Introducción
El
trastorno obsesivo compulsivo (TOC) se caracteriza por la presencia
de obsesiones y compulsiones. Las obsesiones se definen como
pensamientos, impulsos o imágenes recurrentes e intrusivas que
son vivenciadas como desagradables, generando malestar. Por su parte
las compulsiones son conductas repetitivas o actos mentales llevados
a cabo con el objetivo de reducir o prevenir el malestar ocasionado
por la obsesión (APA, 2014).
Este trastorno es padecido por gran parte de población
mundial, siendo uno de los principales causantes de discapacidad e
incidiendo de forma negativa en distintas áreas, como la
laboral, familiar, académica y social (Rodríguez
Biglieri, 2013). Cabe destacar que este trastorno crónico e
incapacitante suele ser mal diagnosticado, lo cual conlleva mayor
malestar debido al intento fallido de solución (Marras et al.,
2016).
Trastorno
obsesivo compulsivo desde el modelo cognitivo conductual
Desde
la terapia cognitiva conductual se considera que los síntomas
se componen de patrones cognitivos, afectivos y conductuales. El
patrón cognitivo hace referencia a las obsesiones, que se
presentan mediante pensamientos, sensaciones e imágenes, con
contenidos desagradables y recurrentes. El patrón afectivo
supone emociones que generan malestar, como ansiedad y asco. El
patrón conductual supone llevar adelante estrategias de
neutralización, incluyendo compulsiones, rituales y
estrategias de evitación. Todos estos patrones están
conectados en un círculo vicioso (Pérez Rivera y Borda,
2019).
Para
que un pensamiento se vuelva obsesivo es necesario que se lleve a
cabo una valoración sobreestimada de la amenaza, generando
malestar, lo cual lleva al individuo a tratar de suprimir o eliminar
la intrusión no deseada y evitar cualquier evento dañino
asociado con ella. Es por ello que se llevan adelante conductas
compulsivas con el fin de neutralizar la obsesión. Sin
embargo, los intentos de distraerse de las intrusiones no deseadas
pueden aumentar paradójicamente su frecuencia, posiblemente
porque las distracciones se convierten en recordatorios de las
intrusiones.
Las
compulsiones pueden fortalecer la percepción de
responsabilidad del individuo, es decir, la ausencia de la
consecuencia temida después de la compulsión refuerza
la creencia de que la persona es responsable de eliminar la amenaza
(Abramowitz, 2009).
Como
se mencionó anteriormente, el miedo a las consecuencias es un
disparador fundamental de la compulsión. Sin embargo, éste
no es el único factor que contribuye a este trastorno. Algunas
personas no solo experimentan miedo sino que también sienten
una intensa sensación de duda, percibiendo que algo no está
como debería estar. Esto los lleva a repetir la misma acción
una y otra vez, en un intento por alcanzar la perfección. Por
lo tanto, se han identificado dos aspectos fundamentales que motivan
el trastorno obsesivo-compulsivo: la evitación del daño
y la sensación de inacabado (Roncero y Fornés-Romero,
2020).
Diagnóstico
La
última edición del Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales (APA, 2014) ha quitado
al TOC del grupo de los Trastornos de Ansiedad y ha creado una nueva
categoría llamada Trastornos Obsesivo-Compulsivos y
Relacionados, en la que se incluyen el TOC y otros trastornos
similares con conductas repetitivas o compulsiones tales como el
Dismórfico corporal (TDC), Tricotilomanía (TTM),
Trastorno de excoriación (TE), Trastorno de acumulación
(TA) y dos especificadores: el insight
y la presencia de tics. Además, el DSM 5 ha introducido
algunos cambios en los criterios diagnósticos del TOC en
comparación con el DSM IV. Por ejemplo, ha ampliado la
definición de las obsesiones para incluir la posibilidad de
que el individuo pueda experimentar pensamientos, impulsos o imágenes
no deseados que no son necesariamente obsesiones, pero que pueden
generar un malestar significativo (APA, 2014). Se eliminó
también la distinción entre obsesiones y compulsiones
en la definición del TOC, reconociendo que los individuos
pueden experimentar tanto obsesiones como compulsiones o ambos.
En
lo que refiere a la clasificación, se han descripto grupos en
cuanto al contenido de la obsesión y compulsión,
identificando dimensiones de Contaminación/limpieza; Duda de
hacer daño/chequeo; Ideas inaceptables/rituales mentales;
Simetría/orden (Williams et al., 2013).
