Introducción
El
Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) se caracteriza por la presencia
de obsesiones y/o compulsiones que generan un malestar significativo
y afectan la rutina diaria de la persona que lo padece (APA, 2014).
Las obsesiones son pensamientos, impulsos o imágenes
recurrentes e intrusivos que se experimentan como inapropiados.
Quienes padecen TOC intentan evitar un estímulo temido o
reducir el malestar y la ansiedad asociados mediante conductas
repetitivas o actos mentales que siguen reglas estrictas, comúnmente
denominados rituales. En algunos casos, las compulsiones pueden no
estar lógica o realísticamente relacionadas con la
obsesión y el malestar que intentan evitar o suprimir. O bien,
aunque puedan tener cierta coherencia, a menudo resultan
desmesuradamente excesivas.
El
TOC puede presentarse en diversas formas y niveles de gravedad,
llegando a ser extremadamente perjudicial tanto para las personas que
lo padecen como para sus familias. Las obsesiones y las compulsiones
pueden ocupar gran parte del tiempo y la energía de la
persona, lo que puede provocar un deterioro global y significativo en
su calidad de vida (APA, 2014). La prevalencia anual mundial del TOC
es de aproximadamente 1-2% de la población general (Ruscio et
al., 2010). Esta estimación puede variar según el país
y la población estudiada. Según Stagnaro et al. (2018),
en Argentina alcanzaría el 2.5%. Estos datos resaltan la
significativa afectación que el TOC puede tener en la vida de
una gran cantidad de personas y su entorno, así como la
importancia de comprender y abordar esta condición de manera
adecuada, tanto para los pacientes como para sus familiares.
A
lo largo de muchas décadas, se han desarrollado estrategias de
intervención específicas destinadas a fortalecer la
capacidad de afrontar las obsesiones y la ansiedad que estas generan.
Estos abordajes incluyen comprenden la adquisición de
habilidades para gestionar la intensidad de las emociones
relacionadas con las obsesiones, y la práctica deliberada de
resistir las compulsiones, con el propósito de internalizar
que dichas acciones carecen de lógica y son innecesarias
(Abramowitz et al., 2009). No obstante, varios factores, incluyendo
una inadecuada interacción entre pacientes y familiares,
pueden obstaculizar significativamente el proceso psicoterapéutico.
En
el ámbito cotidiano de una persona con TOC los
diversos modos de afrontamiento de los seres cercanos pueden afectar
el progreso de la terapia, llevando a la manifestación de
patrones de comportamiento que tienen el potencial de tener un
impacto negativo tanto en el paciente como en las personas próximas.
Entre los factores pertenecientes al entorno familiar que tienen un
rol relevante en el mantenimiento y/o empeoramiento del trastorno se
encuentran, por ejemplo, la calidad de la relación conyugal,
el grado de cohesión de la familia o el nivel de emoción
expresada (Shimshoni et al., 2022).
En
el marco de la investigación sobre el TOC, en los últimos
años ha cobrado creciente importancia el concepto de
acomodación
familiar,
el cual refiere a la participación activa de los familiares
cercanos, que pueden incluir padres, cónyuges y hermanos, en
los rituales realizados por una persona que padece TOC. Esta noción
subraya la relevancia de comprender cómo la dinámica
familiar y la implicación de los seres cercanos puede
desempeñar un papel crucial en la experiencia y el tratamiento
del TOC. Esta relación bidireccional que se establece entre el
paciente que padece TOC, ya sea niño o adulto, y su entorno,
toma un carácter de suma relevancia y desempeña un rol
sustancial, ya que engloba al sistema familiar en una influencia
mutua que contribuye de a la exacerbación y persistencia del
trastorno (Lebowitz et al., 2013).
Exposición
y prevención de respuesta, modificación de expectativas
y su relación con los otros significativos
Los
fenómenos intrusivos no deseados son una experiencia
compartida universalmente por todos pero, en el caso del TOC,
desencadenan reacciones extremas debido a la particular persistencia,
intensidad y significativo malestar que generan. En un intento de
gestionar este sufrimiento se ponen en marcha de forma intuitiva
mecanismos de afrontamiento para mitigarlo, como conductas de
evitación, búsqueda de reaseguro y rituales, que
aportan un alivio inmediato. Estos mecanismos pueden parecer
efectivos en el corto plazo, no obstante, a largo plazo, exacerban la
verdadera problemática subyacente al trastorno y tienen un
impacto crítico en la calidad de vida de los individuos con
TOC (Abramowitz, 2018).
Se
reconoce a Victor Meyer (1966) como el pionero en establecer con
éxito las bases de la terapia comportamental específica
para el TOC, la cual implica exponer directamente a los pacientes a
situaciones que generan ansiedad y luego evitar que se lleve a cabo
la conducta compulsiva. Esta técnica terapéutica que en
el presente se denomina exposición
y prevención de respuesta
(EPR), se basa en la suposición de que al exponer
sistemáticamente a una persona a estímulos que provocan
pensamientos obsesivos y a la ansiedad asociada, mientras se le
impide escapar o neutralizar la ansiedad mediante rituales
(prevención de respuesta), con el transcurso del tiempo
disminuirá la ansiedad mediante un proceso de habituación.
