Introducción
Las
relaciones entre seres humanos representan un aspecto fundamental de
la vida de las personas. Los humanos somos seres intrínsecamente
gregarios; desde etapas tempranas nuestra supervivencia dependen del
establecimiento de estas relaciones y como especie nos encontramos
biológicamente adaptados para entablarlas (Lieberman, 2013;
Wilson, 2012). Debido a la importancia nuclear de las relaciones
interpersonales en la vida de las personas, es entendible que estas
relaciones tengan también una influencia considerable sobre la
salud mental de los individuos y sus formas patológicas
(Segrin, 2001). Del mismo modo, es esperable que los procesos
psicoterapéuticos, una de las principales estrategias para
tratar patologías mentales, se vean fuertemente influidos por
los fenómenos interpersonales. La psicoterapia, por
definición, se encuentra fundada en la relación entre
al menos un terapeuta y un paciente (Wampold e Imel, 2015). De esta
forma, se espera que la contribuciones interpersonales de los
participantes de esa relación (características
interpersonales de el/los paciente/s y el/los terapeuta/s), así
como la forma específica que tome dicho vínculo,
impacten directamente sobre el proceso de la terapia y su desenlace.
En
este capítulo se describirá el rol de los fenómenos
interpersonales sobre el proceso psicoterapéutico. A estos
fines, se comenzará por analizar de qué manera las
características interpersonales de los pacientes al llegar a
la terapia, influyen sobre el tratamiento y sus resultados. En un
segundo apartado se indagará el valor de la relación
entre el paciente y el terapeuta como predictora del cambio
terapéutico. Por último, a modo de síntesis y
conclusión del capítulo, se explorarán efectos
diferenciales del proceso terapéutico a partir de las
características interpersonales de los pacientes. De esta
forma, la conclusión del trabajo realizado estará
orientada a presentar las bases para la creación de una guía
sistematizada de adaptaciones trans-teóricas para la
adaptación de tratamientos en base a características
interpersonales de los pacientes.
El
impacto de las características interpersonales de los
pacientes sobre la terapia
A
partir del valor creciente atribuido a las relaciones interpersonales
en la salud mental (Horowitz, 2004; Lieberman, 2013), gran parte de
la investigación empírica en psicología clínica,
en los últimos años, se ha dedicado a analizar el
impacto del funcionamiento interpersonal de los pacientes sobre el
proceso psicoterapéutico.
Considerando
que la psicoterapia es un dispositivo de tratamiento relacional, es
esperable que el bagaje interpersonal de los pacientes, influya en la
forma en la que se desenvuelve el tratamiento y en los beneficios
del mismo (Segrin, 2001; Wampold e Imel, 2015). Se ha postulado
que la psicoterapia podría ser especialmente sensible a las
problemáticas de los pacientes en su forma de relacionarse con
otros (Horowitz, 2004).
De
esta manera se han observado estudios orientados a analizar la
relación de los problemas interpersonales de los pacientes con
variables del proceso psicoterapéutico, haciendo especial
énfasis en el vínculo entre paciente y terapeuta.
Mediante estos trabajos se buscaba determinar si la manera de ser de
los pacientes en sus relaciones en general influía sobre el
tipo de relación que construían con sus terapeutas. Por
otro lado, otro grupo de estudios se circunscribió a
determinar si las problemáticas interpersonales de los
pacientes presentaban un efecto sobre sus resultados. A continuación
se sintetizan estas dos líneas de investigación, en dos
respectivas secciones: Problemas interpersonales de los pacientes y
su vínculo con la relación terapéutica yProblemas
interpersonales de los pacientes y su asociación con los
resultados de la terapia.
Problemáticas
interpersonales de los pacientes y su vínculo con la relación
terapéutica
Para
estudiar la asociación entre problemáticas
interpersonales y relación terapéutica, la mayor parte
de los trabajos se han focalizado en el estudio de la alianza
terapéutica como dimensión del vínculo entre el
paciente y el terapeuta. Como se presentará en detalle en el
apartado siguiente de este capítulo, la alianza terapéutica
es la relación de colaboración entre el paciente y
terapeuta orientada al logro de los objetivos de la terapia (Bordin,
1979). Debido a que la alianza ha demostrado ser un predictor robusto
de los resultados de la psicoterapia en diferentes meta-análisis
(Flückiger, Del Re, Wampold y Horvath, 2018; Horvath, Del Re,
Flückiger y Symonds, 2011; Martin, Garske y Davis, 2000), la
mayoría de las investigaciones orientadas a analizar el
impacto de los problemas interpersonales sobre la relación
terapéutica, lo ha hecho mediante el constructo de alianza o a
través de alguna de sus dimensiones (como es el caso del
vínculo emocional entre paciente y terapeuta).
