Introducción
En el contexto de investigaciones acreditadas y subsidiadas por la
Universidad de Buenos Aires, en sus diversas programaciones UBACyT, y
el Programa de Fomento a la Investigación de la Facultad de
Psicología (PROINPSI), nuestro equipo de investigación
se ha centrado en el estudio de los criterios con los cuales los
profesionales de la salud mental tomamos decisiones frente a
diferentes situaciones clínicas. Más específicamente,
hemos estudiado los criterios consensuados para combinar tratamientos
psicológicos y farmacológicos en los trastornos
depresivos unipolares (Garay, Fabrissin, Korman y Etchevers, 2010),
los trastornos psicóticos (Sabatés y Garay, 2016) y los
trastornos de ansiedad (Garay et al., 2011).
El interés por la relación entre la práctica
clínica y la investigación clínica nos ha
llevado a indagar el conocimiento, la valoración y el uso que
profesionales de la región muestran frente a las Guías
Clínicas (GC) (Fabrissin, Garay, Keegan,
Sarudiansky y Korman, 2014; Garay, Etenberg, Hornes, Martini y
Korman, 2011; Garay, Fabrissin y Korman, 2009). Asimismo, nos pareció
importante conocer cómo interviene el conocimiento de los
aspectos culturales por parte de profesionales del área de la
salud mental, en el proceso de formulación diagnóstica
(Korman y Garay, 2004), las categorías de salud/enfermedad en
diferentes contextos y problemas médicos (Luxardo, Garay y
Korman, 2006). En este sentido, nos resultó de relevancia el
concepto de proceso inferencial clínico (Leibovich de
Duarte, 2000) frente a la problemática de la depresión
(Garay, 2013).
Con respecto a cómo se llevan adelante los tratamientos en
nuestro contexto, hemos estudiado la recomendación de recursos
no formales en el campo de la salud mental por parte de los
psicólogos (Korman y Garay, 2005; Korman y Garay, 2007;
Korman, Garay y Sarudiansky, 2008). El Tratamiento Combinado (TC) ha
sido un eje central de nuestros estudios y hemos podido estudiar los
criterios que utilizan profesionales del área metropolitana de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) para combinar
tratamientos (Garay et al., 2013) así como su punto de vista
sobre la comunicación entre profesionales (Donatti, Garay y
Etchevers, 2015) y la perspectiva de los pacientes (Garay et al.,
2016).
Recientemente, publicamos una serie de recomendaciones sobre Terapia
Cognitivo-Conductual (TCC) y psicofarmacología a modo de GC
para el TC (Garay, 2016) incluyendo los modelos que han innovado los
tratamientos contemporáneos (Garay y Korman, 2018).
A continuación, presentaremos los hallazgos de nuestros
estudios y discutiremos las conclusiones provisionales que se
desprenden de los mismos.
Las guías clínicas:
conocimiento, valoración y uso
Desde hace años, respaldado por el movimiento de la medicina
basada en la evidencia y la necesidad de sistematizar los resultados
de las investigaciones sobre eficacia de los tratamientos en salud,
las GC de Diagnóstico y Tratamiento tuvieron un creciente
desarrollo a nivel mundial en diferentes especialidades médicas
y en el área de la salud mental (Pilling, 2008). Éstas
ofrecen una revisión sistemática de las opciones
terapéuticas disponibles para el abordaje asistencial de los
diferentes trastornos mentales. Frente a la continua publicación
de ensayos clínicos que sobrepasa las posibilidades de
actualización de los profesionales (Forsner et al., 2010), se
propusieron como un puente entre la investigación científica
y la clínica, de modo que los conocimientos generados en
aquélla se puedan aplicar en el campo asistencial (Woolf,
Grol, Hutchinson, Eccles y Grimshaw, 1999). Por
ejemplo, las GC desarrolladas por la American Psychological
Association, centradas en problemáticas y poblaciones
específicas, o las de la American Psychiatric Association en
EEUU y el National Institute for Care and Clinical Excellence en el
Reino Unido, organizadas por trastornos mentales, gozan de gran
difusión y prestigio.
Tomando como punto de partida nuestra propia experiencia en el ámbito
académico y en la formación de recursos humanos en
salud mental, llevamos adelante un estudio (Fabrissin et al., 2014)
en el cual indagamos aspectos tales como el conocimiento, las
actitudes y el uso de las GC que les dan residentes de psiquiatría
(N=29) y de psicología clínica (N=29) de salud mental
de la CABA. Los resultados mostraron que sólo 10 residentes de
la muestra total de 58 (17%, con un 20,7% entre los médicos y
un 13,7% entre los psicólogos) tenían conocimiento de
las GC. Resultó destacable que el 80% de los profesionales que
conocían las GC tuvo una opinión favorable de las
mismas y que no se registraron diferencias en cuanto al grado de
conocimiento según se consideraron a los residentes de años
superiores o inferiores. El primer punto, el de la opinión
favorable, nos llevó a pensar que no se trata de una actitud
crítica hacia el fundamento que sustenta a las GC lo que está
en la base de su desconocimiento sino simplemente la escasa difusión
y la falta de inclusión de las mismas dentro de la currícula
formativa. En suma, este primer estudio exploratorio, además
de resaltar la falta de conocimiento y, por consiguiente, el
desaprovechamiento de un recurso potencialmente válido para el
trabajo cotidiano, nos sugirió un replanteo de los contenidos
de la formación específica en el área de la
terapéutica.
