ISSN 2618-5628
 
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Agresión sexual  
Abuso sexual infantil, Infancia, Violencia familiar  
     

 
Conceptualizaciones sobre la agresión sexual contra niños, niñas y adolescentes
 
Elizondo, María Celeste
Poder Judicial de la Provincia de Buenos Aires
 

 

Introducción

La Convención Internacional de los Derechos de los niños, niñas y adolescentes (ONU, 1989) consagró la autonomía de la infancia y de la adolescencia a partir de reconocer a los niños como sujetos activos con derecho de pleno desarrollo físico, mental y social y con derecho a expresar libremente sus opiniones.

Es así como, en ese marco, los delitos sexuales contra los niños adquieren mayor visibilidad y repercusión y surge la necesidad de contar con un sistema de justicia eficaz que garantice la protección integral de derechos de niños, niñas y adolescentes (UNICEF, 2016).

UNICEF (2016) define que el abuso sexual contra la infancia ocurre cuando un niño o niña es utilizado para la estimulación sexual de su agresor (un adulto conocido o desconocido, un pariente u otro niño/niña o adolescente) o la gratificación de un observador. Implica toda interacción sexual en la que el consentimiento no existe o no puede ser dado, independientemente de si el niño entiende la naturaleza sexual de la actividad e incluso cuando no muestre signos de rechazo.

Las cifras actuales sobre este flagelo son alarmantes. La OMS (2016) indica que una de cada cinco niñas y uno de cada trece niños puede ser víctima de abuso sexual en la infancia.

Es decir, es uno de los grandes problemas que enfrenta la sociedad actual a nivel mundial.

Ante lo cual es urgente una mirada atenta y crítica a fin de abordar la temática con la seriedad que requiere.

El presente artículo tiene como objetivo problematizar la temática de las agresiones sexuales contra las infancias, repensar el lenguaje que utilizamos para las denominaciones al respecto y cuestionar algunos mitos que operan socialmente.

 

Proceso histórico de visibilización de las violencias en la infancia

Los malos tratos en la infancia han estado presentes en nuestra sociedad desde tiempos remotos. Sin embargo, desde hace relativamente poco tiempo, se comenzó a problematizar al respecto como categoría de análisis y de intervención. Demause (1974) afirmó que "la historia de la infancia es una pesadilla de la que hemos empezado a despertar hace muy poco. Cuanto más se retrocede en el pasado, más bajo es el nivel de la puericultura y más expuestos están los niños a la muerte violenta, al abandono, los golpes, al temor y a los abusos sexuales" (pág. 1).

Investigaciones de Aries (1973) y Demause (1974) revelaron que hasta el siglo XVIII los niños eran considerados adultos en miniatura. En ese entonces comienza a desarrollarse una nueva mirada sobre la infancia, tanto en la conceptualización de la etapa vital como en el trato hacia los niños.

Ante la altísima tasa de mortalidad infantil operante en esa época, la infancia era considerada la esperanza de las naciones y de la humanidad. Esto dio lugar a intervenciones proteccionistas de parte del Estado, tratando de asegurar condiciones sanitarias mínimas, legislando en materia de trabajo infantil y asegurando la educación obligatoria. Al mismo tiempo, desde las ciencias van surgiendo especializaciones profesionales relativas a la infancia: pedagogos, pediatras, psicólogos infantiles, etcétera. Estos cambios produjeron transformaciones fundamentales en la experiencia de vida de niños y niñas. Recién en el siglo XX, denominado "el siglo de los niños", se produce una marcada disminución en las tasas de mortalidad infantil, que habría sido precedida de los cambios a nivel ideológico mencionados.

La conceptualización de maltrato infantil se va construyendo como marco interpretativo desde el cual no sólo aprehender la experiencia infantil, sino también intervenir y regular los comportamientos al interior de la familia (Grinberg, 2010).

