El
aumento poblacional a nivel global se traduce, también, en el
incremento de personas añosas. Esta situación genera
preocupación por la calidad de vida de este grupo etario de la
que los psicoterapeutas no estamos exentos. En efecto, los
profesionales del campo somos colocados frente a la exigencia de
conocer e investigar más profundamente acerca de esta
población que crece y que, a su vez, demanda de atenciones
diversas entre las que se encuentra la psicoterapia.
En
este punto, cabe destacar que el aumento de la edad avanzada no es un
obstáculo para la terapia psicológica, sino que, antes
bien, será fundamental que la persona se sienta un ser humano
en evolución, con disposición y con deseos de cambio.
De esta enunciación se desprende que uno de los factores
esenciales que garantizan la eficacia de estas terapias no se centra
en la psicoterapia en sí misma ni en la edad, sino en la
motivación del paciente que será reforzada en el
encuentro terapéutico. Por ello, la atención a personas
mayores exige contar con conocimientos y herramientas específicas,
diferentes de las usadas con otros grupos poblacionales.
Vivimos
en una época vertiginosa en la que se nos presentan grandes
cambios, a gran velocidad, en un mundo global en el que las redes
sociales y el avance de la tecnología imprimen
transformaciones profundas. Este nuevo modo de habitar la aldea
global
demanda
a las personas la puesta en funcionamiento de un sistema de
procesamiento cognitivo ágil, rápido, con capacidad de
discriminación y adaptación. Estos modos de
procesamiento, con el aumento de la edad, comienzan una fase de
declive fisiológico que se traduce en la disminución de
la velocidad de procesamiento cognitivo, en la disminución
sensorial y en la progresiva vulnerabilidad a contraer determinadas
enfermedades.
Si
bien el declive biológico es un proceso continuo que se inicia
en forma paralela al nacimiento -mientras algunas células se
comienzan a desarrollar, otras empiezan a envejecer-, durante la
juventud y edad adulta no se hace marcadamente evidente, es decir, no
se le atribuyen significados vinculados a la idea de vejez.
Contrariamente, al pasar los años, las representaciones de
enfermedad y de deterioro se asocian fuertemente con el adulto mayor.
A
su vez, las diferencias en la manera de organizar la experiencia
personal, en lo vinculante con el modo de envejecer, empiezan a tomar
forma paulatinamente desde la mediana edad y definen con más
fuerzas lo que en la adultez mayor será: un claro distintivo
dado que los gerontes se diferencian más entre ellos que los
niños de sus pares.
Efectivamente,
la singularidad en el envejecer se observa en la estructuración
de las estrategias de afrontamiento a las diversas situaciones
vitales, a los cambios, a los desafíos cognitivos que genera
una dialéctica entre el ambiente, cerebro y mente. A
propósito, entendemos por cerebro, al centro biológico
del individuo que recibe los estímulos del medio interno y del
externo y que los integra para ofrecer el respaldo orgánico a
la organización de la experiencia. Asimismo, definimos mente
al conjunto de operaciones organizadas de carácter cognitivo y
afectivo que permiten la organización de la experiencia
personal.
Mente
y cerebro, estructuras codependientes entre sí, darán
forma a la singularidad de la experiencia, modificarán el
ambiente y serán modificados por este. “La singularidad
del cerebro entre individuos está causada tanto por la
variabilidad genética como por la idiosincrasia de los
procesos epigenéticos de poda dependientes de la experiencia”
(Evers y Sigma, 2013).
En
la actualidad, los cambios tecnológicos imprimen
trasformaciones. En efecto, disponemos tanto de los aportes de la
investigación sobre los estados cerebrales que han sido
realizados utilizando neurotecnología como de los estudios
neuropsicológicos que contribuyen a la comprensión de
las relaciones entre el cerebro, las actividades mentales superiores
y el comportamiento (Ellis, Young, Pe y Martinez, 1992). Así,
conocer el aporte de la ciencia en lo ateniente al envejecimiento
cerebral normal y patológico, nos permitirá, por un
lado, discriminar la influencia de cada una de las variables
psicosociales a la hora de abordar un tratamiento psicoterapéutico;
por otro, considerar la necesidad de realizar diagnósticos
diferenciales y, de este modo, activar acciones preventivas en las
situaciones que sean necesarias.
Los
primeros estudios sobre la teoría de la mente y envejecimiento
normal realizados por Happé y colaboradores (1998) referían
a la mejora en la cognición social; sin embargo, en estudios
posteriores, el mismo autor menciona que la teoría de la mente
se encuentra disminuida con la edad avanzada, especialmente a la hora
de atribuir estados cognitivos a otros.
