No
somos racionales
Las
teorías actuales acerca del pensamiento coinciden en postular
que, más que un conjunto de reglas abstractas independientes
del contexto y del contenido, el pensamiento humano en sus entornos
reales de ocurrencia depende de reglas específicas (por
dominios) y está condicionado por variables motivacionales que
pueden producir errores de razonamiento (Carretero y Asensio, 2008).
Si
el enfoque logicista se concentraba en el razonamiento formal
(matemático, deductivo), desde un abordaje semántico,
en cambio, se supone la existencia en el pensamiento de procesos que
requieren la elaboración de modelos
mentales.
La teoría de los modelos mentales de Johnson-Laird (1989)
plantea que "el pensamiento humano no depende de reglas, sino
de la elaboración, manipulación y evaluación de
representaciones mentales estructuralmente análogas a los
objetos representados" (Carretero y Asensio, 2008, p. 21); es
decir, moldes o modelos con determinadas propiedades. Para este
enfoque semántico, no es viable estudiar los procesos de
razonamiento excluyendo el significado de los contenidos manipulados.
Por otra parte, la teoría cognitiva actual dice también
que, en sus contextos reales, las personas no toman decisiones ni
realizan predicciones a partir de deducciones racionales o cálculos
matemáticos abstractos, sino de manera intuitiva, muchas veces
implícita y bajo la influencia de factores contextuales,
motivacionales y pragmáticos.
A
diferencia del razonamiento deductivo, proposicional o silogístico,
el pensamiento probabilístico, al ser un tipo de razonamiento
inductivo, exige reponer información que no ha sido dada
previamente. El razonamiento inductivo o probabilístico
requiere manejar la incertidumbre y la variabilidad situacional. El
resultado de las conclusiones que se obtienen en la vida cotidiana es
más incierto que definitivo, y está sujeto a múltiples
variables que no se pueden controlar. Según Pérez
Echeverría y Bautista (2008), el pensamiento probabilístico
responde a las exigencias de una sociedad en constante cambio y
transformación, y con un volumen de información al que
no se puede acceder completamente.
Muchos
autores coinciden en que el razonamiento probabilístico
explica mejor que el pensamiento lógico-racional las
decisiones e inferencias que realizan las personas en la vida
cotidiana, así como también los errores de pensamiento
que cometen. Es decir, muchos de esos errores (atajos mentales o
sesgos cognitivos) serían adaptativos, estarían al
servicio de controlar la incertidumbre y la imprevisibilidad de la
vida diaria.
El
pensamiento probabilístico se sustenta en las reglas del
aprendizaje asociativo e implícito, que fueron transmitidas de
manera experiencial, tácita, y que constituyen la base de las
creencias de las personas sobre el mundo. Al ser naturalmente
incompleto, este tipo de pensamiento es también falible,
aunque se puede mejorar y educar, ya que resulta fundamental por el
menor esfuerzo cognitivo que requiere (Pérez Echeverría
y Bautista, 2008).
Un
ejemplo de pensamiento probabilístico son los juicios
heurísticos, procedimientos cognitivos que permiten reducir la
complejidad de las variables contextuales y simplificar la toma de
decisiones, en la medida en que ayudan a priorizar determinada
información y desatender otra, incluso de una manera que
induce a que, en ciertas circunstancias, se cometan errores. Los
juicios heurísticos suelen ser automáticos, no
conscientes, y están condicionados por procesos atencionales y
de memoria, como la limitada capacidad de la memoria de trabajo.
Heurísticos
y sesgos
Kahneman
(2012) describe dos tipos de procesos cognitivos o modos de
pensamiento, a los que llama Sistema 1 y Sistema 2. El Sistema 1 es
el pensamiento rápido, intuitivo, automático,
asociativo, que no requiere esfuerzo ni voluntad. El Sistema 2 es el
pensamiento lento, deliberado, que requiere esfuerzo, atención,
un orden secuencial, el uso de reglas lógicas y la
manipulación de una cantidad de recursos de memoria. Otros
autores, como Mischel (2015) hablan de pensamiento caliente y
pensamiento frío. El Sistema 1 se correspondería con el
pensamiento
caliente,
se asocia al sistema límbico o cerebro emocional, es
automático e inconsciente. El Sistema 2 se correspondería
con el pensamiento
frío,
que es reflexivo, más lento de activar y se asocia a las
funciones ejecutivas, la capacidad de autocontrol y se ubicaría
en la corteza prefrontal del cerebro (Mischel, 2015).
