El
avance de la ciencia y la tecnología en los últimos
años ha generado un gran impacto en el aumento de la sobrevida
de la población, gracias, entre otras cosas, a tratamientos
curativos de distintas enfermedades frecuentes y prevalentes. Pero
esto trae aparejado el envejecimiento de la población y, por
lo tanto, la exposición a nuevas enfermedades y a estadios
avanzados de enfermedades ya existentes, en los cuales ya no hay
posibilidades de cura ni de reversión.
Los
cuidados paliativos intentan dar una atención integral al
paciente, colaborando en la toma de decisiones en la atención,
la comunicación de malas noticias, el abordaje de problemas
éticos al final de vida y el no encarnizamiento terapéutico.
La
definición de CP de la Asociación internacional de
Hospicios y Cuidados Paliativos (IAHPC 2018) pone énfasis en
la asistencia activa,
holística
de personas de todas las edades con sufrimiento severo relacionado
con la salud debido a una enfermedad grave, y, especialmente, de
quienes están cerca del final de vida. Su objetivo es mejorar
la calidad de vida de los pacientes, sus familias y cuidadores en la
evaluación integral de la persona, no sólo en el
aspecto físico sino también en el emocional, social,
familiar y espiritual.
Los
principios de los CP son: afirmar la vida y considerar la muerte como
un proceso normal; no intentar acelerar ni retrasar la muerte;
proporcionar alivio del dolor y otros síntomas; integrar los
aspectos espirituales y psicológicos del cuidado del paciente;
permitir la comunicación e información tanto
diagnóstica como pronóstica al paciente y su familia;
ofrecer un sistema de soporte para ayudar a los pacientes a vivir tan
activamente como sea posible hasta el momento de su muerte. Todos
estos principios son acordes a los que constituyen los derechos de
los pacientes. Los CP pueden ser ofrecidos entonces a pacientes con
enfermedades avanzadas, progresivas, irreversibles e incurables,
tanto oncológicas como no oncológicas (cardiológicas,
respiratorias, neurológicas, nefrológicas,
hepatológicas, HIV/SIDA). Consideran especialmente a pacientes
que tienen falta de respuesta a tratamientos específicos;
pronóstico de vida menor a 6 meses; numerosos síntomas
intensos, multifactoriales y cambiantes; gran impacto emocional en
paciente, familia y equipo terapéutico; dificultades en la
comunicación y en la toma de decisiones al final de la vida.
Muchos
hospitales y clínicas (públicos y privados) cuentan ya
con equipos de cuidados paliativos para la atención de
pacientes que así los requieren. Dichos equipos son
interdisciplinarios, contando en general con médicos
paliativistas, enfermeros especializados en CP, psicólogos,
nutricionistas, trabajadores sociales, kinesiólogos.
La
disponibilidad del profesional de salud mental es fundamental en
estos equipos. No siempre está indicada su participación,
pero es necesaria su disponibilidad y su intervención, en
muchos casos en los cuales el impacto emocional de la enfermedad y
sus vicisitudes es muy intenso para el paciente, para su familia y/o
para el equipo terapéutico, así como para la
interacción entre todos los participantes del tratamiento
curativo o ya paliativo.
La
proximidad de la muerte genera un sinfín de emociones,
temores, angustias, en los pacientes y su familia y allegados, así
como, en determinados casos de difícil manejo, en los
profesionales tratantes.
