A lo largo de la historia
los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) han sido un problema
clínico de importancia significativa en los países
desarrollados, debido a las graves consecuencias psicológicas
y físicas que pueden causar, que a menudo son agravadas por
altas tasas de comorbilidad, incluso pudiendo llegar a ser mortales
(Smink et al., 2012; Stice, 2002). El curso de estos trastornos se
caracteriza por periodos de remisión y recaída; y una
proporción significativa de pacientes no responde
favorablemente al tratamiento, lo que puede convertirlos en
trastornos crónicos (Hoek y Hoeken, 2003).
Debido a su complejidad,
gravedad y dificultad para establecer diagnósticos y
tratamientos específicos, los TCA se presentan como cada vez
más importantes desde un punto de vista sociosanitario. Estas
enfermedades tienen una etiología multifactorial en la que
intervienen factores genéticos, biológicos, de
personalidad y socioculturales, y suelen afectar principalmente a
niñas y adolescentes, aunque no exclusivamente. Las
manifestaciones clínicas abarcan la conducta, el humor, el
discurso y las relaciones familiares, así como también
hay alteraciones metabólicas y endocrinas. Si bien son
entidades tratables, su mortalidad y riesgo de recaída son
altos. Asimismo, es esperable que haya con gran frecuencia mutación
de un trastorno a otro dentro de los TCA.
Se habló mucho de los
factores de riesgo y desencadenantes de los TCA y se demostró
que la mejor forma de abordarlo es mediante prevención, y que
es fundamental la detección temprana para obtener un mejor
pronóstico de la enfermedad y sus consecuencias. El
tratamiento de los TCA es un desafío por la naturaleza dual de
sus síntomas, que incluyen aspectos psicológicos y
físicos y la participación de diferentes niveles de
salud. Además, hay otros obstáculos para superar, como
la falta de conciencia de enfermedad, la alta incidencia en la
población adolescente y las dificultades en la detección
y tratamiento temprano de la patología.
Cada vez es más común
que los estudios identifiquen predictores y mediadores en los
tratamientos de los TCA para mejorar su eficacia. En Argentina, se
presentó la ley 26.396 de Prevención y Control de
Trastornos Alimentarios el 8 de septiembre de 2008, que reconoce la
importancia de prevenir y controlar los trastornos alimentarios
mediante la investigación de sus causas, el diagnóstico
y tratamiento de enfermedades relacionadas, la atención
integral y rehabilitación, así como las medidas
preventivas para evitar su propagación. Los TCA son trastornos
complejos que a menudo requieren la colaboración de diferentes
dispositivos asistenciales, como tratamiento ambulatorio, hospital de
día y tratamiento hospitalario.
En consecuencia, a la luz de
todo lo expuesto, en la presente investigación se ha
considerado conveniente profundizar y analizar las variables clínicas
de los pacientes diagnosticados de un Trastorno de la Conducta
Alimentaria y los alcances del abordaje multidisciplinario de los
Trastornos de la Conducta Alimentaria desde la mirada de psicólogos,
nutricionistas, psiquiatras y médicos clínicos que
trabajan en diferentes dispositivos sanitarios en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires.
Antecedentes
Guarin et al. (2021)
realizaron una investigación con la finalidad de evaluar la
viabilidad y aceptabilidad del tratamiento integral virtual en
Trastornos Alimentarios desde una perspectiva de pacientes, padres y
terapeutas durante la pandemia por Covid-19. El estudio fue
observacional descriptivo de corte transversal para el cual se
diseñaron 3 encuestas con preguntas semiestructuradas,
dirigidas a pacientes, familiares y miembros del equipo tratante. Se
aplicaron encuestas en línea y se realizó un análisis
DOFA con las respuestas. Los resultados reflejaron que el tratamiento
virtual durante el confinamiento fue considerado factible y útil
por todos los encuestados. En el estudio, los padres informaron
problemas con el cumplimiento del plan nutricional y los terapeutas
señalaron la necesidad de adaptaciones metodológicas en
las sesiones para mejorar la participación. La adherencia de
las familias fue total y la de los pacientes, del 90%.
A su vez,
Fernández-Hernández et al. (2021) estudiaron el
problema bioético que genera la internación de
pacientes con anorexia nerviosa y el estrés que puede generar
en el profesional sanitario. El objetivo de dicha investigación
fue conocer y analizar la opinión de los profesionales de
salud mental sobre algunas condiciones de aplicación de la
internación no voluntaria a pacientes con anorexia nerviosa.
Se realizó un estudio observacional descriptivo transversal
sobre una muestra de 270 profesionales de la salud mental mediante un
cuestionario de 0 a 10 puntos elaborado ad-hoc. A partir de esto, se
concluyó que los profesionales de la salud mental están
sometidos a exigencias laborales ambiguas, lo que repercute en su
dinámica asistencial.
Muñiz Rivas (2019)
analizó la eficacia de la terapia cognitivo conductual en el
tratamiento de la anorexia nerviosa utilizando las bases de datos
PubMed, Cochrane, CINAHL y PsycINFO. Los resultados evidenciaron que
la TCC es eficaz, ya que es una terapia cuyo objetivo es mantener los
cambios realizados a lo largo del tratamiento, mientras desarrolla
estrategias personalizadas para cada paciente y mejora si se
complementa con el tratamiento nutricional. Sin embargo, en el
artículo se describe a la anorexia nerviosa como una
enfermedad que tiene un alto índice de prevalencia y un alto
índice de recaídas.
