad. El constructo de impronta
relacional
puede ayudar, desde nuestra perspectiva, a conceptualizar esta
relación entre disposición y conducta abierta en un
nivel intermedio (entre el pasado y el presente, entre la conducta
observable y el rasgo o disposición hipotéticos),
contribuyendo a eludir la controversia y a comprender de manera más
integral la personalidad.
Sería
discutible, asimismo, el nivel de consistencia en los observadores
necesario como para dictaminar que el nuevo comportamiento
caracteriza a la personalidad (y hasta qué punto es indicador
de una disposición previa). Desde nuestro punto de vista, y
tal como planteábamos en otro lugar (Fernández Moya y
Richard, 2018b), el cambio en la personalidad es percibido
habitualmente en circunstancias particulares de la observación:
acontecimientos críticos del ciclo vital y sucesos inesperados
que elicitaron las improntas relacionales. La observación, sea
de un lego o de un profesional, nunca puede desvincularse de ese
contexto.
Prospectiva
y personalidad: el problema del observador y el problema de los
rótulos
En
cuanto al poder predictivo de los constructos de personalidad,
central para la función adaptativa de la misma (Fierro, 1996),
la sucesión de respuestas similares ante circunstancias
análogas a aquellas en las que tuvo lugar la impronta
relacional confirmarán para los observadores la validez del
constructo (disposición, rasgo, impronta relacional o como
elijan designarlo). El cambio mismo podrá ser rotulado en ese
contexto como continuidad de cierta disposición que ha asumido
una nueva forma, bien como un legítimo cambio cualitativo y/o
cuantitativo en el comportamiento. Nuevamente: los juicios acerca de
la personalidad comunican sobre el individuo al que se refieren, pero
también sobre el observador y sus propios constructos acerca
de la personalidad, la consistencia, la estabilidad y el cambio.
En
relación a las predicciones o expectativas sobre el
comportamiento del individuo observado, las profecías
autocumplidas muestran todo su poder de influencia sobre la
interacción y el self.
Las predicciones resultan críticas para el clínico,
quien se encuentra frente al dilema entre contribuir a una
cristalización
de la personalidad
{ver nota de autor 5} del consultante (confundiendo la imagen con la
realidad, el mapa con el territorio) o bien entender la personalidad
como un proceso.
En
síntesis, la personalidad es una construcción,
pero también un proceso,
y por ello comprende necesaria e indefectiblemente, aunque dentro de
ciertos límites, posibilidades de cambio, estrechamente
ligadas al modo en que se da la definición de la relación
entre la persona en cuestión y su contexto significativo. En
el ámbito clínico, esto implica para nosotros la
preferencia del término evaluación
por sobre el de diagnóstico,
entendiendo que el primero alude a un proceso continuo, con
posibilidades más o menos abiertas, y el segundo un resultado
parcial (una "foto" en términos de la analogía
antes presentada), limitado en cuanto a las perspectivas futuras de
cambio que tanto el profesional como las personas involucradas
(consultantes, miembros de una organización, escolares, etc.)
puedan vislumbrar. Esta idea fue plasmada por Mario Tisminetzky
(1997), quien valiéndose del esclarecedor concepto de
"principios dormitivos" acuñado por Gregory
Bateson invita a "salir
de la necesidad, supuestamente científica, de crear
'principios dormitivos' que sólo permiten cronificar
la situación. Si pudiésemos aceptar éticamente
que el mundo está hecho de relaciones que se configuran en el
lenguaje a partir de relatos, éstos podrían permitir
co-construir con los clientes nuevas historias en las cuales los
problemas no serían ya un defecto, sino un modo de expresar el
discurso social".
Esto
se aplica especialmente cuando consideramos que una persona elabora
inevitablemente constructos {ver nota de autor 6}, que asumen la
forma de juicios sobre la personalidad de aquellas otras personas con
la que interactúa. Tome conciencia o no, los exprese o no,
estos juicios o categorizaciones influyen sobre el comportamiento de
la persona (del cual la expresión verbal constituye sólo
una parte) en el momento en que interactúa con aquella otra
que fue de ese modo categorizada. La mayor o menor conciencia acerca
de este proceso resulta crítica, en la medida en que, a menor
conciencia, se favorecerá que el juicio con que se categoriza
a una persona asuma la forma de una de estas cristalizaciones que
mencionábamos, es decir de rótulos estáticos,
funcionales a la ilusión del observador de no participar, de
no formar parte de eso que, dormitiva y tranquilizadoramente
–volviendo a Bateson y Tisminetzky- es sólo "la
personalidad" del otro.
Esta
tendencia a rotular tan común en la gente en general –y
en los clínicos en particular-, que conlleva la cosificación
y la simplificación, se aplica a cualquier persona y
situación, pero resulta más dramático cuando la
personalidad es disfuncional, desajustada y se expresa en
comportamientos altamente perturbados. Así, por ejemplo, en
una persona que cada cierto lapso de tiempo (por ejemplo 6 meses)
presenta algún tipo de descontrol conductual (por ejemplo,
comportamiento violento), quienes conforman su entorno significativo
no podrán evitar un incremento en la ansiedad experimentada a
medida que se acerca el momento en el que supuestamente debería
iniciarse la próxima crisis. Esa ansiedad puede no ser
registrada por el entorno significativo, pero inevitablemente, y tal
como hemos dicho, será transmitida al individuo, de manera no
verbal, influyendo sobre su comportamiento y modificando la
definición de la relación entre él y su
contexto. Al cambiar la interacción, aunque sea sutilmente, el
primero no podrá seguir comportándose del mismo modo.