Asimismo,
según Lee y Kwon (2003)
es
posible clasificar las obsesiones en dos subtipos. Por un lado, se
identifican obsesiones autógenas, que se caracterizan por ser
irracionales, egodistónicas y aversivas. Su contenido suele
ser sexual, agresivo e inmoral y se presentan de forma repentina y
sin estímulo aparente.
Por
otro lado, en oposición a las obsesiones autógenas se
identifican obsesiones reactivas. Su contenido es realista y
racional, ya que surgen ante determinados estímulos
relacionados con la suciedad, la simetría y contaminación.
Cabe
destacar que el TOC es un trastorno heterogéneo, por lo cual
cada subtipo no es excluyente ni una categoría en sí
misma, sino que forma parte de un continuo. Por lo tanto no es
posible categorizar un subtipo, sino que, dependiendo de la
funcionalidad de cada individuo, se puede identificar más de
uno (García Soriano et al., 2008).
Tratamiento
Exposición
con Prevención de Respuesta
La
técnica de Exposición con Prevención de
Respuesta (EPR) se basa en exponer al paciente a la situación
que le causa temor y desencadena pensamientos obsesivos, mientras se
evita cualquier comportamiento o pensamiento que intente reducir las
consecuencias de dichas obsesiones. En lugar de evitar las
situaciones temidas, el objetivo de la EPR es que el paciente aprenda
y pueda enfrentarse a ellas sin recurrir a conductas compulsivas (
Pérez Rivera y Borda, 2019).
De
este modo se expone al paciente de forma reiterada a situaciones que
generen síntomas obsesivos de forma repetitiva, evitando
conductas compulsivas, tanto en escenarios reales (exposición
en vivo) o de forma imaginaria, dependiendo de la dificultad que ello
represente para el paciente durante las sesiones y como tarea entre
sesiones (Franklin y Foa, 2011).
El
objetivo de la ERP consiste en interrumpir el ciclo de síntomas
del TOC mediante la eliminación de los rituales, al tiempo que
brinda 'información correctiva' que desafía
la respuesta de miedo. Es así como se enfrentan situaciones
desencadenantes y se evita realizar rituales; la angustia disminuirá
naturalmente al no experimentar el resultado temido. Con la
repetición de la exposición la respuesta de miedo se
extingue gradualmente, reduciendo los síntomas del TOC (Hezel
y Simpson, 2019).
El
control inhibitorio ocupa un rol fundamental en el éxito de la
EPR ya que permite al individuo suprimir una respuesta automática
o impulsiva en función de un objetivo mayor y más
adaptativo (Law y Boisseau, 2019).
Asimismo,
la habituación que se genera ante la reiterada exposición
al estímulo disminuye la respuesta emocional. A medida que el
paciente se expone repetidamente a estas situaciones y se abstiene de
realizar rituales, la ansiedad disminuye gradualmente. Del mismo
modo, ante las reiteradas exposiciones se produce una violación
de la expectativa previa ya que no sucede lo temido por el paciente,
lo cual contribuye a modificar las creencias disfuncionales (Elsner
et al., 2022).
Terapias
contextuales
Si
bien el tratamiento EPR (junto con el tratamiento farmacológico)
ha demostrado ser el más efectivo hasta el momento, tiene un
alto porcentaje de rechazo y de deserción, lo cual nos lleva a
repensar nuestras prácticas y buscar nuevas alternativas para
potenciar el tratamiento.
A
lo largo de la historia, tanto la psicología como la
psicoterapia se han topado con distintos problemas difíciles
de resolver en un marco histórico y cultural determinado; ante
dichas situaciones han emergido distintos movimientos con el objetivo
de dar soluciones a los mismos (Mañas, 2007). Es así
que la investigación empírica ha sido un pilar
fundamental en el avance del conocimiento de dichas disciplinas,
siendo las terapias
cognitivo-conductuales las que constituyen la familia de
intervenciones psicológicas con mayor vinculación con
las investigación empírica desde el surgimiento de la
psicoterapia moderna (Keegan, 2018).
