Consideraciones
iniciales
El
presente artículo tiene como objeto realizar un análisis
epistemológico de la construcción de diagnósticos en salud mental
y del acto de diagnosticar. En este sentido, siguiendo a Germán
Berrios (2011), la comprensión correcta de los trastornos mentales
debe basarse tanto en el estudio y el aprendizaje de su epistemología
(cómo se construyen, captan, conocen, etc) como de su ontología
(cómo se definen, en qué consisten, cuál es su estructura).
El
recorrido de este artículo propone atravesar los lineamientos
fundamentales respecto a cómo están construidos los diagnósticos
desde la psicopatología descriptiva y los manuales diagnóstico
vigentes, al tiempo que serán interrogados desde la filosofía de la
mente, las ciencias sociales y las ciencias cognitivas sobre cómo se
lleva adelante la acción de diagnosticar.
Filosofía
de la mente: el know
that y
el know
how como
grilla de lectura epistemológica de la psicopatología
Uno
de los autores fundamentales de la filosofía de la mente en lo que
refiere a habilidades y competencias es Gilbert Ryle. En su
paradigmático libro El
concepto de lo mental (1949/2005)
Ryle piensa la filosofía como el esfuerzo para sustituir hábitos
categoriales inapropiados (o errores) por una disciplinada
categorización y un reordenamiento en el uso del lenguaje. Así, los
procesos mentales son entendidos como aptitudes y disposiciones a la
conducta (Martínez-Freire, 1995). Desde esta perspectiva, no
existiría el concepto de mente como substancia ontológica sino como
una conducta o acción más o menos lógica. Lo mental para Ryle
existe en función de sus procesos disposicionales y desde allí
puede distinguirse el contenido o saber teorético.
Ryle
(1945) propone una mirada sobre la sabiduría práctica en dónde el
énfasis no está puesto en el qué
sino en los modi
operandi a partir de
los cuales conocemos, experimentamos y realizamos actividades a
partir del uso de criterios y la aplicación de reglas; en el caso
que nos convoca, la actividad es diagnosticar.
Se
puede aprender el know
that, el qué o el
contenido del diagnóstico al estudiar, entender, repetir, memorizar
y reproducir un contenido teórico. Sin embargo, esto no implica el
aprendizaje en lo que respecta a los modos de aplicación de ese
contenido.
Existen
dos tipos de práctica para desarrollar habilidades respecto a dichos
modos de aplicación. Por un lado, está el drill
(taladrar) que implica la repetición de la performance de la misma
acción como un hábito estereotipado en el cual los actos son la
mera réplica de los actos anteriores. Por otro lado, está el train
(entrenamiento),
que incluye al drill,
pero va mucho más allá, pues refleja mucho mejor la idea de know
how o saber hacer. El
entrenamiento implica una habituación a la performance, pero en
conjunción con juicios sobre la pragmática y los modos de la
conducta. Esto permite desarrollar, a través de la práctica
(Kremer, 2021), habilidades o aptitudes inteligentes que implican una
agudeza crítica tanto sobre los métodos, las técnicas y los
errores en los modos de aplicarlas, como en la construcción teórica
a partir de la cual se aprenden y en las formas a partir de las
cuales se enseñan.
El
diagnóstico en el campo de la salud mental y la psicopatología
descriptiva como teoría del conocimiento
En
el campo de la clínica en salud mental existen dos grandes áreas.
Un área cognoscitiva orientada a la realización de un diagnóstico
y un área operativa orientada al tratamiento o terapéutica. Esta
distinción es importante, dado que, a excepción de los procesos
psicoterapéuticos de autoconocimiento y exploración sobre la
construcción del proyecto existencial, es a partir de un diagnóstico
que se da inicio a una terapéutica (Segarra et al., 2017).
La
terapéutica en salud mental tiende abordarse desde dos disciplinas:
la psicología clínica y la psiquiatría. La psicología clínica
cuenta con múltiples métodos y técnicas psicoterapéuticas que
pueden ser empleados para el abordaje de los distintos cuadros
clínicos (Fernández Álvarez, 2011; Lambert, 2013). La psiquiatría,
en cambio, cuenta con la psicofarmacoterapia como técnica
prevalente.
Ambas
disciplinas, psicología clínica y psiquiatría, toman su objeto de
estudio del campo de la clínica en salud mental. A su vez, ambas
disciplinas participan en la construcción y desarrollo de la
psicopatología, ciencia especializada en la elaboración de una
teoría del conocimiento sobre el padecimiento psicológico,
construyendo una clasificación expresada en un lenguaje específico
con el fin de ordenar y comprender las distintas formas de dicho
padecimiento. Ambas disciplinas participan, aunque la psiquiatría ha
sido históricamente quien ha tenido un rol dominante en la
construcción teórica sobre qué es y qué no es psicopatológico.
Ahora
bien, según Berrios (2011) la psicopatología como ciencia tendría
un carácter disciplinar híbrido que debería articular en
equilibrio elementos metodológicos de la perspectiva biomédica y de
las ciencias sociales. Las investigaciones propuestas desde la
neuropsiquiatría y la neuropsicología (ciencias dominantes en la
construcción de la psicopatología) ofrecen un aporte importante,
aunque acotado al entendimiento del correlato (no de causas) entre
los aspectos neurobiológicos, los procesos psicológicos y los
comportamientos. Es decir, estas ciencias ofrecen el valor de ser una
parte y no el todo de este sistema comprensivo. Al tomarse la parte
por el todo se estaría cayendo en un reduccionismo (Morin, 2011).
Existen
otras disciplinas y teorías fundamentales para la construcción de
la psicopatología como campo de estudios, como lo son los aportes de
la lingüística, las ciencias sociales, la ecología y la filosofía,
y su aporte sería esencial si se quisiera que el estudio del
sufrimiento psicológico tenga mayor validez y confiabilidad.
Así,
es importante mencionar que, por un lado, existe un desequilibrio
teórico-disciplinar en la construcción del lenguaje de la
psicopatología, y por el otro existe una falta de actualización o
recalibramiento conceptual respecto al cambio de dinámicas
sociopolíticas-ecológicas-tecnológicas; por lo que el estado
conceptual de la psicopatología tiende a ser entre confuso e
inconsistente.
De
hecho, hacia la década de 1980 se introduce (Engel, 1980) la noción
de una perspectiva biopsicosocial para el abordaje de la medicina y
esta idea se intentó transpolar a la psicopatología (psiquiatría)
aunque sin la reformulación epistemológica que hubiera sido
necesaria.
Entonces,
la psicopatología descriptiva surgida desde el siglo XIX y
constituida formalmente a partir de la obra de Jaspers hacia
comienzos del siglo XX ha sido, con influencias del psicoanálisis en
la primera mitad del siglo XX y la psicología cognitiva y las
neurociencias en la segunda mitad del siglo XX, la perspectiva
teórica desde la cual se han construido las categorías diagnósticas
con las que hoy se trabaja y que podemos encontrar en los manuales
diagnósticos más utilizados hoy como los son el DSM y la CIE.
Asimismo, esta propuesta sobre el diagnóstico en salud mental se ha
visto afectada a lo largo de la historia por diferentes sesgos
epistemológicos, sesgos ideológicos e intereses económicos
(Berrios, 2011; Davies 2022; Foucault, 2005; Frances, 2014; Gergen,
2006; Preciado, 2022).
