ISSN 2618-5628
 
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Hermanos  
Gemelos, Padre  
     

 
Relaciones fraternales
 
Bittón, Alicia
 

 

En este artículo se tratará de analizar la compleja relación entre hermanos. En la Psicología fue un clásico dedicarse a la relación entre padres e hijos. Ésa era la cuestión más importante y parecería que todos los traumas y dificultades en la vida tuviesen su origen en esos vínculos. Desde el Psicoanálisis, el complejo de Edipo fue la piedra fundamental. Hay un gran vacío en los temas referidos a la fratria.

Los terapeutas, cada vez que atienden a una familia y hacen entrevistas sólo con los hermanos pueden obtener un material más relevante e incluso se nutren de los conflictos que salen a la luz y que no se habían hablado en encuentros anteriores, frente al grupo familiar. Esas sesiones resultan útiles para ayudarlos a disolver las dificultades que cursan. Entonces poner el foco, la lupa, en esta temática amplía la perspectiva. Se aprende escuchándolos, que esos conflictos o esos errores aparentes constituyen el mejor combustible para resignificarlos. El diseño familiar en su compleja estructura guarda un potencial de recursos que el terapeuta deberá ayudar a vislumbrar, a través de las conversaciones significativas. Debajo de cada conflicto hay un punto ciego que puede desanudarse cada vez que se acompaña a los involucrados en el proceso de mirar.

En talleres con grupos de hermanos se escuchan muchas historias respecto de las características que las personas tienen según su orden de nacimiento.

Generalmente, por el orden, se presentan detalles especiales. El hijo mayor es el que carga con las expectativas de los padres. Con ellos, los padres se estrenan; así que cometen muchos errores que luego tratan de reparar con los otros hijos. Al mayor se le exige más y, generalmente, es el más responsable.

El hijo del medio es el político. Tiene que hacer de mediador entre los mayores y los menores, porque están en un nivel superior respecto del menor e inferior, respecto del mayor.

Los menores son los que tienen el camino abierto; los permisos por los que lucharon los mayores ya están dados de antemano. Pareciera como que todo en la vida les resulta más fácil.

El hijo único, por el contrario; carga con el peso de los padres. No tiene con quien compartir ese trabajo y es el foco de las miradas y expectativas familiares.

Sin embargo, el orden de nacimiento no es tan determinante como la función que un hermano ocupa. Puede tener función de evitador de conflictos, protector, débil, rebelde, tiro al aire, enfermo.

Los padres tienen una enorme responsabilidad porque trazan la geografía vital y emocional donde van a asentarse los vínculos de sus hijos. Existen padres que dividen y padres que unen. Cuántas veces se escucha a una mamá haciendo alianza con un hijo respecto del otro. Criticar a uno en desmedro del otro. Madres que le dicen a una hija: “Tu hermano no me viene a visitar, no se ocupa para nada de mí”.

La relación entre hermanos influye en la elección de la pareja. Muchas veces vemos que se repite el orden de nacimiento en la configuración de una pareja. Por ejemplo, una hermana mayor se casa con alguien que es el hermano menor en su familia de origen. O un hermano mayor forma pareja con una hermana menor. Inclusive características de esta relación de la fratría, en términos de cuidado, o de formas de vincularse, se replican en las parejas. La terapeuta belga Edith Tilmans-Ostyn, en el libro Les Ressources de la Fratrie (Los recursos de la fratría) (1999), llega a una conclusión sabrosa: “Dos mayores pueden tener una escalada simétrica de peleas porque los dos están acostumbrados a tomar a su cargo las responsabilidades”.

¿Dónde una persona aprende a competir, si no es con los que tiene más cerca y son sus pares? En la relación fraternal. Pero también en ésta se aprende a compartir. Ya desde el inicio se comparte lo más importante, los padres. Se aprende también la complicidad entre hermanos ante la ley paterna.

Cuando los padres ya no están, puede ser muy importante el apoyo que se dan mutuamente los hermanos. Y, al ser la relación más larga de la vida, permite que se produzcan cambios y reparaciones en su devenir.

La hermandad es un vasto campo. Una manera de ordenarlo sería sectorizar a los hermanos no por su orden de nacimiento sino por la función que cumplen dentro de la familia.

El hijo/a parental: es el que cumple las funciones de padre. Generalmente son los hijos mayores los que asumen este rol, pero no siempre es así. Puede un hijo menor ser el que tiene esa atribución. Lo que sucede es que, como el hijo mayor es el que carga con todas las expectativas de los padres, se le exige más porque casi siempre es el más responsable. El tema de la responsabilidad en un hijo parental es determinante. Pueden intervenir mandatos explícitos o implícitos de los padres. A menudo, no viven su infancia o adolescencia porque se les encarga cuidar en lugar de ser cuidados. No se les permite deshacerse de obligaciones que no son inherentes a su edad. A veces, por la muerte de alguno de sus padres, ocupando el lugar vacío, cumpliendo sus funciones. También, haciendo de compañero o de compañera del padre o de la madre que quedaron solos. Este rol familiar le provoca sentimientos encontrados. Por un lado, el cansancio y a veces el agotamiento por hacerse cargo. Sin embargo suele vivir como una compensación honorífica ser el “elegido”. Es él o ella la persona que tiene los recursos y la fortaleza para sacar a la familia adelante. Incluye un costo: el hijo o la hija parental a veces no forman su propio núcleo familiar o, si lo hacen, su familia de origen es su principal actividad, el deber impuesto.

