"Al
intentar integrar conceptos y técnicas, estamos procurando no
solamente acercar posiciones y realizar síntesis: estamos
respondiendo al llamado de una profunda vocación, la de un
nuevo humanismo, capaz
de devolvernos una visión global de la experiencia humana"
(Fernández
Álvarez, 1992)
Introducción
Los
síntomas de ansiedad, en sus distintos niveles de expresión
(fisiológico, cognitivo, comportamental) y con distintos
grados de interferencia o malestar subjetivo, constituyen uno de los
motivos de consulta más frecuentes en el contexto de la
clínica psicológica. Los datos epidemiológicos,
a escala global, dan cuenta del aumento creciente de la prevalencia
de los trastornos de ansiedad en población general, y la
Organización Mundial de la Salud establece como prioritario
garantizar el acceso al tratamiento adecuado de los trastornos
mentales comunes, entre los que se incluyen las disfunciones ansiosas
(OPS, 2017).
En
el campo de la psicoterapia contamos con herramientas potentes para
el abordaje de la ansiedad clínica. La Terapia Cognitivo
Comportamental (TCC) ha mostrado elevados niveles de eficacia y
efectividad en el tratamiento de los distintos trastornos de
ansiedad, imponiéndose como primera línea de
intervención recomendada al poner el foco en la remisión
sintomática (APA, 2009; Hofmann, 2012; NICE, 2011, 2013;
Katzman, 2014; Nathan y Gorman, 2015). Sin embargo, los datos de
investigación y la práctica clínica también
evidencian que un porcentaje significativo de pacientes padece
recaídas, recurrencias, o no logra una completa recuperación
de la sintomatología al finalizar el tratamiento, así
como también, un porcentaje deserta (Yonkers et al., 2003;
Powers & Westen, 2009). Estas limitaciones convocan a la
disciplina a continuar en la búsqueda constante de nuevas
herramientas conceptuales y técnicas que mejoren y profundicen
la eficiencia de sus intervenciones.
En
Fundación Aiglé durante el año 2015 se conformó
el Equipo de Ansiedad, con el objetivo de sistematizar el abordaje y
seguimiento de los pacientes cuya consulta se enmarca en
manifestaciones disfuncionales de la ansiedad, así como de
profundizar en el estudio y desarrollo científico dentro de
esta área. Se trata de un departamento integrado por
terapeutas formados en el Modelo Integrativo desarrollado por Héctor
Fernández Álvarez (1992, 2008, 2016, 2017), con
distintos niveles de experiencia profesional que, partiendo de la
evidencia científica y la supervisión clínica
sostenida, diseñan e implementan abordajes personalizados para
cada consulta que llega organizada en función de la ansiedad
clínica. Al mes de diciembre de 2022 el total de pacientes
admitidos constituye una muestra de 114 individuos.
En
este artículo nos proponemos compartir las características
particulares del abordaje que llevamos adelante desde el Equipo de
Ansiedad de Fundación Aiglé y dar cuenta de ello a
partir de un primer análisis descriptivo y exploratorio de la
muestra mencionada. El objetivo final es, a partir de nuestra
experiencia, contribuir a la reflexión respecto a cómo
abordamos las consultas por ansiedad, cómo y por qué
personalizar las intervenciones y de qué manera podemos
integrar la investigación con la práctica clínica,
lo nomotético con lo ideográfico.
¿En
qué consiste el Modelo Cognitivo Integrativo en Psicoterapia?
Tal
como sostienen Héctor y Javier Fernández Álvarez
(2017), en la actualidad el propio desarrollo de la psicoterapia en
general parece desembocar finalmente en una marcada tendencia a la
integración de enfoques y modelos. Esto se vislumbra, por
ejemplo, en la variedad de enfoques que emplean la denominación
de "integrativo" (Casey et al., 2004; Mansell, 2007;
Howes y Murray, 2014; Wonderlich et al., 2015; Alladin, 2016). Aún
sin hacer uso del término, la floreciente Terapia Basada en
Procesos (Hayes y Hofmann, 2018; Hofmann et al., 2021) se propone
delinear una serie de principios organizadores que permitan abordar
la totalidad de las situaciones clínicas de manera
personalizada y basándose en preceptos teóricos e
intervenciones de los distintos enfoques en psicoterapia.
Este
fenómeno se presenta casi como una respuesta "natural"
a los obstáculos y limitaciones que se han ido encontrando en
las intervenciones psicoterapéuticas y a la identificación
de puentes de asociación muy firmes entre enunciados
procedentes de distintos modelos teóricos. De hecho, el afán
de la integración es una motivación que podemos
encontrar en cualquier campo de la cultura a través de los
siglos (Fernández Álvarez y Fernández Álvarez,
2017; Fernández Álvarez, 1992).
Particularmente,
el Modelo Integrativo en Psicoterapia desarrollado, actualizado y
enriquecido por Héctor Fernández Álvarez desde
hace más de treinta años forma parte de un Modelo
Integrativo en Salud Mental que entiende los fenómenos
clínicos y la resiliencia desde una perspectiva
bio-psico-social y, por lo tanto, respalda un abordaje integral de
las disfunciones y fortalezas, incluyendo de manera articulada, y de
acuerdo a las particularidades de cada caso, intervenciones
farmacológicas, psicológicas y socio comunitarias
(Fernández Álvarez et al., 2016).
Específicamente
en el campo de la psicoterapia, partiendo de una fuerte impronta
clínica y una sólida base teórica, orienta a los
terapeutas en el camino de personalizar el tratamiento y adaptarlo a
las necesidades de cada paciente, valiéndose de estrategias,
intervenciones y técnicas con soporte empírico.
De
manera sintética, desde una perspectiva epistemológica
constructivista moderada, se nutre de aportes de los cuatro enfoques
tradicionales en psicoterapia para dar cuenta de los ejes dominantes
del funcionamiento personal: historia y condiciones presentes;
factores motivacionales y de aprendizaje; factores individuales y
contextuales. A su vez, sostiene que el enfoque cognitivo conductual
puede servir como eje integrador de la psicoterapia en general y
ayudar a la organización paradigmática de la
disciplina. Cabe mencionar que, en la práctica, la
integración de la psicoterapia caracteriza un acercamiento,
convergencia y complementariedad no sólo a nivel conceptual
sino también a nivel clínico y empírico.