Los
juicios heurísticos son atribuciones de causalidad o
probabilidad en los cuales interviene el pensamiento intuitivo
(caliente), o Sistema 1. Son procedimientos rápidos,
económicos y eficientes, fruto de la experiencia y el
entrenamiento, que se aplican en la mayor parte de las decisiones de
la vida cotidiana, aunque en algunos casos pueden presentar fallas,
conocidas como sesgos cognitivos.
Kahneman
(2012) identifica tres tipos de sesgos cognitivos comunes, que todas
las personas cometen: juicios de representatividad, de accesibilidad
y de anclaje y ajuste. Los heurísticos de representatividad se
refieren a los juicios atribucionales en los cuales el error de
razonamiento se debe a la supuesta semejanza entre un ejemplar (cosa,
persona, acontecimiento, etcétera) y un modelo o categoría
a la cual ese ejemplar podría pertenecer. Los heurísticos
de accesibilidad o disponibilidad son juicios erróneos de
probabilidad basados en la facilidad para evocar ejemplos o
información accesible o disponible a la memoria (por la
tendencia a creer que si lo recuerdo más es porque es más
frecuente o probable). Y los heurísticos de anclaje y ajuste
se refieren a los juicios atribucionales motivados por la
presentación de datos numéricos de un cierto modo que
predisponga a una conclusión errónea. Estos tres tipos
de errores, según Kahneman (2012), se apoyarían en una
premisa común: "Los acontecimientos recientes y el
contexto actual tienen el máximo peso en el momento de optar
por una interpretación" (p. 110).
En
ausencia de información explícita, el Sistema 1
construye contextos probables y llega rápidamente a
conclusiones plausibles. Las personas prefieren la familiaridad o
"facilidad cognitiva" a la tensión, incluso cuando
esta conlleve el riesgo de la falsedad o la ilusión de verdad
(Kahneman, 2012). Según Kahneman esto es así, entre
otras cosas, porque la facilidad cognitiva se asocia evolutivamente a
emociones positivas. En una línea semejante, Schwarz &
Clore (2003) sostienen que las emociones y la experiencia subjetiva
juegan un papel central en los procesos de pensamiento, dada la
naturaleza situacional y encarnada de la cognición humana.
Para estos autores, las emociones positivas se asocian a estilos
top-down
de procesamiento cognitivo, que exigen una atención menos
focalizada y mayores componentes de creatividad, entusiasmo y
experimentación (Schwarz & Clore, 2003).
Aspectos
motivacionales de los sesgos
Para
Kahneman (2012), entonces, el Sistema 1 predomina y tiende a
imponerse, al menos en el razonamiento cotidiano. La excepción
serían los expertos en algún dominio, que han logrado
automatizar razonamientos complejos para mejorar su toma de
decisiones (Pérez Echeverría y Bautista, 2008). Esta
manera de imponerse del pensamiento rápido sobre el lento no
responde solo a las limitaciones de la arquitectura de la mente (o de
la memoria de trabajo); se debe también y principalmente,
dirán algunos autores, a factores motivacionales, afectivos.
El Sistema 1 no actuaría solo con un objetivo económico,
para ahorrar esfuerzos cognitivos. También lo hace para
defender la consistencia y la coherencia de los juicios, eliminando
la duda y la ambigüedad, es decir: para proteger al Self
o sentido de sí mismo.
La
necesidad de congruencia en la construcción del Self o sí
mismo fue descripta hace décadas por los modelos
humanístico-existenciales como una de las claves para el
desarrollo de una personalidad funcional, sana o autorrealizada
(Rogers, 1984). Para Kahneman, el "efecto halo" y el
sesgo de confirmación, por ejemplo, serían otros
errores de pensamiento que demuestran la búsqueda de
coherencia emocional o confianza excesiva que las personas suelen
tener en sus propios juicios y creencias, con el fin de defender su
sentido de identidad. Este sentido de identidad sería, según
él, esencialmente narrativo: "Ni la cantidad, ni la
cualidad de la evidencia cuentan mucho en la confianza subjetiva. La
confianza que los individuos tienen en sus creencias depende sobre
todo de la cualidad de la historia que pueden contar acerca de lo que
ven, aunque lo que ven sea poco" (Kahneman, 2012, p. 120). Más
aún, sostiene Kahneman que cuanta más información
disponen las personas, más amenazada resulta la coherencia de
las historias que se cuentan a sí mismas y sobre
sí mismas. El Sistema 2, al complejizar el razonamiento y
cuestionar la información disponible, sumando variables
normalmente no tenidas en cuenta por el Sistema 1, genera duda,
ansiedad, sospecha y/o incertidumbre, emociones que atentan contra el
sentido de integridad que el sí mismo se esmera por construir,
incluso de manera ilusoria.