 

Hermano ausente

Cuando al terapeuta le toca acompañar a una familia que tuvo la desgracia de perder un hijo o una hija, ya sea por un accidente o por una enfermedad, debe munirse de paciencia y capacidad de escucha. Enfrentado a esta temática, debería prestar atención al lugar que pasan a ocupar los hermanos que quedan después de la muerte de uno de ellos. Ya sea en familias numerosas, o en las constituídas por solo dos hermanos, luego de la pérdida cambia totalmente la relación hacia los padres. El o los hijos que quedan vivos parecen obedecer a un mandato: cuidar de manera extrema a los progenitores. Pareciera que tienen que cumplir dos funciones, su rol anterior y el del hermano o hermana fallecida.

Los síntomas que manifiestan los integrantes de una familia con un hermano ausente son, en forma alternativa, el insomnio, la sensación de culpa por seguir vivos, sentir su historia partida en dos, la despersonalización, el enojo, la irritabilidad. A menudo, durante el duelo, no quieren tener contacto con amigos, ya que los comentarios que escuchan los consideran pueriles e inadecuados. Mientras esto ocurre hacia fuera, en el interior de la familia se producen cambios de roles. Así, cuando alguien se deprime cuenta con el sostén de los otros.

El sufrimiento por la muerte de un integrante de la familia es muy duro, tanto para los padres como para los hermanos. A pesar del dolor, las familias tienen recursos para salir adelante. A los padres los ayuda integrar grupos con personas que sufrieron las mismas pérdidas. Los hermanos aprenden a sostenerse y a permanecer unidos para apoyar a los padres. En todo núcleo que ha perdido a un integrante, los que quedan suelen sacar a relucir sus recursos.

¿A qué se enfrenta un terapeuta cuando atiende a personas que transitan este tipo de experiencia? Primero hay que saber que se aborda una situación extraordinaria, es decir no habitual. El terapeuta abrirá la puerta a un grupo familiar shockeado por la desgracia. Deberá estar dispuesto a evaluar las condiciones anímicas que atraviesan y entender que a veces será mejor o necesario comenzar el tratamiento con entrevistas domiciliarias hasta que se sientan preparados para trasladarse a su consultorio. Entrar en la casa de los deudos, en su intimidad, en su hogar supondrá en muchos momentos conmoverse con ellos. Sin embargo, la actitud de escucha y de atención hacia cada uno de los miembros es fundamental para acompañarlos en este proceso terapéutico. Suele ser de mucha ayuda preguntarse, aunque tengamos mucha experiencia en la práctica clínica, qué se le puede decir a los deudos para ayudarlos a abrirse al duelo ya que cada caso es diferente. Lo importante es la conexión que el terapeuta puede lograr. Ese momento es mágico, sentir la mirada de cada uno y el cariño ante cada comentario que vuelcan en la reunión. La empatía entre pacientes y terapeutas es primordial cuando se habla de cicatrizar heridas.

Cada familia atraviesa en forma diferente los duelos y esto está directamente relacionado con la forma de conectarse entre ellos, con el tipo de vínculo que han construido. Existen familias en las que es casi imposible hablar de temas importantes por lo tanto, cada uno atraviesa la tragedia por su cuenta. La mayor dificultad en ese tipo de duelo es el silencio. Nadie de la familia verbaliza lo que pasó y ninguno se atreve a preguntarle al otro simplemente: ¿cómo estás?

Hay formas diferentes de encarar un dolor inconmensurable como es la pérdida de un integrante de la familia. Cada organización familiar va a tener, según su capacidad de resiliencia y su adaptabilidad a los cambios, una forma idiosincrática de llevarlo. A algunas familias los ayuda la unión que existe entre ellos, en cambio en las familias silenciosas, cada uno lo hace como puede, sin compartir sus penas. Por lo tanto, son variadas las maneras en las que cada sistema familiar afronta este tipo de adversidades.

Quedaría por ver aquellos casos en los que un hermano nace para remplazar al hermano muerto. Por eso es interesante recordar brevemente la historia de Dalí, ya que la muerte de un hermano a menudo define la vida de los otros hermanos.