El
profesional de SM suele ser requerido para evaluar cuestiones tales
como:
-
valoración del impacto en la esfera socioafectiva, situación
funcional del paciente y esfera familiar y social;
-
análisis de la existencia o no de un pacto de silencio. Para
Ruiz Benítez de Lugo y Coca (2008), la conspiración o
pacto de silencio se suele definir como un acuerdo, implícito
o explícito entre la familia o entorno significativo del
paciente y los profesionales sanitarios, de ocultar o distorsionar
información sobre su situación -diagnóstico,
tratamiento y/o pronóstico- para evitarle el sufrimiento de
enfrentar el final de su vida (p. 53). Ahora bien, es importante en
estos casos evaluar también el costo- beneficio de contarle al
paciente la realidad del cuadro, respecto de cómo van a seguir
los vínculos con la familia en caso de hacerlo, y medir el
impacto que va a tener en el sistema familiar y en el equipo
conformado por médicos, paciente y familia. Puede ocurrir que
tratar de empoderar al paciente en sus decisiones vaya tan a
contramano de como viene manejando los vínculos toda su vida
que termine entorpeciendo el seguimiento del paciente y creando más
dificultades y sufrimiento psíquico, tanto en él como
también en su familia, en pos de una "buena
intervención". Es importante la evaluación
particular en cada caso.
La
principal herramienta en contra de la conformación de esta
situación es la prevención, promoviendo una
participación del paciente y familiares en la toma de
decisiones y asegurando una información fluida entre el equipo
profesional, los familiares y pacientes. De presentarse una
conspiración de silencio no reductible, es decir, que la
familia se niegue a darle información al paciente sobre su
enfermedad y que el paciente demande saber, es aceptable informar al
paciente en forma unilateral.
El
profesional de Salud Mental también interviene para acompañar
los procesos de duelo en el paciente y/o en la familia. Muchos
familiares continúan en contacto con el profesional psi
una vez acontecido el fallecimiento, valorando el espacio para la
elaboración de la pérdida.
Algunas
reflexiones acerca de la etapa de final de vida y directivas
anticipadas
El
final de vida es la etapa del ciclo vital que tiene lugar por la
progresión misma de la enfermedad, a pesar de haberse ofrecido
el tratamiento adecuado y bien indicado, y se manifiesta por falla
multiorgánica, síntomas de mal manejo, deterioro
cognitivo y del sensorio, expectativa de vida de días,
situación de agonía. Requiere la adecuación del
esfuerzo terapéutico acorde al estado del paciente y la
comunicación al paciente y/o su familia. Es ideal y deseable
que ya se haya conversado con el paciente sobre las directivas
anticipadas en el momento en el que tenía la posibilidad de
darlas. En caso contrario, es momento de hablarlo con la familia.
Entre
las directivas anticipadas están las de decidir la realización
o no de tratamientos invasivos, como la alimentación
artificial o de reanimación, que no redunde en un beneficio
sintomático. Es deseable entonces que dichas directivas sean
consensuadas con familiares y paciente, si es posible antes de la
etapa de final de vida.
En
nuestro país, con la ley de muerte digna, la ley de derechos
del paciente en relación con los profesionales e instituciones
de salud (Ley 26.742), las directivas anticipadas se constituyeron
como una estrategia legal.
Nos
interesa especialmente reflexionar sobre la temática de la
actitud hacia la muerte y los distintos tipos de atravesamientos de
duelo. El modo en que se aborda la pérdida de un ser querido
y/o en que una persona atraviesa su final de vida va a estar, por
supuesto, multideterminada y tendrá que ver con el modo en que
se abordaron pérdidas anteriores. Pero dicho proceso se
atraviesa de mejor manera cuando los profesionales del equipo
interdisciplinario están genuinamente atravesados por los
principios que rigen a la especialidad que nos convoca (los cuidados
paliativos). Entre estos principios se destacan los de afirmar la
vida y considerar la muerte como un proceso normal; no intentar
acelerar ni retrasar la muerte; proporcionar el alivio sintomático;
integrar los aspectos espirituales y psicológicos del cuidado
del paciente; permitir la comunicación y la información
diagnóstica y pronóstica al paciente y su familia; y
ofrecer un sistema de soporte para ayudar a los pacientes a vivir tan
activamente como sea posible hasta el momento de la muerte.
Nuestra
actitud ante la muerte y el duelo en cuidados paliativos: un
recorrido bibliográfico
Dice
Sigmund Freud (1915):
"Hemos
manifestado la inequívoca tendencia a hacer a un lado la
muerte, a eliminarla de la vida. Hemos intentado matarla con el
silencio; y aún tenemos (en alemán) el dicho ´creo
en eso tan poco como en la muerte´.
