Introducción
Michel
Foucault llamó medicalización
indefinida
(1996)
a
la operación que se inició a partir del siglo XVIII en
la que la existencia, el comportamiento y el cuerpo humano comenzaron
a ser objeto de estudio y de investigación por parte de la
Medicina, conformando una red cada vez más extensa, a través
de una intervención cada vez más penetrante y
minuciosa. La medicalización implicó la apropiación
del cuerpo enfermo, pero también del cuerpo sano. A través
del Higienismo del siglo XIX, la Medicina comenzó a abordar el
hábitat, el funcionamiento de la vida cotidiana y el medio
urbano, dotada de un poder autoritario con funciones normalizadoras,
más allá de la existencia de las enfermedades y la
demanda del enfermo (lo que era su campo tradicional). Se trató
de controlar corregir y normalizar, ya no el cuerpo individual, sino
todo el cuerpo
social: las
conductas, la familia, la niñez, la sexualidad, la higiene,
quedaron bajo la atenta mirada médica. En sintonía se
produjo la extensión y el crecimiento de las instituciones de
la salud (Foucault, 1996).
La
medicalización indefinida también involucró a
los embarazos, los partos/nacimientos, las lactancias y las crianzas
y se llevó a cabo a través de dos pilares: un
intervencionismo
compulsivo
y la institucionalización (encarnada en el hospital como
espacio exclusivo para gestar y parir), ambos sustentados en un
criterio científico, justificados y validados en nombre de un
necesario avance técnico, amparados en la evitación de
la morbi-mortalidad. Sin embargo, a partir de los años 70 y
80, organismos internacionales (OMS, 1985), activistas y diversos
pensadores de lo perinatal, sobre todo médicos, comenzaron a
denunciar las consecuencias, los estragos y los daños de este
avance sobre los partos, los nacimientos y las crianzas y enfatizaron
la innecesaridad de la intervención protocolizada y la
institucionalización sistemática (Odent, 1994).
Respuestas
frente a la medicalización
Así
surgieron diversas teorías alternativas al modelo
intervencionista.
Frente a éste, se propuso un retorno a la naturaleza, la
genética, la fisiología y las conductas de la especie
mamífera como modelo para conceptualizar y abordar las
gestaciones los partos, las lactancias y las crianzas. El obstetra
francés Michel Odent, discípulo de Leboyer, quien
planteó "un parto sin violencia", formuló
la necesidad de mamiferizar
el parto
(2017). El reconocido pediatra español Carlos González
ubicó en la naturaleza mamífera el origen y la causa de
las conductas maternales, las necesidades de la cría y las
respuestas acordes a estas últimas (2013). "Por culpa de
la selección
cultural
ya no podemos afirmar que los seres humanos criamos a nuestros hijos
de la mejor manera posible. Una innovación ya no necesita
contribuir a nuestra supervivencia o a la de nuestros hijos para
extenderse [mientras que] (…) en los otros animales, casi cada
conducta tiene un carácter adaptativo (es decir, útil
para la supervivencia) (…) obedece a los genes" (2012,
p.47).
Llamaré
fisiologista
(o biologicista)
a esta corriente. El fisiologismo determina
que las condiciones naturales y la vida orgánica (anatomía,
genes,
hormonas, neurotransmisores,
etc) son concluyentes a la hora de abordar un fenómeno y al
sujeto (Eidelsztein, 2018).
Por
otro lado, aparecieron otras propuestas frente al intervencionismo
que llamaban a estudiar la fisiología femenina, el útero
específicamente, ya que allí se encontraba la clave
para entender la identidad, la sexualidad y la maternidad. Llamaré
esencialista
a esta corriente, porque supone
que los objetos y los fenómenos poseen una esencia o
naturaleza subyacente
que los define y por lo tanto se trata de descubrir esa esencia para
describirlos (Ávila, 2006). Desde este posicionamiento podemos
pensar a la reconocida activista y escritora
española Casilda Rodrigáñez Bustos (2007, 2010),
quien plantea la existencia de una represión de la sexualidad
uterina
(esta última equiparada al placer) que impacta en la manera en
que se ejerce la maternidad. Dice que se porta un saber materno
vinculado a una fisiología y una sexualidad que conceptualiza
como femeninas y que el
deseo
materno
tiene la evidencia de la bondad de la criatura humana.