Como
manifiesta Eduardo Keegan (2018): "Si
hay algo inspirador en la actividad científica es la
permanente revisión del conocimiento que creíamos más
o menos establecido. Nada más alejado de la práctica
científica que la repetición de procedimientos
estandarizados, elevados al nivel de una liturgia. La enorme
vitalidad del campo cognitivo-conductual se debe, en efecto, al
esfuerzo sistemático de muchos equipos de investigación
básica y aplicada, que han ido refinando y poniendo en
cuestión diversos aspectos de la teoría y la
terapéutica" (Keegan,
2018, p.11-14).
A
través de los años ha quedado demostrada la necesidad
de adaptarse a las nuevas demandas de la sociedad, así como la
importancia de que los tratamientos sean capaces de generar las
modificaciones necesarias y no mantenerse estancados en una manera
particular. Esto se pudo observar muy claramente a lo largo de la
historia de las terapias conductuales, dentro de las cuales se pueden
diferenciar tres olas o generaciones.
La
"Primera ola" hace referencia a la aparición de
las terapias conductuales, que en su búsqueda por alejarse de
constructos hipotéticos característicos del modelo
psicológico vigente de su época pusieron el foco en
forma directa sobre el comportamiento, utilizando técnicas
basadas en el conocimiento empírico del aprendizaje y del
condicionamiento clásico operante (contingencias de
reforzamiento) y el neo-conductismo; apoyándose en principios
y leyes del comportamiento humano establecido científicamente
(Mañas,
2007).
La
"Segunda ola" de terapias se hace presente cuando, a
pesar de los avances conseguidos por las terapias de la conducta,
estas se encontraron con limitaciones a la hora de tratar
determinados problemas psicológicos. Así surge esta
nueva generación de terapias que, si bien continuaron
manteniendo las técnicas centradas en el cambio por
contingencias, se caracterizaron por considerar al pensamiento o a la
cognición como causa principal de la conducta y, por ende,
como causa y explicación de los fenómenos y trastornos
psicológicos. De esta manera el pensamiento se convertiría
en el principal objetivo de intervención y muchas de las
técnicas se centraron primordialmente en la modificación,
eliminación, reducción o, alteración de los
eventos privados (emociones, recuerdos, creencias, o a las propias
sensaciones corporales) (Mañas,
2007).
Desde
esta misma perspectiva de brindar herramientas y soluciones a
problemas que aún no han podido resolverse, en los últimos
años han surgido las terapias de Tercera generación,
las cuales han brindado una nueva perspectiva sobre la
conceptualización y tratamiento de los trastornos mentales.
Las terapias de Tercera generación se desarrollaron a partir
de la base científica de las dos anteriores, incorporando el
planteamiento contextual, el lenguaje natural, centrándose en
el análisis funcional y la relación entre el terapeuta
y su paciente.
Cuando
hablamos de "terapias de Tercera generación" o "
terapias de Tercera ola" nos estamos refiriendo a un grupo de
terapias psicológicas que han emergido en los últimos
años desde la tradición conductual, que comparten
elementos y características comunes. Las mismas fueron
nombradas de esta forma por Hayes, quien ha manifestado la necesidad
tanto de agruparlas y reorganizarlas; y que las define de la
siguiente manera: "Fundamentada
en una aproximación empírica y enfocada en los
principios del aprendizaje, la tercera ola de terapias cognitivas y
conductuales es particularmente sensible al contexto y a las
funciones de los fenómenos psicológicos, y no solo a la
forma, enfatizando el uso de estrategias de cambio basadas en la
experiencia y en el contexto además de otras más
directas y didácticas. Estos tratamientos tienden a buscar la
construcción de repertorios amplios, flexibles y efectivos, en
lugar de tender a la eliminación de los problemas claramente
definidos. Resaltando cuestiones que son relevantes tanto para el
clínico como para el cliente. La tercera ola reformula y
sintetiza las generaciones previas de las terapias cognitivas y
conductuales y las conduce hacia cuestiones, asuntos y dominios
previos y principalmente dirigidos por otras tradiciones, a la espera
de mejorar tanto la comprensión como los resultados"
(citado
en Mañas, 2007, p. 26-34).
Terapias
de Tercera Generación. Diferencias con las terapias de primera
y segunda generación
Un
cambio de filosofía
Para
poder comprender las terapias de la Tercera ola es importante conocer
que las mismas implican un cambio de filosofía, abandonando la
filosofía mecanicista sobre las que se apoyaban las terapias
de primera y segunda generación para adoptar, en cambio, una
filosofía contextualista, dentro de la cual se abordan los
eventos de forma holística, es decir como un todo, siendo
fundamental el papel de contexto para la comprensión y
análisis de la naturaleza y función de un evento
(Mañas,
2007).
