El
estudio de las emociones ha capturado la atención de numerosos
investigadores en las últimas décadas. Este fenómeno
se encuentra impulsado, entre varias razones, por los avances en las
técnicas de medición e inducción emocional. El
creciente interés en el estudio de las emociones es evidente
en la evolución del número de publicaciones en esta
área. Esto puede observarse de manera grafica en la Figura 1
{ver figura 1}. Tras realizar una búsqueda de las
investigaciones que involucran estímulos emocionales en la
base PubMed, se puede observar un incremento significativo en las
investigaciones sobre desde 1990 hasta principios de la década
del 2020. Este aumento se debe a varios factores, entre los que se
incluyen los avances tecnológicos que han permitido mediciones
más precisas de las emociones, la interdisciplinariedad del
campo, y la relevancia práctica de comprender cómo las
emociones afectan diversos procesos cognitivos y comportamentales.
Además, la adaptación cultural de estímulos
emocionales ha sido crucial para llevar a cabo investigaciones más
precisas y culturalmente relevantes.
Pese
al interés actual, el estudio de las emociones continúa
presentando una serie de preguntas que es necesario responder a la
hora de abordar su estudio. Uno de ellos reside en el problema de la
definición, dado que aún no es posible hallar consenso
en torno a qué es una emoción.
La
emoción puede definirse como una respuesta psicológica
y fisiológica a estímulos que tienen significado
personal o social. Las emociones no solo son experiencias subjetivas,
sino que también incluyen componentes fisiológicos,
comportamentales y cognitivos. Los estímulos afectivos son
aquellos que tienen el potencial de inducir estados emocionales en
los individuos (Harmon-Jones
et al., 2017).
Estos pueden ser visuales, auditivos o incluso multisensoriales, y se
utilizan ampliamente en la investigación para estudiar las
respuestas emocionales y su impacto en la cognición.
Otro
de los problemas se encuentra a la hora de determinar cómo se
clasifican las emociones con el objetivo de explicar su estructura y
funcionamiento (Sohn, 2011). Existen dos grandes perspectivas en
torno a la clasificación de las emociones: una perspectiva
discreta o de las emociones básicas, y otra dimensional, en la
que la respuesta emocional se encuentra caracterizada por dos o más
dimensiones, siendo las dimensiones más estudiadas la valencia
y la activación (Bujarski et al, 2015; Yarrington &
Craske, 2024).
El
enfoque discreto considera las emociones como categorías
básicas, es decir, respuestas específicas con
características distintivas que las diferencian entre sí
(Power, 2006). Ejemplos claros de este enfoque son las emociones
básicas propuestas por Ekman (1992): miedo, alegría,
ira, asco, tristeza y sorpresa. Este modelo asume que cada emoción
tiene un propósito evolutivo y cumple funciones específicas
para la supervivencia. Sin embargo, presenta dos limitaciones
importantes. La primera es el número de emociones básicas
incluidas, que varía según el paradigma y el tipo de
emoción evaluada; algunas teorías proponen seis
(Levenson, 2011), mientras otras identifican siete (Ekman, 1992),
ocho (Plutchik, 2001) o hasta doce emociones básicas (Izard,
1992). Además, las medidas de las diferentes emociones básicas
suelen estar interrelacionadas. Por ejemplo, la tristeza y el enojo
pueden agruparse en una única medida de afecto negativo
(Hamann, 2012).
En
el enfoque dimensional, las emociones se clasifican según
distintas dimensiones que definen la respuesta afectiva (Bradley,
Cuthbert, & Lang, 1996; Harmon-Jones et al., 2017; Lang, Bradley,
& Cuthbert, 1995). A diferencia del modelo discreto, este enfoque
entiende las emociones como entidades que se distinguen entre sí
según su posición en estas dimensiones. La principal
ventaja de las propuestas dimensionales es que pueden explicar una
amplia gama de estados emocionales y ofrecer un sistema de
clasificación que permite identificar similitudes y
diferencias entre emociones. Por ejemplo, una respuesta afectiva
puede caracterizarse por un bajo nivel de agrado y un alto nivel de
activación.
Un
enfoque altamente difundido dentro de esta perspectiva es el modelo
dimensional de Lang (1995). Desde su mirada, Lang entiende a las
emociones como una predisposición
para la acción.