Salvador Dalí, nació nueve meses y diez días exactos después del entierro de su hermano, llamado Salvador Galo Anselmo. Cuando Dalí tenía cinco años, sus padres lo llevaron a conocer la tumba y le contaron que él era su reencarnación, hecho que llegó a creer y lo marcó psicológicamente. Pensaba que era la copia del hermano y comentó: “Yo he vivido la muerte antes de vivir la vida. Mi hermano murió a causa de una meningitis, a la edad de siete años, tres antes de mi nacimiento” (…)”nos parecíamos como dos gotas de agua, sólo que con diferentes reflejos”. Fue un niño caprichoso, mimado y consentido en quien sus padres volcaron afecto y atenciones de una forma un tanto compulsiva. ¿Habrá sido por esta característica familiar que la vida de Dalí estuvo marcada por la extravagancia? Es difícil saberlo, lo cierto es que las maneras de enfrentar las pérdidas son disímiles. Pero hay algo común en todas ellas, es el desplazamiento del eje de la finalidad de la propia vida. Hay quienes sobreviven mirando continuamente el pasado sin poder reconstruirse, mientras que otros, después del duelo, son capaces de pensar en sí mismos y dejar ir la experiencia dolorosa.

Edith Tilmans-Ostyn (1999) dice: “Nacer, después de un hermano o hermana fallecida, presenta riesgos para el desenvolvimiento del individuo. El chico que nace luego de un hermano muerto debe construir su identidad de una manera particular. Cada vez que los padres reviven la pérdida obligan al niño siguiente a diferenciarse de alguien que, si bien no tiene imágenes mentales, ha ido construyendo en su imaginación”.

La muerte de un hermano modifica la vida de los integrantes de la familia. Ya sea por negación o por aceptación, al sistema familiar se le presenta un desafío extraordinario para poner en marcha sus recursos y salir adelante.

La pérdida se siente como si estallase una granada en el núcleo íntimo de los afectos más queridos. Durante los primeros tiempos, la percepción que tienen los deudos cercanos puede compararse a un campo minado. No se sabe dónde pisar por temor al estallido propio o al de los otros. Entonces, ¿quién salva a quién? Cuando la realidad familiar explota por el aire, se ven los recursos que cada uno tiene para aceptar, negar, hundirse o reaccionar ante la pérdida.

En los casos en que un niño viene al mundo después del fallecimiento de un hermano, suele ser una lucha titánica porque no han conocido a ese hermano y, sin embargo, él está presente en su vida, en fotografías, en las conversaciones fantaseadas o en la negación. El hermano muerto se idealiza en el silencio y en los comentarios; el niño que llega después no sabe cómo compensar a sus padres por esa pérdida. ¿Cómo luchar con un fantasma que no se equivoca, que quedó cristalizado en las fotografías cuyas aristas fueron pulidas por el tiempo?

En conclusión, el sufrimiento tremendo ante esas pérdidas es muy difícil de atravesar. Habría que apostar a la vida, a valorar los recuerdos y a que el desgarro sea una base de experiencia que nos sirva para reconstruirnos. Algunos pueden, otros no.

 

Gemelos

Desde que nacieron se acostumbraron a escuchar: ¿Quién es el más movedizo? ¿Cuál de las dos habla más? ¿A quién le gusta más la música? ¿Quién es el más glotón? ¿Quién es la más linda? Entre los hermanos gemelos está siempre presente la comparación, porque los otros las fueron construyendo con sus preguntas. El lenguaje determina y construye la realidad y, cuando las distinciones se repiten, se acentúan.

Mariana y Carolina no pueden concebir el mundo la una sin la otra. Se aman la mayoría del tiempo, se necesitan, se controlan mutuamente. Si Mariana está enferma, Carolina no puede entender por qué ella tiene que ir al colegio sola. Si una de las dos no quiere probar una determinada comida, ver a su hermana hacerlo le provoca el deseo de copiarla. Viendo un dibujito en la tele, quizá en algún momento una abraza a la otra o la acaricia. Sin embargo, una toma un juguete y no quiere compartirlo. Y todo es así: compartir, comparar, pelear, mirarse atentamente, estar pendientes de la otra, marcar territorio. Cuando una se ríe, la otra la observa y luego inmediatamente la copia: empieza ella también a reírse. Cuando la mamá reta a Carolina, Mariana llora y cuando reta a Mariana, llora Carolina. En algún punto se identifican de tal manera que, aunque estén separadas, permanecen juntas.

La unión es muy especial. No es una relación con un hermano mayor o menor: son iguales, juntos en la experiencia de aprender a caminar, de comenzar el jardín, de andar en bicicleta y lo principal, de compartir a su mamá y a su papá. No saben tener una mamá para uno/a, es de los dos. En algunos casos, cuando nacen hasta duermen juntos en la cuna porque los padres deciden que los primeros meses debe ser así.

Carmine Saccu, maravilloso terapeuta familiar italiano, siempre decía, refiriéndose a los mellizos, que uno es ministro de relaciones exteriores y el otro de relaciones interiores. Por ejemplo, en una familia con gemelas en la que Blanca se hizo monja en una orden que la obligaba a estar recluida, mientras Rocío brillaba en trabajos donde su habilidad para las relaciones públicas y su carisma la ayudaban a cosechar éxitos, el terapeuta debería preguntarse qué hizo que estas dos gemelas actuaran de forma tan opuesta, teniendo los mismos padres. Con cada persona uno construye una relación diferente y siempre el contexto en el que nos movemos aporta su influencia.