Entre
otros cambios que se producen, observamos que, en lo que concierne al
lenguaje, la actividad léxica se registra conservada -
especialmente cuando la utilización es pasiva- pero se
evidencian cambios cualitativos que se expresan en la imprecisión
para definir conceptos y palabras, en la menor disponibilidad de
sinónimos y en la mayor producción de perífrasis
verbales (Labos, Del Rio y Zabala, 2009). En cuanto al léxico
semántico, el vocabulario pasivo aumenta o se mantiene debido
a que las personas mayores reconocen tantas o más palabras que
los jóvenes, cuestión atribuible a la incidencia del
nivel cultural del geronte (Schaie, 1980; Wingfield, Aberdeen y
Stern, 1991). En el nivel de producción, aparecen dificultades
reiteradas para encontrar la palabra adecuada a un contexto
determinado (Obler y Albert, 1984). Por su parte, Crook y West (1990)
plantean que alrededor de los cincuenta años comienzan las
dificultades en la evocación de verbos y nombres propios que
se acentúan a partir de los setenta años (Duaso,
Herrera, 2004). También podrían ir apareciendo
limitaciones a la hora de responder simultáneamente a
distintos tipos de estímulos o información con material
compleja (Baddeley, 1986). En adición, se van registrando
dificultades en la memoria verbal a corto plazo (Caramazza, Basili,
Koller, y Berndt, 1981; Luria, 1979; Saffran, 1985). Finalmente,
las quejas subjetivas de memoria comienzan a aparecer con mayor
frecuencia debido a múltiples causas como estrés,
depresión, declive natural, pero también podrían
deberse a la manifestación de un deterioro cognitivo leve que
nos permitiría inferir el riesgo de una demencia ulterior
(Mías Luque, Bastida y Correche, 2015).
En
el área afectiva, desde la teoría de la mente, también
aparecen algunas transformaciones, por ejemplo, la dificultad para
detectar pequeñas diferencias en la mirada y obstáculos
en la capacidad para percibir e interpretar emociones en las
expresiones faciales. En esta instancia, cabe destacar que el declive
esperado en el envejecimiento normal no implica necesariamente la
manifestación de limitaciones funcionales ya que la
experiencia actúa como compensadora y el conocimiento
conceptual se incrementa con la edad (Bayles y Kasniak, 1987) lo que
se traduce en una fortaleza.
Vemos,
entonces, que el envejecimiento biológico es un continuo,
paralelo al desarrollo y a la evolución personal. Podemos
discriminar, de este modo, la edad biológica que se define en
relación con los cambios físicos y biológicos
que se producen en las células, tejidos, órganos y
sistemas; la edad cronológica que se refiere a la cantidad de
años vividos; la edad social que se halla en relación a
los distintos roles o status sociales que se van ocupando en el
transcurso de la vida; la edad psicológica que refiere a las
modificaciones afectivas, de personalidad y cognitivas que se van
produciendo en el transcurrir y, por último, la edad funcional
que hace referencia a la pericia conductual.
Estas
distintas edades pueden asociarse entre sí en una misma
persona, por lo que, producto de las combinatorias, surgen las
posibilidades de flexibilidad individual. Por ejemplo, alguien podría
tener setenta años cronológicos, un funcionamiento
cognitivo de treinta y una capacidad de adaptación al juego
con sus nietos como si tuviera veinte años, aunque su estado
de salud física le impidiera caminar con autonomía. En
otro caso, una persona de ochenta años podría tener un
muy buen rendimiento deportivo, casi similar al de una persona de
cuarenta o cincuenta años; sin embargo, sería posible
que manifestara dificultades en el manejo de la tecnología,
una capacidad que lleva implícita la necesidad de adquirir
información nueva y manipular varios datos en forma
simultánea.
De
lo dicho se desprende que la organización de la experiencia
del envejecer se caracteriza por el dinamismo: los momentos vitales y
las posibilidades cognitivas, en el transcurrir de una época
determinada y en un espacio geográfico definido, se ven
alimentados por relaciones sociales que incluyen la familia, los
amigos y la comunidad. Consecuentemente, la valoración
positiva o negativa de las características intelectuales y
funcionales típicas de cada edad estaría reforzada
según sean los valores sociales predominantes en cada época
y grupo social.