Posteriormente, replicamos la misma investigación, con base en
el mismo cuestionario y acerca de los mismos aspectos (conocimiento y
opinión acerca de las GC), en una población más
amplia, incluyendo profesionales ya capacitados (Garay, Etenberg et
al., 2011). La muestra estuvo conformada por 173 profesionales, la
mayoría de ellos psicólogos (90% de la muestra), que se
desempeñaban en el ámbito hospitalario y privado de la
CABA. Los resultados de este estudio arrojaron un panorama comparable
al del estudio previo, por cuanto sólo el 18,49% de los
encuestados señaló conocer las GC, destacándose
que el porcentaje de desconocimiento fue mayor entre los psicólogos
(84,6% de desconocimiento) que entre los médicos (44,4% de
desconocimiento). Además, el nivel de desconocimiento fue
mayor entre los profesionales de orientación psicoanalítica
(sólo 5 de 74 dijeron conocerlas) en comparación con
otras orientaciones teóricas. Entre aquellos que señalaron
conocer las GC, alrededor del 70% tuvo un concepto positivo sobre las
mismas. Sin embargo, este conocimiento debe relativizarse
puesto que los encuestados que señalaron conocer las GC, al
preguntárseles cuáles conocían, dieron
respuestas que denotaron cierta confusión terminológica,
ya que englobaron como GC a sistemas diagnósticos operativos,
manuales de tratamiento y/o escalas de evaluación.
Los resultados de ambas investigaciones guardan relación con
lo observado en otros países, tanto en el grado de
conocimiento de las GC (aunque en nuestros estudios éste fue
bastante menor al hallado en otras partes del mundo) como
especialmente en la limitada adherencia de los clínicos a sus
recomendaciones (Jaffe y Yager, 1999).
La formulación
diagnóstica
En consonancia con lo anterior, hemos indagado el conocimiento, la
valoración y el uso de categorías diagnósticas
sensibles a las diferencias culturales. Esto nos pareció
particularmente relevante en el ámbito público, donde
se asiste una población multicultural, consecuencia de los
diferentes procesos migratorios de la región. Comenzamos
estudiándolo en profesionales en formación: residentes
de psicología clínica y psiquiatría de la CABA,
y tomando como referencia el Manual Diagnóstico y Estadístico
de los Trastornos Mentales, en ese momento cuarta edición
(DSM-IV) (American Psychiatric Association, 1994, 2002), un sistema
diagnóstico ampliamente difundido en el medio y sobre el cual
los residentes recibían capacitación y, particularmente
los residentes de psiquiatría, realizaban un amplio uso. (Si
bien en el ámbito público se debería emplear la
codificación de la Clasificación Internacional de
Enfermedades (CIE) (OMS, 1992), el DSM-IV era el manual de referencia
en la práctica). El Manual cuenta con una Guía para la
Formulación Cultural y un glosario de Síndromes
Dependientes de la Cultura (SDC) con una breve definición de
los mismos. Si bien ha sido objeto de críticas relevantes
(Mezzich et al., 1999), no dejó de ser un avance la inclusión
de los hallazgos de la psiquiatría transcultural y la
etnopsicología en la evaluación clínica.
En el primer estudio exploratorio con 45 participantes (Korman y
Garay, 2004), observamos que el 68,18% refirió utilizar el
DSM-IV y el 31,81% utilizaba categorías psicoanalíticas
o provenientes de autores clásicos de la psiquiatría.
De aquellos que dijeron utilizar el DSM-IV, solamente el 4,54%
conocía los SDC y uno de ellos dijo haberlo usado en un caso
clínico. Ninguno conocía las Enfermedades Tradicionales
en la Argentina (ETA) del DSM-IV (el susto, el ojeo y los nervios).
Esta situación nos llevó a realizar un estudio similar
pero con una muestra de 119 profesionales, residentes de psiquiatría
y psicología clínica de diversos hospitales públicos
de la CABA (Korman et al., 2007). En este caso, los resultados
mostraron que el 62,18% utilizaba el DSM-IV, el 16,81% conocía
los SDC y solamente el 1,68% los había usado en la práctica
clínica. El 11,76% conocía las ETA. Tales hallazgos nos
condujeron a reforzar la necesidad de capacitación acerca de
la formulación cultural en la evaluación diagnóstica
de la población asistida en los servicios de salud mental de
la CABA.
