Introducción
La
manera de procesar y regular las emociones afecta el procesamiento
cognitivo, el comportamiento y el bienestar de las personas. La
evidencia muestra que si las respuestas emocionales son intensas,
extensas o se producen en momentos inadecuados, pueden volverse
disruptivas e interferir en la vida cotidiana del sujeto. En este
tipo de situaciones se vuelven necesarios procesos complementarios
que permitan el control y regulación de la emoción.
Así, la regulación emocional puede ser definida como la
sumatoria de procesos, tanto extrínsecos como intrínsecos,
que se orientan a iniciar, mantener, monitorear, modular o modificar
las reacciones emocionales de las personas, sea en su ocurrencia,
valencia, intensidad o duración, con el propósito de
alcanzar determinado objetivo específico. Las dificultades
para regular eficazmente las emociones cotidianas prolongan los
efectos del malestar e intensifican la negatividad asociada a las
emociones displacenteras. La literatura muestra que quienes reportan
mayores dificultades para regular sus emociones, tienden a
experimentar mayores niveles de malestar y resultan más
vulnerables a presentar psicopatologías de diverso tipo. En
este capítulo se revisan algunas definiciones y modelos sobre
la regulación emocional en adultos, las funciones
instrumentales y hedónicas que cumple este mecanismo y las
evidencias de los efectos sobre la salud mental y el bienestar.
También se destaca la especificidad contextual del manejo de
estrategias para la adaptación al entorno así como
líneas futuras de investigación en esta área.
¿Qué
es la regulación emocional y qué funciones cumple?
Las
emociones han sido objeto de estudio en el ámbito científico
debido a su evidente valor adaptativo, ya que le permiten al
individuo responder eficazmente a las demandas del entorno, a través
de respuestas coordinadas que involucran el dominio subjetivo,
fisiológico y comportamental. Sin embargo, cuando se presentan
en momentos inapropiados o con una intensidad desproporcionada en
relación con la situación, pueden obstaculizar las
metas del sujeto y, en último término, su ajuste al
entorno (Gross & Thompson, 2007). Por ello, cobra relevancia el
concepto de regulación emocional (RE), posibilitado por el
carácter maleable de las emociones.
La
RE puede definirse como el conjunto de procesos mediante los cuales
las personas influyen en las emociones que experimentan, cuándo
las tienen y cómo son expresadas (Gross, 2014). Este concepto
no se limita a la inhibición de emociones, sino que incluye
toda una serie de mecanismos que permiten modularlas, es decir,
prevenir, incrementar, inhibir, sostener o promover reacciones
emocionales. Para que este proceso regulatorio pueda desarrollarse se
torna necesaria la activación de un objetivo específico,
es decir, una meta que guíe la RE. Este objetivo puede ser más
o menos explícito: en algunos casos, implica procesos
deliberados y esforzados, mientras que en otros puede involucrar
mecanismos implícitos, que ocurren de forma automática
y sin esfuerzo consciente (Mauss et al., 2007). Implica, además,
la puesta en marcha de un proceso, lo que supone la implementación
de una o más estrategias para alcanzar el objetivo propuesto;
y, finalmente, un resultado sobre la emoción: la modificación
de su intensidad, duración o valor en los distintos dominios.
Tradicionalmente
se sostenía que la RE respondía principalmente a
objetivos hedónicos, es decir, a la disminución de los
estados emocionales negativos y al aumento de los positivos (Larsen,
2000). Sin embargo, propuestas más recientes reconocen que las
personas pueden estar motivadas también por objetivos
instrumentales o utilitarios, siendo en estos casos la RE un medio
para lograr otro objetivo (Gross, 2015). Así, una persona
podría buscar reducir una emoción positiva en busca de
otro objetivo personal, por ejemplo, no mostrarse excesivamente
entusiasmado frente a una buena oferta laboral para dar una imagen
profesional en una entrevista; o aumentar una emoción
negativa, como incrementar el enojo en caso de tener que realizar un
reclamo. Asimismo, la RE puede ser intrínseca, en la medida en
que se buscan regular las propias emociones, o bien extrínseca,
cuando el objetivo es la modulación de los estados emocionales
de otras personas. También, una sola acción puede
cumplir funciones regulatorias tanto intrínsecas como
extrínsecas, por ejemplo, durante una discusión una
persona podría respirar profundamente y hablar con calma para
regular su enojo y, al mismo tiempo, esto podría reducir la
intensidad emocional de su compañero.