Los
resultados de estas investigaciones empíricas muestran que los
problemas interpersonales de los pacientes, al principio de la
terapia, condicionan la relación del paciente con su
terapeuta. Por ejemplo, se ha observado que cuanto mayor es el
malestar interpersonal del paciente en general, más débil
tiende a ser su alianza tanto al inicio del tratamiento (Connolly
Gibbons et al., 2003)
como en etapas intermedias (Constantino y Smith-Hansen, 2008;Renner
et al., 2012), viéndose especialmente afectado el vínculo
emocional con el terapeuta (Paivio y Bahr, 1998).
De
igual manera, existe
un amplio consenso respecto de la asociación entre
dificultades interpersonales de comunión
(problemas
vinculados al establecimiento de relaciones de cercanía) y la
fuerza de la alianza terapéutica. Los estudios muestran que
problemas interpersonales de ser demasiado hostil o indiferente en
las relaciones (lo que se denomina problemáticas de comunión
negativa) se
asocian a un peor vínculo emocional con el terapeuta
(Saunders, 2001) así como también a una alianza
terapéutica más débil en los primeras sesiones
(Connolly Gibbons et al., 2003; Gómez Penedo, 2017;Johansen,
Melle, Iversen y Hestad, 2013; Krieg y Tracey, 2016; Muran,
Segal, Samstag y Crawford, 1994; Puschner
et al., 2005).
Asimismo, se ha reportado que la problemática de ser demasiado
cordial y dependiente en las relaciones (ser sobreprotector con los
otros, auto-sacrificado o explotable) se vinculan a mejores niveles
de alianza terapéutica tanto al inicio como en la mitad del
tratamiento (Constantino y Smith-Hansen 2008; Dinger, Zilcha-Mano,
McCarthy, Barrett y Barber, 2013; Constantino et al., 2010; Muran et
al., 1994; Renner et al., 2012). Lo curioso de estos últimos
resultados es que sugieren que las problemáticas
interpersonales de los pacientes, no sólo se asocian a peores
formas de relación con el terapeuta, sino que en algunos casos
ciertas problemáticas presentes en el paciente podrían
favorecer la constitución y mantenimiento de la relación
entre el paciente y el profesional tratante.
Cabe
destacar que los estudios que vincularon los niveles de malestar
general y las problemáticas interpersonales de comunión,
se han realizado sobre diferentes formas de tratamiento (terapias
psicodinámicas, psicoanalíticas, cognitivas y
experienciales) y sobre poblaciones de pacientes con variedad
diagnóstica (trastornos de ansiedad, trastornos del estado de
ánimo, trastornos de alimenticios, trastornos psicóticos,
entre otros). Esta heterogeneidad de los diagnósticos e
intervenciones exploradas darían a entender que las
contribuciones interpersonales de los pacientes a la relación
terapéutica (al menos al tomar en consideración el
malestar general y las tendencias a establecer relaciones de
cercanía) son procesos que intervienen directamente sobre el
proceso terapéutico de manera transdiagnóstica y
transteórica.
Respecto
de otro conjunto de problemáticas interpersonales asociadas al
manejo del poder, denominadas problemáticas de agencia,
se encuentra un menor consenso en la literatura científica
sobre sus efectos en la relación. Mientras que algunos
trabajos muestran que peores niveles de alianza se observan en
pacientes con problemáticas de ser extremadamente dominantes
(Muran et al., 1994; Renner et al., 2012), otros reportan que las
problemáticas de sumisión son las que se asocian a
peores formas de vinculación (Paivio y Bahr, 1998). En otros
estudios se ha encontrado que peores niveles de alianza se asocia
tanto a problemas de dominación como de sumisión
(Connolly Gibbons et al., 2003; Gómez Penedo, 2017).
Estos
resultados podrían sugerir que entre los problemas
interpersonales de agencia de los pacientes y la relación
terapéutica se presenta una relación no lineal sino
cuadrática. Es decir, que tanto formas extremas de sumisión
como de dominación podrían ser negativas para el
vínculo terapéutico, mientras que niveles intermedios
de agencia podrían ser facilitadores de un vínculo
terapéutico adecuado. Por otra parte, estos resultados también
podrían explicarse por la presencia de efectos diferenciales
según el tipo de tratamiento. Por ejemplo, en los trabajos que
se citan arriba, pacientes con problemas de ser demasiado dominantes
tuvieron peores niveles de alianza en tratamientos cognitivos (Muran
et al., 1994; Renner et al., 2012), mientras que en tratamientos
humanístico-existenciales pacientes extremadamente sumisos
fueron los que presentaron niveles más bajos de alianza
(Paivio y Bahr, 1998). Esto nos da la pauta de que podría
existir una interacción entre el abordaje y las
características de los pacientes, produciéndose
diferentes efectos sobre la relación terapéutica según
el tipo de tratamiento que se conduzca y las características
interpersonales con las que cuente el paciente. Este punto se
discutirá en detalle en las conclusiones del capítulo.
Además
de los estudios específicamente sobre problemáticas
interpersonales, algunos trabajos han explorado el impacto sobre la
terapia de variables de los participantes de carácter
relacional, como es el caso del estilo de apego. Los resultados de
estos estudios muestran menores niveles de alianza terapéutica
frente a la presencia formas de apego inseguro tanto en el paciente
(Diener y Monroe, 2011; Nielsen et al., 2018) como en el terapeuta
(Black, Hardy, Turpin y Parry, 2005).
