Algunas
nociones preliminares
La
procrastinación se define como la postergación
reiterada y voluntaria de actividades ya sea en su inicio, desarrollo
o finalización. El aplazamiento se da de manera deliberada,
incluso priorizando la realización de otras tareas, a pesar de
las consecuencias que esto puede acarrear (Sirois, 2023; Steel,
2007). Sin embargo, el carácter voluntario de las conductas no
quiere decir que sean planificadas, reflexivas y libres de
perjuicios. De hecho, la literatura informa acerca de sus múltiples
incidencias sobre el bienestar subjetivo y el desempeño en
distintos ámbitos de la vida (Angarita, 2012).
El
fenómeno de la procrastinación es heterogéneo en
al menos dos sentidos. En primer lugar, el campo de estudio de los
antecedentes, correlatos y consecuencias de las conductas de
aplazamiento ha crecido ampliamente en las últimas décadas.
Factores intrasubjetivos, intersubjetivos, cognitivos,
motivacionales, conductuales y contextuales pueden favorecer o
inhibir su desarrollo. Algunos de los que cuentan con mayor apoyo en
la evidencia son la autorregulación, el miedo al fracaso, la
gestión del deficiente del tiempo, la autoeficacia y la
ansiedad (Steel y Klingsieck, 2016).
En
segundo lugar, esta heterogeneidad se justifica también a
partir de la delimitación y el agrupamiento de quienes
procrastinan. El estudio del fenómeno facilitó la
emergencia de diversas propuestas de clasificación de las
personas que procrastinan en base a características
individuales y otros parámetros. Este interés y los
distintos caminos para materializarlo concluyeron en que
efectivamente existen distintos perfiles de este constructo. Sin
embargo, las diferencias en las metodologías utilizadas
(revisiones teóricas, Análisis de Componentes
Principales, Análisis de Perfiles Latentes, entre otras), las
variables seleccionadas y los criterios utilizados, revelan que este
campo de investigación está en constante evolución
y desarrollo (Grusnchel et al., 2013).
Las
primeras propuestas de clasificación surgieron en el ámbito
de la autoayuda y son fundamentalmente teóricas. Estas
perspectivas buscan ayudar a los individuos a comprender los motivos
principales detrás de su procrastinación,
permitiéndoles abordarla de manera efectiva (Ellis y Knaus,
1977; Burka y Yuen, 1983). A medida que las metodologías
empíricas fueron tornándose más robustas,
comenzaron a definirse perfiles más rigurosos en base a
criterios tales como rasgos de la personalidad, razones subyacentes a
la procrastinación, efectos asociados, patrones de conducta y,
más recientemente, niveles de gravedad o severidad. Además,
la caracterización de dichos perfiles se desarrolló a
partir de la medición de un gran abanico de variables
utilizando múltiples instrumentos (Chun y Choi, 2005; Day, et
al., 2000; Ferrari, 1992; Grusnchel et al., 2013; Lay, 1997; McCown
et al., 1989; Rist et al., 2023; Rozental et al., 2015; Schouwenburg,
1992).
¿Por
qué definir subtipos?
La
distinción y descripción de clases diferenciales de
cualquier constructo psicológico tiene muchas potencialidades.
Primeramente y como se viene mencionando, dado que muchos de los
fenómenos estudiados en psicología son sumamente
complejos, una forma exhaustiva de analizarlos es a través de
la delimitación de perfiles.
Por
otro lado, identificar tipos particulares de procrastinación
puede ayudar a las personas a comprender mejor los patrones y las
razones detrás de sus conductas. Esto puede situar a quienes
experimentan conductas dilatorias en una mejor posición para
abordar sus cogniciones y emociones (Gueorguieva, 2011).
En
el ámbito de la investigación clínica, la
tipificación de estas categorías también resulta
beneficiosa. La efectividad de diferentes tratamientos puede variar
no sólo en función de los problemas, trastornos o
conductas que conciernen al campo de la salud mental, sino también
según las diversas manifestaciones que estas adoptan en
personas y contextos concretos. En otras palabras, intervenciones o
procedimientos específicos pueden ser más efectivos
para un perfil particular de procrastinación que para otro.
Más
recientemente, en el campo del psicodiagnóstico, el interés
se desplazó hacia la posibilidad de considerar a la
procrastinación como una entidad clínica. Es decir,
¿cuándo sería necesario un tratamiento? ¿En
alguna de sus expresiones sería útil considerarla
disfuncional o severa? Los estudios que surgen de esta corriente
emplean sus hallazgos para delinear criterios que permitan detectar y
diferenciar formas seriamente perjudiciales de procrastinación
de conductas postergatorias de menor magnitud (Rist, 2023).
Revisión
de clasificaciones
Distintos
estudios han puntualizado, descrito y analizado clasificaciones
posibles para la procrastinación. Las propuestas teóricas
hipotetizan variaciones del fenómeno identificando
comportamientos, emociones y pensamientos que, según su
observación y aportes de la literatura precedente,
caracterizan a cada tipo. Estas concepciones originarias de la esfera
del desarrollo personal dieron lugar a tipologías de
procrastinación basadas en factores como la
autodesvalorización, la baja tolerancia a la frustración,
la hostilidad, el miedo al fracaso o al éxito, la separación
o la intimidad. Además, identificaron perfiles como
perfeccionistas, generadores de crisis, soñadores, políticos,
castigadores, entre otros (Ellis y Knaus, 1977; Fiore, 2007; Sapadin
y Maguire, 1997; Walker, 2004).
Descriptivamente,
estas categorías abarcan varias razones para procrastinar:
evitar sensaciones displacenteras que puede producir una tarea (como
frustración y cansancio); temores o ansiedades sobre el
futuro; dudas sobre las propias capacidades; percepciones de
injusticia en el entorno interpersonal; o la utilización de
estas conductas como estrategias, no necesariamente conscientes, para
rendir bajo presión.
