Introducción:
ACT y la Clínica Infanto Juvenil con Base en la Evidencia
La
Terapia Cognitiva Comportamental y otros abordajes tradicionales
basados en la evidencia prodigaron prolíficos aportes con
sustento científico orientados a la detección,
diagnóstico y tratamiento de numerosos motivos de consulta que
afectan a los niños, los adolescentes y sus familias. Sin
embargo, una serie de desafíos pendientes parecían
difíciles de ser sorteados por algunos de los modelos más
difundidos:
-
Desafíos Teóricos: La Terapia Cognitiva Comportamental
se desarrolló inicialmente para el tratamiento de poblaciones
adultas. Sustentada en un modelo intrapsíquico basado en la
teoría del procesamiento de la información, su
formulación de los motivos de consulta se caracteriza por la
predominante consideración del paciente en manera individual.
Si bien al realizar formulaciones de casos clínicos que
involucran a niños y adolescentes se incorporan las
características del entorno, de los historiales de aprendizaje
y estilos de apego (Friedberg y Mc Clure, 2016), el modelo considera
a estos factores en manera relativa y supeditada a su incidencia en
el desarrollo de los esquemas cognitivos y estilos de procesamiento
de la información propios de cada trastorno psicopatológico
(Clark y Beck, 1997). En pos de superar estas limitaciones, algunos
expertos en el área consideran que la integración de
perspectivas sistémicas, interpersonales, neuropsicológicas
y centradas en el apego es una necesidad frecuente para la
conceptualización precisa y el abordaje exhaustivo del
sufrimiento en los jóvenes consultantes (Wilner, 2014).
Numerosos motivos de consulta presentan, por poner ejemplos, alta
injerencia de niveles de emoción expresada, conflictos
familiares y/o patrones inconsistentes de aprendizaje que afectan el
curso y la generalización de las dificultades (Ollendick y
Neville King, 2010). De acuerdo a Backen
Jones y colaboradores (2016), la posibilidad de considerar
la interacción de estos factores desde una perspectiva teórica
que entienda el desarrollo de las cogniciones, las emociones y las
acciones en función del contexto, podría proveer lentes
útiles para formulaciones más precisas y flexibles de
los casos clínicos que involucran a los jóvenes, las
instituciones y las familias.
-
Desafíos en el Desarrollo del Vínculo Terapéutico:
Los consultantes adolescentes suelen ser traídos por terceros
a consulta, pueden manifestar inicialmente desconfianza hacia el
profesional y dados los desafíos evolutivos que transitan,
frecuentemente rechazan la autoridad y los dispositivos estructurados
(Bertolino, 2006). Es destacable, así mismo, que estudios
realizados en nuestro contexto latinoamericano (Bunge, Maglio,
Carrea. y Entenberg, 2016) hallaron que la satisfacción de los
consultantes jóvenes respecto al proceso terapéutico se
encontraba determinada, especialmente, por la percepción de
ser escuchados y comprendidos. En este sentido, es posible que
modelos terapéuticos no excesivamente estructurados,
colaborativos y con énfasis en aspectos experienciales puedan
favorecer el desarrollo de la alianza terapéutica y la
adherencia por parte de esta población (Coyne, McHugh y
Martinez, 2011).
-
Desafíos Relacionados con la Complejidad, Gravedad y
Cronicidad de los Motivos de Consulta: Los tratamientos manualizados
y las investigaciones respecto a su eficacia aportaron un salto
cualitativo a la diseminación de alternativas de tratamiento
de calidad en la clínica infanto juvenil (Kendall, 2000). Sin
embargo, características inherentes a los estudios
controlados, como la implementación de muestras
representativas y el control de variables extrañas, pueden
incrementar el desfasaje respecto a la eficacia reportada y la
efectividad de los procedimientos terapéuticos en la clínica
cotidiana (Castonguay y Beutler, 2005). Frecuentemente las
presentaciones clínicas se enmarcan en contextos
institucionales y/o familiares conflictivos y/o vulnerables. Así
mismo, complejidades como las comorbilidades, la gravedad y la
cronicidad son factores a considerar en los abordajes que no siempre
son abarcadas por los tratamientos tradicionales. Respondiendo a
estos requerimientos, en las últimas décadas se han
desarrollado modelos de intervención transdiagnósticos,
flexibles y orientados hacia el abordaje de procesos en la clínica
infanto juvenil (Park y Chorpita, 2016). Así mismo, la
diseminación de enfoques orientados hacia la toma de
perspectiva y la aceptación, pueden favorecer la provisión
de abordajes que contemplen la complejidad y los ritmos
idiosincrásicos de los procesos de cambio (Hayes y Greco,
2008).