De esta manera se produce una equivalencia entre
mujer=madre=útero=bondad
(Giberti, 2010), por
lo que existiría una correspondencia entre fisiología,
identidad y función. Por su parte, la psiquiatra perinatal
española Ibone Olza habla de una biología
de la maternidad y
expresa que "la biología es políticamente
incorrecta" (23 de junio 2022) para explicar su jerarquización
del rol de la mujer-madre por sobre el del varón-padre. Para
el esencialismo, en la anatomía y la fisiología está
el origen y la causa de determinada identidad, rol, capacidad,
atributo y función social.
De
por qué el fisiologismo y el esencialismo decantan en la
existencia del instinto materno
Desde
el fisiologismo
y
el esencialismo
las gestaciones, los partos, puerperios, lactancias y crianzas
HUMANAS se consideran naturales, primarios, puros, innatos, genéticos
y universales. La jerarquización de una perspectiva
biológica
que parte de una fisiología de la especie, sumado a un
esencialismo
femenino,
decantan en una posición instintivista. Si el modelo para
pensar la maternidad es biológico, natural y mamífero
¿acaso esto no implica volver a considerar la existencia de un
instinto
materno?
El
retorno a una supuesta fisiología pura y la aparente
recuperación de una esencia perdida, corrompida y desconocida
que habría que alcanzar y lograr, individual y
voluntariamente, para salir de un estado de alienación para
parir, se vuelve para muchas una labor titánica e imposible de
obtener. Se enaltece a una supuesta mujer empoderada devenida en
madre que debe buscar su esencia en la recuperación de un
saber sobre su anatomía y su naturaleza femenina. Esta es la
nueva modalidad que cobra el instinto materno.
Muchas
veces la reivindicación del parto fisiológico y la
lactancia exclusiva como portadores de empoderamiento y rebelión
contra un intervencionismo funesto y un sistema violento, acaba por
jerarquizar y valorizar cierto tipo de experiencias (de parto, por
ejemplo) como mejores y necesarias para la identidad mujer-madre,
reproduciéndose otro tipo de opresión que se transforma
en mandato y que acaba dañando: "sabemos parir",
"sabemos amamantar", "somos lobas", "buscá
el poder en vos", "conectá con vos", "el
útero es poder", "el saber está en lo
femenino", "me preparé y mi cuerpo me falló",
"intenté hasta que no pude más", "no
estuve a la altura", "herida primal", "sanar
la cesárea" "no pude dar la teta" "sanar
el no haber amamantado" y la lista sigue…
La
contracara de no responder a la fisiología despierta una
sospecha en términos de falla, falta y frustración.
Estas frases, estas marcas, se imprimen en la vida, la historia, los
cuerpos y las experiencias de cada gestación y cada parto.
Pero no se limitan a la individualidad, porque son efecto y
reproducen determinada conceptualización de los partos y las
crianzas. Son sostenidas incluso por profesionales que acompañan
e intervienen en este campo. Son producidas y reproducidas por las
teorías científicas.
Sin
embargo, cesárea no es sinónimo de herida, lo que puede
herir o no, son las condiciones en las que un sujeto la atraviesa.
¿Por qué la cesárea en todos los casos se
vincula a lo evitable, indeseable e inferior? ¿Acaso no es
esto lo que genera heridas? ¿No hiere tener que justificar los
motivos, percibirse como "haber fallado", "tener
que sanar"? El trauma no reside en el evento, lo que cobra
condición de traumático es relativo a un sujeto en
determinadas coordenadas simbólicas (Eidelsztein, 2018). No
hay trauma ni daño universal, hay sujetos que atraviesan
experiencias, hay historia, mandatos, necesidades, deseos,
elecciones, opresiones. El parto correcto y esperable es efecto del
momento socio-histórico, no es objetivo ni absoluto. El parto
es en el caso por caso así como la existencia de frustración
o herida. No
hay parto, cesárea, pecho ni mamadera que, en sí mismo,
traume ni oprima. Lo que oprime y causa sufrimiento es la sentencia y
el mandato, el ideal y la jerarquía que indica que hay una
manera natural
de
gestar, parir y criar para los seres humanos. También es causa
de padecimiento la imposibilidad de contar con condiciones,
información, posibilidades, accesibilidad y margen de
elección. Ni la libertad ni el poder son inherentes a un parto
sin intervención ni a una lactancia sostenida. No hay motivo
para pensar que el acto individual de parir y amamantar, de por sí,
empoderen más que una cesárea o una mamadera. La
rebelión y el empoderamiento se vinculan a trastocar la lógica
social, los sentidos hegemónicos, que siempre son culturales
aunque que se pretendan objetivos, naturales y universales.
