¿A
que llamamos cuidados?
Para definirlo, tomaremos
algunas conceptualizaciones del reciente informe presentado por la
Mesa Interministerial de Políticas de Cuidado que se ha
conformado por primera vez en nuestro país para el diseño
de una política pública integral en el campo (Mesa
Interministerial de Políticas De Cuidado, 2020).
Dicho informe señala
que la problemática social de los cuidados presenta una alta
complejidad, dada la multiplicidad de aspectos que la conforman. La
categoría "cuidados" estaría conformada por
todas aquellas "actividades indispensables para satisfacer las
necesidades básicas de la reproducción de las personas,
brindándoles los elementos físicos y simbólicos
que les permiten vivir en sociedad" (Rodríguez Enríquez
y Marzoneto, 2016, p. 105). Entendemos por reproducción social
a aquellas actividades que permiten que la vida cotidiana sea
posible.
Por lo tanto, los cuidados
son una dimensión central en la vida de las personas: "Incluye
el autocuidado, el cuidado directo de otras personas (la actividad
interpersonal de cuidado), la provisión de las precondiciones
en que se realiza el cuidado (la limpieza, compra y preparación
de alimentos) y la gestión del cuidado (coordinación de
horarios, traslados, supervisión del trabajo de cuidadorxs
remuneradxs, entre otros)" (Rodríguez Enríquez y
Marzoneto, 2016, p. 105). El cuidado permite atender las necesidades
de las personas requirentes de cuidado por su edad o por sus
condiciones/capacidades (niñxs, personas mayores, enfermas o
con capacidades especiales) y también de las que podrían
auto proveerse dicho cuidado (Rodríguez Enríquez,
2015). Esta actividad puede ocurrir en forma no remunerada, basada en
lazos familiares o comunitarios, proveerse en el sector público
o puede estar comercializada y ser adquirida en el mercado mediante
pago.
De estas primeras
definiciones podemos identificar a lxs actorxs del cuidado: Estado,
mercado, comunidad y familias. Hay que consignar que, en diferentes
etapas de la vida, el cuidado de terceros se vuelve una necesidad
para asegurar la autonomía: en la primera infancia, en la
vejez, en el caso de personas con discapacidad que requieren apoyo.
Sin embargo, los requerimientos de apoyo en el cuidado también
lo tienen personas fuera de estas circunstancias que dependen de que
alguien les ayude en estas tareas para poder ellas trabajar en otras.
Llamamos organización
social del cuidado
(Rodríguez Enríquez, 2015) a la forma en que se
relacionan lxs actores que producen y reciben cuidados. Este concepto
está asociado al de redes
de cuidado (Pérez
Orozco, 2006) conformadas no solo por las personas que proveen y
reciben cuidados sino por las legislaciones y regulaciones, las
tramas mercantiles y comunitarias; prácticas dinámicas
y, por lo tanto, transformables. Para dimensionar el rol económico
de estas tareas hablamos de "economía
del cuidado",
un término que nos permite vislumbrar la interrelación
y el rol del cuidado entre lo productivo y lo reproductivo. En
palabras de Valeria Esquivel el concepto de "economía
del cuidado": "…
permite enfatizar el hecho de que el cuidado es la piedra angular de
la economía y de la sociedad. (...) desnaturalizar el cuidado
como lo propio de las mujeres y desplazarlo del ámbito privado
de las opciones personales para hacerlo público y politizable.
Para ello, se lo reformuló como un concepto que entrelaza lo
económico –la forma en que las economías se
benefician del trabajo de cuidados que no es reconocido ni
remunerado–, lo social –las relaciones de clase y género–
y lo político –lxs distintxs actorxs que demandan
sostienen o implementan políticas públicas que directa
o indirectamente moldean la prestación y recepción de
cuidados–"
(Esquivel, 2015, p.1).
¿Quiénes
cuidan en nuestra sociedad?
Si bien el trabajo de
cuidados es central para el sostenimiento de la vida y de la propia
economía, en nuestra sociedad contemporánea las tareas
que dicho trabajo implica terminan siendo subvaloradas e
invisibilizadas, altamente feminizadas y, en muchos casos, no
remuneradas. Más allá de las numerosas aportaciones en
torno de estos debates, se puede coincidir en una afirmación
de punto de partida: cuando hablamos de cuidados nos referimos al
núcleo duro de la desigualdad de género provocado por
la división sexual del trabajo que regula las esferas de lo
público y lo privado, lo productivo y lo reproductivo y
también el imaginario de estos mundos como ámbitos
escindidos. Es decir, partimos de la evidencia de que la distribución
del cuidado entre lxs actorxs sociales es inequitativa, recayendo
mayoritariamente sobre las familias y dentro de estas sobre las
mujeres, personas travestis y trans u otras identidades feminizadas
asociadas a "naturales cuidadorxs", repercutiendo en el
desarrollo vital, los trayectos formativos y laborales de estas
personas.
Esta situación tiene
una contracara, a las mujeres con discapacidad y con sufrimiento
psíquico severo se les presume que no pueden ser cuidadoras y
no se les brindan los apoyos que pudieran requerir para ejercer ese
rol. Incluso en muchos casos, se las aleja de sus hijxs por un riesgo
incierto que se presume para estxs sobre la base de prejuicios
imperantes.