Del
modelo psicodinámico, honra fundamentalmente la importancia de
las pulsiones y los conflictos internos en el funcionamiento humano,
la tendencia motivacional básica a la acción, y el
papel de las primeras etapas del desarrollo humano en los
pensamientos, el comportamiento, las emociones y perspectivas del
self.
Desde el modelo cognitivo-conductual, toma los aportes históricos
y actuales sobre condicionamiento y aprendizaje que dan cuenta del
origen y refuerzo de las conductas, al tiempo que sistematiza las
diferentes formas de procesamiento de la información con
énfasis en el presente, destacando la función cognitiva
humana y su naturaleza evolutiva como eje articulador de la propuesta
integrativa. Del modelo experiencial-humanístico-existencial,
incorpora las herramientas conceptuales para considerar a la persona
como un todo, con énfasis en la consistencia interna de la
construcción de significados y en el rol del futuro.
Finalmente, dado que el comportamiento humano no ocurre de forma
aislada y cada individuo se desarrolla en contextos micro, meso y
macrosocial, recurre a las contribuciones del modelo sistémico
para hacer foco en la influencia de las interacciones entre sistemas
(Fernández Álvarez et al., 2016).
Podemos
definir este enfoque como un modelo cognitivo integrativo en tanto,
esencialmente, concibe a los seres humanos como procesadores de
información que, a diferencia de los sistemas informáticos
binarios, se ocupan de complejas redes de creación de
significado. Ya no podemos basarnos en un modelo de procesamiento
lineal o secuencial de la información; para capturar la
complejidad del sistema humano debemos emplear un modelo de
procesamiento de información conectivo amplio, capaz de
articular los distintos niveles de procesamiento y que, a la vez,
permita traducir los principios conceptuales y operativos de los
diferentes modelos de psicoterapia en un lenguaje convergente. Este
es el primero de los tres principios que permiten organizar las bases
del modelo integrativo (Fernández Álvarez y Fernández
Álvarez, 2017).
También
de los otros dos principios organizadores intentaremos dar cuenta al
momento de describir el abordaje que hacemos de las disfunciones
ansiosas en nuestro equipo y al relevar algunas características
de nuestra muestra de pacientes. A saber: es central implementar la
evaluación de los procesos disfuncionales y la elaboración
de los diseños terapéuticos apoyados en examinar de
manera conjunta la conducta y la experiencia; y debemos considerar la
personalidad y sus disfunciones como eje articulador del diagnóstico
y la intervención.
Aunque
efectivamente no existen aún datos firmes de evidencia con
intervenciones basadas en tratamientos integrativos (Nathan y Gorman,
2015), la cuestión merece un examen cuidadoso. Es importante
tener en cuenta que los estudios empíricos sobre eficiencia
terapéutica favorecieron, por obvias razones metodológicas,
las intervenciones apoyadas en procedimientos breves y acotados. Esto
trajo como consecuencia, por ejemplo, que el modelo de terapia
cognitivo conductual se viera beneficiado para aportar una rápida
y abundante cantidad de pruebas, mientras que otros enfoques
necesitaron más tiempo para comenzar a reunir la evidencia
necesaria (Fernández Álvarez y Fernández
Álvarez, 2017).
Siguiendo
a Hofmann et al. (2021), el desarrollo de protocolos de TCC con fines
de otorgar a la disciplina sustento empírico y,
fundamentalmente, permitirle acceder a estudios comparativos con las
intervenciones farmacológicas, trajo consigo beneficios y
perjuicios. Dentro de los beneficios, destaca la evidencia de que la
TCC demuestra ser tan buena, o incluso superior, al abordaje
farmacológico más efectivo en la remisión
sintomática; obteniendo reconocimiento aún de los
psiquiatras más biologicistas. Pero uno de los mayores
perjuicios es el hecho de que la TCC se haya convertido en una
intervención basada en protocolos, focalizada en aspectos
sintomáticos, desvinculándose de sus fundamentos
teóricos y orientándose a tratar trastornos en lugar de
a las personas que los sufren.
Los
mismos autores sostienen que los trastornos o disfunciones emergen en
un individuo con una historia y un contexto vital y sociocultural
determinado. Por lo tanto, terapeutas e investigadores deberían
mover el foco de los síntomas a identificar los procesos
bio-psico-sociales funcionales y disfuncionales más relevantes
en cada consultante, considerando sus metas/objetivos y
circunstancias actuales, para luego seleccionar los métodos
más adecuados para orientarlo en función de dichas
metas/objetivos, pudiendo contemplar con libertad procesos y métodos
pertenecientes a distintos enfoques y tradiciones terapéuticas
(Hayes y Hofmann, 2018; Hofmann y Hayes, 2019).
Caracterización
cognitivo-integrativa de la ansiedad clínica
El
sistema procesual humano se encuentra sometido a una incesante tarea
constructiva con miras a organizar la siempre dinámica
realidad en que toca vivir y las cambiantes circunstancias con que se
enfrentan las personas a lo largo de su evolución. Las tareas
necesarias para organizar la realidad a lo largo del ciclo vital (y
para auto-organizarse) son crecientemente complejas y deben ajustarse
en el marco de las relaciones dialécticas que tienen lugar
entre el individuo y el contexto primario y secundario. Dichas
operaciones implican procesar la información que circula en el
sistema, que tiene múltiples niveles y una serie de
propiedades: recursividad, retroalimentación, equifinalidad,
teleología (Fernández Álvarez y Fernández
Álvarez, 2017).
Desde
el Modelo Cognitivo Integrativo partimos de concebir el miedo y la
ansiedad como estados mentales (Siegel, 2007) orientados a resolver
algún tipo de amenaza vital para el individuo. Sabemos que,
producto de su predisposición filogenética, las
reacciones de miedo y ansiedad están presentes en todas las
culturas, pero en su experiencia subjetiva, así como en la
determinación de su funcionalidad o disfuncionalidad, influyen
factores culturales específicos (García y Ortiz, 2018).
Podemos
ubicar el miedo como parte del repertorio de emociones básicas
de la especie, caracterizado por un predominio del procesamiento
automático y subcortical de la información que
desencadena una respuesta inmediata y primitiva frente a la
percepción de peligro inminente (en el momento presente). En
su vertiente instintiva el miedo pugna por la supervivencia física
y, con una fuerte carga de activación fisiológica,
activa el sistema de lucha o huida en presencia de la amenaza. Sin
embargo, producto de la evolución de la especie y de la propia
cultura, cotidianamente nos encontramos expuestos a riesgos
simbólicos que amenazan la supervivencia psíquica y/o
social de los individuos que también desencadenan esta
reacción primitiva y focalizada en nuestro sistema, a modo de
falsa alarma (Barlow, 2002; Durand
et al., 2019).
