El
Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad (TDAH) es
un trastorno del neurodesarrollo (TND) caracterizado por un patrón
persistente de inatención y/o hiperactividad/impulsividad.
Epidemiológicamente, se presenta alrededor del 2% dentro de la
población adulta (Hernández et al., 2021),
manifestándose inicialmente en la infancia y evolucionando a
lo largo de la vida. Se estima que el 50% de los pacientes que
presentan la sintomatología en la infancia manifiestan
sintomatología significativa en la adultez (Roselló et
al., 2019).
La
American Psychiatric Association (APA) estipula que el trastorno
tiene un inicio en la primera infancia, donde se presentan
alteraciones en los procesos atencionales, pobre control inhibitorio
y exceso de hiperactividad (de Assis Scolaro et al., 2023). Sin
embargo, los criterios diagnósticos del TDAH en el DSM-IV han
sido calificados como inapropiados y claramente restrictivos para la
población adulta (Quintero et al., 2013). Esto conlleva que se
pueda vislumbrar un infradiagnóstico, teniendo como
consecuencia la ausencia de tratamientos (Carrasco-Chaparro, 2022).
Según
el DSM-IV-R se especifican tres subtipos principales de TDAH (Roselló
et al., 2019):
1.Predominantemente
inatento.
el individuo tiene sobre todo dificultades con la atención,
organización y seguimiento.
2.Predominantemente
hiperactivo/impulsivo.
El individuo tiene sobre todo dificultades con el control de los
impulsos, la inquietud y el autocontrol.
3.Subtipo
combinado.
El individuo tiene síntomas de falta de atención,
impulsividad e inquietud.
Estos
subtipos se determinan en el individuo mediante el uso de manuales
diagnósticos, a partir de criterios diagnósticos
específicos. Una diferencia importante en la nomenclatura del
diagnóstico entre la versión DSM IV y DSM 5, radica en
que en esta última se empieza a hablar de presentación
predominantemente inatento, hiperactivo/impulsivo, o combinado, en
vez de la clasificación de su versión anterior donde se
habla de subtipos. Tales criterios se observan en la Tabla 1, 2, y 3
{ver tabla 1} {ver tabla 2} {ver tabla 3}.
Entre
las características asociadas al cuadro se pueden incluir la
baja tolerancia a la frustración, la irritabilidad y la
labilidad del estado de ánimo. Incluso en ausencia de un
trastorno específico del aprendizaje, muchas veces está
deteriorado el rendimiento académico o laboral. El
comportamiento inatento está asociado a varios procesos
cognitivos subyacentes y los individuos con TDAH pueden mostrar
problemas cognitivos en las pruebas de atención, de función
ejecutiva o de memoria, aunque estas pruebas no son suficientemente
sensibles para servir de indicios diagnósticos (APA, 2014, p.
61). La alteración en estas funciones implica dificultades
para manejar y aplicar habilidades en el ejercicio de las tareas para
la vida diaria, influenciando en el deterioro de múltiples
áreas (académica, ocupacional y emocional), y en la
calidad de vida (Mazurkiewicz Rodríguez & Marcano, 2021).
Las dificultades relacionadas a la inhibición, cambio y
control emocional (procesos cálidos o "hot") son
prioritarias en el subtipo hiperactivo/impulsivo, mientras que las
dificultades en la memoria de trabajo, iniciativa, planificación,
orden y monitoreo (procesos fríos o "cold") son
predominantes en el subtipo inatento; y ambas alteraciones se
observan en el subtipo combinado (Rahola, s.f.).
A
pesar de todo esto, el diagnóstico certero se vuelve cada vez
más complejo dada la heterogeneidad del cuadro, así
como su riesgo elevado de comorbilidad. Entre los trastornos
comórbidos se observan desde trastornos de conducta y
problemas de aprendizaje en la infancia, hasta cuadros de ansiedad,
depresión, trastorno del espectro autista, de abuso o
dependencia de sustancias e incluso trastornos de la personalidad en
la edad adulta. Es por ello que el diagnóstico y el
tratamiento precoz del TDAH es la mejor alternativa para la mejora
del pronóstico (Quintero et al., 2013).