En el caso de las
identidades LGBTI y demás identidades subalternizadas en el
marco de las composiciones tradicionales de hogares herederos del
paradigma heteropatriarcal, también encarnan la figura
depositaria del mandato del cuidado cuando no son excluidas de sus
familias y dependen exclusivamente del cuidado comunitario de sus
pares cuando sí lo son.
El mismo informe también
refiere que es necesario abordar la problemática desde un
enfoque
interseccional{ver nota de autor 1}, dado que el trabajo de cuidado no remunerado no
solo está distribuido desigualmente entre varones, mujeres y
otras identidades sino también entre los distintos estratos
socioeconómicos. La organización social del cuidado
actual es factor de reproducción de la desigualdad social y de
género. Así como las mujeres realizan más
trabajo no remunerado que los varones, las mujeres de menos recursos
económicos hacen en promedio más trabajo no remunerado
que las mujeres de más recursos. Las mujeres más pobres
tienen más demandas de cuidados y menos posibilidades de
resolverlas si el Estado no lo garantiza. Desde este mismo enfoque
interseccional debemos resaltar la existencia de "cadenas
migratorias de cuidados"
donde las tareas de cuidado en países centrales suelen ser
tercerizadas a mujeres migrantes. Esta misma dinámica se
repite dentro de nuestro propio país con dinámicas de
migración limítrofe e interna hacia los centros urbanos
de mujeres muchas veces provenientes de comunidades rurales o
indígenas o de países limítrofes, según
el Informe citado (Mesa Interministerial de Políticas De
Cuidado, 2020).
Esta problemática
intersectorial presenta sus particularidades en lo que respecta al
campo específico de la salud
(Tajer, 2012). Pero
antes de entrar a lo específico de los cuidados generizados en
salud, nos detendremos en la pregunta : ¿Qué
significa hablar de género y salud?
Implica incorporar el modo
en que las asimetrías sociales entre varones y mujeres
determinan diferencialmente el proceso salud-enfermedad-cuidados
(S-E-C) (Michalewicz et al., 2015) de ambos grupos genéricos.
Asimetrías jerárquicas entre los géneros que,
articuladas con otras diferencias entre las personas que también
son fuentes de inequidad en nuestras sociedades: edad, etnia, clase
social y orientación sexual, establecerán perfiles de
morbimortalidad específicos así como modelos de gestión
de la enfermedad diferencial. ¿Cómo operan entonces
estas asimetrías sociales entre varones y mujeres en el
proceso salud-enfermedad-cuidados de cada género en tanto
colectivo? Estableciendo vulnerabilidades diferenciales relativas a
los roles sociales que mujeres y varones pueden y deben cumplir en el
marco del patriarcado. Lo cual determina modos diferentes de vivir,
enfermar, consultar, ser atendidxs y morir (Tajer, 2012).
Y una vez establecida esa
pregunta, la segunda pregunta es: ¿Cuando
hablamos de género y salud, solo hablamos de varones y
mujeres?
Podemos señalar que
en la actualidad la agenda de género y salud ha adquirido al
mismo tiempo mayor visibilidad al tiempo que se ha complejizado.
Tiene un doble desafío: seguir trabajando el eje del impacto
desigual en el proceso S-E-C de los colectivos de mujeres y varones
dado el desigual reparto de poder en nuestra sociedad (lo cual ha
sido más trabajado por los Estudios de Género, rama
académica del movimiento feminista) al mismo tiempo que
incorpora la visualización de los procesos S-E-C de las
personas de los colectivos LGTBI+ {ver nota de autor 2} que incluye
la diversidad sexual (prácticas de sexualidad por fuera de lo
heteronormativo) y la diversidad identitaria (las identidades de
género por fuera de la bipartición incluyendo las que
están en tránsito).
Una vez planteado este
escenario, podemos mencionar que en lo que refiere al eje de los
cuidados en salud, tenemos dos componentes principales: la
producción institucional y la producción doméstica
de los cuidados en salud
(Duran Heras, 2002) cada una de las cuales puede ser analizada desde
la perspectiva de género del siguiente modo:
a)
La producción institucional de los cuidados de salud
que incluye las prácticas de cuidado en salud realizadas por
lo que conocemos como sistema
de salud (en
nuestro país conformado por subsector público,
subsector de obras sociales y subsector privado) dentro de la cual se
puede valorar la distribución y composición por género
de lxs trabajadorxs del sector salud y su impacto en las condiciones
de trabajo y en las prácticas en el sector. Así como la
presencia o ausencia de capacitación en género que
tiene el personal de salud.
b) La producción
doméstica de los cuidados de salud
que refiere a las tareas que la sociedad en general, con especial
énfasis en la organización familiar y en algunos casos
comunitaria, en la cual podemos identificar la distribución
por género de los cuidados en el hogar y en las comunidades de
lxs enfermxs, niñxs y adultxs mayores y personas con
capacidades especiales, puntuales o permanentes, y destacar la
importancia de su visibilización.