Por
su parte, la ansiedad, se desencadena frente a un peligro potencial y
sumerge a la persona en un estado emocional sostenido en el tiempo y
cognitivamente más complejo, de carácter anticipatorio,
que involucra la evaluación y/o reevaluación de la
amenaza percibida.
Constituye una respuesta evolutivamente más tardía, o
secundaria en relación al miedo, en tanto involucra áreas
corticales en el procesamiento neurobiológico y se relacionan
con la activación del sistema de inhibición
comportamental (Durand et al., 2019). Barlow (2002) considera a la
ansiedad la sombra de la inteligencia; en tanto los seres humanos
cotidianamente nos encontramos atravesados por múltiples
desafíos, como llegar a tiempo a recoger los niños al
colegio, planear unas vacaciones, desarrollar un emprendimiento,
tener una cita o rendir un examen, la motivación para
planificar la manera de afrontar dichos desafíos, enfocarnos,
comprometernos y llegar preparados es mérito de la ansiedad.
Entonces,
si bien las manifestaciones de miedo y ansiedad presentan
características y aspectos funcionales diferenciales, se
entrelazan en la experiencia funcional y disfuncional humana para
resguardar la integridad biopsicosocial del sistema. La ansiedad se
monta sobre el miedo y el miedo constituye el núcleo de la
experiencia ansiosa.
Retomando
las características procesuales de la experiencia ansiosa, si
pudiéramos poner en pausa por un instante el devenir del
procesamiento mental de cualquier persona que experimenta ansiedad y
diseccionarlo, podríamos identificar cómo distintos
mecanismos se organizan en función de orientar la respuesta a
la prevención de algún riesgo: un sesgo atencional
orientado a la amenaza en detrimento de las señales de
seguridad; un patrón de memoria específico que evoca
antecedentes vinculados con el peligro actual; un modelo mental que
organiza las características de la amenaza percibida y su
relación con las estrategias de afrontamiento con que cuenta
el individuo (a mayor catastrofización y menor autoeficacia
percibida, mayores niveles de ansiedad); también un tono
afectivo específico asociado a la experiencia ansiosa que
puede incluir miedo, inquietud, tensión, nerviosismo,
aprehensión y otras emociones afines; y un repertorio
comportamental característico, compuesto predominantemente por
distintas estrategias, directas y/o sutiles, de evitación.
A
su vez, partiendo de la concepción de un procesamiento amplio
y complejo de información, entendemos que dichos procesos se
expresan en múltiples niveles: como cognición situada y
encarnada (bajo condiciones específicas y como expresión
de una determinada configuración física y corporal), y
como cognición extendida en tanto opera en contextos
determinados oficiando de mecanismo de regulación cognitiva,
emocional y social. También adquieren un carácter
dinámico propio de un procesamiento recursivo, en constante
retroalimentación, con equifinalidad y teleológico
(Osbeck, 2009).
Un
joven de veinte años consulta por síntomas de ansiedad
social, refiere que siempre fue tímido e introvertido, pero al
terminar el colegio secundario y tener que avanzar con su inserción
en el mundo laboral y académico, por primera vez en su vida,
experimentó la imposibilidad de mantener interacciones fluidas
y espontáneas con pares desconocidos, así como una
clara inhibición y mucho malestar al momento de tener que
iniciar interacciones con figuras de autoridad (docentes o
supervisores). Estas reacciones ponen en riesgo la posibilidad de
avanzar con sus objetivos vitales, menoscaban su autoconcepto y
afectan su estado anímico; no les comentó a sus padres
sobre la consulta porque asume que no podrían entender sus
dificultades y, en sus palabras, no quiere "decepcionarlos
al no poder cumplir con sus obligaciones cuando ellos a su edad
tenían el doble de responsabilidades"
ya que fueron padres adolescentes.
Una
mujer de sesenta años, que padece una enfermedad crónica
y se encuentra realizando tratamiento psicológico para paliar
con los cambios que el diagnóstico implica en su estilo de
vida, su agencia personal y su autoestima, debe realizarse una
resonancia magnética funcional en el transcurso de una semana.
Frente a esta indicación médica expresa haber tenido
una reacción aguda de ansiedad, que inicia con un sueño
traumático en el que siente que se asfixia dentro del
resonador; expresa que ni siquiera puede pensar en sacar turno para
realizar el estudio sin sentir que se le aflojan las piernas.
Un
hombre de 30 años, que reside hace seis años en el
extranjero, llega a consulta virtual con ataques de pánico
inesperados y recurrentes de un mes de evolución. Está
angustiado porque no es la primera vez que le sucede, dos años
atrás, mientras terminaba su residencia como médico y
planeaba su boda, experimentó las primeras crisis de angustia
que derivaron en un trastorno de pánico y un trastorno
depresivo mayor leve. En ese entonces, luego de las consultas y
chequeos médicos pertinentes, que descartan cualquier tipo de
afección orgánica, realizó, con resultados
exitosos, tratamiento farmacológico y terapia cognitivo
conductual (cabe aclarar que su terapeuta no hablaba su lengua
materna). Teme volver a sentirse como aquella vez en que se
transformó en alguien "dramático,
retraído, como desconectado y sin alegría",
cualidades que no reconoce como propias; de hecho, se considera una
persona extrovertida, sociable, alegre y que prefiere "ponerles
paños fríos a las cosas".
Al momento de la primera entrevista, narra que en esta oportunidad
desea poder hablar en su lengua primaria en el contexto de la terapia
y por ello busca asistencia on-line. Más allá de sus
síntomas, cuenta que hace tres meses fue padre y que se
encuentra aplicando a un nuevo puesto laboral que implicaría
mudarse por tercera vez en estos seis años buscando una mejora
de condiciones laborales, si bien sus condiciones de empleo actual no
las definiría como malas.
En
todas las situaciones clínicas descritas, las manifestaciones
ansiosas constituyen una parte importante de la trama disfuncional.