Tomémonos
un espacio para desarrollar este cambio de filosofía. Dichas
filosofías fueron propuestas por Stephen Pepper, quien
sostiene que las personas ven cosas diferentes al observar un mismo
fenómeno, dependiendo de la hipótesis del mundo que han
adoptado. Ahora bien, ¿a qué llama hipótesis del
mundo? Pepper sugirió que todos los sistemas de pensamiento
pueden agruparse en unas pocas perspectivas según el tipo de
categorías que utilizan y la forma en que evalúan la
evidencia. Es a estas perspectivas a las que llamó hipótesis
del mundo, cada una de las cuales construye sus categorías
conceptuales y evalúa su evidencia de distinta manera (Maero,
2018).
Cada
hipótesis del mundo está compuesta por dos elementos
centrales: una metáfora raíz, que se utiliza para
organizar el análisis y que proviene de una experiencia del
sentido común. Es una forma de acercarnos a lo desconocido
desde lo conocido y comprendido, por ejemplo la conocida metáfora
"la mente es como una computadora" que funcionó
para abordar un nuevo objeto de estudio desde un área conocida
y comprendida del sentido común. Por otro lado, un criterio de
verdad que se desprende de aquella, que hace referencia a la forma en
que se evalúa si un enunciado producido dentro de esa
hipótesis del mundo particular es verdadero. Pepper propone
cuatro hipótesis relativamente adecuadas: formismo,
organicismo, mecanicismo y contextualismo, según el tipo de
metáfora raíz que se utilizan. Las dos últimas
son las más relevantes para el tema que nos ocupa (Maero,
2018).
Las
terapias de primera y segunda generación se paran sobre la
hipótesis mecanicista, así como la gran mayoría
de las terapias psicológicas de distintos marcos teóricos,
en las cuales se observa la utilización de distintos tipos de
máquinas como referencia. Para todas las terapias que
observan los hechos y datos desde la hipótesis mecanicistas,
en donde la metáfora raíz es la máquina, el
objeto de estudio está conformado por partes de cuya
interacción surge el todo. El objetivo del análisis de
un modelo mecanicista es describir las partes y su interacción
para llegar a una comprensión del fenómeno. En
Psicología esto ha llevado a modelos que describen componentes
cognitivos y su interacción, y cuyo objetivo principal es la
predicción de los fenómenos psicológicos
(Maero, 2018).
En
cambio, las terapias de Tercera generación, o terapias
contextuales, realizan un cambio con las dos generaciones anteriores,
apoyándose en la filosofía contextualista, según
la cual los sucesos psicológicos son analizados desde la
metáfora raíz "el-acto-en-acción",
es decir, que se los analiza a partir de las acciones de un organismo
interactuando en y con un contexto, los cuales son inseparables: no
existe acción si no hay contexto, y no hay contexto si no hay
acción.
Así,
al utilizar metáforas del mundo diferentes, estos abordajes
están mirando el mundo de distinta manera, ya que cada uno
construye sus propias categorías y juzga la evidencia con
distintos criterios. Ahora, si bien una hipótesis del mundo no
puede ser evaluada según los criterios de la otra, si los
supuestos filosóficos de ambas están claros es posible
un diálogo fructífero entre ellas (Maero,
2018).
Técnicas
Las
terapias contextuales se diferencian también en las técnicas
que utilizan; mientras que las terapias de primera y segunda
generación utilizan estrategias didácticas y directas
con el objetivo de alterar los eventos privados, entre ellos las
cogniciones y pensamientos, y así conseguir una modificación
en la conducta de las personas, las terapias de Tercera generación
buscan que sus intervenciones sean experimentales para los pacientes,
con el fin de que ellos mismos las puedan vivir, experimentar y
sentir. En lugar de generar un cambio en el evento privado, se
focalizan en la alteración de la función psicológica
del evento a través de la alteración de los contextos
verbales en los cuales los eventos cognitivos resultan problemáticos
(Maero, 2018).
A
través de estrategias como metáforas, paradojas,
ejercicios experienciales, se busca que los individuos puedan
descubrir que, contrariamente a lo que creen, sus intentos de control
sobre los eventos privados no son la solución sino que forman
parte intrínseca del problema.