Por
lo que, más allá de los cambios o mutaciones históricas, las
influencias, los sesgos y los problemas epistemológicos, la
psicopatología continúa construyendo su corpus
teórico revisando y reactualizando sus criterios, categorías y
conceptos en relación con lo que conocemos como el diagnóstico en
salud mental. Este sistema cognoscitivo propone una forma de
entendimiento respecto al padecimiento humano y respecto a lo que
queda por fuera del comportamiento normado a partir de la
construcción y articulación de dos sistemas clasificatorios
taxonómicos denominados semiología y nosología.
Semiología
y nosología: el corpus
teórico o el know
that
de la psicopatología descriptiva
La
semiología es el estudio de los signos verbales y no verbales, la
sistematización y la construcción o designación de un lenguaje
específico para lo que la psicopatología entiende como alteraciones
del ser/estar-tender-hacer-sentir-procesar supuestamente individual
de las personas (es decir, del comportamiento, de la afectividad, de
la cognición y de la personalidad). Estas alteraciones serían
formas alter
u otras formas psi
por fuera del deber ser y el deber hacer, y son designadas por
aspectos estadísticos (a partir de un análisis factorial) de lo que
las ciencias psi
designan
como la anomalía, lo anormal, lo disfuncional, lo patológico, lo
trastornado, lo enfermo. El trabajo con estas conceptualizaciones de
lo alter
merece un cuidado importante ya que en la historia de la
psicopatología ha sido un patrón el confundir la salud con la
aceptación o adaptación a un deber ser.
Para
la semiología, dichas alteraciones son unidades de análisis que
surgen de la descomposición o disección de lo que históricamente
de denominó la "personalidad psíquica" (Ey et al., 1955/2000).
Es decir, la semiología construye macrocategorías supuestamente
excluyentes entre sí como lo son el comportamiento, la afectividad,
la cognición y la personalidad. Por debajo de esa
macrocategorización, taxonómicamente hablando, se designan
funciones, procesos y estructuras sin una clara definición sobre el
estatuto teórico conceptual de cada una de ellas.
El
comportamiento es una macrocategoría que agrupa subcategorías
subordinadas por acciones del cuerpo como comer
(alimentación), tener
relaciones sexuales
(sexualidad), dormir
y soñar
(sueño), controlar
las acciones de acuerdo con el entendimiento de las pautas sociales
(regulación comportamental que antes era enunciada como
comportamiento moral), excretar,
hablar (que
aparece bajo el término lenguaje),
moverse (psicomotricidad),
etc.
La afectividad es una
macrocategoría que agrupa subcategorías subordinadas por las
diversas formas de sentir, como lo son las emociones,
las
pasiones, los
deseos, los
estados de ánimo (o humores) y
los sentimientos. La
cognición es una macrocategoría que agrupa subcategorías
subordinadas por la acción de procesar información desde el plano
de la conciencia como por ejemplo el estudio de la conciencia
misma, el pensamiento,
la sensopercepción,
la atención,
la orientación,
la memoria, la
inteligencia,
etc.
Dentro
de cada una de estas subcategorías encontramos lo que se denomina la
alteración de la función o proceso. Dicha alteración es la unidad
de análisis de la semiología. Dicha unidad de análisis tendrá
designado un término (es una palabra o sintagma), es decir su
significante lingüístico y su conceptualización (la descripción y
explicación).
La
noción de alteración como unidad de análisis semiológica suele
ser entendida como síntoma mental (Kraft & Keeley, 2015) y puede
descomponerse en las nociones de signo o síntoma según la
procedencia de la información. Un signo es un indicador captado por
un observador u observadora. Un síntoma es un indicador proveniente
de la comunicación de un individuo a quien se "observa".
Un
síntoma es una expresión subjetiva proveniente de la experiencia
propia de quien consulta o comunica. Los signos pueden parecer más
concretos dado que son observables. Un error frecuente es pensar que
por ser observables los signos son objetivos cuando en realidad, dado
que son producto de la observación de quien hace el diagnóstico,
también tienen carácter subjetivo (de quien realiza el
diagnóstico). Un conjunto típico de signos y síntomas mentales
constituyen un síndrome psicopatológico.
Las alteraciones entendidas como síntomas mentales son entonces las
"unidades de análisis" de la semiología que luego utilizará la
nosología para construir los trastornos mentales.
Por
último, es importante
señalar otro elemento que formaría parte de la semiología, aunque
sin claridad teórico-conceptual. Se trata de los rasgos de
personalidad y las estructuras de la personalidad.
Los
rasgos implican una forma constante y persistente de comportarse.
Éstos se constituyen tempranamente en el desarrollo vital y están
profundamente arraigados a la identidad de un individuo, aunque las
experiencias de vida o la psicoterapia pueden incidir en que puedan
ser modulados. Los rasgos "mal adaptativos" suelen dividirse en
aquellos que son molestos para la propia persona o para los demás.
Sin embargo, los rasgos no son síntomas mentales dado que no son
alteraciones de las funciones o procesos sino más bien atributos o
características que en su conjunto conforman estilos, disposiciones
y tendencias subjetivas e intersubjetivas (Guimón, 2007).
El
tema de la personalidad (Millon et al., 2006) ha sido controversial
en lo que refiere a su forma de inclusión tanto en la semiología
como en la nosología. Desde la rama de la psiquiatría que continuó
teorizando los cuadros clínicos con una mirada psicodinámica, se
incluyó a la personalidad dentro de la semiología desde la
definición de estructura psíquica (Ey et al., 1955/2000; Gabbard,
2014; Kernberg & Caligor, 2005); sin embargo, este aspecto, la
noción de estructura, tiene más implicancias nosológicas que
semiológicas, como se verá más adelante.
La
rama de la psicopatología más cercana a los desarrollos de la
perspectiva cognitivo-conductual (Eysenck, 1963/2006; Costa &
McCrae, 1980) consideró a la personalidad desde una forma
dimensional como un conjunto de variaciones cuantitativas a lo largo
de varios rasgos o dimensiones que determinan un perfil específico,
considerando la normalidad y la anormalidad como un continuum
más que como fenómenos distintos y separables (como sí sucedería
con los síntomas mentales, más allá de la tendencia actual a
intentar dimensionarlos).
Por
otro lado, la nosología
es la sistematización y construcción de un lenguaje específico
sobre los trastornos mentales, entendidos como conjunciones típicas
de los síntomas mentales (síndromes) y los rasgos de personalidad.
Estos comportan factores subjetivos (sufrimiento o malestar para sí
o para otras personas; es decir subjetivos e intersubjetivos),
factores "objetivos" (no es que sean objetivos, sino que generan
interferencia o dificultad con las actividades de la vida cotidiana,
dificultad de adaptación social -aunque también podríamos hablar
de subordinación-, y conflicto con las lógicas o dinámicas
sociales) y factores potenciales (riesgo para sí y/o para los demás)
(APA, 2014). Para la nosología, el trastorno es la unidad de
análisis.