Poner en marcha intervenciones específicas orientadas a
revertir los procesos cognitivo-conductuales disfuncionales y lograr
la remisión sintomática puede constituir un objetivo
prioritario, tanto en función de la búsqueda del
paciente, como por la evaluación clínica del grado de
disfuncionalidad o interferencia que dichas reacciones generan. Sin
embargo, aún en estos breves fragmentos, podemos tener una
aproximación al modo en que en la clínica, pero también
en la vida cotidiana, dichas manifestaciones a nivel de la conducta
se ven atravesadas y, en distintos grados determinadas, por el
contexto vital y evolutivo (historia, presente y futuro organizan una
trama peculiar en un momento dado); por las relaciones
interpersonales y las pautas vinculares preponderantes; por la
relación con el propio cuerpo y el organismo; por las
estrategias de regulación emocional características;
por las construcciones de significado más nucleares sobre el
mundo y el sí mismo; por amenazas al guión personal y a
la organización del self.
Tomar dimensión de la complejidad de la experiencia va a ser
de gran utilidad al momento de diseñar un tratamiento
psicoterapéutico adecuado a cada situación clínica.
Adicionalmente,
es fundamental no perder de vista el valor adaptativo que estas
manifestaciones detentan, aún en su expresión
disfuncional; emergen en el intento de dar respuestas a las demandas
del entorno, o del propio devenir vital, sin afectar la integridad
del sistema. Son expresiones del delicado equilibrio entre identidad
y cambio. La significación clínica de las
manifestaciones ansiosas no viene dada por la intensidad o cualidad
de las mismas a nivel de la conducta (abierta o encubierta), sino por
su desajuste a las demandas del contexto y, fundamentalmente, por el
grado de afectación de la calidad de vida y del proyecto
personal del individuo. Por lo tanto, entender la ansiedad como un
estado mental, con una serie de elementos que lo componen y un
soporte neurobiológico de base, nos permite operar sobre un
nivel específico de la experiencia disfuncional y constituye
una estrategia legítima, científicamente fundada y
necesaria. Pero consideramos igualmente importante explorar, en
profundidad y desde el inicio, el modo en que dichas manifestaciones
se engarzan en un nivel más amplio de la organización
personal, a fin de identificar otros aspectos implicados en la
disfunción que puedan requerir atención clínica.
Emerge
en este punto el tercer principio organizador del Modelo Integrativo
al que adscribimos, que consiste en otorgar a la personalidad el rol
de eje articulador entre conducta y experiencia. El individuo se
enfrenta a las circunstancias vitales con sus rasgos y facetas de
personalidad, si no logra dar una respuesta funcional que preserve el
equilibrio del sistema, emergen las manifestaciones sintomáticas.
Dependiendo del tipo de conflictos y tensiones internas que
desencadene el maridaje rasgos/contexto, las manifestaciones
sintomáticas pueden adquirir cualidades ansiosas y/o de otro
tipo.
En
la actualidad, diversos autores destacan el rol de la personalidad en
los trastornos emocionales (Beutler, et al., 2006; Powers y Westen,
2009; Rosellini y Brown, 2011). Esto no se restringe a la presencia
de un trastorno de personalidad consolidado, las dimensiones de la
personalidad correspondientes a rasgos normales también
guardan estrecha relación con las disfunciones emocionales
(Fernández Álvarez, 2019). Desde esta perspectiva, la
personalidad aparece como principio articulador entre los diferentes
niveles que recorre el diagnóstico clínico y la
intervención terapéutica (Fernández Álvarez,
2020). No tener en cuenta la presencia de aspectos disfuncionales de
la personalidad puede tender a que los resultados del tratamiento se
vean afectados (Ozkan y Altindag, 2005; Skodol et al., 2014; Goddard
et al., 2015).
Para
finalizar, cabe mencionar que las manifestaciones de ansiedad pueden
expresarse a lo largo de un continuo que va desde formas organizadas
y focales, en torno a una o algunas temáticas claramente
delimitables y que, por lo tanto, afecta una porción
delimitada de la vida del individuo; hasta formas más
extendidas y difusas, transversales a la experiencia, que implican un
estilo de procesamiento ansioso del devenir vital del individuo en
sentido amplio. Consideramos que el diseño de intervención
debe contemplar ajustarse a estas variables.
Dentro
del primer grupo, cuando a pesar de ser focal, la ansiedad interfiere
de algún modo y con distintos grados de extensión en el
habitual desempeño de la persona, podemos ubicar algunos de
los síndromes típicos que se incluyen en la categoría
de trastornos de ansiedad y relacionados con el miedo: fobia
específica, trastorno de pánico, agorafobia, trastorno
de ansiedad social. En la misma línea, las manifestaciones de
ansiedad pueden presentarse como síntomas dentro de
configuraciones clínicas, en las que el núcleo de la
conducta disfuncional no se centra en la desregulación
ansiosa. Ejemplos clásicos son el trastorno obsesivo
compulsivo, los trastornos por estrés, los trastornos de la
conducta alimentaria o las problemáticas asociadas al consumo
de sustancias, pero lo mismo es válido para cualquier
organización disfuncional que curse con distintos grados de
miedo y ansiedad.
En
el otro extremo del continuo, cuando la ansiedad caracteriza un modo
habitual de procesamiento de la información, estaríamos
hablando de distintos niveles de disfunción de la
personalidad, en las que se observa algún tipo de afectación
de self
y las relaciones interpersonales. Dentro de estas manifestaciones, a
nuestro entender, se incluyen el trastorno de ansiedad generalizada y
la ansiedad de separación, y, en los extremos más
disfuncionales, trastornos de personalidad que podría adquirir
cualidades semejantes a los prototipos del trastorno evitativo de la
personalidad o del trastorno límite de la personalidad, entre
otro tipo de configuraciones de distintos rasgos y facetas con una
afectación similar.
¿Cómo
implementamos el modelo integrativo en el abordaje de los trastornos
de ansiedad?
El
propósito fundamental del enfoque integrativo que enmarca
nuestra práctica consiste en articular la identificación
de las dimensiones que caracterizan la experiencia funcional y
disfuncional de los individuos con estrategias de intervención
específicas. Esta articulación implica el uso de
principios nomotéticos de la investigación y la
práctica de la psicoterapia (como los derivados de las
prácticas basadas en la evidencia y la evidencia basada en la
práctica) y la adaptación ideográfica del
tratamiento. En la actualización constante, la docencia, las
supervisiones clínicas semanales, las evaluaciones de procesos
y resultados terapéuticos, y las investigaciones mediante
estudios colaborativos, se sostienen los ciclos de retroalimentación
que han facilitado la evolución del enfoque integrativo tal
como se practica en Fundación Aiglé (Fernández
Álvarez et al., 2016).