En
concordancia con estas necesidades, la Terapia de Aceptación y
Compromiso (ACT) es un modelo de tratamiento que, en los últimos
años, ha alcanzado creciente difusión debido a sus
innovadores planteos respecto a la conceptualización del
sufrimiento humano y a los crecientes hallazgos de la investigación
que parecen demostrar su eficacia en el abordaje de un notable
abanico de poblaciones y motivos de consulta. Su sustento teórico
en una perspectiva contextual sobre el desarrollo de la cognición
y el lenguaje, las características colaborativas de su marco
de intervención, su enfoque trans-diagnóstico basado en
procesos y su utilidad en el tratamiento de problemáticas
complejas y crónicas, invitan a considerarla como una
alternativa de tratamiento con base en la evidencia en la clínica
infanto juvenil. El presente capítulo abordará una
breve introducción a sus bases teóricas y
metodológicas, las adaptaciones necesarias para su
implementación con los jóvenes consultantes, así
como los avances más notables en el tratamiento de
problemáticas frecuentes en la clínica con niños
y adolescentes.
Bases
Teórico-Metodológicas: Una Introducción a la
Terapia de Aceptación y Compromiso
ACT
comienza a expandir su difusión a fines de los 90, con la
edición del primer manual del tratamiento (Hayes, Strosahl y
Wilson, 1999). En el mismo los autores detallan un procedimiento
terapéutico transdiagnóstico guiado por principios, que
abduce intervenciones conductuales, humanístico existenciales
y de las prácticas de meditación con conciencia plena
al paradigma contextual funcional. Este constituye las bases de la
Teoría de los Marcos Relacionales (RFT), un desarrollo
contemporáneo de las conceptualizaciones de Skinner (1957)
respecto al lenguaje, cuya aplicación más conocida es
la Terapia de Aceptación y Compromiso.
De
acuerdo a Hayes, Barnes-Holmes y Roche (2001), las conductas verbales
constituyen las cogniciones, es decir que estas se desarrollan a
partir de las interacciones lingüísticas (Coyne y Cairns,
2016). Los autores proponen que los seres humanos tenemos la
capacidad de aprender, no solo en forma directa, sino también
de manera indirecta relacionando estímulos.
El
"enmarcar" (frame) refiere al proceso de relacionar
estímulos, en manera arbitraria y en función del
contexto verbal. Todo contexto integra estímulos que suscitan
en el ser humano la capacidad de aprender, en manera progresiva, a
establecer relaciones y transformaciones arbitrarias en sus funciones
(Torneke, 2010). Podemos ilustrarlo con una experiencia habitual en
el desarrollo evolutivo:
A
medida que un niño adquiere competencias lingüísticas
es usual, por ejemplo, que asocie la onomatopeya "bau bau"
ante la presencia de un pequeño caniche. Sin embargo, la
capacidad lingística humana puede favorecer que establezca
relaciones, no solo entre la onomatopeya y ese perro en particular,
sino entre "bau bau" y diversos animales entre los que
progresivamente desarrollará vínculos de semejanza e
inclusive de pertenencia a una misma clase. Así mismo, a
medida que progresa en el desarrollo de sus competencias
lingüísticas, la palabra "perro" se
equiparará con la onomatopeya y habrá de sustituirla,
en pos de adecuarse a las convenciones comunicacionales de los
adultos. Pero, la propia capacidad de establecer relaciones y
transformaciones arbitrarias entre los miembros de la clase amplia
"perros", puede dar lugar a que un agresivo bull-dog se
equipare a un caniche y que, de esta manera, la función
psicológica de un animalito pequeño y cariñoso
se transforme en aversiva: "Los perros son malos" {ver figura 1}.
La
capacidad de los estímulos de relacionarse y transformarse
entre sí, promueve a su vez el desarrollo de reglas
lingüísticas que gobiernan las conductas. Estas orientan
al ser humano en la predicción anticipada de las consecuencias
de sus comportamientos y en la organización de su universo de
experiencia. Luciano y Wilson (2002) señalan tres tipos de
regulaciones verbales que inciden en el gobierno de las conductas
humanas:
Pliance:
consiste en el seguimiento de reglas que especifican conductas cuya
ejecución es reforzada por la comunidad lingüística.
Un ejemplo usual en la clínica infanto juvenil son las
acciones orientadas por reglas como "Un padre respetable no
permite que su hijo sufra".
Trackings:
Son regulaciones verbales que especifican conductas dirigidas a la
consecución de reforzadores o a la evitación de
aversivos. Es decir, este tipo de conductas se mantienen, más
allá de la aprobación por parte de la comunidad
lingüística, por su relación funcional con los
reforzadores directos presentes en los contextos de la experiencia
"Si mi hijo llora es bueno hablarle para que se calme".
"Si mi hijo se pone ansioso, es mejor que evite las situaciones
estresantes".
Augmentals:
Son transformaciones lingüísticas en las funciones de los
estímulos. Dicho en otras palabras, el augmenting es la
determinación cultural de qué
estímulos, en qué grado y en qué manera serán
reforzantes: "El futbol es bueno para los varones". "Las
niñas gustan del color rosado".