En
efecto, el entramado biopsicosocial es la esencia misma que da
sentido al SER persona. Este modo de ser, caracterizado por el
dinamismo, imprime de complejidad su estudio que se intensifica en la
adultez mayor debido a que este entramado complejo se expresa con
mayor nitidez.
Para
abordar la psicoterapia con adultos mayores, debemos tener presente
que este entramado biopsicosocial es intrínseco y que se va
modelando según la singularidad de la construcción de
significados personales. Por esa razón, resulta pertinente
mencionar que este proceso de modelación será un factor
que incidirá en la definición
del
estado clínico actual del paciente y que esta incidencia se
tornará en la característica sobresaliente y
diferencial en la atención a adultos mayores.
Como
podemos avizorar, encontramos una diferencia sustancial entre el
adulto y el geronte: mientras que el primero tendrá la
expectativa de identificar, tratar y curar el mal que lo aqueja; el
geronte deberá afrontar la vulnerabilidad de su organismo que,
muchas veces, podrá recuperar a integrum pero que, en otras
ocasiones, le exigirá la procuración de adaptaciones
funcionales a una nueva realidad individual quizás, atravesada
por algún grado de limitación.
En
un intento ilusorio de buscar segmentar los aspectos
biopsicosociales, consciente de estar incurriendo en una
contradicción a prima facie, podríamos decir que
mientras las células desempeñan su rol, las emociones y
la cognición se unen en cadenas de significados que van a dar
sentido a la historia personal. De esta manera, la vida transcurre en
una sinergia mediante la que se pone a prueba la flexibilidad propia
de dicho entramado manifiesto en los recursos disponibles al servicio
de la adecuada adaptación.
Por
ello, desde el lugar de terapeuta, son infinitas las variables a
observar porque cada ser humano y, específicamente, cada
persona mayor tiene su particularidad que interpela a la mentalidad
de quien mira para poder ver la real complejidad de la vejez.
Comprender la repercusión de lo que sucede tanto en el
paciente como en su entorno, va mucho más allá de los
tratamientos clínicos o psicológicos tradicionales. A
propósito de ello, Edgar Morin (2004) sostiene que “Lo
que hoy se necesita no es solamente que el objeto sea adecuado a la
ciencia, sino que la ciencia también sea adecuada al objeto”.
Como se desprende del fragmento citado, las alternativas clásicas
parecieran perder su carácter absoluto.
Por
lo expuesto hasta aquí, con personas mayores resulta
indispensable trabajar desde una mentalidad transdisciplinaria debido
a que, mediante este tipo de abordaje, es factible concebir al mismo
tiempo tanto la unidad como la diferenciación de las ciencias
e incorporar los obstáculos que se presentan sin negarlos ni
descartarlos (Morin, ibíd.). Pensar en hacer cualquiera de
estas dos últimas acciones propiciaría la confusión
nuestro entendimiento dado que implicaría reducir y adaptar la
realidad del adulto mayor a nuestra capacidad dejando a un lado
potencialidad de la persona.
Para
ahondar en lo enunciado previamente, nos abocaremos a precisar
aspectos de la psicoterapia y de su ejercicio profesional. En primer
lugar, haremos unas consideraciones generales; en segundo lugar, nos
referiremos a la conducta del terapeuta; en tercer lugar,
reflexionaremos sobre el primer contacto con el paciente; en cuarto
lugar, profundizaremos en aspectos vinculados con la entrevista y,
finalmente, haremos estimaciones sobre la comunicación en sí
misma.
Psicoterapia:
primeras consideraciones
-
Objetivos
generales
A.
Creación o consolidación de recursos de afrontamiento
al momento vital del paciente.
B.
Toma de conciencia del estilo de vida y de su funcionamiento físico.
C.
Estimulación de la actividad cognitiva considerando los
intereses personales.
D.
Cuidado del estado afectivo.
E.
Refuerzo o aliento del funcionamiento social y participativo acorde
al estilo personal.
-
Conducta
del terapeuta
A.
Flexibilidad en el encuadre y en el diseño del tratamiento -
ajuste a las características y a la situación del
paciente-.
B.
Capacidad de observación de aspectos no verbales.
C.
Contemplación de los aspectos de la vida diaria -aunque no sea
el objetivo de la terapia-.
D.
Realización de evaluaciones psicogerontológicas
integrales – consideración de todos los aspectos de la
vida del paciente, con o sin focalización o en ellos, aunque
no sea planteado en forma constante al adulto mayor-.
-
Primer contacto
A.
