La
psicología como ciencia de la conducta
El
objetivo de la psicología como ciencia del comportamiento
radica en describir, predecir e influir en la conducta. Para dicho
cometido se han desarrollado diversos programas y líneas de
investigación que especifican principios y clasificaciones
para la conducta. La premisa desde la que partimos surge desde una
perspectiva monista donde se observa el comportamiento del organismo
como una unidad, evitando así la reducción del mismo a
una fracción del organismo (Ortega, 2017). Debido
a la complejidad propia del estudio de la conducta, el uso de
cuestionarios psicométricos, biomarcadores y entrevistas por
sí solos pueden resultar insuficientes e incluso
insatisfactorios para nuestro cometido. En palabras de Skinner:
"La
conducta es un tema difícil, no porque sea inaccesible sino
porque es extremadamente complejo. Puesto que se trata de un proceso
más que de una cosa, no puede ser retenida fácilmente
para obsérvala. Es cambiante, fluida, se disipa, y por esta
razón exige del científico grandes dosis de inventiva y
energía" (Skinner,
1970, pp. 34).
Análisis
de la conducta
Surge
bajo la concepción tratada anteriormente una alternativa de
estudio dentro del conductismo radical, que propone una metodología
de análisis con la que se puede estudiar el comportamiento en
virtud de las propiedades estructurales o sus propiedades
funcionales. Cuando se habla de la estructura de la conducta se hace
referencia a su morfología o topografía, mientras que
cuando se habla de funcionalidad de la conducta se habla de las
relaciones de contingencia entre los elementos de una secuencia
(Parga, 2020). Sin embargo, ambos análisis no son excluyentes
entre sí.
Tomando
de ejemplo una conducta autolesiva, al observar la dirección
de las lesiones, su profundidad, su longitud, el tipo de lesión,
los instrumentos utilizados, entre otros, podemos hacer una
descripción topográfica de la conducta. Sin embargo,
este modo de análisis puede ser algo insuficiente para
intervenir, dado que si bien nos detalla la forma de la conducta, no
nos manifiesta una explicación del surgimiento, y/o
mantenimiento de la misma.
El
análisis funcional, por su parte, busca comprender los
diversos aspectos y procesos incluyendo los principios de aprendizaje
que suscitan el comportamiento. No se trata de un marco teórico,
sino de una metodología que nos permite vislumbrar aquellos
procesos subyacentes de la conducta nutriéndose de los aportes
y principios del conductismo (Parga, 2020). El
análisis funcional es la hipótesis dinámica (que
puede cambiar con el tiempo) que se mantiene sobre los problemas de
comportamiento y los objetivos del tratamiento del cliente, las
relaciones funcionales entre las unidades de análisis
(estímulos, respuestas, consecuencias). También busca
identificar la fuerza y la forma de las relaciones causales y no
causales influyentes en dichos procesos (Kaholokula,
2013).
Analizar
funcionalmente nos resulta relevante en dos aspectos:
1.
Permite describir y descomponer la complejidad de las secuencias o
unidades funcionales propias de la conducta. Identificando los
factores predisponentes (Estímulos antecedentes), los eventos
que resultaron ante la aparición de dicho factor (Respuestas
del organismo) y los efectos de las mismas sobre sus unidades de
análisis precedentes, de este modo llegamos a comprender la
relación entre los eventos (por ejemplo, ante el estímulo
''sentir hambre'', emitir la respuesta de
proceder a buscar comida en la heladera y lograr saciarme).
2.
Por otro lado, nos permite establecer funciones de contingencia, que
serían las consecuencias de dichos vínculos
establecidos entre las unidades de análisis; lo cual nos
permite comprender cómo se mantienen, extinguen, aumentan, o
disminuyen su probabilidad de aparición ciertas respuestas
ante cierto estímulo. En términos conductuales se
hablaría de refuerzos de la conducta (aumento de probabilidad
que se de la misma respuesta), castigos (disminución de
probabilidad de que ocurra una respuesta), y/o extinción
(disminuir una conducta previamente aprendida).
