Las
psicosis siempre fueron, a lo largo de la historia de la humanidad,
un enigma al que muchos prefirieron encerrar, ocultar, poner cadenas
o prenderle fuego antes que acercarse. Aún hoy, en Argentina,
luchamos por darle a este enigma un estatuto digno. Se intenta cubrir
el campo de las psicosis de teorizaciones que puedan dar cuenta de
sus innumerables manifestaciones, tratando de usar distintos lechos
de Procusto, redes conceptuales que no dejen escapar nada entre sus
agujeros, tarea imposible. Sin embargo, las psicosis siguen
convocando las inquietudes de distintos estudiosos que sostienen con
humildad su interrogación y su sorpresa.
Los
jóvenes psicólogos y psiquiatras que entran a cursar
sus residencias en Salud Mental en los distintos hospitales del país
tendrán su bautismo clínico con los pacientes
psicóticos. Quizás su joven entusiasmo sea condición
de posibilidad para que puedan llevar a cabo estos tratamientos. El
psicoanálisis, a partir de Freud, traza surcos fundamentales
en esta tierra apenas trabajada. A pesar de no concederles a estos
pacientes la posibilidad de instalar la transferencia, con lo cual
los dejaba por fuera del campo del psicoanálisis o solo los
proponía como sujetos de investigación, hizo de su
trabajo sobre el testimonio escrito de Schreber (Freud, 1911 [1910])
un bastión del estudio de este tema.
Hay
perlas a lo largo de su obra, donde Freud subvierte muchos de los
supuestos de la psiquiatría de su época: el delirio no
es patognomónico de las psicosis (Freud, 1922 [1923]), hay
delirios que irrumpen en una estructura neurótica, dando
cuenta de un duelo imposible para ese sujeto, apelando a los estudios
de la amencia
de Meynert.
Todo
delirio contiene una verdad mal dicha que puede ser descubierta,
rompiendo con el postulado del delirio como una construcción
alejada de la realidad.
Las
bases con la que Freud construye en La Negación
(1925) el aparato psíquico a través de las funciones de
Bejagung
y Austossung,
como afirmación primordial y expulsión de todo aquello
vivido como insatisfactorio, van a dar lugar a un fértil
desarrollo posterior de Lacan para abordar el estudio de las
psicosis.
En
sus historiales Freud instituye al padre como eje fundamental para
pensar los efectos de su ausencia o de su presencia siempre fallida,
en la constitución de los padecimientos humanos. Más
tarde, se impuso la escuela inglesa con Melanie Klein, Bion,
Winnicott quienes mostraron y publicaron su trabajo con pacientes
niños y adultos psicóticos. Publicaron su práctica,
con gran valentía, e instalaron el concepto de transferencia
psicótica. Quizás con teorías muy imaginarias,
pero dando cuenta de algo que se imponía en la experiencia: el
psicótico nos daba un lugar a los analistas en sus
cavilaciones o aun en sus silencios, nos transmitía su saber y
nos dejaba ser "sus secretarios", sus "testigos",
nos suponía amores y odios, nos atribuía alguna acción
a favor o en contra de su propia existencia.
En
la teoría kleiniana (Klein, 1964) el lugar fundamental es
ocupado por la madre y su interior, el objeto parcial y su intento de
configurarse como total, da lugar a las posiciones esquizo paranoide
y depresiva que van a alternarse a lo largo de la vida del sujeto.
Los mecanismos proyectivos e introyectivos van a guiar toda la
escucha de los analistas de esta escuela. La interpretación de
la transferencia ocupa un lugar central, siendo pensada como: aquí,
ahora y conmigo.
De
Clerembault (1872-1934), psiquiatra dedicado a pensar las psicosis en
sus más finos pliegues y manifestaciones, marca un escalón
importantísimo en el estudio de los desencadenamientos, los
fenómenos elementales, los automatismos, la erotomanía
(De Clerembault, 1995).