Es decir, aquello que se despliega tas la percepción de un
estímulo y que prepara al organismo para responder. Esta
respuesta se basa en la activación de tres sistemas
organizados jerárquicamente: el inferior fisiológico,
el intermedio motor y el superior cognitivo (Bradley et al., 2007).
El sistema fisiológico interactúa de manera específica
con los sistemas nervioso y endocrino en respuesta a ciertos
estímulos. El sistema motor recoge la información de la
respuesta fisiológica y ejecuta sub-rutinas que implican
acciones corporales predefinidas como huir o atacar. Finalmente, el
sistema de respuesta cognitivo combina las respuestas de los sistemas
fisiológico y motor, y asigna significado a la respuesta
afectiva. Esta respuesta se compone de tres dimensiones: dos que
forman la respuesta afectiva bidimensional (valencia afectiva y
activación, que explican gran parte de la variación en
la respuesta afectiva), y una tercera dimensión que es la
dominancia (Jerram
et al., , 2014; Watanabe & Yamamoto, 2015).
En
primer lugar, la valencia se refiere al grado de agradabilidad de un
estímulo, variando de lo altamente desagradable a lo
extremadamente agradable. Esta dimensión representa la
activación de sistemas motivacionales de aproximación y
evitación, y se la conceptualiza como la dimensión
crucial para la evaluación de la respuesta emocional (Imbir,
2016). La valencia también ha demostrado ser un factor
significativo en la lateralización del recuerdo afectivo,
influenciando la manera en que los recuerdos emocionales son
procesados en diferentes hemisferios cerebrales (Bradley et al.,
2007; Moek et al., 2020).
En
segundo lugar, si la valencia representa la dirección de la
respuesta afectiva, entonces la activación describe la
intensidad de la experiencia emocional, que oscila entre lo altamente
activante y lo calmo. Así la respuesta a un estímulo
cruento puede describirse como desagradable y excitatoria, mientras
que la reacción afectiva a una situación pacifica puede
ser agradable y calma. Investigaciones han mostrado que esta
dimensión está asociada con respuestas físicas
significativas, como cambios en la conductancia de la piel y la
frecuencia cardíaca durante la visualización de
imágenes afectivas (Lang, 1995).
Por
último, la dominancia refleja el grado de control que una
persona siente en una situación emocional. Aunque no es una de
las dimensiones más estudiadas, se ha identificado como un
componente esencial para describir completamente las respuestas
afectivas. Por lo tanto, una respuesta agradable y calmada también
se caracterizará por una alta sensación de control
frente a esa situación, mientras que en una respuesta
desagradable y activante, el individuo no se percibirá en
control (Jerram et al., 2014).
En
resumen, estas dimensiones se configuran como componentes clave para
entender la respuesta afectiva. Representan cómo los
individuos perciben y reaccionan emocionalmente ante diferentes
estímulos. Al analizar la valencia, la activación y la
dominancia, se puede indagar sobre la complejidad de las experiencias
emocionales y cómo estas influyen en el comportamiento y la
percepción. Esta comprensión es fundamental no solo
para la teoría emocional, sino también para
aplicaciones prácticas en áreas como la psicología
clínica y la educación. Para poder estudiar estas
dimensiones de manera efectiva es esencial contar con métodos
adecuados para elicitar emociones en un entorno controlado. Esto se
refiere a la capacidad de generar o provocar una respuesta emocional
específica mediante el uso de diversos estímulos, como
imágenes, música y palabras.
Estímulos
capaces de generar respuestas afectivas
La
habilidad de elicitar respuestas afectivas de forma confiable y ética
es tan importante como el desarrollo de sistemas que puedan detectar,
interpretar y adaptar el afecto humano (Moltó et al., 2013).
Existen distintos abordajes a la hora de elicitar emociones, cada uno
de ellos difiere en función de qué tanto implica al
sujeto en la situación experimental. Uno de los paradigmas más
utilizados se basa en la percepción de estímulos con
contenido emocional, como imágenes, palabras, clips de video y
sonidos (Lang y Bradley, 2007). El objetivo principal de esta
metodología es identificar estímulos que difieran
cuantitativamente en sus características tanto físicas
como afectivas y que puedan ser manipulados fácilmente. Uno de
los aspectos más importantes de este paradigma es que el
estímulo debe simular una situación de la vida
cotidiana sin generar rechazo ni producir el mismo efecto que tendría
el escenario real, algo a tener en cuenta cuando se trata de
estímulos desagradables (Moltó et al., 1999; 2013).