La
producción institucional de los cuidados de salud
En lo referente a los
equipos de salud, en lo relativo a la formación podemos
señalar que esta perspectiva (salvo algunas excepciones)
recién está comenzando a ser incorporada en las
currículas de formación de grado {ver nota de autor 3} y
posgrado en el campo. Por lo tanto, la mayor inequidad al respecto
está dada por la invisibilización que existe al
interior de cada una de las disciplinas y prácticas de los
sesgos de género en la mirada y resolución de
problemas. De hecho, muchxs de lxs profesionales que han incorporado
esta perspectiva lo han hecho por cuenta propia y en muchxs casos en
espacios de militancia social, tal como se evidencia en la referencia
de lxs mismxs actorxs en investigaciones que hemos realizado al
respecto (Tajer, 2020b).
En lo relativo a trabajo
cotidiano de las disciplinas y especialidades del equipo de salud,
nos encontramos con lo que podemos caracterizar como las inequidades
en la distribución del saber y el poder en salud,
las cuales aparecen transversalizadas por el género. Ejemplo
de esto es la distribución desigual de la composición
por género de las distintas profesiones de la salud y al
interior de las especialidades médicas. Siendo que las
profesiones con "menos poder" al interior de los equipos
de salud regidos aún por la hegemonía médica
suelen ser las más feminizadas: enfermería, trabajo
social, psicología, terapia ocupacional, nutrición,
entre otras. Y aunque la medicina sea la profesión con más
poder aún en los equipos al interior de las especialidades
médicas vemos cómo
las especialidades clínicas, que son más mano
de obra intensiva
y por lo tanto "facturan menos" {ver nota de autor 4}
están más feminizadas. Cabe destacar que las mismas son
las que incluyen muchas veces un abordaje con mayores grados de
integralidad en la consulta (Tajer, 2012). Mientras que las
especialidades quirúrgicas y las que utilizan mayores grados
de tecnología, es decir que son más capital
intensivas,
suelen estar aun proporcionalmente más a cargo de los varones
{ver nota de autor 5 y 6}. En la relación entre subsectores
público y privado en salud, incluyendo como variable el
progresivo deterioro y desfinanciamiento de lo público desde
la reforma neoliberal de los 90, estamos asistiendo a una progresiva
feminización de este sector. Al mismo tiempo existe una
selección negativa de mujeres en el sector privado {ver nota de autor 7}.
A modo de ejemplo, podemos
destacar que en lo que refiere al proceso de feminización del
sector salud, según datos que han sido elaborados para Chile
(OPS/OMS, 2002), mientras que el mercado laboral en general hay 1
mujer cada 2 hombres, en el sistema de salud hay 1 mujer cada 0.5
hombre.
Es importante desagregar
estos datos para observar cómo se produce la distribución
por género según grado de calificación,
remuneración y profesión. Según un trabajo
pionero en la región (Geldstein y Wainerman, 1989), tendencia
que convalida trabajos más recientes (Pautassi, 2001, 2007),
se observó que la presencia de mujeres en los sectores de más
alta calificación en salud es mayoritaria en tareas de apoyo e
investigación, mientras que en otros grados de calificación
como la enfermería alcanzan su más alta gravitación
(90%). Según este trabajo, los hombres se concentran en unos
pocos títulos tradicionales: 83% son médicos, 8%
odontólogos y 5 % licenciados en química y/o
bioquímica. El 44 % de las mujeres son médicas, y éste
es el único título, entre los cuantitativamente
relevantes, en que las mujeres son notablemente minoría (sólo
el 20% del total). La enfermería aparece como una profesión
altamente femenina, así como la asistencia social, mientras
que los varones se ubican preferentemente como técnicos
radiólogos y de laboratorio. La mayoría de lxs
auxiliares y ayudantes del sector salud 84,6% son mujeres. Motivo por
el cual sería conveniente empezar a pensar, en términos
de planificación de políticas públicas para el
sector, que una de las características actuales del mismo es
que predominan personas (mujeres), que por razones de la distribución
de cargas actuales entre los géneros (cargas domésticas
a predominio femenino), en sus hogares realizan una segunda jornada
de trabajo y son las que tendrán probablemente que ausentarse
para hacerse cargo de sus familiares en caso de necesidades de
cuidados domésticos por problemas de salud.
Con respecto a la presencia
de población LGTBI+ en los equipos de salud, no contamos con
estudios que evidencien su real participación. Sabemos que la
visibilidad de la población trans/travesti en el sector
enfermería está aumentando. En nuestra experiencia de
investigación, al indagar en equipos de salud infantil sobre
su experiencia con hijxs criadxs por familias diversas, lxs
profesionales en 2010 nos refirieron que no tenían consulta,
pero si colegas que estaban criando en dichas configuraciones. Esta
información nos permite constatar que una parte significativa
del sistema de salud ha "salido del armario", pero que
aún no cuenta con relevamientos que identifiquen el peso de
esa tendencia.
La
producción doméstica de los cuidados de salud
Entre las funciones que
socialmente se les asigna a la familias, el cuidado doméstico
de la salud de sus miembrxs en una de las funciones principales,
incluyendo su contrapartida negativa que es la enfermedad, el dolor y
la muerte (Durán Heras, 2002). La autora desglosa para
visibilizar cuáles
son los servicios que los hogares prestan a sus miembrxs en relación
con los cuidados relativos a la salud– enfermedad:
-Servicios de
infraestructura básica: alojamiento, alimentación,
limpieza, seguridad, compañía, relaciones sociales,
etc.
