Introducción
Si
intentamos guiarnos por el Diccionario de la Real Academia Española
(2014), un impulso o impulsividad se define como un deseo o
motivación emocional que lleva a actuar de forma repentina y
sin reflexión. Por otro lado, la definición de
compulsión describe un estado en el cual se experimentan
impulsos irresistibles, lo cual refleja una confusión
inherente entre ambos términos, complicando la diferenciación
entre compulsión e impulsividad. Estos términos que se
utilizan en entornos clínicos de manera imprecisa y, a menudo,
contradictoria (Grant & Kim, 2014).
No
existe un concepto unificado sobre lo que constituye una compulsión;
se utilizan términos relacionados de manera indistinta, aunque
no son equivalentes. De manera similar, el término
impulsividad no tiene una única definición ni un solo
tipo de comportamiento asociado. Evenden, (1999) identifica varias
'variedades de impulsividad' que agrupan fenómenos
interrelacionados bajo este término, lo que sugiere la
complejidad y diversidad de estos comportamientos.
La
evolución de los manuales diagnósticos, como el DSM 5
(APA, 2014), ha llevado a que el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC)
sea clasificado como un trastorno autónomo, aunque también
se relaciona con otros trastornos. Desde hace tiempo, el diagnóstico
del TOC incluye un especificador sobre la presencia o ausencia de
tics. Esta clasificación sugiere una tendencia a agrupar en un
mismo espectro fenómenos conductuales que, aunque repetitivos
y difíciles de controlar, difieren en aspectos fundamentales
como su función, origen y sustrato neurobiológico.
Es
así como se presentan diferentes formas de comprender la
conducta compulsiva asociada al TOC, lo que lleva a la necesidad de
clasificar y nombrar adecuadamente estos fenómenos. A menudo
se observa un uso indiscriminado de términos como 'compulsión'
e 'impulso', lo que puede generar confusiones
significativas.
La
compulsión en el TOC y otros trastornos
Según
el DSM5 (APA, 2014), las obsesiones son pensamientos, impulsos o
imágenes recurrentes y persistentes que se experimentan como
intrusivos y no deseados. En contraste, las compulsiones son
comportamientos repetitivos o actos mentales que la persona siente la
necesidad de llevar a cabo en respuesta a estas obsesiones o
siguiendo reglas aplicadas de manera rígida. En el TOC, las
compulsiones consisten en rituales destinados a aliviar la ansiedad
generada por los pensamientos obsesivos. Estos comportamientos se
sustentan en un ciclo de refuerzo negativo, en el que la realización
de los rituales proporciona un alivio temporal del malestar
emocional, reforzando así la conducta compulsiva (Abramovitch
& McKay, 2016).
En
la actualidad, otros trastornos relacionados con el TOC también
se caracterizan por obsesiones y por comportamientos repetitivos en
acto o encubiertos en el pensamiento, en respuesta a esas
intrusiones. Por otra parte, otros trastornos también
relacionados se definen principalmente por comportamientos
repetitivos centrados en el cuerpo (por ejemplo, arrancarse el pelo o
excoriarse la piel) y por intentos reiterados de reducir o detener
dichos comportamientos (APA, 2014).
Efectivamente,
desde hace ya más de una década, uno de los cambios
diagnósticos más significativos en el DSM 5 (APA, 2014)
en comparación con sus versiones anteriores inmediata, ha sido
la reubicación del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), que ya
no se clasifica como un trastorno de ansiedad. En su lugar, se ha
creado un nuevo grupo de trastornos, denominado espectro
obsesivo-compulsivo, bajo el cual se agrupan el TOC y otros
trastornos relacionados. Esta categoría incluye: (a) TOC; (b)
trastorno dismórfico corporal (TDC), anteriormente clasificado
entre los trastornos somatomorfos; (c) tricotilomanía, que
anteriormente se encontraba en los trastornos por control de
impulsos; (d) trastorno por excoriación, considerado un nuevo
trastorno; (e) trastorno por acumulación, también
nuevo; (f) TOC y trastornos relacionados inducidos por otra
enfermedad médica; (g) TOC y trastornos relacionados inducidos
por sustancias; (h) otros TOC y trastornos relacionados
especificados; y (i) otros TOC y trastornos relacionados no
especificados (Pons, 2014).
