ISSN 2618-5628
 
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Cuidados  
Género, Salud  
     

 
Cuidados generizados en salud
 
Tajer, Debora
Universidad de Buenos Aires
 

 

¿A que llamamos cuidados?

Para definirlo, tomaremos algunas conceptualizaciones del reciente informe presentado por la Mesa Interministerial de Políticas de Cuidado que se ha conformado por primera vez en nuestro país para el diseño de una política pública integral en el campo (Mesa Interministerial de Políticas De Cuidado, 2020).

Dicho informe señala que la problemática social de los cuidados presenta una alta complejidad, dada la multiplicidad de aspectos que la conforman. La categoría "cuidados" estaría conformada por todas aquellas "actividades indispensables para satisfacer las necesidades básicas de la reproducción de las personas, brindándoles los elementos físicos y simbólicos que les permiten vivir en sociedad" (Rodríguez Enríquez y Marzoneto, 2016, p. 105). Entendemos por reproducción social a aquellas actividades que permiten que la vida cotidiana sea posible.

Por lo tanto, los cuidados son una dimensión central en la vida de las personas: "Incluye el autocuidado, el cuidado directo de otras personas (la actividad interpersonal de cuidado), la provisión de las precondiciones en que se realiza el cuidado (la limpieza, compra y preparación de alimentos) y la gestión del cuidado (coordinación de horarios, traslados, supervisión del trabajo de cuidadorxs remuneradxs, entre otros)" (Rodríguez Enríquez y Marzoneto, 2016, p. 105). El cuidado permite atender las necesidades de las personas requirentes de cuidado por su edad o por sus condiciones/capacidades (niñxs, personas mayores, enfermas o con capacidades especiales) y también de las que podrían auto proveerse dicho cuidado (Rodríguez Enríquez, 2015). Esta actividad puede ocurrir en forma no remunerada, basada en lazos familiares o comunitarios, proveerse en el sector público o puede estar comercializada y ser adquirida en el mercado mediante pago.

De estas primeras definiciones podemos identificar a lxs actorxs del cuidado: Estado, mercado, comunidad y familias. Hay que consignar que, en diferentes etapas de la vida, el cuidado de terceros se vuelve una necesidad para asegurar la autonomía: en la primera infancia, en la vejez, en el caso de personas con discapacidad que requieren apoyo. Sin embargo, los requerimientos de apoyo en el cuidado también lo tienen personas fuera de estas circunstancias que dependen de que alguien les ayude en estas tareas para poder ellas trabajar en otras. Llamamos organización social del cuidado (Rodríguez Enríquez, 2015) a la forma en que se relacionan lxs actores que producen y reciben cuidados. Este concepto está asociado al de redes de cuidado (Pérez Orozco, 2006) conformadas no solo por las personas que proveen y reciben cuidados sino por las legislaciones y regulaciones, las tramas mercantiles y comunitarias; prácticas dinámicas y, por lo tanto, transformables. Para dimensionar el rol económico de estas tareas hablamos de "economía del cuidado", un término que nos permite vislumbrar la interrelación y el rol del cuidado entre lo productivo y lo reproductivo. En palabras de Valeria Esquivel el concepto de "economía del cuidado": "… permite enfatizar el hecho de que el cuidado es la piedra angular de la economía y de la sociedad. (...) desnaturalizar el cuidado como lo propio de las mujeres y desplazarlo del ámbito privado de las opciones personales para hacerlo público y politizable. Para ello, se lo reformuló como un concepto que entrelaza lo económico –la forma en que las economías se benefician del trabajo de cuidados que no es reconocido ni remunerado–, lo social –las relaciones de clase y género– y lo político –lxs distintxs actorxs que demandan sostienen o implementan políticas públicas que directa o indirectamente moldean la prestación y recepción de cuidados–" (Esquivel, 2015, p.1).

 

¿Quiénes cuidan en nuestra sociedad?

Si bien el trabajo de cuidados es central para el sostenimiento de la vida y de la propia economía, en nuestra sociedad contemporánea las tareas que dicho trabajo implica terminan siendo subvaloradas e invisibilizadas, altamente feminizadas y, en muchos casos, no remuneradas. Más allá de las numerosas aportaciones en torno de estos debates, se puede coincidir en una afirmación de punto de partida: cuando hablamos de cuidados nos referimos al núcleo duro de la desigualdad de género provocado por la división sexual del trabajo que regula las esferas de lo público y lo privado, lo productivo y lo reproductivo y también el imaginario de estos mundos como ámbitos escindidos. Es decir, partimos de la evidencia de que la distribución del cuidado entre lxs actorxs sociales es inequitativa, recayendo mayoritariamente sobre las familias y dentro de estas sobre las mujeres, personas travestis y trans u otras identidades feminizadas asociadas a "naturales cuidadorxs", repercutiendo en el desarrollo vital, los trayectos formativos y laborales de estas personas.