Por
otro lado, los abordajes empíricos examinan patrones de
puntajes obtenidos en los diversos instrumentos de medición y
escalas administradas para definir perfiles (Gueorguivea, 2011).
Estos estudios han complejizado el campo de investigación e
intervención, aportando una mayor cantidad de variables que
interaccionan y caracterizaciones más exhaustivas de cada
variedad.
Considerando
las razones subyacentes a la procrastinación como principal
criterio, se definieron tipologías vinculadas a la aversión
a la tarea, al miedo al fracaso, a la tendencia a evitar situaciones
cognitivamente exigentes (estilo evitativo), a la búsqueda de
sensaciones (arousal), al estado de ánimo deprimido, a la alta
ansiedad ante las evaluaciones, entre otros (Day, et al., 2000;
Ferrari, 1992; Solomon
y Rothblum, 1984). En
este caso, las clasificaciones comparten muchas similitudes con las
presentadas teóricamente, no obstante, para describir y
validar las diferencias entre perfiles se miden variables tales como:
ansiedad, autoestima, depresión y asertividad.
Otros
estudios dentro del campo de las relaciones entre procrastinación
y los rasgos de la personalidad, definieron clasificaciones de
procrastinadores/as mayormente rebeldes, con rasgos de psicoticismo,
neuróticos-extravertidos y depresivos (Lay, 1997; McCown et
al., 1989). Desde este criterio, las distintas expresiones de
aplazamiento estarían atravesadas por cualidades más
estables de las personas y se obtuvieron a partir de la
administración de inventarios de personalidad. McCown et al.
(1989), por ejemplo, definieron que sujetos procrastinadores con
rasgos de psicoticismo podrían postergar por sus altos niveles
de impulsividad o baja respuesta a presiones sociales. Los
neuróticos-extravertidos lo harían por asumir
demasiadas tareas autoimpuestas. Quienes presentan rasgos depresivos,
por su parte, tienen menores niveles de energía y mayor
aislamiento social, lo que podría resultar en mayor dilación
de ciertas actividades.
Chun
y Choi (2005), por su parte, propusieron la separación de un
tipo deliberado y mayormente adaptativo de conductas dilatorias
(procrastinación activa) de una clase más disfuncional,
vinculada a la dificultad para la toma de decisiones (procrastinación
pasiva). Esta distinción ha sido y continúa siendo
sumamente útil para comprender la diferencia entre una
postergación planificada y reflexiva que no presenta
consecuencias mayores en el bienestar subjetivo, y la procrastinación
que viene siendo descrita.
Estudios
recientes incluyeron análisis centrados en la persona para
identificar tipologías de acuerdo con las razones para
procrastinar (Gross et al., 2024; Grusnchel et al., 2013) o los
niveles de severidad de la conducta (Rebetez et al., 2015, Rist et
al., 2023; Rozental et al., 2015). Estos últimos establecieron
clases que abarcan un rango desde individuos altamente regulados
hasta aquellos sin regulación alguna; desde leves hasta
severos; y desde quienes ejecutan rápidamente hasta los que
procrastinan de manera disfuncional. A grandes rasgos, quienes se
ubican en el polo menos saludable o adaptativo del constructo tienden
a percibir sus conductas postergatorias como altamente problemáticas,
a la vez que experimentan mayores niveles de ansiedad y depresión.
Conjuntamente, presentan deficiencias en sus estrategias de
regulación emocional, además de menores niveles de
motivación y bienestar psicológico general.
{ver tabla 1}
Conclusiones
En
vista de que la definición de perfiles es importante para una
mayor comprensión de la procrastinación como fenómeno,
para la investigación clínica e incluso para el
psicodiagnóstico, se abren nuevas líneas de acción.
Primeramente, la literatura más reciente en la materia propone
que los próximos estudios acerca de subtipos del constructo se
realicen a partir de análisis centrados en la persona y
avancen en optimizar los criterios de severidad (Grusnchel et al.,
2013; Rist et al., 2023). Otros autores enfatizan la necesidad de
desplegar investigaciones longitudinales para evaluar la estabilidad
de los perfiles, a la vez que minimizar sesgos y obtener una visión
más profunda no sólo de las diferencias
interindividuales, sino también intraindividuales (Gross et
al., 2024).
Por
otra parte, casi todos los estudios se han llevado a cabo en América
del Norte y Europa. Sería considerablemente valioso el
desarrollo de investigaciones en poblaciones latinoamericanas para
analizar de qué manera se manifiesta la procrastinación
en muestras locales. En paralelo, pueden añadirse a estos
trabajos ejes de análisis, criterios y variables que aporten
valor y enriquezcan el conocimiento en esta área.
La
posibilidad de agrupar a las personas que procrastinan en función
de su pertenencia a una determinada clase puede tener marcadas
implicancias en futuras preguntas y objetivos de investigación,
así como en las hipótesis y abordajes clínicos.
Considerando estos modelos de clasificación coexistentes,
surgen las preguntas: ¿es posible abordar la procrastinación
como fenómeno o entidad clínica sin tener en cuenta la
existencia de distintos perfiles? ¿Será adecuado
aproximarse a las conductas postergatorias de todas las personas de
la misma manera, sin reconocer previamente a qué subtipo
pertenecen? De esta manera, los resultados obtenidos no deberían
pretender ampliar la gama de etiquetas diagnósticas
existentes, sino que, por el contrario, sirven para formular
hipótesis menos reduccionistas, contribuyendo a complejizar la
conducta de los/as consultantes o participantes.
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