Así, Ortega (2023)
realizó una investigación documental sobre el abordaje
psicológico para tratar la anorexia nerviosa que aparece con
el precedente de ansiedad en torno a la imagen corporal, y las
prácticas ejecutadas para alcanzar un ideal físico que
desembocan en un padecimiento clínico. La investigación
sigue una metodología de investigación cualitativa del
tipo descriptivo utilizando datos fiables y fuentes de información
terciaria vigentes. Se recopilaron 37 estudios y se concluyó
que el psicoterapeuta no debe limitar su intervención
únicamente al bienestar psicológico, sino observar el
bienestar del paciente como un todo, considerando la participación
de un nutricionista que ayude a la estabilización del peso
corporal. También es pertinente la evaluación de un
médico general para descartar posibles problemas cardíacos
o cualquier otro padecimiento importante.
Por su parte, Amores (2018)
expuso un procedimiento de intervención psicológica
cognitivo-conductual aplicado a una adolescente de 13 años
diagnosticada con Anorexia Nerviosa. El diseño que utilizó
fue de caso único y medidas pre-post, con cuestionarios de
patología alimentaria como el EAT40, BULIT-R, la escala
YBC-EDS y el BSQ, y de bienestar emocional como el STAI y el BDI-II.
La intervención fue diseñada con el fin de aumentar la
motivación y adherencia al tratamiento, establecer un patrón
de conducta alimentario saludable, estabilizar el estado de ánimo
y mejorar el autoconcepto. Se llevó a cabo durante 18 meses,
siendo las sesiones dos veces a la semana durante los primeros 8
meses y posteriormente semanales. A partir de un análisis
cualitativo y cuantitativo de la evolución de la paciente se
pudo concluir la eficacia del tratamiento.
Behar (2018) estudió
los Trastornos de la Conducta Alimentaria en mujeres adultas
realizando una búsqueda bibliográfica exhaustiva,
utilizando las bases de datos MEDLINE/PubMed, SciELO y la Biblioteca
Cochrane, además de textos de consulta especializados. El
objetivo fue describir las mujeres en la adultez mediana con TCA, en
relación con sus características epidemiológicas,
etiopatogénicas, clínicas, evolutivas y terapéuticas.
Los resultados arrojaron que las características clínicas
y la mayoría de los factores de riesgo son similares a las de
mujeres más jóvenes, quizás la continuación
de un TCA previo o un inicio tardío de la patología.
Por otro lado, se relevaron las variables más distintivas y
relevantes para las mujeres de mediana edad, resultando ser la
menopausia y la ansiedad relacionada al envejecimiento. Estas mujeres
parecen ser menos proclives a desarrollar Trastornos de la Conducta
Alimentaria.
Cruzat Mandich et al. (2017)
analizaron en Chile las fases de la alianza terapéutica en los
Trastornos de la Conducta Alimentaria para describir su evolución.
Aplicaron un diseño cualitativo, descriptivo, basado en la
Grounded Theory.
La muestra incluyó 20 pacientes chilenas portadoras de TCA
según criterios del DSM-5. Los resultados evidenciaron que la
alianza terapéutica evoluciona en tres etapas. En la primera
predomina la desconfianza y la resistencia, luego surge la motivación
hacia el tratamiento y en la tercera etapa de resignificación
se realiza el manejo de las recaídas, se redefine la
enfermedad y se visualiza el fin de la terapia. Se enfatiza la
importancia de la creación de un clima de contención,
apoyo y seguridad para las pacientes.
Trastornos
de la Conducta Alimentaria
Los Trastornos de la
Conducta Alimentaria (TCA) son enfermedades mentales graves que se
caracterizan por cambios en el comportamiento y las actitudes hacia
la alimentación, así como una gran preocupación
por el peso y la forma corporal (APA, 2014). Estos trastornos se
distinguen por la alteración en los patrones de alimentación
o en las conductas para controlar el peso, lo que ocasiona un
significativo deterioro físico y psicológico. Es
importante destacar que estas conductas no se deben a ninguna
enfermedad médica. Los TCA son un problema de salud pública
relevante, ya que afectan a una importante proporción de la
población, tienden a ser graves y a cronificarse, y se asocian
con una elevada comorbilidad y mortalidad. La primera descripción
conocida de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) se
remonta al siglo XVII, en un escrito del médico británico
Richard Morton, en el que detallaba síntomas y signos de dos
casos de Anorexia Nerviosa (AN). No obstante, fue el psiquiatra
francés Ernest Charles Laségue quien dio lugar a la
concepción médica de la AN como un trastorno,
denominándolo "anorexia histérica". En el
siglo XIX se hizo cada vez más evidente el miedo a engordar y
la distorsión corporal en los casos de AN, lo que llevó
a Russell (1979) a la descripción de la Bulimia Nerviosa (BN).
La inclusión de la AN en la primera edición del Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales
DSM I (APA, 1952) se hizo en el capítulo Trastornos
fisiológicos y viscerales. En el DSM II (APA, 1968), apareció
dentro del apartado Síntomas especiales. No obstante, no fue
hasta el DSM III (APA, 1980) y su revisión DSM III-R (APA,
1987) que se les denominó Trastornos Alimentarios y se
clasificaron estos cuadros (AN y BN) dentro de los trastornos de
inicio en la infancia y la adolescencia, junto con otros diagnósticos
como la pica y el trastorno por rumiación. Finalmente, en el
DSM-IV (APA, 1994) los Trastornos Alimentarios se convirtieron en una
categoría diagnóstica propia y se mantuvieron sin
ningún cambio en su revisión, DSM-IV-TR (APA, 2002). En
ambas ediciones se recogieron dos entidades diagnósticas
principales que son la AN y la BN. La AN puede ser de tipo
restrictiva o de tipo purgativa, en función de la presencia o
ausencia de atracones y conductas purgativas. La BN puede presentar
dos subtipos, purgativo y no purgativo, dependiendo del uso o no de
conductas compensatorias a los atracones.