En la dirección del estudio del proceso diagnóstico, se
estudió de qué manera una muestra de psicólogos
clínicos de orientación psicoanalítica y
cognitivo-conductual formulaba hipótesis diagnósticas,
pronósticas y terapéuticas en base a un caso de
depresión (Garay, 2013). Los 28 participantes mostraron
similitudes en numerosos aspectos cuantitativos de su producción
inferencial con diferencias en el análisis cualitativo de los
datos. Los psicólogos, con diferentes orientaciones teóricas
y niveles de experiencia, seleccionaron similares segmentos del
material clínico como relevante. Además, sostuvieron
realizar más formulaciones descriptivas de lo observado por
los jueces externos, expresaron un alto grado de confianza en las
mismas, dieron gran importancia al marco teórico, detectaron
la problemática depresiva en sus hipótesis
diagnósticas, evaluaron el caso como más grave cuanto
menos experiencia profesional tenían ellos mismos y pudieron
escuchar el material desde diferentes roles. Se destacó la
pobre atención a la evaluación del riesgo suicida, a
los antecedentes de episodios afectivos que pudieran hacer pensar en
un trastorno bipolar y a la presencia de enfermedades "médicas"
que pudieran explicar la sintomatología depresiva. Estos
últimos hallazgos, junto a la escasa consideración de
la cronicidad del caso para implementar un TC, sugieren la necesidad
de mayor capacitación en la evaluación de la
problemática depresiva.
TCC y Yoga
Otro eje de nuestros estudios estuvo constituido por los criterios
que utilizan los profesionales para recomendar tratamientos. En este
sentido, primeramente nos centramos en la combinación de TCC y
la práctica del yoga (Korman y Garay, 2007). Para indagar
sobre su existencia en nuestro contexto, utilizamos un diseño
mixto que combinó métodos cualitativos y cuantitativos
de dos etapas. El diseño mixto intentó recoger la
perspectiva de los psicoterapeutas sobre los motivos de la
recomendación del yoga, sus nociones sobre el mismo, las
creencias sobre su eficacia terapéutica, las ventajas y
desventajas de utilizar ésta y no otra práctica
complementaria. La primera etapa fue exploratoria y consistió
en entrevistas abiertas, extensas y recurrentes a una muestra no
probabilística (intencional) de 15 TCC. Quisimos evaluar las
razones y el objetivo que los terapeutas tienen para realizar la
incorporación del yoga en su repertorio terapéutico e
identificar cómo lo integraban en su marco teórico de
trabajo clínico. Desde la perspectiva de estos terapeutas, el
yoga permite incrementar las habilidades del paciente en lo que hace
a su capacidad de relajación y le ofrecería al paciente
un momento dedicado a una práctica de autoconocimiento con
potenciales efectos positivos.
La segunda etapa fue de tipo descriptiva. En base a las entrevistas
recién descritas, se diseñó un cuestionario que
se administró en la 28ª Jornada de Actualización
de la Asociación Argentina de Terapia Cognitiva realizada el
15 de octubre del año 2005, a 57 terapeutas, médicos y
psicólogos, cuyas edades iban desde 25 a 70 años.
Pudimos observar que de 57 terapeutas, un tercio recomendaba la
práctica del yoga a sus pacientes. Para el 81,57%, el tipo de
pacientes a quienes se les ha sugerido la práctica del yoga
fueron aquellos diagnosticados con un trastorno de ansiedad. El
76,31% sostuvieron haber notado mejoras en sus pacientes tras
recomendar esta práctica (más allá del
diagnóstico de base).
Del trabajo pudimos concluir que la inclusión del yoga por
parte de los TCC incluidos en el estudio se realiza en el contexto
del eclecticismo técnico de la terapia cognitiva (Korman,
2010) y con independencia de la gran cantidad de ramas del yoga,
concibiendo al mismo como una "técnica" asimilable
a aquellas de relajación que tradicionalmente las TCC
incluyen.
La combinación de
psicoterapia y psicofarmacología
Tal como se ha mencionado al principio, nuestro eje central de
trabajo fue el estudio del TC. Para comenzar a trabajar sobre esta
práctica y disponer de una primera aproximación a la
realidad local, inicialmente administramos un cuestionario a 20
residentes de salud mental del sistema de residencias de la CABA,
cuyo objetivo general fue conocer el modo en que éstos
combinan tratamientos (Garay, Fabrissin, y Etchevers, 2008). Se trató
de un estudio piloto de tipo descriptivo, transversal, mixto
(cualitativo y cuantitativo) en el cual enfocamos en los siguientes
aspectos: 1) el momento de evaluación de la necesidad de un
tratamiento combinado; 2) los objetivos de su realización; 3)
los criterios utilizados para implementarlo; 4) el modo de
adquisición de tales criterios; y 5) cómo evalúan
los resultados de su implementación, en función del año
de residencia, la orientación teórica y la profesión.