La
nosología psicopatológica construye un corpus
taxonómico que
también tiene macrocategorías; en este caso, coinciden los nombres
de los grupos de los trastornos en los manuales como el DSM o CIE.
Por ejemplo, están los "Trastornos de ansiedad"; la
"Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos"; los "Trastornos
Depresivos"; las "Disfunciones Sexuales", entre otros. Estas
macrocategorías o grupos de trastornos están
organizados a partir de un elemento semiológico o (unidad de
análisis semiológica) que las reúne por ser el síntoma mental
preponderante del grupo o en su defecto el aspecto que justifica la
agrupación.
Cada
grupo o macrocategoría (por ejemplo, el grupo de los trastornos de
ansiedad) estará construido entonces a partir de un elemento
prototípico (Lilienfeld & Marino, 1995), un trastorno que tiene
todas o casi todas las unidades de análisis del síndrome y que es
el más prevalente epidemiológicamente hablando. Asimismo, en el
grupo habrá otros trastornos más periféricos que tienen mucho o
poco en común con el prototípico, es decir más o menos
diferencias, pero el síntoma mental fundamental es el mismo que
organiza al grupo, mientras que los otros síntomas que posee en el
síndrome varían en mayor o menor medida del prototipo.
Cada
trastorno tiene una determinada y delimitada cantidad
de síntomas mentales y eso hace que su definición sea, o intente
ser, homogénea. Es decir, para cada síndrome hay una cantidad y
tipo de síntomas mentales que es congruente con el síndrome.
Algunos tienen que estar presentes sí o sí, al menos en un tiempo
particular, en otros todo el tiempo. De esta manera, un síndrome en
psicopatología tiene características necesarias y eso lo vuelve
homogéneo. Sin embargo, es a su vez heterogéneo y puede variar en
sus presentaciones clínicas siempre y cuando las pautas o criterios
respeten la norma de la definición general o nomotética.
Todos
los trastornos tienen criterios (reglas de aplicación que luego
analizaremos) que permitirían a quien realiza el diagnóstico llegar
a una especie de conclusión. Existen criterios incluyentes, la
observación de que el síndrome está presente y durante un tiempo
(curso) predeterminado por la psicopatología. Más o menos tiempo o
frecuencia haría que se pierda el supuesto rigor de la definición
del trastorno o se confunda con otro. Otro criterio incluyente es el
de interferencia en la vida cotidiana (adaptación social) y el de
riesgo. Esto implica que se utilizan criterios politéticos.
Los
criterios politéticos son métodos de análisis de clúster y se
utilizan en estadística para clasificaciones basadas en un gran
número de características sin exigir que todas las partes (signos y
síntomas) de un conjunto (el síndrome) estén presentes o que el
conjunto posea todas las características (Kotov et al., 2018).
Existen también criterios excluyentes como el diagnóstico
diferencial; si el trastorno es uno, no es otro. Pueden coexistir dos
trastornos diferentes (comorbilidad), pero no mezclarse porque sus
síndromes sean parecidos.
Otro
criterio excluyente es el de que el síndrome haya sido inducido por
una enfermedad médica, una medicación o el consumo de otra
sustancia. Nunca los modos socioculturales son generadores de
diagnóstico para la psicopatología, solo aspectos intrínsecos del
comportamiento del sujeto o cuestiones biomédicas que implicarían
enfermedad o cambio de comportamiento como respuesta al consumo de
una droga o medicación.
También
es importante mencionar que cada una de las macrocategorías tiene un
criterio de división que responde a lógicas estructurales que hacia
principios del siglo XX proponía el psicoanálisis. Estas lecturas
sobre las estructuras psíquicas (u organización de la personalidad
psíquica en términos de Freud), si bien desaparecieron
terminológicamente, conceptualmente siguen ordenando la nosología.
Entonces,
la nosología psicopatológica es un sistema clasificatorio que
trabaja con macrocategorías delimitadas por lógicas estructurales
por un lado y por la prevalencia de un síntoma mental fundamental
por el otro. Cada macrocategoría tiene dentro una serie de
trastornos, en donde uno o dos, son trastornos que podríamos
considerar prototípicos de la macrocategoría. Prototípicos por
tener todos o casi todos los síntomas mentales del síndrome, pero
también por su forma, en algunos casos con eventos agudos
(reacciones, ataques, episodios o brotes) y en otros casos más un
estado extendido (el término crónico ya no se utiliza, aunque sí
se sugiere con los análisis probabilísticos del pronóstico).
Desde
mediados del siglo XX no ha habido, según Berrios (2011) una
calibración del lenguaje de la psicopatología dado que el foco de
las inversiones en investigación en salud mental suele estar
orientado al estudio de la correlación de los síntomas mentales con
neuroimágenes, psicofarmacología y genética. Así, las nociones
que estudiamos en los manuales de psicopatología serían constructos
teóricos surgidos en períodos históricos anteriores acarreando
sesgos conceptuales y prejuicios de otras épocas.
Este
lenguaje, como todo lenguaje, es un producto histórico que surge
inmerso en unas coordenadas socioculturales particulares y está
sujeto a cambios (Eguíluz & Segarra, 2013). Ante los movimientos
terminológicos y conceptuales Berrios acuña el concepto de
calibración, que consiste en adecuar histórica y culturalmente el
lenguaje de la psicopatología a lo observado en el campo de la
clínica. Este proceso de calibración aumentaría la capacidad de la
disciplina para capturar fenómenos relevantes. Se trata de una
revisión epistemológica de los marcos conceptuales {ver nota de autor 1}.
De
este modo, el Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales
en su quinta edición (APA, 2014) y la Clasificación
Internacional de Enfermedades
en su décimo primera edición (WHA, 2019) se ocupan de la
construcción de una taxonomía nosológica basada en elementos
construidos históricamente por la psicopatología descriptiva. Cada
uno de ellos presentaría una "recalibración" orientada a la
utilización de lenguaje supuestamente ateórico o cotidiano, pero
desde una conceptualización nosográfica que responde a las
construcciones nosológicas históricas de la psiquiatría de
comienzos del siglo XX.
Es
importante tener en claro que la estrategia descriptiva se apoya en
una epistemología fenomenológica orientada a responder los
interrogantes respecto a las relaciones entre la conciencia y el
mundo exterior, la diferenciación entre fenómenos psíquicos y
fenómenos físicos y la distinción entre los fenómenos psíquicos
en sí (Berrios, 2011). Luego de mediados del siglo XX, los
compendios diagnóstico DSM y CIE han intentado desdibujar los
aspectos teóricos de sus construcciones clasificatorias, aunque
evidentemente estas construcciones se inscriben en la ontología de
la psicopatología descriptiva aunque supuestamente despojada de sus
aspectos teóricos.
La
nosología de los manuales también es llamada enfoque nomotético,
sindrómico o disorder
focus, no es el único
modelo científico generador de un leguaje clínico utilizado en
salud mental. Existen intentos y alternativas desde la tradición
cognitivo-conductual para "mejorar" este enfoque sindrómico
(Harvey et al., 2004). La perspectiva transdiagnóstica (Belloch,
2012) propone mover el foco de atención a la identificación y
trabajo con los síntomas que pueden ser identificados en un gran
abanico de trastornos (abordaje más dimensional) que en los
trastornos en sí (enfoque categorial) dada la gran cantidad de
evidencia respecto las elevadas tasas de comorbilidad.