Esta situación tiene una contracara, a las mujeres con discapacidad y con sufrimiento psíquico severo se les presume que no pueden ser cuidadoras y no se les brindan los apoyos que pudieran requerir para ejercer ese rol. Incluso en muchos casos, se las aleja de sus hijxs por un riesgo incierto que se presume para estxs sobre la base de prejuicios imperantes.

En el caso de las identidades LGBTI y demás identidades subalternizadas en el marco de las composiciones tradicionales de hogares herederos del paradigma heteropatriarcal, también encarnan la figura depositaria del mandato del cuidado cuando no son excluidas de sus familias y dependen exclusivamente del cuidado comunitario de sus pares cuando sí lo son.

El mismo informe también refiere que es necesario abordar la problemática desde un enfoque interseccional{ver nota de autor 1}, dado que el trabajo de cuidado no remunerado no solo está distribuido desigualmente entre varones, mujeres y otras identidades sino también entre los distintos estratos socioeconómicos. La organización social del cuidado actual es factor de reproducción de la desigualdad social y de género. Así como las mujeres realizan más trabajo no remunerado que los varones, las mujeres de menos recursos económicos hacen en promedio más trabajo no remunerado que las mujeres de más recursos. Las mujeres más pobres tienen más demandas de cuidados y menos posibilidades de resolverlas si el Estado no lo garantiza. Desde este mismo enfoque interseccional debemos resaltar la existencia de "cadenas migratorias de cuidados" donde las tareas de cuidado en países centrales suelen ser tercerizadas a mujeres migrantes. Esta misma dinámica se repite dentro de nuestro propio país con dinámicas de migración limítrofe e interna hacia los centros urbanos de mujeres muchas veces provenientes de comunidades rurales o indígenas o de países limítrofes, según el Informe citado (Mesa Interministerial de Políticas De Cuidado, 2020).

Esta problemática intersectorial presenta sus particularidades en lo que respecta al campo específico de la salud (Tajer, 2012). Pero antes de entrar a lo específico de los cuidados generizados en salud, nos detendremos en la pregunta : ¿Qué significa hablar de género y salud?

Implica incorporar el modo en que las asimetrías sociales entre varones y mujeres determinan diferencialmente el proceso salud-enfermedad-cuidados (S-E-C) (Michalewicz et al., 2015) de ambos grupos genéricos. Asimetrías jerárquicas entre los géneros que, articuladas con otras diferencias entre las personas que también son fuentes de inequidad en nuestras sociedades: edad, etnia, clase social y orientación sexual, establecerán perfiles de morbimortalidad específicos así como modelos de gestión de la enfermedad diferencial. ¿Cómo operan entonces estas asimetrías sociales entre varones y mujeres en el proceso salud-enfermedad-cuidados de cada género en tanto colectivo? Estableciendo vulnerabilidades diferenciales relativas a los roles sociales que mujeres y varones pueden y deben cumplir en el marco del patriarcado. Lo cual determina modos diferentes de vivir, enfermar, consultar, ser atendidxs y morir (Tajer, 2012).

Y una vez establecida esa pregunta, la segunda pregunta es: ¿Cuando hablamos de género y salud, solo hablamos de varones y mujeres?

Podemos señalar que en la actualidad la agenda de género y salud ha adquirido al mismo tiempo mayor visibilidad al tiempo que se ha complejizado. Tiene un doble desafío: seguir trabajando el eje del impacto desigual en el proceso S-E-C de los colectivos de mujeres y varones dado el desigual reparto de poder en nuestra sociedad (lo cual ha sido más trabajado por los Estudios de Género, rama académica del movimiento feminista) al mismo tiempo que incorpora la visualización de los procesos S-E-C de las personas de los colectivos LGTBI+ {ver nota de autor 2} que incluye la diversidad sexual (prácticas de sexualidad por fuera de lo heteronormativo) y la diversidad identitaria (las identidades de género por fuera de la bipartición incluyendo las que están en tránsito).

Una vez planteado este escenario, podemos mencionar que en lo que refiere al eje de los cuidados en salud, tenemos dos componentes principales: la producción institucional y la producción doméstica de los cuidados en salud (Duran Heras, 2002) cada una de las cuales puede ser analizada desde la perspectiva de género del siguiente modo:

a) La producción institucional de los cuidados de salud que incluye las prácticas de cuidado en salud realizadas por lo que conocemos como sistema de salud (en nuestro país conformado por subsector público, subsector de obras sociales y subsector privado) dentro de la cual se puede valorar la distribución y composición por género de lxs trabajadorxs del sector salud y su impacto en las condiciones de trabajo y en las prácticas en el sector. Así como la presencia o ausencia de capacitación en género que tiene el personal de salud.

b) La producción doméstica de los cuidados de salud que refiere a las tareas que la sociedad en general, con especial énfasis en la organización familiar y en algunos casos comunitaria, en la cual podemos identificar la distribución por género de los cuidados en el hogar y en las comunidades de lxs enfermxs, niñxs y adultxs mayores y personas con capacidades especiales, puntuales o permanentes, y destacar la importancia de su visibilización.