En
una línea similar, y siguiendo a Gilbert (2006) y su
definición de "sistema inmunitario psicológico",
Mischel (2015) explica cómo la sobrevaloración, o los
sesgos de atribución y autocomplacencia, preservan el
sentimiento de autoafirmación y autoeficacia (Bandura, 1977),
son adaptativos y funcionan como factores protectores de la salud
mental y física; aun cuando sean malos consejeros a la hora de
tomar decisiones riesgosas por el exceso de optimismo que conllevan
(Mischel, 2015). Para Mischel, la ilusión de control, aunque
emocionalmente necesaria, es frágil. El autor se refiere a la
"paradoja de la consistencia" de la personalidad para
explicar que el Self o representación de sí mismo
depende más del contexto o la situación que de sus
características intrínsecas; es mucho más
cambiante y menos estable de lo que los teóricos de la
personalidad querrían; depende de metas, expectativas,
experiencias pasadas, emociones, competencias específicas, y
no de rasgos fijos e inmutables como algunos modelos proponen
(Mischel, 2015).
La
falacia narrativa y la falacia referencial
La
ilusión de control de la que hablan los autores mencionados se
asocia, a su vez, a los sesgos retrospectivos, que hacen creer a las
personas que las explicaciones que encuentran para entender hechos
pasados demuestran que esos hechos eran predecibles o inevitables. Al
creer que puede explicar y comprender el pasado, construyendo buenos
relatos posteriores, la mente humana cree también que puede
predecir y comprender (=controlar) el futuro. El Sistema 1 no se
apaga nunca, parafraseando a Watzlawick (2014), no puede no
significar.
N. Taleb (2012), por su parte, describe este fenómeno como
"falacia narrativa", y la define como la "escasa
capacidad de fijarnos en secuencias de hechos sin tejer una
explicación o, lo que es igual, sin forzar un vínculo
lógico" entre ellos (p. 117). De acuerdo con este autor,
la tendencia a interpretar, otorgar sentido, racionalizar, tiene que
ver con la facilidad que otorgan las narraciones para almacenar
información en la memoria que de otra forma se perdería.
Según él, lo concreto es más fácil de
recordar que lo abstracto, y lo sensacional más que lo
ordinario. Las historias reducen la aleatoriedad, establecen
relaciones causales entre hechos que no necesariamente las tienen; y,
por lo tanto, protegen contra la complejidad del mundo que hace
sentir a las personas vulnerables (Taleb, 2012).
Taleb
(2012) cita como ejemplo la manera en la que se presentan las
noticias en los periódicos, y advierte que la no-ficción
puede ser más persuasiva y propensa al engaño que la
ficción. La tendencia a narrativizar y ficcionalizar la
información pública en los medios de comunicación,
a través, por ejemplo, de la presentación de casos
(como los casos policiales), en detrimento de otros géneros
discursivos más afines a la explicación y a la búsqueda
de la verdad (como la argumentación), es un fenómeno
que ha sido descripto como una característica de la cultura
contemporánea (Ford y Longo, 1997). Incluso los historiadores
han cuestionado el problema de la narratividad como inherente al
discurso de las ciencias sociales. Así como Taleb habla de
falacia narrativa, Hayden White (2011), crítico de la
historiografía, se refiere a la "falacia referencial"
como la creencia de que se puede acceder al significado referencial
de un discurso sin que haya mediación de las formas retóricas
del relato. Para él, ni siquiera en el discurso histórico
existe la garantía de literalidad a la cual la ciencia
supuestamente aspira. Es más, el autor sugiere que la
pretensión de transparencia y referencialidad es el principal
peligro ideológico de la historiografía tradicional (p.
356). Más que cuestionar o denunciar la imposición de
una forma narrativa a contenidos (hechos pasados) no narrativos,
White propone considerar, en cambio, el "estatus cognitivo"
de la ficcionalización o narración. El autor sugiere
que el discurso histórico es
narrativo porque la narrativa es en sí misma una forma de
cognición: las personas piensan y encadenan los hechos de la
realidad de manera narrativa y los representan de ese mismo modo,
ajustándose a los distintos géneros disponibles o
dominantes (mito, fábula, leyenda, noticia policial, etcétera)
en una cultura determinada (White, 2011).