En
la muerte propia, desde luego. La muerte propia no se puede concebir;
tan pronto intentamos hacerlo podemos notar que en verdad
sobrevivimos como observadores… En el fondo nadie cree en su
propia muerte, o, lo que viene a ser lo mismo, en el inconsciente
cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad. Por
lo que toca a la muerte del otro, el hombre culto evitará
cuidadosamente hablar de esta posibilidad si el sentenciado puede
oírlo… el adulto cultivado no imaginará la
muerte del otro ni siquiera en el pensamiento sin considerarse a sí
mismo desalmado o malo; a menos que, en calidad de médico,
abogado, etc., tenga que ocuparse profesionalmente de ella. Y menos
todavía se permitirá pensar en la muerte del otro si
con este acontecimiento se asocia una ganancia en materia de
libertad, de propiedad o de posición social"
(Freud, 1915, p. 290).
Sigmund
Freud ha desarrollado y hecho referencia a la actitud del psiquismo
ante la muerte, así como al concepto de duelo a lo largo de su
obra en distintos textos. Ambas conceptualizaciones están
inmersas en su cuerpo teórico que, como sabemos, concibe al
psiquismo con aspectos conscientes y otros inconscientes. Es así
como la frase anteriormente citada da cuenta de su forma de ver la
actitud de los sujetos ante la muerte propia y la del otro. Para
Freud los sujetos vivimos de algún modo negando la muerte;
esto nos posibilita vivir, fantasear, ilusionarnos. Racionalmente
sabemos que nos vamos a morir, pero como dice Freud en la frase
citada, a la muerte la hacemos a un lado, la eliminamos de la vida.
También se evita pensar en la muerte del otro, se evita hablar
de ella, salvo que desde un lugar profesional toque ocuparse de ella.
Cuando
la muerte, la pérdida, aparecen como posibilidad por una
enfermedad o como un hecho, nos confrontamos con la necesidad de
tramitar, elaborar, procesar esa pérdida. A ese proceso, que
implica un gran trabajo al psiquismo, se lo llama duelo. Este proceso
puede transcurrir de forma "normal" o puede
patologizarse.
Freud
desarrolla su concepción de duelo y su patologización
en el texto "Duelo y melancolía" (Freud, 1915).
Dirá sobre el duelo:
"El
examen de realidad ha mostrado que el objeto ya no existe más,
y de él emana ahora la exhortación de quitar toda
libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una
comprensible renuencia; universalmente se observa que el hombre no
abandona de buen grado una posición libidinal… Lo
normal es que prevalezca el acatamiento a la realidad… Pero la
orden que esta imparte no puede cumplirse enseguida. Se ejecuta pieza
por pieza con un gran gasto de tiempo y de energía de
investidura…"
(Freud, 1915, p. 242-243).
Es
decir, el psiquismo procesa el duelo no sin trabajo y tiempo,
poniendo a prueba su fortaleza psíquica. Existe una gran
heterogeneidad en la forma en que éste se atraviesa,
dependiendo tanto de factores culturales, sociales, espirituales como
de particularidades subjetivas, de la estructura psíquica
previa, de la capacidad de afrontamiento y del tipo de vínculo
que se mantenía con la persona perdida. También en lo
que hace a muertes por enfermedad el grado de impacto y la forma de
afrontamiento va a depender del tiempo que transcurre entre el
diagnóstico de la enfermedad y el fallecimiento, la edad de la
persona que fallece y el vínculo de los dolientes con la
misma.
Freud
nombra como estado
melancólico
al proceso de duelo patológico. Dirá sobre la
melancolía: "Cuando
él sabe a
quién
perdió, pero no lo qué
perdió
en él"
(Freud, 1915, p. 243). Es decir, el doliente sabe cuál es la
pérdida ocasionadora de la melancolía, pero no sabe de
las derivaciones inconscientes de esta pérdida. No es que en
el duelo no haya trabajo del inconsciente, pero en la melancolía
"la
pérdida de objeto está sustraída de la
conciencia"
(Freud, 1915, p. 243). Es por esto que aparecen los síntomas
de rebaja del sentimiento yoico en la forma de autorreproches y
autocríticas.