La producción institucional de los cuidados de salud

En lo referente a los equipos de salud, en lo relativo a la formación podemos señalar que esta perspectiva (salvo algunas excepciones) recién está comenzando a ser incorporada en las currículas de formación de grado {ver nota de autor 3} y posgrado en el campo. Por lo tanto, la mayor inequidad al respecto está dada por la invisibilización que existe al interior de cada una de las disciplinas y prácticas de los sesgos de género en la mirada y resolución de problemas. De hecho, muchxs de lxs profesionales que han incorporado esta perspectiva lo han hecho por cuenta propia y en muchxs casos en espacios de militancia social, tal como se evidencia en la referencia de lxs mismxs actorxs en investigaciones que hemos realizado al respecto (Tajer, 2020b).

En lo relativo a trabajo cotidiano de las disciplinas y especialidades del equipo de salud, nos encontramos con lo que podemos caracterizar como las inequidades en la distribución del saber y el poder en salud, las cuales aparecen transversalizadas por el género. Ejemplo de esto es la distribución desigual de la composición por género de las distintas profesiones de la salud y al interior de las especialidades médicas. Siendo que las profesiones con "menos poder" al interior de los equipos de salud regidos aún por la hegemonía médica suelen ser las más feminizadas: enfermería, trabajo social, psicología, terapia ocupacional, nutrición, entre otras. Y aunque la medicina sea la profesión con más poder aún en los equipos al interior de las especialidades médicas vemos cómo las especialidades clínicas, que son más mano de obra intensiva y por lo tanto "facturan menos" {ver nota de autor 4} están más feminizadas. Cabe destacar que las mismas son las que incluyen muchas veces un abordaje con mayores grados de integralidad en la consulta (Tajer, 2012). Mientras que las especialidades quirúrgicas y las que utilizan mayores grados de tecnología, es decir que son más capital intensivas, suelen estar aun proporcionalmente más a cargo de los varones {ver nota de autor 5 y 6}. En la relación entre subsectores público y privado en salud, incluyendo como variable el progresivo deterioro y desfinanciamiento de lo público desde la reforma neoliberal de los 90, estamos asistiendo a una progresiva feminización de este sector. Al mismo tiempo existe una selección negativa de mujeres en el sector privado {ver nota de autor 7}.

A modo de ejemplo, podemos destacar que en lo que refiere al proceso de feminización del sector salud, según datos que han sido elaborados para Chile (OPS/OMS, 2002), mientras que el mercado laboral en general hay 1 mujer cada 2 hombres, en el sistema de salud hay 1 mujer cada 0.5 hombre.

Es importante desagregar estos datos para observar cómo se produce la distribución por género según grado de calificación, remuneración y profesión. Según un trabajo pionero en la región (Geldstein y Wainerman, 1989), tendencia que convalida trabajos más recientes (Pautassi, 2001, 2007), se observó que la presencia de mujeres en los sectores de más alta calificación en salud es mayoritaria en tareas de apoyo e investigación, mientras que en otros grados de calificación como la enfermería alcanzan su más alta gravitación (90%). Según este trabajo, los hombres se concentran en unos pocos títulos tradicionales: 83% son médicos, 8% odontólogos y 5 % licenciados en química y/o bioquímica. El 44 % de las mujeres son médicas, y éste es el único título, entre los cuantitativamente relevantes, en que las mujeres son notablemente minoría (sólo el 20% del total). La enfermería aparece como una profesión altamente femenina, así como la asistencia social, mientras que los varones se ubican preferentemente como técnicos radiólogos y de laboratorio. La mayoría de lxs auxiliares y ayudantes del sector salud 84,6% son mujeres. Motivo por el cual sería conveniente empezar a pensar, en términos de planificación de políticas públicas para el sector, que una de las características actuales del mismo es que predominan personas (mujeres), que por razones de la distribución de cargas actuales entre los géneros (cargas domésticas a predominio femenino), en sus hogares realizan una segunda jornada de trabajo y son las que tendrán probablemente que ausentarse para hacerse cargo de sus familiares en caso de necesidades de cuidados domésticos por problemas de salud.

Con respecto a la presencia de población LGTBI+ en los equipos de salud, no contamos con estudios que evidencien su real participación. Sabemos que la visibilidad de la población trans/travesti en el sector enfermería está aumentando. En nuestra experiencia de investigación, al indagar en equipos de salud infantil sobre su experiencia con hijxs criadxs por familias diversas, lxs profesionales en 2010 nos refirieron que no tenían consulta, pero si colegas que estaban criando en dichas configuraciones. Esta información nos permite constatar que una parte significativa del sistema de salud ha "salido del armario", pero que aún no cuenta con relevamientos que identifiquen el peso de esa tendencia.

La producción doméstica de los cuidados de salud

Entre las funciones que socialmente se les asigna a la familias, el cuidado doméstico de la salud de sus miembrxs en una de las funciones principales, incluyendo su contrapartida negativa que es la enfermedad, el dolor y la muerte (Durán Heras, 2002). La autora desglosa para visibilizar cuáles son los servicios que los hogares prestan a sus miembrxs en relación con los cuidados relativos a la salud– enfermedad:

-Servicios de infraestructura básica: alojamiento, alimentación, limpieza, seguridad, compañía, relaciones sociales, etc.