Lacan,
su alumno y admirador, va a proponer una vuelta a Freud releyendo
bajo una luz nueva la obra del creador del psicoanálisis. Hizo
su tesis doctoral sobre las psicosis, le dio en toda su obra un lugar
preponderante y tejiendo conceptos freudianos que relee bajo una
óptica nueva, la clínica de Klein (1964), el concepto
de objeto transicional de Winnicott (1991), y su propia y abundante
cosecha de saberes diversos y de clínicas varias, escribe su
trabajo, a mi entender fundamental sobre el tema: "De una
cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis"
(Lacan, 1991), donde traza las coordenadas de lo que será
columna vertebral sobre la clínica de la psicosis. En
principio da cuenta de la metáfora paterna que viene a
sustituir el deseo de la madre y crea el significante de la falta,
que posibilitará al infans
aceptar la ley de prohibición del incesto, salir de ser el
objeto de la madre para acceder al deseo. Cuando esto no opera el
niño queda adherido y sujetado a la madre, sin terceridad que
opere la separación.
Ya
desde el título del trabajo mencionado, Lacan nombra
tratamientos
posibles,
término que aún hoy no muchos toman en cuenta. No hay
psicoanálisis de la psicosis, hay psicoanalistas que dirigen
tratamientos posibles.
No
hay represión que posibilite una división inter
sistémica entre consciente, inconsciente y preconsciente. El
mecanismo fundamental será la forclusión (la
verwerfung),
que ya Freud muy tempranamente había formulado en sus
manuscritos (1894). Lo que se suprime en lo interior retorna desde el
afuera.
El
paciente de estructura psicótica no puede ser interpretado,
porque de esto se ocupa él todo el tiempo, de hacer
interpretaciones de todo lo que lo rodea y de todos los que lo
rodean. Por eso Lacan (1991) plantea la transferencia en las psicosis
como: "…la
relación con el otro en cuanto con su semejante, e incluso una
relación tan elevada como la de la amistad en el sentido que
Aristóteles hace de ella la esencia del lazo conyugal, son
perfectamente compatibles con la relación salida de su eje con
el gran Otro"
(p. 555).
Pensemos
qué nos dice Lacan de la mano de Aristóteles y su ética
nicomáquea (1985) en esto: para trabajar con pacientes
psicóticos no debemos ubicarnos en el lugar del Otro, el que
sabe, el que representa la Ley, sino en el lugar del otro, el que
acompaña, el que no sabe y pregunta, el que está
afectado por la falta constituyente de la castración.
Este
lugar de otro es esencial para sostener la posible instalación
de la transferencia. El analista distante y mudo, que escucha en
silencio, hace que el tratamiento se caiga, el paciente no vuelva y
nos quedemos solos e impotentes.
El
paciente que está internado en una institución, o que
lo traen los familiares a la consulta, o que viene arrasado por su
certeza de ser perseguido o en el lugar de un objeto caído, un
objeto de deshecho {ver nota de autor}, necesita que el psicólogo
y psiquiatra que lo intentan escuchar lo puedan hacer desde las ganas
de poder intervenir en algo, para que su enorme sufrimiento encuentre
algún límite y su vida algún sentido.
Para
ello es necesario que pensemos una dirección al tratamiento.
Esta dirección va a cambiar a medida que el paciente mismo
vaya pudiendo traer alguna otra expectativa.
Recuerdo
a Raúl, cuando pudo empezar a salir de su falta de palabras,
pudo decir, "No
sé
cómo soy, ¿me puede describir? Yo anoto. Fui a las
librerías, me busqué por mi signo, pero no me
encontré". Me
pedía que le funcionara de espejo parlante (Fernández,
2005). Estaba exiliado de su cuerpo, no había podido
constituir un cuerpo propio. Nadie había sostenido con mirada
deseante la imagen anticipada de un cuerpo entero, quedaba un cuerpo
despedazado. No había podido volverse con júbilo ante
el que lo sostenía. No tenía cuerpo.