Se
hace necesario entonces cuestionar la tan extendida biología
mamífera como modelo para conceptualizar y el abordar los
procesos perinatales. Esto implica reconocer que no hay definición
natural, universal, ni a-histórica de embarazo,
parto/nacimiento y crianza humanos, que no son reductibles a procesos
fisiológicos, neuro-hormonales, instintivos o innatos. El
sujeto perinatal no es reductible a la biología, la fisiología
ni a una esencia. Pero además ¿por
qué sería esperable, más saludable y mejor para
los humanos parir como las especies mamíferas?
La
clave está en la concepción de sujeto, cuerpo y
realidad
En
definitiva, la clave está en la perspectiva de análisis
que se asuma, la concepción de sujeto, de cuerpo y de realidad
desde la que se parte. Como se dijo, el
debate es con los modelos fisiologistas y esencialistas por su
carácter instintivista y universalista de los procesos
perinatales y por lo tanto de los sujetos y los cuerpos, porque lejos
de reducirse a una cuestión teórica, este planteo
representa un problema estructural al determinar no solo la
conceptualización, el abordaje y la intervención de los
procesos perinatales, sino también las vidas y las
experiencias de los sujetos que los atraviesan.
Se
cree que el instinto materno es un debate superado pero pensar desde
un paradigma esencialista y biologicista lo reproduce y sostiene.
Será necesario entonces plantear una nueva perspectiva de
análisis para pensar el embarazo, el parto/nacimiento, la
lactancia y la crianza humanos.
Una concepción de sujeto, cuerpo y realidad propios de lo
humano. En este sentido es que el psicoanalista francés
Jacques
Lacan refiere que no hay realidad prediscursiva (1973). Tampoco
sujeto ni cuerpo previo al lenguaje y al discurso. Son producto del
significante. El sujeto no se confunde con el individuo, la persona
ni su anátomo-fisiología. Es un sujeto del
inconsciente, efecto del significante (Lacan, 1956). No
se trata de negar la existencia de las hormonas, las sensaciones, las
emociones, los sentimientos, las experiencias sensoriales, sino de
entenderlos como efectos del discurso, de dispositivos, es decir, de
un
tipo particular articulación de las relaciones de poder
(prácticas y discursos) en un momento histórico
determinado (Gómez, 1999). "Si el orden significante es
la causa del sujeto y éste no es el individuo biológico
afectado por el lenguaje, su sujeto jamás puede ser producido
con materias primas sustanciales como un cuerpo biológico
(teoría evolucionista) sino que es creado (teoría
creacionista)" (Eidelsztein, 2018, p.21). El sujeto humano no
es un universal ahistórico desde donde se realiza la razón,
el sujeto es
a partir de las relaciones sociales que le dan forma (Gómez,
1999).
Esta
perspectiva pone en cuestión la separación
mente-cuerpo, que impregna y hegemoniza casi la totalidad de los
discursos y las teorías que producen conocimiento, inclusive
lo perinatal. Se suele pensar al cuerpo como sustancia material
mientras que la subjetividad y la mente se asocian a un psiquismo que
devendría secundariamente, soldado a ese sustrato. La
psicóloga perinatal especialista en duelo Andrea García
Medina lo sintetiza de esta manera: "hay un registro corporal,
primario, fisiológico de la experiencia y luego la palabra, el
procesamiento de la experiencia" (Comunicación personal,
agosto 2021).
Propongo
un análisis crítico de la concepción de los
procesos perinatales escindidos entre lo puramente
natural y
lo puramente
humano,
es decir, la existencia de una separación entre fenómenos
originarios, primarios, innatos, naturales, puros e independientes de
lo
humano,
de fenómenos que aparecerían secundariamente
adicionados al dato primario puro, pudiendo afectar o modificar el
destino pero nunca el dato esencial. Lo que propongo aquí es
que no hay dato puro ni esencia biológica ni humana. La
subjetividad
y el cuerpo no son producto de características ni procesos
esenciales, anatómicos ni biológicos. Las
significaciones, las condiciones sociales, políticas, la
historia y la cultura no son secundarios, son elementos primarios,
estructurales en la producción y la definición de
sujeto, cuerpo y realidad. Se intenta
superar la falsa dicotomía lenguaje-cuerpo como dos realidades
paralelas que funcionan en forma independiente. Foucault
lo expresa con mucha claridad cuando define al cuerpo: "los
dispositivos de poder se articulan directamente en el cuerpo –en
cuerpos, funciones, procesos fisiológicos, sensaciones,
placeres–; lejos de que el cuerpo haya sido borrado, se trata
de hacerlo aparecer en un análisis donde lo biológico y
lo histórico no se sucederían (como en el evolucionismo
de los antiguos sociólogos), sino que se ligarían con
arreglo a una complejidad creciente (…) una 'historia de
los cuerpos' y de la manera en que se invadió lo que
tienen de más material y viviente" (1977, p.184). Se
trata de la
forma en que la historia de lo biológico se refleja en lo
político (Gómez, 1999).