-Los servicios no remunerados relacionados directamente con la enfermedad: pre diagnóstico, compañía, aplicación y vigilancia de tratamientos.

-La gestión del consumo de servicios sanitarios: elección, tramitaciones, pagos, información, compra de medicamentos, etc.

Por otra parte, según un informe {ver nota de autor 8} la mayor parte del cuidado de las personas mayores recae sobre mujeres, especialmente cónyuges o hijas. Siendo que el 12% de lxs cuidadorxs llevan ejerciendo ese papel más de 15 años. El informe señala no solo la mayor dedicación de las hijas al cuidado de lxs padres, sino el tipo diferente de relación emocional que establecen: mientras los varones tienen más facilidad para marcar los límites de la situación que están dispuestos a soportar, aceptan menos cuidar padres con fuerte pérdida de autonomía y les cuesta menos tomar la decisión de que sus padres deban ingresar en una residencia para ancianxs. Las mujeres, por su parte, en el cuidado de sus padres mayores, manejan menos su tiempo libre, cortan más las redes externas a la familia, la vida profesional y las aficiones por lo cual tienen más consecuencias psicosomáticas en relación al cuidado de lxs padres ancianxs.

Así como las mujeres más jóvenes o adultas medias de la familia, suelen hacerse cargo del cuidado de lxs adultxs mayores, las mujeres adultas mayores suelen ser más autónomas y en promedio resultan menos afectadas por la vejez para el desempeño de las labores del hogar, mientras que los varones mayores buscan con más frecuencia soluciones alternativas al autocuidado {ver nota de autor 9}. Por lo tanto, en los diferentes ciclos de la vida las mujeres cuidan más y son menos cuidadas.

Esta autora a su vez llama la atención sobre un tema de vital importancia. Muchos de los programas que se diseñan de apoyo estatal, o institucional en general, de cuidados a domicilio para adultxs mayores y también para personas con padecimiento psíquico grave, se apoyan implícitamente en un modelo de familia que cada vez es menor abundante. La autora llama la atención sobre la importancia de visibilizar que la garantía de derechos debe ir de la mano de visibilizar quién en lo concreto se ocupará de satisfacerlos. Lo cual incluye saber si dispone de la voluntad o recursos para ello, planteando el tema de que muchas de estas medidas de bien público deben ser elaboradas tomando en cuenta si a quienes serán transferidas estas responsabilidades, en su mayoría mujeres, están dispuestas o no a aceptarlas y realizarlas.

Refiere además estudios que señalan que, con respecto al cuidado de personas con capacidades especiales, la valoración de la ayuda recibida de varias instituciones -familia, amigxs, compañerxs de estudio y trabajo, asociaciones e instituciones privadas e instituciones públicas-, la institución más valorada y citada fue la familia. Con lo cual existiría una tensión entre quienes se tendrían que ocupar y quienes necesitan el cuidado.

Este campo de los cuidados domésticos en salud es especialmente importante pues, a diferencia de las enfermedades, en que la aspiración a la mejoría o la cura hace aumentar la relevancia del papel de las instituciones sanitarias y el equipo de salud (en especial de lxs médicxs), en el campo del cuidado de las capacidades especiales y también de los problemas en salud crónicos, entre los cuales se encuentran muchos del campo de la salud mental, la aspiración fundamental es el alivio del impacto de la discapacidad en la vida cotidiana, tarea en la cual la familia adquiere un papel fundamental.

Estos estudios e información dan luz acerca de la importancia de la introducción temprana en los procesos de crianza de los varones en la lógica del cuidado de sí y de lxs demás. Dado que si no se cambian los modos desiguales en la crianza que en otras etapas etarias se develan en una distribución desigual de las responsabilidades de los cuidados por género, la necesidad humana de cuidados seguirá recayendo de forma desigual en las mujeres.

 

Cambios en los tipos de familia y la relación con el sistema sanitario

Las formas tradicionales de la familia han ido perdiendo fuerza en la actualidad. En los hogares de edad intermedia y joven se ha generalizado el acceso de las mujeres al empleo, lo que cambia radicalmente su disponibilidad de cuidadora de enfermxs o prestadora doméstica de servicios de salud. Paradójica y concomitantemente, son las que aún actúan como cuidadoras de la salud familiar quienes menos tiempo dedican a cuidarse a sí mismas, especialmente cuando combinan el papel de amas de casa y de mujeres activas en el empleo.

Los hogares compuestos por parejas con uniones de hecho en muchos casos tienen como consecuencia que cada unx pertenezca a otro sistema de cobertura sanitaria y consecuentemente no puedan, entre otros ejemplos, compartir un médicx de familia. Por otra parte, han aumentado las convivencias de parejas que han decidido no procrear.