Si
partimos de la evidencia empírica, en el terreno de las
disfunciones ansiosas tradicionalmente el tratamiento estuvo dominado
por un enfoque centrado en trastornos específicos. La Terapia
Cognitivo Conductual diseñada en función de los
distintos diagnósticos ha logrado tasas significativas de
remisión sintomática, imponiéndose hasta la
actualidad como tratamiento de primera línea para los
trastornos de ansiedad (Craske et al., 2006; Clark y Beck, 2012).
Más
recientemente, las propuestas de abordajes transdiagnósticos y
de psicoterapia basada en procesos identifican una serie de
estrategias y/o técnicas que han demostrado ser eficaces para
un conjunto definido de trastornos o para intervenir sobre
determinados procesos disfuncionales genéricos, y organizan de
manera estandarizada o personalizada los pasos a seguir en su
implementación.
Dentro
de las propuestas transdiagnósticas para el abordaje de la
ansiedad clínica, se destacan como ejemplos de abordajes
estandarizados, el Protocolo Unificado para los Trastornos
Emocionales (Barlow, 2017, 2018) y la TCC Grupal Transdiagnóstica
para los Trastornos de Ansiedad (Norton, 2012). Desde la perspectiva
de la psicoterapia basada en procesos, Blakey y Abramowitz (2019)
identifican una serie de estrategias terapéuticas destinadas a
activar mecanismos mediadores específicos de cambio
(habituación, aprendizaje inhibitorio, cambio cognitivo a
través de la discusión racional, activación
conductual, aceptación y mindfulness). Se asume que, dichos
mecanismos son centrales para contrarrestar los procesos
disfuncionales que caracterizan las reacciones clínicas de
ansiedad en su conjunto (evitación experiencial,
sobreestimación de la amenaza, meta creencias positivas y
negativas, sesgos atencionales, intolerancia a la incertidumbre,
entre otros). En este caso, la propuesta es identificar en cada
paciente los procesos disfuncionales predominantes y, luego,
seleccionar las estrategias terapéuticas más adecuadas
para intervenir sobre ellos en cada caso.
Cabe
destacar que, si ponemos el foco en los recursos técnicos,
tanto en las propuestas de TCC para diagnósticos específicos
más actuales, como en las propuestas transdiagnósticas
y de terapia basada en procesos mencionadas, se implementan
predominantemente las mismas herramientas. Podríamos decir que
la piedra angular de las intervenciones específicas para la
ansiedad la constituyen distintas modalidades de exposición y
reestructuración/reevaluación cognitiva. A su vez,
actualmente y con elevado consenso, se sugiere combinar dichas
intervenciones con estrategias de activación conductual,
técnicas de mindfulness y de aceptación, entre las que
se incluyen distintos ejercicios de meditación, defusión
cognitiva y orientación en función de valores.
Ahora
bien, estos aportes nos dan claros lineamientos de cómo
abordar los aspectos cognitivo-conductuales de la ansiedad, que
entendemos como el nivel más periférico de la
experiencia disfuncional. Por lo tanto, desde la perspectiva de
nuestro modelo de trabajo, estos recursos terapéuticos
constituyen uno de los niveles de abordaje posibles. Luego, en cada
caso, debemos ponderar la pertinencia y necesidad de articularlos de
algún modo con otras intervenciones disponibles.
Tradicionalmente
la TCC para los trastornos de ansiedad se presenta como un abordaje
breve, de entre 1 y 20 sesiones, centrado en la remisión
sintomática (Craske et al., 2006; Clark y Beck, 2012). Los
estudios de resultado destinados a evaluar la eficacia y efectividad
de las intervenciones dan cuenta de tasas significativas de éxito
terapéutico al finalizar los protocolos de intervención
cognitivo-conductuales. Sin embargo, dichas investigaciones han sido
también cuestionadas por no contemplar como parte de los
resultados las tasas de deserción, remisiones parciales,
recaídas y recurrencias, arrojando a partir de ello
coeficientes sesgados. En nuestra experiencia, luego de un abordaje
focalizado exitoso, si sólo tomamos como criterio la remisión
sintomática, las recaídas y recurrencias son
frecuentes. También lo son las remisiones parciales y, en
menor medida, las deserciones. Asiduamente somos testigos de las
recurrencias del trastorno de pánico, remisiones parciales en
la agorafobia y el trastorno de ansiedad generalizada y de la
necesidad de mayor cantidad de sesiones para lograr resultados
clínicamente significativos y sostenidos en el tiempo en el
Trastorno de Ansiedad Social.
Entonces,
si bien como mencionamos con anterioridad no existe aún
evidencia a favor de los abordajes integrativos, las propias
limitaciones de los recursos con que contamos para dar cuenta de la
experiencia completa de quien padece y para cubrir las demandas de la
clínica cotidiana nos impulsa en la búsqueda de
estrategias que integren otras perspectivas, teórica y
científicamente fundadas, que enriquezcan la comprensión
del fenómeno, así como la propuesta de tratamiento.
En
la práctica clínica, podemos sistematizar nuestro
abordaje integrativo en tres momentos, que inicialmente pueden darse
secuencialmente, pero son recursivos y dialécticos a lo largo
de todo el proceso terapéutico, o de distintos procesos
terapéuticos de un mismo individuo: 1) el modo en que
direccionamos la exploración inicial; 2) la formulación
del caso; y 3) el diseño de tratamiento y puesta en marcha de
la intervención.
Exploración
inicial
La
primera etapa comienza con la exploración del motivo de
consulta, a través de una breve preentrevista telefónica,
en la cual se definen los aspectos a evaluar en el primer encuentro
con mayor profundidad. En la entrevista inicial se realiza una
evaluación multidimensional del paciente que tiene lugar en
dos niveles. Uno de los niveles implica identificar las afectaciones
en el área de la conducta (los aspectos sintomáticos y
procesos implicados en la disfunción), en el mismo nivel se
exploran los recursos con los que cuenta el paciente para afrontar el
problema y los intentos de solución implementados hasta el
momento. El otro nivel busca identificar la profundidad de las
construcciones de significado personal implicadas en la situación
clínica y con ello determinar el grado de extensión de
la disfunción. Se exploran también características
generales del contexto vital y sociocultural del consultante,
aspectos relevantes de su historia, sus vínculos primarios y
generalidades de su salud física.