Problemas
interpersonales de los pacientes y su asociación con los
resultados de la terapia
El
interés por estudiar el impacto de los problemas
interpersonales de los pacientes en el proceso psicoterapéutico,
también se generalizó hacia el análisis de su
influencia sobre los resultados del tratamiento en general.
La
cantidad de estudios en la temática ha sido menor (comparada
con los estudios respecto de la relación terapéutica) y
sus resultados más inconsistentes. El único punto de
concordancia de estos estudios es observar que los pacientes que
presentan mayores problemáticas interpersonales al inicio del
tratamiento suelen obtener peores resultados al culminar la terapia
(Dammann et al., 2016; Renner et al., 2012). Luego,
han habido estudios que observaron peores resultados en pacientes con
problemáticas de comunión positiva (por ejemplo ser
demasiado dependiente), (Dinger et al., 2013), mientras que otros
encontraron mejores resultados en pacientes con estos mismos
problemas (Schauenburg, Kuda, Sammet y Strack, 2000). Del mismo modo,
mientras que algunos trabajos reportaron una asociación entre
problemáticas de ser extremadamente dominante y peores
resultados (Quilty, Mainland, McBride y Bagby, 2013 ; Wiltink et al.,
2016), otros encontraron que los pacientes dominantes eran los que
más se beneficiaban de los tratamientos (Dinger, Strack,
Leichsenring y Henning, 2007). A su vez, se ha reportado una
asociación entre problemáticas de sumisión y
peores resultados (Dinger et al., 2013).
Como
se ha observado a lo largo de estos párrafos muchas
investigaciones han reportado asociaciones entre los problemas
interpersonales de los pacientes y los resultados de los
tratamientos, pero el vínculo específico de las
distintas problemáticas con peores o mejores resultado varían
notablemente según el estudio y sus características (el
tratamiento realizado, el/los diagnóstico/s de la población
tratada, etc.). Esta observación aporta a la ya mencionada,
idea de que los problemas interpersonales podrían interactuar
con otras cualidades de los pacientes y con los tratamientos,
generando así efectos diferenciales. De esta manera, los
problemas interpersonales no serían variables pronósticas
que permitan predecir cómo le va a ir a alguien en terapia,
sino moderadores de los abordajes. Es así que los problemas
interpersonales de los pacientes podrían servir como
marcadores de la necesidad de seleccionar determinado tratamiento
para el paciente (Gómez Penedo, Constantino, Coyne, Bernecker
y Smith-Hansen, 2018) o de realizar alguna adaptación técnica
al mismo (Gómez Penedo, Constantino, Coyne, Westra y Antony,
2017) para aumentar las probabilidades de éxito terapéutico.
En las conclusiones del capítulo retomaremos esta noción
nuevamente.
Así
como sucedió en el caso de la alianza terapéutica,
algunos trabajos estudiaron los efectos de disfunciones relacionales
sobre los resultados de la terapia, mediante el análisis de
los estilos de apego. En este caso, los resultados de los trabajos
fueron un tanto más consistentes que los estudios centrados en
problemáticas interpersonales, reportando que estilos de apego
seguro se asocian a mayores niveles de cambio (Meyer, Pilkonis,
Proietti, Heape y Egan, 2001), mientras que estilos de apego
evitativo o ansioso se vinculan a peores resultados (Nielsen et al.,
2018;Reis
y Grenyer, 2004).
Los
efectos de la relación terapéutica sobre los resultados
de la psicoterapia
Históricamente,
la relación terapéutica ha sido el componente de la
psicoterapia más estudiado empíricamente en relación
a los resultados (Castonguay, Constantino, Grosse Holtforth, et al.,
2006). Si bien dentro de la relación terapéutica pueden
identificarse diferentes componentes (fenómenos
transferenciales, aspectos reales del vínculo, etc.), la
alianza terapéutica ha sido el que más atención
ha recibido en las últimas décadas.
La
noción de alianza terapéutica
El
concepto de alianza surgió en el marco psicoanalítico
en una búsqueda de separar aspecto importantes de la relación
terapéutica que trascendieran a los procesos transferenciales.
Elisabeth Zetzel (1956), quien acuñó el término,
considera a la alianza como una relación positiva, construida
a partir de los aspectos sanos del paciente, que le permite trabajar
con el terapeuta en las actividades del análisis (Zetzel,
1956). La autora consideraba que sin esa condición relacional,
la probabilidad del éxito terapéutico estaba
fuertemente amenazada.
Cabe
destacar que en paralelo, el rol fundamental de la relación
terapéutica era también destacado por otros marcos
teóricos no psicoanalíticos, tales como los modelos
cognitivos (Beck et al., 1979), humanístico-existenciales
(Rogers, 1966) y, desde ya, sistémicos (Minuchin, 1974).