El
cuerpo del que hablamos, el cuerpo perinatal, no es reductible a
carne, huesos, órganos, hormonas, neuronas, instinto. Es un
cuerpo que adviene a un lugar, deviene, es producido, es tocado,
aupado, acariciado, higienizado, nombrado y significado. Es un cuerpo
simbolizado, al que se le otorgan sentidos que remiten a una historia
familiar, transgeneracional y cultural. "Los
padres modelan al sujeto en esta función que intitulo como
simbolismo. Lo que estrictamente quiere decir (…) que la
manera en que le ha sido instilado un modo de hablar no puede más
que llevar la marca del modo bajo el cual los padres lo han aceptado"
(Lacan, 1975, p.15). No
hay cuerpo universal, no hay carne y hueso que porten un sentido en y
por sí mismos. La fisiología y la biología del
cuerpo incluso son discursos que lo hacen existir como tal y a la vez
lo reproducen. Por ejemplo, el filósofo trans español
Paul B. Preciado (2011) dice en su "Manifiesto Contrasexual"
que los cuerpos se reconocen a sí mismos no como hombres o
mujeres, sino como cuerpos hablantes con la posibilidad de acceder a
todas las prácticas significantes. De esta manera no solo se
renuncia a una identidad sexual cerrada y determinada instintiva
naturalmente, sino también a los beneficios que podrían
obtenerse de una naturalización de los efectos sociales,
económicos y jurídicos. El fenotipo sexual no
es producto de una dualidad natural ni ontológica, la biología
clasifica, construye discurso, realidad y sentido.
Estos
planteos proponen un cuestionamiento
a un abordaje perinatal natural, objetivo y universal de los procesos
de gestación, parto/nacimiento y crianza ya que las
dimensiones histórica, política y cultural, y por lo
tanto subjetivas, son intrínsecas a su definición.
Si
se afirma que la subjetividad no es reductible a la fisiología,
que no hay sujeto, cuerpo, gestación ni parto universal, sino
que su conceptualización es efecto del discurso, de la
cultura, de determinados dispositivos ¿es posible un retorno a
una fisiología mamífera instintiva, natural y pura? ¿Es
posible voluntariamente escindirse de los significantes y del
lenguaje, de lo que da existencia y realidad al ser humano? En este
sentido ¿Es posible, siguiendo la propuesta de "mamiferizar
el parto", deshacerse de lo que, por estructura, constituye,
funda y crea lo humano?
Si
en el campo de lo humano la materialidad del cuerpo no permanece
independiente de los discursos sociales (incluso le otorgan su
existencia), es necesario entonces, estudiar las condiciones bajo las
cuales el cuerpo material se produce, es caracterizado, clasificado y
se convierte en sexuado. El cuerpo se expresa más allá
del habla, de la palabra, pero siempre como efecto de lo simbólico.
Su materialidad es significante. No se trata de negar que para gestar
y parir se debe portar un útero. Lo que se pone en cuestión
es que el hecho de portarlo implique una esencia, un sentido y un
destino inherente. ¿Por qué portar un útero se
equipararía al placer sexual, al destino de gestar y parir y
al hecho de ser mujer? ¿Por qué portar ciertas
particularidades anatómicas otorgaría determinada
función, cualidades y conductas? Esto evidencia algo más
profundo aún, que se vincula a la naturalización de que
ciertas características anatómicas y fisiológicas,
el fenotipo sexual, queda asociado a un sexo, identidad y a un género
naturales.
A esta condición, además, desde los discursos de corte
esencialista, se le suele asociar un poder y una potencia, el "poder
femenino", que parte de la "esencia femenina" por
portar cierta anatomía.