-Los servicios no
remunerados relacionados directamente con la enfermedad: pre
diagnóstico, compañía, aplicación y
vigilancia de tratamientos.
-La gestión del
consumo de servicios sanitarios: elección, tramitaciones,
pagos, información, compra de medicamentos, etc.
Por otra parte, según
un informe {ver nota de autor 8} la mayor parte del cuidado de las
personas mayores recae sobre mujeres, especialmente cónyuges o
hijas. Siendo que el 12% de lxs cuidadorxs llevan ejerciendo ese
papel más de 15 años. El informe señala no solo
la mayor dedicación de las hijas al cuidado de lxs padres,
sino el tipo diferente de relación emocional que establecen:
mientras los varones tienen más facilidad para marcar los
límites de la situación que están dispuestos a
soportar, aceptan menos cuidar padres con fuerte pérdida de
autonomía y les cuesta menos tomar la decisión de que
sus padres deban ingresar en una residencia para ancianxs. Las
mujeres, por su parte, en el cuidado de sus padres mayores, manejan
menos su tiempo libre, cortan más
las redes externas a la familia, la vida profesional y las aficiones
por lo cual tienen más consecuencias psicosomáticas en
relación al cuidado de lxs padres ancianxs.
Así como las mujeres
más jóvenes o adultas medias de la familia, suelen
hacerse cargo del cuidado de lxs adultxs mayores, las mujeres adultas
mayores suelen ser más autónomas y en promedio resultan
menos afectadas por la vejez para el desempeño de las labores
del hogar, mientras que los varones mayores buscan con más
frecuencia soluciones alternativas al autocuidado {ver nota de autor 9}. Por lo tanto, en los diferentes ciclos de la vida las mujeres
cuidan más y son menos cuidadas.
Esta autora a su vez llama
la atención sobre un tema de vital importancia. Muchos de los
programas que se diseñan de apoyo estatal, o institucional en
general, de cuidados a domicilio para adultxs mayores y también
para personas con padecimiento psíquico grave, se apoyan
implícitamente en un modelo de familia que cada vez es menor
abundante. La autora llama la atención sobre la importancia de
visibilizar que la garantía de derechos debe ir de la mano de
visibilizar quién
en lo concreto se ocupará de satisfacerlos. Lo cual incluye
saber si dispone de la voluntad o recursos para ello, planteando el
tema de que muchas de estas medidas de bien público deben ser
elaboradas tomando en cuenta si a quienes serán transferidas
estas responsabilidades, en su mayoría mujeres, están
dispuestas o no a aceptarlas y realizarlas.
Refiere además
estudios que señalan que, con respecto al cuidado de personas
con capacidades especiales, la valoración de la ayuda recibida
de varias instituciones -familia, amigxs, compañerxs de
estudio y trabajo, asociaciones e instituciones privadas e
instituciones públicas-, la institución más
valorada y citada fue la familia. Con lo cual existiría una
tensión entre quienes se tendrían que ocupar y quienes
necesitan el cuidado.
Este campo de los cuidados
domésticos en salud es especialmente importante pues, a
diferencia de las enfermedades, en que la aspiración a la
mejoría o la cura hace aumentar la relevancia del papel de las
instituciones sanitarias y el equipo de salud (en especial de lxs
médicxs), en el campo del cuidado de las capacidades
especiales y también de los problemas en salud crónicos,
entre los cuales se encuentran muchos del campo de la salud mental,
la aspiración fundamental es el alivio del impacto de la
discapacidad en la vida cotidiana, tarea en la cual la familia
adquiere un papel fundamental.
Estos estudios e
información dan luz acerca de la importancia de la
introducción temprana en los procesos de crianza de los
varones en la lógica del cuidado de sí y de lxs demás.
Dado que si no se cambian los modos desiguales en la crianza que en
otras etapas etarias se develan en una distribución desigual
de las responsabilidades de los cuidados por género, la
necesidad humana de cuidados seguirá recayendo de forma
desigual en las mujeres.
Cambios
en los tipos de familia y la relación con el sistema sanitario
Las formas tradicionales de
la familia han ido perdiendo fuerza en la actualidad. En los hogares
de edad intermedia y joven se ha generalizado el acceso de las
mujeres al empleo, lo que cambia radicalmente su disponibilidad de
cuidadora de enfermxs o prestadora doméstica de servicios de
salud. Paradójica y concomitantemente, son las que aún
actúan como cuidadoras de la salud familiar quienes menos
tiempo dedican a cuidarse a sí mismas, especialmente cuando
combinan el papel de amas de casa y de mujeres activas en el empleo.
Los hogares compuestos por
parejas con uniones de hecho en muchos casos tienen como consecuencia
que cada unx pertenezca a otro sistema de cobertura sanitaria y
consecuentemente no puedan, entre otros ejemplos, compartir un médicx
de familia. Por otra parte, han aumentado las convivencias de parejas
que han decidido no procrear.
La frecuencia de los hogares
solo compuestos por una pareja tiende a aumentar. Las parejas jóvenes
en muchos casos dependen de la ayuda de sus familias de origen que
les dan cobertura sanitaria que actúa como "suplemento
de clase" y las parejas mayores muchas veces dependen de lxs
hijxs de cada quien con múltiples impactos en las decisiones
de vida y muerte, y también en los casos de decisiones de
ingreso a instituciones geriátricas.