Al momento de administrar el cuestionario, un 58,6% de los pacientes
asistidos por los profesionales encuestados recibía un TC.
Los principales criterios considerados para determinar la
conveniencia de un TC fueron la patología del paciente y la
severidad del cuadro (señaladas por el 55 y el 45%
respectivamente). Ninguno consideró los criterios cronicidad o
recurrencia del trastorno. De acuerdo a la profesión de los
encuestados, el 58% de los médicos señaló la
patología como el criterio más importante mientras que
el 87% de los psicólogos consideró a la
severidad/gravedad, incluyendo el riesgo suicida como criterio
independiente. En cuanto a los objetivos de la derivación, el
80% de los profesionales implementó un TC con el objetivo de
reducir los síntomas del trastorno diagnosticado, el 70% para
facilitar el curso del tratamiento y sólo el 20% para mejorar
la adherencia al tratamiento (ningún psicólogo o
residente de orientación psicoanalítica consideró
este criterio). El 95% de los participantes atribuyó el éxito
del TC a la comunicación entre profesionales. El 45% de los
profesionales evaluaba la conveniencia de implementar un TC tanto al
inicio como durante el tratamiento, según características
específicas del cuadro o la respuesta al tratamiento; el 30%
lo hacía sólo durante el tratamiento y el 25% sólo
al inicio del tratamiento. Diferenciando dos grupos de acuerdo al año
de residencia (residentes de 1º año vs. residentes de 4º
año y jefes), se observó que en los años
superiores, el 55% de los participantes evaluó la necesidad
del TC tanto al inicio como durante el tratamiento, teniendo en
cuenta la respuesta que el tratamiento inicial iba teniendo mientras
que en los años inferiores no se detectó esta
tendencia. Finalmente, el 85% de los profesionales señaló
que los criterios fueron adquiridos de manera informal (intercambio
con otros profesionales y práctica clínica) y el 45% en
actividades formales hospitalarias (cursos y supervisiones).
Habiendo realizado este estudio inicial efectuamos uno más
amplio que abarcó a 270 profesionales (66 psiquiatras y 204
psicólogos) que cumplían tareas asistenciales en
diferentes ámbitos de la CABA y del Área Metropolitana
(Garay et al., 2013). En primer lugar, se halló que el TC es
una práctica más frecuente en el caso de los médicos,
el 80% de los cuales indicó que entre el 40 y el 100% de sus
pacientes son atendidos de manera combinada, mientras sólo el
40% de los psicólogos señaló esta misma
proporción de pacientes bajo TC. Los criterios utilizados para
decidir la implementación de un TC variaron según la
profesión. El 73,4% de los psicólogos señaló
la severidad como criterio para derivar a un psiquiatra, el 60,5%
consideró el riesgo suicida, el 60,3% el diagnóstico,
mientras que el curso del tratamiento (cronicidad o recurrencia) y la
optimización de la respuesta terapéutica fueron las
opciones menos consideradas. Por el contrario, para los médicos,
el diagnóstico fue el criterio más tenido en cuenta
(elegido por el 81,5%), y la respuesta al tratamiento y la severidad
fueron las segundas opciones (52% y 49,2%, respectivamente).
Los objetivos del TC variaron según la profesión. Entre
los psicólogos, el 72,2% eligió la reducción de
síntomas y el 59,3% la facilitación del curso del
tratamiento; sólo el 9,8% señaló la mejora en la
adherencia. Con respecto a los médicos, el 78,5% eligió
la reducción de síntomas, el 67% la facilitación
del curso del tratamiento y el 38,5% mejorar la adherencia.
Al igual que lo señalado en el estudio anterior (Garay,
Fabrissin, y Etchevers, 2008), la mayoría de los participantes
señaló que los criterios para valorar la conveniencia
de un TC fueron obtenidos en ámbitos informales. Asimismo, los
resultados concuerdan con que el logro de los objetivos del TC se
debió principalmente a la comunicación entre los
profesionales, lo cual nos llevó a estudiar ese aspecto, como
se describe a continuación.
La comunicación
entre profesionales: psicólogos y psiquiatras
Nos propusimos investigar cómo se da el trabajo
interdisciplinario entre los psicólogos y psiquiatras y cuáles
son las variables que favorecen y obstaculizan la comunicación
(Donatti et al., 2014). Para ello realizamos un estudio exploratorio
en base a una muestra compuesta por 10 psicólogos clínicos
y 10 psiquiatras de la CABA, a quienes se les realizó una
entrevista y se trabajó con viñetas clínicas. De
acuerdo al análisis de las viñetas, se observó
que los psicólogos mostraron mayor interés por el
tratamiento que lleva a cabo el otro profesional y mayor intención
en comunicarse. Si bien tanto psicólogos y psiquiatras,
indicaron comunicarse con el otro profesional, parecería que
los psicólogos lo realizan con mayor frecuencia. Por otro
lado, notamos que, en general, los profesionales suelen comunicarse
ante situaciones de urgencia, aunque más de la mitad refirió
no tener un plan de acción acordado para estas situaciones.