En la última edición
del manual, DSM-5 (APA, 2014), los TCA se incluyen en un grupo de
trastornos mentales denominados Trastornos Alimentarios y de la
Ingestión de Alimentos, que también incluyen la pica,
el trastorno de rumiación, el trastorno de
evitación/restricción de la ingestión de
alimentos, el trastorno por atracón, otro trastorno
alimentario o de la ingestión de alimentos no especificada.
Esta edición incluye como novedades el trastorno por atracón
y el trastorno de evitación y restricción, además
de la necesidad de valorar la gravedad de la situación actual
del problema. Mientras que la AN mantiene los subtipos de ediciones
anteriores, la BN no presenta subtipos en esta edición. La
heterogeneidad de los TCA y sus subtipos ha llevado a la necesidad de
realizar estos cambios en las clasificaciones para responder a la
variabilidad clínica.
La Organización
Mundial de la Salud (OMS) incluye a los TCA en el capítulo de
Trastornos del Comportamiento Asociados a Disfunciones Fisiológicas
y a Factores Somáticos en la novena revisión de la
Clasificación Internacional de las enfermedades en 1978
(CIE-9) y posteriormente en la CIE-10 (OMS, 1992).
El Manual Diagnóstico
y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) y la
Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), han
mejorado la precisión y especificidad de los diagnósticos
de TCA. Los pacientes con TCA suelen presentar síntomas que
van más allá de los criterios diagnósticos
principales establecidos para estos trastornos. Esto es lo que se
entiende por comorbilidad, la presencia de condiciones clínicas
adicionales en un paciente con un diagnóstico principal de
TCA.
Numerosos estudios respaldan
la alta prevalencia de trastornos psicológicos comórbidos
en pacientes con Trastornos de la Conducta Alimentaria. En relación
al eje I del DSM, se ha encontrado que el 73% de los pacientes con AN
restrictiva tienen otro diagnóstico adicional, el 82% de los
pacientes con AN purgativa también tienen comorbilidad, y el
60% de los pacientes con BN (Herzog et al., 1992).
Los trastornos mentales más
comunes asociados a los TCA son los trastornos afectivos,
principalmente la depresión mayor, que aparece en el 40% de
los pacientes (Braun et al., 1994). Además, se ha encontrado
que el 32% de los pacientes con TCA sufren de distimia. Otro
trastorno comórbido destacado es el abuso de sustancias, el
cual ha sido reportado en estudios previos (Herzog et al., 1992;
Verkes et al., 1996; Kanbur y Harrison, 2016).
Además, un estudio
más reciente que investigó la comorbilidad entre el
trastorno bipolar y los TCA encontró que el 27% de los
individuos con trastorno bipolar también tenían TCA,
con un 12% que padecían trastorno de la alimentación no
especificado, el 15% con bulimia nerviosa y el 0,2% con anorexia
nerviosa (Mc Elroy, et al., 2016).
Es cierto que los trastornos
de ansiedad, depresivos y bipolares son comórbidos frecuentes
en la anorexia nerviosa (AN). Muchos individuos con AN informan la
presencia de síntomas ansiosos o un trastorno de ansiedad
previo al inicio del trastorno alimentario. Los trastornos de
ansiedad tienen una alta prevalencia en pacientes con AN, estimándose
en un 60% (Bulik et al., 1997; Speranza et al., 2001).
En los trastornos de
ansiedad generalizados está presente en un 36,8% de los casos,
seguido del pánico con una prevalencia del 20%. En algunos
casos de AN, se ha descrito la presencia de trastorno
obsesivo-compulsivo (TOC), especialmente en los casos de tipo
restrictivo. La prevalencia del TOC en la AN se estima en alrededor
del 16% de los casos (Bulik et al., 1997; Speranza et al., 2001).
Además, el trastorno
por abuso de alcohol y otros trastornos por consumo de sustancias
también pueden ser comórbidos con la AN, especialmente
en el subtipo con atracones/purgas. La presencia de estos trastornos
adicionales puede complicar el curso y el manejo de la AN (APA,
2014).
Los trastornos de ansiedad,
depresivos y bipolares también están comórbidamente
asociados con la bulimia nerviosa (BN). Estas alteraciones del estado
de ánimo a menudo se desarrollan al mismo tiempo o después
del inicio de la BN. Sin embargo, hay que considerar que, en muchos
casos, estos trastornos del estado de ánimo tienden a remitir
tras un tratamiento eficaz para la BN.
La relación entre los
trastornos de la personalidad y los trastornos de la conducta
alimentaria (TCA) es heterogénea y puede variar según
los estudios. Se ha estimado que la presencia de trastornos de la
personalidad en individuos con TCA oscila entre el 53% y el 93% en
diferentes estudios (Powers et al., 1988; Gartner et al., 1989;
Skodol et al., 1993).
En el caso de la AN, la
presencia de trastornos de la personalidad varía entre el 23%
y el 80%, siendo los más comunes el trastorno de personalidad
por evitación, el dependiente y el obsesivo-compulsivo
(Wonderlich et al., 1994). En la BN, también se encuentra una
alta prevalencia de características de la personalidad que
cumplen los criterios de uno o varios trastornos de personalidad,
siendo el trastorno de la personalidad límite el más
frecuente (APA, 2014).