Asimismo,
la incorporación de algunos de los lineamientos del análisis
funcional de la conducta (Haynes & O´Brien, 1990) a los modelos
cognitivo-conductuales ha permitido integrar datos de la
investigación nomotética a la evaluación clínica idiográfica
identificando comportamientos problemáticos en contexto y realizando
un análisis de causas y formas de mantenimiento de dichos
comportamientos. Sin embargo, la perspectiva del análisis funcional
de la conducta va más allá de entidades diagnósticas y en sus
lineamientos teóricos se considera que los términos específicos de
la psicopatología serían pseudoexplicativos (Froxán Parga, 2021)
dado que en realidad solo resumen (o prototipifican) una serie de
comportamientos y su uso no aportaría información a nivel
explicativo causal, así como tampoco contribuirían en el diseño de
las intervenciones terapéuticas.
Las
clasificaciones sindrómicas de la psicopatología descriptiva,
muchas veces oficia de chaleco de fuerza para un progreso conceptual
(Harvey et al., 2004). No obstante, dada la cantidad de estudios e
investigaciones generados a partir de este modelo teórico, el
"disorder focus"
continúa siendo la herramienta dominante en la mayoría de las
investigaciones en el campo de la salud mental (Keegan, 2018).
Este
modelo del síndrome se apoya en un modelo causal denominado como
"vulnerabilidad" o "diátesis-estrés" y está basado en una
perspectiva epigenética (Weinhold, 2006). Este modelo causal explica
que los síntomas mentales serían el resultado de la interacción de
factores innatos, biológicos o genéticos con las experiencias
vitales (lo adquirido). Esta teoría se usa para describir la
aparición de trastornos mentales a partir de una predisposición
hereditaria vulnerable que interacciona con sucesos "ambientales"
que precipitarían la aparición de un trastorno (Zubin & Spring,
1977). Desde esta perspectiva fisicalista, las condiciones
ecológicas, políticas, económicas, culturales o sociales no serían
causantes de cuadros clínicos en salud mental (Davies, 2022; Gergen,
2006).
El
know
how oculto
del modelo biomédico y la psicopatología descriptiva
Tal
como ha sido especificado anteriormente, la psicopatología
descriptiva puede definirse como un sistema descriptivo y cognitivo
ideado para captar signos
y síntomas mentales y rasgos de la personalidad mediante la
aplicación de una terminología específica sobre aspectos
de la psicología que se conceptualizan como "anormal",
"disfuncional"
o "padeciente",
creando un léxico respecto al comportamiento y las
funciones/procesos psicológicos de una persona (Fuentenebro
de Diego, 1995).
Este
léxico puede ser definido como un conjunto sistemático de
principios generales, enunciados descriptivos y reglas de aplicación.
Las reglas de aplicación de los términos y conceptos a los
distintos segmentos del comportamiento observado hacen referencia a
la evaluación de la forma, el contenido, la intensidad, la duración
y la cualidad de los signos y síntomas, así como también a las
asociaciones típicas que existen entre un síntoma mental y otro.
Sin
embargo, es importante mencionar que, por un lado, existe una
desarticulación entre conocimiento (know
that)
y competencias (know
how)
en lo referido al diagnóstico en salud mental, así como también
existe una falta de sistematización de dicho know
how
y de métodos de enseñanza tanto para psicoterapeutas como para
psiquiatras.
El
razonamiento psicopatológico, la mecánica intelectual que
permitiría aprender a organizar y estructurar la información del
diagnóstico, está ausente en general en los estudios sobre
psicopatología.
Esto
no es de extrañar dado que en general existe una gran carencia en la
psiquiatría respecto al análisis de sus propios métodos, a poner
en duda sus propias premisas (Gergen, 2006) y a construir análisis o
procedimientos lógicos que permitan controlar los métodos a través
de los cuales se llega a un diagnóstico.
Rejón
Altable (2012) considera que la psicopatología no es una herramienta
desde la cual se pueda derivar una propedéutica con la que pensar
normas mínimas de razonamiento válido. De esta manera, las
cuestiones de método terminan en la explicación de que el
razonamiento del diagnóstico es la aplicación de definiciones de
signos y síntomas mentales, como si, quien realiza el diagnóstico
pudiera aplicar mecánicamente las definiciones de las unidades de
análisis a lo que observan ("la realidad") y realizándolo de
manera supuestamente neutral.
El
interrogante sería entonces, cuáles son las teorías (o
metodologías) que explican cómo se estructura el pensamiento a la
hora de realizar un diagnóstico desde el modelo psicopatológico.
No
existe una sola forma o camino (método) para el procesamiento de la
información diagnóstica propuesto por la psicopatología. A
continuación, enunciaremos cuatro formas existentes más o menos
formales de abordar el procesamiento de la información:
a.
Las
reglas de aplicación de la psicopatología descriptiva como sistema
cognitivo para captar indicios en la clínica en salud mental
(Berrios, 2011; Fuentenebro de Diego, 1995).
b.
Los tres momentos del proceso lógico del diagnóstico
psicopatológico: percepción (experiencia y sentido), designación
(de la metafísica al signo) y práctica (como hábito semiótico
limitado) (Rejón Altable, 2012).
c.
La
lógica abductiva (Aliseda, 2006; Rodríguez de Romo et al., 2008)
como el tipo de razonamiento que genera una inferencia no certera, no
necesaria, pero sí posible para llegar a un diagnóstico en medicina
como hipótesis (y supuestamente también en psicopatología en tanto
la psiquiatría se define como una disciplina médica). Este
procesamiento de la información se serviría también, de una forma
deductiva particular que es el modus
tollens utilizado
para refutar hipótesis que provienen de la abducción y así poder
eventualmente falsearlas en el ejercicio de diferenciar diagnósticos
(Aliseda, 2006; Peirce, 1958; Rodríguez de Romo et al., 2008;
Schleifer & Vannatta, 2006).
d.
El modo de utilización del Manual DSM 5 como manual que proporciona
una descripción de los trastornos mentales y los criterios para
diagnosticarlos (APA, 2014), y el manual sobre la entrevista clínica
{ver nota de autor 2}, el cual "aporta técnicas de entrevista para
determinar, valorar y aplicar dichos criterios" (APA, 1996, p. XII)
{ver nota de autor 3}. Este modelo "ateórico" de procesamiento
de la información diagnóstica es casi idéntico al modo de
utilización de la CIE-10 (OMS, 1992).
Por
lo que a continuación un camino lógico posible (APA 1996; Schleifer
& Vannatta, 2006) que agrupa las teorizaciones existentes sobre
un know
how
del diagnóstico podría entenderse en cuatro momentos que se
encuentran atravesados por los cuatro modos de abordaje del
procesamiento de la información mencionados anteriormente.