Sería interesante hacer un grupo terapéutico de hermanos gemelos o mellizos. Con seguridad que los aliviaría darse cuenta de que tienen problemas similares como los sentimientos de mutua dependencia. Por ejemplo, se sienten abandonados cuando el otro se casa o se muda.

Existe en la cultura una idealización de la relación de los gemelos, casi se ha convertido en algo mítico por lo misterioso, inseparable y mágico. Suelen escucharse los siguientes comentarios: “ Con la mirada se entienden”, “Uno se pierde sin el otro”. El mito se nutre de la creencia que ellos se conocen de una forma especial e intensa. Entonces, ¿tienen derecho a pensar diferente?

En una relación tan cercana, que es como un matrimonio que no eligieron, se produce una lucha secreta: ¿Es posible amar y también odiar al mismo tiempo? ¿Puedo tener esos sentimientos mezclados hacia la persona que todos piensan que me completa, que somos inseparables, que es una parte de mí?

Las culpas son moneda corriente entre hermanos gemelos. Si a uno le va bien afectivamente y al otro no, si uno se desarrolla con éxito en la profesión mientras que su gemelo fracasa….

La Doctora Joan A. Friedman, terapeuta especialista en la relación de gemelos, dice en el libro The Same but Different: “Ser gemelo es una bendición y una maldición. Es el cielo cuando uno se lleva bien y el infierno cuando no es así”.

Es importante hacer referencia a los padres, abuelos, tíos, padrinos de mellizos o gemelos. Normalmente esas personas, cuidan la equidad de estas relaciones, aunque a veces es imposible. ¿Cómo se hace para que todo sea parejo si son dos seres distintos? ¿Y es necesario que las cosas sean parejas? Si ya de por sí es difícil ser padres, en esas situaciones lo es por partida doble.

La manera de ayudarlos a crecer como personas distintas es no tener miedo de marcar las diferencias. No sentirse culpable por la mayor afinidad que uno construya con alguno de los dos. Estar dispuesto a que la comparación entre ellos, los celos, las rivalidades siempre van a existir, tal vez más exacerbadas que en los hermanos comunes. El desafío consiste en establecer vínculos diferentes en el mismo tiempo cronológico. Un vínculo equitativo no es necesariamente idéntico.

 

Hermano con discapacidad

¿Cómo se siente un hermano que tiene un hermano discapacitado? El tema es complejo. ¿A qué consideramos discapacidad? La sociedad tiene un diseño de lo que es una familia normal y el que no responde a esos parámetros ¿estaría fuera del sistema?

¿Qué significa para la cultura la discapacidad? Alguien que no está dentro de la norma. Y, ¿somos capaces de aceptar esa incomodidad, se nos complica por hacerlo, sentimos rechazo físico, rechazo psicológico, vergüenza de la diversidad porque nuestro hijo o hermano sea diferente, porque nuestro producto, el que salió de nuestro cuerpo, el que construyeron nuestros padres no sea “normal? ¿Hay que ocultarlo? Muchas historias hablan sobre esto, mostrando las diferentes actitudes que asumen las familias frente a la discapacidad: sobreprotección hacia el discapacitado, que la vida gire alrededor de él, que determine los actos de los demás integrantes de la familia, así como ocultamiento, una vergüenza que también determina, incomoda, los inhabilita. Se juega, inclusive, la culpa de los demás miembros por estar bien, por no sufrir, por poder llevar una vida normal en contraposición al que tiene dificultades.

El concepto o la manera en que se ve la discapacidad fue cambiando a través del tiempo. Los rótulos fueron mutando. De todos modos, de una forma o de otra, un hermano discapacitado determina la vida de una familia.

En la Academia italiana de Psicoterapia de la Familia, dirigida por Maurizio Andolfi se trabaja con terapeutas de diferentes países. En uno de los Seminarios se presentó el caso de una terapeuta brasilera a quien le costaba insertarse en la profesión. Poseía una buena formación pero su dificultad consistía en largarse a trabajar. Ella era la hermana mayor, luego le seguían gemelos y por último un hermano discapacitado. Sus padres y ella se habían entregado al cuidado del menor. Era tanto el estímulo que le daban que, en las carreras de discapacitados, ganaba los premios. Sin embargo esta colega, a la hora de trabajar, se sentía una “discapacitada”. La percepción de que ella era sana y él no, la cargaba de una culpa que no podía manejar. Había optado por mimetizarse y, en su área de trabajo, conseguía ser igual a su hermano.

Cuando un terapeuta observa un genograma (el estudio del árbol genealógico), a menudo encuentra “un loco” escondido, un secreto familiar que estructura la vida de una familia de un modo especial. Es decir, una discapacidad, una enfermedad que desprestigia como el sida, el alcoholismo, el suicidio, la locura y tantas otras.

Ya sean ficción o realidad, estas experiencias hablan del conflicto al que nos enfrenta la diversidad. Qué actitud toman “los normales” ante el diferente, cómo les choca y qué reacción tienen. Son situaciones difíciles, incómodas, no previstas por el “canon” y no hay que juzgarlas, porque no se sabe hasta que no se la atraviesa.