Al
reunir diagnósticos que antes se clasificaban en categorías
distintas, como Trastornos de Ansiedad (Trastorno
Obsesivo-Compulsivo), Trastornos Somatomorfos (Trastorno Dismórfico
Corporal) y Trastornos por Control de Impulsos (Tricotilomanía),
esta nueva clasificación busca fomentar el estudio científico
de estos trastornos y mejorar su reconocimiento y tratamiento clínico
(Fineberg et al., 2017). Además, se pretende aumentar la
utilidad clínica del diagnóstico, alineándolo
con la investigación farmacológica y fenomenológica
actual, mediante una clasificación que agrupe estos trastornos
según sus características centrales, como obsesiones
y/o compulsiones / comportamientos repetitivos, es decir, dimensiones
compulsivas (Berlin & Hollander, 2014).
Impulsividad
y su relación con la compulsión
El
término impulsividad abarca una variedad de acciones
caracterizadas por una planificación deficiente, carente de
suficiente reflexión, manifestadas en forma precoz con un
grado excesivo de riesgo o una falta de adecuación al
contexto, que a menudo conducen a resultados indeseados (Evenden,
1999). La mayoría de las definiciones sobre la impulsividad
destacan esta tendencia a una falta de autocontrol sobre
comportamientos poco beneficiosos, así como la acción
guiada por impulsos automáticos. También se observa una
necesidad de gratificación inmediata (Robbins et al., 2012).
Este concepto juega un papel significativo en el comportamiento
normal, pero en su forma patológica se observa en diversas
enfermedades mentales, como la manía, los arrebatos
descontrolados en ciertos trastornos de personalidad, los trastornos
por abuso de sustancias y el trastorno por déficit de
atención/hiperactividad, entre otros (Evenden, 1999), así
como conductas antisociales, y también en casos de agresión
patológica y depresión, como en el suicidio (Robbins et
al., 2012).
A
pesar de compartir la dificultad en el control del comportamiento, la
conducta compulsiva en el TOC y aquella impulsiva, presentan
diferencias significativas, En el caso de las compulsiones, estas
suelen estar precedidas por pensamientos obsesivos que llevan al
individuo a realizar acciones específicas para aliviar la
tensión y la incomodidad. Por ejemplo, una persona con TOC
puede sentir la necesidad de lavarse las manos repetidamente debido a
la creencia de que están contaminadas. En contraste, los
comportamientos impulsivos no se ven acompañados de un proceso
de pensamiento previo; es decir, los individuos actúan sin una
premeditación adecuada, lo que puede resultar en decisiones
poco reflexivas (Squillace & Janeiro, 2015).
La
conducta predominantemente impulsiva se organiza a través de
comportamientos repetitivos que se llevan a cabo sin una
planificación cuidadosa, a menudo en respuesta a emociones o
estímulos externos, y se caracteriza por una inclinación
a actuar de forma rápida y sin considerar las consecuencias
posteriores. Este fenómeno abarca tanto la impulsividad
cognitiva, que se relaciona tanto con dificultades en la regulación
de pensamientos y procesos de atención, como con una
impulsividad conductual, que implica llevar a cabo acciones riesgosas
o inapropiadas. En el caso del TOC, se ha encontrado que, si bien
pueden mostrar rasgos de impulsividad acentuados, los pacientes
tienden a manifestar un aumento en la impulsividad cognitiva, lo que
se refleja sobre todo en dificultades para concentrarse y planificar
(Abramovitch & McKay, 2016).
Desde
hace décadas se investiga la relación entre la
compulsividad y la impulsividad, así como sus similitudes y
diferencias. La complejidad de esta posible interrelación
presenta dificultades que ya eran notorias en el momento de la
transición hacia una nueva clasificación en el DSM-5
(2013). En este sentido, Potenza et al. (2009) plantean que, si bien
los trastornos del control de impulsos se asemejan al trastorno
obsesivo-compulsivo en algunos aspectos, los datos obtenidos en
investigaciones anteriores sugieren diferencias sustanciales. A
menudo, estos datos son limitados e incluyen preocupaciones
metodológicas que, en ocasiones, son graves y complican la
interpretación y las comparaciones entre grupos de sujetos.
La
complejidad de la relación entre impulsos y compulsiones ha
llevado a diversas conceptualizaciones. Squillace et al. (2011) por
ejemplo, concluyen que existen tres mecanismos fundamentales que
ayudan a entender los comportamientos impulsivos: en primer lugar,
una elevada sensibilidad a las recompensas; en segundo lugar, la
tendencia a actuar de manera rápida y sin planificación;
y, por último, el comportamiento compulsivo que busca alivio
ante la tensión o el estrés. Diferentes modelos abordan
uno o más de estos mecanismos y describen conductas que se
derivan de estas motivaciones generales.