Las
regulaciones verbales tienen aspectos generativos y a la vez
constrictivos. En cierto sentido, constituyen las bases de las
inmensas posibilidades y también de las vulnerabilidades
propias a la especie humana. Por una parte, facilitan al ser humano
predecir y gobernar en manera compleja sus conductas en función
del contexto, pero por otra su seguimiento rígido o
contraproducente, le acarrea sufrimiento psicológico. La
capacidad inherente al lenguaje de generar todo tipo de derivadas
relacionales arbitrarias en manera poco controlable y la tendencia
del ser humano a fusionarse e inclusive a definir su identidad en
base a regulaciones verbales pueden, llegado el caso, limitar el
desarrollo psicológico flexible en contexto. Acorde
a esta perspectiva, la conceptualización básica de ACT
sobre el padecimiento psicológico considera dos factores
esenciales:
-
La fusión cognitiva,
es decir la tendencia de los seres humanos a considerar que nuestros
eventos privados reflejan verdades ontológicas respecto al
entorno y a nuestra identidad. Frecuentemente nos cuesta tomar
distancia y percibir que los pensamientos, emociones y conductas con
que respondemos ante los estímulos son el resultado del
desarrollo de relaciones arbitrarias desarrolladas a partir de una
historia de aprendizajes socio-culturalmente determinados.
-
La evitación experiencial:
en tanto vivimos a nuestras experiencias privadas como verdades
ontológicas, también solemos percibir a nuestros
pensamientos y emociones como estables e inmutables. Así
mismo, nuestro historial de aprendizaje lingüístico nos
llevó a desarrollar marcos que determinan valoraciones de
nuestras experiencias internas y reglas de gestión orientadas
al control excesivo y la evitación. En este sentido, los
autores proponen que numerosos motivos de consulta suelen ser el
resultado de distintas formas de evitación de las experiencias
privadas dolorosas. Esta evitación experiencial suele tener
resultados paradójicos y por otra parte nos aparta de la
búsqueda de apetitivos que orientan en manera global nuestro
desarrollo personal: es decir, de nuestros valores.
Las
operatorias ACT se dirigen a favorecer la toma de distancia respecto
a pliances rígidos insensibles al contexto presente de las
personas, a trackings inefectivos orientados a reducir el malestar u
obtener satisfacciones contraproducentes a corto plazo y a augmentals
que nos alienan de nuestros valores, es decir, de las cualidades
idiosincrásicas que orientan el desarrollo personal.
En
otras palabras, la meta general del tratamiento es promover la
Flexibilidad Psicológica, definida como la habilidad de
contactar el momento presente en manera más plena, como un ser
humano consciente con la capacidad de persistir en repertorios de
acciones útiles y con la posibilidad de cambiar
comportamientos inefectivos en pos de orientarse hacia los valores
personales.
La
flexibilidad psicológica se desarrolla a partir de seis
procesos clave, concebidos desde el modelo como competencias
psicológicas útiles. Para ilustrar la interacción
entre estos procesos, Bach y Moran (2008) destacan al esquema
Hexaflex, como una analogía visual a la que habitualmente se
recurre para facilitar su comprensión. Podemos ver en los
vértices del hexágono las competencias que
contrarrestan a la fusión cognitiva y a la evitación
experiencial, determinantes de buena parte de los motivos de
consulta. Así mismo, a los valores y las acciones
comprometidas como orientaciones del desarrollo personal. Finalmente,
en el centro del hexágono, ese gran organizador nodal que es
el concepto de flexibilidad psicológica, que orienta al
tratamiento en el marco ACT {ver figura 2}.
Siguiendo
este esquema, a continuación, describiremos los principales
procesos cuyo desarrollo se promueve en la Terapia de Aceptación
y Compromiso en un orden determinado por la formulación del
caso y las necesidades del intercambio terapéutico.
-
Aceptación: El
concepto es tomado de la tradición filosófica budista y
es considerado un componente esencial de la meditación con
conciencia plena. Implica posicionarse en manera curiosa, ante la
experiencia del momento presente tal como es, sin valorarla ni
juzgarla. Cada acontecimiento se concibe como parte natural de la
relación del ser humano con el entorno e incluso, en el caso
de las sensaciones físicas, emociones y pensamientos
dolorosos, como valiosa información sobre nuestra relación
con nuestro cuerpo, nuestras experiencias internas y el contexto
(Kabat-Zinn, 1991). La aceptación como principio favorece el
abandono de los infructuosos intentos de lucha, control y evitación
del sufrimiento en pos de recuperar su valor como conocimiento
experiencial.