Por
otro lado, es necesario delimitar el concepto de RE para
diferenciarlo de otros términos fronterizos que a menudo se
solapan y utilizan de manera intercambiable, generando inexactitudes
conceptuales. En líneas generales, la RE forma parte de un
término más amplio, la regulación del afecto,
que se refiere a los esfuerzos por influir en las respuestas
valorativas. La regulación del afecto involucra el
afrontamiento y la regulación del ánimo (Gross, 2015).
Mientras que el rasgo definitorio de la RE es la activación de
un objetivo para influir en la trayectoria de la emoción, el
afrontamiento se enfoca predominantemente en la disminución
del afecto negativo, y abarca períodos de tiempo más
extensos. La regulación del ánimo, por su parte,
también hace referencia a períodos de tiempo más
prolongados y no suele ir dirigido a un objeto o target
específico como las emociones. Por último, es preciso
diferenciar la RE de la inteligencia emocional, que se refiere a las
diferencias individuales con respecto a cómo los individuos
identifican y utilizan sus propias emociones y las de los demás
(Peña-Sarrionandia et al., 2015).
Los
modelos de regulación emocional más difundidos
Entre
los modelos teóricos contemporáneos de RE, el Modelo de
Proceso de la Regulación Emocional propuesto por Gross (2015)
se destaca como el más influyente a nivel de la psicología
básica y aplicada.
El
mismo se basa en el Modelo Modal de la Emoción (Gross &
Thompson, 2007), que detalla el proceso de generación de las
emociones, postulando que una emoción inicia, como punto de
partida, con una situación psicológicamente relevante
para el sujeto, que puede ser externa (del ambiente) o interna (un
pensamiento). A continuación, el individuo dirige su atención
hacia la situación y realiza una evaluación de la
misma, ponderando su relevancia y valencia para, finalmente, brindar
una respuesta (una emoción) que involucra cambios
fisiológicos, subjetivos y comportamentales. Asimismo, las
respuestas pueden modificar la situación inicial.
El
Modelo de Proceso de la RE sugiere que cada uno de estos procesos
involucrados en la generación de emociones puede ser target
para
la regulación. Así, propone un conjunto de cinco
estrategias {ver figura 1}: la Selección
de la situación
(aproximarse o evitar una situación en función del
impacto emocional que puede suscitar);
la Modificación
de la situación (realizar
cambios en la situación para modificar la reacción
emocional); el Despliegue
atencional
(dirigir la atención a un aspecto específico para
influir en las emociones); el Cambio
cognitivo
(cambiar la forma en que se interpreta o valora la situación);
y la Modulación
de la respuesta
(modificar las respuestas emocionales en los distintos dominios).
Otra
propuesta teórica relevante es la de Garnefski et al. (2001),
para quienes la RE abarca respuestas de tipo biológico, social
y comportamental, así como procesos cognitivos conscientes e
inconscientes. Su modelo se enfoca en la gestión de las
emociones negativas a través de procesos cognitivos
conscientes. Sugieren nueve estrategias que las personas suelen
implementar para modificar sus reacciones emocionales frente a
sucesos negativos o displacenteros: Autoculparse
(culparse
a uno mismo por la situación); Culpar
a otros (atribuir
la responsabilidad del evento a los demás); Rumiación
(persistir
en los pensamientos y sentimientos asociados a la experiencia
desagradable); Catastrofización
(exagerar cognitivamente las consecuencias negativas del evento);
Poner
en perspectiva
(disminuir o relativizar la gravedad de lo sucedido al compararlo con
otras situaciones); Focalización
positiva
(centrarse en pensamientos y situaciones alegres y agradables en
lugar de lo ocurrido); Reinterpretación
positiva
(reflexionar
sobre el aprendizaje personal positivo derivado de la experiencia);
Aceptación
(aceptar que el evento negativo ha ocurrido); y Focalización
en los planes (elaborar
un plan para enfrentar el evento negativo). Las primeras cuatro
estrategias se consideran desadaptativas, en función de su
vinculación usual en la literatura con la presencia de
psicopatología, y las restantes son consideradas estrategias
adaptativas (Garnefski & Kraaij, 2016).
Además
de ser susceptibles de modulación a través de procesos
cognitivos, las emociones también pueden regularse
comportamentalmente. El modelo de RE comportamental de Kraaij y
Garnefski (2019) complementa el modelo cognitivo, proponiendo seis
estrategias: Buscar
distracción
(distraerse del evento estresante realizando alguna actividad);
Aproximación
activa
(comportamiento activo para afrontar el evento estresante); Buscar
apoyo social
(pedir apoyo a otros, compartir activamente emociones); Ignorar
el problema
(eludir la situación adversa, actuando como si no hubiese
ocurrido); y Retirada
(alejarse de la situación). En este caso, las primeras tres
estrategias se considerarían adaptativas, y las dos restantes
desadaptativas (Kraaij & Garnefski, 2019).