De
este modo se destaca el análisis funcional como una de las
características y metodologías definitorias de las
terapias conductuales. Sin embargo, para entender el análisis
funcional es necesario tener en cuenta que se trata de relaciones
complejas entre variables; y de este modo evitar caer en principios
mecanicistas y/o reduccionistas de la conducta.
El
énfasis en las relaciones funcionales en la terapia conductual
tiene dos orígenes interdependientes: (a) el rechazo de un
enfoque estructuralista para comprender los problemas de conducta y
(b) una evitación de algunas de las cuestiones metafísicas
asociadas con un enfoque en las relaciones "causales"
(Haynes,
& O'Brien, 1990).
Centrarse
en las relaciones funcionales evita la mayoría de las
controversias que rodean las relaciones causales, principalmente
porque las relaciones funcionales no tienen por qué implicar
causalidad. Las relaciones funcionales implican solo covarianza entre
variables, esto quiere decir que la variabilidad de ambas están
asociadas, sin embargo no significa que una genera el cambio directo
sobre la otra (Haynes,
& O'Brien, 1990).
Dentro
de los principios a tener en cuenta para el análisis funcional
de la conducta, es necesario destacar el modelo de análisis
más sencillo de dos términos, conocido como
condicionamiento pavloviano o asociativo. Mediante el mismo, se
explica el proceso de asociación por el cual un estímulo
inicialmente neutro, en tanto no generaba respuesta fisiológica
alguna, logra adquirir las propiedades de elicitación de dicha
respuesta fisiológica, pasando a ser un estímulo
condicionado y generando una respuestas condicionada (Domjan, 2019).
Esto se da por la presentación del estímulo neutro
(aquel que originalmente no presenta respuesta fisiológica)
junto al estímulo incondicionado (aquel que generaba respuesta
fisiológica). El ejemplo clásico de este proceso es el
experimento diseñado por Ivan Pavlov en el cual hacía
sonar una campana frente a perros. En un inicio no generaba respuesta
salival. Sin embargo, al mostrar alimento si se exhibía dicha
respuesta en los perros. Luego de sucesivas presentaciones conjuntas
de ambos estímulos, el sonido de la campana adquirió
las propiedades del alimento, produciendo salivación en los
canes.
Esto
se puede graficar como como E→ R, destacando un estímulo
antecedente, incondicionado y una respuesta incondicionada. Como se
observa en la figura 1 {ver figura 1}.
Dentro
de las múltiples propuestas de B. F. Skinner se destacan los
aportes del condicionamiento operante que se plantea el
condicionamiento en tres términos: Estímulo →
Respuesta → Contingencia. Esto se observa en la Figura 2 {ver figura 2},
donde se ve un Estímulo antecedente que puede ser un estímulo
discriminativo (aquel que previamente fue reforzado en la historia
individual por lo que posee la capacidad de generar una respuesta
específica) que indica la posibilidad de que la respuesta sea
reforzada; o también, un
estímulo delta (que predice la ausencia del reforzador, por lo
cual no genera emisión de respuesta). La respuesta tiende a
ser una actividad del organismo y el estímulo consecuente
posee el efecto de reforzamiento de la conducta si es apetitivo
(agradable), o en caso de ser aversivo (desagradable) se producirá
un efecto de castigo de la conducta (Reyes, 2021). En el caso de la
extinción surge ante la ausencia del estímulo
consecuente, es decir, de la consecuencia (Reyes, 2021). Todo lo
anteriormente mencionado tiene el valor de comprender las unidades de
análisis (estímulo, respuesta, consecuencia) una en
relación a la otra, mostrando así su aspecto funcional
{ver figura 2}.
Existen
diferentes tipos de relaciones funcionales y variables funcionales.
Algunas son causales mientras que otras son correlacionales pero no
causales. Algunas son controlables, otras no (como la edad); algunas
son significativas, y otras poseen baja influencia sobre el evento
psicológico. Las relaciones funcionales que son causales
pueden ser recíprocas o bidireccionales (Haynes,
& O'Brien, 1990).