En Argentina, a partir de la década del 1970, pediatras y profesionales de las ciencias sociales y humanísticas comienzan a discutir y a producir conocimiento sobre el maltrato infantil. Surge la preocupación por definir y clasificar sus tipos, analizar causas y sus consecuencias.

Durante la década de 1980 los actores del campo judicial mostraron preocupación por agilizar los mecanismos de denuncia y protección. "El maltrato" se liberó de la definición estrictamente pediátrica y devino un objeto de estudio en otros campos del saber médico, como la psiquiatría en general y la psiquiatría infantil en particular, y más tarde en ciencias humanas como la psicología, el psicoanálisis, las ciencias de la educación y la historia (Grinberg, 2010).

En ese marco, con la Convención Internacional de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes, aprobada el 20 de noviembre de 1989 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, comenzó a reconocerse a los niños como sujetos activos con derecho de pleno desarrollo físico, mental y social y con derecho a expresar libremente sus opiniones. El Estado Argentino ratificó estos postulados en 1990 y en 1994 le otorgó rango constitucional, garantizando todos los derechos establecidos en la Convención a todos los niños, niñas y adolescentes que viven en nuestro país. En ese contexto surge la creación de distintas áreas gubernamentales y los primeros programas e instancias específicas destinadas a su detección y tratamiento.

En la década del 2000 UNICEF y organizaciones como Save The Children fomentaron el activismo para modificar normativas que no perseguían el castigo físico a los niños y emprendieron acciones contra los tratos crueles y degradantes hacia la infancia (Ribeiro, 2018).

En esa misma línea, a nivel local la sanción de la Ley nacional 26.061 de Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (SENAF, 2020), instaló una modificación de circuitos, procedimientos y medidas de protección frente a hechos que pasaban a ser concebidos como vulneraciones o violaciones del derecho a la integridad (psíquica, física, sexual o moral).

La categoría "violencia" reemplazó a "malos tratos" o "negligencia" y es el principal motivo de tomas de medidas de protección excepcional en la mayoría de las jurisdicciones (SENAF, 2020).

En la actualidad, la antigua concepción de maltrato infantil, comprende: violencia física, sexual y emocional, así como el abandono y la explotación de menores de 18 años.

 

Datos actuales

Adentrándonos en el objetivo del presente artículo, orientado a la violencia sexual contra la infancia, según los datos recopilados por Unicef en diferentes países de la región de América Latina y el Caribe, entre el 70% y el 80% de las víctimas de abuso sexual son niñas; en la mitad de los casos los agresores viven con las víctimas y en tres cuartas partes son familiares directos.

Si bien en Argentina no existen datos oficiales sobre abuso sexual contra la infancia, a partir de diversos estudios especializados a nivel mundial se estima que los casos son muy frecuentes y su número supera las denuncias (UNICEF, 2014; 2016; 2017, 2021).

Se considera uno de los delitos menos denunciados, ya que el silencio rodea la problemática, el niño, niña o adolescente guarda silencio ya sea por vergüenza, temor, desvalimiento, culpabilización o por efecto de las amenazas y coerción del agresor.

El abuso sexual, en cualquiera de sus formas, es un delito y una forma gravísima de vulneración de los derechos de niños, niñas y adolescentes. Cao Gené (2019) plantea que el abuso sexual en la infancia es un daño con carácter catastrófico que altera, desordena, perturba, fragmenta y alborota el psiquismo, resultando en una amenaza grave que provoca el colapso en la integridad yoica y en su constitución. La autora refiere que, según la edad en la que se haya sufrido la agresión y el período de desarrollo madurativo en que el niño se halle, las secuelas serán diferentes. Pero siempre el abuso sexual tiene un efecto de implosión en la vida psíquica, en tanto la subjetividad estalla. Los niños abusados son desapropiados de su autonomía, de su deseo, de su sentimiento de agencia, de la posesión de su cuerpo.