La discapacidad nos propone el desafío de observar nuestra propia capacidad o discapacidad de aceptar y amar la diferencia. De hecho el rótulo “normal” lentamente va cayendo en desuso.

El trabajo de los padres en una familia con un hijo con discapacidad es muy difícil. ¿Cómo poder lograr ser ecuánime con los hijos que no tienen ese problema y cómo ayudarlos a desarrollar su propio potencial y no estar solo disponibles para el hermano con discapacidad?

Enseñarles con el ejemplo a cuidar en forma amorosa al hermano con discapacidad y, a su vez, soltarlo para no quedar aprisionados y poder tomar el timón de sus propias vidas. Es un delicado equilibrio, a veces difícil de llevar a cabo. Por eso, conversaciones significativas con un terapeuta ayudan a contener esos vaivenes de sentimientos que ocurren diariamente entre los miembros que acompañan.

 

Hermanos ensamblados

Una familia ensamblada es aquella en la cual al menos uno de los miembros de la pareja tiene un hijo o hija de una relación anterior.

Hay una revisión del concepto de familia que incluye organizaciones diversas a la familia tipo o nuclear, formada por el padre y la madre con hijos.

En las configuraciones actuales predominan tres tipos de agrupaciones familiares: las familias uniparentales, es decir, con un solo progenitor a cargo, ya sea por viudez, divorcio, maternidad en soltería o adopción de hijos; las uniones de homosexuales y las familias ensambladas.

Las personas viven mayor cantidad de años y por esto mismo atraviesan más crisis personales y de relación. Por otra parte, el imperativo religioso, ético o psicológico de mantener los matrimonios a toda costa ha ido cambiando y el divorcio ha pasado a ser otra etapa más del ciclo vital. Los hijos de padres divorciados, que antes eran observados como hechos singulares, son en la actualidad la “fotografía habitual” y esto conlleva una gran aceptación de la diversidad de los diferentes tipos de familias.

Cuando se trabaja con familias ensambladas, las relaciones familiares tienen un nivel mayor de complejidad. El terapeuta deberá tener en cuenta que la adaptación mutua que deben hacer sus miembros no es automática: es un proceso, y el proceso implica tiempo. Por ejemplo, tiempo de elaboración de pérdidas.

Una familia ensamblada en su comienzo no tiene historia, sino que está edificada sobre historias de otras familias. Nació de una pérdida, ya sea por separación o viudez. Y es, en la repetición de ciertas conductas, en la creación de costumbres, que se va gestando lo idiosincrático, lo singular y lo propio de esta nueva familia. Debido a la complejidad de esta situación, es importante nutrir y consolidar tanto la relación entre los miembros de la nueva pareja, como las relaciones entre los hijos de los respectivos cónyuges.

Para constituirse como familia necesitan ir tejiendo redes, ir armando una matriz a la cual sientan pertenencia. Es indispensable que puedan establecer una nueva identidad como grupo. Un punto importante para trabajar es la creación de tradiciones propias. Bien sabemos que las tradiciones y rituales son las que van uniendo y tejiendo la trama de la historia familiar. Un ejemplo son los cumpleaños, las navidades, el año nuevo, las graduaciones, los logros conseguidos. Son todas ellas ocasiones que sirven para estar juntos y compartir, tanto en la preparación de esos eventos como en su realización. Esto queda en la memoria de los miembros de la familia y resulta muy atractivo recordar cuando están juntos los momentos felices vividos.

Otro punto es el respeto e integración de los padres biológicos respectivos. Debe contemplarse y legitimarse el acceso al padre o a la madre que no esté viviendo con la familia ensamblada. Los estudios indican que los hijos que mejor se amoldan al divorcio de sus padres son los que tienen mayor acceso a ambos.

El objetivo de la intervención terapéutica será ayudar a la familia a construir un modelo familiar que tenga lugar para todos, para lo cual habrá que desarrollar al máximo los potenciales de salud y recursos de los involucrados. Los celos en las relaciones son moneda corriente: la hija respecto de la nueva pareja de su padre es un clásico y, también diferentes configuraciones: el hijo con la nueva pareja de su madre y, en general, los hijos de un lado respecto de los hijos del otro. Ocurre la mayoría de las veces que alguno de los dos miembros de la futura pareja que va a convivir tiene culpa respecto de su divorcio anterior. El terapeuta deberá estar atento a este punto. Generalmente los padres que por esa circunstancia no le ponen límites a sus hijos, ya que se sienten culpables, obstaculizan el crecimiento de la futura convivencia. Pero las familias que hacen consultas preventivas antes de la convivencia, trabajando sus temores, sus fantasías, y consensuando los distintos aspectos de las relaciones enfrentan las nuevas experiencias con mayores recursos. A menudo sucede, que la nueva pareja, pese a que ambos miembros tienen hijos de sus parejas anteriores, deciden tener un hijo en común. Esta situación provoca nuevas posibilidades: que los hermanos de ambos padres tengan un hermano/a en común, lo que incentiva la unión y, en familias a las que les cuesta mucho integrarse, de pronto un nacimiento hace crecer los vínculos.