Los
modelos teóricos reseñados ofrecen diferentes
perspectivas sobre la manera en la que las personas regulan sus
emociones instrumentalizando variadas estrategias. En su conjunto,
facilitan la comprensión de los procesos emocionales,
proporcionando un marco de referencia para la delimitación de
intervenciones eficaces.
Estrategias
de regulación emocional, psicopatología y salud mental
A
continuación, basándonos en el Modelo de Proceso de la
Regulación Emocional (Gross, 2015), destacaremos algunas de
las principales estrategias de RE abordadas por la literatura, así
como sus relaciones con la salud mental y el bienestar.
Estrategias
de selección de la situación
Seleccionar
una situación implica elegir o evitar algunas actividades,
personas o lugares en función de su impacto emocional. Este
momento del Modelo de Proceso abarca un grupo de estrategias que
implican el punto de inicio en el proceso de RE, dado que afecta la
situación a la que está expuesta una persona, y da
forma a la RE en una etapa temprana. Tomar decisiones y elegir las
situaciones, se ha considerado una de las estrategias más
eficaces dado que implica tomar acciones que afectan el encuentro con
el evento indeseable. Por ejemplo, no asistir al cine a ver películas
de terror, si existe temor a ese tipo de films. Otros ejemplos,
incluyen evitar el encuentro con alguien agresivo, ver una película
de humor luego de un día duro o buscar algún amigo con
quien poder llorar o desahogarse. La selección de la situación
implica de este modo una comprensión de las características
de las situaciones y también del monitoreo y previsión
de las propias reacciones emocionales.
Dos
de las estrategias de selección de la situación
mayormente estudiadas son la confrontación y la evitación.
Por un lado, la confrontación implica elegir enfrentar una
situación a pesar de las emociones negativas que
potencialmente podría suscitar. Esta estrategia es
particularmente eficiente si es probable que la situación
traiga beneficios a largo plazo. Por ejemplo, rendir exámenes
orales en general induce emociones negativas a corto plazo, pero
evitar todo tipo de exámenes orales, puede resultar
perjudicial a largo plazo si el sujeto está realizando una
carrera universitaria. En esta línea dos amplios metanálisis
(Aldao et al., 2010; Sulz & Fletcher, 1985) confirman que, si
bien la confrontación a menudo produce emociones negativas a
corto plazo, es una estrategia eficiente para maximizar la felicidad
y la salud mental a largo plazo.
Por
otro lado, la evitación implica escapar de la situación
en su conjunto. En general si es poco probable que enfrentar la
situación conlleve beneficios, y no hay efectos secundarios ni
obstaculiza el logro de objetivos, puede resultar una buena
estrategia. Sin embargo, si la situación y despliegue
regulatorio no es de este modo, lo más probable es que se
torne disfuncional. En esta línea, la evidencia indica que la
utilización de la evitación de manera sostenida implica
una disminución del bienestar, y contribuye incluso a
trastornos específicos tales como la ansiedad social (Dryman &
Heimberg, 2018).
Estrategias
de modificación de la situación
La
modificación de la situación abarca las estrategias
destinadas a cambiar la situación que genera la emoción,
de modo que se altere su curso e impacto emocional. Por ejemplo, una
persona que se siente abrumada por las demandas de su trabajo, puede
tomarse descansos o establecer un plan de acción para cambiar
responsabilidades. Se ha prestado especial atención a tres
estrategias: la modificación directa de la situación,
la búsqueda de apoyo y la resolución de conflictos. La
modificación
directa de la situación
implica realizar acciones concretas que afectan directamente el
entorno (por ejemplo, estudiar y practicar para un examen). Esta
estrategia suele estar consistentemente vinculada con un mayor
bienestar y una menor presencia de psicopatología (Aldao et
al., 2010). La búsqueda
de apoyo
consiste en recurrir a otros o a una red de apoyo para enfrentar la
situación (por ejemplo, pedir ayuda a un colega para entregar
un proyecto o delegar tareas cuando el volumen de trabajo resulta
abrumador). Esta estrategia está relacionada con el uso de
redes de apoyo y el fortalecimiento de las relaciones sociales. La
resolución
de conflictos
se refiere a tomar medidas para resolver (o desactivar) una situación
conflictiva (como un desacuerdo laboral relacionado con las
responsabilidades). Es importante señalar que, aunque algunas
estrategias permiten alcanzar objetivos instrumentales (como ajustar
las responsabilidades laborales al salario), no siempre son eficaces
para abordar las dimensiones sociales del conflicto, como las
relaciones con compañeros de trabajo.