Narrativas
del Sí
mismo
En
una línea afín a lo planteado hasta aquí, Bruner
(2012) habla de dos modalidades de pensamiento, dos maneras de
conocer. Un modo de pensamiento al que llama paradigmático o
lógico científico, y un modo de pensamiento narrativo.
Cada uno de ellos respondería a reglas de funcionamiento
diferentes, y podrían emparentarse con el Sistema 1
(pensamiento narrativo) y Sistema 2 (pensamiento paradigmático)
de Kahneman. Lo que dice Bruner es que los productos de estos dos
modos de conocer, el relato
y el argumento,
se diferencian entre sí principalmente por sus criterios de
verificación. Mientras que los argumentos o hipótesis
se verifican a través de una prueba formal o empírica,
los relatos o narraciones se juzgan por su verosimilitud: "Los
argumentos convencen de su verdad, los relatos de su semejanza con la
vida" (Bruner, 2012, p. 23).
Para
Bruner la narrativa nunca es inocente. Los relatos construyen la
experiencia, o lo que es lo mismo, la distorsionan. Entre los relatos
existentes, distingue un tipo de relatos particularmente
estructurante: los relatos sobre sí mismo, narrativas
autobiográficas o narrativas del Yo. Los define como relatos
autorreferenciales, reflexivos o metacognitivos, que no pueden
aislarse del contexto histórico y cultural dentro del cual
aparecen y que dictamina lo que es posible o deseable narrar sobre
uno mismo en un momento dado (Bruner, 2012). Las narraciones
autobiográficas, para Bruner son, entre otras cosas, un
ejercicio de equilibrio inestable entre la autonomía, el libre
albedrío, y el compromiso con las expectativas que los demás
imponen (Bruner, 2013). El Self, la identidad, no sería algo a
descubrir o describir, sino más bien el producto de un cierto
tipo de relato situado en un contexto sociohistórico que lo
condiciona y habilita. Bruner inventa el término
"dysnarrativia"
para definir la incapacidad de narrar, y postula que esta incapacidad
sería destructiva para la identidad (Bruner, 2013, p. 124).
Desde
el campo de la antropología social, por su parte, Ervin
Goffman (2012) describe la identidad como aquello que hace a un
individuo objeto de una biografía: "Una entidad
alrededor de la cual es posible estructurar una historia" (p.
85). Para este autor, cuanto más pública es esa
historia, es decir, más sujeta al juicio de los otros, se
constituye como "una reducida selección de
acontecimientos verdaderos que son inflados hasta adquirir una
apariencia dramática y llamativa, y que se utilizan entonces
como descripción completa de su persona" (p. 95). Se
puede apreciar aquí un señalamiento de la distorsión
inherente que la narración opera sobre las representaciones
del Self, similar al que planteaban los autores cognitivistas.
En
referencia al tema de la identidad, la narración y la memoria,
Kahneman (2012) distingue "dos yo", cuyos intereses no
suelen coincidir: el yo
que experimenta
y el yo
que recuerda,
advirtiendo sobre el error de confundir la experiencia con la
memoria. El autor sostiene que la inconsistencia entre experiencia y
memoria es estructural al diseño de la mente humana: el que
organiza los relatos del Self es el yo
que recuerda,
pero, como vimos, la memoria comete errores, distorsiona y falsea los
recuerdos. Las decisiones y las preferencias, así como las
narraciones autobiográficas, son competencia del yo
que recuerda
(porque la memoria es una función del Sistema 1) y, por lo
tanto, son influidas por recuerdos muchas veces falsos. Algunas
distorsiones particulares del yo que recuerda, con las que las
personas se identifican, podrían convertirse en fuente de
malestar psicológico.
Dentro
del campo de la psicoterapia, Fernández-Álvarez (1992)
se refiere al guion
personal
como la actividad mental que organiza los significados sobre uno
mismo, y que requiere de una serie de desplazamientos: de un guion
parental (en el inicio de la vida) a la construcción de un
guion individual, y de uno sociohistórico a la conformación
del propio sistema de creencias, en una tensión constante
entre continuidad y cambio.
Para este autor, el Self
es un sistema jerárquico de significados orientados a metas,
que consume recursos cognitivos para preservar su consistencia
interna. Las amenazas de ruptura del guion personal, cuando las metas
que lo organizan se frustran o no pueden alcanzarse, serían
predisponentes o desencadenantes de psicopatología (Fernández
-Álvarez, 1992, p. 188).