La frecuencia de los hogares solo compuestos por una pareja tiende a aumentar. Las parejas jóvenes en muchos casos dependen de la ayuda de sus familias de origen que les dan cobertura sanitaria que actúa como "suplemento de clase" y las parejas mayores muchas veces dependen de lxs hijxs de cada quien con múltiples impactos en las decisiones de vida y muerte, y también en los casos de decisiones de ingreso a instituciones geriátricas.

Por otra parte, en los centros urbanos han aumentado los hogares unipersonales, debido al aumento de la esperanza de vida, en los cuales viven fundamentalmente mujeres de edad avanzada, dado que la esperanza de vida es nuestro país es de 7 años más en mujeres; y además, todavía para esa generación subsiste el modelo de casarse con un hombre mayor, lo cual aumenta la cantidad de años de viudez en mujeres. Las cuales, a causa de su edad, la relación con los servicios de salud no es espontánea ni directa, necesitando la mediación de lxs familiares para acompañarlas, gestionar la relación con el sistema sanitario y seguir la aplicación de un tratamiento.

También han aumentado las familias monoparentales, en las cuales predominan mujeres con hijxs, incorporadas al mercado de trabajo y en precaria situación económica. A ellas la sobrecarga de papeles hace difícil su supervivencia si no cuentan con la ayuda de la familia extensa para los cuidados sanitarios (Duran, 2002). Aquí también hay que incluir la categoría de períodos de vida monoparentales en personas que han concebido hijxs en pareja pero por las separaciones crían cotidianamente en solitario. Categoría que, por los usos y costumbres de nuestra sociedad patriarcal, está sobrerepresentada por mujeres (Meler, 2013).

En síntesis, las familias han descendido en su tamaño promedio, simultáneo al aumento de la esperanza de vida y el descenso de personas disponibles en los hogares para hacerse cargo de lxs enfermxs y adultxs mayores. Este conjunto de situaciones permiten prever dificultades crecientes en la satisfacción de la necesidad de cuidados por enfermedad en el modo en que tradicionalmente se ha venido haciendo en el interior de los hogares, en especial las enfermedades crónicas y de larga duración, lo cual amerita la necesidad de realizar un fuerte cambio de valores y actitudes para resolver estos problemas sanitarios crecientes, incluyendo los cuidados comunitarios y la redistribución democrática entre los géneros de las tareas de cuidado.

 

¿Por qué las mujeres participan tanto de las tareas de cuidado?

Podemos identificar que en la división sexual del trabajo característica de este periodo del patriarcado encontramos una gran diversidad entre regiones geográficas que alcanzan un gran abanico con mayores y menores grados de equidad entre los géneros. Para nuestra región latinoamericana, aun cuando las mujeres han avanzado mucho en su presencia en el espacio público, se espera que continúen siendo las principales cuidadoras de la familia y las agentes del sistema de salud en los hogares, basándose en su capacidad empática, receptiva y comprensiva. Por lo tanto, existe en simultáneo y casi sin entrar en crisis una mayor aceptación de la entrada masiva de las mujeres al mercado de trabajo asalariado, pero sin una legitimación de la redistribución de las tareas domésticas. Lo cual implica que las mujeres trabajadoras tienen, como mínimo, dos jornadas de trabajo. Que se incrementa a tres jornadas si hay algúnx familiar enfermx o que necesita cuidados que siempre son realizados por las mujeres de la familia. Esta triple jornada en varios países es promovida por el propio sistema de salud. Ejemplo de esto es la incorporación de los planes de apoyo con dinero a las madres de familia para que compren servicios mínimos de salud para su familia relativos a programas de focalización. Estos planes bastamente conocidos en la región y en otras regiones del tercer mundo, son implementados bajo dos argumentos principales: el primero basado en la idea de que las mujeres son más honestas y eficaces que los varones para utilizar esos escasos fondos. El segundo argumento que abona estos planes, que incluyen un elemento de capacitación de estas mujeres, es que la morbimortalidad infantil está asociada con el indicador instrucción de la madre. Un componente adicional es que se espera educar a las niñas para que puedan, en las próximas generaciones, seguir reproduciendo eficazmente este rol de amortiguadoras de la pobreza extrema (Tajer, 2012).

Vale la pena detenernos en la contra argumentación de estos supuestos. En primer lugar pondremos en duda que las mujeres sean más honestas que los varones. Ya que posiblemente esta valoración este basada en que el menor grado de ciudadanización las hace más dóciles, mejores administradoras de fondos escasos y más fácilmente "cooptables" por planes discrecionales, pues al tener muy poco poder en los hogares, cualquier dinero que se les otorgue es visto con fuente de micropoder al interior de la unidad familiar. En segundo lugar, la educación de la madre es un indicador secundario de situación socioeconómica (actual o acumulada), por lo tanto está asociado a mejores indicadores en lo referente a la morbimortalidad infantil. Pero no es asimilable confundir grado de instrucción con capacitación para un programa específico. En tercer lugar, pensar que las niñas deben ser educadas para establecer un reemplazo generacional de este rol es condenarlas a una brecha irrecuperable con las niñas de los otros sectores sociales más beneficiados y con los niños de su propio sector social. Y por último, un argumento transversal a los anteriores está representado por el hecho de que no se ha considerado que la supuesta mayor eficiencia de estas mujeres para el sistema se basa en la sobrecarga de las mismas, con su consiguiente aumento del desgaste. Por lo tanto, con una mayor carga de malestar y morbilidad para aquellas elegidas para mejorar los indicadores de salud de la familia. En lo relativo a las mujeres como usuarias directas del sistema de salud, podemos decir que las mismas son las que realizan la mayoría de las consultas puesto que es habilitado socio- subjetivamente para el género femenino el expresar y consultar por su malestar en salud, con lo cual suelen hacer consultas más precoces que los varones (Tajer, 2012)

 

¿Por qué los varones participan poco de las tareas de cuidado?