A modo de ejemplo, planteamos un caso hipotético. Una persona
presenta sintomatología compatible con depresión,
manifestando ideas asociadas a la baja autoeficacia, que puede
asociarse a un aumento del retraimiento social (refuerzos negativos
sobre la conducta debido a la evitación los eventos
considerados desagradables) y baja tasa de intentos en resolución
de problemas (baja probabilidad de reforzamiento de dicha conducta
debido a su falta de emisión). A su vez, dichas conductas
contribuyen a mantener dichas cogniciones (relación
estímulo-respuesta reforzada).
Con
el paso de los desarrollos en el campo del análisis de la
conducta surge la necesidad de operativizar las variables propias del
organismo que podemos simbolizar como: O; que es el estado biológico
del organismo, en el que intervienen variables biológicas como
la presencia de enfermedades, o capacidades para ejecutar actividades
o respuestas. Con el tiempo dicha variable incluye, a su vez, las
respuestas cognoscitivas que el sujeto emite y que median la
ejecución del Análisis Funcional (Reyes, 2021).
En
la Figura 2.1 {ver figura 2.1} se puede observar la operativización
de un análisis funcional simplificado realizado en conjunto a
un cliente en tratamiento, en la cual se observa el mantenimiento de
su conducta mediante las consecuencias que traen. A su vez, se
observa un puente intermedio donde se incorporan los eventos internos
de la persona, los cuales se definen como aquellos observables
solamente por el organismo {ver figura 2.1}
Dentro
de las decisiones clínicas más difíciles y
decisivas encontramos el diseño de tratamientos conductuales
individualizados. La formulación del caso clínico es
una integración de información disponible sobre los
problemas y objetivos de conducta del cliente, las variables causales
y las variables que afectan el resultado del tratamiento, con el fin
de poder generar una planificación de tratamiento y
explicación de la conducta (Haynes, & Williams, 2003).
Conducta
verbal y aportes de la RFT
Un
amplio rango de comportamientos ha mostrado ser adecuado para su
análisis a través de contingencias directas. Sin
embargo, explicar el comportamiento a través de una historia
explícita de reforzamiento ha representado un desafío a
las propuestas analíticas de la conducta compleja, ya que es
extremadamente remota o completamente deficiente.
Dentro
del campo de la conducta verbal, Skinner (1981) al observar que
algunas conductas no se encontraban explicadas mediante el paradigma
del condicionamiento operante mencionado hasta ahora. Explica el
papel funcional del lenguaje y los pensamientos, que no serían
indiferentes a los principios anteriormente trabajados. De este modo
surgen las conductas gobernadas por reglas, donde se comprende la
regla (una cognición) como un estímulo o estímulos
que especifican contingencias de refuerzo, lo que permite al oyente
(uno mismo u otra persona) resolver problemas sin contactar
directamente con contingencias ambientales. Estas conductas surgen en
el marco de una comunidad verbal, que se entiende como ese conjunto
de oyentes y hablantes (a veces uno mismo cumple ambos roles) que
tienen la capacidad
para compartir y comprender el significado de palabras y expresiones
dentro de un grupo social.
Skinner
estableció así la primera distinción entre la
conducta bajo control directo de las contingencias inmediatas, y la
conducta bajo control de reglas o estímulos verbales. El
lenguaje puede tener una función instruccional, indicando
donde se puede encontrar la contingencia y el tipo de la misma. Esto
hace que al implicar la conducta verbal en nuestras actividades, la
conducta resultante no presenta las mismas características que
cuando los aspectos verbales no se encuentran implicados (Luciano,
1993).
Esta
capacidad para formular y seguir reglas cada vez más complejas
puede interrumpir la sensibilidad a las contingencias directas del
refuerzo, lo que puede ser una variable importante en el sufrimiento
psicológico humano. En múltiples ocasiones se puede
perder el refuerzo en el entorno natural, debido al seguimiento de
reglas (Harte, Barnes-Holmes, & Kissi, 2020).
Dentro
de la literatura se ha utilizado el término "insensibilidad".
Sin embargo, las personas no se vuelven insensibles a la experiencia
directa; sino que se vuelven relativamente sensibles al control
mediante estímulos verbales. Dichos estímulos en última
instancia son parte de la experiencia directa, pero la experiencia
ahora es remota (Harte, Barnes-Holmes, & Kissi, 2020).
