Introducción
Los
Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) forman parte del espectro
de los trastornos mentales de mayor complejidad. Se trata de
trastornos mentales graves que afectan hasta a un 10% de la
población, principalmente mujeres (Smink et al., 2013).
En
los últimos años han sido muchos los estudios
epidemiológicos y sobre factores de riesgo que aportaron
evidencias sólidas acerca del papel que juegan los factores
genéticos como así también el peso de los
factores socioculturales en dichos trastornos. Los metaanálisis
son cada vez más prolíferos a este respecto.
En
muchos de los procesos terapéuticos los clínicos nos
enfrentamos con una serie de obstáculos, en algunas
oportunidades difíciles de sortear. ¿Cuáles son
los más frecuentes en pacientes con TCA? Si bien son
múltiples, hay algunos que se presentan en el mayor porcentaje
de casos, por lo cual es de utilidad encontrar intervenciones que
permitan y ayuden a avanzar con el proceso. Se trata de barreras que
se presentan en el tratamiento de los pacientes con TCA y que
responden a una amplia diversidad de fuentes. Algunas provienen de
características de la persona afectada, como actitudes y
creencias; otras provienen de fenómenos externos, como el
contexto familiar y sociocultural (Innes et al., 2017).
Una
particularidad con la que nos encontramos en estos pacientes es el
deseo
de mantener los síntomas.
Y aquí nos enfrentamos con uno de los obstáculos más
difíciles de sortear, los aspectos
resistenciales.
Esta circunstancia de luchar por mantener los síntomas
dificulta la posibilidad de establecer los objetivos del proceso
terapéutico, sabiendo que los objetivos son uno de los
componentes de la Alianza Terapéutica, junto con el acuerdo
respecto de los medios para lograrlos.
Otra
de las características en estas consultas es la elevada
comorbilidad.
Los problemas vinculados con la alimentación se presentan
acompañados de otros cuadros que, en muchos casos, pueden ser
tanto o más severos que el trastorno alimentario en sí.
Y
el tercer obstáculo es la tendencia a la
cronicidad. Como
en todo cuadro crónico encontramos limitaciones en diferentes
sentidos, incluidas las expectativas en relación al
pronóstico.
Por
cierto, si reunimos la frecuente tendencia a la cronicidad, la alta
comorbilidad y
los aspectos resistenciales, nos encontramos con un abanico de
obstáculos
que plantean fuertes exigencias a los clínicos y terapeutas
(Kirszman, 2020).
Resistencia
Encontramos
manifestaciones resistenciales individuales y familiares, las cuales
juegan un papel obstaculizador para llevar a cabo el proceso de
tratamiento.
Teniendo
en cuenta que son pacientes que "desean mantener los síntomas",
la disposición a mejorar es parcial y ambivalente, por lo
tanto la adherencia al tratamiento es muy difícil de lograr.
Según Kazdin y otros (2017) las barreras de tratamiento más
fuertes se vinculan con que los pacientes tienen la creencia de que
pueden ayudarse
a sí mismos, minimizando el problema, considerando que el
problema no es suficientemente grave como para justificar un
tratamiento.
En
una revisión sistemática de 13 estudios de barreras
percibidas hacia la búsqueda de ayuda para los TCA se
identificaron estigma,
vergüenza y negación de la enfermedad.
Estas variables favorecen la baja motivación, actitudes
negativas y muy baja colaboración en la búsqueda de
ayuda (Ali et al., 2017).
Otro
elemento de gran importancia es la presencia de altos niveles de
alexitimia, lo cual promueve la falta de registro de las emociones y
de los signos que están en juego que son perjudiciales y en
algunas ocasiones de alto riesgo. Estas variables intervienen y
explican en gran parte los abandonos de los tratamientos. El gran
desafío, por lo tanto, es cómo establecer un vínculo
terapéutico favorecedor ante la presencia de estos obstáculos.