Los participantes que afirmaron tener un plan de acción
compartían el lugar de trabajo con el otro profesional
(Donatti et al., 2015).
Asimismo, exploramos las variables que los participantes percibían
como favorecedoras y obstaculizadoras de la comunicación
(Donatti et al., 2014). En cuanto a los factores favorecedores, se
pudieron describir las siguientes categorías: acuerdos en el
marco teórico, compartir el lugar de trabajo, acuerdos en la
jerga profesional, valorización del trabajo
interdisciplinario, disponibilidad temporal, variables
interpersonales y personales, historias clínicas compartidas e
interés por la mejoría del paciente. "Acuerdos en
la jerga profesional" y "valorización del trabajo
interdisciplinario" fueron las más frecuentes. Por otro
lado, al indagar sobre los factores que percibían como
obstaculizadores de la comunicación, se encontraron las
siguientes categorías: desacuerdos en el marco teórico,
desvalorización del trabajo interdisciplinario, falta de
disponibilidad, no compartir en lugar de trabajo, variables
personales obstaculizadoras y dogmatismo, siendo esta última
la más frecuente.
Perspectiva de los
pacientes
Así como estudiamos la perspectiva de los profesionales de un
TC, también exploramos la percepción de los pacientes,
área poco investigada (Balon, Martini y Singareddy, 2004).
Realizamos un estudio exploratorio y cualitativo (Garay et al., 2016)
en el que participaron 49 pacientes de CABA y del Gran Buenos Aires,
que recibieron un TC en los últimos dos años o que lo
estuvieran recibiendo al momento del estudio. Se halló que 7
participantes no recibieron información sobre el diagnóstico.
En el resto de los casos, el 42,85% de los psicólogos y el
57,14% de los psiquiatras brindaron el diagnóstico. Con
respecto a las alternativas de tratamientos disponibles, los
psiquiatras lo informaron en mayor medida (60,29%) que los psicólogos
(39,7%). Sobre el motivo por el cual se inició la combinación
de los tratamientos, el 42,8% de la muestra indicó que lo hizo
por derivación de su psicólogo, seguido del motivo "por
iniciativa personal" (26,5%); sólo el 10,2% de los
psiquiatras realizó la derivación al psicólogo.
Por lo tanto, pudimos ver que la mayor parte de la muestra refiere
haber sido informada tanto de su diagnóstico como de los
tratamientos disponibles para su problemática, observándose
una leve tendencia en favor de los psiquiatras de brindar dicha
información.
Por otro lado, se halló que las ventajas del TC prevalecieron
sobre las desventajas percibidas (87,7% de la muestra refirió
haber percibido ventajas del TC mientras que el 30,6% refirió
desventajas). Entre las ventajas percibidas por los pacientes, se
pudieron observar un mejoramiento del funcionamiento global, un
efecto sinérgico del TC, un efecto facilitador del tratamiento
psicofarmacológico para la psicoterapia y un mayor
seguimiento. En cuanto a las desventajas, las principales fueron la
discrepancia entre tratamientos o entre profesionales, los efectos
adversos de la medicación y el costo económico. Dichos
resultados concuerdan con los hallados en los estudios preliminares
(Garay et al., 2015).
En el contexto de esta investigación también exploramos
la frecuencia y los motivos del abandono de un TC (Koutsovitis et
al., 2016). Observamos que el 24,5% informó haber abandonado
el TC, 20,4% sólo la psicoterapia y 12,2% sólo el
tratamiento psiquiátrico. Es decir, más de la mitad de
los sujetos (57,2%) ha abandonado alguno de los tratamientos. Las
principales causas referidas por las que lo hicieron fueron: falta de
resultados/avances en el tratamiento y problemas en la relación
terapéutica. Asimismo, se han encontrado diferencias en las
causas esgrimidas sobre el abandono de la psicoterapia y del
tratamiento psiquiátrico. Mientras que el abandono del
tratamiento psicológico se relaciona con la falta de avances
percibidos y el desinterés del profesional percibido por el
paciente, el abandono de la medicación, estuvo vinculada con
los efectos adversos y el costo económico.
La mayoría de los pacientes (80,57%) informó conocer el
tipo de tratamiento que conduce o condujo su psicólogo
tratante, pero sólo el 38,30% de los pacientes refirió
conocer la orientación de su psiquiatra. En lo que respecta a
informar los efectos adversos de los tratamientos, el 40,81% de los
encuestados refirió no haber recibido esta información
de ningún profesional tratante. De los que reportan que sí
recibieron información, en el 32,6% ésta provino sólo
del psiquiatra y en el 26,56% de ambos profesionales. Por otro lado,
alrededor de la mitad de los pacientes señaló haber
observado una comunicación "frecuente" (30,61%) y
"ocasional" (26,53%) entre profesionales, aunque el
20,40% señaló que los profesionales nunca se comunican
y el 22,44% lo desconocía. Los pacientes presentan mayormente
experiencias positivas respecto al TC (89,8%) basadas principalmente
en la potenciación de los tratamientos y la contención
de ambos profesionales. En lo que concierne a las experiencias
negativas (mencionadas por el 10,2% de la muestra), la mala
comunicación entre profesionales es la característica
destacada (Garay et al., 2016).