Este
camino comenzaría con un recorrido que parte de un paso inicial que
implicaría "el encuentro con el paciente". Respecto a esto
existe una
falta de investigaciones que validen el setting
del diagnóstico en salud mental como análogo al de la consulta
médica. Asimismo, el significado del concepto de juicio clínico en
psicopatología (Aliseda, 2006; APA 1996) parece ser un concepto que
solo implicaría acopio de experiencia por repetición (drill)
pero no una psicoeducación de los profesionales respecto a la
conformación de un criterio (train)
para
trabajar en distinguir desde diversas teorías lo que implicaría, o
un trabajo con la supuesta neutralidad y la abstinencia, o la
inclusión de aspectos metacognitivos, cognición social y
metarrepresentaciones como variables intervinientes en el acto del
diagnosticar. En este primer paso pueden verse también las
estrategias que ofrece el modelo biomédico para lograr alianza
terapéutica y adherencia al tratamiento
(APA, 1996).
En
una segunda instancia (lógica y no cronológica) aparecería
específicamente la cuestión de la "captación de indicios
clínicos" indicadores de lo psicopatológico (Berrios, 2011) y la
aplicación de reglas respecto a los términos a utilizar para
designar signos y síntomas sobre lo captado. En esta segunda
instancia están en juego la percepción,
la designación y la práctica, tal como propone Rejón Altable
(2012). El
tema de la captación, la percepción y la designación conceptual a
lo percibido resulta fundamental para la psicología cognitiva y abre
todo un espectro de posibilidades para futuras investigaciones. En el
próximo apartado enunciamos algunos de los aportes que el
postcognitivismo permite inteligir sobre estos temas.
El
tercer momento podría ser denominado "la construcción de un
diagnóstico sindrómico a partir de los indicios captados y diversas
formas de razonamiento lógico". Aquí es cuando se aplicaría (más
explícitamente o más "intuitivamente") el razonamiento lógico
abductivo de la medicina, aunque de manera fragmentada debido a la
falta de una causación orgánica en los diagnósticos en salud
mental. Encontramos que, en salud mental, de los tres tipos de
diagnóstico médico (el sindrómico, el topográfico y el
etiológico) la lógica abductiva solo se puede aplicar al
diagnóstico sindrómico. Aquí, los criterios inclusivos (reglas de
aplicación) del DSM pueden ser relacionados con la forma lógica de
la abducción como
tipo de
razonamiento que produce una inferencia posible, es decir una
hipótesis (y como tal no certera ni necesaria). Así se trabaja con
la noción de síndrome psicopatológico como conjunción típica
estadística y probabilística. También se puede proceder a la
utilización de la deducción -con la forma argumental de modus
tollens-
para refutar o falsear y esto puede ser relacionado con las reglas de
uso y los criterios excluyentes del DSM para la construcción de
diagnósticos diferenciales.
En
el cuarto y último momento del diagnóstico, "El trastorno mental
como diagnóstico", se trabaja con la nosografía y la nosología y
se analizan los criterios que se añaden a los síndromes para
establecer un diagnóstico específico dentro de un grupo constituido
por alguna característica sintomática en particular. Aquí es
donde se trabaja con la noción de diagnóstico prototípico y de
categoría. En ese sentido, resulta importante destacar que el
modelo cognitivo prototípico y la teoría de la relatividad
lingüística podrían aportar recursos comprensivos de gran riqueza
para la conceptualización de casos clínicos y el uso de las
categorías diagnósticas en salud mental.
Aportes
del postcognitivismo respecto al know
how
del diagnóstico en salud mental
Las
ciencias cognitivas están conformadas en un campo de investigación
que pone énfasis en lo interdisciplinar, siendo el fenómeno de la
cognición o el conocimiento (tanto en lo que es la adquisición y el
procesamiento de la información, como el análisis de la información
en sí) su tema fundamental. Así, este campo interdisciplinar está
configurado por la psicología cognitiva, la antropología cognitiva,
la inteligencia artificial, la lingüística cognitiva, la
neurociencia, la informática, la lógica y la filosofía de la
mente.
Una
de las preguntas fundamentales que comparte este conjunto de
disciplinas respecto a la cognición es: ¿qué es un sistema
conceptual y cómo está organizado?
Para
responder a esta pregunta, el conjunto de disciplinas cognitivas
tiende a adoptar dos perspectivas fundamentales. En un primer lugar
podríamos identificar una perspectiva tradicional que entendemos
bajo la noción de objetivismo y que estaría enmarcada en el
cognitivismo clásico; mientras que en un segundo lugar identificamos
una perspectiva que comprendemos bajo la idea de realismo
experiencial y que estaría enmarcada en lo que se conoce como
poscognitivismo (Lakoff, 1987; Pérez, 2013).
En
este caso, el interrogante sobre el carácter de los sistemas
conceptuales estará orientado a una pregunta subsecuente: ¿cómo
diferencia -quien realiza un diagnóstico- el sistema conceptual en
su lenguaje ordinario del sistema conceptual formal que integra al
estudiar psicopatología y ejercer el arte del diagnóstico?
Si
bien no existen investigaciones que trabajen esta temática
fundamental, es posible identificar cómo la construcción histórica
y contemporánea de la psicopatología se enmarca en un abordaje
objetivista. Este apartado tiene el objetivo de abrir interrogantes
epistemológicos respecto a los aportes que las diversas perspectivas
dentro del marco del poscognitivismo pueden ofrecer a la
psicopatología.
Entonces,
la construcción de la psicopatología, tanto en su know
that como en su know
how parecería estar
apoyada en una perspectiva para la cual la razón es entendida como
abstracta e impersonal (disembodied)
y los conceptos y la racionalidad serían trascendentales en tanto
van más allá de las limitaciones físicas de cualquier organismo.
Esta
perspectiva objetivista del proceso de conceptualización se enmarca
en una concepción fisicalista y funcionalista de los estados
mentales y concibe a los procesos mentales como funciones realizables
por los cerebros. Es como si la mente se apoyara solo y
específicamente en un sustrato interno que genera, desde lo físico,
lo simbólico. Desde esta perspectiva los estados intencionales
serían estados representacionales instanciados en estados físicos y
los procesos mentales serían operaciones computacionales y causales
que operan sobre las formas de las representaciones (Skidelsky,
2016).
Para
la psicopatología (en tanto teoría objetivista), el
tratamiento de los conceptos y del signo en el intercambio cara a
cara de la entrevista, implica una manipulación mecánica de
símbolos abstractos, que adquieren su significado por
correspondencia directa con el mundo exterior (Lakoff, 1987, Cuenca &
Hilferty, 2007). Así, se entiende a la mente humana como un espejo
de la naturaleza, abstracta e independiente de las limitaciones del
cuerpo, del entorno o de la interpretación.
El
objetivismo entiende el sistema conceptual como la construcción de
bloques o la suma de símbolos que se combinan en unidades complejas
y se definen por principios generales de manipulación simbólica
(Cuenca & Hilferty, 2007).
Entonces,
si el pensamiento es entendido como la manipulación de símbolos
abstractos, diagnosticar también lo sería para la perspectiva
biomédica, objetivista y descriptivista. El diagnóstico en salud
mental (el qué), o sea la "entidad diagnóstica" sería entonces
algo existente y propio en la especie humana (conjunciones típicas
de alteraciones o déficit), que podría ser nombrado con un
sustantivo o una frase nominal (el nombre de cada síntoma o
trastorno mental) dada su supuesta existencia ontológica.