Esto permite a los investigadores observar y medir las respuestas
emocionales de los sujetos en un entorno controlado, sin la
interferencia de factores externos que podrían distorsionar
los resultados. Estos estímulos deben ser lo suficientemente
variados para cubrir un amplio espectro de respuestas afectivas, lo
que permite un análisis detallado y preciso de cómo
diferentes tipos de estímulos generan un amplio abanico de
repuestas emocionales.
El
uso de estímulos emocionales validados localmente es crucial
en la investigación psicológica y clínica. En
Argentina, la creación y validación de bases de datos
con estímulos normativos para la población local ha
permitido investigaciones más precisas y culturalmente
relevantes. En la Tabla 1 se mencionan los últimos conjuntos
de estímulos validados o confeccionados en población
local, tanto en niños y adolescentes como en adultos {ver tabla 1}.
Por
un lado, se encuentran las imágenes del IAPS (International
Affective Picture System), desarrollado por el Centro para el Estudio
de la Atención y la Emoción en la Universidad de
Florida. Esta base de estímulos incluye aproximadamente 1200
imágenes en color que representan una amplia gama de
situaciones. El contenido de estas imágenes varía entre
diferentes categorías semánticas, abarcando desde lo
agradable a lo desagradable, lo activante a lo calmado, y lo
controlable a lo incontrolable, incluyendo también situaciones
neutras. Esta diversidad permite estudiar cómo distintos tipos
de estímulos visuales afectan las respuestas emocionales de
los individuos, proporcionando una herramienta valiosa para la
investigación en psicología afectiva. Las imágenes
cubren diversas categorías, incluyendo escenas naturales,
eventos cotidianos, y situaciones extremas, proporcionando una
herramienta versátil para la investigación emocional.
Esta
base es de las más utilizadas debido a su facilidad para
manipular los estímulos. Además, permite replicar y
comparar resultados entre diferentes estudios y laboratorios a nivel
mundial. En Argentina se dispone de datos normativos para todas las
imágenes de la base (Estrada et al., 2016; Irrazabal et al.,
2015; Irrazabal & Tonini, 2020; 2023), así como para 60
imágenes en niños y adolescentes (Mina et al., 2017).
Esta herramienta cuenta con evidencia sobre su utilidad para generar
respuestas emocionales medidas a través de autoinformes y
registros físicos, como la conductancia de la piel, la
variabilidad de la frecuencia cardíaca y la actividad
cerebral. Esta versatilidad y estandarización hacen del IAPS
una herramienta invaluable para comprender cómo diferentes
estímulos afectan las respuestas emocionales.
Otra
de las herramientas más utilizadas son las palabras afectivas
que se encuentran en la base ANEW (Affective Norms for English
Words). El ANEW fue desarrollado para proporcionar una base de datos
de palabras en inglés con normativas afectivas. Incluye 1034
palabras evaluadas en términos de las tres dimensiones
afectivas (valencia, activación y dominancia) y son evaluadas
mediante el SAM, tal como sucede con el IAPS. En Argentina se
encuentra adaptada el español rioplatense en su totalidad
(Sarli y Justel, 2021).
El
LATEMO-E (Michelini et al., 2019) es un conjunto de 28 cortometrajes
desarrollados en el país en el año 2019 para inducir
emociones en adultos. Estos fragmentos de filmes (4 fragmentos para
cada emoción) fueron cuidadosamente seleccionados y validados
para provocar una variedad de respuestas emocionales, que pueden
caracterizarse tanto desde modelos dimensionales como desde modelos
discretos. Uno de los aspectos a destacar de esta herramienta es que
se confeccionó con población local y que se trata de un
recurso audiovisual en español latinoamericano. Su desarrollo
demostró ser útil para inducir varias categorías
de emociones y junto con los estímulos también se
aportan sus datos normativos.