Por otra parte, en los
centros urbanos han aumentado los hogares unipersonales, debido al
aumento de la esperanza de vida, en los cuales viven fundamentalmente
mujeres de edad avanzada, dado que la esperanza de vida es nuestro
país es de 7 años más en mujeres; y además,
todavía para esa generación subsiste el modelo de
casarse con un hombre mayor, lo cual aumenta la cantidad de años
de viudez en mujeres. Las cuales, a causa de su edad, la relación
con los servicios de salud no es espontánea ni directa,
necesitando la mediación de lxs familiares para acompañarlas,
gestionar la relación con el sistema sanitario y seguir la
aplicación de un tratamiento.
También han aumentado
las familias monoparentales, en las cuales predominan mujeres con
hijxs, incorporadas al mercado de trabajo y en precaria situación
económica. A ellas la sobrecarga de papeles hace difícil
su supervivencia si no cuentan con la ayuda de la familia extensa
para los cuidados sanitarios (Duran, 2002). Aquí también
hay que incluir la categoría de períodos de vida
monoparentales en personas que han concebido hijxs en pareja pero por
las separaciones crían cotidianamente en solitario. Categoría
que, por los usos y costumbres de nuestra sociedad patriarcal, está
sobrerepresentada por mujeres (Meler, 2013).
En síntesis, las
familias han descendido en su tamaño promedio, simultáneo
al aumento de la esperanza de vida y el descenso de personas
disponibles en los hogares para hacerse cargo de lxs enfermxs y
adultxs mayores. Este conjunto de situaciones permiten prever
dificultades crecientes en la satisfacción de la necesidad de
cuidados por enfermedad en el modo en que tradicionalmente se ha
venido haciendo en el interior de los hogares, en especial las
enfermedades crónicas y de larga duración, lo cual
amerita la necesidad de realizar un fuerte cambio de valores y
actitudes para resolver estos problemas sanitarios crecientes,
incluyendo los cuidados comunitarios y la redistribución
democrática entre los géneros de las tareas de cuidado.
¿Por
qué las mujeres participan tanto de las tareas de cuidado?
Podemos identificar que en
la división sexual del trabajo característica de este
periodo del patriarcado encontramos una gran diversidad entre
regiones geográficas que alcanzan un gran abanico con mayores
y menores grados de equidad entre los géneros. Para nuestra
región latinoamericana, aun cuando las mujeres han avanzado
mucho en su presencia en el espacio público, se espera que
continúen siendo las principales cuidadoras de la familia y
las agentes del sistema de salud en los hogares, basándose en
su capacidad empática, receptiva y comprensiva. Por lo tanto,
existe en simultáneo y casi sin entrar en crisis una mayor
aceptación de la entrada masiva de las mujeres al mercado de
trabajo asalariado, pero sin una legitimación de la
redistribución de las tareas domésticas. Lo cual
implica que las mujeres trabajadoras tienen, como mínimo, dos
jornadas de trabajo. Que se incrementa a tres jornadas si hay algúnx
familiar enfermx o que necesita cuidados que siempre son realizados
por las mujeres de la familia. Esta triple jornada en varios países
es promovida por el propio sistema de salud. Ejemplo de esto es la
incorporación de los planes de apoyo con dinero a las madres
de familia para que compren servicios mínimos de salud para su
familia relativos a programas de focalización. Estos planes
bastamente conocidos en la región y en otras regiones del
tercer mundo, son implementados bajo dos argumentos principales: el
primero basado en la idea de que las mujeres son más honestas
y eficaces que los varones para utilizar esos escasos fondos. El
segundo argumento que abona estos planes, que incluyen un elemento de
capacitación de estas mujeres, es que la morbimortalidad
infantil está asociada con el indicador instrucción de
la madre. Un componente adicional es que se espera educar a las niñas
para que puedan, en las próximas generaciones, seguir
reproduciendo eficazmente este rol de amortiguadoras de la pobreza
extrema (Tajer, 2012).
Vale la pena detenernos en
la contra argumentación de estos supuestos. En primer lugar
pondremos en duda que las mujeres sean más honestas que los
varones. Ya que posiblemente esta valoración este basada en
que el menor grado de ciudadanización las hace más
dóciles, mejores administradoras de fondos escasos y más
fácilmente "cooptables" por planes discrecionales,
pues al tener muy poco poder en los hogares, cualquier dinero que se
les otorgue es visto con fuente de micropoder al interior de la
unidad familiar. En segundo lugar, la educación de la madre es
un indicador secundario de situación socioeconómica
(actual o acumulada), por lo tanto está asociado a mejores
indicadores en lo referente a la morbimortalidad infantil. Pero no es
asimilable confundir grado de instrucción con capacitación
para un programa específico. En tercer lugar, pensar que las
niñas deben ser educadas para establecer un reemplazo
generacional de este rol es condenarlas a una brecha irrecuperable
con las niñas de los otros sectores sociales más
beneficiados y con los niños de su propio sector social. Y por
último, un argumento transversal a los anteriores está
representado por el hecho de que no se ha considerado que la supuesta
mayor eficiencia de estas mujeres para el sistema se basa en la
sobrecarga de las mismas, con su consiguiente aumento del desgaste.