Si
bien las estrategias para modificar situaciones tienen un impacto
temprano en el proceso de generación de emociones, no siempre
es posible cambiar todas las circunstancias que las provocan (e.g.,
no podemos deshacernos de inmediato de un jefe autoritario). Por lo
tanto, en ocasiones es necesario recurrir a otras estrategias de RE.
Estrategias
de despliegue atencional
Las
estrategias ligadas al despliegue atencional implican la modificación
de aquella información a la que asignamos recursos
atencionales, entre las que se destacan en la literatura, la
distracción y la rumiación. La rumiación
se
refiere a la tendencia a enfocarse de manera repetitiva en
pensamientos y emociones negativas relacionados con un evento o
situación específicos. Se define como la producción
involuntaria y no controlada de pensamientos repetitivos sobre
aspectos personales negativos, así como sobre las causas,
consecuencias e implicaciones de un estado emocional negativo
(Nolen-Hoeksema et al., 2008). La evidencia sugiere que la forma en
que las personas manejan sus pensamientos y sentimientos durante
momentos difíciles influye en la gravedad y duración de
síntomas depresivos y ansiosos posteriores (Nolen-Hoeksema,
2000), ya que la rumiación dificulta la superación de
un estado de ánimo negativo y contribuye a prolongarlo
(Joorman, 2010; Koster et al., 2011). Además, esta estrategia
no conduce a una resolución activa de los problemas, sino que
mantiene a las personas atrapadas en sus preocupaciones sin tomar
medidas para solucionarlas. Como resultado, la rumiación se
asocia con estilos cognitivos disfuncionales, como atribuciones
negativas, actitudes poco adaptativas, neuroticismo y síntomas
característicos de la depresión (De Rosa & Keegan,
2018).
Por
otro lado, el uso de estrategias centradas en la distracción
implica
realizar actividades placenteras que desvían la atención
de los sentimientos negativos hacia experiencias más neutrales
o agradables, ya sea alejándose de la situación por
completo o alejándose de los aspectos emocionales de la
situación. De este modo, puede incluir el retiro físico
(e.g., taparse los ojos) o la redirección interna de la
atención (e.g., centrarse en los aspectos no emocionales de la
situación o pensar en otra cosa totalmente diferente).
Recurrir a un estilo de respuesta basado en la distracción
puede reducir las emociones negativas e incluso los síntomas
depresivos (Webb et al., 2012).
Estrategias
de cambio cognitivo
Las
estrategias centradas en el cambio cognitivo se enfocan en modificar
la manera en que pensamos para influir en cómo nos sentimos.
Este cambio puede referirse tanto a la interpretación de la
situación como a modificar los pensamientos acerca de nuestra
capacidad para gestionarla y resolverla. Cuatro tipos de estrategias
han sido mayormente estudiadas: la autoeficacia, la valoración
de desafío-amenaza, la reevaluación positiva y la
aceptación (Peña-Sarrionandia et al., 2015). La
autoeficacia
se
refiere a la confianza de una persona en su capacidad para manejar
una situación. Aumentar la autoeficacia puede conducir a una
reducción del afecto negativo. De manera semejante, la
valoración
de desafío-amenaza
alude a considerar las ganancias y pérdidas en una situación
adversa. Una situación se percibe como amenaza cuando alguien
percibe que la misma supera sus recursos o se enfoca en las pérdidas
potenciales u objetivas asociadas a esa situación. Mudar esta
percepción en un desafío mejora la forma en que las
personas se sienten sobre las situaciones negativas y suele redundar
en un mejor afrontamiento.
Por
su parte, la
reevaluación positiva
implica reinterpretar la situación o la propia respuesta de
manera más favorable. Esto puede consistir en buscar el
aspecto positivo a un evento, poner las cosas en perspectiva, o
normalizar una reacción emocional negativa dadas las
circunstancias. Estudios longitudinales, sugieren que las estrategias
de reevaluación reducen la intensidad y expresión de
emociones negativas (Brewer et al., 2016). La aceptación,
por otro lado, se refiere a asumir la situación tal como es
y/o la propia incapacidad para modificarla. Es particularmente útil
en situaciones que no se pueden cambiar o reevaluar fácilmente,
como las pérdidas significativas. La evidencia sugiere que
aceptar eventos negativos y las emociones asociadas resulta
beneficioso tanto a nivel psicológico (reduciendo las
emociones negativas) como físico (fortaleciendo el sistema
inmunológico y disminuyendo el dolor) (Aldao et al., 2010).