-
Defusión:
En sintonía con otros modelos de tercera generación, se
evita la discusión y regulación de las experiencias
internas para, favorecer en cambio la observación distanciada
y la toma de perspectiva (Hayes, Masuda y De Mey, 2003). En este
sentido ACT enfatiza que las intervenciones no apuntan al
cuestionamiento de contenidos cognitivos puntuales, sino a
desarrollar procesos de relación más flexible con los
eventos privados. En otras palabras, se promueve el desarrollo de
reglas flexibles en relación a la percepción de las
propias cogniciones, emociones y sensaciones: procesos de Defusión
que funcionen, como alternativas flexibles a la Fusión
perceptiva. La palabra Defusión es un neologismo creado por
Hayes, Strosahl y Wilson (1999) para nominar una serie de habilidades
orientadas a reducir la potencia del lenguaje en la regulación
de las conductas. Al implementarlas, la persona tiende a observar los
pensamientos que generan malestar en perspectiva y en forma no
amenazante (por ejemplo, que el pensamiento atemorizante lo esté
diciendo un personaje infantil). El objetivo de estas prácticas
es, por una parte, ejercitar la distinción entre la persona y
sus pensamientos y por otra, favorecer procesos de observación
distanciada de las experiencias privadas, a la manera de resultados
arbitrarios y funcionales a los contextos particulares de aprendizaje
socio- lingüístico.
-
Momento Presente:
ACT promueve un contacto despojado de juicios respecto a las
circunstancias del entorno y a los eventos psicológicos a
medida que estos suceden. La propuesta se orienta a favorecer que los
consultantes experimenten el mundo en manera más directa,
posibilitando que las conductas problemáticas se flexibilicen.
En este sentido, se trabaja con los consultantes el criterio de
"hacer lo que funciona", en poder decidir y actuar en
manera cada vez más autónoma y responsable. Así
mismo, el contacto con el momento presente posibilita la utilización
del lenguaje como una herramienta para identificar y describir los
eventos antes que predecirlos y/o juzgarlos. Diversas prácticas
de atención flexible son propuestas por ACT para favorecer el
contacto con el momento presente. La Meditación con Conciencia
Plena (mindfulness) es un modo privilegiado para tal propósito.
En estas prácticas de meditación basadas en los
principios del Budismo Zen, se desarrolla la atención,
observación y descripción respecto a los eventos
privados, despojándose de juicios y valoraciones (Kabat-Zinn,
1991). Consisten en una particular forma de prestar atención,
en manera gentil y dinámica al si-mismo en relación al
entorno, es decir desde una perspectiva distanciada, la experiencia
psicológica en el aquí y ahora.
-
Yo como Contexto:
Este proceso promueve experimentar al yo como una perspectiva segura
y estable a partir de la cual se genera el conocimiento. Su
ejercitación se contrapone a la visión cotidiana que
solemos tener del sí mismo como contenidos lingüísticos
respecto a los cuales solemos fusionarnos. Desde la perspectiva del
yo como contexto, en cambio, es posible ser conciente de flujo de las
experiencias sin apegarse a las mismas. En
este sentido, un proceso ACT promueve relaciones de oposición
entre la mente experiencial en desarrollo vital y las experiencias
internas con los que la persona suele fusionarse. Hayes, Strosahl y
Wilson (1999), señalan que esta es una distinción que
trasciende lo meramente intelectual y que ha de ser ejercitada
continuamente en terapia. Diversas metáforas y ejercicios
experienciales son de suma utilidad en este proceso. En "Las
piezas de ajedrez y el tablero" se traza una analogía
entre las piezas de ajedrez y los pensamientos y emociones en
continua lucha, con participaciones y movimientos cambiantes. Algunas
salen de la partida. Otras siguen en juego. El Yo que observa y
experimenta a lo largo de la vida es el tablero-contexto de múltiples
partidas. Las piezas y los movimientos, es decir los contenidos,
pueden cambiar y ser específicos a cada situación. El
tablero-contexto, es decir la persona, es aquello constante,
diferenciado y que trasciende los pensamientos y emociones que
experimenta.
-
Valores:
Los valores son las cualidades que deseamos que tengan nuestras
acciones. Constituyen la dirección para el desarrollo personal
que elegimos y esta orientación opera como guía de las
conductas. La acción comprometida es el proceso de llevar a
cabo los comportamientos guiados por valores, aceptando los eventos
privados dolorosos en pos de "hacer lo que importa"
(Polk y Schoendorff, 2014).
En
pos de identificarlos, se
reflexiona junto al consultante acerca de las cualidades preferidas
que orientan su desarrollo personal. Se suelen utilizar herramientas
como "el ejercicio del funeral" para asistir a este
proceso. El
trabajo con los valores favorece la aceptación de las
situaciones problemáticas y los eventos privados dolorosos.
Así mismo, asiste al desarrollo de augmentals y trackings
efectivos que, al funcionar como antecedentes verbales de las
respuestas de los consultantes, tienen el potencial de flexibilizar
las conductas y mantener a largo plazo los cambios (Backen Jones et
al., 2016).
-
Acción
Comprometida:
El paciente desarrolla contratos consigo mismo a partir de los que se
compromete en la realización gradual de aquellas acciones que
lo acercan a "aquello que verdaderamente importa" (Polk
y Schoendorff, 2014).