 

Deconstrucción conceptual: necesidad de utilización de terminología acorde a los derechos de niños, niñas y adolescentes

El lenguaje crea y legítima realidades, generando preconceptos que operan en la sociedad. Específicamente en la temática que estamos abordando, corremos el riesgo de que estos preconceptos deformen la definición misma y, como resultado, obtengamos una minimización de la gravedad de la situación. En este sentido, se destaca la importancia de reconocer el valor del lenguaje como instrumento de cambio.

Según Volnovich (2016) la Convención propuso una transformación radical de la semiótica adultomórfica, con la propuesta de reemplazar la terminología "menores" por niños, niños y adolescentes. Se considera que la palabra "menores" sola podría dar a entender que se trata de alguien inferior, subordinado o de nivel bajo, que son las significaciones que se quieren evitar.

Sin embargo, la terminología "menores" aún persiste en la actualidad, sobre todo al interior de las instituciones judiciales y administrativas que trabajan con las infancias y adolescencias.

 Giberti, psicoanalista argentina, fue pionera en plantear que la terminología "abuso sexual infantil" es una denominación confusa y encubridora, ya que no se trata de una actividad infantil, siendo indispensable enfatizar que es un adulto quien irrumpe en el cuerpo y en el psiquismo del niño arrojándolo al ejercicio de la sexualidad adulta. Su propuesta fue que lo más adecuado es hablar de ataque sexual que sufre la víctima (Giberti y otros, 2005).

En la misma línea, desde UNICEF recomiendan utilizar "abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes", en vez de "abuso sexual infantil" debido a que el término da lugar a minimizar la gravedad de la experiencia para el niño.

Además, al calificar de "infantil" se corre el riesgo de sugerir que el agresor hubiera cometido un hecho infantil, cosas de niños, lo que dificulta la comprensión social, cultural y judicial respecto del riesgo, trascendencia e impacto que genera la violencia más extrema a la que puede ser sometida una víctima.

Por su parte, Cao Gené (2022) plantea una crítica al término abuso, partiendo de la etimología de la palabra abuso: "mal uso o uso excesivo de una cosa", que ubica al niño o niña en lugar de objeto, por lo que, en concordancia con Giberti, también refiere que agresión sexual es lo más adecuado. Asimismo, la especialista propone no hablar de víctimas sino de damnificados.

En concordancia, Garaventa (2022) insiste en que también es encubridor hablar de "ASI' ya que no se trata ni de una sigla ni de un eslogan, sino de un delito de consecuencias imprevisibles para la niñez. Debemos considerarlo como una catástrofe de carácter traumático para el psiquismo infantil.

 

Estrategias e intervenciones

Claro está que el abuso sexual es una materia compleja y multicausal, para lo cual se requiere un abordaje multidisciplinario e intersectorial desde todos los niveles y en todos los ámbitos de atención a la infancia y la adolescencia. El Interés Superior de los niños y niñas debe ser nuestro faro a la hora de pensar estrategias e intervenciones. Concretamente, cuando nos referimos a la violencia de tipo sexual contra niños, niñas y adolescentes, se trata de una de las formas más devastadoras de violencia, ya que las víctimas sufren daño grave en su integridad física, psíquica y moral. ¿Todas las formas de maltrato requieren la misma intervención? La respuesta es rotundamente no.

Si bien en la actualidad está vastamente demostrado que todas las formas de violencia contra la infancia tienen consecuencias severas en el desarrollo infantil, también se reconoce que el abuso sexual en la infancia tiene ciertas características que lo hacen diferente de la negligencia, el maltrato físico o psicológico y que, por lo tanto, requiere modos específicos de abordaje.

Por ejemplo, el maltrato físico, psicológico-emocional y la negligencia tienen diversos niveles de gravedad que permiten articular diferentes estrategias de intervención, por lo que la desvinculación paterno-filial no siempre es condición necesaria para trabajar en la modificación de la conducta.

En cambio, en el abuso sexual contra las infancias la separación transitoria del niño abusado de quien abusa de él es condición sine qua non para garantizar que el abuso sexual se detenga (Baita & Moreno, 2015).