Además,
se evalúan otras dimensiones, como el nivel de malestar
subjetivo, el grado de interferencia de la conducta problema, la
naturaleza del trastorno en términos de gravedad, cronicidad y
complejidad, junto con la atribución de los pacientes del
problema que se presenta (p. ej., interno o externo, estable o
inestable, controlable o incontrolable), el estadio de motivación
para el cambio, expectativas, nivel de reactancia y recursos
disponibles, incluido el apoyo social.
La
exploración inicial se complementa con una evaluación
instrumental que contempla aspectos sintomáticos genéricos
y específicos de la demanda, así como una exploración
de rasgos y facetas disfuncionales de personalidad y de patrones
interpersonales problemáticos. En base al proceso y resultado
de esta evaluación integral, se elabora la primera formulación
del caso. A partir de ello se esboza un diseño de tratamiento
posible y adecuado a la demanda particular y se define el terapeuta
cuyo estilo sea más pertinente para el consultante (Fernández
Álvarez y García, 2019). Cabe mencionar que tanto la
formulación como el diseño son permeables a una
constante reformulación, en función de la propia
evolución de la demanda, inherente a los sistemas complejos de
procesamiento.
Formulación
del caso
Para
construir la formulación de caso nos valemos de los
fundamentos teóricos del modelo integrativo, así como
de las contribuciones que los distintos enfoques han hecho respecto
de las variables y fenómenos que inciden en la etiología
y mantenimiento del miedo y la ansiedad clínica. Tenemos
presente, por ejemplo, los aportes de los modelos neurobiológicos
y evolutivos, los desarrollos respecto al aprendizaje por
condicionamiento y refuerzo, la influencia de los estilos de apego y
patrones vinculares, el impacto que los distintos momentos vitales
pueden tener en la organización del self
y el rol de los conflictos motivacionales en la configuración
de la experiencia, sin dejar de contemplar el impacto de los
contextos socioculturales en los que se despliega dicha experiencia y
las peculiaridades de las características de personalidad que
median su construcción. En cada caso, uno o varios de estos
aspectos adquieren mayor relevancia y demarcaran lineamientos para
definir la intervención. El espacio de supervisión
semanal adquiere una relevancia central en los procesos de
formulación del caso y diseño de intervención,
así como en la permanente revisión de los mismos.
Diseño
de tratamiento y puesta en marcha de la intervención
El
diseño de tratamiento consiste en definir los objetivos
terapéuticos, así como las estrategias de intervención
y técnicas específicas para lograrlos. Las
intervenciones pueden estar dirigidas a uno o varios niveles de la
organización mental del individuo, siguiendo con el principio
básico de promover cambios graduales para lograr los objetivos
esperados. Por lo tanto, los tratamientos pueden ir desde
intervenciones mínimas hasta abordajes a largo plazo, así
como de procedimientos simples y la implementación de recursos
limitados a procedimientos muy complejos, que incluyen el uso de un
equipo inter y multidisciplinario.
En
cada caso se definen jerárquicamente los objetivos, es decir,
de los aspectos más periféricos a los más
nucleares de la organización de la experiencia disfuncional a
abordar. Ejemplos pueden ser: la remisión sintomática,
la modificación de procesos cognitivo-conductuales
disfuncionales específicos, el desarrollo de estrategias de
regulación emocional, la resolución de problemas
interpersonales, el desarrollo de recursos específicos de
afrontamiento, la flexibilización de rasgos de personalidad,
la construcción o redefinición del guion personal y la
posibilidad de asociarlo a un proyecto vital, así como de
orientar las acciones en función del mismo. Es fundamental
acordar con el paciente cuáles son las situaciones que
ameritan intervención clínica, así como
establecer la prioridad del abordaje psicoterapéutico según
el nivel de urgencia, malestar subjetivo, nivel de interferencia en
la vida cotidiana, elecciones personales.
En
función de los objetivos acordados con el paciente, el
tratamiento puede consistir en uno o varios módulos de
objetivos específicos, con distintos grados de conexión
entre sí, que a su vez pueden implementarse de manera
simultánea o secuencial. También puede recurrirse a
recursos diversos al momento de implementar la intervención
psicoterapéutica: uno o varios terapeutas para abordar los
distintos objetivos; interconsulta psiquiátrica en caso de
considerarse necesario; eclecticismo técnico, tomando
procedimientos provenientes de los distintos enfoques en
psicoterapia, que se integran de manera flexible y científicamente
fundada, considerando las características de cada paciente, la
situación clínica y las competencias del terapeuta.
A
modo de ejemplo, un paciente que consulta por ansiedad social puede
realizar un abordaje de TCC destinado a flexibilizar el procesamiento
cognitivo asociado al trastorno y a contrarrestar la evitación
como única estrategia de afrontamiento de las situaciones
ansiógenas y, paralelamente, acceder a un módulo
específico de mindfulness para ampliar su registro emocional,
aprendiendo a identificar, diferenciar y etiquetar distintas
sensaciones y emociones. Otro paciente con el mismo diagnóstico
podría requerir de una intervención por etapas de
objetivos escalonados: que también parta del mismo abordaje de
TCC para el trastorno de ansiedad social, para luego continuar con el
desarrollo de estrategias de resolución de problemas y toma de
decisiones en función de alinear sus acciones con el proyecto
personal, y finalmente se proponga la flexibilización de
facetas acentuadas de introversión y amabilidad. Un tercer
paciente con el mismo diagnóstico podría presentar
comorbilidad con un trastorno de la conducta alimentaria y
encontrarse atravesando un fase aguda de restricción
alimentaria con riesgo vital, lo que demandaría una
intervención inicial del equipo interdisciplinario de
trastornos alimentarios, que luego, una vez estabilizado el cuadro,
podría articularse con un módulo específico y
breve de abordaje de la ansiedad social a cargo de un terapeuta del
equipo de ansiedad, y la coordinación entre los equipos para
abordar también los procesos o rasgos comunes, tales como la
rumiación y el perfeccionismo respectivamente.
¿Cómo
se expresa el abordaje cognitivo integrativo en nuestra muestra de
pacientes?
Al
haber transcurrido ocho años desde la conformación del
Equipo de Ansiedad de Fundación Aiglé nos propusimos
sistematizar el análisis de la muestra de pacientes con la que
contamos. En este artículo decidimos comenzar por plasmar los
resultados de nuestra aproximación inicial, exploratoria y
descriptiva, a las características más genéricas
de las situaciones clínicas con las que venimos trabajando,
que atestiguan nuestro modelo en acción.