Para
contar que su suegra había ido a vivir a su casa por un
postoperatorio, Raúl dijo muy angustiado: "Hay
menos aire para respirar, alguien consume el aire en mi casa que
antes era para nosotros. Temo ahogarme". Preguntando,
diciéndole que no lo entendía, pude enterarme de la
incómoda visita (Fernández, 1999).
La
literatura se ha ocupado muchísimo de estos efectos
misteriosos de no poseer un cuerpo y se ha asomado, mucho antes que
los estudiosos, a este agujero de la locura de manera magistral; ha
avanzado sobre el límite abismal de este enigma. Desde El
Licenciado vidriera
de Cervantes (1981) hasta El
arrebato de Lol V. Stein
de M. Duras (1993), desde Dinos
como sobrevivir a nuestra locura
del nobel Kenzaburo Oé (1995), desde el cuento La
Lengua
de Horacio Quiroga (2017), hasta muchos cuentos de Edgar Allan Poe
(2004), las grandes plumas se abocaron a tratar de dar cuenta de esto
tan humano y tan extimo
que
es la psicosis y las locuras (Fernández, 2018).
Que
el niño no haya sido falicizado por su madre, que ésta
no pueda vivir a este hijo como alguien que depende de su amor pero
es un ser diferente a ella, produce efectos diversos e inocultables
en el cachorro humano. En esto, la escuela inglesa ha hecho un aporte
sustancial, al sostener de la mano de Bion (1988), la función
materna.
En
Argentina el psicoanalista Héctor Yankelevich desarrolló
este concepto en varios de sus libros (2002, 2021).
Estamos
hablando de una clínica distinta, de una demanda invertida: el
paciente no nos demanda, el deseo opera primero desde el analista,
estamos ante una clínica que no sigue el sendero de hacer
consciente lo inconsciente ni podemos proponernos la escucha del
significante, ni la vuelta de lo reprimido.
El
mecanismo fundamental de la forclusión y sus consecuencias nos
pone ante un inconsciente a cielo abierto (Soler, 2014) que nos ubica
a los profesionales que intentamos atenderlo en otro lugar. La tarea
es ardua, muchas veces fructífera.
Jaime
había sido internado en el Borda por haber causado un
principio de incendio en su casa. Tenía alrededor de 37 años,
nunca había tenido ningún acercamiento sexual con
mujeres o varones. Su hermano menor, preocupado e ingenuo, le
contrata a una prostituta, saca a pasear a los padres y lo deja a
solas con ella. Jaime se desencadena y lleno de voces insultantes que
le ordenan no pecar, prende fuego a la casa. Pido tomarlo como
paciente.
El
fuego va a ocupar un lugar preponderante en la relación
conmigo: me pide prenderme los cigarrillos durante las sesiones (en
ese momento se fumaba en las instituciones); luego, con el dinero que
gana con su trabajo de ascensorista en el hospital, me compra un
encendedor… Su atención estaba centrada en lo que
podríamos llamar el
control del fuego. Luego
de cuatro años de tratamiento se le da el alta en la
institución.
Esta
decisión era tomada por el jefe de servicio, máxima
autoridad con respecto a los ingresos y egresos de la sala.
Pasa
un tiempo y lo encuentro por la calle. Me dio mucha alegría,
le pregunto qué está haciendo y me cuenta que trabaja
repartiendo carga para encendedores en los quioscos (en ese momento
los encendedores se recargaban).
¿Había
podido controlar el fuego? Seguía intentándolo, al
punto de dedicarse a ello.
Se
aprende de los pacientes. Jaime me dejó experiencias
imborrables: en el transcurso del tratamiento, en uno de los permisos
de salida, se contacta con una mujer, comienza a salir con ella,
hasta que, a los 40 años, puede tener sus primeras relaciones
sexuales sin enloquecer. Cuando me lo cuenta en sesión, me
emociono, él lo percibe y me dice que no me alegre tanto, que
seguro va a volver a enloquecer y van a volver a llenarlo de
antipsicóticos y a tenerlo encerrado sin permiso de salida.
Tenía razón. Mi entusiasmo se desvanece rápidamente
y entonces Jaime agrega: "Pero…
¿quién me quita lo bailado"?