A los varones en esta división social del trabajo les toca cumplir con un rol de proveedor económico y social, siendo sancionado cuando no pueden o quieren cumplir con dicho rol. Esto genera perfiles epidemiológicos específicos por sobrecarga laboral y por empeoramiento de las condiciones de su concreción. Para que los varones puedan cumplir las expectativas relativas a su rol social, su socialización primaria les inhibe la capacidad de registro de sus propios malestares, lo cual tiene efectos negativos en su propia detección temprana de enfermedad. Los varones llegan a los servicios de salud cuando ya no dan más, por lo tanto con cuadros más avanzados, lo cual complejiza su pronóstico (Tajer, 2009). Si queremos abordar la salud desde una perspectiva de equidad de género, nos percataremos que los problemas femeninos están basados en su mayoría en cuestiones relativas al empoderamiento y carencia de recursos. Por su parte, las problemáticas de los varones son del orden de los costos de poder sostener o no la hegemonía, por lo tanto son cuestiones más ligadas a los excesos y a la exposición a riesgos de sí y de lxs demás (Tajer, 2009). En una investigación terminada recientemente sobre la salud de los varones adolescentes (Tajer, 2020) pudimos identificar cómo se va conformando tempranamente una masculinidad que cuida poco y se cuida poco. Cómo se va constituyendo de distinta manera las respuestas que ponen de relieve los vectores de riesgo que caracterizan a la masculinidad hegemónica (De Keijzer, 1997): el riesgo hacia otros varones, el riesgo hacia sí mismos y el riesgo hacia mujeres y niñxs.

Entre pares se juega la aprobación de la virilidad, que nunca es del todo garantizada, a través de poner el cuerpo al servicio de acciones violentas, ofrecer el cuerpo o el riesgo hacia sí mismos: "Como adolescentes, aprendemos que nuestros pares son un tipo de policía de género, constantemente amenazando con desenmascaramos como afeminados, como poco hombres" (Kimmel, 1997, pág. 10).

En esa investigación (Tajer et al., 2019) se observó cómo, luego de la infancia, en la cual son llevados al sistema de salud fundamentalmente por las madres (Tajer et al., 2015), en la adolescencia los varones disminuyen significativamente las consultas al sistema de salud y su presencia se observa con prevalencia en la guardia. En las voces de lxs actorxs esta situación aparece del siguiente modo:

"Hay muchos que no vienen porque deben sentir que no hay nada para ellos aquí" (Psicóloga, Hospital de Comunidad).

"Me tengo que estar por desmayar para ir" (Varón estudiante secundario).

"Mucho por mi salud no pregunto, excepto cuando veo ya problemas" (Usuario CeSAC).

"Es difícil plantearlo del sistema de salud hacia afuera porque como no vienen, no llegamos" (Médico Pediatra, Hospital Público)

Al mismo tiempo, en esa etapa etaria vemos cómo van subiendo los índices de mortalidad por causas externas (homicidios, accidentes y suicidios), promovidos por los mandatos de masculinidad: construcción de una identidad de género ligada a la minimización de la necesidad de cuidados y conductas de riesgo.

"Si sos hombre tenés que ser más violento, más fuerte (...) se busca que vayas al conflicto. Incluso algunos padres nos motivan al conflicto" (Usuario CeSAC).

"Creo que socialmente se los pone como modelo y a la vez como el cordero del sacrificio" (Psicólogo, Hospital de Comunidad).

"No es de machito ir al médico: va al médico el que tiene problemas o es débil; eso también es un condicionante muy fuerte, cada vez más fuerte" (Médico Pediatra, Hospital de Comunidad)

Afortunadamente hay quienes están trabajando para promover nuevos modelos que incorporen a los varones adolescentes en la prevención y la promoción de la salud propia y de lxs demás:

"Hacer con creatividad, sentido común, no con una cuestión policial de perseguirlos sino de enseñarles a cuidarse mejor" (Psicólogo, Hospital de Comunidad).

"Aprovechamos los aptos médicos para el colegio para hacer una entrevista de salud integral" (Médica generalista, CESAC).

Algunxs profesionales reconocen que el sistema de salud está diseñado para su usuaria más habitual: la mujer cuidadora. Está habituado a las mujeres como mediadoras con el sistema de salud, y aunque lo identifican, asumen la dificultad para cambiar.