Sin
embargo, fue recién a partir de 1979 que Edward Bordin
presentó la primera definición panteórica de
la alianza terapéutica, postulando a la alianza como un
mecanismo de cambio común a las distintas formas de
tratamiento. Bordin planteó una definición de la
alianza sustentada fundamentalmente en la idea de una relación
de colaboración entre el paciente y el terapeuta e
integrada por tres componentes: el acuerdo mutuo entre paciente y
terapeuta respecto de los objetivos de la terapia, el acuerdo
entre los participantes respecto de las tareas a realizar en
la terapia y el desarrollo de un vínculo afectivo entre
ambos (Bordin, 1979). La colaboración entre paciente y
terapeuta orientada hacia el cambio, producto de su acuerdo en las
tareas y objetivos de trabajo y del vínculo afectivo entre
ellos, constituiría así el fenómeno de la
alianza terapéutica (Bordin, 1979, 1983).
Más
allá del surgimiento de nuevas propuestas que postularon
distintas dimensiones de la alianza terapéutica (Gaston, 1990)
o señalaban aspectos vinculares no contemplados en el
constructo (por ejemplo, el concepto de relación real; Gelso y
Carter, 1994), la noción de alianza terapéutica como
relación de colaboración desarrollada por Bordin sigue
siendo la predominante tanto en los ámbitos clínicos
como de investigación (Doran, 2014).
Evidencias
empíricas de la asociación entre alianza (como
colaboración) y resultados
Los
resultados de diversos meta-análisis realizados en los últimos
30 años coinciden en que la alianza es un predictor robusto de
resultados en psicoterapia (Flückiger, Del Re, Wampold y
Horvath, 2018; Horvath, Del Re, Flückiger y Symonds, 2011;
Martin, Garske y Davis, 2000). A partir de los coeficientes de
correlación reportados en estos trabajos, se puede estimar que
la alianza explicaría un 8% de la varianza de los resultados
del tratamiento. Se considera que luego de los niveles de severidad
iniciales de los pacientes, la alianza terapéutica es la
variable que mejor predice los resultados en psicoterapia,
independientemente del marco teórico (Wampold, 2010). Este
efecto no sólo se observa en la terapia convencional cara a
cara; tamaños de efecto similares entre la alianza y los
resultados se han reportado al estudiar psicoterapias basadas en el
uso de internet (Flückiger et al., 2018), así como
también en tratamientos farmacológicos (Zuroff y Blatt,
2006).
Dudas
sobre la dirección de la causalidad: la vieja pregunta del
huevo o la gallina
La
asociación entre la alianza y los resultados de la terapia ha
llevado a una presunción generalizada, de que la alianza
terapéutica produce en sí misma un efecto sobre los
resultados de la terapia (Feeley et al., 1999). Frente a estas
ideas, algunos teóricos propusieron que la relación
entre cambio y alianza podía ser inversa (DeRubeis y Feeley,
1990; Feeley et al., 1999). En su mayoría los estudios de la
relación entre alianza y cambio, históricamente habían
medido los niveles sintomáticos del paciente al principio y
final de la terapia y tomaban una medida de alianza en algún
momento del tratamiento (por ejemplo, la cuarta sesión). Luego
se correlacionaban los niveles de alianza en dicha sesión con
el cambio producido entre el principio y el final del tratamiento.
Estos diseños metodológicos no controlaban la
posibilidad de que cambios ocurridos en las primeras sesiones de
tratamiento (antes de la medida de alianza) produjeran un efecto
sobre los niveles de la misma y, a su vez, sobre el resultado de la
terapia (Klein et al., 2003). Siguiendo esta hipótesis, la
relación entre la alianza y el resultado sería un
sub-producto de la relación entre la presencia de mejorías
tempranas y el subsiguiente fortalecimiento del vínculo,
producto de estas mejorías. Para establecer que la alianza
efectivamente producía un efecto en los resultados, la
posibilidad de una causalidad opuesta, mediante dichos cambios
tempranos, debía ser controlada (DeRubeis, Brotman y Gibbons,
2005).
Durante
la década del '90, algunos estudios mostraron que las
mejorías sintomáticas durante las primeras sesiones
predecían la fortaleza de la alianza y que al controlar ese
efecto, la relación entre la alianza y los resultados ya no
era significativa (DeRubeis y Feeley, 1990; Feeley et al., 1999).
Sin
embargo, dichas investigaciones recibieron críticas
metodológicas por no centrarse en la evolución de las
variables en el tiempo y su relación temporal (Falkenström,
Granström y Holmqvist, 2013). Posteriormente, algunos estudios
se dedicaron a estudiar la evolución de la alianza y del
cambio terapéutico durante el transcurso de la terapia,
utilizando metodologías estadísticas más
sofisticadas (como los modelos auto-regresivos o modelos mixtos).