Uno
de los principios básicos para el establecimiento de la
alianza terapéutica es que los pacientes se sientan
"comprendidos". El gran reto es lograr comprender a una
persona que quiere
mantener
los síntomas (disfuncionales), que además no registra
las distorsiones que presenta en diferentes niveles, que considera
que los demás exageran en relación a lo que le pasa y
además incrementa las conductas disfuncionales, complicando
cada vez más el cuadro y, por lo tanto, agravando su
situación.
A
pesar de todo lo descripto, también podemos evidenciar que son
personas que sufren, teniendo en cuenta que la fuente de este
sufrimiento está basada en el excesivo temor a engordar, a una
preocupación permanente respecto de la opinión y
evaluación externa y una variedad de sensaciones
displacenteras.
Este
padecimiento puede funcionar como una hoja de ruta por donde
conectarnos a los fines de que se sientan comprendidos, y así
ir logrando construir un vínculo de confianza que permita
avanzar para que el/la paciente adhiera al tratamiento. Se trata de
evaluar cuál es la vía de entrada más accesible,
lo cual no implica desconsiderar otros aspectos centrales, nucleares,
pero que será más efectivo tratar en el momento
apropiado.
Si
bien cada situación es única y por lo tanto requiere de
intervenciones específicas, hay ciertos principios comunes que
son pertinentes como guía de cómo intervenir más
allá de las condiciones particulares:
-Avanzar
de lo superficial a lo profundo;
-De
lo periférico a lo más central y nuclear;
-De
manera lenta, gradual y progresiva;
-Evaluar
regularmente los procesos de cambio;
-Rediseñar
y reajustar según cada etapa del proceso.
Sobre
la base de estos principios genéricos, utilizar intervenciones
indirectas ayudará a ir desarmando las barreras
resistenciales. Si bien se trata de intervenciones que se pueden
implementar en el espacio individual, los abordajes grupales las
facilitan significativamente.
Milagros
durante los 8 primeros meses de tratamiento presentó fuertes
dificultades para instalarse en el proceso terapéutico. Sus
intervenciones se limitaban solo casi a monosílabos como
respuesta a preguntas de la terapeuta. La misma actitud mostraba en
las consultas nutricionales. Se le sugirió incorporarse a un
grupo con otras chicas con diagnóstico de TCA. En un principio
se negó, aduciendo que a ella le costaba hablar, que le iba a
dar vergüenza, etcétera. Por supuesto todos estos mismos
motivos reforzaban la utilidad de incluirla en el grupo. Una
intervención que ayudó para su aceptación fue
asegurarle que no era obligatorio hablar, que eventualmente lo podía
hacer
si así lo decidiera. La inclusión de Milagros en el
espacio grupal fue un hito en el proceso terapéutico. El
compartir con otras personas con condiciones similares la ayudó
a observar y observarse de una manera diferente de como lo había
hecho hasta ese momento. Fue muy interesante cuánto pudo
intervenir aportando su experiencia a sus compañeras (algunas
con mayor nivel de severidad). En la evaluación final del
grupo, Milagros estaba sorprendida de cuánto había
podido hablar, lo cual afianzó, a su vez, la adherencia al
tratamiento.
Por
supuesto, éste es solo un ejemplo que si bien puede ser muy
útil, no siempre encontramos los mismos resultados.
Por
ello la necesidad de intervenciones personalizadas, taylorizadas.
Teniendo
en cuenta que la Familia funciona como un factor reforzador de la
problemática alimentaria, el espacio familiar es fundamental
para también desarticular barreras resistenciales. Por lo
tanto, acercar a la familia de modo de que sea parte del "equipo
de ayuda" es muy importante para que pueda funcionar como
facilitadora de los cambios necesarios, en lugar de obstaculizarlos.
Cabe recordar que hay ciertas características en las familias
y ciertos patrones de interacción que son los que favorecen a
reforzar la problemática alimentaria. Las intervenciones
apuntan a desarticular aquellos patrones disfuncionales promoviendo
mejores alternativas.