En síntesis, podemos ver que la mayor parte de la muestra
refiere haber sido informada tanto de su diagnóstico como de
los tratamientos disponibles para su problemática. Por otro
lado, los psicólogos suelen indicar de forma más
frecuente la realización de un TC en comparación con
los psiquiatras. A su vez, los pacientes que han recibido TC perciben
como positiva dicha modalidad. Finalmente, se destaca como una de las
principales desventajas percibidas la discrepancia entre
profesionales o tratamientos, la cual ha sido estudiado como uno de
los principales obstáculos del TC (Sudak, 2011).
Discusión y
conclusiones provisionales
Con respecto al primer eje de nuestros estudios, nuestros hallazgos
sugieren un gran desconocimiento de las GC en nuestro medio. Estas
herramientas, que apuntan a complementar el juicio clínico
individual (NICE, 2006) y evitar los sesgos propios de una práctica
que se base meramente en la opinión de un experto o aquella
basada en la experiencia del profesional (Lilienfeld, Ritschel,
Lynn, Cautin y Latzman, 2014), sufrieron los vaivenes propios
de la Medicina Basada en la Evidencia, oscilando entre su aceptación
y su objeción, esto último sustentado en ciertos
deslices metodológicos y de publicación de resultados
de los ensayos clínicos (American Psychological Association,
2002). Además del desconocimiento, se han observado varios
obstáculos para el uso de la GC por parte de los clínicos:
la carencia de acciones institucionales de promoción de las GC
(Jaffe y Yager, 1999), la adherencia a marcos teóricos cuyas
premisas pueden resultar reñidas con los fundamentos de las
GC, el rechazo a ajustar o modificar las prácticas clínicas
según las sugerencias que las GC ofrecen (Cosgrove, Bursztajn,
Krimsky, Anaya, y Walker, 2009), el descreimiento de las
posibilidades reales de su aplicabilidad (Falzer, Garman y Moore,
2009), el limitado desarrollo de GC locales junto con las
dificultades de adaptabilidad de las GC extranjeras y las limitadas
políticas sanitarias activas que alienten su uso (Garay y
Korman, 2008).
Sin embargo, en nuestro medio, el desconocimiento acerca de las GC
supera a lo observado en otros lugares, lo que podría
relacionarse con dos particularidades. La primera, que no se cuenta
en nuestro país con una política activa de promoción
y capacitación específica sobre las GC, sobre su
aplicación en la clínica y la obligatoriedad de
hacerlo. Esto es llamativo si se tiene en cuenta los principios de
autonomía y el derecho de los pacientes de elegir el
tratamiento que juzgue más conveniente. El Estado Nacional
posee la responsabilidad de regular las prácticas en salud
mental de acuerdo a bases científicas, pudiéndose
asemejar con lo que de hecho ocurre en otras partes del mundo (ej.
Australia, Nueva Zelanda, Reino Unido), donde los respectivos
organismos gubernamentales promueven la confección y
divulgación de las GC, preconizando, o bien obligando, al uso
de las mismas.
El otro aspecto, directamente relacionado con el anterior, es la
falta de un desarrollo sistemático de GC locales o bien de
adaptaciones de aquellas provenientes de otros países. Con
todo, el panorama no es completamente desalentador puesto que existen
producciones nacionales que tienden a subsanar esta relativa
carencia, por ejemplo el "2° Consenso Argentino sobre el
Tratamiento de los Trastornos Bipolares" (Strejilevich et al.,
2010), nuestra guía para combinar tratamientos en salud
mental (Garay, 2016), que ofrece recomendaciones y algoritmos
terapéuticos basados en la evidencia, y toda la serie de
publicaciones elaboradas por los equipos técnicos de los
Ministerios de Salud Provinciales, con orientaciones asistenciales
que siguen el modelo que desde hace unos años se perfila desde
lo que hoy es la Dirección Nacional de Salud Mental y
Adicciones. Sin embargo, no suelen contar con la adhesión de
los propios profesionales, entre quienes predomina el apego por
criterios clínicos cuya proporción de fundamentos
individuales supera a los fundamentos científicamente
actualizados, denotando cierta rigidez a la hora de pensar en
modificar su práctica (Cosgrove et al., 2009).