Este proceso permitirá a la persona recuperar gradualmente una
mejor funcionalidad en su vida cotidiana (Himle y Franklin, 2009).
Durante
las décadas posteriores a las iniciativas de Meyer (1966),
investigaciones sobre los resultados del tratamiento han consolidado
la EPR como una terapia efectiva para el TOC (Abramowitz, 1996), y
hoy en día continúa siendo el corazón del
tratamiento. A través de una amalgama de técnicas
centradas en la EPR se busca reducir los síntomas del TOC y
empoderar a las personas para que puedan enfrentar y sobrellevar de
manera efectiva las complejas emociones asociadas al trastorno. Desde
un enfoque cognitivo conductual se trabaja, asimismo, en la
identificación y rectificación de patrones de
pensamiento que conduce a una mala interpretación de los
pensamientos obsesivos, así como una exageración
injustificada de la amenaza percibida. Estos abordajes terapéuticos
se centran entonces en fomentar modos más saludables de
afrontar las obsesiones y la ansiedad, lo que en última
instancia conduce a una mejora sustancial en la calidad de vida
(Abramowitz, 2021).
Es
importante recordar que las obsesiones son involuntarias y muy
persistentes por naturaleza. No es una tarea sencilla para quienes
sufren de TOC dejar de recurrir a los patrones desadaptativos que han
aprendido para reducir la ansiedad que provocan estas intrusiones tan
nocivas. Además, el alivio temporal que logran mediante las
compulsiones refuerza la creencia en su eficacia, generando una
dependencia perjudicial. Este ciclo obstaculiza la capacidad de
reconocer la irracionalidad de estas conductas, dificultando la
adopción de estrategias de afrontamiento más
adaptativas (Khouzam, 1999).
Así,
el TOC atrapa a quien lo padece en un circuito autoperpetuante de
pensamiento, emoción y conducta que resulta muy difícil
de interrumpir. Las compulsiones se vuelven persistentes y excesivas
al ser reforzadas mediante la disminución inmediata del
malestar emocional y la temporal supresión del pensamiento no
deseado. Este reforzamiento negativo, además de dificultar la
comprensión de que las evaluaciones acerca de las obsesiones
son irracionales, fortalece la creencia de que la persona es
responsable de eliminar las temidas amenazas (Abramowitz et al.,
2009). En consecuencia, la persona llega a convencerse de que debe
continuar enfrentando su padecimiento de esta manera.
En
relación a la complejidad que implica intentar modificar el
ciclo del TOC, cabe destacar que Meyer (1966) subrayó la
importancia de contar con la colaboración de otras personas,
en ese momento personal de enfermería, que estuvieran
debidamente capacitadas para contribuir eficazmente al proceso
terapéutico. En un estudio posterior, Levy y Meyer (1971)
lograron mejoras significativas al exponer a los pacientes de manera
prolongada y gradual a situaciones que pudieran desencadenar
rituales, evitando que los llevaran a cabo. Nuevamente, enfatizaban
la necesidad de contar con el respaldo del personal de enfermería
que además dispusiera de la paciencia y creatividad
suficientes, y que, en última instancia, lograra reducir
gradualmente el apoyo hasta que los pacientes pudieran prescindir de
él. En el transcurso de pocos años se desarrolló
una forma de tratamiento simplificada y menos restrictiva del método
original de Meyer, que también se extendió al
tratamiento ambulatorio (Roper, 2005). Desde entonces se han ido
incorporando diferentes elementos complementarios para el abordaje
del TOC.
Es
importante señalar que, desde el inicio del tratamiento
específico para el TOC, se hace hincapié en la
inclusión de otras personas calificadas que colaboren en el
proceso terapéutico. El objetivo primordial es fomentar la
recuperación y autonomía del paciente. En la
actualidad, es común que amigos y familiares se unan para
ofrecer apoyo y asistencia (Abramowitz, 1996). Sin embargo, con
frecuencia, este apoyo se brinda sin la preparación necesaria
y no siempre de la manera más adecuada, lo que constituye un
factor crítico en este contexto. Esta situación se
complica aún más debido a la propia naturaleza del TOC,
que a menudo impulsa a las personas del entorno a sentirse obligadas
a intervenir en los rituales de su ser querido. Por ejemplo, en el
caso de una madre que experimenta pensamientos intrusivos de agresión
hacia su recién nacido, lo que le provoca temor a lastimarlo,
su pareja asume toda la responsabilidad en el cuidado del bebé
en un intento de reducir su angustia. No obstante, este modo de
proceder fomenta la evitación de la madre hacia su hijo e
impide que pueda comprender que la intensa ansiedad que siente no
solo es temporal, sino también inofensiva (Huppert et al.,
2020).