Se
asocia portar útero y mamas al género femenino y esto a
su vez a la posesión de un conocimiento y un saber natural e
instintivo acerca de la sexualidad, la gestación, el parto, la
lactancia y la crianza. ¿Por qué portar un útero
o mamas acarrearía un saber? Para la perspectiva esencialista
el hecho de portar un órgano incluso otorga características
identitarias: el útero representaría a la feminidad y
la sexualidad, está en el origen de lo que considera una
sexualidad femenina y esta sexualidad femenina se vincula a la
maternidad, condición que otorga un poder (Rodrigáñez
Bustos, Cachafeiro, 2007). Pero el sentido
de portar un útero es efecto del discurso que le atribuye un
significado, una funcionalidad y un rol. En esta sintonía,
Butler (2007) manifiesta que la ontología depende del
discurso, la
materialidad del cuerpo es histórica, por lo tanto imposible
de ser conceptualizada independientemente de los discursos
hegemónicos sobre el género y la sexualidad. El cuerpo,
sus dolores, padeceres, placeres, fantasías, la sexualidad,
etcétera, son efecto del discurso social, cultural e
histórico. Esta
afirmación evidencia el carácter político del
lenguaje en la definición de sujeto, cuerpo y realidad.
Preciado (2011) llama genitalistas matriarcales a quienes ubican la
capacidad generativa, el útero y la reproducción sexual
llevada a cabo por cis-mujeres como la única ontología
de la sexualidad. Los
órganos llamados sexuales, el fenotipo sexual, el sexo, como
objetos del discurso, resultan ser "una idea compleja
históricamente formada en el interior del dispositivo de
sexualidad" (Foucault 2008, p.145). La asociación del
útero con la sexualidad, con conductas, deseos y necesidades
entonces sería efecto del dispositivo de la sexualidad.
"Sabemos
parir"
¿Qué
implica esta frase tan arraigada y extendida en las disciplinas
(médicas y no médicas) y profesionales del campo
perinatal? Implica pensar y abordar al parto humano como un hecho
instintivo, del que se porta un saber innato para atravesarlo. Este
saber se encontraría en la genética mamífera
(Odent, 2011), en una supuesta esencia sexual femenina a través
de la potencialidad del útero materno (Rodrigáñez
Bustos, 2010) y en lo transgeneracional femenino
a través de la experiencia y los relatos de las mujeres que
paren y acompañan a parir (Vivas, 2019).
La
impronta del esencialismo biologicista es tal que, por ejemplo, en
2014 y 2019 se expresó en los lemas de la Semana Mundial del
Parto Respetado: "parir es poder" y "el poder de
parir está en vos", respectivamente. Otro ejemplo es lo
que sucede con la llamada disciplina positiva y la psicología
positiva, presente en muchos escritos y materiales de difusión
masivos en los que se sostienen, incluso por equipos profesionales
que acompañan gestaciones y nacimientos, afirmaciones como "yo
sé parir", "parí: soy fuerte y poderosa",
"llevo conmigo la energía de todas las mujeres que
parieron antes de mi". "A
las mujeres nos han hecho creer que no sabemos parir" dice la
escritora española Esther Vivas (26 de mayo de 2017) en
consonancia con esta idea. Si se
supone un saber natural e innato sobre parir vaginalmente antes de
haber parido es porque de una u otra manera se supone un instinto.
¿Parir implica per se
un poder? ¿Qué sería portar una "energía"
de las mujeres que parieron antes? ¿A una esencia, a un
supuesto saber femenino
transgeneracional?
Muchas
de estas afirmaciones son sostenidas por disciplinas y profesionales
del área perinatal incluso apelando a un criterio científico.
Instintivismo, naturalismo y esencialismo. ¿Cuáles son
las consecuencias de seguir sosteniendo estos discursos? Porque si
hay una esencia y está en la naturaleza del cuerpo y la
fisiología de la mujer
saber parir, solo sería cuestión de hurgar y encontrar
ese saber que se porta. Entonces ¿qué pasa con quienes
no paren vaginalmente? ¿algo falla? ¿qué falta?
¿hay un error? ¿cuál sería?. El manto de
sospecha sobre la mujer que no "logró" parir
impregna la experiencia del parto/nacimiento e incluso la lactancia y
el puerperio, produciendo efectos, malestares y sufrimiento. La culpa
es una de las vertientes en las que esto suele aparecer.
Michel
Odent (2011) recurre al parto mamífero no humano como
arquetipo del parto humano, y lo define por la presencia de un coctel
de hormonas, principalmente, las llamadas "hormonas del amor"
(la oxitocina), que responden a la parte del cerebro
primitivo, también llamado
troncal, propio a toda la especie mamífera. Para que esto
suceda se requiere del abandono de la parte del cerebro
humano, el neocórtex, que es
la que inhibe el proceso del parto. Pero
¿es esto posible? ¿Es viable hablar de tal escisión?
¿Es posible voluntariamente y racionalmente "desactivar"
el neocórtex? ¿Acaso no es contradictorio apelar a una
acción voluntaria para que aflore "lo primitivo"?