Trastorno
obsesivo compulsivo y Terapia de Aceptación y Compromiso
El
tratamiento del TOC desde la Terapia de Aceptación y
Compromiso (ACT) representa un cambio en comparación con la
Exposición y Prevención de Respuesta (EPR). Teniendo en
cuenta que el objetivo de ACT es la aceptación de los eventos
privados, el tratamiento está orientado a que esta aceptación
ocurra, como así también al debilitamiento de la
literalidad del lenguaje o fusión cognitiva, poniendo el foco
en los valores y metas vitales del paciente, a través de los
cuales se generarán cambios en la conducta; en lugar de
ponerlo en la eliminación o reducción de los síntomas
como lo hace la TCC (Leon-Quismondo et al., 2014).
La
ACT es un modelo de salud y no de enfermedad, que surge para trabajar
sobre el sufrimiento humano, partiendo de la premisa de que el mismo
posee una gran capacidad para sufrir. En dicho abordaje se toma una
posición denominada "normalidad destructiva", que
plantea que el sufrimiento es lo normal en los humanos y que la
ausencia del mismo es la excepción; alejándose de la
posición que toman la mayoría de los modelos
psicoterapéuticos, denominada "normalidad saludable",
que asume que la normalidad es estar libre de sufrimiento y que la
excepción es el sufrimiento, considerando a este último
como el resultado de algo que no salió bien. En este punto ACT
se diferencia de otros modelos, ya que la normalidad destructiva
considera al sufrimiento psicológico como parte de la esencia
del ser humano y no como una anomalía producto de un desajuste
(Maero, 2018).
Apoyándose
en la Teoría de Marco Relacional, desde la que se plantea que
el lenguaje y la cognición humana se basan en la habilidad
aprendida de relacionar estímulos o eventos, ACT postula que
son estas habilidades vinculadas al lenguaje una parte central de
nuestra capacidad de sufrir. Dichas relaciones se van desarrollando
de manera exponencial, sobre todo en la infancia, a medida que el
tipo de relaciones disponibles (de comparación, oposición,
temporales, jerárquicas, entre otras) van creciendo. Las
funciones psicológicas de un estímulo no escapan de las
redes relacionales y pueden verse modificadas por estas. Así,
por ejemplo, una persona puede sentir ansiedad ante un objeto con el
cual no vivenció ninguna situación de peligro, sólo
porque se estableció una relación verbal entre ese
objeto y el peligro (Maero, 2018).
Este
repertorio verbal es una fuente predominante de regulación
conductual, incluso desplazando la experiencia directa. Si bien nos
permite interactuar simbólicamente con el mundo, genera
también el inconveniente de deteriorar la flexibilidad que se
necesita para estar en un mundo que presenta circunstancias
cambiantes y ante las cuales hay que adaptarse. Así, para ACT
el dolor es una consecuencia natural de vivir, pero las personas
sufren innecesariamente cuando su nivel general de rigidez
psicológica evita que se adapten a contextos internos o
externos (Maero, 2018).
Ahora,
si bien para ACT el sufrimiento es inherente al humano, vivimos en un
contexto cultural en el que, como se dijo, se considera que la
normalidad es la ausencia de sufrimiento; lo cual conlleva estar
inmersos en una serie de creencias acerca de que el objetivo es
suprimir dicho sufrimiento, buscando eliminar o modificar los
pensamientos y sentimientos desagradables o angustiosos, incluso
cuando las consecuencias en muchas ocasiones sean negativas; como en
el caso de los trastornos de ansiedad, en los cuales, por ejemplo, la
evitación genera un alivio momentáneo, pero perpetúa
y aumenta el trastorno (Leon-Quismondo et al., 2014).
Surge
así la Evitación experiencial, definida por Hayes y
cols. como "un
fenómeno que ocurre cuando una persona no está
dispuesta a ponerse en contacto con experiencias privadas
particulares, ya sean sensaciones corporales, emociones,
pensamientos, recuerdos, predisposiciones conductuales, e intenta
alterar la forma o la frecuencia de esos eventos y el contexto que
los ocasiona" (citado
en Ferro García, 2000, p. 445-450). Cuando este fenómeno
se presenta en numerosas situaciones, de manera inflexible y de
formas muy variadas, dando alivio inmediato al malestar pero a largo
plazo generando un sufrimiento mayor, hablamos de Trastorno de
Evitación Experiencial (TEE) (Leon-Quismondo et al.,
2014).