Además de la
comorbilidad con trastornos psicológicos, los trastornos
alimentarios también tienen comorbilidad con cuestiones
físicas u orgánicas. Algunas de ellas son:
- Diabetes Mellitus (DM):
Los estudios han mostrado una variabilidad en la prevalencia de la DM
en individuos con trastornos de la conducta alimentaria. Se estima
que entre el 0,5% y el 7% de los casos de anorexia nerviosa (AN) y
bulimia nerviosa (BN) presentan DM tipo 2. Sin embargo, en los
trastornos de la conducta alimentaria con purgas y atracones (TCANE),
este porcentaje puede llegar hasta el 20%. Además, se ha
observado que hasta el 9% de los diabéticos obesos presentan
un TCA.
- Obesidad: Existe una
fuerte asociación entre la obesidad y los Trastornos de la
Conducta Alimentaria. Se estima que hasta el 6% de los niños
con obesidad pueden presentar TCA. La relación entre la
obesidad y los TCA es compleja y multifactorial, y requiere una
evaluación y tratamiento adecuados.
- Enfermedades tiroideas:
Tanto el hipertiroidismo como el hipotiroidismo pueden tener un
impacto relevante en la aparición, curso, pronóstico y
tratamiento de los Trastornos de la Conducta Alimentaria. Aunque no
se dispone de estudios de prevalencia específicos, se han
descrito casos clínicos que resaltan la importancia de las
enfermedades tiroideas en la manifestación de los TCA
(Nielsen, 2002).
Tratamientos
y dispositivos asistenciales para los Trastornos de la Conducta
Alimentaria
El tratamiento de la AN
comprende la rehabilitación nutricional, psicoterapia
individual e intervenciones familiares, fundamentalmente
psicoeducativas (Herpertz y Salbach, 2009). Las intervenciones se
contemplan desde un abordaje multidisciplinario, incluyendo
tratamiento médico, nutricional y psicológico (Gentile
et al., 2010). La intervención nutricional incluye la
recuperación ponderal, la modificación del
comportamiento alimentario, la corrección de la baja ingesta
de alimentos y corrección de la percepción de los
pacientes sobre lo que es una dieta saludable (Lim et al., 2007). Por
otro lado, la medicación farmacológica en ocasiones
mejora la conducta alimentaria, el estado de ánimo y los
síntomas obsesivos, especialmente cuando se encuentra
comorbilidad psiquiátrica (Rossi et al., 2007). Con respecto
a los tratamientos psicológicos, aunque hay menos estudios,
hay consenso en que ante la presencia de intentos de suicidio,
problemas físicos producto del bajo peso y familias
disfuncionales, no es suficiente el tratamiento ambulatorio (Jáuregui
y Bolaños, 2012). El objetivo principal es sacar del riesgo de
vida al paciente y restablecer la alimentación.
En cuanto a la BN, se ha
avanzado significativamente en la eficacia de los tratamientos
psicológicos, pero aún existen limitaciones
importantes. Es crucial obtener una mejor comprensión de los
mecanismos subyacentes a través de los cuales estos
tratamientos producen cambios (Wilson et al., 2002). Los TCANE son
clínicamente menos graves que la AN y la BN, pero no están
bien investigados y no hay tratamientos específicos para ellos
pese a la prevalencia y la gravedad que presentan.
En otra línea, Gowers
et al. (2007), en los tratamientos para la AN, buscaron pautas sobre
el tipo de atención más adecuada: ambulatoria, centro
de día u hospitalización para reducir los costos
económicos asociados a ciertos tratamientos. En Estados Unidos
aproximadamente la mitad de los pacientes con AN son hospitalizados
al menos una vez durante el curso de la enfermedad. Sin embargo, los
resultados de estas hospitalizaciones no están claros, ya que
las investigaciones sugieren que los pacientes son dados de alta
antes de alcanzar el peso objetivo, lo que puede llevar a recaídas
y a la necesidad de reingresar a un centro de día (Howard et
al., 1999).
Debido a la complejidad de
los trastornos alimentarios, los tratamientos suelen ser prolongados
y se utilizan diversos recursos asistenciales. La modalidad de
tratamiento también varía según la gravedad del
trastorno (Cash y Smolak, 2011; Losada y Whittingslow, 2013;
Losada y Rodríguez Eraña, 2019).
Rio et al. (2002) sostienen que, en casos menos graves, se deriva a
los centros de salud mental y se emplea terapia ambulatoria
-individual, grupal y familiar- para cuidar a la paciente para que se
recupere. Cuando la sintomatología es más grave y el
tratamiento ambulatorio resulta insuficiente, se recurre a
tratamientos en hospitales de día, unidades residenciales o
ingreso hospitalario.
Como dispositivos
asistenciales para abordar los Trastornos de la Conducta Alimentaria
pueden destacarse:
- Tratamiento ambulatorio:
mejora para pacientes con trastornos de gravedad leve o moderada. Es
especialmente relevante en la fase de reintegración a la vida
normal de los pacientes. Aquellas personas para las que el
tratamiento ambulatorio no es eficaz pueden mejorar con un programa
de hospital de día.
- Hospital de día: es
un recurso de atención continuada, intensiva y estructurada,
limitada en el tiempo y orientada a la continuidad de los cuidados en
la comunidad. Se considera tratamiento de hospital de día en
los TCA a la intervención terapéutica intensiva que se
brinda durante todos los días de la semana, con una duración
de tres a ocho horas al día. Se ofrecen múltiples
sesiones terapéuticas y se realizan las ingestas durante la
estancia. El hospital de día permite que el paciente resida en
su hogar y, a menudo, pueda continuar trabajando o estudiando. A lo
largo del día se implementa un programa que incluye
emergencias psicológicas, recomendaciones conductuales,
controles y monitorizaciones, lo que hace que sea más
intensivo y efectivo que las consultas externas simples.