Mientras que solamente un estudio, utilizando estas metodologías,
observó que los cambios terapéuticos predecían
los niveles de alianza (Strunk, Brotman y DeRubeis, 2010), la gran
mayoría reportó que la alianza predecía los
cambios subsiguientes (Accurso et al., 2015; Klein et al., 2003;
Roussos, Gómez Penedo y Muiños, 2018; Zilcha-Mano,
Dinger, McCarthy y Barber, 2014) o que ambas variables presentaban
un fenómeno de interdependencia, es decir, una predicción
temporal mutua a lo largo del tratamiento (Crits-Christoph,
Connolly Gibbons, Hamilton, Ring-Kurtz y Gallop, 2011; Falkenström
et al., 2013; Ramseyer, Kupper, Caspar, Znoj y Tschacher, 2014).
Estos resultados favorecerían la posición de que
la alianza terapéutica podría ser un proceso de cambio
en sí mismo (Roussos et al., 2018).
Críticas
a la noción de alianza como colaboración
A
pesar de la importancia general atribuida a la alianza desde el
surgimiento mismo del concepto, han surgido una serie de críticas
a la noción clásica de alianza como colaboración.
En las últimas décadas, estas críticas llevaron
a la emergencia de una nueva definición de la alianza y un
nuevo paradigma para entender su valor terapéutico.
Tempranamente, autores como Brenner (1979) y Curtis (1979), han
señalado que el constructo de alianza terapéutica,
definido como colaboración, no incorporaba en su matriz
conceptual el surgimiento de sentimientos negativos y frustraciones,
que son esperables durante el trabajo terapéutico. Mitchell
(1988), por su parte, afirmó que todas las relaciones humanas
importantes, por su complejidad, tienen una cuota necesaria de
conflicto ya que se ven atravesadas por procesos como la
autodefinición o la regulación emocional de los
participantes. En este sentido, es de esperar que una relación
como la que acontece en el espacio terapéutico, tenga su grado
de conflictividad necesaria. En esta misma línea,
investigaciones empíricas han mostrado que las reacciones
negativas de los pacientes en terapia, lejos de ser un fenómeno
atípico, son habituales durante el tratamiento (Rennie,
1994). Por otra parte, algunos autores comenzaron a cuestionar la
presunción de que una buena alianza (como colaboración)
era siempre un indicador positivo en el tratamiento. Hatcher y
Barends (1996), por ejemplo, mediante análisis factoriales
observaron un factor de la alianza, definido por una colaboración
muy alta y al mismo tiempo por un nivel importante de desacuerdos del
paciente hacia el terapeuta. Los sujetos que puntuaron alto en ese
factor de la alianza, presentaron los peores resultados en sus
tratamientos.
Sintetizando
el espíritu de estos planteos, Safran y Muran (2006)
sostuvieron que el énfasis puesto en la colaboración,
podía llevar a confundir al fenómeno de la alianza
terapéutica con obediencia y/o sumisión por parte del
paciente. Sería este el caso de pacientes que acallan sus
frustraciones o deseos, con el único fin de no alterar la
relación con sus terapeutas (Bender, 2005). Por estos
motivos, Safran y Muran (2006) afirmaron que el concepto de
alianza, definido como colaboración, había alcanzado su
límite de utilidad en la clínica, la teoría y la
investigación psicoterapéutica. No obstante,
propusieron que no se abandonara la noción de alianza,
reconociendo su importancia en la predicción de resultados,
sino que empezara a transitar un camino hacia una conceptualización
más compleja del fenómeno, que permitiese incorporar
los conflictos propios de las interacciones humanas.
Un
nuevo paradigma para pensar la alianza (alianza como negociación)
Como
alternativa a la alianza entendida como colaboración, Safran,
Muran y Proskurov (2009), han propuesto pensar a la alianza como un
constructo dinámico caracterizado por la constante negociación
y resolución de conflictos entre el paciente y el terapeuta.
Sugirieron enfocarse en los procesos de negociación
interpersonal, que subyacen a la relación entre el paciente y
el terapeuta y no en la mera colaboración que puede o no
manifestarse en la misma. Como sostienen los autores, en desarrollos
posteriores a los de su definición pan-teórica, el
mismo Bordin (1983, 1994) afirma la importancia de un proceso de
negociación entre paciente y terapeuta respecto de las tareas
y los objetivos de la terapia, así como la importancia de la
capacidad del terapeuta para identificar y solucionar problemas en la
alianza (Safran, Muran, Samstag y Stevens, 2002). Desde este punto
de vista, la negociación de la alianza (como denominaron a
este constructo alternativo) describiría la capacidad del
paciente y el terapeuta para sobrellevar conflictos que acontecen
durante el tratamiento y resolver los desacuerdos que emergen
respecto de las acciones que se realizan y los objetivos que se
persiguen (Safran et al., 2002, 2009).
Según
esta postura, cuando los intercambios entre paciente y terapeuta
fluyen sin inconvenientes, los procesos de negociación pueden
operar a un nivel implícito (Safran et al., 2002). Sería
el caso de un terapeuta que decide no utilizar una determinada
intervención por considerar que podría no ser útil
para el paciente o de un paciente que decide realizar una tarea
propuesta por el terapeuta aunque no esté convencido de su
valor (Safran et al., 2002).