La
muestra está constituida por un total de 114 pacientes que
fueron admitidos en Fundación Aiglé e iniciaron
tratamiento con alguno de los seis terapeutas que hoy conformamos el
Equipo de Ansiedad, entre octubre de 2014 y diciembre de 2022. La
condición para ser considerados dentro de esta muestra es que,
como parte de la demanda inicial o de desarrollo, se hayan
identificado las reacciones de ansiedad como un foco central de la
experiencia disfuncional. El promedio de edad de los consultantes
considerados es de 29 años (con una distribución entre
13 y 80 años). Respecto al género, la muestra está
compuesta por 40% de hombres y un 60% de mujeres (46 hombres y 68
mujeres, respectivamente).
Partiendo
de las categorías diagnósticas según DSM 5 (APA,
2014), del total de pacientes: el 29% (33) cumple criterios
diagnósticos para Trastorno de Pánico; el 27% (31) para
Trastorno de Ansiedad Social, incluyendo 7 pacientes que presentan
trastorno de ansiedad social solo de performance específica
(el 22.5% de los pacientes con trastorno de ansiedad social y el 6%
de la muestra total); el 17% (19) de los pacientes recibió
diagnóstico de Agorafobia y también un 17% (20) fue
diagnosticado con Trastorno de Ansiedad Especificado (incluyendo en
esta categoría manifestaciones sintomáticas subclínicas
de trastorno de pánico y trastorno de ansiedad generalizada,
así como sintomatología ansiosa en el contexto de
transiciones vitales); finalmente, el 14% (16) cumple criterios para
Fobia Específica y el 9% (10) para Trastorno de Ansiedad
Generalizada. Cabe aclarar que algunos de los pacientes no fueron
diagnosticados con ningún trastorno de ansiedad, otros
cumplieron criterios para un único diagnóstico de
trastorno de ansiedad, y otros fueron diagnosticados con entre 2 y 3
trastornos de ansiedad.
A
su vez, siguiendo el mismo manual diagnóstico, de los 114
pacientes un 21% (25) presentaron al menos una comorbilidad con otros
trastornos vinculados a manifestaciones disfuncionales a nivel de la
conducta, incluyendo, de los más a las menos frecuentes:
hipocondría, trastorno obsesivo compulsivo, trastorno del
estado de ánimo, trastorno de la conducta alimentaria,
trastornos relacionados con sustancias y trastornos adictivos y
síndrome de Tourette.
Siguiendo
el modelo alternativo del DSM 5 para los trastornos de personalidad
(APA,
2014) en
el que, a partir de la escala ENFP (pp.775-778) se permite determinar
la presencia y grado de severidad de la disfunción de manera
cualitativa, a partir de identificar el grado de deterioro del self
(en las dimensiones de identidad y autodirección) y de las
relaciones interpersonales (en las dimensiones de intimidad y
empatía), distinguimos dos grupos en nuestra muestra. Por un
lado, identificamos un 27% (31) de los pacientes con un nivel de
deterioro de leve a moderado del funcionamiento de la personalidad,
y, por otro, un 15% (17) de los pacientes con un deterioro de
moderado a grave/extremo del funcionamiento de la personalidad. El
total de pacientes con alguna disfunción de la personalidad
constituye el 42% (48) de la muestra.
Si
nos detenemos en el diseño de tratamiento, de los 114
pacientes, el 85% (97) ha recibido intervenciones focalizadas para la
ansiedad con base en el modelo cognitivo-conductual. Dentro de este
grupo, por un lado, se incluyen los abordajes de TCC centrada en
diagnósticos específicos para la Fobia Específica,
el Trastorno de Pánico, la Agorafobia y el Trastorno de
Ansiedad Social (Ortiz et al., 2019). A su vez, se incluye también
en este grupo la implementación de técnicas destinadas
a fomentar la autoeficacia frente a la sintomatología ansiosa,
o a desarrollar estrategias de regulación emocional con foco
en la ansiedad, o a contrarrestar la evitación experiencial de
la sintomatología ansiosa, o a intervenir sobre metacreencias
positivas y negativas; entre otras intervenciones específicas
focalizadas en la ansiedad, pero incluidas en el marco de abordajes
más amplios que contemplan simultáneamente otros focos
de intervención, en tanto la disfunción no se subsume
en las categorías diagnósticas clásicas o
constituye una expresión sintomática dentro de un
cuadro clínico más amplio.
Con
el 15% (17) restante de pacientes se implementaron diseños de
intervención que no incluyeron el abordaje específico
de la ansiedad, sino la reformulación de la demanda enmarcando
la ansiedad como un epifenómeno de otros aspectos que
requerían atención clínica. Dentro de este grupo
se incluyen tanto reacciones adaptativas producto de una transición
vital, en cuyo caso, por ejemplo, podría requerirse hacer foco
en aspectos vinculados a la toma de decisiones y resolución de
problemas; como disfunciones de la personalidad severas con
manifestaciones multi sintomáticas a nivel de la conducta, que
pueden demandar la implementación de intervenciones destinadas
a la regulación emocional en sentido amplio y/o estrategias de
manejo de estrés, así como el desarrollo de habilidades
interpersonales y flexibilización de distintas facetas
acentuadas de la personalidad.
Continuando
con el análisis de las intervenciones específicas en
ansiedad, el 45% (44) de los 97 pacientes a quienes se les administra
un abordaje focal, sólo recibe esa intervención
(representa el 39% de la muestra total). El 55% (53) restante (46% de
la muestra total), transita por un tratamiento con objetivos
adicionales al abordaje de los síntomas y procesos
psicológicos implicados en la ansiedad, objetivos que pueden
ser abordados de manera secuencial o simultánea, por el mismo
o distintos terapeutas, y pueden concebirse como objetivos
escalonados o independientes.
Entre
los objetivos adicionales más frecuentes se incluyen:
resolución de problemas interpersonales, flexibilización
de distintas facetas o rasgos de personalidad, definición o
redefinición del proyecto personal, desarrollo de recursos
específicos de afrontamiento para distintas circunstancias de
conflicto vital, y abordaje de otros síndromes clínicos
(siendo los más frecuentes: Trastorno Obsesivo Compulsivo,
Trastorno de Ansiedad Generalizada, Trastornos del Estado de Ánimo,
Hipocondría, Trastorno de la Conducta Alimentaria). Queda
claro en este punto que la cantidad de objetivos no se subsume a la
cantidad de diagnósticos psicopatológicos, sino que
pueden implicar distintas facetas de la experiencia disfuncional, que
tampoco se restringen a la esfera de la conducta.