Es importante resaltar otro de los hallazgos de nuestras
investigaciones que es la valoración positiva que de éstas
tienen los profesionales que emplean las GC en su práctica
clínica, lo que sugiere que la diseminación de su uso
redundaría en un beneficio tanto para el profesional como para
los pacientes. Resulta necesario que se establezcan políticas
activas y continuas para publicitar su existencia, promover su
adherencia y sostener su uso continuo (Forsner et al., 2010). Sólo
resta decir que existen numerosas tácticas para favorecer el
uso de las GC (Programas de educación médica continua,
recordatorios, supervisiones por parte de expertos, reglas de
obligatoriedad de su uso, etc.) (Forsner et al., 2010) y es
interesante que luego de la implementación de las mismas se
tiende a aumentar la adherencia a las GC, la cual se sostiene al
largo plazo y, dato muy relevante, mejora la calidad de cuidados
(Francke, Smit, De Veer, y Mistiaen, 2008).
Con respecto al segundo eje de nuestras investigaciones, la
formulación diagnóstica, nuestros estudios sugieren que
entre los profesionales hay un escaso conocimiento de herramientas
diagnósticas disponibles en el DSM (la cuarta edición
en ese momento, podría hoy estudiarse qué ocurre con la
quinta). Esto puede redundar en prácticas que confundan
diversidad cultural con patología; es decir, el riesgo que
conlleva el desconocimiento de tales categorías diagnósticas
es patologizar la diferencia cultural. El lugar de la cultura fue
variando desde el DSM-III, donde no se hace referencia a los aspectos
culturales, pasando por el DSM-III-R (revisado) con una breve
referencia, hasta la presencia con énfasis recién en el
DSM-IV, donde se explicita que el desconocimiento del contexto
cultural puede llevar a diagnósticos errados (O´Connor y
Vandenberg, 2005). Sin embargo, el modo en que se incluyó fue
objeto de críticas (Mezzich et al., 1999). El DSM-5 (American
Psychiatric Association, 2013) presenta una más completa guía
para la formulación cultural y los "idiomas" en
que se expresa el malestar. Sería de gran interés
estudiar el impacto que dichos cambios tienen en la formulación
diagnóstica en nuestro medio. Sin duda, nuestros hallazgos nos
llevan a pensar en la necesidad de una mayor inclusión del
aspecto cultural en la capacitación de clínicos.
El estudio de las hipótesis diagnósticas que terapeutas
cognitivo-conductuales y psicoanalistas formulan frente a un caso de
depresión mostró en qué medida estos
profesionales se parecen más en función de la
experiencia que del modelo teórico al cual adhieren. Otro
aspecto relevante fue el alto grado de confianza en sus hipótesis,
con el riesgo que esto puede acarrear de una actitud acrítica
con respecto a los diagnósticos presuntivos formulados. En
este sentido, el pensamiento crítico se ha destacado en la
capacitación y supervisión de los clínicos
(Garay, 2013). Resultó además bastante alarmante que no
consideren la necesidad de indagar por la presencia de enfermedades
biomédicas que puedan explicar la sintomatología
depresiva, lo mismo que el consumo, abuso o dependencia de sustancias
ni la presencia de episodios afectivos que pudiera hacer pensar en
una depresión de tipo bipolar.
Finalmente, en cuanto al tercer y más estudiado eje de
nuestras investigaciones, el tratamiento, podemos diferenciar una
combinación más informal (la recomendación de la
práctica del yoga) y otra más formal, propiamente
llamada TC. En cuanto a la primera, puede destacarse la utilización
empírica que se hace de la práctica del yoga por parte
de los terapeutas cognitivo-conductuales, particularmente en el
abordaje de pacientes con trastornos de ansiedad, y más en la
línea de una recomendación que de una verdadera
integración de dos prácticas con tradiciones muy
diferentes. La necesidad de mayores estudios en este sentido, algo
que destacamos en su momento (Korman y Garay, 2007), se puede
observar en parte satisfecha, por ejemplo, en el meta-análisis
de Hofmann, Andreoli, Carpenter y Curtiss (2016) sobre el efecto del
yoga en los trastornos de ansiedad, identificando 17 estudios que
involucraron 501 participantes y concluyendo que es prometedor en el
tratamiento de la ansiedad. Aunque es un área incipiente,
resulta alentador su estudio empírico.
Sobre el TC, los estudios que realizamos (Garay, Fabrissin y
Etchevers, 2008; Garay et al., 2013) destacan, por un lado, la
divergencia entre los criterios utilizados por los profesionales
locales y los consensos internacionales, y, por otro, la importancia
atribuida a los factores interpersonales por parte de los clínicos
locales. La adherencia al tratamiento y la facilitación en el
curso del tratamiento fueron objetivos poco considerado en nuestra
muestra, a pesar de que existe abundante literatura que apoya el
empleo del TC para estos fines (Vieta, 2005). De igual manera, el uso
de psicofármacos puede convertirse en un aliado que favorezca
el curso del tratamiento psicoterapéutico y la adherencia al
mismo (Cuijpers et al., 2014). En la actualidad despierta cierto
interés el uso de fármacos catalogados como
"mejoradores cognitivos" (cognitive enhancers),
tales como cicloserina, yohimbina, L-DOPA, entre otros, para
potenciar los efectos propios de las psicoterapias (Singewald,
Schmuckermair,
Whittle, Holmes y Ressler, 2015); sin embargo, el
agregado de un psicofármaco a la psicoterapia también
podría interferir negativamente con las ganancias logradas por
la psicoterapia en el corto plazo (Otto, McHugh y Kantak, 2010).