Estrategias
de modulación de la reacción emocional
El
conjunto de estrategias de modulación de la reacción
emocional se caracteriza por presentarse más tardíamente
en el proceso de generación de la emoción, una vez que
se han puesto en marcha las tendencias de respuesta. De esta manera,
se puede influir sobre los componentes experienciales, fisiológicos
y/o conductuales de la respuesta emocional. Una de las estrategias
más estudiadas de este grupo ha sido la supresión
de la respuesta emocional,
entendida como la inhibición de la expresión
comportamental de una emoción. Paradójicamente, esta
estrategia reduce las emociones positivas, pero no la percepción
subjetiva de las negativas, produciendo un incremento de la
activación fisiológica (Gross & Thompson, 2007).
Por lo tanto, aunque podría reducir la expresión
externa (y la experiencia subjetiva en el corto plazo), sería
menos efectiva en el largo plazo. De manera consistente, la
literatura científica reporta a la supresión emocional
como un factor de riesgo para el inicio y/o mantenimiento de un
variado número de cuadros psicopatológicos (Aldao et
al., 2010; Lincoln et al., 2022; Zou et al., 2024), especialmente en
trastornos internalizantes, como la ansiedad y la depresión.
Otra
estrategia que puede incluirse dentro del grupo de modulación
de la reacción emocional es la agresión,
ya sea física o verbal. Puede adoptar diferentes modalidades:
gritar, golpear objetos o personas, etc., y suele presentarse como
una manera de reducir la tensión corporal derivada de una
situación emocional. Si bien expresar las emociones suele
tener efectos beneficiosos para la salud mental y física,
cuando se presenta en forma de hostilidad puede tener efectos
físicos, psicológicos e interpersonales adversos
(Peña-Sarrionandia et al., 2015). Las personas que se
involucran en conductas agresivas suelen presentar problemas
externalizantes, tales como exhibir mayor comportamiento antisocial,
conducta problemática, sensación de falta de control y
falta de empatía; así como internalizantes, como
depresión e ideas suicidas (Ybrandt & Armelius, 2010). La
agresión puede ser dirigida hacia la propia persona, y en este
sentido las autolesiones sin intencionalidad suicida también
pueden presentarse con una función regulatoria, tanto
intrapersonal, al reducir la intensidad del malestar emocional, como
interpersonal, por ejemplo, al incrementar la atención por
parte del entorno (McKenzie & Gross, 2014). Sin embargo, por
supuesto, las autolesiones suelen acarrear consecuencias negativas en
el largo plazo.
Otra
estrategia, también vinculada con la presentación de
síntomas psicopatológicos, es el uso
de sustancias.
Refiere a un consumo exagerado de alcohol, drogas o psicofármacos
con el objetivo de anestesiar los pensamientos, emociones y/o la
activación fisiológica (Peña-Sarrionandia et
al., 2015). El uso crónico de sustancias se asocia al
desarrollo de problemas interpersonales, como mayor violencia en los
vínculos; e intrapersonales, como depresión,
involucramiento en conductas de riesgo, conducta suicida, entre otros
(Boles & Miotto, 2003; Swendsen & Merikangas, 2000;
Vijayakumar et al., 2011). De modo similar, recurrir a la ingesta de
alimentos o a los atracones (binge
eating)
puede cumplir esta misma función, brindando un alivio
emocional transitorio (Gross & Thompson, 2007).
Entre
las estrategias asociadas a un mayor bienestar psicológico se
encuentra el compartir
emociones,
es decir, comunicar a otros los acontecimientos o las emociones
asociadas. El efecto catártico que trae aparejado el compartir
las emociones con otros puede redundar en beneficios indirectos para
la salud mental, como el fortalecimiento de lazos sociales y el
intercambio de afecto y calidez. Sin embargo, el desahogo emocional
por sí solo no fomenta la recuperación emocional
(Peña-Sarrionandia et al., 2015).
El
ejercicio
físico
y la relajación
también
se encuentran dentro de este conjunto de estrategias de modulación
asociadas a la salud mental. Realizar ejercicio de manera regular se
asocia con mayor bienestar y menores síntomas de depresión
y ansiedad (Bernstein & McNally, 2018). Además de actuar a
nivel fisiológico, otros efectos que promueven un mayor
bienestar tienen que ver con la interacción social en los
casos de ejercicios grupales, el incremento de la autoeficacia y la
autoestima y la disminución de los pensamientos rumiativos
(Shafir, 2015). La relajación, por ejemplo, a partir del
control voluntario de la respiración, también
contribuye a reducir la activación fisiológica,
influyendo de esta manera en la respuesta emocional una vez que ya ha
sido desencadenada (Koole, 2009).