Así,
esta información (know
that) estaría
clasificada, sistematizada y categorizada taxonómicamente en los
manuales diagnóstico para ser aprendida y utilizada para nombrar los
distintos modos de sufrimiento o comportamiento "anormal" que
pueden ser observados en la clínica en salud mental como si la mente
de quien diagnostica fuera una lente que tiene acceso a observar la
"realidad" tal cual es o se presenta.
Un
consultante tendría así un padecimiento o presentaría una
"anormalidad" (plano ontológico) y ante eso la psicopatología
construye un lenguaje para nombrarlo (plano lingüístico).
Psicoterapeutas y psiquiatras procesarían aquello que captan en sus
pacientes (plano cognitivo) y aplicarían desde su sistema cognitivo
de captura los signos lingüísticos a partir de reglas de aplicación
(los criterios de los manuales) que se construyeron para nombrar lo
que presenta el o la paciente.
Asimismo,
y tal como mencionamos en el apartado anterior, el pensamiento
diagnóstico sería lógico y podría ser formalizado y descrito a
partir de valores de verdad. Sin embargo, si indagamos en el conjunto
de teorías que podríamos enmarcar dentro del postcognitivismo
(entre otras) podríamos
acercarnos un poco más a entender qué "programa" corre en la
mente de quien construye un diagnóstico.
Un
análisis de la pragmática del intercambio conceptual en la
entrevista diagnóstica permitiría poner énfasis en la cuestión de
la influencia de la metacognición, la cognición social, las
atribuciones mentalistas y la intencionalidad en el know
how del
diagnóstico.
Así,
en lugar de pensar que quien diagnostica podría adoptar una posición
impersonal y lógica logrando una captación "objetiva",
"neutral" y desde la "abstinencia" (aspectos que en ningún
marco académico se enseñan formalmente), podríamos incorporar al
campo de estudios interrogantes de las teorías que trabajan con la
intersubjetividad para entender cómo
conceptualizamos. Incluso sería importante incorporar también
teorías que trabajan los sesgos cognitivos e ideológicos ya que se
supone un abordaje biopsicosocial (que incluya lo social) tanto para
pacientes como para quienes diagnostican.
La
perspectiva del Modelo Cognitivo Prototípico aporta elementos
interesantes a la cuestión del significado y su relación con el
medio. Para esta perspectiva, que se enmarca en el Realismo
Experiencial (Lakoff, 1987), la categorización es considerada como
la forma más importante de asignar sentido a la experiencia. Dicha
experiencia no puede ser concebida trascendentalmente, sino que es
corpórea; el medio, el uso de artefactos y las relaciones
intersubjetivas son determinantes en el modo a través del cual
construimos las categorías y asignamos sentido a nuestra
experiencia. Desde esta perspectiva tanto las categorías como el
pensamiento mismo está encarnado en el cuerpo (embodied),
es imaginativo y los
conceptos que se desprenden de la experiencia incluyen metáforas,
metonimias e imaginería mental.
Así,
el proceso de conceptualización es gestáltico en tanto los
conceptos tienen una estructura global y ecológica; trascienden a
las reglas generales de un diccionario o un manual y trascienden a la
manipulación mecánica de símbolos abstractos o in
vitro (Bruner, 2009).
El significado de un morfema es dependiente del contexto en el que se
usa, de la experiencia del enunciador/a y del interlocutor/a, y se
construye en la interrelación comunicativa en contexto (Borzi, 2012;
Lara, 2001).
Asimismo,
las condiciones de posesión de un concepto -constituido
por criterios o inferencias-
son el conjunto de habilidades que el sujeto debe tener para que
podamos decir que tiene maestría en el uso de ese concepto. La
posesión de cada concepto
dependería de
la capacidad del sujeto para hacer un cierto conjunto de inferencias
específicas o criterios (Pérez, 2013). Desde estas perspectivas, la
sistematicidad y los principios generales se dan en la pragmática de
los contextos culturales (Cuenca & Hilferty, 2007) y no desde una
gramática aislada de la diversidad de prácticas lingüísticas y
anclada en un sistema fijo de la lengua, autoconsistente y binario
(Borzi, 2012).
Los
significados no se pueden analizar a partir de rasgos objetivos
aislados dado que se pierden los matices que entran en juego cuando
expresamos sentimientos, deseos o creencias. Cuando decimos por
ejemplo ansiedad, angustia, fobia o estrés, estas denominaciones, en
realidad, remiten a diferentes contextualizaciones tanto del 'objeto
o cosa" a la que se alude como del sujeto emisor. Si bien las
habilidades cognitivas y la experiencia son comparables entre
culturas, el modo en que se construye un significado concreto está
sujeto a variables interlingüísticas y culturales (Cuenca &
Hilferty, 2007; Korman & Idoyaga Molina, 2002; 2010).
Esto
abre toda una serie de interrogantes respecto a si la memorización
de dos taxonomías y el aprendizaje sobre correlaciones entre
"síntomas mentales" y circuitos neuropsicológicos nos brinda
recursos comprensivos y habilidades inteligentes para conocer (o
incluso compartir) qué le pasa a quien consulta en el marco de una
entrevista cara a cara sobre cuestiones que pocas veces son médicas
y que en todo caso serían, en términos de Fernández Álvarez
(1994), sociopsicosomáticas.
Siguiendo
a Putnam (1994), el nivel intencional simplemente no sería
reductible al nivel computacional, así como tampoco al nivel físico.
Según Skidelsky (2016) lo que pensamos y creemos no depende del
tener representaciones instanciadas en nuestros cerebros y con qué
cosas del mundo físico se conectan. Se trataría, en cambio, de
entender cómo nuestras expresiones lingüísticas en marcos
relacionales vehiculizan nuestras atribuciones de creencias y deseos.
Creencias y deseos poseen significados que están conectados con el
mundo a través de nuestros intereses, puntos de vista y, en general,
nuestras prácticas comunicativas.
Entonces,
si la mente de quien diagnostica no es una máquina computacional de
manipulación
mecánica de símbolos abstractos que adquieren su significado por
correspondencia directa con el mundo exterior; ni es una lente que
tiene acceso a observar la "realidad" tal cual es o se presenta;
¿qué sí es?
El
problema radica en saber cómo
un profesional de la salud mental atribuye deseos, intenciones,
creencias y cómo
se piensa a sí mismo en el marco relacional de la consulta y de la
"conclusión" diagnóstica a la que llega. ¿Diferencia el uso de
conceptos psicológicos ordinarios con conceptos psicopatológicos?
¿Tiene conciencia de que sus observaciones pueden estar sesgadas o
afectadas por intereses u opiniones? ¿Trabaja sobre sus procesos
metacognitivos, metarrepresentacionales e interrelacionales? Un
know
how, como
mencionamos al inicio, implica el desarrollo de una agudeza crítica
sobre los métodos, las técnicas y los errores en los modos de
aplicación.
Craighead
et al. (2005) proponen que en la psicoterapia los aspectos
inespecíficos y por fuera de las técnicas muchas veces son igual o
más importantes para la eficacia de un tratamiento que la técnica
terapéutica en sí. Esto converge con la importancia que tiene el
estilo personal del terapeuta y la alianza para cualquier proceso
tanto diagnóstico como terapéutico. Anderson et al. (2016) sugieren
que las habilidades relacionales y las acciones del terapeuta,
independientes del tratamiento proporcionado, son un factor que
contribuye a los resultados de la psicoterapia.