Este tipo de agresiones son frecuentemente perpetradas por una persona conocida, cercana al niño, niña o adolescente, pudiendo ser éste un familiar u otra persona conocida de su entorno comunitario y/o socioeducativo (vecino, amigo de la familia, docente, cuidador, etcétera).

En base a las estadísticas recientes (recogidas por el Equipo de atención de la línea 137 del Programa Las Víctimas contra las Violencias, 2020-2021), sobre una base de 5240 víctimas, en referencia a los contextos donde se producen las agresiones surge que el 53 % de los casos es en el hogar de la víctima; el 18% de los casos en la vivienda del agresor; el 10 % de los casos en la casa de un familiar. Con respecto a los agresores, en el 75 % de los casos se trata de un familiar, de los que en el 40 % de los casos es el padre y el 16 % de los casos es el padrastro (UNICEF, 2021).

Es imprescindible aclarar que, desde el abordaje victimológico-asistencial, se sugiere como prioritario proteger a la niña o niño ante la sospecha de un abuso sexual (Jofre, 2016), es decir, evitar todo contacto con el agresor o presunto agresor.

En la misma línea, los tratados y convenciones internacionales de Derechos Humanos contemplan expresamente prácticas respetuosas y acordes con los derechos fundamentales de las víctimas, en especial de niñas y niños, posibilitando la escucha cuidadosa de su palabra, el resguardo de su integridad emocional y su protección frente al agresor, debiendo evitarse todo contacto entre la niña o el niño y el denunciado agresor.

 

Algunos mitos acerca de las agresiones sexuales contra las infancias

Según el Diccionario de la Real Academia Española (2001), un mito es una persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen.

Los mitos instalan sentidos que operan en la realidad social.

Es frecuente observar obstáculos a la hora de la evaluación y/o detección del abuso sexual contra la infancia de parte de profesionales de la salud, terapeutas, operadores, funcionarios judiciales. Es dable destacar que los obstáculos y las intervenciones fallidas, mal planificadas y/o mal implementadas, así como la falta de intervención, son la principal causa por la cual un niño o niña que padece abuso puede seguir siendo víctima del mismo abuso, sin que nada se modifique.

En ese sentido, es imprescindible romper con los mitos que rodean el abuso sexual contra la infancia para alcanzar abordajes más ajustados a la problemática de los niños/as.

También es imprescindible agregar que los mitos respecto al abuso sexual en la infancia no se rompen por el solo hecho de contar con formación en la materia, también es necesario revisar nuestra propia cosmovisión sobre sexualidad, parentalidad, familia, género e infancia.

La propuesta es empezar desandando algunos mitos más frecuentes.

 

"El abuso sexual contra las infancias sucede en clases sociales bajas"

Las agresiones sexuales contra niños, niñas y adolescentes son hechos frecuentes que suceden sin distinción de clase social. Desde UNICEF (2017) plantean la existencia de un subregistro estadístico de los casos que afectan a los niveles socioculturales más acomodados, ya que suelen denunciarse aún menos que el resto.

Vicente (2017) afirma que el abuso sexual no se asocia con el estatus socioeconómico de los padres, pudiendo encontrarse en cualquier clase social. Y refiere que es más difícil su detección en niveles socioeconómicos elevados ya que en esos casos el abusador cuenta con recursos e influencias para ocultarlo y que no se haga público.

 

"Los agresores sexuales son enfermos mentales y/o abusan de drogas y/o de los efectos del alcohol"

Lo cierto es que no se cuenta hasta la actualidad con un perfil del agresor sexual. Es decir, no contamos con una manera de saber, a partir del tipo de personalidad o la conducta social, si una persona es o no un agresor sexual de niños, niños o adolescentes.

De los estudios de prevalencia e incidencia surge que la mayoría de los ofensores sexuales son hombres y que la mayoría de sus víctimas son mujeres. Suelen ser personas exitosas y socialmente aceptadas, que circulan disimulados en el entorno familiar y social (Baita & Moreno, 2015; Intebi, 1996; Giberti, 2017).