En
consonancia con lo antedicho, los individuos con mayor inteligencia
emocional recurren menos al uso de estrategias como la supresión
emocional, realizan más ejercicio físico y comparten
más sus emociones con otras personas (Peña-Sarrionandia
et al., 2015). La aplicación de estas entre otras estrategias
de RE les permite gestionar mejor sus emociones y aumentar su
bienestar y, en el largo plazo, su salud mental. Presentan, además,
una preferencia hacia formas más tempranas de RE (por ejemplo,
son más propensos a modificar la situación y no la
reacción una vez generada).
¿Estrategias
adaptativas y desadaptativas? Importancia del contexto
Diferentes
mecanismos de RE pueden tener diferentes consecuencias, tanto
inmediatas como a largo plazo. Como se mencionó en los
apartados anteriores, es usual que la literatura reporte que
determinadas estrategias específicas pueden considerarse
adaptativas, o desadaptativas (e.g., Kraaij & Garnefski, 2019).
Esto se postula en función de que lo más usual es que
el uso de ciertas estrategias de RE tienda a asociarse con mejores o
peores resultados (outcomes)
de adaptación al entorno y niveles de bienestar. Por ejemplo,
la supresión de la expresión emocional sería una
estrategia disfuncional o desadaptativa porque lo usual es que se
asocie a menor salud mental (e.g., Kaplow et al., 2014; Mauss &
Gross, 2004), mientras que la relajación progresiva supondría
una habilidad funcional o adaptativa (e.g., Dayapoğlu & Tan,
2012).
Sin
embargo, la adecuación de las distintas estrategias de RE
debería ser juzgada en función de las condiciones
particulares de la situación, las necesidades y
características puntuales de cada persona y los contextos en
los que fueron aplicadas (Gross & Thompson, 2007; Thompson &
Calkins, 1996). En este sentido, aunque ciertos mecanismos como la
relajación tienden a ser generalmente funcionales o
adaptativos, esto no implica que lo sean en todas las situaciones o
circunstancias en las que se pueden emplear. Por ejemplo, intentar
realizar una relajación progresiva cuando faltan diez minutos
para finalizar un examen resultará contraproducente,
dificultando el cumplimiento del objetivo (aprobar el examen).
Así,
aunque una gran cantidad de estudios se ha dedicado a indagar acerca
de los efectos positivos o negativos del uso de las distintas
estrategias de RE, debe también considerarse la especificidad
contextual, ya que las conclusiones globales sobre si una estrategia
es 'mejor' que otra pueden ser engañosas. De hecho,
cualquier estrategia de RE puede utilizarse para mejorar o empeorar
las cosas, dependiendo del punto de vista que se adopte, del
resultado de interés y de los detalles relativos al contexto.
Las estrategias "adaptativas" pueden no serlo en todas
las circunstancias, mientras que las "desadaptativas"
pueden resultar en ciertas ocasiones beneficiosas para algún
objetivo específico (objetivos instrumentales vs. hedónicos).
Al
respecto, un estudio realizado por Krys et al. (2020) en estudiantes
universitarios encontró que cuando la estrategia de rumiación
(usualmente considerada desadaptativa) se encuentra orientada a un
objetivo positivo (por ejemplo, objetivos académicos), su uso
frecuente puede redundar en un mejor rendimiento académico. De
forma semejante, la aceptación suele ser considerada una
estrategia de RE adaptativa que permite a las personas entender y
aceptar que un evento negativo efectivamente ha ocurrido y empezar a
afrontar las consecuencias del mismo (Wolgast et al., 2011). Ante
eventos que no pueden alterarse, como el fallecimiento de alguien
querido, la aceptación es una estrategia de innegable
importancia. Sin embargo, cuando se emplea ante sucesos que sí
pueden modificarse, como una pelea con una pareja, o una mala
evaluación laboral, la aceptación suele ser incluso
perjudicial, y dar lugar a pensamientos de desesperanza y a un menor
afrontamiento. Así es que, del-Valle et al. (2021) reportan
que un mayor uso de la estrategia de aceptación tiende a
asociarse con mayores síntomas de depresión, y que este
hallazgo ya ha sido reportado previamente en la literatura (e.g.,
Martin & Dahlen, 2005; Tuna & Bozo, 2012) puesto que la
evaluación descontextualizada de la aceptación tiende
interpretarse por los participantes como una forma pasiva y resignada
de afrontar los problemas.