Es
que esa experiencia venía a reescribirse sobre su primer
desencadenamiento, ya podía acercarse a una mujer sin prender
fuego a su casa, ya podía hacerlo por elección y no por
imposición, el fuego podía tener otros caminos,
encender cigarrillos, ocuparse de los encendedores.
Hay
muchos destinos para los pacientes no convidados al festín de
la vida, proscritos
del
festín de la vida, como dice Joyce (1945) en uno de sus
cuentos.
No
están condenados al exilio de su historia, de su cuerpo, de su
anhelo, de los lazos.
En
general, cuando la transferencia se instala y atraviesan juntos,
terapeuta y paciente, las tormentas que pueden poner en riesgo el
tratamiento, como son la erotomanía y la paranoia, el lazo es
firme y el siguiente problema es cuándo se dan por terminados.
Esto
nos lleva a plantear el singular tiempo de las psicosis: vienen sin
historia pasada, a veces traen solo retazos con los que tenemos que
construir algo verosímil, el futuro es una increencia, solo el
presente es una certeza.
También
aquí, caso por caso, construimos salidas, empalmes, contratos
diversos. Dibujamos ventanas, salidas, puentes.
Cada
uno inventará una manera, la propia, de olvidarnos sin dejarse
olvidar.
Cristina
durante años me mandó una tarjeta para Navidad donde me
contaba de ella, de sus dificultades y sus adquisiciones, hasta que
un día el correo dejó de traerlas.
Había
llegado muy joven a consultorios externos del Hospital con una grave
distorsión de su imagen: debajo de su abundante flequillo
afirmaba ver una marca de su estigma, se lo levantaba para que yo lo
viera, y cuando yo le decía que no lograba verlo, bajaba su
mano con decepción. Trabajamos mucho sobre "su marca"
hasta que ella empezó a hablar de esas "otras cosas"
que la atormentaban: voces que le hablaban desde el televisor,
carteles callejeros que la aludían, vecinos que escuchaban
todo lo que ella decía o hacía, desde sus casas.
Fue
necesario construir un interior y un afuera diferenciado.
Fue
necesario que ella se animara a cuestionar lo que las voces le
decían.
Cuando
pudo hacerlo se alivió, se sintió fuerte, consiguió
un trabajo y construyó un baño en la precaria casa de
chapa que habitaba en una villa miseria. "Ahora
la mierda tiene un lugar donde ponerse, antes lo inundaba todo",
dijo,
y nos despedimos.
Su
casa fue transformándose en algo habitable y eso me fue
contando en sus tarjetas postales.
De
lo que es capaz un sujeto desanudado e inmerso en el horror, solo lo
sabemos cuándo ese horror se atraviesa, cuando se empiezan a
construir otros senderos, cuando las voces se aplacan o se retiran,
cuando pueden aparecer otros lazos posibles, cuando vía
transferencia comprueban que pueden ser escuchados sin desprecio y
sin censura y pueden hacer oír su voz, desconocida para ellos
mismos.
Me
sumo y subrayo las palabras de Davoine y Gaudilliere (2011):
"En
consecuencia, utilizar las palabras como cosas, mostrarlas de forma
concreta con el insondable esfuerzo psicótico, no constituye
un déficit del pensamiento sino la única herramienta
posible para iniciar la dimensión de la palabra una vez que se
derrumbó toda fiabilidad. En estas condiciones, la duda
destructora de toda garantía de la palabra es un paso obligado
para establecer en la transferencia un lugar garantizado de la
verdad. Sólo entonces las palabras y los pensamientos pueden
dejar de ser cosas y terminan por encontrar el camino de la metáfora"
(p.
161).
Que
las voces del obsceno y feroz superyó en lo real pierdan
garantía es el camino a recorrer en los tratamientos posibles.
Notas
de autor
Jaime,
paciente del Hospital José T. Borda en los años 1970,
cuando yo cursaba la residencia en psicología Clínica,
se definía por momentos como "una
bolsa de huesos sobre una silla desvencijada".
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