Si comparamos familias ensambladas con familias biológicas, acaso ¿podemos no incluir en estas últimas las rivalidades, los odios, las peleas, la solidaridad o los grandes amores entre los hermanos?¿Es sólo la sangre la que atrae? ¿O puede ser también la convivencia, la cotidianeidad?¿Por qué no podemos afirmar que la responsabilidad de los padres juega un papel fundamental en la relación, ya sea de los hijos en común o de los hijos con parejas diferentes? ¿Quiénes, si no son los padres, pueden estimular las relaciones entre la fratria?

Hoy vemos familias ensambladas legales y otras que no. La estructura burguesa de la familia ha ido cambiando a través del tiempo, pero la sensación de no estar solo puede ser la misma. El sentido de pertenencia es lo que une, lo que da sostén y ayuda a enfrentar las dificultades.

En una familia ensamblada hay historias diferentes que se juntan y hay otra historia que es única, pero no es eso lo que garantiza la funcionalidad de la familia. El bienestar de los miembros no dependería de que los lazos sean biológicos o no lo sean. En la ensamblada se reconstruye en base a dos historias diferentes, en la biológica esa necesidad es inexistente. Sin embargo, tanto en una como en la otra es imprescindible reconstruir los vínculos familiares en las diferentes etapas de la vida.

 

Hijo único

El modelo de familia ha cambiado y, cada vez, son más las parejas que eligen tener un solo hijo. El interés en la profesión, los factores económicos o la paternidad tardía influyen en esa decisión. Las mujeres ahora buscan alcanzar una realización personal antes de tener hijos, y lograr el perfil laboral esperado puede llevar tiempo. Cuando lo consiguen, dejar el puesto por la maternidad es exponerse a perder su espacio profesional. La maternidad demanda estar disponible física y emocionalmente. Tomar la decisión de tener hijos implica hacer un equilibrio entre las tareas de cuidar al niño y mantener el status laboral que se tenía antes de ser madre.

Lo cierto es que ser hijo único parece ya no ser un problema frente a una sociedad que vive en constante movimiento. Además, las mayores exigencias económicas, las altas tasas de divorcio impactan en muchas familias lo que lleva a las parejas a pensar dos veces antes de embarcarse en la búsqueda de un segundo hijo.

El hijo único es el depositario de todas las expectativas de los padres y es el que nunca tuvo que compartir su amor. ¿Es eso una ventaja o una dificultad?

La energía tan grande puesta en una sola persona podría tener consecuencias beneficiosas. Los padres tienen más cantidad de tiempo para ocuparse, lo estimulan más intelectualmente y, por lo común, el hijo único vive en un ambiente rodeado por adultos. Pero así como les dan una atención plena, también los padres son más exigentes ya que es la única oportunidad de trascendencia. A menudo, esa ansiedad se convierte en contagiosa y genera en estos niños el temor a fracasar y a fallarles.

Existen estudios que afirman que los hijos únicos gozan de muchas ventajas frente a los que tienen hermanos. No comparten el afecto de sus padres con otros por lo que casi siempre logran desarrollar una fuerte autoestima. Además, el ambiente en el que crecen es más tranquilo pues al no rivalizar con otros hermanos pelean menos.

 

Nociones básicas para un terapeuta que se enfrenta a la temática del hijo único:

Deberá saber que la fratria representa una oportunidad para aprender a competir, pero también a compartir. Los hijos únicos saben estar solos y tener un espacio propio. Están acostumbrados a entretenerse sin necesidad de otro y pueden disfrutar de la soledad. Seguramente como consecuencia de estas circunstancias encontrará muchos hijos únicos a los que les cuesta competir porque no lo han vivido en su experiencia con hermanos, o, en su defecto, son autosuficientes y dominantes.

Generalmente la tolerancia a la frustración es nula en los hijos únicos. En cambio, en las familias numerosas, los hermanos tienen práctica y adquieren experiencia porque la mayoría de las veces tienen que luchar para ser reconocidos y conseguir un lugar en la familia.

Cuando los hijos únicos son adultos, se lamentan de no tener hermanos y, al crecer, más todavía, ya que únicamente ellos tienen que hacerse cargo del cuidado de sus padres ancianos.

Los papás también disfrutan de ciertas ventajas al criar solamente a un hijo. La principal es que los niveles de estrés son menores porque sienten que pueden dedicarles mucho más tiempo y no existen remordimientos ni favoritismos, como sucede en las familias más grandes.

 

Temáticas frecuentes en la fratria :
Rivalidades

Existen hechos que se repiten de generación tras generación, como si las injusticias cometidas en el campo familiar regresaran cuando no se reparan ni se cierran. Son heridas que quedan abiertas y que la descendencia trata de sanearlas. Quizá hay que repetirlas una y otra vez hasta que queden saldadas, podemos equipararlas a las deudas. Cuando no se hace justicia, esto se traduce en mala fe, en explotación de los miembros de la familia entre sí, a veces por medio de la revancha, la venganza o se producen accidentes o enfermedades. En cambio, si hay afecto, si se puede pensar en las necesidades del otro, las “cuentas familiares” se mantienen al día. La falta de actitudes solidarias produce a lo largo de las generaciones, infinidad de problemas de difícil solución.