El uso de la descomposición de conductas complejas en
componentes discretos y de jerarquías de exposición
gradual se justifica en la conceptualización de que aquello
que motiva nuestro desarrollo personal frecuentemente es evitado
debido a la valoración negativa que otorgamos al malestar
asociado.
Si
bien a partir de sus bases conceptuales, ACT considera a la mejoría
sintomática como un beneficio adicional y a mediano plazo, su
priorización estratégica del desarrollo del
funcionamiento global de las personas está demostrando cada
vez más eficacia en el tratamiento de los trastornos
psicopatológicos. Partiendo de sus iniciales éxitos con
el dolor crónico, investigaciones en curso parecen probar su
efectividad en diversos tipos de pacientes afectados en manera
crónica y compleja, así como se han difundido
resultados notables en áreas como los trastornos de ansiedad
(Craske et al., 2014). Dichos hallazgos favorecen que en la
actualidad muchos la consideren como una alternativa viable respecto
a tratamientos con mayor soporte empírico (Craske et al., op
cit.).
Adaptaciones
de ACT en la Implementación con Niños, Adolescentes y
Familias
El
hecho de que un tratamiento ACT se organice en base a principios
generales orientados al desarrollo de procesos transdiagnósticos,
cuyo énfasis y secuencia son determinados por la formulación
idiosincrásica de los casos, favorece su adaptación a
diversas problemáticas y poblaciones (Hayes, Strosahl y
Wilson, 1999). Sin embargo, dado que la clínica infanto
juvenil requiere de consideraciones evolutivas, contextuales y
relativas a la intercomunicación entre familias e
instituciones, resulta precisa una descripción de su
implementación acorde a los diferentes tipos de consultantes
con los que se desarrolla el proceso terapéutico (Turrell y
Bell, 2016). Con este propósito, a continuación,
focalizaremos en las adecuaciones más investigadas en este
campo: la orientación a padres de niños con conductas
disruptivas, la psicoterapia con adolescentes y los avances en el
tratamiento directo de niños en edad escolar.
Integración
de ACT en la Orientación a Padres de niños con
conductas disruptivas.
La
eficacia del entrenamiento a padres de niños con conductas
disruptivas tiene fuerte soporte en la literatura con base en la
evidencia. Sin embargo, las recaídas son frecuentes debido a
que las familias no suelen mantener las estrategias en manera
estable. Así mismo, en las consultas donde se registran
comorbilidades, conflictos familiares y/o trastornos psicopatológicos
en alguna de las figuras parentales, los efectos se ven moderados
(Mandil, 2016; Ollendick y Neville King, 2010).
Atentos
a estos desafíos, Coyne et al. (2011) reportan prometedores
resultados respecto a la administración combinada del
entrenamiento a padres y la Terapia de Aceptación y Compromiso
(ACT) dirigida a los cuidadores en las familias afectadas. De acuerdo
a los autores esta forma de tratamiento combinado permitiría
superar las barreras cognitivas y emocionales que impiden el
ejercicio flexible de las habilidades parentales (Coyne, 2009).
En
pos de trabajar la motivación y las cogniciones de las figuras
parentales en los casos complejos, recientes desarrollos proponen la
integración de un módulo basado en ACT (Hayes y Greco,
2008; Coyne et al., 2011) en el que se enfatizan especialmente el
desarrollo de los procesos que detallamos a continuación.
Análisis
Funcional de las Conductas Públicas y Privadas
Tal
como señalan Hopko y Hopko (1999) los tratamientos basados en
la evidencia aportaron importantes avances en la diseminación
de herramientas terapéuticas eficaces, pero debido a la falta
de sensibilidad ideográfica respecto a los factores
contextuales que inciden en los motivos de consulta, muchos usuarios
no se ven beneficiados por los mismos. De acuerdo a los autores,
recuperar la integración del análisis funcional a la
práctica psicoterapéutica incrementa la efectividad de
los procedimientos.
Por
ejemplo, los programas de entrenamiento a padres para la gestión
de la conducta disruptiva en los niños se organizan a partir
de una sucesión de etapas estandarizadas que contemplan la
mejoría de las relaciones familiares y la aplicación de
contingencias conductuales. Sin embargo, si no se integra el análisis
funcional, muchas veces la efectividad de los procedimientos puede
verse afectada: el niño no necesariamente responde a
determinada alabanza o a la otorgación de un privilegio.
Considerando los antecedentes, la conducta específica y las
consecuencias activas en el ambiente, podemos entender la función
del comportamiento del niño en relación al contexto y
realizar intervenciones adecuadas para favorecer el desarrollo de
alternativas flexibles.
Así
mismo, a partir de los aportes de RFT podemos incorporar al análisis
conductual clases funcionales de comportamientos que se generalizan
en contextos diversos, en manera relativamente independiente a las
contingencias naturales. En base al desarrollo de los marcos
relacionales, las regulaciones lingüísticas transforman
las funciones de los estímulos del ambiente para que operen,
más allá de sus propiedades físicas y en manera
arbitraria, como antecedentes de las conductas (Hayes, Barnes-Holmes
y Roche, 2001).