León
y otros (2002) analizan la concepción y actitudes hacia la
muerte, afirmando que la misma ha sufrido una "evolución
desadaptativa". Dirán que los cambios socioculturales
han hecho que se institucionalizara la muerte, quitándole su
condición de parte natural de la existencia, convirtiéndose
el hospital en la institución reservada para morir. Refieren
que este cambio tuvo consecuencias sobre el personal de salud
generando a veces "actitudes distorsionadas" tal como no
nombrar la muerte, evitar mirar a la cara a los pacientes, aumento de
la atención tecnológica, entre otras (León et
al., 2002, p. 39). Los autores refieren que algunas claves de este
cambio son: una menor tolerancia a la frustración, el aumento
de la esperanza de vida, el culto a la juventud, una menor mortalidad
aparente, menos trascendentalidad y espiritualidad en el hombre medio
y menor preparación para la muerte (León et al., 2022,
p. 42-43). Los autores describen distintos tipos de temor y de
ansiedad hacia la muerte según sea la propia o la del otro.
Respecto a la muerte propia, dirán que gran parte del temor
está puesto más en la agonía que en el morir
como tal, evidenciándose el miedo en distintas formas: miedo
al proceso de la agonía en sí, miedo a perder el
control de la situación, miedo a lo que acontecerá a
los suyos tras su muerte, miedo al miedo de los demás, miedo
al aislamiento y la soledad, miedo a lo desconocido, miedo a que la
vida no haya tenido significado. En cuanto a la muerte del otro,
refieren estrategias defensivas entre las cuales mencionan el eludir
el problema del cuidado del enfermo trasladándolo a un
hospital y no afrontando la convivencia, así como también
el pacto de silencio (León et al., 2002, p.43-44).
En
relación con el proceso de duelo, no podemos dejar de
mencionar las cinco etapas formuladas por Kubler Ross (1989) en Sobre
la muerte y los moribundos.
Las mismas son: negación/aislamiento, ira, pacto o
negociación, depresión y aceptación final.
El
DSM 5, Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (American Psychiatric Association, 2014)
incorpora, respecto de sus versiones anteriores, el duelo
complicado/prolongado y se encuentra dentro del capítulo
llamado "trastornos o condiciones para estudios posteriores"
y en "otros trastornos específicos relacionados al
trauma y el estrés". El Trastorno
de Duelo Complejo Persistente
tiene como criterios para su diagnóstico los siguientes:
A:
El individuo ha experimentado la muerte de alguien con quien mantenía
una relación cercana. (Es importante mencionar acá que
el diagnóstico se hace por la muerte de una persona allegada,
y no por la pérdida de un vínculo como una separación
o pérdida de un ideal, pérdidas que el psicoanálisis
toma en cuenta como ocasionadoras tanto de duelos normales como
patológicos).
B:
Desde la muerte al menos uno de los síntomas siguientes está
presente más días de los que no, a un nivel
clínicamente significativo y persiste al menos 12 meses en el
caso de adultos en duelo y 6 meses para niños en duelo. Entre
los síntomas figuran: anhelo/añoranza persistente del
fallecido; pena y malestar emocional intensos; preocupación en
relación con el fallecido; preocupación acerca de las
circunstancias de la muerte.
C:
Desde la muerte al menos 6 de los síntomas siguientes están
presentes más días de los que no a un nivel
clínicamente significativo y persisten durante al menos 12
meses en el caso de adultos en duelo y 6 meses para niños en
duelo. Entre ellos están los que atañen al malestar
reactivo a la muerte: importante dificultad para aceptar la muerte;
experimentar incredulidad o anestesia emocional con relación a
la pérdida; dificultades para rememorar de manera positiva al
fallecido; amargura o rabia en relación con la pérdida;
autoinculpaciones; evitación excesiva de los recuerdos de la
pérdida. Por otro lado, se mencionan los síntomas de
alteración de la esfera social/identidad: deseos de morir para
estar con el fallecido; dificultades para confiar en otras personas;
sentimientos de soledad o desapego; sentir que la vida no tiene
sentido; confusión acerca del papel de uno en la vida;
dificultad o reticencia para mantener intereses.