También es muy importante la información que los actuales miembros de una familia tengan sobre los que se han muerto. Esos recuerdos de los vivos sobre los muertos va a depender de las historias que escucharon. Cuando, en las sesiones, el terapeuta realiza el genograma de una pareja, registra datos de la familia de origen de cada uno. Cuando llevan años de vida en común, resulta llamativo que cada uno ayuda al otro a construirlo de acuerdo a las informaciones familiares que fueron recibiendo de los diferentes miembros del árbol familiar. La esposa que tiene una buena relación con su suegra a veces está enterada de historias que su marido desconoce y las aporta en este trabajo de indagación, sumamente útil para reconocer las repeticiones de sucesos en las distintas generaciones. Cuando se observan peleas entre hermanos, entre los abuelos, entre los padres y entre los integrantes de la actualidad, al hacerlos conscientes, se detiene esa manera de actuar y se impide que siga reproduciéndose a través de los años en los hijos que vienen.

Cuanto menor es la diferencia de edad entre los hermanos existe una mayor probabilidad de rivalidad. La primera es por la lucha de ser el preferido de los padres. Ésa puede durar la vida entera o, con la ayuda de los progenitores, se puede ir disolviendo.

 

Herencias

La herencia es el conjunto de bienes, derechos y obligaciones que, cuando una persona muere, transmite a sus herederos o legatarios. ¿Por qué se habla de problemas con la herencia? Lo que se reparte entre los herederos es lo que los padres lograron a través de su vida. A veces, no hay nada para repartir y otras son demasiadas; las dificultades afloran en el momento de la división. Existen los testamentos en donde figura la voluntad del fallecido, sin embargo, a menudo se generan peleas en el momento del reparto de los bienes.

Podemos hablar de justicia cuando nos referimos, no sólo a lo que legalmente nos corresponde sino, a lo que sentimos que nos corresponde por el cariño o la dedicación con la que tratamos durante la vida al fallecido. Tomemos el ejemplo de una familia numerosa de seis hijos, cuatro de ellos viven en el exterior y visitan a sus padres una vez al año. En cambio, a las dos hermanas que viven en las cercanías, les toca el auxilio cotidiano y atenderlos durante las largas enfermedades que los conducen a la muerte. Sin embargo, los seis hijos heredan en partes iguales. Estas dos hermanas cuidadoras sienten que no hay justicia, ¿la hay?

Raúl y Natalia eran un matrimonio con dos hijas, ambas casadas. Poseedores de una situación económica muy holgada, dueños de una fábrica de telas y con muchas propiedades, para ayudar a sus yernos los introdujeron en el negocio familiar. A sus 60 años, Raúl falleció inesperadamente por un accidente cerebro vascular. Según la ley argentina, a su mujer le quedaba la mitad de los bienes y la otra mitad se dividiría entre sus hijas. Sin embargo, Natalia fue víctima de un juicio por insania que organizaron sus hijas para así poder cobrar el total de la herencia. Pasó tres años en un hospicio hasta que, por un hecho fortuito, una periodista fue de visita, pudo hablar con ella, creyeron su historia y una abogada y los testigos que consiguieron pudieron sacarla de ese infierno.

Estos ejemplos variados nos son útiles para ver distintas circunstancias que ocurren con las herencias y los problemas que pueden acarrear. Es evidente que las dificultades no surgen en el momento específico del fallecimiento, sino que son historias que se van forjando a través de los años y de la forma de vincularse que tiene una familia.

No podemos dejar de nombrar las familias en las que esto no acontece y es más, la unión familiar y la excelente relación se nota sin tener papeles firmados. Escuchamos con frecuencia frases de padres diciendo: “Esto se lo dividen como buenos hermanos”.

Existen casos que muestran la complejidad de lo heredado. No es raro que disputen los bienes materiales cuando antes se privan los bienes afectivos. Es muy común que las mujeres, a veces, sean víctimas y testigos del desfalco familiar. La familia, en esa circunstancia, es un ejemplo de abuso patriarcal. Por ejemplo cuando una madre, y sus hijas son abusadas emocionalmente por el padre que habilita a otro hombre, su hijo, para que lleve las riendas del patrimonio de la familia. Es muy claro que en ese sistema familiar las mujeres no tienen ni voz ni voto. En este caso, la única herencia que reciben las hijas es el destrato.

Sirve a la hora de abordar este tema analizar herencias de hijos de personajes famosos. Muchos de ellos han atravesado dolores, a veces pesadillescos.

En la herencia, ya sea de los famosos y/o de los comunes, heredamos no solo los bienes materiales sino los genes, la memoria, la felicidad, la locura y lo que los otros miembros del árbol familiar han padecido. El desafío de cada uno se juega en lo que hacemos con lo que hemos heredado. También se heredan roles familiares y el rencor continúa en el presente hasta el final.