Distorsiones
cognitivas y psicoterapia
El
modelo de psicoterapia cognitiva parte de la asunción de que
los problemas psicológicos tienen en común una
distorsión del pensamiento que afecta las emociones y la
conducta de las personas (Beck, 2006). El objetivo de este abordaje
terapéutico es producir un cambio en el pensamiento (las
creencias disfuncionales) de los pacientes para aliviar el malestar
que estos pensamientos equivocados les generan. El diálogo
socrático es una de las intervenciones centrales de este
enfoque, y consiste en interrogar y desafiar las creencias
disfuncionales y distorsiones cognitivas de los pacientes que están
en el origen de su sufrimiento. Cuando esas creencias se cuestionan y
corrigen, cambian las emociones y la conducta que las acompañan
y/o sostienen. Para la terapia cognitiva no son los acontecimientos
sino la interpretación
que las personas hacen de ellos lo que determina la conducta y los
sentimientos.
Un
concepto clave de la psicoterapia cognitiva es el de "pensamientos
automáticos". Se trata de pensamientos breves (palabras,
imágenes), intuitivos, que se gatillan de manera no
deliberada, suelen estar acompañados de emociones negativas e
intensas y cuyo contenido tergiversa la realidad, aunque sea
naturalizado o quede fusionado en la emoción que genera. Estos
pensamientos expresan distintos tipos de distorsiones, y, en general,
conllevan conclusiones erradas sobre sí mismo, los demás
o sobre el curso de los acontecimientos (Beck, 2006, p. 105).
Las
distorsiones cognitivas o errores del pensamiento no son exclusivos
de las personas con trastornos psicológicos: tal como se
explicó hasta aquí, hacen a la naturaleza misma del
pensamiento humano, aunque puedan presentarse con diversos grados de
rigidez, intensidad y pregnancia.
Las
distorsiones cognitivas más frecuentes descriptas desde el
modelo cognitivo son, por ejemplo, la polarización del
pensamiento, la tendencia a catastrofizar, la sobregeneralización
o la abstracción selectiva de información (Beck, 2006,
152). Muchas de ellas coinciden con los heurísticos y sesgos
descriptos por Kahneman, originados por las limitaciones de la
memoria (el yo
que recuerda)
para evaluar y sopesar, en simultáneo, toda la información
disponible, tener en cuenta la secuencia temporal y, al mismo tiempo,
los aspectos motivacionales o afectivos de una situación dada,
mientras se ocupa a la vez de preservar la consistencia de los
relatos que construye.
Los
pensamientos automáticos serían, a su vez, emergentes
de conceptos más profundos, alojados en la memoria semántica,
contenidos arraigados y dominantes que Beck definió como
creencias centrales negativas, y que agrupó en dos series
principales: creencias de desamparo y de no merecer amor (Beck, 2006,
p. 205). La reestructuración de estas creencias sobre sí
mismo sería el objetivo último de la terapia cognitiva.
Las
psicoterapias narrativas, por ejemplo, ponen el acento en las
historias que (se)
cuentan los pacientes, y en la posibilidad de intervenir a partir de
la conversación para generar un cambio terapéutico,
facilitando la narración de historias alternativas más
efectivas, que incluyan aspectos (personajes, tramas, argumentos,
tópicos, motivos) que no fueron considerados o priorizados
inicialmente (White & Epston, 1990). En esta línea, Duncan
(2010), por ejemplo, postula que detrás de cada historia de
sufrimiento o fracaso que los pacientes llevan al espacio terapéutico
hay una "historia heroica" que los tiene como
protagonistas que fue desatendida y que está esperando
emerger. Uno de los objetivos de la psicoterapia sería activar
los recursos propios de los pacientes para que se cuenten mejores
historias sobre sí mismos.
Cierre
El
recorrido propuesto hasta aquí buscó trazar una línea
conectora desde procesos psicológicos básicos
(pensamiento, razonamiento, memoria) hacia una teoría del
funcionamiento de la mente, modelos psicopatológicos y
abordajes terapéuticos (Fernández-Álvarez, 1992)
que apuntan a esos procesos. Se mostró cómo los modos
de procesamiento cognitivo en general, y la narración como un
tipo particular de cognición, pueden facilitar u obstaculizar
el acceso a significados vinculados al bienestar y la salud mental de
las personas, y, por lo tanto, no deberían ser ignorados o
desatendidos. De esta forma, los relatos que ofrecen y despliegan los
pacientes en la psicoterapia no constituyen un mero intercambio de
información, de contenidos a desagregar (y/o corregir), sino
que representan un instrumento único, particular y
privilegiado, la via
regia
de intervención para la psicología clínica
actual.
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