Trastorno
de Evitación Experiencial y Trastorno Obsesivo-Compulsivo
Dadas
las características del Trastorno de Evitación
Experiencial, se puede considerar que los pacientes que padecen TOC
presentan también este trastorno, teniendo así una alta
probabilidad de verse beneficiados con su tratamiento. Al llevar a
cabo las compulsiones, estos pacientes manifiestan rechazo por sus
experiencias internas debido al malestar que les generan (en este
caso las obsesiones, que conllevan pensamientos o imágenes,
sensaciones y emociones), intentando suprimirlas o
modificarlas.
El
tratamiento del TOC desde ACT apunta a establecer un nuevo vínculo
tanto con los pensamientos obsesivos como con los sentimientos de
ansiedad. Por un lado, ayudaría a los pacientes con TOC a
acercarse a sus valores (las cosas que le interesan a la persona),
tendencia anulada debido al espiral ascendente en el que se ven
envueltos, en donde cada vez con mayor intensidad y frecuencia
experimentan malestar y realizan conductas para eliminarlo. Por otro
lado, trabajar la defusión
cognitiva,
ya que en los pacientes con TOC los pensamientos equivalen al yo
(fusión
cognitiva).
Está falta de distancia con los pensamientos es lo que provoca
el incesante intento de control de los eventos privados. A través
de la defusión cognitiva se busca organizar los contextos
verbales a fin de disminuir la credibilidad que la persona le
adjudica a los pensamientos, como así también a la
respuesta que tiene ante ellos (Leon-Quismondo et al., 2014).
Trastorno
obsesivo compulsivo y terapia dialéctico conductual
La
Terapia Dialectico Comportamental (DBT) surge también de la
necesidad de introducir un cambio en la terapia cognitivo-conductual,
ante una determinada población de pacientes que no estaba
logrando los resultados deseados, o que, cuando sí los
conseguían, era en el contexto de tratamientos demasiado
largos. Dicha modificación fue llevada a cabo por Marsha
Linehan luego de realizar investigaciones en las cuales observó
que los pacientes, al realizar TCC orientada al cambio y la
resolución de problemas, se sentían rechazados,
juzgados o discriminados; y que dichas sensaciones se podían
regular con frases de comprensión del sufrimiento, con calidez
y no necesariamente intentando cambiar algo del paciente. A estas
estrategias se las llamó "estrategias de aceptación".
Sin embargo, para salir del dolor extremo hay que generar cambios. Es
así que la terapia dialéctico comportamental propone un
juego entre cambio y aceptación, es decir, no solo se busca
modificar cosas del consultante, sino también ayudarlo a
aceptarse a sí mismo, sus emociones, pensamientos y al
ambiente, entre otros (Boggiano y Gagliesi, 2018; Lencioni,
2018).
Si
bien DBT originalmente fue desarrollada para el tratamiento del
Trastorno Límite de Personalidad, actualmente se aplica a
distintas problemáticas de salud mental. En el caso del TOC es
de gran utilidad el entrenamiento en habilidades DBT, principalmente
las habilidades de regulación emocional, atención plena
y tolerancia al malestar, que tienen como principal objetivo que el
paciente aprenda nuevas maneras de pensar, sentir y actuar, lo cual
aumenta las probabilidades de alcanzar sus metas.
La
terapia dialéctica conductual (DBT) proporciona herramientas
de gran importancia para mejorar la regulación emocional,
especialmente en pacientes en los que la terapia cognitivo-conductual
no es completamente efectiva debido a un exceso de control (Gilbert,
et al., 2020).
Además,
cuando las emociones se desencadenan en niveles problemáticos
de intensidad, puede resultar difícil utilizar otras técnicas
tradicionales de terapia cognitivo-conductual, lo que a su vez puede
incrementar los niveles de estrés. La aplicación de
técnicas conductuales como la exposición, por ejemplo,
puede ser desafiante ya que tiende a aumentar la angustia emocional
en lugar de disminuirla (Leahy et al., 2011).
En
este sentido, la terapia dialéctica conductual puede ser
beneficiosa al reducir la intensidad emocional y mantener un
equilibrio emocional durante situaciones de crisis, mediante el
desarrollo de cuatro habilidades básicas: atención
plena, eficiencia interpersonal, regulación emocional y
tolerancia a la angustia (Ahovan et al., 2016).