¿Es posible dejar de lado, escindirse de lo que
estructuralmente constituye al sujeto? ¿Es posible deshacerse
consciente y por voluntad, de la marcas de la cultura, los
dispositivos, la historia, de los deseos, del inconsciente? ¿Es
posible pensar en un sujeto universal, a-histórico, como
unidad bio-fisiológica? Siempre hay sentido y significado en
cada sensación, sentimiento y experiencia. De eso se trata lo
simbólico y el inconsciente, constitutivos de los sujetos y
las experiencias, inclusive la de parto. Que el parto
sea un proceso involuntario no es sinónimo de que el
inconsciente desaparezca. El inconsciente es la estructura del
lenguaje que precede y constituye al sujeto y al cuerpo (Lacan,
1955-6).
En
base a la concepción de sujeto, cuerpo y realidad que se viene
abordando se plantea lo limitante y problemático de seguir
hablando de partos naturales, instintivos, mamíferos,
abstraídos y escindidos de los determinantes sociales e
históricos que los constituyen y forman parte de su propia
definición. ¿Es posible conceptualizar y abordar al
parto solo a través de la participación de ciertas
hormonas y la inhibición de otras (o incluso jerarquizando
este aspecto)? ¿Por qué "mamiferizarlo" e
imprimirle ciertas características de algunas
especies mamíferas sería lo apropiado y lo deseable?
Tomar
al parto es su definición cultural no excluye tomar en cuenta
los mecanismos fisiológicos, pero implica pensar la
descripción y explicación de estos tomando en cuenta
los sentidos que le son soldados en la cultura y la época.
Por ejemplo ¿es correcto asociar en todos los casos el parto
vaginal a la libertad, el placer, el empoderamiento y el amor? ¿Es
estructural? ¿Hay ausencia de estos elementos per
se
cuando no hay parto vaginal?
El
parto humano no es un hecho biológico es un hecho
humano, contextual, subjetivo, significante. Esto no niega la
necesidad de segregación de ciertas hormonas pero esto no
determina su origen, su sentido ni su definición. En la medida
en que se asume la lógica del deseo humano, se renuncia
automáticamente a una esencia, instinto o naturaleza mamífera
universal. ¿Cuál es la lógica del deseo? "El
deseo del hombre encuentra su sentido en el deseo del otro, (…)
su primer objeto es ser reconocido por el otro" (Lacan, 2007,
p. 259). En el origen del sujeto está el deseo… del
otro, articulado al discurso (encarnado en una madre, padre o quien
sea que le quepa la función). El deseo es la condición
que humaniza. En el inicio se es objeto de deseo para otro.
En
el origen del parto humano está la estructura significante,
así como en el origen del amor, del dolor, la identidad, la
sexualidad, el sujeto, el cuerpo y la realidad.
En
el marco del análisis de los discursos que rodean al parto,
también está la idea, reconocida y extendida en el
campo perinatal,
de que el parto
es un hecho sexual. Esto también fue propuesto por Michel
Odent (2011), quien fundamenta esta afirmación en la
participación de la oxitocina, protagonista en las relaciones
sexuales y el orgasmo. El parto, el nacimiento y la lactancia, al
definirse por la presencia de esta hormona, quedan asociados a la
sexualidad. Odent vincula la oxitocina, presente en diferentes
aspectos de la vida sexual, al amor ya que son estas mismas hormonas
las que funcionan en cualquiera de los aspectos relacionados con lo
que se conoce como amor. Propone que la sexualidad y el amor están
estrechamente vinculados en sus definiciones producto de la misma
causa que es la liberación de la hormona oxitocina. Entonces
¿lo
que define que un hecho sea sexual es la activación de ciertas
hormonas? ¿Por qué lo sexual estaría definido
por lo hormonal? ¿Es correcto conceptualizar al parto y su
impacto desde una concepción fisiológica? ¿Qué
define lo sexual y la sexualidad? Michel Foucault se pregunta: "¿El
"sexo", en la realidad, es el ancoraje que soporta las
manifestaciones de la "sexualidad" o bien una idea
compleja, históricamente formada en el interior del
dispositivo de sexualidad? Se podría mostrar, en todo caso,
cómo esa idea del "sexo" se formó a través
de las diferentes estrategias de poder y qué papel definido
desempeñó en ellas" (Foucault, 2007, p. 185).
Piensa a la
sexualidad, no como mecanismo biológico, fisiológico o
neuro-hormonal sino como una idea, un concepto,
históricamente formado en el interior del dispositivo de la
sexualidad.