Por
lo que de dicho análisis se desprende la necesidad de indagar en
cuestiones que relacionen sentido común, psicología folk
y
el uso de conceptos psicológicos ordinarios (Pérez, 2013) con
psicopatología y el uso de conceptos psicológicos científicos
(Gutiérrez
Rodilla, 1998; Lilienfeld et al., 2015).
Dentro
del campo de las psicoterapias, se abordan algunas cuestiones en
torno a la intersubjetividad como el uso de la teoría de la mente en
la relación terapéutica (Corbella et al., 2009), el estilo personal
del psicoterapeuta (Casari
et al., 2018; Fernández-Álvarez 1998)
y la alianza terapéutica (León
et al., 2011);
sin embargo, esta lectura no está extendida en general y no se
aplica particularmente a la cuestión del diagnóstico. Según
Norcross (2011, p.
28), "puede ser más importante el tipo de paciente que tiene un
trastorno que el tipo de trastorno que tiene un paciente" {ver nota de autor 4}.
En
este sentido, parece llamativa la existencia
de una serie de vacancias fundamentales en el abordaje de la
psicopatología como la cuestión de la intersubjetividad, la
intencionalidad y el uso de conceptos psicológicos ordinarios en el
procesamiento de la información diagnóstica.
Indagar
en la cuestión de las atribuciones intencionales que ocurren en un
marco interactivo de la entrevista diagnóstica con el propósito de
una especificación del saber
cómo actuar
en relación con las intenciones que se construyen en un vínculo de
intersubjetividad (Scotto, 2002) sería fundamental para el know
how del
diagnosticar por diversas cuestiones:
1.Permitiría
considerar la inclusión de una lectura respecto a la intencionalidad
(Español, 2008; Gomila, 2002; Pérez 2013; Scotto, 2002), más allá
del escaso uso que se hace de la teoría de la mente para pensar la
mente de quienes realizan el diagnóstico.
2.Permitiría
considerar la inclusión de una lectura metacognitiva y
metarrepresentacional, como las que se trabajan para brindar recursos
a quienes consultan (Semerari
& DiMaggio, 2008; Wells, 2020),
pero para quienes realizan el diagnóstico.
3.Permitiría
considerar la inclusión del trabajo con heurísticos cognitivos
(Kahneman &
Tversky, 1973; Piattelli Palmarini, 1995)
y sesgos ideológicos (Bianchi,
2019; Conrad, 2007; Davies, 2022; Foucault, 2005; Gergen 2006; Jutel,
2009; Vallejo Ruiloba, 2015)
de quienes realizan el diagnóstico.
La
teoría de la mente, prevalente en el campo de la salud mental
(Corbella et al., 2009; Semerari & DiMaggio, 2008), suele ser
caracterizada gramaticalmente como una perspectiva de tercera persona
(Pérez, 2013). Esta constituye un cuerpo de conocimientos de
carácter general cuyo dominio, al modo de una teoría científica,
son las mentes de los demás y la relación de las mentes de los
demás con el mundo externo.
Este
cuerpo de conocimientos se pone en juego a la hora de interactuar con
otros seres humanos y para explicar y predecir sus conductas. Estas
teorías de tercera persona adoptan un punto de vista concordante con
la psicología experimental y permite explicar diversos aspectos
metarrepresentacionales de los trastornos psicopatológicos (Pérez,
2013; Semerari & Dimaggio, 2008) aunque también podría brindar
recursos para el desarrollo de competencias metarrepresentacionales
de los psicoterapeutas (Corbella et al., 2009). Para la perspectiva
de la tercera persona (Pérez, 2013) la psicología folk
constituye una suerte de teoría, esto es, un cuerpo de conocimientos
de carácter general, cuyo dominio son la mente de los demás y la
relación de las mentes con el mundo externo.
Son
dos los criterios que permiten suponer la posesión de una teoría de
la mente. El primero es
que
la persona ha de tener creencias sobre las creencias de demás,
distinguiéndolas de las propias y el segundo es que ha de ser capaz
de predecir algo en función de esas creencias atribuidas y
diferenciadas de las propias. Así, un sujeto que posee una teoría
de la mente opera con creencias y metarrepresentaciones de esas
creencias, deseos e intenciones (Español, 2008).
Desde
esta teoría, el acceso a la propia experiencia mental tendría un
carácter teórico, inferencial y mediato. Se trata de una versión
metarrepresentacional a partir de la cual tenemos un conocimiento
teórico sobre lo que el otro tiene en mente. Se trata de una mente
computacional, mecanicista e inaccesible a la conciencia que predica
en tercera persona (por eso es el único que en algunos casos se
utiliza en el campo de la salud mental para terapeutas).
Por
otro lado, la teoría simulacionista aparece oponiéndose a la teoría
de la mente (Pérez, 2013). Desde esta perspectiva -denominada como
perspectiva de la primera persona- se considera abusivo que las
habilidades mentalistas y metarrepresentacionales sean de naturaleza
teórica. Se considera que lo que está en juego son procesos de
acceso interno a la propia mente y proyección simulada en la mente
de los demás (Español, 2008). Desde esta perspectiva el acceso a la
propia experiencia mental sería empírico, experiencial e inmediato
y permitiría, mediante su proyección simulada en los demás, el
acceso al mundo mental del otro. Esto se explica así dado que
tenemos un acceso privilegiado y directo a nuestra propia mente y que
tempranamente desarrollamos la capacidad de simular y ponernos en el
lugar del otro. Así, se trata de una perspectiva para atribuir mente
a los demás a partir de la cual el sujeto tiene una representación
inmediata de lo mental del otro a través de una simulación
realizada en primera persona del singular.
En
este caso la facultad mentalista consiste en simular -desde dentro-
el mundo en la perspectiva del otro. Se trata de una mente
fenomenológica que predica en primera persona y a la cual tenemos
acceso privilegiado pero inasible para el conocimiento científico.
Para
esta perspectiva, las atribuciones mentalistas suponen un acto de
imaginación que consiste en "ponernos en el lugar del otro" o
"simular ser el otro" {ver nota de autor 5}.
A
partir de los lineamientos de la Psicología del Desarrollo y la
primatología, bajo la influencia del realismo experiencial y el
Modelo Cognitivo Prototípico, surge a comienzos del milenio una
perspectiva que busca en cierto sentido tomar elementos teóricos de
ambas perspectivas, la tercera y la primera persona, conciliar
algunos aspectos y añadir lo que Gomila (2002) enuncia como
perspectiva de la segunda persona de la atribución mental. Esta se
erige bajo la sospecha de que lo que el lenguaje gramaticaliza debe
jugar un importante papel cognitivo en los sujetos. Según Gomila
(2002, p.125):
"Si
la perspectiva de primera persona, la del «yo», es la de la
conciencia y la autoconciencia, y la de tercera persona, la del «él»
o «ella», es la de la objetividad y el distanciamiento, la del
«tú» debe ser la de la interacción cara a cara, sea en
términos imperativos o indicativos (y la del «nosotros», la de la
acción colectiva)".