En
función de este tipo de hallazgos, Aldao (2013) sostiene que
el futuro de la investigación en el área de la RE
reside justamente en tratar de captar y considerar el contexto en el
cual se aplican las distintas estrategias de RE: el objetivo de la RE
no es solo eliminar las emociones negativas y sustituirlas por
positivas, sino influir en la dinámica de cada emoción
en cada caso concreto para producir respuestas adaptativas a cada
contexto. Esto ya había sido considerado por otros autores,
como Gratz y Roemer (2004), quienes indican que el conocimiento sobre
qué estrategia de RE utiliza una persona, en ausencia de
información específica sobre el contexto en el que es
utilizada, nos brinda poca información sobre la efectividad de
esa persona al regular sus emociones. Esto apunta a que una
caracterización más precisa de los aspectos
contextuales que influyen en la RE permitirá profundizar en la
comprensión de las condiciones en las que este proceso puede
dar lugar a resultados adaptativos o desadaptativos (Aldao, 2013).
Áreas
de vacancia y líneas de investigación futuras
En
función de lo reportado en el apartado anterior, una
importante área de vacancia en relación a la
investigación en RE y el estudio de sus implicancias y su
relación con el bienestar y la salud mental es la
contextualización de los procesos de RE. Según Aldao
(2013), esto puede lograrse a través del estudio y la
caracterización de distintos elementos involucrados en el
proceso de RE, a saber (a) quién regula, (b) qué inicia
o promueve una RE, (c) cómo se seleccionan y/o aplican las
estrategias de RE y (d) qué tipo de resultados se evalúan.
En
primer lugar, con respecto a (a) quién regula, diversos
estudios han indagado sobre diferencias en RE en función de
algunas características sociodemográficas como género
y edad (aunque no limitado a estas). Por ejemplo, del-Valle et al.
(2022) han indicado en Argentina que las mujeres tienden a hacer un
mayor uso de la reevaluación positiva que los hombres, e
inversamente los hombres utilizan más frecuentemente la
supresión de la expresión emocional. Otros estudios
tienden a reportar diferencias en otras estrategias de RE, por
ejemplo, las mujeres tienden a rumiar más que los hombres
(Johnson & Whisman, 2013). También se han indagado las
relaciones entre la frecuencia de uso de distintas estrategias de RE
y algunos rasgos de personalidad (e.g., neuroticismo, Yang et al.,
2020), o de algún proceso psicológico (e.g., mayor o
menor memoria de trabajo, Jasielska et al., 2019). Sin embargo, la
mayoría de estas investigaciones mencionadas sólo han
examinado una o dos características a la vez, por lo que no
llegan a establecer modelos de las complejas interacciones entre
ellas. Respecto a los aspectos psicopatológicos, muchos
estudios se realizan sobre personas normales, sin problemas de salud
mental, y en los casos en los que se trabaja con población
clínica, muchas veces no se incluyen participantes control o
normales de comparación, o se aborda solo un grupo
psicopatológico específico, lo que ha impedido
identificar qué déficits en RE son específicos
de cada trastorno y cuáles son transdiagnósticos. Según
Aldao (2013), estas cuestiones podrían ser solventadas a
través de estudios a mayor escala que recluten muestras lo
suficientemente grandes como para realizar el examen simultáneo
de múltiples variables, con un número suficiente de
participantes en cada nivel de la variable moderadora, y que incluyan
más de un grupo psicopatológico en el mismo estudio.
Acerca
de (b) qué inicia o promueve una RE, es decir, a la validez
ecológica de los resultados de las investigaciones, debe
considerarse que muchos estudios en RE no son de carácter
experimental, sino que se limitan a análisis correlacionales.
Además, cuando los estudios sí son de diseño
experimental, se suelen inducir emociones de algún tipo en los
participantes para pedirles luego que las regulen. Pero, ¿qué
tanto estos resultados se generalizan a situaciones reales de la vida
cotidiana de estas personas? Por ejemplo, muchos experimentos (e.g.,
Hofer et al., 2015) inducen emociones a través de la
visualización de videos o películas, pero luego hay
evidencias (e.g., Starosta et al., 2021) de que ver televisión
o series es justamente una estrategia de evitación frente a
emociones negativas (e.g., estoy triste, así que pongo una
película de humor para distraerme). De forma similar, las
relaciones interpersonales son fuente de muchas emociones, pero pocos
estudios indagan sobre la RE en contextos interpersonales.
Existe
una línea de investigación creciente en la última
década sobre evaluaciones ecológicas momentáneas
(ecological
momentary assessments; EMA;
Colombo et al., 2020) y la RE en condiciones más ecológicas
(e.g., frente a la ansiedad ante exámenes, no es lo mismo
ensayar el examen oral con tu terapeuta que ir a rendir el examen).
Es esperable que este tipo de estudios proliferen durante los
próximos años.