En
relación a esto, el método que Meyer (1966) introdujo
en la terapia del TOC fue denominado 'modificación de
expectativas', centrando sus intervenciones en alterar las
percepciones negativas que los pacientes con TOC suelen mantener
respecto a las consecuencias de no llevar a cabo sus rituales.
Siguiendo esta premisa, la terapia contemporánea específica
para el TOC se focaliza en la exposición a estímulos
temidos, lo cual induce tanto el miedo subjetivo como la activación
fisiológica concomitante. De manera simultánea, se
desafían enérgicamente las perspectivas negativas de
los pacientes en relación a la ocurrencia de lo que temen, ya
sea relacionado con eventos externos o experiencias internas (Arch y
Abramowtiz, 2015). Siguiendo el ejemplo anterior, si la pareja no
interviniera fomentando la conducta evitativa, la madre aprendería
a enfrentar el malestar provocado por sus pensamientos intrusivos de
agresión hacia su recién nacido. En lugar de evitar la
situación, podría aprender a cuidar de su bebé
tolerando el malestar que le generan las intrusiones, corroborando
que nunca le hará ningún daño, y la intensa
ansiedad que siente no representa una amenaza, ni real, ni duradera.
En
este contexto, se ha llevado a cabo una exhaustiva investigación
sobre cómo el cerebro internaliza nuevas experiencias mediante
la exposición a situaciones temidas, lo que contribuye a
evitar la dependencia de rituales innecesarios. Estudios recientes
sostienen que lo esencial radica en que la exposición fomente
nuevos aprendizajes capaces de contrarrestar el poder de las
convicciones erróneas potenciadas por las obsesiones. Esta
modalidad de aprendizaje, que ha sido denominada 'aprendizaje
inhibitorio', ha generado transformaciones de gran alcance en la
forma de implementar la exposición y prevención de
respuesta, con el fin de optimizarla (Abramowitz, 2018).
La
asimilación de estos nuevos conocimientos en pacientes con
TOC, que implican modos más apropiados para reducir su
padecimiento, a menudo enfrenta obstáculos de diversa índole
durante el proceso terapéutico. Entre ellos, el inadecuado
proceder de las personas cercanas puede desempeñar un rol
fundamental, cuando en lugar de ayudar a internalizar las ideas
adaptativas, conscientemente o no, favorecen la perpetuación
de los antiguos hábitos. Esto ocurre al participar en
actividades como ofrecer un reaseguro innecesario, aumentar la
evitación de situaciones que desencadenan las obsesiones y su
consiguiente malestar, o al ceder y colaborar con las compulsiones
destinadas a aliviarlos. El apoyo proporcionado por los familiares y
seres cercanos debe estar en consonancia con las prácticas
terapéuticas. Por lo tanto, es deseable que adquieran
conocimiento y comprensión sobre el trastorno, a fin de que su
respaldo sea eficaz. De lo contrario, la dinámica familiar
podría entorpecer la implementación efectiva de las
intervenciones basadas en la EPR y el proceso de aprendizaje
inhibitorio. Cuando
las personas cercanas modifican su cotidianeidad e intentan
colaborar, pero paradójicamente lo que logran es alimentar el
TOC en lugar de ayudar a combatirlo, se conducen en un modo análogo
al paciente, fomentando las compulsiones, conductas de seguridad y
estrategias de evitación de manera contraproducente. Este
comportamiento que recibe el nombre de acomodación
familiar
replica y agranda el problema, ya que es equiparable a las acciones
del paciente con TOC que, en última instancia, refuerzan y
consolidan el trastorno (Huppert et al., 2020).
La
acomodación familiar dentro del circuito del TOC
La
acomodación familiar consiste en las modificaciones en el
comportamiento realizadas por los familiares con el propósito
de asistir a su ser querido y reducir el malestar asociado a su
padecimiento. Estos cambios generalmente implican una participación
activa y ajustes en las rutinas diarias familiares, que refuerzan la
sintomatología en vez de reducirla. Este fenómeno se
manifiesta en una amplia gama de trastornos, que incluyen entre otros
el trastorno obsesivo-compulsivo, trastornos de ansiedad, trastornos
de la conducta alimentaria, trastornos del espectro autista,
trastornos por tics y el trastorno de estrés postraumático
(Shimshoni et al., 2019).
La
acomodación familiar juega un papel significativo en el
funcionamiento del TOC, tanto en niños como en adultos
(Lebowtitz et al., 2013). Es bastante común que los otros
significativos adapten sus rutinas y actividades debido a los
síntomas del paciente, aunque no sea beneficioso (Albert et
al., 2017). Es importante destacar que se observa una alta
prevalencia de acomodación entre los familiares de personas
con TOC (Gomes et al., 2014). De acuerdo con Calvocoressi et al.