Finalmente,
respecto de los resultados, lo que podemos sintetizar es que un 26%
(32) de los pacientes llegaron al cierre del proceso terapéutico
tras haber cumplido los objetivos propuestos; 19% (22) pacientes
desertaron sin haber llegado a cumplir ningún objetivo
propuesto; y 17% (16) desertaron habiendo cumplido al menos un
objetivo, sin completar las fases subsiguientes. Consideramos
"cumplidos los objetivos" cuando existe un acuerdo
explícito entre paciente y terapeuta de cerrar una etapa tras
haber logrado el cambio o la mejoría esperada. Cabe aclarar
que, en algunos casos contamos con evaluaciones instrumentales de
cierre, que atestiguan cambios en aspectos sintomáticos; en
algunos casos contamos con ejercicios escritos o registros
audiovisuales que atestiguan la mejoría percibida por el
paciente; en algunos casos contamos también con contactos de
seguimiento en los que también se evidencian los resultados
terapéuticos. A su vez, es importante tener presente que, a
mayo de 2023, 6% (7) de los pacientes continúan en tratamiento
focal y 32% (37), ya habiendo transitado y culminado dicha etapa,
continúan trabajando en otros objetivos terapéuticos.
Estos
datos pueden verse afectados por el hecho de que la muestra incluye
pacientes que se encuentran en etapas iniciales, intermedias y
finales del tratamiento, junto con otros que han concluido su proceso
psicoterapéutico recientemente o más distantes en el
tiempo. Asimismo se incluyen pacientes que atravesaron por distintas
fases de tratamiento en momentos temporales distintos, incluyendo
periodos en los que estuvieron sin tratamiento, junto con quienes
recibieron tratamiento continuo objetivo tras objetivo.
Por
tales motivos, las cifras no muestran resultados concluyentes y no
resulta posible, por ejemplo, obtener datos fiables de porcentajes de
recaídas, recurrencias y remisiones parciales; tampoco del
promedio de objetivos y tiempo de tratamiento de la muestra total.
Sin embargo, consideramos que esta primera aproximación,
tangible y objetiva, sobre cuál es el devenir de las consultas
por ansiedad en el contexto de nuestro equipo, cumple el objetivo de
dar cuenta de algunas implicancias del modelo integrativo en acción.
También,
cabe mencionar que esta muestra no representa la totalidad de las
consultas por ansiedad que se recibieron en la Fundación Aiglé
entre 2014 y 2022, sino sólo aquellas que han sido asistidas
por los seis terapeutas de la red de asistencia que también
integran el Equipo de Ansiedad, cuyo objetivo no se limita a la
asistencia, sino que incluye el estudio, la docencia y supervisión
de situaciones clínicas relacionadas con la ansiedad.
Comentarios
finales
En
la introducción nos propusimos, partiendo de compartir nuestro
modelo de trabajo y experiencia, contribuir a la reflexión
sobre tres interrogantes eminentemente clínicos a los que
intentamos dar una respuesta teórica y científicamente
fundada a lo largo de este artículo. Seguimos para ello un
recorrido que parte de los fundamentos teóricos genéricos
del modelo integrativo al que adscribimos, pasando por la
conceptualización de la ansiedad y sus disfunciones desde esta
perspectiva, y la descripción de las características
que asume el abordaje psicoterapéutico, hasta llegar a
representar el modelo en acción a partir de algunas variables
descriptivas de nuestra muestra de pacientes.
A
su vez, partiendo de los datos relevados, creemos que podemos señalar
algunas conclusiones preliminares que podrían dar sustento a
las asunciones teóricas.
En
primera instancia, no todos los pacientes cuya demanda inicia por
ansiedad reciben un diagnóstico psicopatológico, lo que
no implica que no puedan verse beneficiados de algún tipo de
intervención. Resulta interesante el porcentaje de pacientes
en los cuales identificamos la presencia de algún nivel de
deterioro en el funcionamiento de la personalidad, asociado a la
consulta por ansiedad. Sería interesante profundizar en un
análisis específico de los rasgos y facetas
predominantes en función de identificar asociaciones
características (entre determinados diagnósticos con
determinados rasgos o facetas; facetas acentuadas que predominan en
las consultas por ansiedad, etc.).
También,
de acuerdo a los resultados, a pesar de tratarse de datos no
concluyentes y que no se contemplan seguimientos en el análisis,
podemos identificar solo un 18% de pacientes que parecen no haber
percibido ningún tipo de beneficios, entendiendo por ello que
no han llegado a cumplir ningún objetivo propuesto. Sería
interesante evaluar, dentro de este grupo, el porcentaje de abandonos
prematuros (durante las primeras sesiones de tratamiento) y
compararlo con el porcentaje de pacientes que, habiendo recibido
tratamiento por un tiempo más prolongado (mayor dosis de
intervención) no obtuvo beneficios; así como cruzar
dichos datos con la complejidad de la experiencia disfuncional y tipo
de diagnóstico.
Finalmente,
del total de la muestra solo un 39% recibe como intervención
única el abordaje focalizado para un trastorno de ansiedad,
mientras el 61% restante accede a intervenciones de un mayor nivel de
complejidad con 2 o más objetivos, incluyendo en este último
grupo quienes desde el comienzo redireccionan la demanda a otros
focos disfuncionales y quienes, sumado a revertir la problemática
ansiosa se plantean objetivos terapéuticos adicionales.
Consideramos que estos datos abonan la necesidad de dar lugar a una
mirada más amplia e integrativa del estado de salud mental de
quienes consultan por ansiedad; sin desmerecer la porción de
consultantes que se ven beneficiados con abordajes más simples
y focales.
Claramente
nos queda mucho trabajo por hacer antes de poder sacar resultados
concluyentes. También reconocemos las limitaciones de la
muestra y de las variables de análisis que hemos seleccionado,
entendiendo que implican un recorte en función de la población
clínica en general y de las variables que atraviesan las
consultas. Esperamos en el futuro pulir nuestra sistematización
de datos, operacionalizar mejor las variables de análisis y
diversificar la población a la que tenemos llegada, a fin de
obtener conclusiones más generalizables.
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