Como ya se ha mencionado, el trabajo en equipo y la relación
entre los profesionales es un elemento esencial del TC (Sudak, 2011).
Esto parece ser más claro para los psicólogos y no
tanto así para los psiquiatras, quienes tal vez no cuenten con
una formación que explicite la necesidad de estos aspectos
comunicacionales o se encuentren con mayor cantidad de pacientes a
cargo. La comunicación fluida entre los miembros implicados en
el tratamiento resulta imprescindible para alcanzar tratamientos de
buena calidad y son definidas como competencias elementales para el
trabajo en colaboración. Las experiencias negativas percibidas
se encuentran vinculadas a la nula o mala comunicación entre
los profesionales implicados en el tratamiento, lo cual conlleva a
una redundancia en la información brindada y contradicción
en los mensajes recibidos. La relación entre ambos
profesionales en nuestro medio tiene sus particularidades, marcadas
principalmente por el lugar de trabajo y la orientación
teórica. Ambos aspectos parecerían influir en las
características de la comunicación. Por un lado, esto
se vuelve sumamente importante si consideramos que los profesionales
que referían tener un plan de acción para urgencias
trabajaban en el mismo lugar. Por otro lado, la diversidad teórica
mencionada podría atentar contra una jerga profesional común,
mencionada por los profesionales como una variable favorecedora de la
comunicación. Tal como se ha estudiado en otros países
y ámbitos de la salud, se necesita de un trabajo en equipo
efectivo para brindar una atención segura y de calidad, que a
su vez reduce el estrés en los profesionales (Leonard, Graham
y Bonacum, 2004), por lo cual valorizar y entrenarse en el trabajo
interdisciplinario y la comunicación efectiva resultan
indispensables en un TC, no sólo para mejorar los resultados
de los tratamientos, sino también para favorecer el bienestar
de los profesionales.
Finalmente, es importante destacar que los profesionales señalaron
que los criterios para valorar la conveniencia de un TC fueron
adquiridos, predominantemente, en ámbitos no formales
(práctica clínica, intercambio con otros profesionales)
y con menor frecuencia en cursos de formación profesional. La
necesidad de incluir capacitación formal sobre el TC parece
evidente a partir de estos hallazgos.
Sobre la perspectiva de los pacientes, la mayor parte de la muestra
refiere haber sido informada tanto de su diagnóstico como de
los tratamientos disponibles para su malestar, observándose,
en tal sentido, una leve tendencia a favor de los psiquiatras. Este
resultado está en consonancia con lo propuesto por los códigos
de ética profesional de diversas asociaciones profesionales
(Asociación de Psicoterapia de la República Argentina,
Asociación Psicoanalítica Argentina, etc.), referido a
brindar toda la información respecto al tratamiento (tanto la
alternativa terapéutica más conveniente, las
disponibles y alternativas) a través del consentimiento
informado. Asimismo, esta disposición se plantea en la Ley
26.657 de Salud Mental como un derecho del paciente y obligación
del profesional. Por otro lado, según lo indican los
pacientes, los psiquiatras estarían notificando en menor
medida que los psicólogos acerca del marco u orientación
teórica desde la cual posicionan el tratamiento. A su vez, en
consonancia con Parry (2000), un gran porcentaje de la muestra
refiere haber sido informada en mayor medida por los psiquiatras
sobre los posibles efectos adversos del tratamiento.
A modo de cierre provisional, nuestros estudios destacan, por un
lado, la necesidad de incluir una mayor atención a los
consensos internacionales y a los hallazgos de la investigación
en los programas de formación y capacitación de los
psicólogos clínicos y médicos psiquiatras; por
otro lado, muestran la necesidad de centrar dichos consensos en las
necesidades y particularidades de los pacientes y los clínicos
del ámbito local. Preconizamos entonces la inclusión de
elementos para la formulación cultural del diagnóstico,
la valoración de causas no psicológicas del problema
clínico enfrentado (enfermedades médicas que causan
síntomas depresivos), la evaluación del riesgo suicida,
el conocimiento de GC, la información acerca de los criterios
consensuados para el TC, la necesidad de enfatizar en la capacitación
y supervisión, la importancia de la comunicación entre
profesionales en la implementación de un TC. Futuros estudios
se orientarán a obtener información sobre los modos en
que estos objetivos puedan alcanzarse.
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