Por lo tanto, con una mayor carga de malestar y morbilidad para
aquellas elegidas para mejorar los indicadores de salud de la
familia. En lo relativo a las mujeres como usuarias directas del
sistema de salud, podemos decir que las mismas son las que realizan
la mayoría de las consultas puesto que es habilitado socio-
subjetivamente para el género femenino el expresar y consultar
por su malestar en salud, con lo cual suelen hacer consultas más
precoces que los varones (Tajer, 2012)
¿Por
qué los varones participan poco de las tareas de cuidado?
A los varones en esta
división social del trabajo les toca cumplir con un rol de
proveedor económico y social, siendo sancionado cuando no
pueden o quieren cumplir con dicho rol. Esto genera perfiles
epidemiológicos específicos por sobrecarga laboral y
por empeoramiento de las condiciones de su concreción. Para
que los varones puedan cumplir las expectativas relativas a su rol
social, su socialización primaria les inhibe la capacidad de
registro de sus propios malestares, lo cual tiene efectos negativos
en su propia detección temprana de enfermedad. Los varones
llegan a los servicios de salud cuando ya no dan más, por lo
tanto con cuadros más avanzados, lo cual complejiza su
pronóstico (Tajer, 2009). Si queremos abordar la salud desde
una perspectiva de equidad de género, nos percataremos que los
problemas femeninos están basados en su mayoría en
cuestiones relativas al empoderamiento y carencia de recursos. Por su
parte, las problemáticas de los varones son del orden de los
costos de poder sostener o no la hegemonía, por lo tanto son
cuestiones más ligadas a los excesos y a la exposición
a riesgos de sí y de lxs demás (Tajer, 2009). En una
investigación terminada recientemente sobre la salud de los
varones adolescentes (Tajer, 2020) pudimos identificar cómo se
va conformando tempranamente una masculinidad que cuida poco y se
cuida poco. Cómo se va constituyendo de distinta manera las
respuestas que ponen de relieve los vectores de riesgo que
caracterizan a la masculinidad hegemónica (De Keijzer, 1997):
el riesgo hacia otros varones, el riesgo hacia sí mismos y el
riesgo hacia mujeres y niñxs.
Entre pares se juega la
aprobación de la virilidad, que nunca es del todo garantizada,
a través de poner
el cuerpo al
servicio de acciones violentas, ofrecer
el cuerpo o el
riesgo hacia sí mismos: "Como
adolescentes, aprendemos que nuestros pares son un tipo de policía
de género, constantemente amenazando con desenmascaramos como
afeminados, como poco hombres" (Kimmel,
1997, pág. 10).
En
esa investigación (Tajer et al., 2019) se observó cómo,
luego de la infancia, en la cual son llevados al sistema de salud
fundamentalmente por las madres (Tajer et al., 2015), en la
adolescencia los varones disminuyen significativamente las consultas
al sistema de salud y su presencia se observa con prevalencia en la
guardia. En las voces de lxs actorxs esta situación aparece
del siguiente modo:
"Hay muchos que no
vienen porque deben sentir que no hay nada para ellos aquí"
(Psicóloga, Hospital de Comunidad).
"Me tengo que estar
por desmayar para ir"
(Varón estudiante secundario).
"Mucho por mi salud
no pregunto, excepto cuando veo ya problemas"
(Usuario CeSAC).
"Es difícil
plantearlo del sistema de salud hacia afuera porque como no vienen,
no llegamos" (Médico
Pediatra, Hospital Público)
Al mismo tiempo, en esa
etapa etaria vemos cómo van subiendo los índices de
mortalidad por causas externas (homicidios, accidentes y suicidios),
promovidos por los mandatos de masculinidad: construcción de
una identidad de género ligada a la minimización de la
necesidad de cuidados y conductas de riesgo.
"Si sos hombre
tenés que ser más violento, más fuerte (...) se
busca que vayas al conflicto. Incluso algunos padres nos motivan al
conflicto" (Usuario
CeSAC).
"Creo que
socialmente se los pone como modelo y a la vez como el cordero del
sacrificio" (Psicólogo,
Hospital de Comunidad).
"No es de machito
ir al médico: va al médico el que tiene problemas o es
débil; eso también es un condicionante muy fuerte, cada
vez más fuerte" (Médico
Pediatra, Hospital de Comunidad)
Afortunadamente hay quienes
están trabajando para promover nuevos modelos que incorporen a
los varones adolescentes en la prevención y la promoción
de la salud propia y de lxs demás:
"Hacer con
creatividad, sentido común, no con una cuestión
policial de perseguirlos sino de enseñarles a cuidarse mejor"
(Psicólogo, Hospital de Comunidad).
"Aprovechamos los
aptos médicos para el colegio para hacer una entrevista de
salud integral"
(Médica generalista, CESAC).
Algunxs profesionales
reconocen que el sistema de salud está diseñado para su
usuaria más habitual: la mujer cuidadora. Está
habituado a las mujeres como mediadoras con el sistema de salud, y
aunque lo identifican, asumen la dificultad para cambiar.
