ISSN 2618-5628
 
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Narrativa  
Constructivismo, Evaluación, Personalidad  
     

 
La construcción de la personalidad desde una perspectiva interaccional: las improntas relacionales en la evaluación clínica.
 
Fernandez Moya, Jorge
Universidad del Aconcagua
Universidad de Mendoza (UM)
 
Richard, Federico G.
Universidad del Aconcagua
Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO)
 

 

En el proceso permanente de evaluación y diagnóstico el terapeuta identifica patrones de comportamiento vinculados a interacciones con personas de diferentes contextos (familia, escuela, trabajo, etc.). Esas interacciones generan y mantienen problemas, algunos de los cuales pueden ser considerados como síntomas por parte de profesionales de la salud en general y la salud mental en particular. En el ámbito de la psicoterapia resulta clave, además de esos circuitos interaccionales, la comprensión de los circuitos autorreferenciales o intrapsíquicos, que involucran pensamientos relacionados con esos problemas y, en términos generales, con la construcción de la realidad (Fernández Moya, 2012). Ambos circuitos tienen lugar en el presente, y su lectura ayuda al terapeuta a construir conjuntamente con los consultantes el problema, las metas y las soluciones (y Casabianca y Hirsch, 1989). Además, el terapeuta registra, a partir del relato, una serie de experiencias pasadas que, en ese momento del proceso de evaluación y siempre a nivel de hipótesis, parecieran relacionarse con modos actuales de pensamiento e interacción. Esas experiencias propias de la crianza y la socialización de los consultantes se vinculan, en la construcción personal que el terapeuta realiza –y que éste deberá oportunamente corroborar con aquél-, a las creencias y posturas manifestadas en el aquí y ahora de la sesión.

Dado este cuadro de situación se plantea una doble necesidad. El clínico necesita un constructo de un nivel intermedio de abstracción entre la experiencia pasada relatada por el consultante (por definición inaccesible en los hechos, e inmodificable) y los comportamientos actuales del mismo, tanto a nivel del pensamiento como de la interacción, ambos objeto de intervención en la medida en que, estos sí, resultan accesibles y modificables en el transcurso del proceso terapéutico.

A esa necesidad primaria del terapeuta se agrega un requisito de verosimilitud para el consultante. La versión de la historia que el profesional va hilvanando tiene como base argumental la narrativa del consultante. La propuesta debe ser novedosa, al menos en cierta medida, pues una versión idéntica a la conocida seguirá el mismo destino que las que el consultante, o bien otras personas –bien intencionadas pero fallidas-, ofrecieron con anterioridad.

La necesidad es doble en la medida en que el consultante, por su parte y de modo complementario al terapeuta, necesita una explicación para ciertos comportamientos y ciertas maneras de pensar actuales. Estas maneras de pensar e interactuar pueden resultar inexplicables, en cuyo caso el consultante espera del terapeuta una respuesta profesional consistente, precisamente, en una explicación. En otros casos, el consultante aporta una versión, propia o ajena, acerca de su manera de pensar e interactuar, pero que hasta el momento resulta fallida para la solución del problema. Finalmente, algunas personas no han iluminado con la luz de la conciencia ciertas áreas de su experiencia; se quejan de algo que les ocurre pero no han establecido relaciones causales con patrones de pensamiento e interacción.

Si se acepta esta doble necesidad explicativa, encontramos un modo de satisfacerla en el constructo de impronta relacional, que hemos definido como el

resultado de aquellos acontecimientos únicos, o bien a una serie de acontecimientos ocurridos en un momento histórico determinado, que por su nivel de intensidad ha o han dado lugar a cambios en la manera de pensar, sentir y actuar de quien los protagonizó. Frente a circunstancias análogas a las pasadas, y con relativa independencia respecto de las circunstancias presentes, la persona reactiva en el "aquí y ahora" los mismos pensamientos, sentimientos y acciones del "allá y entonces"; como consecuencia de ello, propone a otra u otras personas una nueva definición de la relación que, cuando es aceptada (explícita o implícitamente) modifica la relación entre esas personas (Fernández Moya y Richard, 2017, p. 36).