Sin
embargo, cuando emergen complicaciones en el proceso terapéutico
y se observa un quiebre en la colaboración, la negociación
entre los participantes se vuelve explicita (Safran et al., 2002). A
estos impasses
en la colaboración los autores los denominaron rupturas en la
alianza. Por ende, las rupturas en la alianza eran definidas como
tensiones o desajustes que se producían durante la terapia en
la relación de colaboración entre paciente y terapeuta
(Safran et al., 2002). Dichas rupturas podían presentar una
intensidad variable yendo desde pequeños malos entendidos
hasta quiebres significativos en el entendimiento de los
participantes, derivando potencialmente en abandonos abruptos por
parte de los pacientes o malos resultados en la terapia (Safran et
al., 2002). El surgimiento de estas rupturas, llevaba a los
fenómenos de negociación a un nivel explícito,
en donde la negociación emergía como un proceso de
intercambio y confrontación entre individuos con diferentes
percepciones, motivos subyacentes y expectativas de la terapia
(Safran et al., 2002), que requiere de una acomodación mutua,
sin que los participantes renuncien a sus propios deseos o
necesidades. Por ende, esta forma de conceptualizar a la negociación
de la alianza, la alejaba de la posibilidad de enmascarar un fenómeno
de sumisión u obediencia por parte de los participantes, como
se ha señalado al hablar de la alianza como colaboración
(Safran et al., 2002). Según los autores, las rupturas podían
producirse en cada uno de los componentes de la alianza identificados
por Bordin (1979) ya sea en desacuerdos respecto de las tareas y
objetivos de la terapia y/o por la presencia de tensiones en el
vínculo afectivo entre los participantes (Safran et al.,
2002).
La
capacidad de negociación de estos desencuentros relacionales,
era considerado un mecanismo de cambio en sí mismo, que le
permitiría al paciente desarrollar capacidades
interpersonales, aumentar su auto-confianza y construir relaciones
más genuinas con otros (Benjamin, 1990; Safran y Muran,
2006). Esta idea, se fundaba en las teorías del
psicoanálisis relacional, que postulaban que los procesos de
negociación entre necesidades propias y ajenas, constituían
un aprendizaje crítico para el desarrollo psicológico
de una persona (Mitchell, 1988; Safran et al., 2002). En tanto
muchas de las problemáticas que hacen que una persona comience
un proceso terapéutico se asociaban a problemas en las
relaciones interpersonales (Horowitz, 1979) o se encontraban
relacionadas a dificultades en procesos de negociación entre
las necesidades propias y las de los otros (Safran et al., 2002),
la negociación de la alianza terapéutica, era
considerada una oportunidad para que el paciente alcance logros
relacionales que le permitiesen mejorar en otros ámbitos de su
vida (Safran et al., 2002; Safran et al, 2011).
Evidencias
empíricas de la asociación entre negociación de
la alianza y resultados
A
partir de estos desarrollos teóricos diversos estudios con
metodologías muy variadas han aportado evidencia respecto del
valor de la negociación de la alianza terapéutica y la
resolución de rupturas durante el tratamiento. Stiles et al.
(2004) y Strauss et al. (2006), utilizaron modelos de regresiones,
para identificar patrones de evolución de la alianza con forma
de V (V-shape) que representaran deterioros y recuperaciones
en la alianza terapéutica. Ambos trabajos observaron que
pacientes en los que se manifestaba este patrón de evolución,
obtenían mejores resultados de la terapia, en comparación
con el resto de los pacientes. Investigaciones posteriores han
coincidido en resaltar la presencia de dicho patrón de
rupturas-resoluciones en la alianza y su valor terapéutico
(Aguirre McLaughlin, Keller, Feeny Youngstrom y
Zoellner, 2014; Kalogerakos, 2009; Kramer, Roten, Beretta, Michel y
Despland, 2009).
Además
del estudio de patrones de evolución de la alianza, se han
diseñado metodologías específicas para la
medición de la negociación de la alianza. Eubanks,
Muran y Safran (2015) diseñaron el Sistema de clasificación
de rupturas y resoluciones conocido como 3RS, para poder identificar
marcadores de estos fenómenos mediante observadores externos y
luego vincularlo a resultados. Por ejemplo, en un trabajo reciente
usando este instrumento, Manubens, Olivera, Roussos y Gómez
Penedo (2018), han encontrado que pacientes que manifestaban cambios
tempranos en la terapia, contaban con mayores niveles de rupturas que
pacientes que no cambiaban; sin embargo, la tasa de resoluciones de
dichas rupturas era más alta en los pacientes que presentaban
cambios. En un meta-análisis conducido por Safran y equipo en
el año 2011, los autores encontraron únicamente 13
investigaciones explorando los efectos de las resoluciones de las
rupturas. Los resultados del trabajo sugirieron la importancia de
seguir explorando el valor de las rupturas y resoluciones en la
alianza, observando tamaños de efecto respecto de los
resultados similares a los de la alianza como colaboración.