¿Quiénes nos convocaron? El paciente en cuestión
o su familia, amigos, cuidadores. Si otra persona solicita la
consulta - cosa muy frecuente a medida que aumenta la edad y la
dependencia-, nos está informando en el solo acto que hay otra
persona, distinta del paciente, que percibe algún sufrimiento
o algún cambio en la manera de manejar las emociones de la
persona mayor. Adicionalmente, podríamos pensar que este
adulto mayor cuenta con por lo menos una mínima red de apoyo.
B.
Investigar sobre si la solicitud por parte de la familia persigue
como objetivo acercar el contacto o estamos frente a una
consideración acerca de lo que la persona mayor necesita sobre
la que el paciente no manifiesta interés.
En
cualquier caso, ambas circunstancias nos aportan información
que podría ser relevante en primera instancia. Pero, como la
terapia es un abordaje personal que busca echar luz sobre aquellos
aspectos que perturban a la persona, si el paciente no la considera
necesaria, es probable que no concurra o que lo haga solo para
complacer al familiar. En situaciones como estas, desde la
gerontología, podremos buscar recursos indirectos para
intervenir, tales como la psicoeducación de la familia, el
entrenamiento en estrategias de afrontamiento familiar, las
intervenciones psicosociales, los talleres diversos y/o la
intervención a través de otro profesional. Todas estas
prácticas suelen ser muy útiles en el trabajo con
gerontes ya que tienen un efecto terapéutico muy favorecedor a
pesar de que no constituyen psicoterapia en sí. Para realizar
psicoterapia, necesitamos tener un paciente presente que pueda
plantear alguna molestia y alguna disposición que posibilite
un trabajo terapéutico.
Por
el contrario, si es el paciente quien establece el primer contacto,
ya nos está aportando información respecto de su grado
de independencia en la vida diaria y de su estado cognitivo. Claro es
que no es lo mismo que una persona recientemente jubilada nos haya
buscado y contactado a que lo haga una persona de 90/95 años.
Este último caso estaría hablando de un muy buen estado
cognitivo más allá de la edad. Sin embargo, el caso de
la persona de 65 años consulta solo por el hecho de hacerlo no
nos aporta mayor información debido a que se espera que pueda
realizar estas actividades en forma autónoma a su edad.
-
Encuentro propiamente dicho
Desde
que nos encontramos con el paciente, debemos poder observar los
aspectos no verbales, las características físicas, el
tipo de vestimenta, el calzado que utiliza, la marcha que despliega.
Observar si porta vestimenta acorde al contexto en el que se
encuentra, si percibimos algún aroma desagradable por falta de
higiene o si se evidencia algún accidente por incontinencia.
En
estos primeros segundos, antes de instalarnos en el consultorio, se
nos brindará información que luego tendremos que
constatar. Si la persona estuviese en mal estado de higiene personal
podríamos inferir que vive solo por lo que podría
entenderse que necesita asistencia para las actividades básicas
de la vida diaria. Por ello, tendremos que investigar si siempre tuvo
dicho estilo de descuido personal o si se ha manifestado en el último
tiempo. Debemos mirar si la forma en que se desplaza es arrastrando
los pies, en marcha imantada, inestable o inclinando el cuerpo hacia
adelante o hacia un costado, por caso. Esto también nos
aportará datos a confirmar en relación a las
manifestaciones corporales de posibles estados mentales y afectivos.
Como
bien sabemos, no podemos plantear una psicoterapia ni llevarla a cabo
sin haber establecido previamente una adecuada alianza terapéutica.
En efecto, esto constituye tanto el denominador común e
independiente del grupo etario al que se aplicare como el elemento
fundamental una vez establecido el encuentro entre las partes
implicadas. Sin embargo, como terapeuta, al momento de disponernos a
trabajar en pos de ir estableciendo la alianza terapéutica con
personas mayores habrá que conocer que esta franja de edad
presenta particularidades que serán objeto de identificación
en la medida en que el terapeuta cuente con la formación
especializada. Asimismo, el profesional deberá valerse de las
habilidades de la teoría de la mente, mediante las cuales
podremos hacer inferencias sobre los esquemas de pensamiento: “El
óptimo desarrollo de la teoría de la mente facilita la
habilidad terapéutica de entender cómo el paciente
procesa la información, piensa, siente y actúa, así
como la habilidad de anticipar la conducta del paciente y sus
posibles reacciones ante ciertas circunstancias” (Corbella,
Balmaña, Fernández - Álvarez, Saúl,
Botella, García, 2009).