Por otra parte, es relevante considerar que el victimario no busca satisfacer su apetito sexual, sino que su deseo está dirigido al sometimiento y humillación hacia el otro (Garaventa, 2008).

Baita & Moreno (2015) plantean que, en estudios de personalidad, algunos ofensores sexuales muestran rasgos de impulsividad, pero no todos. Algunos ofensores sexuales muestran dificultades de algún tipo en la esfera sexual, pero no todos. Existe consenso en que, en términos generales, los ofensores sexuales no reconocen su responsabilidad en el hecho, o la minimizan y suelen culpabilizar al niño por lo sucedido.

Con respecto al consumo abusivo de alcohol, las autoras plantean que a pesar de que se tiende a relacionar el abuso sexual con el alcoholismo, la mención del consumo excesivo de alcohol parece ser más una manera de excusar o racionalizar las acciones del agresor que un factor de causa-efecto. Por otro lado, la ingesta de alcohol, si bien reduce la inhibición de los impulsos, no genera necesariamente una conducta sexualmente abusiva; no todas las personas que se alcoholizan abusan sexualmente de un niño, ni todas las personas que abusan sexualmente de niños y niñas se alcoholizan (Baita & Moreno, 2015).

 

"Las mujeres no cometen abusos sexuales"

Las cifras actuales indican sobre el género de los agresores que: el 89% de los agresores son de género masculino; el 7% de los agresores son de género femenino; y del 4% de los casos no hay datos. Es importante mencionar que el estudio e investigación de las mujeres agresoras sexuales es una línea de investigación relativamente nueva, por lo que los hallazgos y el conocimiento que existe provienen de investigaciones realizadas en las últimas décadas, tanto en víctimas como en agresoras (Carrasco Dauvin & Trujillo, 2022).

Una de las investigaciones que ha brindado aportes significativos en el área fue la de Gannon & Rose (2008), quienes describieron que en los delitos sexuales cometidos por mujeres existen creencias que interfieren en su visibilización y en las denuncias, entre las que se encuentran: "el abuso sexual infantil es un problema cometido por hombres"; "el abuso sexual de mujeres es inofensivo"; "las mujeres que abusan sexualmente de niños presentan problemas mentales".

Al igual que en el caso de los varones que cometen delitos sexuales, el vínculo entre la víctima y victimaria es en la mayoría de los casos familiar, sumado a que ellas ejercen un rol de cuidadoras de alta confianza, con acceso al contacto físico libre con niños y niñas, validándose dicha conducta bajo el marco del rol femenino de cuidado, generalmente en el marco de las tareas mismas del cuidado: higiene, baño, cambiado.

Se encuentra un gran obstáculo en la visibilización, evaluación e intervención eficaz de parte de los agentes de intervención y en la sociedad en general, ya que existe una dificultad para pensar a una mujer ejerciendo actos sexualmente abusivos contra niños y niñas a su cuidado.

En ese sentido, observamos en la práctica que, si una mujer o niña relata que fue abusada por el padre y la madre, se suele tomar como cierto el abuso por el padre, mientras que se considera que el relato sobre el abuso de la madre es silenciado o es catalogado como producto de la fantasía o una proyección.

Claro está que el abuso perpetrado por mujeres es un concepto aún más insoportable de comprender y de asimilar por el rol social asignado a la mujer.

 

"Los niños fantasean y mienten", "los niños/as son manipulados para hacer declaraciones falsas"

Este es un punto en el que considero crucial detenernos. Los niños víctimas de agresiones sexuales suelen experimentar sentimientos de culpa, miedo, vergüenza, frustración. Debemos tener en cuenta que muchos de ellos no piden ayuda en forma clara y explícita, algunos porque no pueden recordar con exactitud lo sucedido otros porque no pueden ponerlo en palabras. Lo cierto es que, al igual que los adultos, todos los niños mienten en alguna ocasión. Ahora bien, la discusión se presenta respecto a si un niño puede fantasear una situación de abuso sexual sin realmente haberla vivido. Es dable destacar que un niño o niña no puede fantasear aquello que desconoce, es decir, fantasear detalles de una actividad sexual adulta sin conocerla, sin vivenciarla.