Sin
embargo, a pesar de los avances en la investigación, hasta
nuestros días sigue siendo necesario un mayor esclarecimiento
en cuanto a una clasificación dimensional de la impulsividad.
Koenn et al. (2023) señalan que, a menudo, no hay consenso
sobre cómo categorizar la impulsividad en los diagnósticos
psiquiátricos. Por lo tanto, estudios futuros deberían
buscar establecer definiciones y marcos más claros para
comprender la impulsividad en distintos contextos.
Desde
un enfoque diagnóstico categorial, la adicción a las
drogas se clasifica dentro de los trastornos por uso de sustancias en
el DSM5 (APA, 2013), abarcando niveles que varían de leve a
severo y unificando las antiguas distinciones entre abuso y
dependencia en un solo trastorno. Este trastorno se define como
crónico y con tendencias a la recaída, caracterizado
por una intensa compulsión por buscar y consumir sustancias,
como el alcohol, la cocaína o los opioides. Esta condición
conlleva una pérdida de control sobre la cantidad ingerida y
puede resultar en un estado emocional negativo, como ansiedad o
disforia, cuando se limita el acceso a la droga.
El
comportamiento impulsivo, es decir, la tendencia a actuar
prematuramente sin previsión, está asociado con la
mayoría de las formas de consumo de drogas. A menudo se
considera un producto del control cognitivo afectado y podría
impactar varios aspectos del proceso adictivo, incluyendo la búsqueda
compulsiva de drogas y la recaída. Aunque la impulsividad
puede ser un rasgo de personalidad preexistente, el consumo de drogas
puede provocar cambios en el comportamiento que incluyen la
impulsividad, como consecuencia de sus acciones farmacológicas
o 'neurotóxicas' en el cerebro (Dalley et al.,
2011).
Aunque
el TOC y la dependencia de drogas pueden presentar ciertas
similitudes en cómo funciona el cerebro, no son lo mismo. Las
diferencias en la conectividad funcional del cerebro sugieren que
cada trastorno tiene sus propias características, lo que
implica que requieren enfoques distintos en su tratamiento y
comprensión. Se ha encontrado que el trastorno
obsesivo-compulsivo (TOC) y la dependencia de drogas, aunque a menudo
se consideran trastornos diferentes, pueden compartir algunos
aspectos en su funcionamiento cerebral, como una reducción en
la conectividad de una parte del cerebro llamada corteza
orbitofrontal, que está relacionada con el control de impulsos
y la toma de decisiones. Sin embargo, las personas con TOC muestran
reducciones más severas en esta conectividad en comparación
con las personas que eran dependientes de estimulantes (Meunier,
2012).
Aunque
tanto el TOC como los trastornos por usos de sustancias como alcohol,
opioides o estimulantes, presentan ciclos de refuerzo negativo, es
fundamental reconocer que los rituales en el TOC están
intrínsecamente ligados al refuerzo negativo desde su inicio.
En contraste, en la adicción, los comportamientos impulsivos
son motivados por el deseo de obtener gratificación, lo que se
traduce en un refuerzo positivo que más tarde podría
tornarse compulsivo (Abramovitch & McKay, 2016).
En
efecto, la adicción a las drogas se puede entender como un
proceso que implica una transición desde el uso recreativo y
voluntario hacia hábitos compulsivos. Everitt y Robbins (2005)
argumentan que esta transición está respaldada por un
cambio en el control desde la corteza prefrontal hacia áreas
subcorticales, lo cual implica una regulación del
comportamiento más irreflexiva y repetitiva, asociada con la
pérdida de control inhibitorio, lo que hace que estas
respuestas automáticas dominen el comportamiento.
A
su vez, en el TOC, el refuerzo negativo juega un rol central en cómo
se mantienen y agravan los síntomas. Los comportamientos
compulsivos se ejecutan para aliviar la ansiedad y el malestar
provocados por pensamientos obsesivos, lo que refuerza aún más
la compulsión y dificulta la regulación del
comportamiento. Así, las personas con TOC descubren conductas
que les proporcionan un alivio temporal, fortaleciendo esos actos.
Con el tiempo, estos comportamientos se convierten en rituales que
disminuyen la ansiedad, pero que no resuelven el problema subyacente,
sino que, de hecho, lo agravan. En contraste, es importante reforzar
que en el caso de la adicción, los individuos buscan alivio,
pero su motivación principal está relacionada con la
búsqueda de recompensas (Abramovitch & McKay, 2016).