Esto implica un alejamiento del instinto sexual, de una definición
objetiva, universal y a-histórica. La
sexualidad como dispositivo contiene a las redes de poder que la
definen y enmarcan. Desde esta lógica ¿es el parto de
por sí un hecho sexual? ¿qué lo haría
portador de esa condición?.
El
discurso de la sexualidad no se centra en un objeto particular,
prediscursivo, al que llamamos sexo sino que estos objetos se
producen dentro de prácticas discursivas. ¿Por qué,
por ejemplo, la sexualidad estaría ubicada en un órgano?
Preciado (2011) dice que "el deseo, la excitación sexual
y el orgasmo no son sino los productos retrospectivos de cierta
tecnología sexual que identifica los órganos
reproductivos como órganos sexuales" (p, 48). Cuando se
habla de los órganos sexuales, de los órganos sexuales
femeninos, suele pensárselos, tal como dice Butler (2007),
como la causa
de
la experiencia, la conducta y el deseo sexuales. Sin embargo, esta
supuesta causa
es
en realidad efecto.
Para Laqueur el
sexo, así como el ser humano, es contextual y todo intento de
aislarlo de su medio discursivo, socialmente determinado, es
imposible, como la búsqueda por parte del filósofo de
un niño totalmente salvaje o los esfuerzos del antropólogo
moderno por filtrar lo cultural para obtener un residuo de humanidad
esencial (1994).
Otra
idea planteada por Odent, reconocida y difundida en el ámbito
perinatal, es respecto de los beneficios
de un parto en soledad (2011). Haciendo frente a los estragos por los
excesos de intervencionismo médico, destaca que los mamíferos
no humanos, cuyo neocórtex no está tan desarrollado,
prefieren dar a luz en soledad. Asocia esto a una sensación de
seguridad y de protección y por eso lo pondera como modelo
para el parto humano. Pero ¿qué es la seguridad? ¿es
la misma la seguridad la de los mamíferos no humanos que la de
los humanos? ¿qué es la seguridad para cada quien? ¿Qué
es lo que otorga protección para cada quien? ¿Por qué
la soledad garantizaría seguridad en el parto humano? Odent
incluso piensa a la pareja en el parto como obstáculo. Lo que
se está intentando plantear es que para los seres humanos no
hay sensación de seguridad generalizable. ¿Parir con la
presencia y la intervención (que no es intervencionismo) de
otros es de por sí estorbar el proceso en el parto humano?
¿Acaso el acompañamiento y el sostenimiento de otros no
es parte de una necesidad humana al ser
seres sociales sujetados a otros por estructura? ¿Acaso
esos otros no forman parte de la propia constitución? ¿Por
qué debería renegarse de este aspecto propio de lo
humano para "el buen parto"? ¿Por
qué tomar la soledad del
parto mamífero no humano para pensar al parto humano?
¿Por qué se la valoriza y se la considera, muchas
veces, sinónimo de autonomía y autosuficiencia? ¿Es
lo mejor, en todos los casos, parir en soledad? Cuando
el parto en soledad, por considerarse sinónimo de
empoderamiento, se vuelve mandato, pareciera existir una debilidad en
necesitar de la presencia de otras figuras para parir.
La
experiencia del parto no puede explicarse por la fisiología ni
por la esencia. El embarazo, el cuerpo en el embarazo, es un
cuerpo que se habita pero del que nada se sabe de antemano. Lo mismo
sucede con el parto. No hay esencia, no hay instinto, el parto es una
construcción simbólica. Esto implica además
aceptar que nunca un parto debe ni puede ser igual a otro, porque en
cada uno se pone en juego un entramado
singular en el que los discursos y la historia se entrelazan. Esta
proposición plantea trascender las hormonas, los
neurotransmisores, la fisiología, la anatomía, la
esencia. ¿Por qué sigue siendo necesario respaldarse en
la jerarquización de la biología para argumentar
científicamente un parto respetado y humanizado? ¿Acaso
es esa la definición necesaria para pensar el parto humano?
¿Por qué se debería aspirar a ella?
El
acto de parir es un acto no solo cultural, sino también
político, es decir, es expresión de un tipo particular
de articulación de las relaciones de poder en un momento
histórico determinado
(Gómez, 1999). Lo
que sucede en el parto tiene que ver con años de apropiación
del cuerpo por parte de tecnologías de poder. No tiene que ver
con procesos voluntarios ni individuales. No tiene que ver con
fortaleza, carácter, ni capacidad de rebelarse o empoderarse.