Intervenciones
que ayuden a desculpabilizar a la familia favorecen una mayor
adherencia y, por lo tanto, disminuyen los aspectos resistenciales,
lo cual permite un compromiso e involucración con el proceso
terapéutico que resulta de suma utilidad.
Desculpabilizar
no implica desresponsabilizarlos ni mucho menos desinvolucrarlos.
Hay evidencias de que las intervenciones psicoeducativas ayudan
significativamente (Schaumberg et al., 2017). Los abordajes
psicoeducativos orientan a las familias a identificar el problema,
las causas y el curso del trastorno, como también a promover a
la participación activa.
Evaluar
los niveles de disfuncionalidad respecto a cómo funcionan la
cohesión, la flexibilidad y/o rigidez y la comunicación
permiten ubicar y seleccionar intervenciones adecuadas para cada
familia.
La
cohesión hace referencia a la ligazón emocional que
circula entre los miembros de la familia. Observamos familias cuya
cohesión es exagerada, o sea familias enmarañadas; o
por el contrario, familias con muy baja cohesión, a las cuales
podemos describir como familias desinvolucradas. Las intervenciones
apuntarán a que estas familias puedan lograr lugares
intermedios, es decir, que consigan una adecuada conexión
entre sí pero con márgenes para un funcionamiento
individual.
La
dimensión flexibilidad/rigidez da cuenta de la posibilidad de
cambio tanto en el liderazgo, como en los roles que cumple cada
miembro. Al igual que la cohesión, los lugares extremos son
disfuncionales. O sea, flexibilidad extrema conduce a un
funcionamiento caótico, anómico. Por el contrario,
extrema rigidez no permite ningún cambio, con los efectos que
implican cada una de estas circunstancias.
Respecto
a la comunicación ubicaremos cuáles son las habilidades
de escucha de cada uno (empatía, atención), cuáles
las habilidades de expresión (cuánto muestran lo que
sienten) y las habilidades de auto-apertura (cómo y cuánto
comparten).
Evaluar
estas dimensiones nos permitirá ubicar el nivel de
disfuncionalidad en el que se encuentra cada familia.
Comorbilidad
Como
anticipamos, los TCA vienen acompañados de otros cuadros cuya
presencia complejiza la situación clínica. Muy
difícilmente encontremos un cuadro "puro", lo cual
no es exclusivo de las problemáticas alimentarias.
La
comorbilidad hace referencia a la presencia de cualquier condición
clínica adicional al TCA en sí mismo, ya sea que haya
existido o que esté presente en el curso de la evolución.
Las diferentes presentaciones de TCA comparten diversos aspectos
psicopatológicos entre sí, por lo que los pacientes
presentan signos y síntomas que corresponden a diferentes
diagnósticos. Por lo tanto, un tratamiento que sea aplicable a
todos ellos puede mejorar la evolución. En este sentido, los
abordajes
transdiagnóstico
permiten
ampliar el foco del tratamiento para abordar las características
que operan como agentes de mantenimiento de los trastornos
alimentarios y pueden favorecer a la mejoría sintomática.
Numerosos
estudios muestran la presencia de otros trastornos psicológicos
en pacientes con TCA. En cuanto al clásico Eje I del DSM,
se ha encontrado que el 73% de los pacientes con un diagnóstico
de AN restrictiva padecen además otro diagnóstico, al
igual que el 82% de los pacientes con un diagnóstico de AN
purgativa y un 60% de los pacientes con BN (Herzog et al., 1992).
Los
trastornos mentales más comunes en los TCA son los afectivos,
principalmente la depresión mayor, que aparece en el 40% de
los pacientes (Braum et al., 1994), seguida de la distimia con un 32%
(Halmi, 1992) y el abuso de sustancias (Herzog, Keller,
Sacks, y Lavori,
1992; Verkes et al., 1996; Kanbur y Harrison, 2016).