El
IADS 2 y el IADS-E surgen como un complemento a las imágenes
del IAPS y entre ambas herramientas aportan más de 900 sonidos
afectivos organizados en torno a las tres dimensiones antes
mencionadas. Los sonidos varían desde sonidos de la naturaleza
hasta ruidos humanos, mecánicos, efectos especiales y
situaciones de la vida cotidiana como alarmas, automóviles y
vocalizaciones. Esta clase de estímulos no se utilizó
mucho en el pasado debido a la dificultad en torno a su manipulación,
un problema que hoy en día ya se encuentra saldado producto
del avance tecnológico. En Argentina, se cuenta con datos
normativos para los 167 sonidos del IADS-2 y para 180 sonidos del
IADS-E (Tonini et al., 2024), lo que los convierte en una buena
opción al considerar estímulos dinámicos.
Por
último, resulta importante destacar cómo es posible
medir las respuestas causadas por los conjuntos de estímulos
descriptos anteriormente. Fakhrhosseini y Jeon (2017) describen
varias maneras de medir la respuesta emocional, destacando las
medidas fisiológicas, subjetivas y neurológicas. Las
medidas fisiológicas incluyen la conductancia de la piel, la
variabilidad de la frecuencia cardíaca y la electromiografía
facial (EMG), que evalúan la actividad autonómica y
muscular en respuesta a emociones. Las medidas neurológicas,
como la resonancia magnética funcional (fMRI) y la
espectroscopia funcional de infrarrojo cercano (fNIRS), observan la
actividad cerebral.
Las
medidas subjetivas, centradas en autoevaluaciones de los
participantes, utilizan cuestionarios estandarizados como el
Self-Assessment Manikin (SAM, Bradley & Lang, 1994) y diarios de
emociones, permitiendo reflejar la intensidad y cualidad de las
experiencias emocionales. El SAM es una técnica de evaluación
pictórica no verbal que mide directamente el placer, la
activación y la dominancia asociados con la reacción
afectiva de una persona a una variedad de estímulos. Es fácil
de usar, rápido y ha sido validado para su uso con diferentes
poblaciones, incluyendo niños y personas con trastornos del
lenguaje. Los sujetos colocan una 'X' sobre cualquiera de
las cinco figuras en cada escala, o entre dos figuras, creando una
escala de 9 puntos para cada dimensión. A diferencia del
Diferencial Semántico (Russell
and Mehrabian, 1974),
que requiere 18 evaluaciones diferentes por estímulo, el SAM
es mucho más rápido y sencillo, proporcionando
evaluaciones más consistentes de la dominancia, reflejando
mejor el control personal percibido en una situación.
Reflexiones
finales
El
desarrollo y la validación de bases de datos de estímulos
emocionales en Argentina representan un avance significativo para la
investigación psicológica. La disponibilidad de estos
recursos permite estudios más precisos y culturalmente
relevantes, ofreciendo nuevas oportunidades para explorar la
interacción entre emociones y cognición tanto dentro
del laboratorio como en otros entornos. A esto se le suma que hoy en
día se cuenta con herramientas que permiten la manipulación
de esta clase de estímulos, haciendo más accesible su
uso en diversas plataformas y contextos de investigación.
Estas herramientas incluyen software de presentación de
estímulos, plataformas de recopilación de datos en
línea y aplicaciones móviles, que facilitan su
implementación a gran escala.
No
obstante, aún quedan otros tipos de estímulos que
pueden ser validados o desarrollados para ampliar el abanico de
recursos disponibles. Entre ellos se encuentran las baterías
de imágenes de comida, que pueden ser utilizadas para estudios
sobre el apetito y la alimentación (Miccoli et al., 2014);
situaciones eróticas, importantes para investigar la
sexualidad y las respuestas afectivas relacionadas (Prantner et al.,
2024); emojis, que representan una forma contemporánea y
universal de comunicación emocional en la era digital (Kaye et
al., 2021); y GIFs, que combinan imágenes y movimiento para
capturar reacciones emocionales de manera dinámica y atractiva
(Cowen & Keltner, 2017). La validación de estos estímulos
no solo aumentaría la precisión y relevancia cultural
de las investigaciones, sino que también proporcionaría
una mayor diversidad de herramientas para estudiar las emociones
humanas en contextos variados y realistas. Este enfoque integral no
solo enriquecería la investigación en psicología,
sino que también podría tener aplicaciones prácticas
en campos como la publicidad, la educación y la salud mental,
donde la comprensión y manipulación de las emociones
son fundamentales.
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