Son marcas, discursos y prácticas que construyen cuerpos y
producen subjetividad, donde los procesos de gestación y parto
no están exentos. Es
imposible barrer con las marcas de la cultura y deshacerse de eso
voluntaria e individualmente. Esto no implica desconocer ni dejar de
decir claramente que para parir es necesario un ambiente seguro,
respetuoso, no invasivo ni violento, entendiendo
que el protagonismo y la decisión siempre es de quien pare y
no del médico que lo asiste.
Si
desde el nacimiento, a través de la medicalización
indefinida,
hay un control y un arrebato del cuerpo, la sexualidad, las
elecciones, los deseos, que se replica en
la
gestación y en el
parto ¿esto no implica ya una ruptura con lo puramente
biológico y nos hace pensar en un
parto que viene diagramado por una historia, un dispositivo, un
sistema… que actualmente es de desigualdad y violencia
estructural? ¿Acaso esto no contrasta con la posibilidad de un
supuesto retorno a la fisiología mamífera? La
teorización y valoración de lo "natural" enciende
la sospecha sobre la
persona gestante en torno
a sus "capacidades mamíferas"
impactando subjetivamente y en cómo experimenta el parto.
Para
finalizar
La
cultura de la violencia y del arrebatamiento por parte del modelo
médico hacia las personas que paren y gestan es una realidad
extendida que se imprime en los cuerpos, los sujetos y los partos. Se
han denunciado prácticas protocolizadas y rutinarias
iatrogénicas que aún se sostienen en nombre de una
supuesta evidencia científica (OMS, 1985, 2005, 2018). De
aquí que sea fundamental un trabajo deconstructivo que apunte
a visibilizar las consecuencias y a transformar esta situación.
El
dispositivo
de medicalización
construye la definición de lo vivible, de salud, de riesgo y
peligro, de sujeto, de cuerpo, de sociedad, y por supuesto de
embarazos y partos/nacimientos y crianzas. Sin embargo,
los sujetos y los partos no pueden quedar reducidos a procesos
fisiológicos. La
Salud Mental y la Psicología Perinatal no pueden seguir
pensando a la perinatalidad oscilando entre el intervencionismo
médico que piensa al sujeto como un número, un objeto y
un diagnóstico a ser manipulado, al fisiologismo que lo reduce
a mecanismos neuro-hormonales característicos de una
naturaleza mamífera instintiva.
No
hay definición única ni universal de embarazo,
parto/nacimiento, lactancia ni crianza, porque no hay concepción
que se abstraiga de la cultura, el momento socio-histórico y
los dispositivos de verdad-saber-poder que operan en su
conceptualización.
Tampoco hay experiencia universal de los sujetos al respecto, las
experiencias
son singulares determinadas por la historia propia, familiar y
cultural.
Partiendo
de este punto, la intervención profesional no debería
dirigirse a proponer ni demandar la normalización ni la
normativización de una supuesta fisiología universal a
la población que se encuentra atravesando la etapa perinatal,
sino a considerarla en la complejidad de todas sus dimensiones y en
el caso por caso.
Si
se reconociera una definición universal entonces ¿qué
sucede con lo que escapa a ella? ¿Qué acontece con los
sujetos que atraviesan la experiencia de no coincidir con una
definición de parto o lactancia considerada normal, saludable
y esperable? ¿Acaso querer encajar las diversas experiencias
en una única definición fisiológica y por lo
tanto objetiva y general, no implica limitar e invisibilizar la
complejidad de lo humano en estos procesos?
El
binarismo, el fisiologismo y el esencialismo, lejos de ser verdades
objetivas, son sistemas de pensamiento que definen a los sujetos, sus
cuerpos y la realidad. Estas perspectivas representan un problema
epistemológico en el abordaje del campo perinatal porque
arrastran un reduccionismo biologicista de los procesos y los sujetos
a través de la reproducción del instinto materno.
Conceptualizar
al parto respetado
(humano, no humanizado), fuera de la patologización y la
medicalización, no requiere de la exclusividad ni de la
jerarquía de la perspectiva biológica para ser avalado.
Se trata de la
ponderación del respeto, no por una cierta naturaleza
originaria ni instintiva, sino por sujetos deseantes, efectos de la
cultura y la historia y el sostenimiento de una singularidad. Esto
incluye la modalidad de hacer familia, de transitar un embarazo, la
forma de parir, el vínculo con el cuerpo, los tiempos, las
necesidades, las decisiones, la identidad, la orientación, la
propia historia, la asunción de la materpaternidad y la
crianza. Se trata del respeto por el sujeto y el deseo como condición
humanizante sin dejar de ponderar las condiciones y la accesibilidad.
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