De
acuerdo a Coyne y Cairns (2016), integrar las conductas verbales de
los padres al análisis funcional nos permite entender la
incidencia del seguimiento de reglas en los comportamientos
disruptivos de los niños con problemas de conducta e incluso
predecir probabilísticamente el desarrollo de regulaciones
verbales destructivas. Revisando la conceptualización
tradicional de los patrones familiares coercitivos (Patterson, 1982),
los autores consideran que las derivadas relacionales arbitrarias
pueden interactuar con los patrones de aprendizaje directos.
Coyne
y Cairns (2016) señalan la importancia de analizar en relación
a que marcos lingüísticos los padres definen una orden:
anticipando un refuerzo o un castigo. "Si no estudias no hay
computadora" es un comando basado en la anticipación de
un castigo. "Si estudias una hora podrás ganar tu tiempo
de computadora" anticipa un reforzador, y por lo tanto
posibilita el moldeado de nuevos repertorios conductuales.
Así
mismo, la eficacia de las consecuencias podría depender no
solo de las propiedades físicas del estímulo (su
proximidad temporal, su valor apetitivo directo), sino también
de las relaciones arbitrarias de comparación que el niño
establece entre los reforzadores. Siguiendo con el ejemplo anterior,
si un niño enmarca la relación "que mi padre me
preste atención cuando discuto es más importante que
obtener el tiempo de computadora", probablemente el reforzador
prometido por el padre no tendrá la función esperada.
En
esta línea de razonamiento, si los padres organizan la
disciplina promoviendo en exceso el seguimiento pliance y en especial
en base a la anticipación de castigos, probablemente se genere
dependencia de la aprobación social y se corra el riesgo de
insensibilizar al niño respecto a las contingencias directas
del entorno cuando la amenaza de castigo no esté presente.
Desde esta perspectiva los autores señalan la posibilidad de
que, al no tomar en cuenta el historial de aprendizaje de derivadas
relacionales en una familia, la aplicación de un programa de
refuerzos podría no tener los resultados esperados o que
inclusive podría dar lugar a consecuencias paradójicas
o contraproducentes (Coyne et al., 2011).
Parentalidad
basada en Valores
Frecuentemente
los trastornos y/o problemas vinculares tienen un largo historial de
desarrollo y podría llevar un tiempo antes de que los cambios
en los comportamientos de los padres incidan en las conductas de los
hijos. Debido a que las consecuencias de los repertorios parentales
alternativos no siempre son reforzantes a corto plazo, asistir a los
adultos significativos en la elucidación de los valores a
partir de los cuales desean orientar la crianza suele ser productivo
(Coyne, 2009). Con el tiempo las acciones comprometidas reguladas
verbalmente tenderán a ser reforzadas por las consecuencias
directas provistas por el contexto, tales como la mejoría de
las dificultades, el incremento de la alegría compartida y una
mayor armonía en el vínculo (Backen Jones et al.,
2016).
Una
modificación de los tradicionales ejercicios de elucidación
de valores (Hayes, Strosahl y Wilson, 1999), orientada
específicamente al trabajo con figuras parentales, es la
siguiente: "En
un mundo en el que fuera posible que eligieras qué tipo de
vida tendría tu hijo ¿qué tipo de vida elegirías
para él? Y si pudieses ser espectadora de esa vida ¿qué
verías?"
(Coyne y Cairns, 2016).
En
suma, el trabajo con los valores de las figuras parentales favorece
la aceptación de las situaciones problemáticas y los
eventos privados dolorosos. Así mismo, el desarrollo de
antecedentes y apetitivos lingüísticos útiles en
relación al accionar parental, promueve su flexibilización
y la manutención a largo plazo de los cambios (Backen Jones et
al., 2016).
Distinción
Yo como contexto - Yo conceptual
Tal
como señalamos más arriba, el Yo como Contexto es un
importante proceso a desarrollar en la Terapia de Aceptación y
compromiso, en pos de favorecer la flexibilidad psicológica.
El poder observar desde una perspectiva distanciada y a la vez
estable los pensamientos y emociones que se suscitan en situaciones
difíciles, favorece el desarrollo de un sentido del self como
contexto de las experiencias privadas dolorosas, distinguiendo su
auto-definición del contenido puntual de las mismas. Dicha
toma de perspectiva favorece el contacto con la experiencia directa y
el desarrollo de repertorios conductuales novedosos y flexibles
(Villatte, Villatte y Hayes, 2016).
La
identidad parental está determinada por una coherencia
narrativa e histórica, una serie de valoraciones y juicios y
un sentido de propósito que organizan la crianza. Sin embargo,
el aspecto riesgoso del yo conceptual es que conduce a una
sobresimplificación de la experiencia, tendiendo a favorecer
la adjudicación de juicios y valoraciones sobre nosotros
mismos y nuestras relaciones, interfiriendo con la autocompasión
y la empatía. La toma de perspectiva a partir del yo como
contexto permite al padre moderar la injerencia de las regulaciones
verbales rígidas en sus respuestas, favorece la puesta en
contacto con las consecuencias directas provistas por el entorno y la
observación de la situación conflictiva desde la
perspectiva del niño (Backen Jones et al., 2016).