"Las políticas
de salud no están muy dirigidas al varón, siempre es
materno infantil. No es paterno infantil, es materno infantil,
además, cuando ya no sos niño, no entrás"
(Médica Hebiatra, CeSAC).
Estos modos de
subjetivación generizados (Tajer, 2020), que interiorizan los
mandatos sociales ligados a la distribución por género
de las tareas de cuidado tiene efecto en la toma de decisión
vocacional y ocupacional, que establecerá preferencias a la
hora de elegir una carrera o postularse para un empleo. Motivo por el
cual las mujeres aún se inclinan más fuertemente que
los varones por las ocupaciones y profesiones basadas en las
necesidades sociales de cuidados. Por lo tanto, si tenemos interés
en una distribución más democrática de esta
necesidad social, es preciso poner foco también en las
infancias y en las crianzas.
Cuidados,
género y pandemia. Lo que el Covid 19 puso en evidencia
Durante la pandemia muchos
de estos temas de larga data se amplificaron, al suspenderse el poder
contar con las redes más extensas de cuidado, incluyendo las
institucionales, como la escuela. En ese contexto, la sobrecarga a un
sector de la sociedad, como las mujeres madres con niñxs
chicxs, aumentó. El ideal de que se entretengan con
actividades acordes a la edad y que puedan realizar a su vez la
educación online, mientras las familias continuaban
trabajando, fue y está siendo complejo.
La pandemia hizo su entrada
en una sociedad que aún no había repartido las tareas
de cuidado de manera equitativa entre mujeres y varones, lo cual hizo
eclosión en las mujeres subjetivadas aún en el modelo
patriarcal (Tajer, 2020b). Presentando tensiones internas al ideal de
la maternidad contemporánea: que da cultura, que da
entretenimiento, que da producción de subjetividad, al mismo
tiempo que se desarrolla profesionalmente. Tnsión que se
incrementa en momentos de crisis, por el aumento de la carga de las
tareas de cuidado y de reproducción social.
La crisis sanitaria
evidenció además que, aun en las relaciones más
democráticas de pareja, "la agenda" de lxs niñxs
siempre está en la cabeza de la mujer. Los varones que
participan reportan, hacen, pero las mujeres son aún las
"secretarias ejecutivas" de las familias, teniendo en la
cabeza la agenda de todo el mundo.
Otro aspecto de la
organización social de los cuidados que estalló en
pandemia ha sido la evidencia de la importancia social de los
sistemas de salud y de educación y la poca protección y
retribución acorde a su importancia social que tienen quienes
trabajan en ambos sistemas. Nuevamente los cuidados son esenciales,
están invisibilizados o solo se ven cuando no están y
no están remunerados de acuerdo con su valor social.
Y lo que también
salió a la luz es que personas que acuerdan en que quienes
cuidan se cuiden no tienen respaldo de cuidados para sostener todo
este tipo de cuestiones.
Lo mismo aconteció
con el cuidado de adultxs mayores, grupo de gran vulnerabilidad en
esta pandemia que cayó fundamentalmente en manos femeninas con
poca posibilidad de cuidado en los primeros tiempos por cuidadorxs
profesionales. Lo
cual incrementó la sobrecarga, porque las epidemias
incrementan las necesidades de lo que se llama cuidados domésticos,
que son todas las tareas de reproducción social, y cuando
aumentan las personas que las hacen se exponen más a tener
sobrecarga y, por supuesto, es peor su salud porque se cansan más
y están más expuestas al virus porque circulan más.
Por otro lado, la paradoja
es que pareciera ser que este virus biológicamente afectó
más a los varones. La tasa de letalidad en varones registrada
en los primeros tiempos fue el doble que la de mujeres. Por lo tanto,
se observa que lo que tiene que ver con el impacto social de la
enfermedad y la exposición a la vulnerabilidad por el desgaste
y por el tipo de tareas afecta más a las mujeres, mientras que
la determinación biológica afecta más a los
varones.
Las epidemias muestran las
tramas que existen en lo social y, parte de la trama, son las
relaciones de género. Voy a dar algunos ejemplos que fueron
públicos de cómo operan las relaciones de género
y su interiorización en las conductas de cuidado y
autoatención observadas en la pandemia.
En pleno comienzo del
confinamiento se hizo pública la actitud de un varón de
mediana edad que no se quiso autoaislar después de haber
vuelto de un viaje al exterior. El vigilador del edificio intentó
detenerlo y fue golpeado. Ahí se observa un tipo de impunidad
incorporada que tiene matriz interseccional de género y clase
que se puede expresar en las siguientes enunciaciones: "Yo no
me cuido y no cuido" y "¿vos quién sos
(varón de clase trabajadora) para detenerme y coartar mi
libertad?". Y ahí se observa el modo en el cual la
masculinidad y las clases hegemónicas impactan el sistema de
cuidados en sus modos de producción de subjetividad.