En cuanto a la capacidad de recordar de los niños más pequeños, diversos estudios dan cuenta de que los niños pueden recordar lo sucedido desde los tres años de edad. En momentos de estrés es posible que recuerden los hechos centrales más que los periféricos. También pueden variar la calidad del recuerdo y la cantidad de detalles según la edad (Baita & Moreno, 2015).

Burgos (2010) afirma que los niños/as pequeños aún no cuentan con recursos mentales para tener nociones de serialización de los eventos y son susceptibles a tener distorsiones sobre el tiempo y la secuencia de los eventos.

Además, el contenido de las memorias traumáticas depende de la capacidad de entender la metacognición de las emociones, es decir, de lo que las emociones representan. La complejidad de las situaciones traumáticas puede generar dos o más emociones.

En niños/as preescolares, la ausencia de la metacognición de las emociones puede interferir en la reconstrucción emocional de la experiencia. Esta capacidad aumenta con la edad y permite hacer discriminaciones entre las emociones, en especial las negativas.

También hay que destacar que parte de la experiencia del abuso pudo haber sido almacenada bajo la forma de memorias implícitas (sensaciones corporales, información sensorial, emociones), que pueden acompañar el relato del niño, aunque éste no pueda brindar una narración detallada, con sintaxis, lógica y orden en el relato. Por tal motivo, es imprescindible que quien escuche sea un/a profesional con formación especializada, entrenamiento adecuado y profunda empatía.

 

Palabras finales

Es innegable que las agresiones sexuales contra niños, niñas y adolescentes dejan secuelas a corto, mediano y largo plazo, ya que se producen en una etapa de la vida crucial para el desarrollo físico, psíquico y emocional y, sobre todo, porque como hemos visto, es ejercido mayormente por personas cercanas y de confianza de quienes el niño/a espera protección y cuidados.

Se trata de un flagelo mundial, observado en todas las culturas y niveles socioeconómicos, que presenta cifras alarmantes. Los niños, niñas y adolescentes que lo padecen no siempre pueden expresar con palabras lo que les sucede, a veces lo comunican mediante un lenguaje cifrado, en el juego, los dibujos, en sus conductas y comportamientos. Algunos niños externalizan el impacto emocional siendo agresivos, transgresores y disruptivos, otros revierten el impacto sobre sí mismos, es decir de forma pasiva: sobreadaptados e híper-maduros; y también están los niños que se presentan asintomáticos. Muchas veces no hay huellas en el cuerpo, porque los perpetradores se las ingenian para no dejarlas o porque no tienen contacto físico. De hecho, frecuentemente no utilizan fuerza física para someter, pero sí coerción y amenazas.

Es una problemática compleja que requiere de experticia y un gran compromiso con las acciones concretas de prevención e intervención. En ese sentido, es urgente una formación profesional sólida en la materia de todos los agentes que por su función trabajen en relación directa con niños, niñas y adolescentes (profesionales, funcionarios/as judiciales, operadores/as) así como el diseño de protocolos de evaluación e investigación que consideren la variable de género, perspectiva de infancia y la sensibilización pública, esencial para una detección temprana y actuaciones oportunas. La protección a la infancia debe ser una prioridad de todos/as.

 

Referencias

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Baita, S. & Moreno, P. (2015). Abuso sexual infantil. Cuestiones relevantes para su tratamiento en la justicia. Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, Unicef Uruguay, Fiscalía General de la Nación, Centro de Estudios Judiciales del Uruguay. 1ra. Edición.

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11ma Edición - Diciembre 2023
 
 
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