(1995), se ha observado una amplia prevalencia de acomodación
familiar, reportada por el 88% de los pacientes con trastorno
obsesivo-compulsivo (TOC). Estos hallazgos se han mantenido
consistentes en estudios posteriores, con una prevalencia de hasta el
90% en casos de adultos y niños con TOC (Shimshoni et al.,
2019).
Como
se ha mencionado previamente, los rituales compulsivos se desarrollan
como intentos para eliminar las intrusiones y prevenir consecuencias
perjudiciales percibidas, se vuelven persistentes y excesivos porque
se refuerzan mediante la disminución inmediata del malestar
emocional y la temporal supresión del pensamiento no deseado
(Abramowitz et al., 2009). Cuando la compulsión tiene éxito,
este reforzamiento negativo fortalece las creencias irracionales y
dificulta que la persona afectada pueda aprender que sus evaluaciones
son ilógicas (Abramowitz et al., 2009). En lo que concierne a
quienes interactúan con alguien que sufre de TOC ajustándose
a sus compulsiones, la acomodación familiar implica
comportarse como si el peligro fuera genuino. Al modificar
innecesariamente la rutina diaria para proteger a un ser querido de
sus miedos obsesivos, actúan como si efectivamente existiera
una amenaza concreta o como si no hubiera otra manera de manejar el
malestar. Los rituales proporcionan un alivio al malestar que es solo
temporal y la persona no solo no reconoce la irracionalidad de su
conducta, sino que también llega a convencerse de que es
efectiva y que la reducción del malestar depende de estos
actos. Esto conforma un patrón desadaptativo para reducir la
sensación de amenaza, miedos y ansiedad, y es imprescindible
interrumpirlo (Khouzam, 1999). Al mismo tiempo, el pasajero alivio
obtenido a través de estos ajustes refuerza la tendencia de
los familiares a acomodarse.
Dada
la naturaleza de las obsesiones, intensas y repetitivas, y el
circuito que las refuerza, se puede comprender por qué a las
personas con TOC les resulta extremadamente desafiante dejar de
recurrir a la conducta compulsiva. Aún más si esto es
potenciado por el inadecuado proceder de sus familiares. A su vez, es
evidente que, como parte de una estrategia para aliviar la ansiedad e
incertidumbre que experimentan, a menudo y de manera muy insistente
las personas con TOC tienden a involucrar a los otros en sus
comportamientos obsesivo-compulsivos, y en respuesta, aquellos que
desean ayudarlos participan en los rituales, ya sea para evitar
mayores complicaciones, o bien con la noble intención de
aliviar su sufrimiento. No obstante, como hemos señalado, es
importante destacar que esta colaboración, aunque motivada por
buenas intenciones, no solo agrava el TOC, sino que además
genera frustración y tensiones adicionales que empeoran el
cuadro (Abramowitz, 2021).
Esta
compleja interacción plantea desafíos considerables
para las familias afectadas. Es doloroso y causa también mucho
temor ver a nuestros seres queridos en estados de ansiedad, angustia
o explosividad, más aún cuando incurren en situaciones
que conllevan cierto riesgo, como la perspectiva de fracasar en los
estudios, perder un trabajo, lastimarse, o dejar de nutrirse
correctamente. Es natural que deseemos resguardarlos de consecuencias
catastróficas o mantenerlos seguros y en calma, y con este
objetivo, cedamos a sus demandas. No obstante, es importante
considerar que lejos de ser una solución, un elevado nivel de
acomodación familiar está vinculado a efectos nocivos
tales como un incremento en la gravedad de los síntomas del
TOC, una disminución en la respuesta al tratamiento y un mayor
riesgo de abandono (Demaria et al., 2021). Este ciclo bidireccional
conlleva una retroalimentación que deteriora tanto el
bienestar del paciente como de sus seres queridos, lo cual resalta la
importancia de intervenciones terapéuticas que aborden no solo
la gestión del TOC en forma individual, sino también en
el sistema familiar.
La
acomodación familiar fue investigada por primera vez de manera
empírica en familiares de adultos que padecen TOC
(Calvocoressi et al., 1995). Aunque en esta etapa de la vida la
evidencia es limitada, enseñar a los cónyuges y
convivientes adultos a brindar apoyo a los pacientes en lugar de
acomodarse a sus síntomas de TOC puede resultar igualmente
beneficioso (Lebowitz et al., 2013). Identificada como un factor que
puede afectar la eficacia del tratamiento en niños, se ha
encontrado que la acomodación familiar está relacionada
de manera consistente con una mayor gravedad del TOC (Lebowitz et
al., 2013). Es decir que a lo largo de las diversas etapas evolutivas
en las que puede manifestarse el TOC, surgen circunstancias
específicas que se ven influidas por el nivel de madurez
emocional y cognitiva alcanzado por el individuo. Estas habilidades
particulares inciden en la capacidad para comprender el padecimiento,
regular y expresar emociones, tolerar malestar y frustraciones, así
como asimilar las indicaciones terapéuticas. La adaptación
de la terapia a estas variaciones evolutivas se torna vital para
lograr resultados positivos. Por ejemplo, adoptando en cada etapa un
modo eficaz para establecer límites apropiados sin ceder a la
acomodación, lo cual resulta fundamental en este proceso,
requiriendo tanto de la validación de los sentimientos del
paciente como de la capacidad del sistema familiar para afrontar las
emociones negativas (Johnco, 2016).