Otro ejemplo de hegemonía
de clase combinada con desigualación de género es el de
una mujer de mediana edad de Uruguay, que volvió de Europa en
marzo 2020, no se autoaisló, fue a una fiesta de 500 personas,
fue a la peluquería y estuvo con la mamá de 84 años
y se convirtió en una "contagiadora serial". Aquí
se muestra el modo en el cual para una mujer tradicional de clase
media- alta, el tema de la agenda social "no se suspende por
pandemia", más allá del cuidado del otro y del
autocuidado. Hace unos años, al trabajar género y
construcción de la vulnerabilidad coronaria (Tajer, 2009)
habíamos detectado ese tipo de comportamiento, pero para un
tipo de problema en salud que solo perjudicaba a quien lo porta,
porque no es contagioso. Nos había referido una entrevistada
cardióloga el caso de una mujer que empezó con dolores
de pecho por la mañana, pero como tenía una cena muy
importante en la que ella era anfitriona esa noche, postergó
su consulta, recibió a todo el mundo y al otro día fue
a atenderse. Había cumplido su rol social mientras cursaba un
infarto y estaba en riesgo (Tajer et al., 2013). Otro cruce de
género, clase y cuidados que se evidenció en la
pandemia fue el caso de una cuidadora de comedores comunitarios que
pertenecía a un grupo de riesgo para Covid, mujer de sector
popular que no dejó de atender el comedor popular, cumpliendo
su rol de cuidadora aun cuando se le fue la vida en ello.
También hemos visto
diversas situaciones de las fuerzas de seguridad que debían
cumplir funciones de cuidado mal utilizando su rol aumentado por la
pandemia, aprovechándose para maltratar personas del colectivo
LGTBI+.
A
modo de conclusión, podemos señalar que entramos en la
pandemia tal como ya éramos previamente como sociedad en
términos de cuidados y género. Con varones no
subjetivados aun en la lógica del cuidado de sí y de
los demás y con una sobrecarga en mujeres que se vio
aumentada. Hemos visto en las casas y en las calles que las mujeres
acatan más que los varones las recomendaciones médicas
y de expertxs sobre las medidas para prevenir la expansión del
Covid (distancia social, uso de barbijo, mantenimiento de higiene,
prestar atención a necesidades de salud de otrxs, frecuencia
del lavado de manos, presencia en la primera línea de las
actividades esenciales, entre otras). Esto ha sido observado y
contabilizado en investigaciones. En EE.UU. donde no era de uso
obligatorio pero sí recomendado, se ha observado que las
mujeres usan más barbijo (57%) que los varones (42%) (World
Economic Forum 2020). Lo cual coincide con la observación en
nuestro medio local.
Todo esto nos lleva a
considerar que toda estrategia de cuidados debe incorporar esta
información para contar con mensajes específicos para
cada población, que incluya la perspectiva de género y
subjetividad, así como una propuesta que incluya redes
comunitarias, tendiendo a una desfamiliariarización (Ceminari
& Stolkiner, 2018), democratización, jerarquización
y profesionalización de los cuidados.
Notas
de autor
1.Este concepto se usa para
identificar cómo diferentes categorías de
discriminación, construidas social y culturalmente,
interactúan en múltiples y, con frecuencia, simultáneos
niveles, contribuyendo con ello a una sistemática desigualdad
social entre las cuales podemos ubicar el género, la etnia, la
clase u orientación sexual entre otras categorías de
desigualación social. Las cuales, lejos de ser "naturales"
o "biológicas", son construidas y están
interrelacionadas..
2. Lo cual ha sido trabajado
por los Estudios Queer, rama académica del movimiento LGTTBI+
que trabaja académicamente los estudios sobre la diversidad
sexual e identitaria.
3. A
excepción de nuestra Facultad de Psicología de la UBA
que tiene una Cátedra de Estudios de Género desde 1987
fundada por Ana María Fernández y desde 2013 a mi
cargo.
4. Nos
referimos al hecho de que las especialidades médicas que
utilizan mayor cantidad de tecnología suelen fundamentalmente
en mercado privado recibir mayor retribución, pues cobran la
consulta y la práctica.
5. Esta
diferencia entre prácticas en salud mano de obra intensiva y
prácticas de salud capital intensiva es una distinción
que se encuentra en detalle en los aportes del sanitarista argentino
José Carlos Escudero.
6. Recuerdo un alumno que
luego de leer la primera versión de este texto (2012) me
refería que tuvo que hacerse una cirugía de miopía
en un centro especializado y que ya utilizando "anteojos de
género" se había dado cuenta al leer la pizarra
que todo el plantel profesional de dicha clínica era
masculino.
7. Según nos refería
de forma confidencial un informante clave de una investigación,
directivo de una institución muy importante privada, a igual
currículum prefieren contratar un varón que una mujer.
8.
IV Programa Cuatrienal de la Fundación Europea para la Mejora
de las Condiciones de Vida y de Trabajo "Cuidado familiar de
las personas de edad avanzada en la Comunidad Europea" (1993).
9.
Usamos en varias partes del texto el concepto de autocuidado porque
proviene de estudios que utilizan esa categoría. Desde la
Salud Colectiva en la actualidad preferimos el concepto de
auto-atención (Ménendez, 2003) -a fin de diferenciarlo
del de auto-cuidado, ligado a la biomedicina- el cual incluye además
del individual, otros niveles de análisis tales como las
condiciones materiales de existencia y los modos de vida. La
auto-atención implica representaciones y prácticas que
la población usa a nivel individual y grupal para explicar,
diagnosticar, atender, curar y prevenir procesos que afectan su salud
(Michaelewicz et al., 2015).
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