La
forma en que los humanos interaccionan tienen como repertorio más
frecuente el comportamiento verbal. Esto se da en el marco de una
comunidad verbal donde aprendemos nuevas formas de comportarnos sin
que nadie nos enseñe directamente a hacerlo. Por ejemplo, en
términos académicos aprendemos la mayor parte de
nuestras habilidades a través del lenguaje. Nos enseña
a seguir instrucciones, generar reglas, usar lo aprendido para otras
actividades, etcétera
(Luciano, 1993).
Particularmente
los aspectos aparentemente generativos del lenguaje y la cognición
humana han probado ser difíciles de trasladar dentro de una
explicación basada en contingencia directa (Dymond, Roche, &
Rehfeldt, 2005).
Frente
a esta problemática surgen líneas de investigación
que pueden aportar un puntapié para resolver dichas carencias.
Sidman (1971) investigó cómo los organismos aprenden a
relacionar estímulos de manera equivalente. Por ejemplo, si un
individuo aprende que un cierto estímulo A está
relacionado con un resultado B, y otro estímulo C también
está relacionado con B, entonces el individuo puede relacionar
A con C, aunque nunca haya sido directamente enseñado. Este
fenómeno se conoce como relaciones de equivalencia y tiene
implicaciones importantes para entender el aprendizaje y la
cognición, ampliando así el condicionamiento operante
mediante el entrenamiento directo. Esto lo podemos observar en la
Figura 3 {ver figura 3}.
Resulta
así la equivalencia como resultado directo de contingencias de
refuerzo (Sidman, 2000). Esta capacidad de generar relaciones
implica, a su vez, que la adición directa de un solo nuevo
miembro a la clase produce un enorme aumento en el número de
nuevas relaciones establecidas indirectamente (Sidman, 2009).
Sin
embargo, las relaciones de equivalencias entre un objeto y su nombre
no necesariamente son equivalentes en sí; el contexto tendrá
un papel fundamental en la determinación de la pertenencia o
no a una clase (Sidman, 2009). En relación a lo anterior,
Sidman señala que aunque aplastamos moscas, no aplastamos la
palabra mosca.
Surge
frente a estos aportes la importancia de integrar dentro del análisis
funcional y la comprensión de la conducta los aportes
relacionados al lenguaje y cognición. En consonancia con los
descubrimientos de Sidman, Steven Hayes, por su parte, nos aporta la
teoría
del marco relacional
con la cual intenta explicar la riqueza del lenguaje humano y la
cognición, así como su generatividad. En este contexto
surge el concepto de respuestas
relacionales aplicadas arbitrarias
(RRAA), que se
refieren a la capacidad de una persona para relacionar estímulos
que no tienen una relación directa o natural entre sí.
Aquí aparecen diversas maneras de relacionar: coordinación,
comparación, distinción, oposición, jerarquía,
entre otras. Aunque
los marcos relacionales se distinguen entre sí, comparten tres
propiedades definitorias: vinculación mutua, vinculación
combinatoria y transformación de la función de estímulo
(Barnes-Holmes et al., 2004). La vinculación mutua describe
las relaciones entre dos estímulos o eventos. La vinculación
combinatoria describe las relaciones entre tres o más
estímulos. Por ejemplo, si me dicen que A es mayor que B y B
es mayor que C, entonces fácilmente deduciré que A es
mayor que C y que C es menor que A. Las relaciones combinatorias
implicadas difieren de las relaciones mutuamente implicadas no solo
en términos del número de eventos relacionados, sino
también en términos de especificidad. Por ejemplo, si A
es más que B y A es más que C, entonces las relaciones
implicadas entre B y C no están especificadas (es decir, no
pueden determinarse; B y C pueden ser iguales, o uno puede valer
más/menos que el otro). La transformación de función
es la tercera característica definitoria de un marco
relacional y, según RFT, este concepto proporciona el
contenido psicológico de las relaciones derivadas
(Barnes-Holmes et al., 2004).
Gracias
a estos aportes se puede predecir y comprender la RRAA desde una
conceptualización operante, implicando la alteración de
procesos de contingencia directos. Supongamos el siguiente ejemplo
hipotético:
Imagina
a un niño que siempre come papas para saciar su hambre. En
este caso, la papa actúa como un estímulo
discriminativo que señala la oportunidad de comer y satisfacer
su necesidad de alimentarse.