La
presencia de acomodación familiar es una característica
común en las familias de niños y adolescentes con TOC.
Los padres se ven compelidos a asistir a sus seres queridos y, en
muchos casos, llegan a temer que, si no brindan su ayuda, sus hijos
nunca lograrán calmarse, ni alcanzarán la autonomía
necesaria. Con la asistencia de sus cuidadores, la persona con TOC
logra al menos parcialmente enfrentar sus miedos y aparentemente
cumplir con sus metas. Sin embargo, la verdadera pregunta radica en
si esta ayuda contribuye a su recuperación. El grado de
acomodación familiar proporcionado puede representar un
obstáculo significativo para la mejoría del paciente,
y, por lo tanto, la reducción de la acomodación
familiar se erige como un objetivo de alta relevancia para la terapia
en el TOC pediátrico (Merlo et al., 2009).
La
adolescencia puede agravar los desafíos que plantean el TOC y
la acomodación familiar, ya que los jóvenes enfrentan
cambios significativos en sus relaciones familiares, amistades y su
proceso de toma de decisiones, lo cual agrega conflictos emocionales
adicionales y de identidad. La experiencia del TOC y la acomodación
provoca que tanto el paciente adolescente como sus hermanos puedan
sufrir elevados niveles de angustia, así como un progresivo
distanciamiento de amigos y otros miembros de la familia. Es
importante que los profesionales puedan orientar tanto a padres como
hermanos en cuanto a cómo trabajar adecuadamente frente al TOC
(Lebowitz et al., 2013). En este marco, es fundamental estar
preparado para afrontar la posibilidad de que niños y
adolescentes puedan manifestar actitudes oposicionistas que abarcan
desde simples discusiones, hasta amenazas e incluso comportamientos
disruptivos y perjudiciales de mayor gravedad (Abramowitz, 2021).
Al
respecto, la reducción de la acomodación familiar y la
psicoeducación para padres y hermanos sobre los síntomas
del TOC y su correcto abordaje pueden resultar en una mejoría
de los síntomas del paciente y en un mejor funcionamiento
familiar (Lebowitz et al., 2013). Por otra parte, a pesar de que el
TOC pueda ser experimentado como un peligroso dictador que tiñe
la convivencia con sentimientos de impotencia y frustración, y
fomenta el aislamiento y la desunión de la familia, por otra
parte, ocurre también que el hecho de enfrentar juntos la
adversidad de forma adecuada puede tener un impacto cohesionador que
fortalece los recursos de afrontamiento, unificando así a la
familia (Brownings et al., 2023).
El
TOC se caracteriza por su marcada heterogeneidad clínica
(Pauls, 2010), lo que sugiere que la adaptación a las
necesidades de un paciente con TOC puede variar ampliamente,
reflejando la diversidad de manifestaciones de este trastorno.
Efectivamente, existen innumerables tipos de acomodación
familiar (Hyman y Pedrick, 2010), y, para su evaluación, puede
emplearse la Escala de Acomodación Familiar (Pinto et al.,
2013), ya sea a través de una entrevista estructurada o
mediante autorregistro. Un ejemplo común de acomodación
es ayudar al paciente en el lavado de ropa que apenas han utilizado,
ya que, sea por el contacto con algo o alguien "sucio", o
por alguna idea supersticiosa, el paciente la percibe como
contaminada y su disfunción le impide usarla nuevamente a
menos que sea higienizada. Los familiares pueden sentirse obligados a
ayudar a su ser querido, pero esto solo refuerza la creencia
irracional de que la ropa está contaminada. Otra situación
que incluso puede ser más difícil de percibir y
resistir, tanto para el paciente como para quienes lo rodean, es
reasegurar a la persona con TOC al ceder a sus incesantes preguntas.
Por ejemplo, respondiendo si algo está bien o no es correcto,
si es o no es malo, o patológico, o dañino, o
peligroso, o pecaminoso. Aunque es natural querer tranquilizar a
alguien que vemos sufrir con una duda absurda que lo tortura, esto
solo refuerza la inútil necesidad de certeza absoluta que
impulsa el TOC e impide que el paciente aprenda a tolerar el malestar
y la incertidumbre. Evitar determinados sitios, interrumpir
actividades o no mencionar ciertas palabras también puede ser
una forma de acomodación familiar. Los familiares pueden dejar
de comprar ciertos productos domésticos, dejar de visitar
ciertos lugares porque la persona con TOC cree que están de
algún modo contaminados. Aunque estas acciones pueden parecer
inofensivas, en realidad restringen la vida del paciente y su
entorno, lo que fortalece su creencia en las amenazas irracionales de
las obsesiones al mantener una aparente justificación para sus
miedos. Además, estas limitaciones se relacionan con una
disminución en la tan necesaria autoeficacia del paciente, lo
cual a su vez aumenta su tendencia al comportamiento evitativo (Kitt
et al., 2022).