Acerca
de (c) cómo las personas seleccionan y/o aplican las
estrategias de RE, debe considerarse toda una conjunción de
elementos que suele dificultar la extracción de conclusiones
claras y generalizables de los estudios y, sobre todo, la realización
de comparaciones entre ellos. Primero, debe considerarse qué
instrucciones
se
dan a los participantes (Aldao, 2013). Por ejemplo, al hablar de la
supresión de la expresión emocional (Gross, 2014),
podemos referirnos a la supresión de las expresiones faciales
o a la reducción de la activación fisiológica
concurrente a una emoción. En segundo lugar, debe tenerse en
cuenta si la selección de estrategias es espontánea
o
deliberada,
ya que la mayoría de los estudios experimentales en RE indican
a los participantes que controlen sus emociones o los instruyen para
que lo hagan, pero poco se sabe sobre las estrategias que se utilizan
espontáneamente. Sobre esta cuestión, por ejemplo,
Dixon-Gordon et al. (2015) encontraron que las personas reportan un
uso espontáneo más frecuente de estrategias de RE
cuando los estímulos emocionales que las provocan son
intensos, pero una menor frecuencia de uso de estrategias en
contextos de emocionalidad moderada. Además, existen pocas
evidencias sobre las formas de RE más automáticas,
ya que la mayoría de los estudios analiza el uso controlado de
estrategias. Finalmente, las nuevas líneas de investigaciones
deberían considerar el número
de estrategias
con las que se trabaja, la singularidad y simultaneidad con las que
se aplican y las relaciones o interacciones que pueden establecerse
entre las mismas en cada participante (Aldao, 2013). Muchas
investigaciones analizan únicamente una o dos estrategias
(e.g. reevaluación y supresión), lo cual no refleja las
complejidades del repertorio de RE de las personas en la vida
cotidiana.
Por
último, es importante avanzar en el estudio de (d) qué
tipo de resultados se evalúan cuando se analiza la efectividad
de la RE. La mayor parte de la literatura sobre RE ha trabajado sobre
los objetivos hedónicos
(aumentar
el placer o disminuir el displacer), pero se ha relegado el estudio
de los objetivos instrumentales.
Un importante avance en esta área han sido las investigaciones
sobre tolerancia al malestar emocional (distress
tolerance;
Zvolensky et al., 2010), y cómo las personas que tienen mayor
tolerancia hacia estímulos emocionales negativos puede
persistir en actividades a veces displacenteras para finalmente
alcanzar metas concretas, produciendo esto también mayor
bienestar en el largo plazo (Mattingley et al., 2022; Stemke, 2013).
Otra ventana de trabajo en este sentido es el plazo para la obtención
de resultados (Aldao, 2013), es decir, aunque la mayoría de
las investigaciones sobre RE analiza los efectos inmediatos
de
la aplicación de distintas estrategias, los profesionales de
la salud mental nos encontramos más interesados en los efectos
en el mediano
y largo plazo.
Una estrategia evitativa puede ser considerada "adecuada"
para regular la ansiedad en el momento (e.g., faltar a un examen
universitario, reduce el malestar), pero puede ser perjudicial en el
largo plazo (el malestar se volverá a presentar para el
próximo examen, o para el logro del objetivo de graduarse).
Este aspecto es crucial para la investigación en salud mental,
ya que los trastornos psicopatológicos suelen presentarse en
formatos recurrentes o cíclicos que privilegian las
consecuencias a corto plazo frente a las consecuencias a largo plazo
(Aldao, 2013). Es fundamental por tanto desarrollar estudios que
examinen en conjunto los efectos inmediatos y retardados de la RE.
Conclusiones
y cierre
Todas
las cuestiones mencionadas en el apartado anterior deberán
abordarse en el futuro en este campo de investigación. A pesar
de que los estudios sobre RE se han multiplicado en los últimos
años, todavía queda mucho camino por recorrer. Las
investigaciones básicas sobre estas temáticas deben dar
lugar luego a estudios aplicados que permitan a los profesionales de
la salud mental contar con herramientas concretas para su actuar
diario.
Los
distintos mecanismos de RE desarrollados someramente en este capítulo
se presentan como un proceso clave, no solo para el bienestar
psicológico de las personas, sino también para prevenir
y tratar diversas psicopatologías. Comprender las distintas
estrategias que las personas utilizan para gestionar sus emociones,
así como las circunstancias en las que son más
efectivas, resulta crucial para el diseño de intervenciones
más específicas y eficaces en el ámbito de la
salud mental. La posibilidad de ajustar la RE a cada contexto y
necesidad individual sigue siendo un desafío central tanto
para la investigación como para la práctica clínica.
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