Al
adentrarnos en las explicaciones etiológicas del cuadro, se
observa un sustrato fisiopatológico heterogéneo y
multifactorial (genético y/o epigenético y/o
ambiental), manifestando un cuadro de síntomas variados y
sutiles en los adultos más que en los niños (Quintero
et al., 2013). Como endofenotipo, dos constructos psicológicos
son los más aceptados: "déficit del control
inhibitorio" y "aversión por el retardo" de
la recompensa. Ambas teorías no son excluyentes, aceptando así
la multicausalidad del cuadro bajo el paraguas de una alteración
del desarrollo de los mecanismos neurobiológicos que median la
autorregulación (Carrasco-Chaparro, 2022).
Lo
descrito hasta ahora se refiere al conocimiento que se tiene
actualmente de la sintomatología del TDAH, sus comorbilidades
y el curso del trastorno. Sin embargo, estos hallazgos y
descubrimientos fueron de los más recientes en la historia del
trastorno. Antes, dicho trastorno ni siquiera constituía una
entidad mórbida independiente.
En
la Grecia Antigua, aproximadamente en el año 493 A.C.,
Hipócrates afirma observar pacientes que tienen respuestas
rápidas a experiencias sensoriales, pero los mismos son menos
tenaces en la respuesta porque su alma se agita con rapidez hacia la
próxima sensación (Hippocrates, 1849). El médico
griego atribuía la causalidad del estado anímico de
tales pacientes a un desbalance corporal, específicamente, del
fuego sobre el agua en los humores del cuerpo (Hippocrates, 1849).
Asimismo, prescribía para estos individuos evitar las comidas
pesadas, una dieta liviana en carne, mucha ingesta de agua y
actividad física variada (Hippocrates, 1849). Es decir, se
encuentra en Hipócrates la primera descripción del
fenómeno psicopatológico, así como una
terapéutica y una hipótesis etiopatogénica.
Semejante nivel de profundización teórica en el
fenómeno del TDAH no se verá hasta recién
comenzado el siglo XX.
Recién
en el año 1798, con la publicación del texto "An
inquiry into the nature and origin of mental derangement"
por parte del médico escocés Alexander Crichton, se
evidencia la semejanza de sus observaciones con cualquier manual
actual de diagnóstico del TDAH. Crichton describe como
"inquietud mental" al fenómeno que se manifiesta
por una "[...] incapacidad de prestar atención con el
grado necesario de constancia a cualquier objeto que surge casi
siempre de una sensibilidad antinatural o mórbida de los
nervios, por lo que esta facultad se retira incesantemente de una
impresión a otra. Puede nacer con una persona o puede ser el
efecto de enfermedades accidentales" (Crichton, 2013). Luego,
prosigue: "En esta enfermedad de la atención, si se
puede llamar así con propiedad, cada impresión parece
agitar a la persona y le proporciona un grado antinatural de
inquietud mental. El paso de personas de un lado a otro de la
habitación, un ligero ruido en la misma, el cierre brusco de
una puerta, una fuga de calor o de frío, mucha o poca luz,
destruyen la atención constante en estos pacientes. En la
misma medida en que se excitan fácilmente de cada impresión"
(Crichton, 2013). Aquí se muestra con claridad que la
enfermedad afecta a la facultad de atención, causante la misma
de todos los comportamientos de inatención, inquietud mental,
hiperkinesis e impulsividad.
Hasta
aquí, la descripción de Alexander Crichton tiene una
semejanza nítida con los actuales criterios diagnósticos,
aunque falta la sistematización diagnóstica que tiene
el DSM 5. En otras palabras, no se determina al trastorno como
independiente con respecto a otras patologías; no existe un
cuadro sindrómico de la inquietud mental; no hay atisbo de
posibles comorbilidades; tampoco se especifica si la sintomatología
responde a una única enfermedad o es un conjunto de síntomas
compartidos o derivados de otras patologías; y, por último,
no hay descripción alguna sobre la evolución de la
inquietud mental, si los síntomas son agudos o crónicos.