Al
intentar brindar apoyo a un ser querido que padece TOC y con quien se
comparte el espacio, es también común experimentar una
variedad de emociones negativas, como miedo frente a sus reacciones,
culpa por no hacer lo suficiente o empatía frente a su
sufrimiento. Como se ha mencionado, sucede frecuentemente que las
personas cercanas al paciente con TOC tiendan a satisfacer sus
demandas al implementar rutinas específicas para aliviar la
ansiedad, responder repetidamente a sus preguntas, brindar asistencia
adicional en ciertas tareas e incluso relajar la disciplina necesaria
para fomentar una crianza adecuada (Storch et al., 2007). Suele
ocurrir así que, guiados por la intuición, compasión,
amor y el firme deseo de mejorar la situación, los padres o
cuidadores se acomodan a los comportamientos obsesivos-compulsivos de
un niño con el fin de prevenir la angustia que este trastorno
puede causarle (Huppert et al., 2020). Por otra parte, cuando debido
al TOC la situación se torna inmanejable, otra de las
motivaciones que llevan a la acomodación puede ser la reacción
frente a las amenazas y enfurecimiento de su ser querido cuando no
logra que los demás se adapten a los requerimientos de su
malestar. Se hace entonces más evidente la urgencia de
restablecer la calma en forma expedita y evitar perturbar las
actividades y responsabilidades de los demás miembros de la
familia (Hyman y Pedrick, 2010). Sin
embargo, a pesar del alivio temporal que estas respuestas pueden
proporcionar, la situación se repite una y otra vez, y se
agrava. En lugar de mitigar el circuito obsesivo-compulsivo y reducir
la acomodación de la familia, pueden contribuir a mantener o
incluso aumentar las conductas desadaptativas tanto de la persona con
TOC como de sus allegados, lo que agrava el problema en lugar de
solucionarlo y, con el tiempo, la familia queda atrapada en un ciclo
altamente perjudicial (Johnco, 2016).
Aunque
es comprensible que estas emociones y comportamientos surjan en el
contexto del TOC, lamentablemente envuelven a la familia en una
dinámica poco saludable que alimenta patrones de respuesta
negativos, mediante este proceso que involucra a todos los
convivientes en el que los seres cercanos reaccionan ante la angustia
y las demandas del paciente, motivados ya sea por el amor o por el
temor. Identificar y abordar este circuito nocivo es indispensable
para brindar apoyo tanto a la persona que vive con el TOC como a la
familia en su conjunto. A pesar de que pueda implicar la necesidad de
tolerar el malestar durante un período prolongado en lugar de
buscar su alivio inmediato, es evidente que cuando los seres queridos
aprenden a gestionar sus propias emociones y no acceden a las
demandas del paciente están brindando un apoyo mucho más
efectivo, como, por ejemplo, al alentar al paciente a enfrentar sus
miedos y desafiar sus creencias irracionales (Hyman y Pedrick, 2010).
Con este fin, existen protocolos de tratamiento que incluyen tanto a
padres como hijos, que proponen focalizar tenazmente en la
disminución de la acomodación familiar desde la primera
sesión (Lewin et al., 2014).
Inclusión
de los familiares en el tratamiento
Los
profesionales de la salud debemos estar atentos ante la presencia de
la acomodación familiar y, si fuera necesario, intervenir de
modo que las estrategias de afrontamiento grupal sean más
adecuadas y menos contraproducentes (Calvocoressi et al., 1995). En
muchas ocasiones los miembros de la familia quedan excluidos de la
terapia, ya que a menudo ésta se centra principalmente en el
individuo con TOC. Sin embargo, se reconoce cada vez más la
importancia de involucrar a la familia en el proceso de tratamiento,
ya que su significativa influencia en los resultados terapéuticos
es evidente, y desempeña un papel fundamental en el logro de
una recuperación exitosa (Hyman y Pedrick, 2010). La
comprensión del enfoque adecuado para el TOC, mediante la
inclusión de los miembros de la familia en el tratamiento,
puede tener un impacto positivo en los resultados terapéuticos
y en la consolidación de la remisión de los síntomas
del TOC (Gomes et al., 2014). El hecho de hacerlos partícipes
en la modificación de respuestas inadecuadas y adquirir un
repertorio de estrategias de afrontamiento podría no solo
mejorar la reducción de los síntomas y su
estabilización, sino también disminuir las tasas de
abandono (Van Noppen et al., 2021).