Ahora bien: los patrones de interacción y pensamiento posibilitan la obtención de una amplia gama de resultados, que desde la perspectiva de la persona en cuestión y/o de su entorno pueden ser definidos como éxitos o fracasos. Las improntas relacionales conllevan entonces formas particulares de procesar la información, tanto en el circuito intrapsíquico o autorreferencial como a nivel del circuito interpersonal {ver nota del autor 1}.

 

De patrones a sistemas de personalidad

A lo largo del proceso de evaluación el terapeuta se encontrará en repetidas ocasiones con comportamientos que configuran patrones, muchos de los cuales pueden ser entendidos como sistemas de personalidad, que encuentran su origen en el proceso de socialización. El conocimiento y utilización de estos patrones permitirá al terapeuta establecer una mejor relación, por apoyarse en analogías con experiencias anteriores positivas. Ello redundará en una mayor eficacia y eficiencia de las intervenciones, incrementando la motivación del consultante y, complementariamente, la maniobrabilidad del terapeuta.

Si la impronta es una marca, la misma puede ser realizada en un acto o como producto de un largo proceso de sedimentación. Cuando no hay un evento claro y manifiesto como punto de partida del comportamiento que genera la queja, pensamos en un proceso gradual, insidioso, que proviene desde la infancia. Esto genera patrones de comportamiento que se mantienen a partir del refuerzo positivo que brinda el contexto (resultados exitosos), pero puede darse que en un momento del desarrollo ese patrón deje de dar resultados, con lo cual puede devenir en síntoma.

 

Utilidad de la historia para los enfoques interaccionales

Un terapeuta entrenado en modelos interaccionales podría formular al menos dos preguntas incómodas: ¿Cómo se explica que, si consideramos la conducta problema en el contexto, en el aquí y ahora, nos interesamos por la historia? ¿Para qué indagar aspectos del pasado de la persona cuando en todo caso privilegiamos la historia reciente del problema y las soluciones intentadas?

La historia de la crianza y la socialización permite conocer a los consultantes y sus interacciones históricas, las cuales se replican en el presente, dándole sentido al circuito mantenedor del problema. Por otro lado, resulta conveniente saber de dónde provienen las ideas que sustentan el modo particular de leer y ordenar la realidad. El terapeuta necesita argumentos que sean parte de la narrativa de las personas que consultan, de manera de resultar convincente para los consultantes, al utilizar las propias construcciones de la realidad de los mismos. Sólo mediante argumentos propios de los consultantes, y valiéndose de las improntas relacionales más significativas –que son las que surgen del relato de una historia y a su vez posibilitarán construir aquí y ahora un relato alternativo-, es posible arribar a un problema, una meta y una serie de soluciones consensuadas.

 

De la socialización a la construcción de la realidad

La epistemología cibernético-sistémica no se interesa en la historia en sí del sujeto, entendida como una sucesión de hechos objetivos que determinen linealmente un presente de padecimiento. En lugar de ello se enfoca en cómo, a través de un proceso recursivo, la selección y el relato de ciertas experiencias conduce a formas de pensar, sentir y actuar sobre la realidad configurando un "relato oficial" sobre los hechos del presente. Este relato tendrá un papel central en la construcción que las personas realizan del problema y las soluciones intentadas, influyendo a nivel del antes mencionado circuito mantenedor del problema y sus consecuencias, es decir el malestar subjetivo, a lo largo del tiempo.

El relato que hace una persona acerca de la historia de sus relaciones, repetido a lo largo del tiempo, es lo que ha generado un modo de pensar las cosas, un modo particular de construir la realidad que cuando se comparte –con relaciones significativas- adquiere un significado diferente a partir del consenso, que hace de algún modo "más real" la realidad. Ejemplo frecuente de este proceso surge en el contexto de las terapias familiares y de pareja, cuando una persona relata una historia plagada de experiencias de fracasos, que atribuye sistemáticamente a la conducta de los demás, definiéndose a sí misma como una "víctima inocente", no responsable de los tristes desenlaces. Mientras la persona mantenga este modo de construir y relatar su historia, resultará poco probable que haga algo diferente, por ej., ante un nuevo intento de formar pareja. Cuanto más sea validada esta historia por el entorno (la pareja actual, la familia, los amigos), menores serán las posibilidades del terapeuta de co-construir un relato alternativo que libere al consultante de mostrar sus desacuerdos a través de síntomas.