Al
día de la fecha, la investigación de estos
procedimientos ha reportado resultados prometedores en estudios de
caso único en relación a niños oposicionistas
refractarios al entrenamiento a padres tradicional (Twohig,
Hayes y Berlin, 2008; Coyne,
et al., 2011). Así mismo, un
estudio controlado (Wittingham, Sheffield y Boyd, 2016), ha probado
los efectos aditivos de ACT en combinación con un programa de
entrenamiento a padres aplicado a 67 familias cuyos hijos presentaban
parálisis cerebral y conductas disruptivas. Aunque más
investigación es necesaria, estos datos prometedores parecen
alentar la consideración de la Terapia de Aceptación y
Compromiso como un útil aditivo en el abordaje de las
conductas disruptivas complejas que no han mostrado respuesta a las
intervenciones tradicionales.
Terapia
de Aceptación y Compromiso con Adolescentes
Si
bien el desarrollo de los procesos ubicados en el Hexaflex, orientan
el recorrido general de un tratamiento ACT, podemos señalar en
este espacio ciertas consideraciones que han de tomarse especialmente
en cuenta al adecuar el abordaje a los consultantes jóvenes.
Tal como destacan Turrell y Bell (2016), los desafíos
evolutivos propios de la adolescencia se centran en el desarrollo de
exploraciones autónomas con otros grupos de pertenencia, a la
vez que se mantiene una relativa dependencia socio-económica y
afectiva respecto a la familia de origen. Considerando estas
particularidades, algunas versiones de ACT enfatizan prácticas
orientadas al desarrollo de competencias para la promoción de
la flexibilidad en los vínculos y las interacciones con los
contextos significativos para el adolescente (Mandil, Quintero y
Maero, 2017).
Hayes
y Ciarrochi (2015) desarrollan el DNA-V, un modelo comprensivo para
la formulación de casos clínicos con consultantes
jóvenes. En el mismo se evalúa la flexibilidad
psicológica en cuatro dimensiones adaptadas al período
evolutivo:
-
Descubridor:
Corresponde a la práctica de actitudes orientadas a ensayar
nuevos repertorios conductuales y explorar experiencias novedosas
despojándose de prejuicios.
-
Notador:
Refiere al desarrollo de la atención flexible, orientado a
contactar los eventos privados en relación a acontecimientos
significativos del entorno, aceptándolos tal como son,
despojándose de juicios y valoraciones en el aquí y
ahora. Así mismo, esta área incluye la toma de
perspectiva y el desarrollo de hipótesis sobre las
motivaciones del prójimo en los conflictos interpersonales.
-
Aconsejador:
Señala el desarrollo y puesta en consideración de
reglas útiles para la acción. Un posicionamiento
flexible en esta área implica, por una parte, el tomar
distancia de la tendencia al seguimiento pliance poco sensible a las
experiencias concretas y necesidades del adolescente. Por otra, el
desarrollo de trackings efectivos que favorezcan el auto-cuidado y la
toma de decisiones reflexiva. En este sentido, apunta a resolver una
polaridad habitual en esta etapa evolutiva: la tendencia a seguir los
preceptos "de la manada" o a reaccionar en manera
individualista e impulsiva.
-
Valores:
Vector central que considera la orientación de las demás
competencias en relación a las cualidades que organizan el
desarrollo personal del joven, así como las metas y objetivos
asociados.
Un
aspecto notable del esquema es que considera el desarrollo de estas
áreas en relación al entorno micro-social del joven
consultante. Factores tales como los determinantes socio-históricos
y culturales, la percepción de los otros, de la auto-imagen en
relación a las expectativas del grupo social y las dinámicas
familiares e institucionales adquieren, de acuerdo a los autores, una
particular injerencia en el desarrollo de la flexibilidad psicológica
en esta etapa evolutiva {ver figura 3}.
Respecto
a la necesidad de trabajar con los familiares y otros adultos
significativos para el adolescente, existe un consenso que favorece
esta indicación siempre y cuando en la formulación del
caso clínico se evidencie que la dinámica familiar y/o
institucional forma parte de los factores que inciden en la
configuración del motivo de consulta (Mandil, José
Quintero y Maero, 2017; Turrell y Bell, 2016).
Frecuentemente,
en estas circunstancias, una meta principal de las entrevistas con
los familiares, educadores y/o cuidadores suele ser la promoción
del desarrollo de la comunicación y la resolución
cooperativa de problemas, tomando como foco los desacuerdos
suscitados entre el adolescente y los adultos significativos (Shelef
et al., 2005).