- Tratamiento hospitalario:
ofrece un entorno estructurado donde el apoyo terapéutico está
disponible las 24 horas del día. Cuando la salud del paciente
es muy precaria debido a la desnutrición o a las conductas
purgativas graves y cuando existe riesgo de conducta autolesivas
graves, se lleva a cabo el ingreso hospitalario.
Los criterios de
hospitalización según la OMS (1992) son:
-Pérdida de peso muy
rápida y grave que generalmente es inferior al 85% del peso
normativo correspondiente a la edad, talla y sexo;
-Complicaciones médicas
graves (descompensación electrolítica, alteraciones
cardiacas);
-Presencia de trastornos
psiquiátricos asociados graves;
-Falta de respuesta a un
tratamiento ambulatorio, sin conseguir mejoría en el peso o en
las conductas purgativas y/o atracones;
-Imposibilidad de
tratamiento ambulatorio debido a un ambiente familiar disfuncional
que actúa como mantenedor del problema;
-Tentativas de suicidio
graves, ya que algunas pacientes con anorexia pueden tener un alto
riesgo de suicidio;
-Cuando la paciente resida
lejos del hospital de día más cercano.
Estos ingresos pueden ser
voluntarios, pero también forzados si el equipo clínico
considera de extrema gravedad la condición del paciente (Calvo
Sagardoy, 2002).
Marco
normativo
Resulta de gran pertinencia
y relevancia poder destacar en este apartado los aspectos
sobresalientes de la normativa vigente que reglamenta definen y
delimita la prevención y el control de los Trastornos de la
Conducta Alimentaria.
La Ley 26.396, Ley de
Trastornos Alimentarios, es una legislación argentina que fue
promulgada el 23 de septiembre de 2008. La ley pretende prevenir,
diagnosticar, tratar y atender a los enfermos alimentarios. Uno de
los aspectos más destacados es que establece la obligatoriedad
de la cobertura de los tratamientos para los trastornos alimentarios
por parte de las obras sociales y las empresas de medicina prepaga.
Esto significa que las personas que sufren de trastornos alimentarios
tienen derecho a recibir atención médica, psicológica
y nutricional adecuada, sin importar su condición económica.
La ley también
promueve la capacitación y formación de los
profesionales de la salud en la detección temprana,
diagnóstico y tratamiento de los trastornos alimentarios. Esto
es fundamental, ya que muchos trastornos alimentarios suelen pasar
desapercibidos o son mal diagnosticados, lo que puede llevar a
consecuencias graves para la salud física y mental de quienes
los padecen. Además, la Ley 26.396 establece la creación
de programas de prevención de trastornos alimentarios en un
entorno educativo, para concienciar y promover hábitos de vida
saludables desde edades tempranas. Esto es importante por la alta
prevalencia de trastornos alimentarios en jóvenes y
adolescentes.
La implementación de
la Ley de Trastornos Alimentarios en Argentina ha tenido avances
significativos, pero también enfrenta desafíos. Por un
lado, se ha logrado una mayor conciencia sobre estos trastornos y una
mejora en el acceso a la atención médica especializada.
Aún se necesitan seguir fortaleciendo los recursos y las
políticas públicas para garantizar una atención
integral y de calidad a las personas afectadas por trastornos
alimentarios. Es importante destacar que los trastornos alimentarios,
como la anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa y los trastornos por
atracón, son enfermedades complejas que requieren un enfoque
multidisciplinario para su tratamiento efectivo. La Ley 26.396 es un
paso importante hacia la concientización y el abordaje
integral de estos trastornos en Argentina, pero aún queda
mucho por hacer para garantizar una mejor calidad de vida para
quienes los padecen.
Método
La investigación
realizada se llevó a cabo con una metodología
cualitativa. Como lo indican Hernández Sampieri et al. (2014)
y Losada et al. (2022), esta metodología produce datos
descriptivos y estudia a las personas en el contexto de sus vidas
cotidianas, a través de su propio relato, manifestando sus
vivencias y experiencias, buscando así construir teorías
con datos empíricos recolectados en campo para comprender
diversas perspectivas desde una lógica inductiva. Se tomó
este tipo de metodología para poder comprender e interpretar
la trayectoria de los profesionales de la salud mental que abordan en
diversos dispositivos de atención los Trastornos de la
Conducta Alimentaria. El diseño utilizado se apoya en una
teoría
fundada que
propone construir conceptos derivados de la información
obtenida de los participantes que experimentan el tema en estudio,
permitiendo una explicación general de las limitaciones y/o
posibilidades de las entidades para abordar esta temática
desde la mirada y experiencia de diferentes profesionales de la salud
mental en un ámbito hospitalario público/privado. Con
base en los datos empíricos recolectados, se desarrolló
una teoría sobre esta función y se presentaron las
posibilidades de mejora sugeridas por los participantes.
La muestra estuvo conformada
por 12 profesionales de la salud mental y profesionales de la salud
dedicados al tratamiento de los Trastornos de la Conducta Alimentaria
que se desempeñen en entornos públicos o privados de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los participantes debieron
contar con un mínimo de un año de experiencia en el
área de trabajo específico. Se buscó incluir una
diversidad de especialistas, tales como psicólogos, médicos
clínicos, psiquiatras y nutricionistas con el objetivo de
obtener una visión integral y representativa del abordaje
terapéutico en trastornos de la conducta alimentaria. La
selección de esta muestra de profesionales posibilitó
analizar con mayor profundidad y rigor los enfoques y prácticas
utilizadas en el tratamiento de estos trastornos. Se excluyeron
profesionales de otras disciplinas afines y de otros servicios, como,
enfermeros o médicos de cualquier otra especialidad.