El comportamiento disfuncional de una persona en un sistema, con su correlato subjetivo de malestar propio y de consecuencias para las personas de su entorno, confronta al terapeuta con la morfoestasis o tendencia a la estabilidad de los sistemas, la dificultad que la misma implica para los objetivos terapéuticos, los recursos del sistema terapéutico y, en última instancia, los límites posibles del cambio.

Al visualizar los límites del cambio esperable, el terapeuta requiere constructos que lo ayuden a trazar un mapa y, en última instancia, una estrategia terapéutica con todo lo que ello implica (recursos propios y del consultante, obstáculos, alternativas posibles, etc.), independientemente del o los modelos teóricos que emplea en su práctica. En ese sentido, la aplicación de los principios del aprendizaje operante conduce a afirmar que, cuando un comportamiento resulta exitoso, generando en el entorno la respuesta deseada, tenderá a repetirse. Cuando esto no sucede, resultaría esperable que el comportamiento se reduzca en frecuencia e intensidad, hasta desaparecer o extinguirse, dando lugar a otros comportamientos que resulten exitosos. Eventualmente, como un paso previo, el comportamiento disfuncional (en ocasiones sintomático) puede exacerbarse antes del resultado favorable.

Sin embargo, en ocasiones se observa que las personas perseveran en las conductas ineficaces, aparentemente sin un registro de esos resultados. Esta perseverancia, que no resultaría explicable desde los principios del aprendizaje, se torna comprensible a partir de la consideración de la forma de pensar de la persona acerca del problema. Por ejemplo, un padre puede disciplinar a sus hijos de una determinada manera (basada en castigos), y aun cuando no obtiene los resultados deseados (sólo logra mayor resistencia y oposición), insiste en su método, evocando su propia crianza y los resultados supuestamente positivos de la misma. Esta clase de construcciones de la realidad desafían en la clínica la prevalencia de los principios de la adquisición del comportamiento y su modificación, con lo cual requieren la consideración de la narrativa de los consultantes y, para ello, la utilización de las improntas relacionales.

 

De la narrativa personal a la interacción

Al análisis precedente puede superponerse otro, formulado en términos comunicacionales y de construcción social. Quienes han interactuado con la persona "ineficaz", dando cuenta de esa serie de fracasos acumulados, contribuirán a la construcción social acerca de esa persona, sus motivaciones, su pasado y las posibilidades futuras. Entre quienes aportan semejantes construcciones, pueden encontrarse profesionales de la salud mental. Los rótulos de "trastorno de personalidad" pueden ser un corolario de dicho proceso. Por ejemplo, una persona adulta puede utilizar un mecanismo de reclamo que siendo niño le resultó beneficioso en algunas ocasiones en el marco de su familia, que en la escuela primaria le brindó un éxito relativo, y que ya en la adolescencia le resultó ineficaz con sus compañeros de escuela: mostrarse enojado y ofendido ante la ausencia de la respuesta esperada y, cuando ello no funciona, aislarse, mantenerse en silencio, para luego explotar en ira como un último intento de obtener lo que busca. En la narrativa familiar y en el entorno de amistades de este hombre, casado y padre de tres hijos, se retoman los dichos de su madre, quien definía este patrón como "berrinches". Ante una eventual consulta, un psicólogo o un psiquiatra podrían arribar en su evaluación a cierto déficit del control de impulsos, como rasgo de un posible trastorno de personalidad.

Desde una perspectiva interaccional, todo comportamiento tiene valor de mensaje; el significado otorgado al mismo será diferente según quién lo propone, quién lo recibe y las circunstancias en que se encuentran. Si cambian las circunstancias, cambia el significado, y por lo tanto cambia la conducta. O bien, si cambia el significado, cambian los otros elementos de la ecuación. Si se piensa en términos de identidad –en tanto que dimensión o tema central en la conceptualización de la personalidad-, se admiten al menos dos grandes posturas por parte del individuo, sea la propia persona que opina, en su narrativa, sobre su identidad, sea el entorno significativo de esa persona, o bien un profesional de la salud mental.