"Las políticas de salud no están muy dirigidas al varón, siempre es materno infantil. No es paterno infantil, es materno infantil, además, cuando ya no sos niño, no entrás" (Médica Hebiatra, CeSAC).

Estos modos de subjetivación generizados (Tajer, 2020), que interiorizan los mandatos sociales ligados a la distribución por género de las tareas de cuidado tiene efecto en la toma de decisión vocacional y ocupacional, que establecerá preferencias a la hora de elegir una carrera o postularse para un empleo. Motivo por el cual las mujeres aún se inclinan más fuertemente que los varones por las ocupaciones y profesiones basadas en las necesidades sociales de cuidados. Por lo tanto, si tenemos interés en una distribución más democrática de esta necesidad social, es preciso poner foco también en las infancias y en las crianzas.

 

Cuidados, género y pandemia. Lo que el Covid 19 puso en evidencia

Durante la pandemia muchos de estos temas de larga data se amplificaron, al suspenderse el poder contar con las redes más extensas de cuidado, incluyendo las institucionales, como la escuela. En ese contexto, la sobrecarga a un sector de la sociedad, como las mujeres madres con niñxs chicxs, aumentó. El ideal de que se entretengan con actividades acordes a la edad y que puedan realizar a su vez la educación online, mientras las familias continuaban trabajando, fue y está siendo complejo.

La pandemia hizo su entrada en una sociedad que aún no había repartido las tareas de cuidado de manera equitativa entre mujeres y varones, lo cual hizo eclosión en las mujeres subjetivadas aún en el modelo patriarcal (Tajer, 2020b). Presentando tensiones internas al ideal de la maternidad contemporánea: que da cultura, que da entretenimiento, que da producción de subjetividad, al mismo tiempo que se desarrolla profesionalmente. Tnsión que se incrementa en momentos de crisis, por el aumento de la carga de las tareas de cuidado y de reproducción social.

La crisis sanitaria evidenció además que, aun en las relaciones más democráticas de pareja, "la agenda" de lxs niñxs siempre está en la cabeza de la mujer. Los varones que participan reportan, hacen, pero las mujeres son aún las "secretarias ejecutivas" de las familias, teniendo en la cabeza la agenda de todo el mundo.

Otro aspecto de la organización social de los cuidados que estalló en pandemia ha sido la evidencia de la importancia social de los sistemas de salud y de educación y la poca protección y retribución acorde a su importancia social que tienen quienes trabajan en ambos sistemas. Nuevamente los cuidados son esenciales, están invisibilizados o solo se ven cuando no están y no están remunerados de acuerdo con su valor social.

Y lo que también salió a la luz es que personas que acuerdan en que quienes cuidan se cuiden no tienen respaldo de cuidados para sostener todo este tipo de cuestiones.

Lo mismo aconteció con el cuidado de adultxs mayores, grupo de gran vulnerabilidad en esta pandemia que cayó fundamentalmente en manos femeninas con poca posibilidad de cuidado en los primeros tiempos por cuidadorxs profesionales. Lo cual incrementó la sobrecarga, porque las epidemias incrementan las necesidades de lo que se llama cuidados domésticos, que son todas las tareas de reproducción social, y cuando aumentan las personas que las hacen se exponen más a tener sobrecarga y, por supuesto, es peor su salud porque se cansan más y están más expuestas al virus porque circulan más.

Por otro lado, la paradoja es que pareciera ser que este virus biológicamente afectó más a los varones. La tasa de letalidad en varones registrada en los primeros tiempos fue el doble que la de mujeres. Por lo tanto, se observa que lo que tiene que ver con el impacto social de la enfermedad y la exposición a la vulnerabilidad por el desgaste y por el tipo de tareas afecta más a las mujeres, mientras que la determinación biológica afecta más a los varones.

Las epidemias muestran las tramas que existen en lo social y, parte de la trama, son las relaciones de género. Voy a dar algunos ejemplos que fueron públicos de cómo operan las relaciones de género y su interiorización en las conductas de cuidado y autoatención observadas en la pandemia.

En pleno comienzo del confinamiento se hizo pública la actitud de un varón de mediana edad que no se quiso autoaislar después de haber vuelto de un viaje al exterior. El vigilador del edificio intentó detenerlo y fue golpeado. Ahí se observa un tipo de impunidad incorporada que tiene matriz interseccional de género y clase que se puede expresar en las siguientes enunciaciones: "Yo no me cuido y no cuido" y "¿vos quién sos (varón de clase trabajadora) para detenerme y coartar mi libertad?". Y ahí se observa el modo en el cual la masculinidad y las clases hegemónicas impactan el sistema de cuidados en sus modos de producción de subjetividad.