Así
mismo, Hayes y Greco (2008) destacan como criterio general, que el
trabajo con la familia y otros contextos significativos, ha de
favorecer un cambio cultural: el terapeuta asiste a los sistemas de
referencia en un viraje desde las reglas orientadas a la evitación
del malestar, hacia perspectivas orientadas a la aceptación,
la atención flexible y la promoción de acciones
comprometidas.
En
cuanto a la eficacia reportada por la investigación de la
implementación de ACT con adolescentes, Coyney y colaboradors
(2011) revisan prometedores resultados en áreas tan diversas
como ansiedad, depresión, dolor crónico y prevención
de conductas de riesgo. Así mismo, se han dado a conocer los
reportes de un estudio controlado en el que 193 niños y
adolescentes ansiosos han sido expuestos a tres condiciones durante
10 semanas: un programa ACT grupal, un grupo de tratamiento basado en
TCC y un grupo de lista de espera. Los resultados, parecen demostrar
efectos análogos en la reducción de la sintomatología
ansiosa para las dos condiciones de tratamiento, con una leve
superioridad en el desarrollo del funcionamiento global evaluado en
la condición ACT (Hancock
et al., 2016).
Dado que dichas investigaciones incluyeron reportes referentes a la
eficacia relativa de diversos componentes de ACT en relación a
las diferentes etapas evolutivas de los sujetos evaluados,
consideramos pertinente retomar en manera más precisa los
hallazgos provistos por estos estudios en el subsiguiente apartado.
Avances
en la Implementación de la Terapia de Aceptación y
Compromiso con Niños en Edad Escolar.
Las
Terapias Conductuales de Tercera Generación afrontan desafíos
similares a los de otras Terapias Basadas en la Evidencia en pos de
adaptar sus metodologías de evaluación e intervención
a los consultantes jóvenes: sus herramientas han de ser
atractivas, comprensibles y adecuadas a las características
evolutivas y culturales de los niños y adolescentes (Hayes y
Greco, 2008). La capacidad de desarrollar relaciones y
transformaciones lingüísticas arbitrarias adquiere mayor
complejidad y fluencia a medida que progresa el desarrollo evolutivo
(Villatte et al., 2016). Dado el grado de abstracción de los
conceptos y prácticas inherentes a ACT, es comprensible que
los mayores avances en su implementación y estudio se hayan
registrado, a la fecha, con respecto a la orientación a padres
y al trabajo directo con consultantes adolescentes. Sin embargo, el
estudio controlado realizado con jóvenes ansiosos revisado más
arriba ilustra notables progresos en el área: el 54% de los
sujetos que participaron en la investigación registraba edades
entre los 7 a 11 años (Hancock et al., 2016). De todas formas,
los autores señalan ciertas salvedades a tener en cuenta en
los reportes de estudios de componentes realizados con la misma
población. De los procesos destacados en el Hexaflex, Momento
Presente, Aceptación y Defusión se han mostrado más
viables que Valores y Yo-Contexto (Swain, Hancock, Hainsworth, y
Bowman, 2015). Dichos datos son comprensibles al considerar que la
elucidación de Valores y el desarrollo de la Distinción
Yo-Contexto/Contenidos del Yo, requerirían de capacidades de
abstracción y auto-observación no habituales en niños
en edad escolar.
En
este sentido, resulta evidente que los estudios referentes a la
implementación directa de ACT en niños en edad escolar
son por demás incipientes y que aún presentan factores
a perfeccionar en su desarrollo, pero es factible especular que
futuras adaptaciones habrán de enfatizar la promoción
de la toma de perspectiva, especialmente a partir de prácticas
de defusión, atención flexible y el desarrollo de
repertorios de acciones comprometidas, mayoritariamente en relación
a metas y objetivos concretos preferidos por los niños. Sin
lugar a dudas queda un amplio trecho por recorrer para estos
desarrollos terapéuticos relativamente recientes en la clínica
infanto juvenil. Pero la posibilidad de favorecer alternativas de
intervención flexibles, colaborativas, experienciales y
plausibles de abordar complejidades para las cuales los tratamientos
tradicionales ofrecen aún escasas respuestas, podrían
acrecentar nuestro compromiso respecto a estos novedosos recorridos.
Conclusiones
A
lo largo de este capítulo hemos revisado las principales
adaptaciones y estudios de eficacia de ACT en el tratamiento de
motivos de consulta diversos presentados por niños,
adolescentes y familias. Creemos que es importante considerar la
relativa juventud de estos enfoques al evaluar el carácter
incipiente y a la vez prometedor de sus resultados. En este sentido,
coincidiendo con Craske et al. (2014), pensamos que es útil la
proliferación de modelos de tratamiento diversos con evidencia
considerable, en pos de adaptar nuestras herramientas a la
idiosincrasia, preferencias, características y necesidades de
los consultantes y sus familias. Siempre que este desarrollo diverso
y múltiple se suscite en el contexto de la investigación
científica y en principios humanistas que motiven el accionar
clínico, podría ser provechoso darle la bienvenida.
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