A menudo, otras falencias se esconden detrás del dinero. La gente siente justa o injusta la herencia porque es la última instancia en la que uno puede obtener una reivindicación de lo que ha padecido y disfrutado en la familia. Eso justo o injusto se enmascara en el dinero.

En general, cuando las personas hablan de herencias se refieren a lo que les dejaron sus padres en lo concreto, en relación a los bienes materiales. Los herederos pueden pelearse por ver quién se queda con el pedazo más grande de la torta. Y allí ¿están buscando el dinero? Quizás en el dinero ponemos un resarcimiento de lo que nosotros sentimos como un derecho. En oportunidades se producen grandes discusiones por un pequeño jarrón o un florerito de cristal que simboliza la presencia de un abuelo, de una escena fundante en nuestras vidas o un gesto de elección del fallecido.

También se heredan enfermedades. Hay familias en donde los miembros repiten por generaciones diabetes, Alzheimer, cáncer. Existe un legado, que es un capital intangible, benéfico o maléfico: las actitudes, la forma en la que fuimos tratados, la apatía, la empatía, la ira, la violencia, el cariño o el desamor, los tratos amorosos, las humillaciones, los abusos. De todas maneras, a veces, nos encontramos con alguien que vivió momentos tortuosos en su infancia y, sin embargo, salió adelante.

No elegimos a nuestros padres ni a nuestros hijos ni a nuestros hermanos, por eso la gran pregunta es si estamos determinados. Si nuestro diseño humano es limitado. Grandes deudas de nuestros ancestros pueden ser saldarlas en la vida y salir adelante. La gente resiliente pasa por momentos terribles y busca y encuentra un sentido de la vida acorde a sus ideales.

Existen herencias que sería mejor no recibir. Pero no es lo que recibimos sino qué hacemos con lo que nos toca. Aprovecharlo y convertirlo en un desafío para avanzar y no en un condicionamiento que nos obligue a repetir situaciones nefastas.

La justicia en el marco familiar suele estar desequilibrada. En el balance final, el individuo hace cuentas y registra una distribución injusta a través de los años. Esas diferencias pueden darse en el afecto, en el cuidado, en lo que se dio y se recibió, en la reciprocidad, en los vínculos.

Frente a la problemática de la herencia ¿cuál es la respuesta de la Terapia? Un proceso terapéutico familiar tiene que saber percibir las ideas de justicia y de reciprocidad. Lo que sería importante es que a través del tratamiento, los miembros puedan confiar y sentirse seguros de esos términos.

Lo ideal es un diálogo auténtico y significativo entre los de la familia sobre aspectos importantes de sus vidas, que sean desarrollados para que se puedan reconocer las diferencias y los conflictos como valiosos ingredientes reconciliables, en vez de obstáculos para el crecimiento y la vinculación. La justicia y la injusticia, la equidad y la falta de ella, la consideración recíproca y la explotación son objeto de diaria preocupación para todos los seres humanos, en lo que atañe a sus relaciones.

La fluctuación entre el amor y el odio es una constante en estas relaciones; tanto cuando el vínculo es amoroso como cuando es negativo, la incidencia en la vida personal de cada uno es profunda.

A menudo se escuchan historias de hermanos interrumpidas durante años, y también de reencuentros de una alegría y familiaridad asombrosas.

Existe una frase muy real: “En la historia está escrito: los hermanos pueden ser desde Caín y Abel hasta Hansel y Gretel”.

Una de las muestras más soberbias de las relaciones fraternales, como puntal para la vida, son las “Últimas cartas desde la locura” que Vincent van Gogh dirigió a su hermano Theo. Esas seiscientas misivas escritas a mano por el pintor, y que Theo encontró en su chaqueta tras su fallecimiento, fueron escritas en pleno delirio y con el único deseo de agradecerle a su hermano menor, el aliento, apoyo y compañía hasta el lecho de muerte. Vincent fue inseparable de Theo, figuras contrapuestas de un mismo drama. El 27 de julio de 1890, se pegó un tiro en el pecho y murió dos días más tarde. Para completar aún más la misteriosa relación que los unía, Theo murió seis meses después, el 21 de enero de 1891.

La certeza es que en el campo de batalla que es la familia, la persona encuentra la posibilidad de crecer en conciencia, en adultez y corroborar que la realidad no es la del Truman show, sino el aprendizaje que nos ofrecen la resolución de conflictos que sin lugar a dudas, tendremos en la vida.

 

Referencias

Tilmans-Ostyn, E., Meynckens-Fourez, M. (1999). Les ressources de la fratrie. Ramonville-Saint-Agne: Erès

Saccu, C. (1998/1999). Supervisión de familias. Comunicación personal

Andolfi, M. (1999). Curso intensivo (practicum 70 horas) en Psicoterapia Familiar Trigeneracional. Roma/Italia.

 

 
2da Edición - Agosto 2019
 
 
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