La primera opción es entender la identidad como una cristalización, es decir elproducto estático que, en todo caso, interactúa con otros sistemas de personalidad. La visión de un profesional en un momento dado, en el contexto de una evaluación clínica, puede entrar en esta categoría.

La segunda alternativa es entender la identidad como un proceso continuo de estabilidad y cambio, donde asume un papel central el ángulo que tiene la mirada del observador en cada momento particular. Prevalece el registro más cercano al momento de la observación, pero también elementos anteriores (vinculados a improntas relacionales) que adquieren, en la construcción que el observador realiza, un papel relevante. El papel de esas improntas en el observador puede resultar determinante, hasta el punto de cegarlo ante comportamientos actuales y potenciales de conducta en el futuro.

 

Una conceptualización interaccional y constructivista de la personalidad

Los análisis precedentes conllevan un enfoque integrador de losdistintos aspectos de la comunicación humana, incluyendo la interacción, los circuitos recursivos de pensamiento acerca del self y el mundo, y las improntas relacionales que son jerarquizadas en esos circuitos.

Este enfoque implica conceptualizar la personalidad como un constructo que tiene lugar a lo largo de un proceso en el cual las interacciones pasadas (que generaron improntas), y las interacciones presentes (que las elicitan), se vinculan en un momento dado por las características de una situación específica, en un contexto determinado. Como resultado de dicho proceso tiene lugar un comportamiento idiosincrásico, en el aquí y ahora, propio del individuo, que como tal puede ser cabalmente significado, comprendido y considerado como válido únicamente por él mismo {ver nota del autor 2}.

Para las demás personas que participan de la interacción, parte de esos significados podrán ser compartidos, pero otros no, devolviéndole al individuo una cierta imagen de sí mismo. Esta imagen podrá coincidir en mayor o menor medida con la que el mismo individuo ha incorporado en el continuo proceso interaccional de la crianza y la socialización, como imagen de sí mismo en la construcción de su propia identidad.

La identidad es admitida clásicamente como un componente del campo de la personalidad (Fierro, 1996). Una vez más, la mirada interaccional exige una consideración integradora, que incluye pero excede las conductas autorreferidas tradicionalmente asociadas al self.

La identidad es sostenida por todas aquellas transacciones que confirman nuestra percepción de la realidad, tal como lo establecen Watzlawick, Beavin y Jackson (1981) al desarrollar los aspectos de contenido y relación en la comunicación humana. Cuando este proceso se altera y surge una concepción de la realidad diferente, el sujeto dudará acerca de su percepción o bien la confirmará como respuesta de afirmación frente a la percepción de los otros.

Las personas, en tanto seres sociales que viven en contantes intercambios comunicacionales en los diversos sistemas que integran, se encuentran en un proceso constante de definición de la relación (Fernández Moya, 2010), en el cual se proponen desde un rol y esperan una respuesta congruente. Ese proceso conlleva, a su vez, otro proceso igualmente constante e inevitable de construcción de la realidad, en la medida en que la propia conducta y la de los demás, relacionadas en los términos antes descriptos, brindan un marco estable y predecible para el devenir de la vida de las personas.

Cuando este proceso recursivo de definición de la relación y construcción de la realidad se altera sustancialmente, la persona no se reconocerá a sí misma en las expectativas que los demás le transmiten con su comportamiento. Esos desacuerdos pueden expresarse en trastornos que la clínica psicológica y psiquiátrica abordan, además de problemas de relación que en ocasiones exceden las taxonomías de dichas disciplinas. En los casos más graves, dichos desacuerdos operan como una pauta habitual de desconfirmación que, según la etapa del ciclo vital personal en que ha tenido lugar, pueden dificultar la posibilidad de un desarrollo evolutivo armónico y coherente con el contexto. Cuando esto ocurre, situaciones de estrés agudo pueden precipitar lo que en términos clínicos será considerado una pérdida de contacto con la realidad, y hasta un quiebre biográfico.

Las personas que consultan pueden relacionar o no las improntas relacionales con los patrones actuales de interacción y pensamiento que mantienen el problema. Como decíamos, la tarea del terapeuta consiste en hilvanar, en un relato construido conjuntamente, aquellos acontecimientos del pasado con el aquí y ahora, en una perspectiva superadora que considere los recursos de consultantes y miembros del sistema terapéutico.