Otro ejemplo de hegemonía de clase combinada con desigualación de género es el de una mujer de mediana edad de Uruguay, que volvió de Europa en marzo 2020, no se autoaisló, fue a una fiesta de 500 personas, fue a la peluquería y estuvo con la mamá de 84 años y se convirtió en una "contagiadora serial". Aquí se muestra el modo en el cual para una mujer tradicional de clase media- alta, el tema de la agenda social "no se suspende por pandemia", más allá del cuidado del otro y del autocuidado. Hace unos años, al trabajar género y construcción de la vulnerabilidad coronaria (Tajer, 2009) habíamos detectado ese tipo de comportamiento, pero para un tipo de problema en salud que solo perjudicaba a quien lo porta, porque no es contagioso. Nos había referido una entrevistada cardióloga el caso de una mujer que empezó con dolores de pecho por la mañana, pero como tenía una cena muy importante en la que ella era anfitriona esa noche, postergó su consulta, recibió a todo el mundo y al otro día fue a atenderse. Había cumplido su rol social mientras cursaba un infarto y estaba en riesgo (Tajer et al., 2013). Otro cruce de género, clase y cuidados que se evidenció en la pandemia fue el caso de una cuidadora de comedores comunitarios que pertenecía a un grupo de riesgo para Covid, mujer de sector popular que no dejó de atender el comedor popular, cumpliendo su rol de cuidadora aun cuando se le fue la vida en ello.

También hemos visto diversas situaciones de las fuerzas de seguridad que debían cumplir funciones de cuidado mal utilizando su rol aumentado por la pandemia, aprovechándose para maltratar personas del colectivo LGTBI+.

A modo de conclusión, podemos señalar que entramos en la pandemia tal como ya éramos previamente como sociedad en términos de cuidados y género. Con varones no subjetivados aun en la lógica del cuidado de sí y de los demás y con una sobrecarga en mujeres que se vio aumentada. Hemos visto en las casas y en las calles que las mujeres acatan más que los varones las recomendaciones médicas y de expertxs sobre las medidas para prevenir la expansión del Covid (distancia social, uso de barbijo, mantenimiento de higiene, prestar atención a necesidades de salud de otrxs, frecuencia del lavado de manos, presencia en la primera línea de las actividades esenciales, entre otras). Esto ha sido observado y contabilizado en investigaciones. En EE.UU. donde no era de uso obligatorio pero sí recomendado, se ha observado que las mujeres usan más barbijo (57%) que los varones (42%) (World Economic Forum 2020). Lo cual coincide con la observación en nuestro medio local.

Todo esto nos lleva a considerar que toda estrategia de cuidados debe incorporar esta información para contar con mensajes específicos para cada población, que incluya la perspectiva de género y subjetividad, así como una propuesta que incluya redes comunitarias, tendiendo a una desfamiliariarización (Ceminari & Stolkiner, 2018), democratización, jerarquización y profesionalización de los cuidados.

 

 

Notas de autor

1.Este concepto se usa para identificar cómo diferentes categorías de discriminación, construidas social y culturalmente, interactúan en múltiples y, con frecuencia, simultáneos niveles, contribuyendo con ello a una sistemática desigualdad social entre las cuales podemos ubicar el género, la etnia, la clase u orientación sexual entre otras categorías de desigualación social. Las cuales, lejos de ser "naturales" o "biológicas", son construidas y están interrelacionadas..

2. Lo cual ha sido trabajado por los Estudios Queer, rama académica del movimiento LGTTBI+ que trabaja académicamente los estudios sobre la diversidad sexual e identitaria.

3. A excepción de nuestra Facultad de Psicología de la UBA que tiene una Cátedra de Estudios de Género desde 1987 fundada por Ana María Fernández y desde 2013 a mi cargo.

4. Nos referimos al hecho de que las especialidades médicas que utilizan mayor cantidad de tecnología suelen fundamentalmente en mercado privado recibir mayor retribución, pues cobran la consulta y la práctica.

5. Esta diferencia entre prácticas en salud mano de obra intensiva y prácticas de salud capital intensiva es una distinción que se encuentra en detalle en los aportes del sanitarista argentino José Carlos Escudero.

6. Recuerdo un alumno que luego de leer la primera versión de este texto (2012) me refería que tuvo que hacerse una cirugía de miopía en un centro especializado y que ya utilizando "anteojos de género" se había dado cuenta al leer la pizarra que todo el plantel profesional de dicha clínica era masculino.

7. Según nos refería de forma confidencial un informante clave de una investigación, directivo de una institución muy importante privada, a igual currículum prefieren contratar un varón que una mujer.

8. IV Programa Cuatrienal de la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo "Cuidado familiar de las personas de edad avanzada en la Comunidad Europea" (1993).

9. Usamos en varias partes del texto el concepto de autocuidado porque proviene de estudios que utilizan esa categoría. Desde la Salud Colectiva en la actualidad preferimos el concepto de auto-atención (Ménendez, 2003) -a fin de diferenciarlo del de auto-cuidado, ligado a la biomedicina- el cual incluye además del individual, otros niveles de análisis tales como las condiciones materiales de existencia y los modos de vida. La auto-atención implica representaciones y prácticas que la población usa a nivel individual y grupal para explicar, diagnosticar, atender, curar y prevenir procesos que afectan su salud (Michaelewicz et al., 2015).

 

Referencias

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