Su lectura de la ansiedad del entorno retroalimentará
circuitos propiciatorios de un desenlace en el que el comportamiento
descontrolado, temido, no deseado, pero a la vez esperado, será
la única respuesta posible. El concepto antes reflotado de
profecía autocumplidora cabe aquí perfectamente.
Así,
la personalidad es un constructo, formado de relatos propios y
ajenos, pero es también un potencial
de conducta,
que permanece como tal durante ciertos periodos. Es durante los
periodos de estabilidad, en épocas en que el individuo se
muestra tranquilo, entre dos crisis, donde ciertas claves sutiles en
la interacción con los otros significativos juegan un papel
crucial.
Conclusiones
La
personalidad entendida como un constructo interaccional exige la
búsqueda de conceptos centrales, abarcativos o moleculares,
como una definición amplia que de cuenta de los diferentes
elementos, pero también de otros molares, que sirvan para
esclarecer relaciones específicas entre la interacción,
la narrativa personal y el self.
Entre estos elementos, formulados como observables de conducta, se
destacan (a) los juicios propios y los del observador acerca de la
personalidad del individuo (incluyendo su comportamiento y
resultados), con el correspondiente impacto de unos y otros juicios
en la interacción y las consecuencias del consenso o disenso
en la interacción entre los juicios propios y ajenos acerca de
la propia personalidad; (b) la narrativa personal, con los
comportamientos autorreferidos y de autopresentación que la
integran y que, en otro nivel de análisis, comprenden y
exceden esos juicios; (c) las improntas relacionales; (d) los
gatillos contextuales que las activan; y (e) las relaciones
significativas proveedoras de reconocimiento y resentimiento que
influyen sobre la posición del individuo en los sistemas a que
pertenece, los cuales a su vez retroalimentan al self
con una imagen más posibilitadora o imposibilitadora.
Se
requieren futuras investigaciones en las que estos elementos mínimos,
que han surgido de la confrontación de la experiencia clínica,
sean puestos a consideración de un conjunto mayor de
profesionales.
Notas
de autor
1.Cabría
preguntarse sobre las posibilidades de un intento de taxonomía
para los gatillos contextuales, en un esfuerzo análogo a las
dimensiones en que, en otro lugar, clasificamos a las improntas
relacionales.
2.
En
el libro El
presente de la historia
(2021) desarrollamos estas dos variantes interaccionales, sus
consecuencias para la pertenencia a los sistemas sociales –y
eventualmente el cambio de sistema- y, paralelamente, el impacto para
el self.
3.No
podemos dejar de traer aquí al arqueólogo aludido por
Hugo Hirsch en su generosa introducción a nuestro libro De
crianzas y socializaciones (2017):
"…buscar
improntas supone para el terapeuta una especie de viaje arqueológico.
Donde el ojo no entrenado ve sólo un conjunto de piedras,
ruinas o artefactos dispersos, el arqueólogo reconoce, ordena,
clasifica. Al mismo tiempo, cuando el material es demasiado
abundante, y eso es lo que pasa con cualquier historia humana, tiene
que seleccionar".
4.Un
modelo interesante para pensar esta relación es el de
stress-diátesis, de Zubin y Spring, citado en Anderson y otros
(1988).
5.En
el libro El
presente de la historia
(2021) desarrollamos ampliamente este punto en particular, y las
consecuencias en la interacción y el self
de los juicios de personalidad del entorno.
6.En
términos de elementos cognitivos de la personalidad, George
Kelly (1955)
planteó
el concepto fundacional de constructo
personal.
Desde su perspectiva, que dio lugar a desarrollos constructivistas
sistémicos y cognitivos, las personas establecen constructos
como un modo de adaptarse al ambiente y, en última instancia,
sobrevivir. El ser humano, según Kelly, se parece a un
científico que busca espontáneamente conocer su
ambiente para poder predecirlo e intervenir sobre él.
Entendidos así, los constructos personales pueden ser vistos
como una "foto" en términos de lo que venimos
desarrollando. Kelly, de hecho, en el contexto de la psicología
de la personalidad de su tiempo, se ocupó de diferenciarlos
del concepto de rasgo a fin de destacar el aspecto funcional (como
opuesto a estructural)
de su propuesta. Desde nuestra perspectiva, resulta necesario
complementar esta visión estática indagando los
procesos por los cuales una persona puede modificar su sistema de
constructos.
Referencias
Anderson,
C., Reiss, D. y Hogarty, G. (1988) Esquizofrenia
y familia. Guía práctica de psicoeducación.
Amorrortu.
Fernández
Moya, J. y Richard, F. (2017) De
crianzas y socializaciones. La impronta relacional en la evaluación
clínica.
Editorial de la Universidad del Aconcagua.
Fernández
Moya, J. y Richard, F. (2018 a). La construcción de la
personalidad desde una perspectiva interaccional: las improntas
relacionales en la evaluación clínica. Enciclopedia
Argentina de Salud Mental.
Fundación Aiglé.
Fernández
Moya, J. y Richard, F. (2018 b). El cambio en la personalidad desde
una perspectiva interaccional. Enciclopedia
Argentina de Salud Mental – 2da edición.
Fundación Aiglé.
Fernández
Moya, J. y Richard, F. (2021) El
presente de la historia. De la impronta relacional a la construcción
de la personalidad.
Editorial de la Universidad del Aconcagua.
Fierro,
A. (Comp.) (1996). Manual
de psicología de la personalidad.
Paidós.
Kelly,
G. A. (1955). The
psychology of personal constructs. Vol. 1. A
theory of personality. W.
W. Norton.
Tisminetzky
, Mario (1997) La respuesta Sistémica-Cibernética-Constructiva
a las situaciones de crisis en un servicio de Salud Mental de un
Hospital General del Gran Buenos Aires. Perspectivas
Sistémicas, 10,
48.