Sustrato
neurobiológico
Existen
posturas que, aunque reconocen marcadas diferencias entre los
comportamientos compulsivos e impulsivos, destacan que ambos
comparten la dificultad de los individuos para regular su propio
comportamiento, sugiriendo que las bases neurofisiológicas
involucradas en ambos casos podrían ser similares (Squillace &
Janeiro, 2015). Sin embargo, otras investigaciones sugieren que los
sustratos neurobiológicos son distintos.
El
TOC se ha asociado con anormalidades estructurales y funcionales en
los circuitos fronto-estriatales, que son en parte responsables del
aprendizaje de hábitos y el control de arriba hacia abajo. Las
regiones cerebrales notablemente implicadas incluyen el estriado
ventral y dorsal (núcleo accumbens y caudado/putamen), así
como sectores de la corteza frontal (orbitofrontal y dorsolateral)
(Menzies, et al., 2008).
Por
otro lado, en el caso de las adicciones, aunque también están
implicados los circuitos frontostriatales, como se ha señalado,
el enfoque se centra más en el sistema de recompensa, y en
cómo las sustancias influyen en la liberación de
dopamina. En este contexto, el refuerzo puede ser tanto positivo como
negativo, y el desarrollo de la adicción conlleva una
transición de un aprendizaje basado en recompensas a un
aprendizaje más habitual (Everitt & Robbins, 2005). Aunque
existen similitudes en los circuitos neuronales implicados en la
adicción y en el Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC), las
diferencias son significativas. En el TOC, la regulación del
comportamiento y el control inhibitorio son más prominentes,
lo que sugiere que los individuos con este trastorno pueden
experimentar dificultades en la supresión de pensamientos
intrusivos y en la inhibición de comportamientos compulsivos.
Esto se traduce en una persistente necesidad de realizar rituales o
acciones repetitivas, a menudo en respuesta a la ansiedad provocada
por estos pensamientos (Everitt & Robbins, 2016).
En
el contexto de las adicciones, las señales ambientales
influyen en el comportamiento compulsivo relacionado con el uso de
sustancias, en vez de lo que ocurre en el TOC, que responde a señales
externas, así como internas de otro tipo, como la evitación
de una amenaza percibida de forma irracional y/o exagerada. La
adicción se caracteriza por un patrón de búsqueda
asociada con el consumo de sustancias que incluso puede desencadenar
respuestas compulsivas, incluso en ausencia de la droga misma. Este
fenómeno se debe a la forma en que el cerebro ha sido
'reprogramado' por la experiencia de uso de drogas, lo que
lleva a una disminución en el control inhibitorio y a un
aumento en la reactividad a las señales ambientales (Kalivas &
McFarland, 2003, citado en Everitt, 2016).
La
investigación sugiere que, aunque ambos trastornos implican
disfunciones en circuitos neuronales relacionados con el control del
comportamiento, la adicción tiende a estar más
relacionada con la activación de circuitos de recompensa y la
formación de hábitos, mientras que el TOC se asocia más
con la regulación emocional y el control inhibitorio, lo cual
tiene un gran peso en cuanto al desarrollo de tratamientos
específicos, ya que ciertas intervenciones que son efectivas
para el TOC pueden no ser igualmente efectivas para la adicción,
y viceversa (Everitt & Robbins, 2016).
Finalmente,
desde una perspectiva neurobiológica, las cortezas
orbitofrontales (COF) muestran mayor actividad en personas con
síntomas compulsivos, lo que indica una sensibilidad elevada
para detectar errores. Este aumento de actividad puede provocar una
exageración en la percepción de detalles e
imperfecciones, generando un ciclo de comportamientos compulsivos
para aliviar la incomodidad. En contraste, los individuos impulsivos
presentan hipofuncionalidad en las COF, lo que dificulta la detección
de la inadecuación en sus acciones y contribuye a la
desinhibición. Este estilo cognitivo, caracterizado por una
baja deliberación y planificación, incrementa la
probabilidad de cometer errores y tomar decisiones inapropiadas, sin
estar asociado a una sensibilidad a señales de peligro o a la
búsqueda de recompensas, sino a una incapacidad general para
atender la información disponible y anticipar las
consecuencias de sus actos (Squillace & Janeiro, 2015).
La
investigación neurocognitiva ha buscado aclarar las bases del
trastorno de excoriación, que ahora se incluye en el espectro
del TOC. Los síntomas físicos recurrentes sugieren una
disfunción en los procesos de control motor inhibitorio, que,
como función cognitiva relacionada con la inhibición de
respuestas, depende de circuitos neuronales que incluyen el giro
frontal inferior derecho (Odlaug et al., 2010, citado en Phillips &
Stein, 2015, pp. 172-173). Además, estos pacientes presentan
desorganización en el cingulado anterior bilateral y en las
cortezas orbitofrontal y frontal inferior derecha, hallazgos que son
muy similares a los reportados anteriormente en relación con
la tricotilomanía (Grant et al., 2013, citado en Phillips &
Stein, 2015, pp. 172-173).