Hay
que esperar hasta el año 1845, cuando el psiquiatra y escritor
alemán Heinrich Hoffmann dio a conocer la obra literaria
infantil titulada "Pedro Melenas". Se trata de un
conjunto de diez cuentos sin relación entre sí más
que los protagonistas son niños y adolescentes con problemas
psiquiátricos. En cada cuento se narra la historia de algún
niño con un comportamiento errático (Curtis et al.,
2016). En uno de esos cuentos, se aborda la historia de un niño
inquieto y travieso que presenta un comportamiento símil a la
sintomatología del TDAH en el DSM 5.
Ya
iniciado el siglo XX, específicamente en el año 1902,
el pediatra inglés George Still publica su artículo
"Some abnormal psychological conditions in children" en
la revista The
Lancet
(Curtis et al., 2016). Allí, Still estudió una muestra
de 43 niños con y sin disfunciones neurológicas que
presentaban comportamientos absolutamente desinhibidos, con marcada
desatención, impulsividad y falta de apego a las normas
(Curtis et al., 2016). Procede a definir a todo el conjunto de
sintomatología como resultado de una inhibición
volitiva y un "defecto de control moral", con causalidad
netamente neurológica consecuencia de herencia o lesión
durante el parto (Curtis et al., 2016).
Aquí
se observan tres componentes claves en la investigación
científica de un trastorno mental: la etiología, la
sintomatología y las facultades en conflicto. Sin embargo,
carece de información sobre su evolución en el tiempo.
Los
niños que lograron sobrevivir a la epidemia de encefalitis
letárgica del año 1917 o con lesiones cerebrales tenían
un cuadro sintomatológico parecido a aquellos niños que
había descrito Still (Curtis et al., 2016). Se pasa a conocer
estos cuadros bajo el nombre de "Disfunción Cerebral
Leve", ya que no se descarta que existan niños sin
lesión asociada alguna (Curtis et al., 2016).
En
síntesis, los
síntomas semejantes a aquellos del TDAH se atribuían a
condiciones cerebrales, principalmente a estudios donde se observaban
a pacientes con lesiones frontales y en las estructuras corticales
prefrontales (que constituyen el asiento de las funciones
atencionales, de toma de decisiones, de solución de problemas
y de motivación, entre otras funciones). De esta forma se
incorporan los conceptos de 'daño cerebral mínimo'
o 'inquietud orgánica" (Albercht, 2015).
Aquí
están los primeros intentos por delimitar empíricamente
el campo de acción y el origen de la patología: es una
disfunción en los mecanismos cerebrales que controlan la
atención y el movimiento voluntario.
Recién
en la década del '50 se reconoció a la
hiperactividad como síntoma primario y no como un efecto
secundario de la inatención/desatención, por lo que se
lo denominó "Síndrome Hipercinético",
caracterizado por un comportamiento en los niños de inquietud
corporal y falta de persistencia en los movimientos (leer para luego
pasar a correr, nunca completar una actividad), con precipitación
y marcada actividad sobre el promedio de los demás niños
(Curtis et al., 2016). El paso de incluir como síntoma
primario a la hiperactividad va a derivar que en los posteriores
manuales diagnóstico no se pueda soslayar la hiperactividad
como subtipo dentro del TDAH (salvo en el DSM-III, como se explica
más adelante), es decir, su presencia puede estar atenuada por
una manifestación más predominante de la inatención,
pero nunca es nula.
Pasada
la década del '50, se publica el DSM-II (APA, 1968),
donde el TDAH está incluido bajo el nombre "Reacción
Hipercinética de la Infancia". El mismo es definido como
"[...] trastorno evolutivo benigno caracterizado por un exceso
de actividad, inquietud y distractibilidad con poca capacidad de
atención, especialmente en niños pequeños, que
generalmente disminuye al llegar la adolescencia" (Curtis et
al., 2016).