Ahora,
supongamos que el niño aprende que el puré se hace con
papas. A través de este aprendizaje, el niño establece
una relación entre la papa y el puré. Aunque el puré
en sí mismo no tiene un historial de refuerzo directo para
provocar la respuesta de comer, el niño, al aprender esta
conexión, generaliza su respuesta de comer de manera agradable
cuando ve puré. Esto ilustra cómo los marcos
relacionales permiten que el niño aplique su experiencia
previa con las papas al nuevo estímulo del puré,
facilitando así la extensión de su comportamiento de
comer agradablemente a esta nueva situación.
La
teoría del marco relacional sugiere que dicho desempeño
se debe a un aprendizaje derivado, proceso que transformó las
funciones discriminativas y apetitivas de dicho estímulo
(Hayes & Berens, 2004).
Según
RFT, las reglas o instrucciones involucran redes relacionales y
transformaciones de funciones que proporcionan a la regla sus
propiedades de control del comportamiento. Bajo dicha concepción
se puede hipotetizar la variabilidad de comportamientos en relación
a los contextos y el lenguaje privado (cogniciones) de las propias
personas. Bajo dicho paradigma se clasifican 3 tipos de reglas
verbales: Pliance, Tracking y Augmentin.
Pliance
se refiere al comportamiento regido por reglas que es
predominantemente controlado por consecuencias mediadas por el
hablante, ya sea la persona misma o un tercero. Por ejemplo, cuando
alguien dice: "Sólo puedes ver la televisión
después de terminar tus tareas domésticas" (Harte
et al., 2021).
En cambio, el Tracking
se
refiere al comportamiento regido por reglas que está
predominantemente controlado por la correspondencia entre
contingencias ambientales y la regla. Por ejemplo, cuando alguien
dice "Si como ahora, luego no tendré hambre'. Es
importante destacar que, en el Tracking,
la consecuencia debe ser inferida por el oyente (Harte
et al., 2021).
Los
Augmentin
son, en cambio, reglas verbales que modifican el valor de la
contingencia, haciéndola más o menos reforzante o
aversiva. Dentro de ellos destacan el Augmentin
motivacional y el formativo. Un Augmentin motivacional aumenta o
disminuye momentáneamente el grado en que una consecuencia
previamente establecida funciona como reforzador o castigador. Por
otro lado, el Augmentin formativo establece funciones reforzantes o
castigadoras para un estímulo previamente neutral. Por
ejemplo, "este papel es un vale que te dará un sombrero
gratis" podría considerarse un Augmentin formativo si
estableciera el papel como reforzador. En general, al definir el
Pliance,
el Tracking
y los Augmentin
es importante enfatizar que se refieren a estímulos verbales
antecedentes y, por lo tanto, influyen en el comportamiento de un
oyente porque se refieren (explícita o implícitamente)
a consecuencias "aparentes", es decir, actualizan
funciones específicas en los estímulos para el oyente
(Harte
et al., 2021).
Conclusión
En
consideración a lo anteriormente expresado es necesario
resaltar que para el análisis de la conducta es necesario
centrarse en lo que está ocurriendo en la actualidad, dado que
es lo que sostiene y mantiene el comportamiento, y es el punto en el
que se puede generar un espacio de intervención. Esto resulta
de que es imposible modificar el pasado, pero sí las conductas
actuales en relación a éste (Reyes, 2021).
Al
observar la Figura 4 (Ortega & Kanter, 2017) {ver figura 4},
podemos integrar todo el recorrido del presente trabajo para
comprender y lograr una base de análisis funcional que permita
una extensión del modelo clásico, ampliando
complejidad.
Cabe
destacar que la conducta no es un punto aislado a lo largo de la
historia del organismo, sino que es un conjunto de eventos que se
mantiene en constante modificación y vínculo consigo
mismo: cada aprendizaje da pie a futuras modificaciones dentro de
este continuo. Sin embargo, a fines de operativizar dicho análisis,
es necesario generar un espacio de corte dentro de la historia
conductual para poder describir, comprender e intervenir en la misma.
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