Otro
aspecto que se ha identificado como central en el TOC y otros
trastornos relacionados es el fenómeno de la 'experiencia
de no estar completamente bien' (not just right experiences,
NJRE). Este término hace referencia a la sensación
subjetiva de que algo no está en su lugar, lo que genera
incomodidad. Las NJRE pueden desencadenar conductas compulsivas
repetitivas, realizadas con el fin de neutralizar o corregir esa
sensación, buscando restaurar un equilibrio percibido o una
'sensación de perfección' (Coles et al.,
2003). Además, los modelos biológicos del TOC parecen
ser compatibles con el concepto de NJRE. Se ha propuesto que la
disfunción en la actividad del sistema fronto-estriatal
subyace al monitoreo excesivo de respuestas que se observa
frecuentemente en pacientes con TOC (Brieter et al., 1996; Gehring et
al., 2000, citado en Ghisi et al., 2010). Este fenómeno podría
manifestarse en señales de error persistentes que erróneamente
impulsan al individuo a tomar medidas correctivas que, en realidad,
no son necesarias.
Reflexiones
finales
El
estudio de la compulsividad e impulsividad patológica revela
tanto similitudes como diferencias esenciales en la naturaleza de las
conductas compulsivas e impulsivas. A pesar de que ambas conductas
desadaptativas involucran comportamientos repetitivos y parecen
compartir la característica de dificultad para controlar los
impulsos, sus motivaciones y resultados pueden ser muy distintos. La
impulsividad se asocia a la necesidad de gratificación
inmediata, guiada por una toma de decisiones rápida y a menudo
irreflexiva, mientras que la compulsión, como se observa en el
TOC, tiene una función más compleja: el comportamiento
repetitivo se realiza para neutralizar la ansiedad y el malestar
generados por obsesiones indeseadas. Este acto de neutralización,
en el que el individuo intenta revertir o prevenir un evento temido
por medio de un ritual, es fundamental para entender esta diferencia
entre compulsión en el TOC y la impulsividad. En cuanto a la
repetición de los rituales, el ciclo de refuerzo negativo que
sostiene el TOC a través del alivio temporal que provoca, crea
un patrón persistente que dificulta la interrupción del
comportamiento que se torna por así decirlo, impulsivo, al
generar un hábito prácticamente irresistible e
irreflexivo, que tampoco logra tener en cuenta sus consecuencias
negativas. Pero la relación con el refuerzo negativo, en el
TOC al contrario que en la impulsividad, está presente desde
el inicio.
Así,
esta necesidad de 'neutralizar' el temor de las obsesiones
es lo que distingue la compulsión de otros trastornos
repetitivos, ya que la compulsión no está orientada a
la búsqueda de satisfacción, sino a la prevención
de un resultado catastrófico, aunque irracional. Además,
mientras que la impulsividad en otros trastornos puede llevar a
decisiones arriesgadas y poco reflexivas, el comportamiento
compulsivo está profundamente influenciado por el miedo y el
deseo de restaurar el orden percibido, lo que lo convierte en una
acción defensiva frente a lo que se teme podría
ocurrir. La neurobiología también refleja estas
diferencias: mientras que los trastornos impulsivos están más
asociados con alteraciones en el control inhibitorio y la toma de
decisiones, en el TOC se observa una disfunción en áreas
cerebrales como la corteza orbitofrontal, que juega un papel clave en
la regulación emocional y la detección de errores. Este
tipo de disfunción hace que los individuos con TOC
experimenten una hipersensibilidad ante imperfecciones o amenazas
percibidas, lo que refuerza la necesidad de realizar rituales para
neutralizar dicha amenaza. El concepto de neutralización
puede entonces ayudarnos a comprender la naturaleza única de
la compulsión en el TOC, que, a diferencia de la impulsividad,
suele consistir en un comportamiento físico o mental altamente
dirigido por el miedo. Esta diferencia tiene importantes
implicaciones en el tratamiento de ambos trastornos, ya que la
intervención en el TOC debe abordar tanto los rituales como la
ansiedad subyacente, mientras que en trastornos impulsivos la
estrategia debe centrarse en mejorar el control de los impulsos y la
toma de decisiones.
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