Debido a la estructura de
las entrevistas se les proporcionó a los participantes
información sobre los temas a considerar, como así
también se les brindó la libertad de profundizar en los
temas relacionados. Su condición cualitativa permitió
establecer un marco flexible que garantizó la exploración
de la temática, utilizando inicialmente preguntas más
generales como desencadenantes y luego preguntas más
estructuradas o de contraste para ayudar a profundizar en el tema,
planteadas desde un punto de vista neutral que permita buscar la
apertura en perspectivas, experiencias y opiniones (Hernández
Sampieri et al., 2014; Losada et al., 2022).
La recopilación de
datos mediante este método se considera esencial para alcanzar
los objetivos de la investigación y brindar una visión
integral que contribuye a mejorar la comprensión y abordaje de
las cuestiones relacionadas con la salud mental en la población
en estudio.
Su diseño se concibió
en cuatro secciones que cubrían los temas a considerar. El
primero buscaba explorar la práctica general, el segundo
reducir esta práctica general al problema específico de
los Trastornos en la Conducta Alimentaria, el tercero preguntaba
sobre el alcance del abordaje multidisciplinario y, finalmente, el
cuarto buscaba obtener información de actores relevantes para
mejorar el abordaje del problema investigado. Antes de iniciar el
proceso, se solicitó a los participantes su consentimiento
informado, que comprendía los objetivos específicos del
estudio, la metodología utilizada, la fecha de realización
de la investigación, los beneficios y posibles molestias
asociadas a la misma. Se destacó el carácter voluntario
de su participación y la libertad de concluir la entrevista en
cualquier momento que lo desearan (Losada, 2014).
Resultados
Primero, se exponen los
resultados de los análisis realizados para describir la
muestra en las variables sociodemográficas {ver tabla 1}.
En la figura 1 {ver figura 1} se detallan las secciones a partir de las que fueron agrupadas las
preguntas de investigación.
Sección
1 – Sistema de Salud Mental
La primera sección
pretendía conocer, desde la experiencia del profesional, el
sistema de salud y sus mayores desafíos en la prestación
de servicios de Salud Mental, las estrategias más efectivas
para reducir el estigma social y el papel de las familias en el
diseño y toma de decisiones sobre ellos. En la Tabla 2 {ver tabla 2} se detallan las respuestas obtenidas por los profesionales.
Sección
2 - Sistema de Salud Mental para el abordaje de los Trastornos de la
Conducta Alimentaria
En la segunda sección
se buscó conocer profundamente las posibilidades y
limitaciones del Sistema de Salud Mental ante la presentación
de pacientes con un cuadro de Trastornos de la Conducta Alimentaria.
Que desafíos identifican al brindar está atención,
la disponibilidad de servicios especializados, la formación de
los profesionales para abordar estos trastornos y el papel que juega
el entorno social y cultural. En la Tabla 3 {ver tabla 3} se detallan
las respuestas obtenidas por los profesionales.
Sección
3 - Abordaje Multidisciplinario de los Trastornos de la Conducta
Alimentaria
Luego de haber hecho
hincapié en el funcionamiento del Sistema de Salud a nivel
general, resulta de gran importancia profundizar en el abordaje de
los Trastornos de la Conducta Alimentaria interrogando a los
profesionales a partir de su experiencia trabajando mediante este
enfoque, en tanto profesionales que conforman un equipo
multidisciplinario, estrategias de comunicación y el aporte de
cada disciplina al tratamiento, los desafíos de este abordaje
en su práctica y la importancia, efectividad y principales
resultados positivos del enfoque multidisciplinario. Los resultados
obtenidos se detallan en la Tabla 4 {ver tabla 4}.
Sección
4 – Aportes
Tras el análisis del
sistema de salud mental y su aplicación en el tratamiento de
los Trastornos de la Conducta Alimentaria, así como una
inmersión profunda en el abordaje de los Trastornos de la
Conducta Alimentaria en sí, la presente investigación
finaliza buscando que los actores principales realicen sus aportes y
propuestas de mejora que consideran indispensables para revitalizar
la prestación de asistencia y el enfoque destinado a una
patología que demanda atención sumamente especializada.
La culminación de esta indagación, que marca el punto
de cierre de la investigación, tiene como esencia principal el
objetivo de articular en palabras aquellas cuestiones que, si bien
están contempladas en la normativa actual, lamentablemente no
están siendo implementadas efectivamente en la práctica.
Se presentan los datos en la Tabla 5 {ver tabla 5}.
Discusión
El presente trabajo se
propuso analizar las variables clínicas de los pacientes
diagnosticados con un Trastorno de la Conducta Alimentaria y los
alcances del abordaje multidisciplinario en dispositivos sanitarios
en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a partir de la mirada de
profesionales de la salud mental. Se buscó conocer, en
principio, los aspectos más generales del sistema de salud,
para luego enfocar los interrogantes en lo específico del
abordaje multidisciplinario en la problemática trabajada. Se
ha tematizado mucho acerca de los factores de riesgo de los
Trastornos de la Conducta Alimentaria y de sus desencadenantes,
demostrándose que la manera más adecuada de abordar
este problema es desde la prevención y que la detección
precoz es totalmente necesaria para poder lograr un mejor pronóstico
de la enfermedad y sus consecuencias.