Personas
con AN refieren la presencia de síntomas ansiosos o un
trastorno de ansiedad antes del TCA.
La prevalencia de estos es del 60%, siendo el trastorno de ansiedad generalizada
el más frecuente (36.8%), seguido por el trastorno de pánico
(20%). En algunos
individuos con AN se han descrito casos de trastorno obsesivo
compulsivo (TOC),
especialmente en los casos de tipo restrictivo. La prevalencia del
TOC se estima
en un 16% (Bulick et al., 1997; Speranza et al., 2001).
Los
trastornos por abuso de alcohol y por consumo de sustancias también pueden
ser comórbidos con la AN, especialmente en el tipo con
atracones/purgas (APA,
2013). También encontramos una amplia comorbilidad en los
individuos con BN.
En un estudio con individuos con trastorno bipolar se ha encontrado
una comorbilidad del 27% con TCA (McElroy et al., 2016).
Los
datos de comorbilidad entre los trastornos de personalidad y los TCA
son muy
heterogéneos (Thompson-Brenner et al., 2008). Se estima la
presencia de este tipo
de alteraciones, según diferentes estudios, entre un 53% y un
93% (Powers et al., 1988;
Yager et al., 1989; Zanarini et
al., 1990). La presencia de un trastorno de personalidad en la AN
oscila desde el 23% al 80%. Entre los trastornos más comunes
se encuentran los trastornos de personalidad por evitación,
dependiente y obsesivo compulsivo (Johnson y Wonderlich,1992). Un
porcentaje sustancial de individuos con BN presenta características
de personalidad que cumplen los criterios de uno o varios trastornos
de personalidad,
siendo el más frecuente el trastorno de personalidad límite
(APA, 2013).
La
comorbilidad enfrenta a los clínicos respecto a los pasos a
seguir, considerando que en muchas oportunidades ambos diagnósticos
son significativos. Intervenciones que privilegien en primer lugar el
riesgo y también el malestar subjetivo individual y del
contexto son una guía para encontrar cuál es el diseño
de tratamiento más apropiado. Por lo tanto en algunas
ocasiones es pertinente comenzar con intervenciones específicas
a una condición clínica o a la otra.
Rocío
en el momento de la consulta inicial presentaba un cuadro de TCA y
TOC. Uno de los criterios para privilegiar por dónde comenzar
ha sido tener en cuenta el malestar subjetivo pero también, y
muy importante, las posibles situaciones de riesgo que podían
presentarse.
Rocío
presentaba bajo peso con disminución constante en el último
período, lo cual implicaba acercarse a una franja de riesgo.
Sin embargo, su malestar subjetivo estaba alejado de esta situación.
Por el contrario, su deseo era seguir bajando de peso presentando
malestar por sus conductas obsesivas y por el temor exagerado a
ganar peso.
Se
considera un factor de importancia tener en cuenta las preferencias
del paciente. En algunas oportunidades es una decisión muy
delicada ponderar esta variable, aunque siempre está presente
qué es lo prioritario. En cualquier caso lo primero a
contemplar son situaciones críticas que implican una
intervención de urgencia.
En
el caso de Rocío fue posible comenzar con un trabajo vinculado
con su malestar subjetivo apelando a la construcción de una
alianza de trabajo que permita luego acceder a lugares menos
permeables.
Como
se evidencia en este caso, y podríamos extenderlo a muchos
otros, están presentes aspectos resistenciales como también
la co-ocurrencia de condiciones clínicas, lo cual complejiza
el cuadro considerando la diversidad y variedad de aspectos
afectados.
Cronicidad
Respecto
a la cronicidad, no existe una definición genéricamente
aceptada de lo
que constituye "cronicidad" en AN (Tierney y Fox, 2009).