Aunque
no fue hasta la década del '70 cuando se empezó a
enfatizar la importancia de la "atención sostenida"
y del "control de impulsos".
Por
último, en el DSM-III (APA, 1980), se llamó a la
entidad clínica como "Trastorno de Déficit de
Atención con o sin Hiperactividad". Esto tuvo como
consecuencia que luego, en el DSM-IV se eliminará la parte
"sin hiperactividad", ya que la hiperactividad constituía
un síntoma primario de tal trastorno. A partir de aquí
se empezaron a reorganizar las subentidades acorde a la agrupación
y clasificación de la sintomatología, aunque siempre ha
sido la disfunción asociada a la presencia de los síntomas
la clave para la determinación del diagnóstico clínico
(Quintero
& Castaño de la Mota, 2014).
Luego
de la publicación del DSM-IV en el año 1994 le sigue la
del DSM 5 en el año 2013, con modificaciones claras. A
continuación se detallan las fundamentales.
Primero,
se produce una modificación de la edad en la que se puede
presentar la sintomatología. El DSM-IV estipulaba la edad de
la aparición de los primeros síntomas hasta los siete
años, mientras que el DSM 5 lo extiende hasta la edad de doce
años. El tope hasta los 7 años del pródromo
trajo aparejado infradiagnóstico del TDAH, como consecuencia
de que la gran parte de sintomatología referida a la atención
tenía presencia a una edad más avanzada, sumada a la
falta de conciencia pública (tanto de profesionales de la
salud mental de medios de comunicación, así como de
instituciones escolares y de familias) del trastorno (Cabral et al.,
2020).
Por
último, el DSM 5 da el puntapié para que se puedan
establecer comorbilidades entre el TDAH y otros trastornos, como
aquella frecuente comorbilidad con el Trastorno del Espectro Autista
(Cabral et al., 2020), tal y como se describió previamente.
Por
lo anteriormente descrito se observa que el cuadro es heterogéneo
y ha evolucionado en el tiempo con algunas variaciones en su
concepción. En torno a la validez del TDAH como entidad
clínica, el estudio de Lange y colaboradores (2010) vislumbra
que tal trastorno se puede distinguir de otras patologías
psiquiátricas, incluidas aquellas con las que comparte
comorbilidad, destacando que el TDAH tiene un carácter
invariablemente crónico y no constituye un trastorno
episódico. A su vez, resaltan la existencia de estudios en
gemelos demostrando el aspecto hereditario del trastorno y la
existencia de estudios moleculares de los mecanismos genéticos
subyacentes.
En
relación con su aspecto orgánico, los estudios de
neuroimagen muestran que los pacientes con TDAH poseen anomalías
en los sistemas fronto-subcortical-cerebeloso involucrados en la
regulación de la atención, la conducta motora y la
inhibición (Lange et al., 2010).
En
la actualidad, y gracias a los avances tecnológicos producidos
en los últimos años, se cuenta con múltiples
métodos de evaluación. Además, se encuentran las
imágenes del cerebro mediante TAC, RMf, EEG, entre otras, las
cuales ofrecen una gran promesa a futuro para la determinación
del diagnóstico, pero actualmente no son herramientas
prácticas el diagnóstico debido a su costo e
invasividad.
Si
bien existe evidencia de correlatos anatómicos y funcionales
asociados a cuadros compatibles con el diagnóstico del TDAH,
no son estudios concluyentes con respecto a la explicación
etiológica y/o diagnóstica. La complejidad del TDAH es
tan heterogénea, que no puede ser caracterizado con un método
y/o modelo único exclusivamente (Rodriguez, et al. 2011).
Es
necesario desarrollar futuras investigaciones orientadas a la
creación de técnicas e instrumentos que permitan un
diagnóstico certero. Asimismo, se requiere una mayor
exploración de los mecanismos etiológicos y moderadores
subyacentes en la manifestación del cuadro clínico.
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