Esta
perspectiva de segunda persona (que incluye la primera del plural)
parece no haber sido indagada como estrategia para el diagnóstico en
salud mental, aun cuando su forma paradigmática es la de la
interacción cara a cara; el gran porcentaje de los diagnósticos en
salud mental se realiza cara a cara siendo el "examen mental
psicológico" (pruebas psicométricas, proyectivas, la exploración
física y los análisis de laboratorio) mucho menos usado en general.
Las
atribuciones intencionales que ocurren en un marco interactivo cara a
cara (como lo es la entrevista diagnóstica) se desarrollan con el
propósito de saber cómo
actuar en relación con las intenciones que se construyen en un
vínculo de intersubjetividad. Este saber
cómo actuar en la
atribución intencional puede ser pensado, siguiendo a Scotto (2002;
2022), como un know how
de la intersubjetividad.
Lo
más interesante que se desprende de esta propuesta, tal como propone
Gomila (2002), es que esto no quiere decir que todas las situaciones
cara a cara deban llevarse a cabo a través o por medio del lenguaje,
ni siempre desde esa misma perspectiva de la segunda persona.
Utilizar el cuerpo, realizar actividades compartidas como comer,
jugar con una pelota, cantar canciones o tocar instrumentos, por
ejemplo, podrían ser instrumentos de acercamiento a conocer la
subjetividad del otro compartiendo actividades que fueron
afectivamente cruciales para el desarrollo y adquisición de
habilidades intersubjetivas; tal como se desprende de la lectura de
Español (2008). Según Gomila (2002), la idea básica de la
perspectiva de la segunda persona consiste en que, en ciertas
situaciones de interacción personal, la atribución mental no solo
es recíproca -esto es, que ambos participantes en la interacción
interpretan al otro y son interpretados por el otro-, sino que además
ambos se dan cuenta de esa mutua atribución.
Así,
la perspectiva de segunda persona ofrece la capacidad de
involucrarnos con otras personas en patrones de interacción
intersubjetivos que son fundamentales en la construcción de un
diagnóstico. "Nos ofrece un conocimiento implícito de carácter
práctico, de las configuraciones expresivas de aquellos con quienes
interactuamos (y viceversa)" (Gomila, 2002, p.134). Este viceversa
parece controversial en el campo del diagnóstico. Lo que desde el
postcognitivismo se propone es que este conocimiento tendría que
darse por parte de ambos interlocutores para que quede abierta una
verdadera puerta de entrada a la comprensión de la subjetividad del
consultante.
Asimismo,
los aportes de los enfoques postcognitivistas (Pérez & Lawer,
2017) ofrecen nuevas perspectivas para la concepción de lo humano
desde una mirada más integral. En este sentido resultaría
interesante que la psicopatología incorpore elementos del
postcognitivismo por su modo de sistematizar el entendimiento de lo
mental tanto en lo que refiere a quienes consultan como a quienes
realizan el diagnóstico.
Si
tomamos los aportes de Rowlands (2010), una concepción de la mente
corporizada, extendida, situada y enactiva (2010) ofrece una
conclusión significativa también para la psicopatología. No todos
los procesos mentales (ergo,
tampoco el procesamiento diagnóstico) ocurren exclusivamente en el
cerebro a partir de conexiones neurales. Nuestra corporalidad, los
artefactos que utilizamos, la singularidad de las personas con las
que interactuamos, las acciones que realizamos en medios determinados
y el feedback
recibido de dichas personas y medio le dan forma a nuestra cognición.
Por
último, y retomando el problema transversal de una falta de
epistemología para un abordaje biopsicosocial, sería importante
incorporar elementos teóricos de las ciencias sociales y
perspectivas de género tanto para la consideración de factores
socioculturales de causación y mantenimiento de los cuadros clínicos
en salud mental, como para el know
how
del diagnóstico.
Consideraciones
finales
El
presente artículo se propuso realizar un análisis crítico respecto
a la epistemología del diagnóstico en salud mental a partir de la
grilla de lectura de la filosofía de la mente, proponiendo
diferenciar el know
that y el know
how del diagnóstico.
Se profundizó en cada uno de estos aspectos para diferenciar la
construcción de la información diagnóstica y el procesamiento de
dicha información. Finalmente se indagó en los aportes del
postcognitivismo y las ciencias sociales para repensar el diagnóstico
en salud mental como un área de estudios donde puedan converger de
igual manera una multiplicidad de disciplinas y teorías.
Por
último, la incorporación
de estos aportes traza nuevas líneas para futuras investigaciones,
orientadas a integrar teorías y disciplinas tanto en el know
that como en el know
how del diagnóstico.
Asimismo, promueve la inclusión de profesionales formados en
filosofía de la mente y ciencias sociales en el campo del
diagnóstico en salud mental. Finalmente, fomenta la reflexión
crítica y la formación transversal -que abarque consultantes,
profesionales y tecnología- ante la creciente inclinación a acudir
a inteligencias artificiales, las cuales, de manera algorítmica,
reproducen -por ahora de forma inevitable- el loophole
del modelo biomédico.
Notas
de autor
1.La
calibración se considera interna cuando es realizada desde la
psiquiatría y externa cuando es revisada desde la filosofía.
2.
A diferencia del Manual de Criterios Diagnóstico, sea DSM IV o DSM 5
o incluso CIE-10, que figuran como bibliografía obligatoria en la
mayoría de los programas de grado en psicopatología, no hemos
encontrado la indicación de la lectura del manual de entrevistas en
ninguno de los programas. Esta información es relevante a la hora de
observar cómo el know
that
del diagnóstico no solo prevalece sobre el know
how,
sino que en la enseñanza de la construcción del diagnóstico en
salud mental, el know
how suele
estar desenlazado del know
that
o incluso ignorado.
3. La
entrevista psicodiagnóstica descriptiva que propone el manual es
semiestructurada, centrada en la captación de signos y síntomas y
destinada a establecer los diagnósticos del Eje I del DSM-IV.
También se señalan y comparan algunas características de la
entrevista orientada a la introspección del paciente desde una
perspectiva psicodinámica. También se la denomina entrevista
clínica comprensiva (APA, 1996, p.1). Estos tres elementos, el
descriptivo, el de la introspección (aspecto psicodinámico) y el
comprensivo aluden "ateóricamente" a la conjunción entre
psicopatología descriptiva y a la perspectiva psicoanalítica de las
relaciones objetales, así como también a la lectura de que el
elemento "comprensivo" implica una alusión a Jaspers
(1913/1993),
quien proponía en su Psicopatología
General
una conjunción
entre técnicas y criterios de las ciencias naturales y las ciencias
del espíritu.
4. Norcross
(2011, p. 28) parafrasea al médico William Osler "It
is sometimes much more important to know what sort of a patient has a
disease than what sort of disease a patient has."
Para Norcross, la investigación ha demostrado que eso que señalaba
Osler para la medicina es fundamental para la psicoterapia "that
it is indeed frequently effective to match psychotherapy to the
entire person—not only to his/her disorder".
5. Lejano
en el espacio-tiempo y desde otro paradigma explicativo, el abordaje
comprensivo y empático que proponía Jaspers (1913/1993) en su
Psicopatología
General
tenía aspectos similares a la simulación o empatía en sus
términos.
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