Dado
que el TOC afecta una gran cantidad de personas desde la infancia y
adolescencia, y puede provocar una disfunción tanto social,
académica, como familiar, es importante intentar iniciar un
tratamiento temprano y efectivo, ya que, de lo contrario, se corre el
riesgo de un peor pronóstico a largo plazo (Rodríguez
Ferret, 2018). Cada caso es particular y el tratamiento debe
adaptarse a las necesidades específicas del paciente, buscando
siempre proporcionar la mejor opción para su optimización.
Una gran mayoría de las personas que padecen de TOC necesitan
recibir diferentes tipos de tratamiento para mejorar su condición,
entre los cuales podría incluirse la terapia
cognitivo-comportamental, el tratamiento farmacológico, así
como el entrenamiento conductual para los miembros de su familia
(Vargas Álvarez et al., 2008). En todo caso, la detección
temprana de pacientes y familiares que podrían beneficiarse de
intervenciones que tengan como objetivo reducir la acomodación
familiar podría también mejorar los resultados del
tratamiento (Gomes et al., 2014).
Como
mencionado anteriormente, en el abordaje específico para el
TOC se emplean diversas estrategias efectivas, que incluyen
principalmente la EPR, es decir, la práctica de enfrentar los
pensamientos obsesivos y resistir la necesidad de llevar a cabo
compulsiones que les brinden seguridad. Complementariamente, se
trabaja en la identificación y corrección de patrones
de pensamiento que llevan a una interpretación exagerada de
las obsesiones, y a una sobrevaloración injustificada de la
amenaza percibida. De este modo, la terapia específica para
TOC promueve que los pacientes enfrenten activamente las situaciones
y contextos que generan malestar, lo que les permite aprender a
gestionar la ansiedad de manera adaptativa (Abramowtiz, 2021). Este
proceso debe a su vez sostenerse en una continua psicoeducación,
tanto del paciente como de las personas cercanas implicadas, que
incluya no solo información sobre los aspectos
biopsicosociales del TOC y los procedimientos del tratamiento, sino
también acerca de los efectos adversos de la acomodación
familiar (Steketee y Noppen, 2004).
Se
trata de empoderar a los allegados y ayudarles a desempeñar un
papel activo en el tratamiento de su familiar con TOC. Para ello, es
importante que reconozcan e identifiquen su propia participación
en los síntomas del TOC y aprendan a modificarlas, para
entonces, en vez de ceder, lograr establecer límites
apropiados a las conductas compulsivas de su familiar, respondiendo a
las obsesiones y compulsiones con calma y seguridad. Además,
es primordial ofrecer aliento y reconocimiento como premio a los
comportamientos saludables de su ser querido cuando enfrenta la
intensa incomodidad sin ceder ante el TOC (Demaria et al., 2021).
En
este contexto, resulta fundamental romper el ciclo en el que el TOC
atrapa al núcleo familiar. Este objetivo debe conseguirse
mediante una negociación sostenida basada en una comunicación
efectiva, evitando el uso de violencia o coacción (Shimshoni
et al., 2022). La experiencia personal muestra que la acomodación
familiar es clínicamente relevante (Albert et al., 2017), y en
estos casos especialmente complejos, la crítica, la hostilidad
y la sobreimplicación emocional pueden influir negativamente
en los resultados del tratamiento, con lo cual es recomendable que un
programa psicoeducativo ayude a fortalecer aún más
habilidades de comunicación y resolución de problemas
(Demaria et al., 2021).
Consideraciones
finales
En
la relación entre padres e hijos se forja el desarrollo
emocional de los niños, brindándoles la oportunidad de
construir la confianza, seguridad y autoeficacia necesarias para
regular sus emociones y enfrentar los desafíos de la vida. No
obstante, en el contexto del TOC, esta interacción puede
volverse confusa. En el mejor de los casos, los padres, de manera
instintiva, buscan crear un entorno seguro y brindar apoyo a sus
hijos. Sin embargo, el TOC introduce en la mente del individuo una
serie de dudas, miedos e incertidumbres infundadas que deben
abordarse de manera distinta, específicamente sin proporcionar
un inútil y contraproducente reaseguro. Aunque de manera no
intencional, la seguridad que se logra a través de la
acomodación puede socavar el sentido de autoeficacia del
paciente, e incluso disminuir la motivación para enfrentar un
tratamiento (Huppert et al., 2020).
Recapitulando,
la acomodación desempeña un rol central en los
trastornos en los que la ansiedad es prominente, y contribuye al
desarrollo y persistencia del TOC. Esta dinámica se inserta en
un sistema relacional que fomenta la perpetuación de un
círculo vicioso que agrava el problema e impide que el cerebro
de quienes padecen TOC aprenda a desvincularse emocionalmente de las
amenazas percibidas sin fundamento. En lugar de desafiar y disipar
estas creencias erróneas, la acomodación las refuerza.