El tratamiento plantea
dificultades derivadas de la dualidad sintomática que
presentan, psíquica y somática, y de la actuación
de diferentes niveles asistenciales. Otras circunstancias que nos
encontramos son la falta de conciencia de enfermedad, la frecuente
aparición de esta en la etapa adolescente, así como las
dificultades para la detección y el tratamiento precoz de esta
patología.
Los datos reflejan una
realidad poco satisfactoria a la hora de la atención primaria
y, como consecuencia, en la derivación a los servicios
especializados. Se reflejó la insuficiencia e inadaptación
de los recursos de la red asistencial ante este tipo de patologías.
Este problema se acentúa debido a la tendencia de los
pacientes a buscar inicialmente ayuda médica de médicos
clínicos, que carecen de la formación y experiencia
necesarias para detectar y tratar adecuadamente los Trastornos de la
Conducta Alimentaria. Esta falta de detección temprana y
derivación adecuada puede tener consecuencias perjudiciales,
ya que retrasa el inicio de la intervención y contribuye al
deterioro de la salud de los pacientes antes de recibir el cuidado
apropiado.
En este sentido, los
entrevistados manifestaron una preocupante falta de recursos humanos
para poder hacer frente a la demanda. Cabe aclarar que un paciente de
Trastorno de la Conducta Alimentaria puede implicar años de
tratamiento intensivo y debe continuar, aunque los aspectos
alimentarios se hayan estabilizado. Su duración dependerá
del tiempo de evolución del trastorno y su gravedad (Calvo
Sagardoy, 2002). Durante este tiempo se tendrán que abordar
numerosos desafíos, como la resistencia del paciente al
tratamiento sugerido.
En este contexto, la
totalidad de los entrevistados manifestaron el papel fundamental de
las familias en el proceso de tratamiento. Las familias pueden jugar
un papel crucial en la detección temprana y también ser
una fuente invaluable de apoyo durante la recuperación. Sin
embargo, es importante reconocer que trabajar con las dinámicas
familiares puede presentar desafíos propios. La comunicación
abierta y efectiva entre los miembros de la familia y el equipo
multidisciplinario es esencial para garantizar un enfoque holístico
y coherente hacia el tratamiento. Bajo esta línea de
análisis, Arrufat et al. (2009) advierten que para optimizar
los recursos existentes y realizar una intervención eficaz, es
necesaria la colaboración de profesionales que realicen una
labor adecuada durante el periodo de evaluación y tratamiento.
No obstante, la colaboración
en un equipo multidisciplinario no está exenta de
dificultades. Los datos obtenidos muestran que los entrevistados
coincidieron en que, aunque este enfoque tiene muchas ventajas,
también puede tener lados oscuros que deben abordarse. La
necesidad de una comunicación constante y una coordinación
efectiva entre diferentes profesionales de la salud mental puede ser
un desafío, especialmente cuando se trabaja en diferentes
entornos o instituciones. Las reuniones regulares y la interacción
constante entre profesionales son esenciales para garantizar que
todos los aspectos del tratamiento se consideren y aborden de manera
integral.
La adopción de un
enfoque multidisciplinario en el tratamiento de los Trastornos de la
Conducta Alimentaria es el plan terapéutico que más
apoyo recibió por parte de los profesionales que trabajan en
este campo y fueron interrogados. A pesar de los desafíos
mencionados, este enfoque ha demostrado ser altamente efectivo. La
combinación de intervenciones médicas, psicológicas
y nutricionales aborda las múltiples dimensiones de estos
trastornos.
Un aspecto clave en el éxito
del enfoque multidisciplinario es la adaptación de las
estrategias de tratamiento para satisfacer las necesidades
individuales de cada paciente. Conocer los predictores de respuesta
al tratamiento y los factores que moderan el efecto de los resultados
del tratamiento es importante a la hora de tomar decisiones clínicas
más precisas y promover un tratamiento individualizado
(Kraemer, 2013). Cada persona enfrenta una combinación única
de desafíos y factores contribuyentes, lo que significa que el
tratamiento debe ser personalizado y flexible. Al ajustar las
estrategias a las necesidades específicas de cada paciente, se
maximiza la efectividad de la intervención y se mejora la
posibilidad de una recuperación exitosa.
Por otro lado, en el
abordaje de los Trastornos de la Conducta Alimentaria, es
indispensable el tratamiento permanente y continuo. En cuanto a esto,
se encontró en la experiencia de los profesionales
entrevistados que, si el paciente debe quedar en observación o
realizar una internación con acompañamiento, es difícil
poder brindar una
atención de calidad por la falta de formación
específica, ya que
en general no se cuentan con los recursos humanos para tal servicio.
Este último, según lo relevado, es un poco más
factible de solicitar en el ámbito privado.
Sobre esto, el marco
normativo vigente enuncia la importancia de la prevención y el
control de los Trastornos de la Conducta Alimentaria y establece la
obligatoriedad de la cobertura de los tratamientos por parte de las
obras sociales y las empresas de médica prepaga, incluyendo el
derecho a recibir la atención médica, psicológica
y nutricional adecuada. Los resultados obtenidos revelan una
preocupante discrepancia entre lo que la Ley de Trastornos de la
Conducta Alimentaria estipula y la realidad observada en la atención
a pacientes con TCA en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Del mismo modo, resultó
pertinente investigar cual es el grado de capacitación en la
problemática de los Trastornos de la Conducta Alimentaria con
la que cuenta el personal sanitario involucrado en la atención.