La
creencia del paciente de no poder tolerar la angustia asociada a un
miedo imaginado puede ser un factor que contribuye a mantener los
síntomas a lo largo del tiempo. El objetivo de las habilidades
de tolerancia a la angustia no es eliminar por completo los impulsos,
sino proporcionar formas en las que los pacientes puedan convivir de
manera exitosa con ellos. La Aceptación Radical implica tomar
conscientemente la decisión de abandonar comportamientos que
funcionan como mecanismos de evitación y estar dispuesto a
experimentar las emociones y pensamientos tal como se presentan, sin
intentar evitarlos o cambiarlos (Choudhary y Sinha, 2018).
Cuando
hablamos de regulación emocional, esta es definida como:
"los
intentos de las personas para influenciar las emociones que tiene,
cuando tenerlas y cómo esas emociones son experimentadas […]
DBT tiene un conjunto de habilidades más enfocadas en
compensar la tendencia de los consultantes a sobre-regular, suprimir,
o escapar de sus emociones, como son etiquetar la emoción, y
observar la emoción, y otro conjunto de habilidades más
orientadas a ayudar a los consultantes a ser más efectivos a
la hora de regular su emoción, como son tratar las
vulnerabilidades y acción opuesta" (Boggiano
y Gagliesi, 2018).
Linehan
define la habilidad de tolerancia al malestar como "la
habilidad para percibir el propio ambiente sin querer que sea
diferente, para experimentar el estado emocional actual sin intentar
cambiarlo y para observar los patrones de pensamiento y nuestras
acciones sin intentar controlarlos o detenerlos"
(citado en Boggiano y Gagliesi, 2018). Las habilidades de tolerancia
al malestar en DBT no se ocupan de cambiar el problema. Dentro de las
habilidades de tolerancia al malestar nos encontramos con las
habilidades de Aceptación Radical, que nos permiten aceptar la
vida tal como es en el momento presente. Esto puede ser muy útil
en momentos en los que la vida no es lo que se desea que sea.
Mientras que las habilidades de mindfulness ayudan a mantener la
atención en el momento presente, notando tanto lo que está
sucediendo dentro de nosotros mismos, como lo que está
sucediendo fuera (Linehan y Gagliesi, 2020).
Trastorno
obsesivo compulsivo y mindfulness
Las
intervenciones basadas en mindfulness (IBM) se sustentan en prácticas
ancestrales del budismo que han sido revisadas y ajustadas al
contexto occidental (Hervas, 2016). El concepto de mindfulness puede
ser interpretado tanto como un estado mental como una disposición
o rasgo duradero. El término mindfulness, en su acepción
más común, se refiere al estado de conciencia que surge
al dirigir deliberadamente la atención al momento presente,
sin juzgar (Kabat-Zinn, 2009).
Se
han identificado tres elementos interdependientes que contribuyen a
la generación de una amplia gama de beneficios derivados de la
práctica de mindfulness: (a) la mejora del control atencional;
(b) el incremento en la capacidad de regulación emocional; y
(c) una transformación en la autoconciencia, que incluye una
reducción en el procesamiento centrado en uno mismo, una mayor
toma de conciencia corporal y un mayor grado de ecuanimidad (Tang et
al., 2015).
En
lo que refiere al TOC, la práctica de la atención plena
fomenta la autoconciencia y la ausencia de juicio, lo que impide que
los pacientes se involucren en evaluaciones negativas, juicios y
sesgos específicos que perpetúan el trastorno. De este
modo, puede potenciar los efectos de las intervenciones tradicionales
de la terapia cognitivo-conductual, al aumentar la capacidad de las
personas para tolerar el malestar emocional y la ansiedad asociada a
las tareas de exposición utilizadas, reduciendo la
probabilidad de abandono del tratamiento (Didonna et al., 2019).
Los
pacientes con TOC pueden empezar a experimentar cada vez más
sus pensamientos obsesivos como eventos mentales transitorios que son
distintos de los hechos. En consecuencia, la atención plena y
la aceptación pueden reducir la importancia percibida de los
pensamientos intrusivos y, por lo tanto, disminuir la ansiedad y el
impulso hacia comportamientos compulsivos (Bürkle et al., 2021).