D:
La alteración provoca malestar clínicamente
significativo o disfunción en áreas sociales u otras; y
E:
La reacción de duelo es desproporcionada o inconsistente con
las normas culturales, religiosas o apropiadas a la edad.
Respecto
a la prevalencia, el DSM 5 indica que es de 2,4-4,8% y que el
trastorno es más prevalente en mujeres que en hombres
(American Psychiatric Association, 2014, p. 789-791).
Respecto
al diagnóstico diferencial del duelo
complejo persistente,
el mismo debe hacerse según el DSM 5 con el duelo
normal
(el principal factor diferencial es el tiempo de persistencia de los
síntomas); con los trastornos
depresivos
(la sintomatología es similar, sólo que en duelo
persistente el ánimo deprimido se centra en la pérdida),
con el trastorno
por estrés postraumático
(en el TEPT la sintomatología, que es similar en cuanto a
presencia de pensamientos intrusivos y evitación, está
centrada en la forma de morir, en tanto en el duelo se centra más
en el vínculo con el fallecido) y con el trastorno
de ansiedad por separación (los
síntomas
se centran en ansiedad por separación de figuras actuales, no
fallecidas) (American Psychiatric Association, 2014, p. 792).
Es
importante tener una clasificación del DSM ya que en equipos
interdisciplinarios como lo es un equipo de cuidados paliativos,
donde conviven diferentes especialidades, es útil un manual
que permita compartir vocabulario común para entender ciertos
fenómenos. En cuidados paliativos, el equipo debe evaluar en
el paciente, en la familia y allegados significativos, y en la
interacción entre los mismos, cuál es la actitud hacia
la enfermedad y la muerte y cuál es el tipo de duelo que se
puede sospechar que tanto paciente como familia y allegados
realizarán, de modo de poder acompañar con la distancia
o cercanía e intervenciones adecuadas; estas últimas,
en el caso de que sean necesarias, pero, además, que sean
aceptadas por los intervinientes. Las intervenciones forzadas no son
eficaces, pero sí es importante que todo grupo que lo necesite
pueda contar con este acercamiento y disponibilidad. Profesionales de
la salud mental, pero también médicos empáticos
y alojadores del sufrimiento psíquico de paciente y allegados
harán del proceso de tránsito hacia la muerte o de
convivencia con la enfermedad uno más llevadero y de calidad.
Heath
(2008) hace referencia a cierta "elección" de
algunos sujetos, que dicen que, de poder elegir su modo de morir,
desearían caer desplomados. Ella refiere que, si bien es una
opinión que se escucha con frecuencia, dicha elección
puede ser considerada una manifestación de la negación
de la muerte. "La
convicción de que una muerte repentina es mejor para el que
muere supone no conceder valor alguno a las oportunidades que brinda
una enfermedad terminal, cuyas ventajas comprenden la posibilidad de
dejar los propios asuntos en orden, de contribuir a la planificación
del propio funeral, de compartir y revivir recuerdos, de despedirse,
de perdonar y hacerse perdonar y de decir lo que debe ser dicho"
(Heath, 2008, p. 43).
Es
interesante esta lectura de la oportunidad que da el proceso de
enfermedad para el paciente, en el sentido de que le permite
completar la vida y poder hacer una revisión de lo vivido, en
contraposición con la muerte repentina, que dejaría
este proceso trunco. Si bien este tipo de muerte evita los síntomas
y el sufrimiento final del paciente, en tanto estos puedan paliarse,
aliviarse, da lugar a reflexiones que no son posibles con una muerte
repentina. En este sentido, también subraya Heath la
importancia de que quien cuida al paciente pueda ser testigo
de un relato de vida, legitimando su interpretación y
afirmando su valor (Heath, 2008, p. 46).