A
su vez, el equipo de Safran ha diseñado un instrumento de
auto-reporte para medir la negociación de la alianza,
denominada Escala de Negociación de la Alianza (ANS por su
sigla en inglés de Alliance Negotiation Scale; Doran et al.,
2012; Waizmann et al., 2015). Esta escala presenta una versión
para ser completada por el paciente (Doran et al., 2012) que se
encuentra validada en el contexto argentino (Waizmann et al., 2015) y
una versión para ser completada por el terapeuta (Doran, Gómez
Penedo, Safran y Roussos, 2018) también validada en el país
(Gómez Penedo, Doran y Roussos, 2018). Trabajos recientes han
demostrado la capacidad predictiva de la negociación de la
alianza sobre los resultados de la terapia (Doran, Safran y Muran,
2016), así como también el impacto de su mejoría
a lo largo del tratamiento (Gómez Penedo, Zilcha-Mano y
Roussos, 2018).
Pese
al surgimiento de estas teorizaciones que intentaron enriquecer la
conceptualización de la alianza, mostrando otras facetas del
fenómeno, la definición primigenia de Bordin continua
siendo en la actualidad la conceptualización más
aceptada y utilizada para comprender la alianza y para diseñar
instrumentos para evaluarla (Doran et al., 2012; Waizmann, 2010).
De esta forma, la alianza continúa siendo mayoritariamente
conceptualizada a partir de aquellos aspectos consensuales y
colaborativos, que le permiten al paciente y terapeuta trabajar en
pos de los objetivos del tratamiento (Doran, 2014). Posiblemente la
conceptualización de la alianza terapéutica se vería
enriquecida si se incorporase el valor de ambos aspectos (alianza
como colaboración y negociación de la alianza) en un
único corpus conceptual en relación a la mejoría
de los pacientes. Esto permitiría incorporar los resultados
que muestran similares tamaños de efecto entre ambas formas de
estudiar la alianza. Tanto los niveles generales de colaboración
como la capacidad de resolver rupturas en dicha colaboración
pueden tener efectos terapéuticos (relativamente)
independientes, transitando distintos caminos hacia el cambio de los
pacientes. Nuevos modelos conceptuales e investigaciones empíricas
serán necesarias para darle forma y evidencia a esta
hipótesis.
Hacia
una sistematización transteórica de adaptaciones
clínicas a los tratamientos en base a las problemáticas
interpersonales de los pacientes
Como
se mencionó en el primer apartado de este capítulo, si
bien han sido muchas las investigaciones que encontraron relaciones
entre las problemáticas interpersonales de los pacientes y el
proceso psicoterapéutico y sus resultados, muchos hallazgos
han sido inconsistentes y contradictorios. Por ejemplo, como se ha
descripto más arriba, algunos estudios observado que pacientes
con mayores problemáticas asociadas a ser sumisos tienden a
construir peores vínculos con sus terapeutas, mientras que
otros reportaron que los problemas de ser dominantes son los que se
relacionan a un peor vínculo. Una explicación posible a
estos resultados, como ya se anticipó, es la interacción
de las cualidades interpersonales con el tipo de tratamiento
realizado.
Por
ejemplo, en los trabajos mencionados en el primer apartado, se ha
observado que pacientes dominantes tienen peores niveles de alianza
en tratamientos cognitivos (Muran et al., 1994; Renner et al., 2012),
mientras que pacientes sumisos tienen una alianza más débil
en tratamientos humanístico-existenciales (Paivio y Bahr,
1998). En tratamientos más directivos (como los
cognitivo-conductuales) tendencias dominantes en los pacientes
podrían perturbar la relación, produciendo un conflicto
en la díada, en relación a quién domina el
diálogo y el proceso terapéutico. En cambio, en
tratamientos que solicitan un rol más activo por parte del
paciente (como pueden ser los psicodinámicos y
humanístico-existenciales), sujetos con problemas de ser
sumisos en sus relaciones, con tendencias a delegar el poder a las
otras personas, podrían tener mayores dificultades para
construir un vínculo fructífero con su terapeuta.
Apoyando
esta tesis la investigación empírica ha presentado
evidencias específicas de interacciones entre tratamientos y
problemáticas interpersonales, que producen efectos
terapéuticos diferenciales en los pacientes. Se ha observado
que tratamientos que presentan un abordaje complementario (no
disonante) a las problemáticas interpersonales de los
pacientes se asocian a mejores resultados. Por ejemplo, pacientes con
bulimia nerviosa que presentan tendencias a ser dependientes y
sumisos en sus relaciones, tienden a tener mejores resultados al
realizar terapias cognitivo-conductuales en comparación con
terapias interpersonales (Gómez Penedo et al., 2018) .Se puede
argumentar en este punto que la posición interpersonal
prototípica de un terapeuta cognitivo-conductual responde una
postura amigable pero directiva (en otras palabras, dominante).