Por lo tanto, es imperativo que los padres comprendan a fondo la
naturaleza del TOC y sus mecanismos de autoperpetuación para
evitar caer en un ciclo que, a pesar de sus buenas intenciones, puede
no beneficiar en absoluto a sus hijos. Al proporcionar un alivio
temporal, las compulsiones pueden volverse adictivas, llevando a una
constante necesidad de repetirlas y creando un ciclo de dependencia
en el que las personas afectadas por el TOC recurren reiteradamente a
sus seres cercanos, quienes a su vez responden acomodándose.
Esto crea un ciclo de dependencia que, a largo plazo, tiene como
resultado que los síntomas del TOC se refuercen y toda la
familia quede inmersa en esta recurrente dinámica (Hyman y
Pedrick, 2010).
Por
lo tanto, es aconsejable enriquecer el diseño terapéutico
con sesiones adicionales de terapia familiar que proporcionen apoyo,
contención y una comprensión más eficaz del
abordaje del TOC, con el fin de explorar estrategias conjuntas para
establecer acuerdos explícitos que limiten la participación
del entorno en los rituales (Steketee y Noppen, 2004). Es crucial
desarrollar habilidades efectivas para relacionarse y comunicarse con
la persona con TOC, las cuales dependerán de la edad y vínculo
que tengamos, que ayudarán a manifestar amor y apoyo, en vez
de recurrir a actitudes negativas y críticas hostiles que
suelen surgir frecuentemente de ambas partes. Al mismo tiempo, es
importante aprender a mantenerse firmes en la implementación
de los cambios requeridos en lo que respecta a la acomodación
(Abramowitz, 2021).
El
tratamiento del TOC requiere una comprensión profunda de su
variabilidad clínica y una adaptación constante a las
necesidades específicas de cada paciente y su contexto
singular. La naturaleza heterogénea del TOC, que abarca desde
casos menos severos y más receptivos, hasta formas crónicas
y resistentes a las intervenciones terapéuticas, junto con la
comorbilidad frecuente con otros trastornos, los rasgos de
personalidad y otros factores relevantes, plantean un desafío
significativo para los resultados del tratamiento. Además, la
dinámica familiar preexistente, el estilo de comunicación
y la falta de comprensión del trastorno, que a menudo resulta
en expectativas poco razonables, hacen que desarticular la
acomodación familiar sea un desafío complejo. La falta
de información puede llevar a un malentendido común,
por ejemplo, haciendo creer que el paciente puede interrumpir
fácilmente los rituales y enfrentar sus miedos con rapidez,
generando más impaciencia, enojo, frustración. Esto
puede resultar en la invalidación de sus experiencias y, como
consecuencia, aumentar el estrés en el entorno familiar, lo
que a su vez contribuye a la exacerbación del TOC. Se trata
entonces de que los familiares, convivientes y allegados desarrollen
competencias eficaces como empatía, respeto, sentido del
humor, estímulo positivo y esperanzador, firmeza, capacidad
para fomentar la autoeficacia y soluciones creativas, evitar generar
dependencia, identificar y reemplazar la agresión
contraproducente por una comunicación asertiva, al enfrentar y
tolerar el estrés que significan las conductas desafiantes de
su familiar. Todas estas habilidades contribuyen a un manejo más
efectivo de la enfermedad y se esperan también de los propios
terapeutas (Stekette y Noppen, 2004).
Numerosas
investigaciones han examinado la efectividad de grupos de
psicoeducación familiar en el tratamiento del TOC. Estos
estudios resaltan los beneficios adicionales que se obtienen al
involucrar a los miembros de la familia en la reducción de su
participación en los rituales, lo que resulta en una
disminución de la ansiedad y una mejora en el funcionamiento
social y ocupacional de los pacientes con TOC (Van Noppen et al.,
2021). Abordar de manera integral el tratamiento del TOC, a través
de una modalidad de terapia cognitivo-conductual grupal basada en la
familia, puede proporcionar una serie de ventajas significativas para
los participantes, tales como una disminución en la sensación
de aislamiento y estigmatización al comprender que otros
individuos en el grupo también comparten situaciones
similares. Además, en este encuadre, el modelado y el apoyo
mutuo entre pares se convierten en recursos valiosos, ya que los
pacientes pueden aprender de las experiencias de los demás y
recibir apoyo emocional de quienes forman parte del grupo terapéutico
(Selles et al., 2018).
A
pesar de los desafíos inherentes al TOC, con dedicación
y determinación, un enfoque colaborativo entre pacientes,
familiares y profesionales de la salud mental que brinde contención
y apoyo adecuado puede resultar en mejoras notables en la calidad de
vida de quienes padecen TOC y sus seres queridos. Este enfoque
colaborativo, al modular la retroalimentación de los circuitos
desadaptativos que mantienen el trastorno, abre la posibilidad de
abordar eficazmente estos obstáculos.
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