El
entrenamiento en mindfulness ha demostrado ser una intervención
efectiva para reducir las tendencias de rumiación, brindando a
los pacientes la habilidad de mantenerse conscientes de sus
pensamientos intrusivos, reconocerlos como eventos mentales normales
y evitar reaccionar de manera disfuncional y contraproducente frente
a ellos. Al cultivar la capacidad de estar en contacto con estos
pensamientos sin generar respuestas negativas o compulsivas, las
personas con obsesiones pueden desarrollar una relación más
saludable y equilibrada con sus procesos mentales, lo que a su vez
puede contribuir a una reducción de los síntomas y una
mejor calidad de vida.
Otro
aspecto fundamental que se aborda mediante la práctica de
mindfulness es la responsabilidad excesiva. A través de la
atención plena, se puede comprender de manera más clara
la verdadera implicación en la situación problemática,
lo que les permite a los pacientes otorgar un significado más
funcional y realista a su sentido de responsabilidad, que suele estar
distorsionado en este grupo de individuos. Al desarrollar una mayor
conciencia de sus pensamientos obsesivos y de las respuestas
emocionales asociadas, pueden discernir de manera más precisa
sobre el nivel de responsabilidad que realmente les corresponde en
relación con los eventos y circunstancias. Esto les puede
brindar una perspectiva más equilibrada y objetiva, evitando
la tendencia a asumir una carga excesiva de responsabilidad (Didonna,
2009).
Programa
de Terapia Cognitiva Basada en Mindfulness (MBCT) para el TOC
Didonna
et al. (2019) describen siete componentes fundamentales, estos son:
Psicoeducación
sobre el TOC:
Proporcionar información detallada acerca del trastorno
obsesivo-compulsivo con el fin de aumentar la comprensión de
los participantes sobre su condición.
Favorecer
la normalización:
Contrarrestar los sentimientos de impotencia y autoacusación
al enfatizar que el TOC es una condición tratable y que no
están solos en su experiencia.
Desarrollo
de confianza y autorevalidación:
Fomentar la confianza en sí mismos y la validación de
sus propias experiencias, especialmente en relación con la
memoria y la percepción.
Intervención
cognitiva:
Ayudar a los pacientes a reconocer que los pensamientos obsesivos son
eventos mentales simples, transitorios e inofensivos, que no
necesitan ser modificados, combatidos o evitados.
Autocompasión:
Reducir la sobreactivación patológica de la
autoacusación, la culpa, el perfeccionismo y el sentido
exagerado de responsabilidad a través de la práctica de
la autocompasión.
Exposición
consciente:
Integrar la atención plena con la Terapia de Exposición
y Prevención de Respuesta (ERP), permitiendo a los pacientes
exponerse directamente a estímulos desafiantes en un estado de
atención plena. Esto les ayuda a observar la realidad tal como
es, suspendiendo cualquier interpretación o juicio hacia los
pensamientos intrusivos u otros estímulos desencadenantes.
Compartir
con otros afectados por el TOC:
Participar en grupos de apoyo o terapia grupal con personas que
también sufren de TOC. Esto brinda la oportunidad de compartir
experiencias y sentimientos y reduce la tendencia a ocultar el
problema a otras personas.
Conclusión
El
trastorno obsesivo compulsivo afecta a gran parte de la población,
incidiendo en la calidad de vida de quien lo padece. A lo largo de
este estudio hemos explorado su diagnóstico y heterogeneidad,
así como los tratamientos específicos desde el enfoque
de la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC).
Las
terapias contextuales han venido a aportar una nueva mirada en el
tratamiento de este trastorno. En particular, hemos destacado cómo
las terapias contextuales como la Terapia Dialéctico-Conductual
(DBT), la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) y el
Mindfulness, pueden complementar la Exposición con Prevención
de Respuesta (EPR) en el tratamiento del TOC. Estas terapias ofrecen
un enfoque integral que aborda tanto los síntomas obsesivos y
compulsivos como los aspectos subyacentes del trastorno, brindando
herramientas para fomentar la aceptación, regulación
emocional y adherencia al tratamiento.
Si
bien se han puesto en práctica investigaciones al respecto,
principalmente con estudios de casos, es fundamental que futuras
investigaciones continúen profundizando en los beneficios de
la combinación de la Terapia Cognitivo-Conductual con las
Terapias Contextuales.
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