Siguiendo los principios de Kiesler (1996), dicha postura implicaría
un posicionamiento complementario desde el punto de vista
interpersonal, respecto de la posición de pacientes
dependientes (en extremo cordiales) y sumisos. De igual manera,
pacientes con trastornos de ansiedad generalizada y problemáticas
de una búsqueda excesiva de control, han respondido mejor
frente a tratamientos conductuales, en comparación con
tratamientos cognitivos, que podrían representar un desafío
explícito a sus creencias y, por ende, a su controlabilidad,
(Newman, Jacobson, Erickson y Fisher 2017). De esta manera, la
selección de abordajes o adaptación de los mismos para
que sean consistentes a las formas predominantes de relación
de los pacientes, sería fundamental para sentar las bases
sólidas de una relación fructífera, condición
necesaria para un buen proceso terapéutico.
Sin
embargo, en el largo plazo esa complementariedad puede representar un
riesgo para el tratamiento, especialmente si las problemáticas
interpersonales del paciente que consulta se asocian a los fenómenos
psicopatológicos que lo llevan a consultar o, incluso,
constituyen el motivo de consulta (Horowitz, 2004). Investigaciones
en el tratamiento del TAG han mostrado que pacientes que presentan
problemáticas de ser demasiado sumisos en sus relaciones (una
característica particularmente asociada a la etiopatogenia del
TAG) tienen mejores resultados a largo plazo, cuando son tratados con
un abordaje de CBT que incorpora estrategias para promover su
autonomía (Gómez Penedo et al., 2017). En cambio, el
ser tratados con una terapia TCC estándar (de naturaleza
directiva) ésta podría reforzar sus tendencias
desadaptativas hacia la sumisión. Estudios sobre esa misma
población, han mostrado que pacientes diagnosticados con TAG
que tienen problemas de sumisión, al reducir sus conductas
sumisas en su relación con el terapeuta en sesión,
tienden a obtener mejores resultados a largo plazo (Gómez
Penedo et al., 2018).
Esta
evidencia, en conjunto con un movimiento que ha tomado fuerza en los
últimos años hacia el desarrollo de psicoterapias
personalizadas (Hayes y Hofmann, 2018; Thompson-Hollands et al.,
2014; DeRubeis et al., 2014), nos plantea la importancia de
contemplar las características interpersonales de los
pacientes al principio del tratamiento para ajustar sus abordajes y
obtener mejores resultados. A grandes rasgos, los resultados de los
estudios plantean que la relación terapéutica, mediante
la complementariedad versus
no
complementariedad interpersonal, podría ser un recurso tanto
de mejoría de los pacientes como de estancamiento o deterioro.
El hecho de que el terapeuta, al principio de la terapia, se coloque
en una posición consistente al estilo interpersonal del
paciente (sea este adaptativo o patológico) puede convertirse
en un instrumento para construir una sólida alianza
terapéutica, dándole un basamento fuerte de confianza y
seguridad al paciente para poder cambiar (Pinel y Constantino, 2003).
Si el estilo interpersonal del paciente no es disfuncional ni se
asocia a su patología, dicha complementariedad puede
mantenerse en el tiempo, siendo una vía terapéutica
privilegiada. Sin embargo, frente a estilos interpersonales
patológicos, lo más adecuado sería que el
terapeuta poco a poco comience a variar su posicionamiento
interpersonal, desafiando la complementariedad establecida con el
paciente y, por ende, su posición interpersonal (Pinel y
Constantino, 2003). Ese lento movimiento de relojería, implica
movilizar al paciente hacia un nuevo repertorio de conductas
interpersonales que le ayude a flexibilizar sus patrones
disfuncionales de relación con los otros, facilitando una
mejoría sistémica en el sujeto. Esta vocación de
adecuar las acciones del terapeuta a las necesidades específicas
del paciente ha recibido el nombre de responsividad y es considerado
un mecanismo de cambio fundamental en psicoterapia (Stiles,
Honos-Webb y Surko, 1998).
Sin
embargo, esta intención de adaptar clínicamente los
tratamientos requiere de una sistematización de respuestas
determinadas frente a la presencia de marcadores ya sea en los
pacientes o en las sesiones de psicoterapia (Constantino, Boswell,
Bernecker y Castonguay, 2013). Es de esta forma que se concluye que
para la práctica clínica sería de suma utilidad
la creación de guías sistematizadas de adaptación
de tratamientos (de distintos marcos teóricos) en base a las
dificultades interpersonales con la que cuenta el paciente al llegar
al tratamiento. Dichas guías podrían servir para
entrenar a terapeutas en criterios sistemáticos de adaptación
clínica y por ende, responsividad, para desarrollar en su
práctica cotidiana, sea cual sea su marco de referencia. No
obstante, el desarrollo de guías de esta naturaleza requiere
de mayor investigación empírica, que permita determina
las estrategias adecuadas para tratar a pacientes con cuadros
psicopatológicos particulares en el contexto de problemáticas
de vinculación determinadas.
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