Steinhausen
(2002) sugiere que después de 6 a 7 años de enfermedad,
la probabilidad de que las personas
se
recuperen alcanza una meseta, pero no llega a cero. Se trata de
cuadros
complejos,
considerando que la complejidad alude a la gran diversidad de
factores
que
entran en juego para que una persona desarrolle un TCA, desde la
vulnerabilidad
personal,
familiar y sociocultural hasta los factores que actúan como
desencadenantes,
como así también los factores reforzadores o
mantenedores del
trastorno
que contribuyen a la perpetuación de los síntomas y de
la disfunción (Kirszman, 2020).
Un
elemento troncal en los TCA es el concepto de imagen corporal (IC),
el cual es
una construcción psicológica compleja y constituye un
factor esencial que
contribuye a la cronicidad. Hay situaciones donde ha sido posible
revertir el cuadro inicial, mejorando significativamente los síntomas
en diferentes niveles. Sin embargo, la insatisfacción
con la imagen corporal
persiste, aunque en muchas oportunidades de manera menos intensa. Sin
dudas la persistencia en cuanto a frecuencia e intensidad marca una
diferencia sustancial respecto al nivel de padecimiento, como así
también al compromiso de las áreas afectadas. Diversos
estudios refieren que cuantos más años de evolución
de la enfermedad el pronóstico es menos alentador. Hsu (1996),
Theander (1985) y Halmi (1992) apuntan a un peor pronóstico
con larga duración de la enfermedad de inicio más
avanzada, ingresos previos en hospitales psiquiátricos, mala
adaptación social en la niñez, anomalías en la
personalidad premórbida y relaciones conflictivas entre el
paciente y su familia.
La
cronicidad en pacientes con bajo peso regular y continuado va
deteriorando el nivel de salud emocional y produciendo, a su vez,
complicaciones médicas, como trastornos gastrointestinales,
osteoporosis, fracturas patológicas, cifosis, fragilidad
capilar, prolapso de la válvula mitral, deterioro dental,
entre otras. Por ejemplo, la ausencia continuada del período
menstrual produce una pérdida progresiva de densidad ósea
que es la responsable de la fragilidad de los huesos. La temperatura
corporal es muy baja por lo cual sienten frío aún en
altas temperaturas.
En
pacientes bulímicas los atracones frecuentes que se continúan
con conductas compensatorias como el vómito autoinducido
producen dolor abdominal y ardor estomacal, entre otros. En casos
extremos se puede producir una dilatación aguda del abdomen,
incluso hemorragias que requieren de una internación de
urgencia. Estas son solo algunas de las complicaciones médicas
que se presentan en un TCA cronificado.
Respecto
al funcionamiento cognitivo, los pacientes mantienen un estilo
enfocado al control en el cual el perfeccionismo es el rasgo
prioritario.
Estos
pacientes mantienen un sesgo atencional en relación a la
comida y la imagen con reglas muy rígidas e inflexibles. La
presencia de distorsiones respecto a la imagen corporal y la
insatisfacción con el propio cuerpo son algunos de los
factores que funcionan como perpetuadores y, por lo tanto, promueven
la cronicidad.
La
posibilidad de disminuir estos obstáculos permitirá
aumentar el índice de respuestas positivas, mejorar la
estabilidad de los resultados y reducir las recaídas y
recurrencias.
A
modo de síntesis, podemos observar que los TCA son cuadros
complejos, con una gran variedad de aspectos involucrados por lo que
se requiere un abordaje interdisciplinario. El trabajo en equipo
permite ir sorteando las diferentes dificultades que se presentan a
lo largo del proceso, aunque no siempre es posible, considerando el
alto porcentaje de abandonos tempranos que se producen en estas
condiciones clínicas. Diversos autores han aportado
estrategias para reducir dichos abandonos, como el proveer
información explícita y detallada acerca de la duración
y los patrones de cambio, el considerar las preferencias del
paciente, el fortalecer la esperanza, potenciar la alianza
terapéutica y evaluar y compartir los progresos del
tratamiento (Swift et al., 2012).
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