En
esta misma línea, la psicoanalista Alcira Mariam Alizade
(2012), hace referencia al proceso que enfrenta el que ella llama "el
por morir" (p. 47) y la posibilidad de cierta elección
que brinda ese proceso si se lo habilita y, por supuesto, la
enfermedad lo permite. "El
por morir ha de elegir sus últimos actos y palabras, decidir
sobre su fin, impartir órdenes y deseos, exigiendo, libre e
imbuido de la dolorosa importancia del paso que media entre estar en
el mundo y no estarlo nunca más"
(Alizade, 2012, p. 47-48). Esta reflexión pone énfasis
en la importancia de acercar al paciente a la porción de
elección con la que puede contar, entre las cuales están,
entre otras, las directivas anticipadas y también el que le
sean habilitados todos los espacios de reflexión, encuentros,
palabras, dudas que la situación y el contexto permitan.
También que se pueda acompañar al enfermo tanto en sus
palabras como en sus silencios, que han de ser respetados y
sostenidos. Proveer de estos espacios es parte de la función
de los cuidados paliativos.
La
misma autora señala que, muchas veces, la persona que está
por morir protege al que continuará vivo, como si quisiera
ayudar al que sigue vivo a procesar ese duelo. Dirá "se
preocupa de que su muerte le resulte lo menos dolorosa posible. En
este caso trabaja no sólo para sí en la aceptación
de su muerte sino para sus amados, fortaleciéndolos,
ironizando a veces acerca de sus flaquezas…el más débil
no es forzosamente el que está muriendo... El sujeto muere
generoso".
(Alizade, 2012, p. 17).
Sabemos
que la realidad casi siempre está muy lejos de lo ideal, pero
la experiencia indica que los cuidados paliativos mejoran mucho la
calidad de vida de los pacientes y sus familias. Siempre en la medida
de lo posible, adecuando las herramientas a cada caso, teniendo en
cuenta la singularidad de cada situación, de cada contexto, de
cada familia, en general los pacientes y allegados tienen un mejor
transcurrir de la enfermedad.
Si
consideramos al equipo terapéutico como el conformado tanto
por el equipo de profesionales como al paciente y su entorno cercano,
podemos decir que cuanto más formados estén los
profesionales (y aquí debemos incluir tanto lo formal de la
formación como el trabajo sobre su propia relación con
sus aspectos emocionales) en todo lo que atañe a los cuidados
paliativos, mejor van a estar posicionados para poder acompañar
a sus pacientes y mejores decisiones se podrán tomar en cada
etapa, así como también más asertivamente podrán
orientar y acompañar al paciente y sus familiares en las
decisiones que ellos deben tomar.
Un
relato final
En
el Centro de Cuidados Paliativos Baires un paciente llevaba varios
meses internado, con una insuficiencia cardíaca terminal. Se
lo visitó varias veces. Susana, la psicóloga del
Centro, relató que dicho paciente (que era escritor y había
sido actor) había compartido habitación con varios
otros pacientes que habían ido falleciendo. En una ocasión,
angustiado y triste, este paciente le dijo a la psicóloga que
para ellos (el equipo de profesionales) los pacientes pasaban y se
iban, y seguramente se iban olvidando de ellos. La psicóloga
le contó que esto no era así, que cada pérdida
para el equipo no sólo era única, sino que había
un ritual que hacían en la reunión de equipo que
consistía en prender una vela con cada fallecimiento, e
intercambiar reflexiones acerca del vínculo de cada uno con
este paciente, y también un silencio en homenaje a él,
para poder ayudar a los profesionales a duelar al que partió.
Esto calmó mucho al paciente. Aun así, luego pudo
"lograr" ser trasladado a una habitación
individual.
"A
ti también, en otras playas de oro, te aguarda incorruptible
tu tesoro: la vasta y vaga y necesaria muerte"
Jorge
Luis Borges, 1960
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