Cabe
destacar, además, que la alianza terapéutica, se irá
construyendo en tanto se van produciendo transferencias de
intenciones, de emociones, de deseos, de intereses, de motivaciones y
de cognición entre la mente del terapeuta y del paciente. Este
proceso se manifiesta a través de la cara, de los sonidos
producidos por las bandas vocales, de los gestos, de los movimientos
involuntarios, y de toda aquella información visual, táctil,
auditiva, verbal y no verbal que el terapeuta sea capaz de captar.
Así,
mediante una primera entrevista semidirigida, podremos acceder a
información concreta en pocos minutos que nos posibilitará
aproximarnos al contexto que ha ido acompañando a la persona
mayor a través de su historia para, de esa manera, comenzar a
conocer algunos datos tales como recursos cognitivos, físicos
y emocionales con los que cuenta el paciente. Algunos de ellos son:
-
Datos filiatorios - casado/viudo/soltero/ en pareja-. Nos aportará
información de la situación vital actual y de la vida
histórica.
-Escolaridad:
no solo nos brinda referencias de posibles recursos cognitivos, sino
que también nos aporta información del contexto
sociocultural en el que se ha desarrollado.
-Enfermedades
que padece, tipo de medicación que toma: nos aproxima a
información de recursos o de vulnerabilidad física.
Seguidamente, habrá que investigar el impacto que estas tienen
sobre la esfera emocional y viceversa.
-Convivencia:
nos informa el grado de dependencia/independencia, los vínculos
entablados, las redes de apoyo.
En
algunos casos, especialmente en las personas más añosas
debido a que en el adulto mayor por definición hay fragilidad
psicofísica, podríamos detectar lo que se denominan
patologías no informadas que son alteraciones que requieren
atención clínica y que el paciente no las encuadra como
tal porque su registro sensoperceptivo se encuentra disminuido o
porque no se anima a contarlas por el pudor que le genera o por
factores socioculturales como incontinencia, victimización en
situaciones de violencia, fallas cognitivas, entre otras.
-Es
importante registrar algún contacto de apoyo estableciendo
consenso del paciente. En el caso de que el paciente se resista a
aportarlo, el terapeuta tendrá que trabajar en dicho aspecto.
En
general, la bibliografía abunda tanto en lo vinculante al
tratamiento de la depresión en adultos mayores, de los
trastornos conductuales, del alcoholismo, entre otras patologías
como también en relación a la asociación
vejez-enfermedad-psicoterapia. Sin embargo, las personas mayores de
nuestro tiempo también consultan desde la salud en búsqueda
de ayuda para repensar situaciones que consideran que podrían
ser de otra manera y que para su transformación necesitan
ayuda. Habitualmente, son personas que han considerado la
psicoterapia como una herramienta para afrontar distintos momentos
y/o situaciones en su vida y que entienden que la adultez mayor es un
continuo vital en el cual la terapia puede seguir siendo un
instrumento valioso al servicio de la calidad de vida.
-
Comunicación
Un
aspecto a considerar es la utilización de un estilo
comunicacional acorde a la idiosincrasia del paciente, siempre
mirándolo a los ojos, procurando una modalidad vocal clara y
definida. Será muy importante tener en cuenta los cambios
descritos con anterioridad en lo ateniente al uso del lenguaje.
Conclusiones
El
abordaje psicoterapéutico con pacientes gerontes requiere
conocer las particularidades del proceso de envejecer y adoptar una
perspectiva neuropsicogerontológica dado que dicho despliegue
metodológico posibilitará ampliar nuestro horizonte en
la aspiración hacia la comprensión integral del
paciente.
Por
ello, la capacitación específica permite no solo
diseñar una estrategia psicoterapéutica adecuada, sino
que además hará posible el reconocimiento y la
identificación de factores de riesgo. Incluso, nos permitirá
plantear estrategias preventivas de distintos niveles, si fuera
necesario.
Los
adultos mayores del siglo XXI asisten a terapia no solo frente a
situaciones de crisis disruptivas, sino también porque en el
desarrollo de la sabiduría procuran generar un espacio que les
sirve de marco para la organización de la experiencia vital.
En ese sentido, la Organización de las Naciones Unidas (1999)
plantea que “La formación en Psicogerontología
constituye un desafío para el siglo XXI, los psicólogos
capacitados en gerontología podrán realizar proyectos y
planes que respondan a las necesidades de la población
envejeciente y vieja, desde las áreas educativas, clínica,
social, y laboral entre otras, además de llevar a cabo
investigación clínica y aplicada”. Es en esa
línea que nuestro trabajo intenta ser un sustancial aporte.
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