En este punto se encontró una gran falencia en materia de
instrucción en todos los trabajadores de distintas
especialidades que están en contacto con el paciente. Gran
parte de los profesionales entrevistados enfatizaron que el personal
sanitario en general cuenta con capacitación, no obstante,
carece de formación en materia de salud mental en general y
muchos menos en Trastornos de Conducta Alimentaria específicamente.
Asimismo, se remarcó que el personal especializado es escaso
para la cantidad de pacientes que deben recibir atención.
En todas las
reglamentaciones vigentes se enfatiza la importancia de la
capacitación, aun así, no se refleja ese interés
en la práctica. Es así como La Ley de Salud Mental
enuncia que se deberán promover espacios de capacitación
y actualización para profesionales, en particular para
aquellos que se desempeñen en servicios de salud mental. La
Ley Nacional de Trastornos Alimentarios promueve la capacitación
y formación de profesionales de la salud en la detección
temprana, diagnóstico y tratamiento de los trastornos
alimentarios. Además, dicha ley establece la creación
de programas de prevención de los trastornos alimentarios en
un entorno educativo, para concienciar y promover hábitos de
vida saludables desde edades tempranas.
Pese a existir regulaciones
que promueven un enfoque multidisciplinario, se detectó una
marcada escasez de recursos humanos especializados en los
dispositivos sanitarios analizados. Esta carencia de profesionales
capacitados para abordar adecuadamente los TCA repercute directamente
en la calidad de la atención y en los resultados terapéuticos
alcanzados por los pacientes, generando un obstáculo
significativo en la recuperación de los afectados.
Finalmente, se manifestó
la necesidad de indagar sobre la efectividad y los principales
resultados positivos, si bien estudiar los resultados en esta
patología es complejo, debido al curso de la enfermedad, la
alta transición entre las categorías diagnósticas
de los trastornos alimentarios y las frecuentes recaídas
(Carter et al., 2012). Los entrevistados manifestaron que los
resultados positivos incluyen tasas más altas de recuperación,
disminución de síntomas y mejora en la calidad de vida
de los pacientes.
Resultó de gran valía
preguntar a los protagonistas cuáles serían las mejoras
de relevancia para para brindar una atención más
efectiva a los pacientes con Trastornos de la Conducta Alimentaria.
Se encontró en sus respuestas la necesidad de tener más
recursos humanos, fortalecer la formación y capacitación
de profesionales de la salud mental en el enfoque multidisciplinario
y la realización de cursos y talleres que aborden
específicamente estos trastornos y promuevan la colaboración
entre disciplinas. A su vez, del análisis de los datos
obtenidos se desprende la urgente necesidad de lograr una
articulación e implementación más real y
concreta de lo planteado por la Ley de Trastornos Alimentarios.
Aunque su objetivo es prevenir, diagnosticar, tratar y atender a
quienes padecen trastornos alimentarios en Argentina, uno de los
aspectos más destacados es el acceso obligatorio a la
cobertura de los tratamientos, observando en este estudio que, más
allá del énfasis en lo establecido, no se encuentra
próximo a cumplirse.
La investigación ha
subrayado la importancia de la colaboración multidisciplinaria
entre psicólogos, nutricionistas, psiquiatras y médicos
clínicos en la atención de los TCA. Estos profesionales
aportan perspectivas complementarias que abordan las dimensiones
biológicas, psicológicas y médicas individuales
de manera simultánea, lo que se traduce en un tratamiento
adaptado a las necesidades de cada paciente.
Asimismo, se ha analizado
críticamente la complejidad y la eficacia de este abordaje,
poniendo de manifiesto la importancia de la coherencia y la
consistencia en la implementación de programas de asistencia.
Esta investigación ha resaltado la necesidad de una
coordinación fluida y una comunicación constante entre
los distintos profesionales involucrados para garantizar el éxito
de los tratamientos.
No obstante, es preciso
mencionar que se ha observado una escasez de recursos humanos
especializados en la materia, por lo cual la realidad demuestra que
pensar en este enfoque como un hecho, en la actualidad no es más
que un deseo difícil de alcanzar. Mas bien, habría que
pensar en la adecuación de los servicios para la atención
multidisciplinaria, en tanto infraestructura, recursos humanos,
capacitación e interdisciplina.
La realidad de la atención
a pacientes con Trastornos de la Conducta Alimentaria tiene la
impostergable necesidad de que sea considerada política de
Estado, para lo cual debe ser incluida dentro de las políticas
del sistema de salud general, resaltando el deber de atender y
procurar la asistencia de este padecimiento y concentrando los
esfuerzos en la prevención, diagnóstico y tratamiento
integral de esta problemática.
La presente investigación
buscó dar luz sobre las variables clínicas que
caracterizan a los pacientes diagnosticados con Trastorno de la
Conducta Alimentaria, como así también las perspectivas
de los profesionales que se desempeñan en el campo de esta
problemática. El contacto directo con psicólogos,
psiquiatras, nutricionistas y médicos clínicos permitió
relevar los aspectos del abordaje multidisciplinario en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.
El estudio revela una serie
de desafíos y oportunidades cruciales en la búsqueda de
un tratamiento efectivo. Se manifestó, a partir de la
experiencia y la mirada de quienes se desenvuelven en el abordaje de
los Trastornos de la Conducta Alimentaria que el acceso al
tratamiento, el papel de las familias, los aspectos complejos de
trabajar en equipo, el estigma social y los beneficios del enfoque
multidisciplinario son elementos interconectados que deben
considerarse juntos para mejorar la atención y el bienestar de
los pacientes.
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