Finalmente, sistemas más amplios que la familia tienen una gran incidencia en la narrativa personal. En ésta se combinan en variadas proporciones propios argumentos con ideas de otra autoría (en el ejemplo mencionado más arriba, los "berrinches" referidos por la madre). En la trama compleja en que una persona va tejiendo a lo largo de su vida su propia narrativa o identidad, algunos hilos se insertan con particular fuerza aunque resulten poco visibles en el conjunto.

Los mitos familiares, y eventualmente sociales, tienen ese poder en la medida que forman parte de la estructura familiar, social o de la organización a la que se pertenece, implicando dinámicas que tienen lugar a lo largo de una generación o en el pasaje entre generaciones; poseen esa intensidad justamente por ser poco o nada explícitas, y son sostenidas por reglas interaccionales que tornan muy difícil la metacomunicación.

Cuando la socialización no tiene lugar en el marco de una familia (en cualquiera de sus múltiples formas posibles), sino que ocurre en una institución, las características de las personas a cargo de los niños (profesionales, operadores sociales) y de otras personas institucionalizadas generan múltiples improntas, muchas de las cuales poseen efectos duraderos, en diferentes sentidos, a nivel de circuito intrapsíquico. Al tratarse de un número mayor de personas, las combinaciones, en ocasiones bajo la forma de triángulos, resultan múltiples y mayores que en una familia.

 

A modo de síntesis

De lo expuesto hasta aquí podemos concluir que algunas experiencias generan improntas relacionales, determinando la forma en que las personas construyen su percepción del mundo y de sí mismos. Desde una perspectiva interaccional, la personalidad integra las improntas relacionales del pasado con la situación actual dando lugar a ciertos modos específicos de pensamiento e interacción.

La narrativa que los consultantes expresan y que se torna objeto del trabajo terapéutico incluye entonces, en mayor o menor medida, experiencias pasadas. El terapeuta, por su parte, necesariamente jerarquiza en ese relato algunas improntas relacionales, e introduce otras que ha rastreado en su evaluación. Al hacerlo, considera el principio de utilización propuesto por Milton Erickson (Robles, 1991), a fin de arribar a una construcción conjunta del problema, las metas y las soluciones (Casabianca y Hirsch, 1989).

 

Notas de autor

1. En otro lugar (Fernández Moya y Richard, 2017) se desarrollan trece dimensiones en las cuales el terapeuta evalúa las improntas relacionales que se pueden presentar a lo largo del ciclo vital de la familia, poniendo énfasis en el impacto que tienen, dentro de diversos sistemas sociales, los pasajes de la periferia al centro y viceversa.

2. El concepto de impenetrabilidad de la teoría de la comunicación humana plantea la dificultad para que los mensajes sean recibidos y decodificados en el modo en que quisiera el emisor (Watzlawick, Beavin y Jackson, 1981).

 

Referencias

Casabianca, R. y Hirsch, H. (1989). Cómo equivocarse menos en terapia. Un modelo de registro para la terapia del M.R.I. Santa Fe: Centro de Publicaciones, Universidad del Litoral.

Fernández Moya, J. (2012) Después de la pérdida. Una propuesta terapéutica para el abordaje de los duelos. Mendoza: Editorial de la Universidad del Aconcagua.

Fernández Moya, J. (2010) En busca de resultados. Mendoza: Editorial de la Universidad del Aconcagua.

Fernández Moya, J. y Richard, F. (2017) De crianzas y socializaciones. La impronta

relacional en la evaluación clínica. Mendoza: Editorial de la Universidad del Aconcagua.

Fierro, A. (1996) Manual de psicología de la personalidad. Barcelona: Paidós.

Robles, T. (1991) Terapia cortada a la medida. Un seminario ericksoniano con Jeffrey Zeig. México: Instituto Milton H. Erickson.

Watzlawick, P.; Beavin, J. y Jackson, D. (1981) Teoría de la Comunicación Humana. Barcelona: Herder.

 

 
1ra Edición - Diciembre 2018
 
 
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